sabado 22 de julio de 2006
Falacias de la paz perpetua
Valentí Puig
... Como presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero se ha volcado en la condena del comportamiento de Israel y, al no decir nada más, ha propagado la absolución beatífica de Hizbolá, Hamás, Teherán y Damasco. Es el grado cero de la política, identificable a la vez en la ambigüedad estructural de la aproximación a ETA...
ANTIQUÍSIMOS paisajes y vestigios de una cierta eternidad contemplan una vez más en tierras de Oriente Medio el paso de los guerreros y el rastro de la destrucción. Historia es tragedia y eso no tiene fin. En las salas de estar de la civilización occidental, frente al televisor que vuelca imágenes de horror y aniquilación, ya es casi una costumbre olvidar que existió alguna vez -como dice Lee Harris en «Civilización y sus enemigos»- una categoría de la experiencia humana llamada el enemigo. Se recordó con el 11-S o con los atentados de Madrid y Londres, pero para olvidarlo casi al instante, sin tener en cuenta un pasado que nos enseña que no hay fin de la Historia, ni reino de la paz perpetua. Quien lo crea -dice Harris- pone en riesgo la supervivencia de todas las cosas que tenga en estima. Minimizar la estrategia destructiva de Hizbolá por el mero hecho de que Israel le haya dado respuesta oportuna es una de las ideologías más fantasiosas que circulan, una suerte de Disneylandia que suplanta la tragedia real por la virtualidad de la «play station».
Aquí no se trata -como pretendía una reciente polémica en los Estados Unidos- de que haya quien se niegue a reconocer los errores de Israel o que indicarlos sea motivo para verse clasificado como antijudío: no, en realidad hemos regresado directamente al estadio retrógrado en el que el sionismo, por definición, es el mal. No se vislumbra otra explicación al hecho de que la representación ideológica de la crisis actual atribuya al agredido Israel -en Gaza por Hamás, en el norte por Hizbolá- la culpa entera del fragor contencioso, de la muerte y de la represalia. Mientras tanto, estados de la catadura de Siria e Irán quedan en la distancia brumosa e indefinida de los actores que cruzan el escenario como por casualidad, más bien propensos a responder como lo hacen por simple y estricta culpa de Israel. Frente a procesos democráticos de tanta solidez como el israelí -único en la zona- los votos que obtienen Hamás en Gaza o Hizbolá en el Líbano son materia altamente contaminada y, sin embargo, tienen el beneplácito de la opinión antiisraelí para asumir las mayores bondades.
Por mucho que les estorbe Israel, ni Egipto, ni Arabia Saudita, ni Jordania, ni la mayoría de países del Golfo Pérsico ni tan siquiera parte de la sociedad libanesa en estado de pánico dejan de pensar que Hizbolá es el origen de los males actuales. Irán y Siria, esas islas Caimán del terrorismo a gran escala, teledirigen el terrorismo tanto de Hamás como de Hizbolá. Un columnista del Líbano cristiano, Joseph Bishara, no ve cómo se puede pedir a Israel que cese el fuego en el Líbano mientras Hizbolá traiciona a los libaneses día y noche: «Hizbolá intenta provocar Israel a una guerra para camuflar los errores cometidos por los regímenes sirio e iraní, que usan de Hizbolá para aligerar la presión de la comunidad internacional sobre Teherán y Damasco». Aquí está la equivocación de quienes dejándose una vez más llevar por la inercia progre-populista del antisionismo no han detectado la nueva dimensión del conflicto en el Oriente Medio. Por el contrario, algunos observadores de la zona, distinguiendo entre los árboles y el bosque, dicen que ven cuajar de forma muy subrepticia un frente anti-Hizbolá en el mundo árabe, cada vez más temeroso de la reafirmación de Irán. Mientras tanto, en Teherán los estrategas de la teocracia iraní no niegan que Hizbolá sea uno de los pilares de su seguridad como primera línea de defensa frente a Israel. Oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní adiestran a los terroristas de Hizbolá en sus bases del Líbano, especialmente para el lanzamiento de mísiles fabricados en Irán.
Es por eso que exigir el desarme de Hizbolá es lo mismo que pedir que ETA deje las armas. Israel pretende aislar Hizbolá, descabezarla y tener garantías -una zona desmilitarizada, por ejemplo- de que desde el sur del Líbano no pueda ponerse en riesgo la seguridad de Haifa o incluso de Tel Aviv. Neutralizar y desarmar Hizbolá es un afán justo y legítimo que compete también a todas las sociedades abiertas.
La respuesta de la Unión Europea reproduce las más hondas contradicciones del enanismo político y de la sedación que inmoviliza los sistemas nerviosos, que son los que dan capacidad de reacción estratégica a un cuerpo. Somos como gnomos en el jardín de la política internacional, lleno de cizaña y de cepos. Tanta inacción, tanto eufemismo justificarían en no poca medida la escasa atención que Israel presta a lo que se le diga desde Europa. Tantas cosas se han dicho, tantas cosas no se han hecho, que ya parece lógica tanta doble vara de medir a la hora de no condenar el terrorismo palestino y a la hora de recriminar sistemáticamente a Israel. El joven Theodor Herzl estaba en París para cubrir el caso Dreyfus a finales del siglo XIX. El coronel Dreyfus, judío, había sido acusado de traición. Un intenso oleaje antisemita batió la conciencia europea. Anteriormente, Herzl había considerado que la solución del problema judío pasaba por su asimilación plena; después del caso Dreyfus, revelado inocente, Herzl ya no concibió otra opción que el sionismo.
Desconciertan la volatilidad y el mimetismo de una opinión pública -española, europea- que desatiende la contundencia de un dato tan evidente como es que Israel es el agredido y no el agresor. Al analizar los silencios sobre la nueva judeofobia, Pierre-André Taguieff preveía los efectos del pacifismo ciego que pone en un mismo plano al agresor y al agredido, siendo una forma «particularmente peligrosa de moralismo, ya que equivale a dejar actuar o a animar al agresor, paralizando al mismo tiempo al agredido y transformando en crimen su legítima defensa». Eso es lo que está ocurriendo, y, como presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero se ha volcado en la condena del comportamiento de Israel y, al no decir nada más, ha propagado la absolución beatífica de Hizbolá, Hamás, Teherán y Damasco. Es el grado cero de la política, identificable a la vez en la ambigüedad estructural de la aproximación a ETA. No saber reconocer al enemigo, no poder designarlo -dice Taguieff-, no atreverse a movilizarse contra él, es el grado cero de la política, también el grado cero de la geopolítica. Lo vimos inmediatamente después del 11-M.
viernes, julio 21, 2006
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