miercoles 26 de julio de 2006
DÓNDE ESTAMOS
La cuestión del antisemitismo
Por Horacio Vázquez-Rial
Sería bueno que el CIS, o una consultora privada, hiciese un estudio acerca del antisemitismo en la España actual. El cuestionario se le podría encargar a alguien como la persona que hace unos días entrevistó a Enrique Múgica Herzog y, tras averiguar si el hombre consideraba que Israel tenía derecho a defenderse y obtener una respuesta afirmativa, le preguntó por qué. Sería más o menos así: ¿es usted antisemita? ¿Por qué? ¿Odiar a Israel es odiar a los judíos? ¿Por qué? Etcétera.
Habría que añadir apartados sobre asuntos menos sutiles: ¿tiene usted algún amigo judío? ¿Conoce a algún judío? ¿Tienen rabo los judíos? ¿Cree usted que el pan ácimo pascual de los judíos se amasa con sangre de niños cristianos? Y también sobre asuntos más amplios: ¿son los Estados Unidos una creación judía? Aunque en muchos casos el interrogatorio se solapara con otros a propósito del imperialismo, la usura y otros temas de actualidad.
Probablemente se llegara a la conclusión de que sólo un 1% de la población española es judeófoba, un 80% muy crítica con el imperialismo americano y un 90% estuviese en contra de Israel por sus métodos violentos, sin poner por ello en tela de juicio a los judíos como tales. Es decir, que casi todo el mundo sería activamente antisemita pero lo ignoraría en el plano teórico, o afirmaría ignorarlo.
Es el caso del presidente Zapatero y de su ministro de Exteriores (que en modo alguno lo es de todos los españoles). Hay quien dice que se cronometró el tiempo en que llevó puesta la kefiya en 13 segundos, exactamente los imprescindibles para la foto, y que fue sorprendido en su buena fe: vino un amigo, se la echó sobre los hombros y zas, justo en ese instante se disparó la cámara. Pero la teoría de la ingenuidad fue desmentida por su declaración de hoy mismo, en el sentido de que volvería a ponerse la kefiya y a hacerse la foto.
No obstante, consiguió que Felipe González no fuera a Alicante, al congreso de las Juventudes Socialistas. González es un antisemita pragmático que estableció relaciones con Israel porque se lo exigía la Internacional Socialista, y muy especialmente el judío Bruno Kreisky, el hombre que le lavó la cara a Austria después de la guerra pero que, reunido con Golda Meir, no le ofreció siquiera un vaso de agua, cosa que ella siempre recordaría como una ofensa. Era el aire de los tiempos. Casi cuarenta años después de la creación de Israel, y de su reconocimiento por todos los países occidentales, no podía hacer otra cosa; sobre todo, a la vista del discurso franquista sobre el complot judeomasónico, del que había que distanciarse. Eso sí, cuando se plantó delante del Muro de las Lamentaciones no se puso la kipá, sino que optó por cubrirse con una gorra de marcado corte leniniano: Jerusalem no le valía esa misa.
Hace unos días la Federación de Comunidades Judías de España le dio a González el premio Senador Ángel Pulido, conmemorando los veinte años de relaciones diplomáticas entre los dos países, por lo que entonces hizo o se avino a hacer. Yo estuve en esa cena y constaté que, con el paso del tiempo, el tío se ha convencido de que aquello fue una iniciativa suya. No iba ahora a embarrar el premio, una joya que le limpia de toda una parte de su pasado, fotografiándose con el de la sonrisa, el único jefe de Estado europeo decididamente palestinizado.
Ahora bien: fuesen trece o tres mil los segundos en que el presidente conservó el pañuelo de Abú Nidal y de Arafat sobre sus costillas, la foto está hecha. Y Moratinos, grande amigo personal de Arafat (¿cómo se puede ser amigo de un tipo así, que no tenía amigos?), se ha enfadado públicamente con Mauricio Hatchwell y, en tono de policía alemán en Vichy a punto de terminar su horario, demasiado cansado para meterlo preso, le dijo "que sea la última vez" que dices que el presidente es antisemita. Lo cual viene a constituir la mejor prueba de que lo es.
De los centenares de columnas periodísticas que se publicaron desde el ataque a Israel por parte de Hezbolá, la guerrilla mantenida por Irán y Siria en el Líbano, combinado con los ataques constantes de Hamás, de similares progenitores A y B, desde editoriales de periódicos hasta repugnantes majaderías como la del señor Berlanga en La Razón, sólo una veintena asume sin dudar el derecho de Israel a existir y a defenderse. Y están firmadas por los conocidos de siempre, nosotros, los del leprosario judeófilo. La lista de los nombres figura casi completa en un libro titulado En defensa de Israel, publicado por una pequeña editorial de Zaragoza en 2004 porque ninguno de los grandes sellos quiso asumir tal cosa. Habría que añadir dos o tres más, que no fueron contactados oportunamente pero que ya estaban en lo mismo.
Como no tenemos el CIS a nuestra disposición, ni dinero para contratar una consultora, nos vemos obligados a observar por nuestra cuenta qué está sucediendo con el antisemitismo en España, donde las comunidades hebreas existen desde hace cinco minutos, tras cerca de quinientos años de ausencia. La judeofobia española no nace en el Decreto de Expulsión de los Reyes Católicos, sino que es producto de él, de la falta de judíos de carne y hueso.
El judío es en España un ser completamente imaginario, el asesino cuasi caníbal del Santo Niño de La Guardia, con cola y tal vez pezuñas, promovido por los curas de aldea hasta convertirse en una entidad probable, cuya visita era temida por todos. Aún hoy, la presencia judía en la sociedad española es muy minoritaria. La judeofobia surge siempre de la ignorancia, pero en España esa ignorancia es absoluta. Y la comparten los tipos que en la Puerta del Sol echaron de la manifestación al único que llevaba una pancartita casera proisraelí y el presidente del Gobierno. El único miembro del Ejecutivo que sabe algo de judíos es Moratinos, y, por las razones que fueren, ha tomado partido por los musulmanes.
La judeofobia está claramente instalada en las izquierdas. En el PSOE y en IU, así como en sus filiales locales. No hace demasiado tiempo, Pilar Rahola denunció la propaganda propalestina y antisemita en la web oficial del Ayuntamiento de Barcelona, de mayoría socialista. ¿Y recuerdan ustedes la visita de Maragall y Carod a Israel, con corona de espinas y todo? Ni qué decir que IU es programáticamente propalestina. Como lo es el público progre del "No a la Guerra". En el PSOE y en IU militan conversos españoles al islam, con gran influencia, como se ve en el siguiente párrafo de La España convertida al islam, de Rosa María Rodríguez Magda, con prólogo de Jon Juaristi, que reseñaré próximamente en estas páginas:
"[...] podemos también acudir al documento 'La poligamia en el Derecho Islámico', redactado por Jadicha Candela, conversa, letrada, durante mucho tiempo, de la Comisión de Infraestructuras y Mixta para la Igualdad de Oportunidades del Congreso de los Diputados por el PSOE, cuñada de Joaquín Almunia, y cuya hija, Yamila Pardo, igualmente conversa, ha sido la abogada de los propietarios de la casa de Morata de Tajuña (Madrid), lugar donde se ensamblaron las mochilas utilizadas en los crímenes del 11-M".
Los nacionalismos periféricos han sido oscilantes en este terreno. Por supuesto, la realidad nacional andaluza es tendencialmente proislámica desde el padre de la patria, Blas Infante, como ya he escrito aquí. Los nacionalistas vascos reivindicaron en tiempos al Israel metafísico de los campesinos armados que cultivaban flores en el desierto, pero la autodeterminación los fue acercando cada vez más a los palestinos y hoy tienen olvidados a los míticos gudaris colaboradores de Ben Gurión.
Entre los nacionalistas catalanes de CiU hay posiciones diversas. Vicenç Villatoro, por ejemplo, en tiempos director de TV3, es un consecuente defensor de Israel y un estudioso del antisemitismo. Pilar Rahola procede del nacionalismo radical de izquierdas, aunque hace años que abandonó la ERC anterior a Carod. No obstante, hay que señalar que, hace unos quince años, Barcelona era la ciudad donde más judeófilos cabía encontrar, y algo deben de haber hecho la Logse y la "reforma identitaria" del nacionalismo gobernante para que hoy el eje de la judeofilia se haya desplazado a Madrid, donde alcaldía y gobierno autónomo están en manos del PP.
¿Es mayoritario el antisemitismo en la sociedad española? La respuesta es que sí, por mucho que nos duela. Es mayoritario lo progre, que presupone la adhesión a la causa palestina y las simpatías proislámicas, aunque no se condigan precisamente con la liberación sexual. Es mayoritario el antisemitismo en el partido gobernante. El ojetivamente horripilante Pepiño Blanco, secretario de organización y, según Zapatero, voz autorizada del PSOE, ha dicho que las víctimas civiles de las operaciones militares del ejército israelí contra Hezbolá "no se pueden considerar daños colaterales", sino que son un "objetivo buscado".
Es mayoritario en el conjunto de las izquierdas. Los católicos más conscientes distan mucho de ser antisemitas, pero hay un remanente amplio aún anclado en el mito de los asesinos de Cristo. El discurso dominante en el PP no tiene nada de judeófobo, como no lo tiene de antiamericano, pero en el seno del partido conviven demasiadas familias como para pensar que ninguna tiene un componente de ese tipo; bien es cierto que no hay en las filas populares islamofilia.
Por último, en la masa amorfa, la que ni siquiera vota por pura indiferencia, la gran piara de la mediocridad, en España como en todo el resto del mundo, la judeofobia es abrumadora, igual que el antiamericanismo. Los que no son capaces de reconocer a sus enemigos inmediatos, porque no se interesan por el prójimo ni por su propio lugar en el mundo, acuden a cualquier enemigo remoto para justificar el origen de sus desgracias.
vazquez-rial@telefonica.net www.vazquezrial.com
Gentileza de LD
miércoles, julio 26, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario