viernes 21 de julio de 2006
El peligro para Occidente del Oriente Medio
José Meléndez
H AY más afinidades de lo que pudiera creerse entre el izquierdismo, en todo su abanico, y la extrema derecha, aunque los izquierdistas nunca lo admitan, y una de ellas es su judeofobia. En los extremistas de derecha, esta fobia está determinada por consideraciones racistas y en la izquierda por su odio a Israel, no por ser un estado judío, sino por ser aliado de los Estados Unidos. Este es un sentimiento extendido en toda la vieja Europa, alimentado no solamente por razones de ideología izquierdista, sino por el recelo de un continente hacia la pujante nación norteamericana que le ha quitado su papel ancestral de timón del mundo. La juventud europea del 68, que vitoreaba a Mao y vituperaba la guerra del Vietnam, mostraba un odio profundo a Israel y, posteriormente, trató de convertir en gestas la lucha palestina, aglutinada en un personaje tan siniestro y sinuoso como Yaser Arafat. Así nacieron los denuestos a la Guerra de los Seis Dias y trató de presentarse como un triunfo árabe la del Yon Kipur. Y, posteriormente, nació la Intifada como símbolo de un pueblo oprimido. Pero nunca se ha reconocido el sufrimiento de otro pueblo, expulsado de su Judea histórica, diseminado por el mundo en un éxodo interminable y que cuando los políticos acordaron concederle un territorio en 1.948 y se creó el Estado de Israel, ha tenido que dormir desde entonces con el fusil a la cabecera de la cama. El conflicto entre palestinos y judíos se pierde en la noche de los tiempos y ha generado un caudal de odio y rencores de tal magnitud que hace prácticamente inviable el vislumbrar una esperanza de solución, porque cuando ésta se intenta por la mediación internacional y, sobre todo, por el convencimiento de las mentes sensatas de ambos bandos, surge el extremismo radical y violento de facciones como Hamas e Hizbolá para volver a torpedear las negociaciones y dejar de nuevo el problema en toda su descarnada e injusta crudeza. La desaparición de dos seres tan negativos como Arafat y Ariel Sharon, hizo concebir unas esperanzas que desgraciadamente no se han cumplido y la situación está ahora de nuevo en uno de sus peores momentos, porque Irán y Siria, sobre todo la primera, son las que mueven los hilos de esta marioneta sangrienta, que juega con instintos primitivos y se han dado cuenta del desbarajuste político por el que atraviesa la Autoridad Palestina para sacar provecho de acuerdo con sus intereses. El anti israelismo cobra actualmente en España caracteres desorbitados en este momento de desquiciamiento político e impulsos sectarios en el que desgraciadamente vivimos. Comienza donde comienzan ahora todas las ideas rompedores, en el presidente del gobierno de la Nación, que lanzó hace unos días una diatriba inadmisible contra un estado soberano como es Israel, sin mencionar para nada los continuos ataques que han determinado la reacción israelí, y continúa en el constante machacar de los telediarios y los medios de comunicación afines, mostrándonos un panorama de ruinas y de multitudes exaltadas que llevan sus muertos a cuestas, sin apenas fijar su atención en los desgarrones que el terrorismo palestino causa en la población hebrea, y termina en los insultos repetidos a Israel del jefe de la oposición en la comunidad de Madrid, Rafael Simancas, que parece hacer esfuerzos denodados para arrebatarle a Gaspar Llamazares el título de campeón de los tontos. Porque de tontos es, si no de malintencionados, criticar el viaje de Esperanza Aguirre a Israel a fuerza de insultar al país anfitrión. Dejando aparte los sectarismos y la sinrazón, conviene fijarse en dos puntos que son cruciales para que el mundo occidental pueda seguir llevando una vida tranquila dentro del sistema democrático: la creciente amenaza que representa para nuestra civilización el fanatismo del integrismo islamista y el hecho incuestionable de que Israel puede considerarse como la última frontera que defiende a Occidente. El eminente orientalista Bernard Lewis, profesor emérito de Estudios Orientalistas de la Universidad de Princenton que lleva más de setenta años dedicados a estudiar el Oriente Medio y puede considerarse como la máxima autoridad en esa materia, alertaba en una entrevista publicada hace pocos días –haciendo la salvedad de que el terrorismo islamista no es parte de la tradición del Islam- del peligro que representa el hecho de que el pueblo musulmán no establece una distinción entre religión y cultura de la civilización; utilizan la misma palabra para ambos conceptos y eso da lugar a trágicos malentendidos por parte de los integristas, añadiendo que si el régimen iraní desarrolla un arma nuclear no la lanzará un misil ni la transportará un bombardero, porque sería como ponerle un remitente, sino que la facilitará al terrorismo islamista para que la use contra la civilización occidental que combate. Ahora Irán utiliza a Hizbolá, con la inapreciable ayuda de Siria que pretende con ello continuar con su dominio sobre el Líbano, para desestabilizar de nuevo y en mayor medida una zona convulsa en la que Israel, con su experiencia guerrera y su poderoso ejército, es la principal barrera a la expansión islamista. La impunidad en que Hizolá se ha movido hasta ahora en el Líbano, espoleada por el triunfo electoral de Hamas en el territorio palestino, ha terminado por abocar la situación a una nueva guerra, que siempre han comenzado en la zona de la misma manera. Primero se tantea la capacidad de aguante de Israel –esta vez con el secuestro de soldados- y cuando los aviones y los tanques israelíes entran en acción el conflicto está servido y la progresía del mundo occidental los tacha de agresores. La lluvia de cohetes “Katiusha” que cae diariamentre sobre Haifa y otras ciudades israelíes no tiene nada que ver con la manida foto de Las Azores y los resentimientos socio-políticos de un viejo mundo que no acierta a renovarse por completo. Ni los muertos producidos por los terroristas suicidas en Tel Aviv o Jerusalén pueden tomarse como consecuencia de la presencia de las tropas norteamericanas en Irak. Esos terroristas, provenientes de las distorsionadas corrientes interpretativas del Coran, como son los salafitas, los wahabistas –de cuya doctrina se nutren los partidos baazistas de Irak y Siria- y la misma Al-Qaida, tienen ya bien probado que pueden actuar en cualquier parte del mundo y, sobre todo, en Europa, porque, como señala Bernard Lewis, tienen la creencia de que Europa, con su masiva inmigración de musulmanes, pertenece ya al mundo islámico o, por lo menos, está en fase de transición, y hay que librarla de una civilización occidental que consideran oprobiosa y contaminante. Y mientras los europeos nos sigamos perdiendo en consideraciones filosóficas y seudomorales, mientras nos dejamos llevar por nuestros propios sentimientos partidarios y enterramos con dolor a los muertos por la ola fanática, Israel está en la primera línea haciendo frente a esa ola de la única forma posible mientras la razón no se imponga. Y la razón se impondrá cuando dos pueblos que llevan muchos siglos enfrentados, se convenzan que están destinados a compartir la misma tierra y puedan vivir en ella en paz y ambos, con la ayuda internacional, puedan erradicar la semilla violenta de los radicales. En eso es en lo que tiene que ayudar el mundo occidental, sin partidismos aprioristas ni condenas más o menos formales que no conducen a nada.
jueves, julio 20, 2006
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