martes, julio 04, 2006

Mala conciencia

miercoles 5 de julio de 2006
Mala conciencia

Por IGNACIO CAMACHO
HA sido todo un detalle del PSOE vasco el de aplazar la prevista reunión con Batasuna por respeto al duelo de los 41 fallecidos en el accidente de Valencia. Realmente, una delicadeza, un gesto sensible y muy humano. Pero es fácil sugerir otro mejor, y de más grandeza: ¿por qué Patxi López no suspende indefinidamente esa cita por respeto a las más de 800 víctimas del terrorismo sobre cuyas muertes jamás tuvieron los batasunos una palabra de condolencia?
Porque, hombre, está bien considerar que los deudos de los difuntos del metro valenciano merecen una deferencia en estos momentos de luto colectivo. Pero... ¿Y la memoria de los asesinados por ETA, no sería acreedora de una cortesía similar? Sus allegados, desde luego, están que trinan ante la perspectiva de ver a López tomando café en un hotel de la ría del Nervión con los portavoces políticos de los asesinos, otorgándoles respetabilidad y devolviéndoles por la vía de los hechos la categoría de interlocutores que les había arrebatado la ley. Y si la tragedia de Valencia conmueve la piedad de cualquier bien nacido, con más razón debería perturbar los buenos sentimientos de un dirigente democrático el dolor de una pléyade de huérfanos sin más consuelo que el de la dignidad de su aflicción.
Como esta elemental asimetría de su pretendido miramiento no se les escapa ni al propio López ni a su jefe Zapatero, es lógico pensar que la razón real del aplazamiento del encuentro con Otegi no es exactamente la que se nos ha pretendido colar. Así que quedan dos posibilidades verosímiles: que el juez Garzón estuviera dispuesto a interferirse en la cita siguiendo el espíritu de su colega Marlaska -aunque Garzón parece haber vuelto de Nueva York repentinamente persuadido de las bondades del relativismo jurídico-, o que se trate de una suspensión preventiva para salvaguardar al presidente del Gobierno de una eventual sacudida de ira popular en el funeral valenciano.
Secuencia de hechos objetivos: se convoca la reunión, descarrila el metro, Zapatero anuncia su retorno inmediato de la India y se suspende la cita. El detalle crucial es que la suspensión no tiene lugar hasta que, horas después de la catástrofe, el presidente decide volver de viaje para personarse en las exequias. Alguien debió de reparar en la posibilidad de un recibimiento amargo, máxime tratándose de una ciudad en la que el PP cosecha abundantes mayorías. Y llamarían a Otegi: «Oye, ¿te importa que lo dejemos para un poco más tarde, que no está el horno para bollos?». El batasuno diría que sí, no faltaba más, para eso están los amigos. De paso, se queda ante la opinión pública como gente sensible ante el desconsuelo del pueblo.
Pero no cuela. Porque después de despreciar a ochocientas víctimas perfectamente elegidas no se puede ir de exquisito con cuarenta muertos accidentales. La figura se llama mala conciencia, y los protagonistas de la escena sabrán por qué sienten esa incómoda cosquilla en el fondo de sus médulas.

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