miercoles 26 de julio de 2006
Ventanas, vecinos y camiones en llamas
En esta sociedad cobarde que nos fabrican los apóstoles del yo no he sido, el valor se lleva poco-->
Tengo delante, junto al teclado del ordenata, dos noticias recortadas de los diarios. No era mi intención ponerlas juntas, pero el azar reparte sus propias cartas; y hoy, ordenando papeles, han aparecido una tras otra, combinándose solas. La primera se refiere a un clásico de nuestro tiempo: una mujer se resiste durante veinte minutos a un violador sin recibir ayuda. Lo de clásico no lo atribuyo a la violación, sino a los veinte minutos de indefensión en plena vía pública. Supongo que algunos de ustedes recuerdan el hecho, pese a que fue recogido por los diarios muy en pequeñito, a una mezquina media columna, como si el asunto tuviera poca chicha. Y lo de vía pública no es una frase hecha. El intento de violación fue clamoroso, en pleno casco urbano, bajo las ventanas de una calle donde los vecinos, asomados, presenciaron el ataque y escucharon los gritos de socorro de la mujer sin que ni uno sólo de ellos bajase a ayudarla. Durante veinte minutos la mujer resistió a su agresor, peleando para no ser violada mientras pedía ayuda y el otro la molía a palos. Sólo al cabo de esos veinte minutos, tal vez porque los gritos no lo dejaban dormir a gusto, uno de los mirones decidió, al fin, llamar a la Guardia Civil. Y cuando los picoletos llegaron, la mujer seguía allí, sola con su agresor, luchando. El honor de tener semejante vecindario corresponde a la localidad barcelonesa de Villafranca del Penedés; aunque, siendo ecuánimes, podemos aventurar que eso mismo podía haber ocurrido en cualquier otro lugar de España, y seguramente el comportamiento habría sido idéntico. Tal como anda el fangal, con la Dura Lex sed Lex, Duralex, hecha un bebedero de patos, contaminada por políticos y golfos de todo pelaje y más atenta al cantamañanismo socialmente correcto que a las necesidades reales de la gente, nadie quiere complicarse la vida. Bajas a la calle, le sacudes un mal golpe al violeta -éste encima se llamaba Jalal, o sea, Noli Me Tangere-, y al final el malo sale libre en cuatro días y tú te buscas la ruina. Lo que pasa es que, en fin. Ningún bien nacido se plantea esa consideración, supongo, ante lo inmediato del hecho. Una mujer que pide socorro bajo tu ventana, contigo asomado, te busques la ruina o no te la busques, es lo que es. Y quien se queda sin hacer nada es un perfecto mierda, se mire por donde se mire. Así que en la calle correspondiente de Villafranca del Penedés -cómo lamento desconocer el nombre, pardiez- pueden repartirse el delicado adjetivo entre quienes corresponda. Que esa noche fueron unos cuantos. El segundo recorte de prensa, sin embargo, toca otra tecla. Es algo así como cuando estás a punto de echar la pota -hay días en que este país con tanta rata resulta un vomitivo eficacísimo-, y de pronto algo templa tu estómago y tu corazón, reconciliándote con el género humano. Porque el recorte es de una foto en la que un hombre intenta socorrer a otro que le tiende los brazos. Ocurrió, como sin duda recuerdan, hace cosa de un mes, cerca de Madrid; cuando un joven montañero que volvía de la sierra se lanzó a socorrer a un camionero accidentado que al final, aunque fue rescatado, no sobrevivió. En realidad la foto es muy simple: entre las llamas de un camión volcado tras caer por un terraplén, un hombre valiente se juega la vida por ayudar a otro que gritaba «sacadme de aquí». La foto recoge el momento inmediato al abrazo de ambos, que tienden las manos el uno hacia el otro: el que está atrapado en la cabina humeante y rota del camión y el que se le acerca pese al fuego, intentando rescatarlo. Este último podía haberse mantenido al margen, como los vecinos de esa calle barcelonesa cuyo nombre siento no conocer. Podía haber permanecido apoyado de codos en el quitamiedos, como aquéllos en los alféizares de sus ventanas, contemplando el paisaje; o telefonear a la Guardia Civil diciendo que allí abajo se quemaba vivo un fulano, que espabilaran o iban a encontrarlo hecho un torrezno. Sin embargo, en vez de eso, saltó a la barranca y se jugó la vida. Ya he dicho que era un hombre valiente, virtud -virtus en el sentido romano y latino de la palabra- que, por alguna singular razón, en esta sociedad cobarde que nos fabrican los apóstoles de lo equilibrado, del yo no he sido, de lo cómodo y de lo razonable, se lleva poco. Y como a diferencia del nombre de la calle miserable de Villafranca del Penedés éste sí lo conozco, pues lo escribo: Vicente Sánchez, 27 años, sindicalista, de Usera. Y con dos cojones
Ventanas, vecinos y camiones en llamas
En esta sociedad cobarde que nos fabrican los apóstoles del yo no he sido, el valor se lleva poco-->
Tengo delante, junto al teclado del ordenata, dos noticias recortadas de los diarios. No era mi intención ponerlas juntas, pero el azar reparte sus propias cartas; y hoy, ordenando papeles, han aparecido una tras otra, combinándose solas. La primera se refiere a un clásico de nuestro tiempo: una mujer se resiste durante veinte minutos a un violador sin recibir ayuda. Lo de clásico no lo atribuyo a la violación, sino a los veinte minutos de indefensión en plena vía pública. Supongo que algunos de ustedes recuerdan el hecho, pese a que fue recogido por los diarios muy en pequeñito, a una mezquina media columna, como si el asunto tuviera poca chicha. Y lo de vía pública no es una frase hecha. El intento de violación fue clamoroso, en pleno casco urbano, bajo las ventanas de una calle donde los vecinos, asomados, presenciaron el ataque y escucharon los gritos de socorro de la mujer sin que ni uno sólo de ellos bajase a ayudarla. Durante veinte minutos la mujer resistió a su agresor, peleando para no ser violada mientras pedía ayuda y el otro la molía a palos. Sólo al cabo de esos veinte minutos, tal vez porque los gritos no lo dejaban dormir a gusto, uno de los mirones decidió, al fin, llamar a la Guardia Civil. Y cuando los picoletos llegaron, la mujer seguía allí, sola con su agresor, luchando. El honor de tener semejante vecindario corresponde a la localidad barcelonesa de Villafranca del Penedés; aunque, siendo ecuánimes, podemos aventurar que eso mismo podía haber ocurrido en cualquier otro lugar de España, y seguramente el comportamiento habría sido idéntico. Tal como anda el fangal, con la Dura Lex sed Lex, Duralex, hecha un bebedero de patos, contaminada por políticos y golfos de todo pelaje y más atenta al cantamañanismo socialmente correcto que a las necesidades reales de la gente, nadie quiere complicarse la vida. Bajas a la calle, le sacudes un mal golpe al violeta -éste encima se llamaba Jalal, o sea, Noli Me Tangere-, y al final el malo sale libre en cuatro días y tú te buscas la ruina. Lo que pasa es que, en fin. Ningún bien nacido se plantea esa consideración, supongo, ante lo inmediato del hecho. Una mujer que pide socorro bajo tu ventana, contigo asomado, te busques la ruina o no te la busques, es lo que es. Y quien se queda sin hacer nada es un perfecto mierda, se mire por donde se mire. Así que en la calle correspondiente de Villafranca del Penedés -cómo lamento desconocer el nombre, pardiez- pueden repartirse el delicado adjetivo entre quienes corresponda. Que esa noche fueron unos cuantos. El segundo recorte de prensa, sin embargo, toca otra tecla. Es algo así como cuando estás a punto de echar la pota -hay días en que este país con tanta rata resulta un vomitivo eficacísimo-, y de pronto algo templa tu estómago y tu corazón, reconciliándote con el género humano. Porque el recorte es de una foto en la que un hombre intenta socorrer a otro que le tiende los brazos. Ocurrió, como sin duda recuerdan, hace cosa de un mes, cerca de Madrid; cuando un joven montañero que volvía de la sierra se lanzó a socorrer a un camionero accidentado que al final, aunque fue rescatado, no sobrevivió. En realidad la foto es muy simple: entre las llamas de un camión volcado tras caer por un terraplén, un hombre valiente se juega la vida por ayudar a otro que gritaba «sacadme de aquí». La foto recoge el momento inmediato al abrazo de ambos, que tienden las manos el uno hacia el otro: el que está atrapado en la cabina humeante y rota del camión y el que se le acerca pese al fuego, intentando rescatarlo. Este último podía haberse mantenido al margen, como los vecinos de esa calle barcelonesa cuyo nombre siento no conocer. Podía haber permanecido apoyado de codos en el quitamiedos, como aquéllos en los alféizares de sus ventanas, contemplando el paisaje; o telefonear a la Guardia Civil diciendo que allí abajo se quemaba vivo un fulano, que espabilaran o iban a encontrarlo hecho un torrezno. Sin embargo, en vez de eso, saltó a la barranca y se jugó la vida. Ya he dicho que era un hombre valiente, virtud -virtus en el sentido romano y latino de la palabra- que, por alguna singular razón, en esta sociedad cobarde que nos fabrican los apóstoles de lo equilibrado, del yo no he sido, de lo cómodo y de lo razonable, se lleva poco. Y como a diferencia del nombre de la calle miserable de Villafranca del Penedés éste sí lo conozco, pues lo escribo: Vicente Sánchez, 27 años, sindicalista, de Usera. Y con dos cojones
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