viernes 21 de julio de 2006
Negociar con ETA
Miguel Martínez
M E contaba el otro día un compañero de viaje que uno de sus sobrinos en edad escolar tiene el Inglés atravesado. Parece ser que el chaval no tiene facilidad con el idioma de Smith -elijan ustedes el Smith que les parezca, que a buen seguro encontrarán a lo largo de la historia cientos de Smith de parla anglosajona, que les podrán servir de modelo de conducta y que sean merecedores de ser puestos como ejemplo-, y ha decidido tirar la toalla. El planteamiento del sobrino es harto sencillo. Afirma querer ser pintor de brocha gorda, que, a tenor de cómo vive un pintor conocido por él, se ganan la vida estupendamente, y que, para ejercer el referido oficio, maldita la falta que le hace el idioma. Cuando su tío intentaba encontrar, en relación a la lengua inglesa, utilidades que pudieran resultarle atractivas al crío, como el hecho de poder salir de vacaciones a cualquier lugar del mundo y entenderse con los aborígenes de los cinco continentes, el chaval respondía que él, cuando sea pintor y rico, sólo veraneará en Marbella, como la Preysler, y allí -de nuevo la conclusión se imponía- maldita la falta que le hace el puñetero Inglés. Mi compañero está a un paso de abandonar cualquier otro intento de persuasión porque el crío parece tenerlo muy claro. Busca el chaval un oficio que no le requiera demasiadas complicaciones y que le permita llevar el mismo tren de vida que ese pintor conocido suyo que se ha comprado un chalé de los que quita el hipo y un deportivo de envidia. Y es que, efectivamente, hay profesiones que encierran una enorme dificultad. Algunas de ellas –Presidente del Gobierno, por poner un ejemplo- entrañan además un plus de complejidad residente en el hecho de ser materialmente imposible actuar de manera que se contente a la totalidad de la población, entendiendo por totalidad el 98% de la misma, dejando de lado de antemano a ese 2% de cabreados con el mundo, que las estadísticas estiman existen en cualquier colectivo, y a los que es imposible contentar dado que absolutamente nada de nada les parece correcto, ya venga de la derecha, de la izquierda, del Norte, del Sur, del Este o del otro. En un pretendido ejercicio de empatía con el Presidente del Gobierno, y estando sobre la mesa el espinoso tema de la negociación con ETA, es absolutamente comprensible que a uno le asalten las dudas y se pregunte por dónde se ha de tirar -o hasta qué punto se ha de considerar razonable llegar- en un intento de implicar, en tan difícil proceso, a la oposición, a las víctimas ( y en el más difícil todavía a las asociaciones de víctimas) y, en definitiva, a todos aquellos sectores que tengan algo que decir en relación al asunto. Y si ya, puestos empatizar, intentamos hacer lo propio con un militante del PP que se halle en la órbita y en la corriente ideológica de sus dirigentes, y que se sienta identificado con las manifestaciones que, relativas al tema de la negociación con ETA, están llevando a cabo sus mandamases, si intento ponerme en su pellejo, repito, me invade una sensación extraña que me confunde enormemente. ¿Por qué? Luego se lo cuento. Tomo nota de que les debo un “porqué”. Pero, si me lo permiten, saldaré mi deuda dentro de unos párrafos. Les ruego me consientan proseguir ahora con mi ejercicio de empatía. Estábamos intentando imaginar cómo se siente un militante del PP, de los que se consideran plenamente de acuerdo con el proceder de su partido en relación a la negociación con ETA, -disculpen mi insistencia. pero es absolutamente necesario, para que el ejercicio funcione, que el militante sintonice al 100% con la política de su partido-, y cómo interpreta este militante comprometido las siguientes palabras de boca del Presidente del Gobierno: “Si los terroristas dejan las armas sabré ser generoso”. O ésta otra: “Estoy dispuesto a tomar todas las iniciativas que fuesen necesarias (…) para que esta situación de cese de la violencia diese lugar a un proceso definitivo de paz” . Un militante del PP en sintonía con Acebes o Rajoy probablemente se preguntaría: ¿Generoso hasta dónde? ¿Todas las iniciativas? ¿Pero todas, todas? ¿No da la sensación que se está mendigando una tregua? ¿No será eso una bajada de pantalones ante los terroristas? O esta frase: "El Gobierno, y yo personalmente, hemos procurado a lo largo de estas semanas, en declaraciones y en hechos, transmitir señales de lo que estamos dispuestos a hacer por la paz". ¿No habrá quien ante esta frase pueda pensar que dichas señales quizás signifiquen un relajamiento en la lucha antiterrorista, o algo incluso peor? Y si eso fuera así ¿no sería ilegal? Y ésta otra expresada por un ministro: "Si se trata de contrastar la voluntad de diálogo de ETA, habrá que hacerlo directamente con la organización armada". Vamos, sentaditos en la misma mesa que los asesinos, al más puro estilo Carod. O ésta última del Secretario de Estado de Interior: "El proceso y el procedimiento (…) serán largos. No podrá haber nunca ni vencedores ni vencidos". Sin comentarios por parte del militante fiel del PP con el que intento empatizar. Y llegados a este punto, mi grado de confusión es tal que me turba la mente y me aturrulla las dos neuronas. Y si ustedes, mis queridos reincidentes, se están preguntando todavía la causa de tal confusión, ha llegado el momento de que les pague el “porqué” que les debo. La confusión me asalta porque el Presidente del Gobierno al que me refería, y cuyas frases les he reproducido aquí de modo textual, no es el actual sino el anterior. Son frases pronunciadas por don José María Aznar entre marzo y diciembre de 1998. Las del ministro fueron pronunciadas en diciembre de 1998 por quien lo fuera, de la cartera de Energía, don Josep Piqué. Respecto al Secretario de Interior, ya habrán deducido ustedes a estas alturas que se trata de Ricardo Martí Fluxá, también a fines de 1998. ¿Es o no es para estar confundido?
jueves, julio 20, 2006
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