martes, julio 18, 2006

Religion y terrorismo, la masacre que no cesa

miercoles 19 de julio de 2006
RELIGIÓN Y TERRORISMO: LA MASACRE QUE NO CESA
Félix Arbolí

L AS noticias sobre atentados, actos de terrorismo y masacres, han dejado de interesar. Ya sólo nos limitamos a ojear los títulos y pasar de página. Son asuntos demasiado frecuentes y con tan idénticos contenidos, que han ido perdiendo su poder de captación para el lector. Lo de Israel y el Estado Palestino, siempre en palpitante actualidad, va para largo y ninguna de las partes quiere dar su brazo a torcer, ni ceder un ápice en sus respectivas y encontradas opiniones. Ahora, para colmo, de nuevo aparece el Líbano e Hízbolá, (organización político-militar libanesa, chiita, surgida en 1982, que significa “Partido de Dios), en esta espiral de violencia. “ Tu matas, yo te mato porque matas y yo vuelvo a matarte, porque tu lo sigues haciendo”, en un interminable trabaluengas, donde se eliminan vidas humanas, sin que nadie ponga fin a este círculo vicioso que va sembrando de cadáveres esos míticos lugares, donde judíos, árabes y cristianos tienen la raíz de sus creencias religiosas. Ciudades y lugares sagrados, donde se debería respirar amor y tolerancia sin límites, convertidos por la ceguera del hombre y una interpretación equivocada de su fe, en trampas mortales donde las calles se llenan de cadáveres y cuerpos mutilados y los derruidos edificios en fosas improvisadas. Y el mundo sigue imperturbable esa escalada de odio, violencia y muerte, porque nuestros corazones se han endurecido y nuestras mentes han asimilado el mal como algo connatural con la condición humana. Este continuo enfrentamiento entre los descendientes de SEM, árabes y judíos, no tiene previsible un final feliz, a juzgar por las trágicas circunstancias del día a día que tienen como escenario este enclave del SO de Asia. Una patria que reclaman en exclusiva, usando la mayor violencia posible, los palestinos allí establecidos y los judíos, que incrementaron su presencia en la zona con la llegada en oleadas masivas tras la Segunda Guerra Mundial. Alcanzó tal magnitud este éxodo procedente de todos los rincones del mundo, que por mandato de la ONU se hizo la partición del país en dos Estados independientes, (1948). Y desde entonces, no ha habido tregua, ni jornada, sin muerte, dolor y enconadas pasiones por ambas partes, incluso cuatro guerras rápidas ganadas por los israelíes, que determinaron la merma del territorio árabe a favor del considerable aumento del judío, incluida la anexión de toda la capital, Jerusalén, en contra de lo establecido, que era su división entre los dos pueblos vecinos y contendientes. La historia del pueblo semita, se remonta a los inicios del V milenio antes de Cristo, a partir del cual se asentaron en Oriente Medio, donde desarrollaron una gran civilización, que no fue óbice para que a lo largo de su milenaria historia siempre haya estado envuelta en guerras, invasiones y actos violentos. La realidad es que en este avispero del mundo, los picotazos son continuos y mortíferos. El odio, la sed de venganza y el sádico rencor hacia el enemigo ha llegado a tales extremos que nadie está libre del atentado, el secuestro y la muerte, independientemente de su edad, condición y hasta nacionalidad, porque el terrorismo no selecciona a sus víctimas, sólo elige el escenario más adecuado para causar el mayor y más espectacular daño posible. Un problema contra el que no existe remedio altamente eficaz, ni tampoco es suficiente tener la mirada en continua observación de todo cuanto nos rodea. Surge donde y cuando menos se espera, el factor sorpresa es muy importante a sus objetivos criminales y mayor notoriedad internacional y sólo nos queda la suerte y oportunidad de no hallarnos en dicho lugar y alrededores o tener a nuestro ángel tutelar bien despierto, para que nos libre de sus horrendos resultados. Examinando la actualidad de este problema parece que nuestros ángeles protectores se hallan un tanto desfasados por el enorme incremento de su trabajo y la diversidad de escenarios elegidos y sus benéficas intervenciones no siempre llegan a tiempo para lograr su objetivo. La apología del terrorismo es inconcebible. No puede existir causa alguna que justifique la masacre indiscriminada de personas, ajenas al problema y a sus causas, bajo pretexto de defender una idea o perseguir un objetivo, por muy importante y justo que éste pueda ser. Ignoro, me cuesta creerlo, si en el Corán, ese libro sagrado del musulmán, escrito por el Profeta Mahoma, según revelaciones divinas, hay una saura, entre las 114 existentes o algún versículo o ayat, donde se prometa el paraíso y el goce de las voluptuosas y hermosas huríes eternamente a todo aquel que muera asesinando al pobre e inocente infeliz que, ajeno al problema político o religioso del terrorista, se encuentre allí en ese inoportuno momento. Tampoco puedo creer que Jehová sea ese Dios severo y rencoroso que nos presentan los judíos y que ordena el “ojo por ojo y diente por diente” y las lapidaciones y tantas otras barbaridades realizadas en su nombre. Creo que estos semitas hasta en su manera de aplicar las normas de sus prácticas religiosas se han pasado más de un pueblo, incluso todo un continente, diría yo. Nosotros tuvimos también nuestro terrorismo religioso, nuestra etapa negra y bárbara, bajo una dependencia eclesiástica nefasta y contraria en todo a la doctrina de amor y tolerancia predicada por Jesús. Esa Inquisición, a la que me resisto a anteponer lo de “Santa”, ha sido el mayor estigma y la más grande vergüenza que puede cometer una persona, mucho más usando el nombre de Dios para justificar sus torturas, iniquidades, cinismos y vejaciones. Es un periodo que cualquier católico quisiera poder omitir en la historia de su Iglesia, pero está ahí, escrito y confirmado, para deshonra de unos seres que “proclamándose hombres de Dios y actuando en su Nombre”, se entregaron sin piedad, ni remordimientos, (esto es lo más extraño), a las acciones más salvajes, sádicas y repugnantes que puede cometer un ser humano. Hasta religiosos, futuros santos y hombres piadosos e inocentes, fueron calumniados, acusados y condenados a sufrir los más horribles tormentos del hierro y el fuego, ante los que era imposible no acceder a lo que les indicaban y exigían. ¡Qué obtusa y bárbara mente la de esos cretinos que con el habito religioso y la cruz colgada de su cuello, eran capaces de ver “brujas” y “endemoniados”, donde solo había inocencia y cordura y no los vieran en sus miserables y cínicas existencias!. Bárbaros y cobardes “siervos de un Dios” que nada tenía en común con el que ellos pregonaban defender y venerar. ¡Cuantos crímenes e injusticias se han llevado a cabo y se continúan cometiendo usando el nombre de Dios para intentar justificarlos!. La lucha de judíos y palestinos, tiene como hemos dicho y es sabido un matiz religioso, aparte del político y racial. Es una especie de “cruzada” (aunque ninguno utilice este símbolo, como representación de su fe), que tiene enfrentados a ambos bandos, sin posible reconciliación. Ya pueden interceder otros países intentando imponer la paz en ese infortunado territorio. A lo sumo solo conseguirán la foto de manos estrechadas y sonrisas estereotipadas, para las portadas de la prensa internacional del día siguiente. Luego, regresados los respectivos representantes a sus límites habituales, volverán las voces disonantes, los ataques desproporcionados de tanques contra piedras y los misiles derribando edificios donde, entre sus moradores, mujeres y niños, puede estar oculto ese terrorista que están persiguiendo. Para hacer frente a ese Goliat de armas sofisticadas y ayuda inagotable por parte del Tío Sam, los palestinos usan una juventud fanatizada y exaltada, que se ofrece como arma humana y mortífera dispuesta a eliminar al mayor número de enemigos y de victimas que se hallen en su entorno. Una solución nada positiva, ni encomiable, porque no es la lucha contra el soldado que dispara, ni sus almacenes de abastecimiento militar o sus mandos, sino contra el turista, peregrino o vecino que goza su momento de ocio en una terraza, ajeno a los tanques y misiles judíos y, posiblemente, contrario a sus procedimientos. Pero vistas así las cosas, tan terrorista es el palestino que se inmola salvajemente en nombre de Alá, llevándose al otro mundo al mayor número de personas posibles, (sin que nada tengan que ver con su conflicto e incluso partidarios de su causa), que el tanque o misil judío que dispara su odio y su muerte sobre personas indefensas, críos que se les enfrentan con piedras o casas donde habitan personas ajenas a su ceguera racial, con el pretexto de que buscaban a un terrorista huido. Hay muchas clases de terrorismo, aunque muchos no quieran equipararlos, ni compararlos. Cuando el Holocausto, esa barbaridad e inhumano proceder del nazismo más fanático, el de las famosas “SS”, los judíos tuvieron la simpatía y la admiración de todo el mundo civilizado, incluidos musulmanes y cristianos, porque nadie podía permanecer insensible ante ese drama tan dantesco y espeluznante. Esa fue la mayor barbaridad juzgada contra el nazismo y fueron muchas las que cometió. Pero nadie se preocupó de los otros terroristas a los que la Historia aún no ha juzgado. Esos que implantaron su doctrina, exterminando a todos los disidentes o exiliándolos a esa inhóspita Siberia, para asegurarles una muerte dura y cercana. Los que subyugaron a las naciones vecinas, usando su mayor potencial ofensivo y armamentista, obligándoles a perder sus señas de identidad, sus creencias religiosas y sus ancestrales maneras de vivir, para iniciar un camino de privaciones, limitaciones y torturas cuya travesía les costó, usando las palabras de Churchill, (aunque referidas a Inglaterra), “sangre, sudor y lágrimas”. Los que, sin previo aviso, para experimentar un nuevo y terrorífico artefacto explosivo, usaron como cobayas a dos poblaciones japonesas (que habían respetado en todos los bombardeos anteriores, para conseguir que en ellas se refugiaran el mayor número de personas), provocando las dos primeras y únicas explosiones atómicas de la Historia contra ciudades y personas. Tampoco el señor Truman, orgulloso artífice de esta proeza ha sido debidamente juzgado por la Historia. ¿No se puede considerar esta acción como algo similar a un holocausto?. Mientras que el terrorismo, de la naturaleza que sea, no se persiga con dureza en el ámbito internacional, sin consideraciones de quien pueda ser la potencia que lo permita, utilice y defienda, seguiremos viendo en la prensa esas horribles escenas de niños, mujeres y ancianos hacinados en las casas y calles de sus ciudades, con las evidentes señales que deja la muerte. Nos acostumbraremos y esto es lo más horrible, a leer y contemplar esas barbaridades, como una noticia más de las habituales y normales. Ni en nombre de Alá, Jehová, ni de Jesús, se pueden alentar violencias, revanchas y rencores irreconciliables. Mucho menos matar a nadie. Ni en Israel, ni en Japón, ni en China, ni en Vietnam, ni en el más oculto rincón de este loco mundo. ¡Esa es la mayor blasfemia que podemos cometer!. Los árabes deben meditar profundamente en las recomendaciones que Mahoma les hace en El Corán. Advertirán, que contra el criterio de algún clérigo exaltado, no habla de odio eterno al infiel, ni induce a buscar la salvación en el uso de la violencia contra el prójimo. Los judíos tampoco deben creerse ese pueblo elegido, en el que está permitido todo procedimiento para ensanchar sus fronteras y humillar al vecino, por su mayor potencial guerrero gracias a quien todos sabemos. No deben olvidar que el gueto que ellos padecieron y sufrieron, no les da carta blanca para implantarlo en la actualidad contra los palestinos que, les pese a quien les pese, también están en su tierra y con todos los privilegios para vivir como seres libres e independientes dentro de sus fronteras. No es buena oportunidad hacer que la simpatía y admiración que sintió el mundo ante su tragedia, se transforme en antisemitismo, del que ya conocen sus consecuencias. En un documental sobre los controles judíos en distintas ciudades palestinas fronterizas, uno de los soldados encargados de autorizar el pase al sector israelí, decía ante la cámara, sin ocultar su rostro, con la más amplia de su sonrisa: “ Me gusta tener a estos palestinos paralizados horas enteras y hasta toda la noche, aunque esté diluviando (llovía copiosamente), porque no los considero personas, sino perros y como a tales los trato”. No se intimidó ante el hecho de que la mayor parte de esa “perrera humana”, fueran mujeres y críos que sufrían resignados los desagradables efectos de tanto odio. ¿Figurarán esas declaraciones e imágenes en el museo del Holocausto que existe en Israel?. No hubo constancia en este reportaje, sobre la posible sanción a ese miserable y desgraciado. Por si alguno lo pudiera dudar, fue en uno de los canales de documentales de Digital Plus.( 60, 62 o 65). Finalizo tan desagradable tema, advirtiendo que a Dios debe invocársele para rezar y no para intentar justificar el odio, el asesinato y la masacre indiscriminada.

No hay comentarios: