viernes 14 de julio de 2006
Dos historias diferentes con una conclusión común
Félix Arbolí
1.- MI AMIGO CHEMA. LE conozco desde hace más de veinte años y es una persona excepcional, de esas que la suerte nos depara la oportunidad de conocer y tratar. Sencillo y correcto, a pesar de tener una carrera brillante y difícil, reservada a los que tienen una menta privilegiada y un tesón inasequible al desaliento y desarrolla un trabajo de enorme responsabilidad e importancia. Es de esas personas que prefieren pecar de “mudismo”, antes que poder ofender o descalificar al compañero, tertuliano o amigo. Jamás le he oído pronunciar una grosería y ha tenido muchos momentos y justificaciones para ello, ni elevar su voz más de lo habitual, aunque su interlocutor estuviera en pleno paroxismo. Es una persona que deja huella y admiración, excelentes vibraciones, en su entorno. Una “rara avis” en este mundo de alocados. Su familia, a la que he ido conociendo en el transcurso de los años, no le desmerece lo más mínimo. Son todos encantadores, pero en el más amplio sentido de esta palabra. No he visto jamás una unión tan fuerte, armónica y solidaria entre todos los hermanos. Su anciana madre, a la que veneran y quieren todos ellos, puede sentirse orgullosa de esa “camada” que ha sabido sacar adelante y hacerlas personas que destacan y causan admiración al que se asoma al corazón y la amistad de tan buena gente. Nosotros lo consideramos como de nuestra propia familia y es una grata presencia en todo acontecimiento que celebremos. El sabe que lo queremos de verdad, que no es puro compromiso social cuando requerimos su asistencia a cualquier evento, sea de la índole que sea. Hasta en la elección de su pareja, hemos tenido nuestra influencia y muy decisiva, ya que se trata de una mujer a la que consideramos como de la familia y con la que hemos mantenido una especialísima y entrañable relación independiente a la de él, durante un período igualmente largo. Ha sido y es una más en nuestro entorno familiar. Una pareja muy enraizada en nuestro cotidiano quehacer, gozar, sufrir y vivir, sin la cual, todos notaríamos que nos falta algo. Que no está la lista completa. Mis hijos tienen con ella un trato casi como de hermanos y mis nietos la consideran como una verdadera tía, la “Tía Peque”, (debido a su no muy elevada estatura y a su aspecto más de niña que de mujer). Desde que abrieron sus ojos y estrenaron su caminar por este mundo, la han tenido a su lado, formando parte importante de la familia y demostrando en todo momento ser una” tía” muy querida y cariñosa. La madre de Chema, es una señora ya mayor, que asiste a su misa y comulga diariamente. Tiene una fe muy arraigada y se puede afirmar que sus hijos, pueden ser más o menos practicantes de la doctrina que han heredado de sus antecesores, pero no son agnósticos, ni adversos a la religión. Todo lo contrario. Respetuosos con toda creencia política y religiosa, aunque no se sientan vinculados o solidarios con sus principios y teorías. Mi amigo prefiere ocupar un segundo y discreto plano y guardar un valiente silencio, a enfrascarse en una diatriba, debate o discusión entre personas a las que considera y siente como amigos y discrepan con sus ideas. Algo que, a veces, no saben comprender los tertulianos y le siguen machacando y torturando esperando que salte el león enfurecido, aunque éste continua sordo y haciendo mutis. Y podría hacer una eficaz y poderosa defensa de sus ideas, porque su formación cultural así se lo permite. Chema es o, al menos, sus tendencias giran hacia la izquierda, sin que ello suponga un defecto o trauma para el que sepa respetar su ejemplar comportamiento y honestidad y considere que no tiene fundamento discrepar de sus ideas políticas para que pueda resentirse una amistad de muchos años y enormemente positiva para ambas partes. El nunca habla de política, ni saca a colación cualquier evento que pueda ocasionar un enfrentamiento dialéctico en la reunión. No todos piensan como él, ni son tan sensatos y correctos en el respeto y la tolerancia a las ideas del compañero o partícipe de la tertulia. Yo si le comprendo y admiro su fortaleza para no reaccionar a los “envites y órdagos” que le lanzan, sin darse cuenta que la amistad y el aprecio a ese ser , valen mucho más que las disquisiciones sobre unas teorías e ideas que no merecen la pena tratar cuando con ellas podemos ofenderle y estar amargándole la jornada. He podido llegar a la conclusión que ser de izquierda, no significa ser el blanco o servir de diana para la venganza, el rencor, las ofensas y las descalificaciones que por regla general, sin las debidas consideraciones, se suelen manifestar y producir. No todos los gatos son negros y arañan, los hay blancos, grises y castaños y que gustan dormir o permanecer pacíficamente, aunque sean tan mininos unos como otros. Se puede estar conforme con esa teoría política y social, sin extremismos, que él no los justifica ni desata, y no por ello tener que considerarlo indeseable y todas esas “lindezas” a las que tenemos acostumbrados a los que no son afines a nuestro ideario político, sin darnos cuenta, ni detenernos a reflexionar, que en muchas ocasiones nos dan una lección de civismo, respeto y evitación de cualquier ofensa. No todos los que tiran a la izquierda, me dirán, son iguales, ni tan mesurados y respetuosos. Ni tampoco los que sienten el lado derecho con mayor fuerza son, sin excepción, unos ángeles celestiales y redentores de la Humanidad. No tienen la exclusiva de la tolerancia, la corrección y el estar dispuestos al diálogo para no acabar en la descalificación y la ofensa, evitando de esa forma la bronca y la exaltación de los ánimos entre amigos. Claro que estas consideraciones, nada tienen con ver con el mundo enrevesado, frustrado y cínico de los que ejercen la política como medio de vida y mejor manera de medrar en el conjunto de los privilegiados. Yo respeto sus ideas y el respeta las mías, sin que se enturbie por nuestras diferencias políticas, una buena y antigua amistad que debe prevalecer por encima de todo. España sería de otra forma si existieran muchos Chemas en ambos bandos, con su ejemplar manera de comportarse, respetar y tolerar las diferencias con el contrario, sin necesidad de griteríos, amenazas e insultos. 2.- MI INOLVIDABLE ENFERMERA GITANA. POR razones ya conocidas en anteriores artículos, tuve que permanecer en el Hospital l2 de Octubre, algo más de tres meses. Mes y medio en la UCI, totalmente desahuciado, cruzando esa raya imperceptible que nos separa de lo finito a lo eterno. Dejando atrás la vida en un confuso y oscuro viaje a lo desconocido, donde todo parece perder su importancia. Luego, gracias a Dios y a los cuidados de un maravilloso equipo médico, que usó cuantos medios se le presentaban para vencer a la muerte, logré regresar tras contemplar ese maravilloso resplandor, que me llamaba dulcemente para que me integrara en su luminosidad, impregnada de un amor y una paz, como jamás había experimentado en toda mi existencia. Al final, el milagro que nadie esperaba, se produjo. Algo que ni el mismo médico, mi admirado Doctor Ferreol, jefe de esa Unidad Especial, podía creer, a pesar de que derrochó ciencia y paciencia sin límites, para que este cuerpo regresara del Más Allá y recuperara nuevamente su rumbo en la vida. Nunca podré agradecer lo suficiente lo mucho que debo no sólo a este prestigioso profesional de la Medicina y la solidaridad y la constancia en el cumplimiento de su trascendental deber, sino al resto del personal de ese centro sanitario, (donde aún acudo a las necesarias revisiones), en el que encontré un magnífico y solícito comportamiento desde la que hacía el servicio de habitaciones, hasta el Jefe de la Unidad de Cardiología, Doctor Gómez Sánchez, que es el que tiene bajo su responsabilidad y nunca podría estar en mejores manos, la continuación y mejora de mi existencia. Aunque hubo casos aislados de intolerancia, poco afecto al paciente y hasta grosera desatención al que la necesitaba, por parte de tres enfermeras, cuyos nombres y rostros no pude conocer, ya que cogí el llamado “virus de la UCI” y tenían que entrar en mi habitación con mascarillas, puedo afirmar que el comportamiento general, las solícitas atenciones y el cuidado intensivo durante toda mi estancia en el centro, se pueden calificar como sobresalientes y hasta de matrícula de honor. Es una etapa de mi vida que a pesar de los motivos que la impulsaron, la puedo considerar tremendamente positiva y muy aleccionadora sobre la bondad del ser humano y el impagable trabajo de esos ángeles de la caridad que con sus desvelos, ternuras y atenciones, hacen más placentera la estancia y el dolor del enfermo que tienen a su cuidado. Puedo asegurar que, con su manera de ser y la abnegación que derrochan en su día a día, consiguen mejores resultados y recuperaciones que con la propia medicina. Conocí en estos meses de inactividad, aislamiento y gravedad, a una enfermera gitana. Tuve la gran suerte de que en algunas ocasiones, le tocara su turno en mi sector. Era, sin lugar a dudas, la mayor bendición a la que podía aspirar un enfermo en mis nefastas e inactivas condiciones. Siempre estaba pendiente del menor movimiento o señal que le indicara precisaba su ayuda. Acudía rápida. Por señas o intuición profesional, sabía donde estaba esa anormalidad que me molestaba y con toda urgencia ponía el máximo interés y empeño en remediarla. A través de su mascarilla, pude advertir unos ojos negros, grandes, preciosos, que denotaban amor y ternura para ese pobre ser enfermo que tenía a su cuidado y era sabedora de sus graves problemas. Cierta vez, al levantarme de la silla donde me dejaban permanecer unas horas, para romper la insufrible monotonía de la cama y no obedecerme las piernas, estuve a punto de caerme, aunque ella me tenía bien sujeto e instintivamente traté de agarrarme a lo primero que pude. Aunque no estaba para esos distingos y menesteres, eran sus partes salientes delanteras, los pechos en el lenguaje común, a los que yo me había asido para mantenerme en pie. Al advertir esa inoportuna selección, ajena totalmente a mi voluntad, (¡para esos quehaceres andaba yo!), retiré las manos rápidamente y al no poder hablar, (me habían realizado la traqueotomía, aunque luego recuperara totalmente el habla, gracias a Dios), advirtió en mi mirada la súplica de su perdón. -No se preocupe, agárrese donde pueda, sin apuros, ni complejos. Donde le sea más rápido y fácil- fue su contestación a mi mirada suplicante.. Era un encanto de criatura y un orgullo para los de su raza. Debió suponerle un gran esfuerzo alcanzar ese objetivo en el que demostraba poseer una gran sensibilidad y una evidente y constante profesionalidad nada fáciles de demostrar cotidianamente, como es de suponer, con pacientes tan molestos, delicados y que precisan unas constantes y enojosas atenciones. Creo que estaba pendiente de quedarse fija o tener que dejar su puesto. Lo más probable, con ese sentido de justicia que nos caracteriza, haya sido sustituido por otra, paya por más señas, con menos méritos, paciencia y condiciones para ello. Estés donde estés, querida enfermera y amiga, siempre te estaré agradecido y te contaré como una de las más bonitas sensaciones que experimenté en ese tiempo de sufrimiento y dolor. Tu etnia, tan menospreciada y marginada sin excepciones, ni fundamentos, tiene en tu ejemplar sentido del deber y tu solidaridad, una muestra más que suficiente para poner en duda la rotundidez de nuestros equivocados juicios sobre una raza, donde como en todas las demás, existen personas excelentes, buenas, buenas, mediocres y malas. Dos historias diferentes y auténticas, con un denominador común, el respeto, la bondad y la solidaridad para con el prójimo y el culto a la amistad por encima de toda ideología, complejo, consideración y presunción.
jueves, julio 13, 2006
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