Últimos coletazos del Mundial
¡Gooooool!
José Antonio Navarro Gisbert
16 de julio de 2010
El gol de Zarra contra la selección de Inglaterra en el Mundial de fútbol de 1950, narrado con la emoción del caso y maestría personal del príncipe de los comentaristas deportivos y algunas hierbas anexas, Matías Prats, se prestó a que en un futuro, el delantero centro bilbaíno llegara a decir que no sabía si el gol lo había metido él o el célebre locutor, que por las ondas mantuvo en vilo a toda España.
La inflación patriótica que produjo el acontecimiento llegó a tomar cuerpo con la rotunda afirmación de que con aquel gol se habían vengado 246 años de ofensa inglesa, que eran los que nos separaban de la ocupación de Gibraltar como resultado de la Guerra de Sucesión que consagró con el tratado de Utrecht la presencia extranjera hollando territorio español. Todo un hito: una victoria deportiva que tuvo un efecto catalizador en todo un país, que se mantuvo pegado a la radio.
A propósito de Gibraltar se cuenta que en el transcurso de una cena con la que el embajador de España en la corte de Saint James, agasajaba a Winston Churchil, al que le unían lazos de parentesco, el duque de Alba, le espetó a su pariente: « La trastada que nos habéis gastado con lo de Gibraltar está compensada con la que nosotros os gastamos en Irlanda.»
A la parcelación generacional, que desde 1898 se ha basado en un conjunto de factores capaces de definir una época y unos hombres que la representaron, se ha venido a sumar ahora la generación de 2010, que a falta de otra cosa, tiene la virtud de ofrecer una nota de orgullo sin exclusiones, integradora, en una España acosada por una doble crisis: la económica con el lastre lacerante más visible del desempleo, y la moral marcada por la puesta en almoneda de valores.
El flamear de banderas por todos los rincones de la geografía nacional puede interpretarse como un rotundo mentís a la pretensión de arrinconar el sentido emocional de la palabra España, relegando a ésta al desván de los cachivaches, sustituyéndola por el aséptico concepto de Estado, que lo es, pero privado de un sentido aglutinador que interprete un sentir colectivo.
Así como El Corte Inglés, por su implantación generalizada en toda España podría definirse como una unidad de destino en lo comercial, el fúlbol, quintaesenciado como la máxima expresión de españolismo de la hora presente viene a recordar a quien pretenda dar por superada todo vestigio de nación, relegada ésta a concepto discutido y discutible, que las banderas, si bien son trapos, son por encima de todo la representación simbólica que anida en el alma colectiva de un pueblo.
Aquel mítico gol del vascongado Zarra ha resonado como un eco estos días por obra de unos cachorros que esperaban, agazapados en su madriguera, el momento para que se cumpliera el anhelo de la afición española, y por extensión y contagio, en el sentir de cuantos españoles nada propensos a expresarse enardecidos por las incidencias de un partido de fútbol.
Los goles de este mundial, a cargo de Villa, Puyol e Iniesta, émulos del histórico de 1950, han puesto en efervescencia un salutífero entusiasmo. Calmado el justo arrebato patriótico se hace imperativo poner los pies en el suelo y atender los problemas de toda índole que nos asedian, sobremanera teniendo en cuenta que España no dispone para afrontarlos del Vicente del Bosque capaz de seleccionar el equipo más apto para fijar rumbo en una brújula desnortada. Pasada la euforia, sin necesidad de esperar el otoño que nos aguarda, el reposo veraniego acaso nos abra los ojos para que podamos contemplar la realidad de un país deprimido al borde de ser liquidado a precio de rebaja.
Coda.– De que vuelan, vuelan, aunque en este caso habría que decir de que nadan, nadan. No debe caber duda de que el pulpo, este molusco cefalópodo dibranquial, octópodo, ¡toma ya! en gratitud por el homenaje que en España, y particularmente en Galicia, se le rinde para deleite de paladares, ha sido factor decisivo, porque acudió con precisión de arúspice de última generación, a infundir moral en los hombres de Vicente del Bosque. ¡Así cualquiera!, ¿verdad compatriotas? Para este estío de hastío no vaciléis en mostrar vuestra gratitud pidiendo: ¡Otra de pulpo a feira!
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3496
viernes, julio 16, 2010
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