viernes 23 de julio de 2010
Manifestación
La trascendencia de una mentira
Antonio Robles
Desde hace treinta años, el catalanismo ha hecho del farol su método para tener a los distintos gobiernos de España psicológicamente sumisos.
En medio de esta bufonada de absentismo legal que ha protagonizado el nacionalismo parlamentario catalán desde la mani soberanista hasta la resolución parlamentaria contra la sentencia del Constitucional, quiero destacar una chiquillada que mueve a risa si no fuera porque aquí, en Cataluña, lo ridículo has de tomártelo muy en serio porque lo gestionan quienes reparten el presupuesto y escriben la historia. Me refiero al número de participantes reunidos bajo el lema: "Som una nació: Nosaltres decidim", el sábado 10 de julio de 2010 para contarnos el chiste ese de "¡suto o... muete!".
1.500.000 según Òmnium Cultural, 1.100.000, según la guardia urbana y 74.400 según Lynce, empresa especializada en determinar el número de manifestantes de forma empírica, contratada por EFE. Recomiendo ver el enlace de Lynce, y todos los datos y criterios escritos y gráficos que ofrece.
No hay nada más urgente que certificar científicamente el número exacto de los manifestantes del sábado 10 de julio. La dimensión de esa mentira es el reflejo de la naturaleza tramposa del resto de disparates nacionalistas. En su falsedad se sustenta hoy la deriva secesionista utilizada por los catalanistas como justificación de su fuerza para chantajear, con un poder y unanimidad que no tienen, la desafección de Cataluña de España.
Es una cuestión de seguridad de Estado. Que salga a concurso público el proyecto de recuento de manifestantes para que la empresa con mejor método y medios sea becada con el presupuesto necesario para determinar por encima de la opinión, el interés o la manipulación, la verdad en el número de asistentes. Sea la manifestación que sea y beneficie a quien beneficie. Y si no es bastante con una, que haya tres. Contra más contraste, mejor. Pero que ninguna dependa de los propios interesados ni de sus adversarios. Es el mejor dinero que puede gastar el Estado en los días desorientados que corren. No es la anécdota de la exageración, sino su incidencia en la categoría reflejada en la insumisión al Constitucional.
Desde hace treinta años, el catalanismo ha hecho del farol su método para tener a los distintos gobiernos de España psicológicamente sumisos. El peligro ahora, es que el farol está confundiendo también a amplias capas de la sociedad catalana, y lo peor, la falta de rigor del Gobierno de España está transmitiendo a esas capas sociales que todo es posible, incluso incumplir la ley. Hay que ser muy torpe para no ver la flacidez cívica de una sociedad que disfruta de los instintos que la insumisión institucional y mediática les produce pero es incapaz de prever las consecuencias conflictivas que pueden tener en el futuro.
El temor del Gobierno de España y del Congreso de los Diputados no ha de ser si Cataluña ha de ser más o menos soberanista como el catalanismo quiere hacer ver, sino de preocuparse de si unos catalanes van a seguir monopolizando el poder para excluir a todos los que no piensen como ellos. Hablando claro, ha de preocuparse de cómo desenmascarar y desactivar este franquismo estatutario y devolver a Cataluña a la realidad constitucional. No nos dejemos aturdir. El camino no es la conllevancia con la libertad soberanista de Cataluña, sino poner freno a la exclusión de los derechos laborales, culturales, nacionales, lingüísticos, etc. que unos catalanes imponen a otros.
Para estos otros, nuestra Cataluña es la España constitucional, es la Cataluña plural donde los soberanistas tengan los mismos derechos que los que no lo son. Y para eso está la democracia y la ley, sin exabruptos ni malas formas, sin bandos, sin dos Cataluñas como pretendió vender el pasado sábado el programa La Noria de Telecinco. Forzó un guión de dos Cataluñas, la soberanista y la roja enfrentadas en dos manifestaciones multitudinarias. No hubo tal enfrentamiento ni una fue la respuesta mecánica a la otra. Los incidentes de la manifestación soberanista del sábado 10 de julio se circunscribieron al ritual acostumbrado: una bandera española quemada por un grupo reducido y los abucheos a Montilla. Ni uno ni otro incidente tuvieron nada que ver con la jornada de fiesta espontánea de miles de seguidores de la Roja reunidos bajo pantallas gigantes y bares en toda Cataluña. Recorrí todo el centro de Barcelona, el domingo 11 de julio desde las 18:30 hasta las cuatro de la madrugada. Siempre a pie. Desde la Plaza España donde dos pantallas gigantes concentraron a miles de ciudadanos y banderas constitucionales hasta las Ramblas, seducido por la alegría desbordada. Vi los coches, las motos saliendo de no se sabe dónde, miles de transeúntes abrazándose por la calle sin conocerse; vivieron, vivimos, una noche mágica donde las camisetas del Barça se fundían con banderas españolas y nadie recelaba de nadie.
Sólo vi, en aquel mar inmenso de banderas constitucionales, una sola con el aguilucho. Una. Fue la que Telecinco sacó repetidamente empeñada en montar un guión donde los bandos enfrentados lucen su peor agresividad. No fue así, no hubo ni contacto, ni agresiones, ni encuentros entre una manifestación organizada institucionalmente el sábado, y una espontánea surgida de la fiebre africana de la Roja, el domingo.
Los incidentes a altas horas de la madrugada en Plaza España fueron los típicos de cuatro mangantes pasados de cervezas y unas órdenes de carga dadas a los mozos de escuadra que no dan ni contra ocupas agresivos ni contra independentistas agresores. El día anterior esos mismos mozos fueron agredidos literalmente por un grupo de independentistas que quemaban una bandera española y nadie cargó contra ellos, como nadie cargó contra quienes osaron insultar e intentaron agredir nada menos que al presidente de la Generalitat. En esta Cataluña vivimos.
http://www.libertaddigital.com/opinion/antonio-robles/la-trascendencia-de-una-mentira-55655/
viernes, julio 23, 2010
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