martes 18 de julio de 2006
LA TIERRA DE LOS LIBRES
América es la libertad desatada
Por George Will
Como lectura para el 4 de Julio [1], abra un libro esclarecedor que aborda un conflicto trascendental del que puede que no sepa casi nada. Y es que la Guerra del Rey Felipe, eje central de una de las sorpresas editoriales del verano, dejó una profunda huella en América.
En estos tiempos de política estéril, los americanos están ávidos de biografías de los Padres Fundadores; pero ¿por qué hay tanta gente interesada en un libro –Mayflower: A Story of Courage, Community, and War (El Mayflower: una historia de coraje, comunidad y guerra), de Nathaniel Philbrick– que echa un vistazo descarado pero amable a una época que suele envolverse en un manto de espeso sentimentalismo cursi?
Una razón puede ser que es divertido leer acerca de la familia de uno: Philbrick estima que hay aproximadamente 75 millones de descendientes de los pasajeros del Mayflower (haga las cuentas: 102 pasajeros; 3,5 generaciones en un siglo. Pero recuerde: 52 de los primeros fallecieron de enfermedades y hambre antes de la primera primavera). Puede que una segunda razón sea que es una historia particularmente oportuna, ahora que América se halla inmersa en pleno choque de civilizaciones y, en el plano doméstico, en un debate sobre la inmigración y la cultura común.
"En la imaginación popular norteamericana –escribe Philbrick–, la historia de la nación comienza con los Peregrinos y después da un salto de más de 150 años, hasta Lexington y Concord y la Revolución". Tal versión pasa por alto, por ejemplo, los cruciales catorce meses de guerra (1675-76) que llevaron ulteriormente a Lexington y Concord. La guerra tuvo lugar entre los colonos ingleses y los indios pokanoket, liderados por Metacom, cuyo nombre inglés era Philip.
En una espiral descendente de seis décadas de incomprensión mutua y consecuencias no deseadas, la coexistencia difícil pero creciente entre los colonos ingleses y los nativos americanos se disolvió en un mar sospechas mutuas, conflictos y venganzas. Durante la guerra, la colonia perdió el 8% de sus hombres (en comparación con el 4 ó 5% de los adultos que murieron durante la Guerra Civil). Pero los nativos americanos salieron mucho peor parados. De los 20.000 que había en la región antes de la contienda, 2.000 fallecieron a consecuencia de las heridas, 3.000 por enfermedades o hambre, 2.000 huyeron al oeste o al norte y 1.000 fueron enviados como esclavos a las Indias Occidentales. Los impuestos y otros costes de la guerra perjudicaron tanto la vida económica que pasó un siglo antes de que los ingresos per cápita de Nueva Inglaterra volvieran a los niveles previos a la misma.
Philbrick escribe que tras la limpieza étnica, o la separación étnica, no había indios amistosos que sirvieran de muro de contención entre los colonos y los indios hostiles. Así que los colonos se vieron forzados a pedir ayuda a Londres. Al poco se nombró un gobernador real para que administrara Nueva Inglaterra. Después llegaron los irritantes impuestos (sobre los sellos, sobre el té) y los reclamos para obtener representación. Exactamente 100 años después de que terminase la Guerra del Rey Felipe nacía Estados Unidos.
Pero el espíritu americano surge en 1623. El libro de Philbrick da cuenta de ese hecho inherente a la política: el peaje que cobra la cruda realidad a la ideología, y de uno de los grandes motores de la vida americana: la fecundidad del individualismo y el egoísmo ilustrado.
El primer gran manuscrito americano de tamaño libro fue Of Plymouth Plantation (De la plantación de Plymouth), el diario de William Bradford, gobernador de la colonia durante casi 36 años. No se publicó íntegro hasta 1856, pero después fue leído con avidez por una nación embarcada en la expansión hacia el Oeste y temerosa de la guerra civil.
En un pasaje en que se compara la explotación agrícola privada y la comunitaria, Bradford anotaba, en 1623 y con motivo de una escasez de maíz, que los colonos comenzaban a pensar "cómo podrían cultivar" más. Finalmente, y tras prolongados debates, abandonaron la doctrina que trajeron consigo en el Mayflower y que postulaba que la agricultura debía ser una empresa colectiva y comunitaria. Decidieron que "todos los hombres dispusieran del grano para su propio uso, y confiaran en sí mismos". "Asignaron una parcela de tierra a cada familia"... y pusieron fin de esta manera al cultivo comunitario de la plantación.
"El éxito fue enorme –informaba Bradford–, pues todas las manos se pusieron a producir a escala industrial; tanto, que se cultivó más maíz del que nunca se había cultivado por cualquier otro medio". "Las mujeres iban ahora voluntariamente a los campos, y se llevaban consigo a sus vástagos; antes alegaban incapacidad o debilidad para no acudir, o clamaban que les obligaba a hacerlo una tiranía opresora". Así empezó América a salir del colectivismo. Apenas tres años después de su arribo al Nuevo Mundo (no en Plymouth Rock, y lejos de su destino pretendido, la boca del Hudson), los colonos comenzaron su carrera hacia el individualismo.
Así empezó a cobrar fuerza, para bien de todos, el hecho de que a los seres humanos les mueve, natural y poderosamente, el interés propio. Así comenzaron las energías desatadas de América a moverse hacia la libertad, a fuerza de voluntad y no de coerción. Así, en definitiva, echó a andar América.
[1] Fiesta Nacional de EEUU. Este artículo apareció en la Jewish World Review el mismo día 4.
Gentileza de LD
lunes, julio 17, 2006
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