viernes, julio 16, 2010

Felix Arbolí, Setenta y ocho veranos os contemplan

viernes 16 de julio de 2010

Setenta y ocho veranos os contemplan

Félix Arbolí

E L pasado día 13, martes por más señas, cumplí setenta y ocho años. Setenta y ocho razones para agradecer a mis padres que a pesar de contar ya con cuatro hijos y una más que sólo hacía tres meses que había muerto antes de cumplir los seis años de vida, hicieran realidad una vez más el fruto de su amor y me ofrecieran el privilegio de la vida. Bendigo a Dios por haber nacido en el seno de una familia donde el aborto no tiene cabida y me inculcaron el obrar de igual manera cuando ya con la pareja criada, y muerta una hija tercera en el parto, no aceptase el consejo y las sugerencias para que cortara ese nuevo embarazo no buscado y ambos de común acuerdo, accediéramos a no quitarle la posibilidad de nacer a ese hijo que se nos había “colado” y que hoy es una de las partes más importantes de mi vida y de mi cariño de padre. Por él no dudaría un instante en ofrecer todo cuanto tengo, soy y me queda de vida.

A cierta edad, los cumpleaños se hacen agridulces. Uno se alegra de que pueda cumplir un año más esa efemérides en su vida y lo celebra con sus familiares, pero por otro lado siente cierto pánico al considerar como se siente cada vez más cerca esa barrera imprevisible y amenazante, que nos borra de toda estadística. A este respecto recuerdo aquellos cumpleaños cuando la manera más habitual de felicitarme era “que cumplas muchos más, tanto al menos como los que has vivido”. Eso duró hasta las cuarenta más o menos, cuando me comía al mundo y me faltaban horas del día para satisfacer mis trabajos e ilusiones. Hoy de las veinticuatro horas de cada jornada me sobran las tres cuartas partes. Y menos mal que la mente me funciona mejor que nunca y mis ganas de escribir y comunicarme me han creado una necesidad diaria que me afano en satisfacer. He llegado a la conclusión de que no se es viejo por edad, sino por aburrimiento y abulia. Mientras se tenga una ilusión que alcanzar, se sea capaz de llenar el tiempo de algo útil e interesante y se mantenga al amor como el principal motor de nuestra vida, no nos consideraremos viejos e inútiles. Yo me despierto cada mañana dando gracias a Dios por ese nuevo privilegio que me hace al conservarme vivo y lúcido para continuar gozando de las muchas cosas buenas y personas maravillosas que me rodean, aunque a veces no sepa advertirlo y apreciarlo. No soy beato, meapilas, ni capillita, como se les llama a los que viven obsesionados en no abandonar la sacristía, aunque los actos del culto hayan terminado. Soy creyente en ese Ser superior que rige todo lo creado y es dueño de nuestras vidas. Yo le llamo Jesús, otros lo hacen con distintos nombres, aunque si se obra de buena fe, todos deberían ser bendecidos y admitidos o, al menos, respetados. . No admito la ofensa por parte de nadie en este terreno, aunque tampoco el que se imponga una creencia bajo torturas, amenazas e incluso muertes. Dios es amor y con amor debemos acercarnos a Él, sin que el odio y el fanatismo nos hagan creer que somos superiores a los que no han tenido la oportunidad y la suerte de conocerlo. Mi ya avanzado cumpleaños me ha hecho reflexionar una vez más sobre estos conceptos que nunca he olvidado, aunque no siempre me he detenido a pensar sobre los mismos.
Soy persona extremadamente detallista y este defecto o virtud, según se mire, me ha hecho sufrir más que gozar, porque he sopesado las circunstancias y los actos más de lo habitual. Suelo ser muy susceptible y lo que a otros les resulta indiferente a mi me produce un duro golpe o una emocionada y enorme gratitud. Así pues, las felicitaciones recibidas de personas que no forman parte de mi entorno familiar, aunque sí de mis más sinceras y profundas querencias, me han sorprendido y gratificado enormemente y me gustaría poder llegar hasta ellos y darle ese gran abrazo que se merecen. Me han hecho sentirme diferente a como yo creo que soy y he podido comprobar que estas personas se han acordado de mi, aunque sea una fecha que pasa inadvertida y han perdido parte de su valioso tiempo en dedicarme esas bonitas y entrañables felicitaciones y buenos deseos. No lo esperaba y ello me ha supuesto una enorme alegría. Me refiero a las de mi querida compañera CARMEN PLANCHUELO, una mujer admirable, excelente amiga e inapreciable musa literaria; a MIGUEL MARTÍNEZ, asimismo un compañero muy apreciado que, aunque no siempre estemos de acuerdo, nos une gran amistad muy por encima de prejuicios y posibles cambios de opinión u orientación. El sabe que le tengo entre mis mejores y como no, a ese gran médico y militar, que ha llegado al generalato, del que me siento orgulloso formar parte de su familia, mi admirado Antonio, más conocido en estas páginas por “EL NEGRO”, que no se ha olvidado en este día de este viejo carcamal y seguro amigo. Sin obviar, por supuesto, a BARBARA, esa anónima e inteligente mujer que hace honor a su nombre en sus escritos en el foro y que también se ha acordado de mí en fecha tan señalada. A todos ellos mis más sinceras gracias y que Dios os colme de bendiciones y de dichas. Os aseguro que me habéis hecho feliz con tan bonito e inesperado detalle.

Estando esa mañana desayunando con mi mujer en una cafetería, unas señoras que se hallaban en la mesa contigua, observaron las continuas llamadas que recibía en el móvil y que en todas nada más iniciarlas, decía gracias. Una de ellas se dirigió a nosotros y me preguntó si era mi cumpleaños. Un tanto extrañado, aunque nada molesto, le dije que sí. Su explicación fue sencilla: “Es que no para de recibir llamadas a las que contesta dando las gracias y me figuro que serán de felicitación”. “Sí, son de mis hijos, nueras, yerno y nietos”, contesté. Su respuesta me hizo recapacitar en lo anterior “Pues, muchas felicidades y aunque ya no cumplirá tantos como los que ha vivido, que sean los más felices”. La realidad es que no tengo aspiraciones lógicas de llegar ni a la cuarta parte. Pero como dijo el castizo “que me quiten lo bailado”, aunque desearía poder revivir esos tiempos de fortaleza y de esperanzas.

Con todas las tristezas, angustias y malos ratos padecidos, pienso que un sólo día de felicidad y de sentir mucho amor a mi alrededor, compensa plenamente haber aterrizado en este valle de sorpresas. Me duele y apena tantos hijos desaparecidos en los vientres de sus propias madres por “un quiero quitarme esta nueva carga y responsabilidad” o “no ser el momento adecuado para traer hijos al mundo”. ¡ No saben lo que se pierden! . No sé si pueden sentirse tranquilas y con la autoridad suficiente como para decidir quién debe vivir y quién no merece nacer, después de haberlo tenido dentro de su propia naturaleza. Cortar ese apéndice de su propio amor y masacrar esa esperanza de vida y futuro, debe ser una angustia que les acompañará el resto de sus días, al pensar en los aniversarios que no se celebran, las alegrías que no se comparten y los besos y abrazos que no se disfrutan. No es una cuestión moral, política, ideológica, ni nada que se le parezca, simple humanidad y amor de madre hacia ese hijo desconocido, pero concebido. No entiendo como unos padres pueden privarse de esa inigualable y venturosa experiencia. Ni que una mujer pueda renunciar al mayor prodigio que Dios o la Naturaleza, para las que no sean creyentes, le ha concedido, al hacerla casi semejante a Dios, al dotarla de la inestimable cualidad de poder crear vida donde sólo existía la nada. Amar es tan necesario como respirar para poder vivir. Y del amor dependemos todos en el sentido más amplio de este concepto. Hasta la belleza, la bondad, la ternura y la alegría, así como la tristeza, el dolor, los desengaños e incluso los inevitables celos, son consecuencias del amor correspondido o rechazado. Sin amor, no existiría ninguna de las citadas. Y sin él tampoco estaríamos nosotros en el mundo. Yo vivo mis años en una serena felicidad gracias al amor que me rodea. Es mi única y necesaria riqueza. Y aunque echo de menos aquellos momentos en los que me creía el rey de mi universo y el protagonista feliz de mis mejores aventuras, me resulta grato, muy grato, se lo aseguro, conservar tantos buenos recuerdos y perder mis horas de reflexión divagando sobre un ayer ya lejano del que no puedo renegar, ni lo quiero tampoco.

Hay momentos en la vida que no se cambian por nada, ni se pueden olvidar mientras permanezcamos en este variopinto universo. Como ese primer llanto con el que inicia su vida ese hijo tan esperado y deseado, ni sería capaz de definir con la suficiente elocuencia la emoción que nos produce cuando ese lloriqueo, ya más formado anatómicamente el bebé, se transforma en sonrisa y hasta en ruidosa e incomparable carcajada. No hay riqueza que pueda comprar esos maravillosos momentos que sentimos los padres que sí creemos en la vida y dejamos nacer a nuestros hijos. Cuando me llegue la hora me sentiré tranquilo y satisfecho al ver que mis tres hijos me despedirán con el mismo amor que puse para que ellos nacieran y se criaran. .

Días pasados estaba sentado en una terraza con mi mujer, cuando llegaron y se sentaron en la mesa de al lado dos parejas jóvenes. Hablaban y criticaban a unos amigos comunes y ausentes. Eran matrimonios o parejas de hecho, como se llaman ahora a los períodos en los que ambos se prueban bajo todos los ángulos y aspectos y mantienen su relación hasta que uno de ellos encuentra un apaño más apetecible y repite la experiencia. Por lo general y salvo excepciones, tantas pruebas y cambios finalizan cuando se dan cuenta que ya escasean nuevos trenes en los que viajar y se aferran al que le queda que suele ser el menos acertado. Yo estuve a punto de caer en ese error hasta que di con esta mujer que desde hace cincuenta años me acompaña y ha llenado totalmente mi vida, necesidades y hasta caprichos. No me extraña que al encontrarla sólo tardará tres meses y algunos días en casarme con ella.

Las parejas en cuestión comentaban y criticaban a ese matrimonio “amigo” porque cuando se dirigían el uno al otro solían usar los términos de “cariño”, “amor” o similares. Los tachaban de bobos y anticuados por esa manera de hablar y comunicarse. Disparataban sobre el tema casi a viva voz, sobre todo una con más pinta de ballena, que de hija de Eva. Era la más dominante de los cuatro. Parecía que la forma cariñosa con la que se trataba esa pareja ausente fuera un auténtico insulto para ella. Quizás su aspecto físico y forma escandalosa de hablar fueran la causa de que no estimulara a su marido o pareja de turno para dedicarle requiebros y delicadezas. Era la antítesis del feminismo y la seducción. Sin pretenderlo, tuvimos que oír sus muchas majaderías, pues casi me atrevería a suponer que lo hacía de manera tan ostensible para que todos los del entorno fuéramos testigos de sus perogrulladas. El marido o su pareja, la miraba y callaba; apenas intervenía y si lo hacía era para darle la razón con un movimiento de cabeza. Yo que presumo de observar a las personas y descubrirles algunos de sus secretos celosamente guardados, he tenido varias experiencias en este terreno, la miraba y sentía pena ante esa manifiesta falta de amor y compenetración entre ambos… “Siempre están llamándose cariño, amor, vida y otras imbecilidades por el estilo y a mi me pone negra oírlos”, -chillaba mirando al tendido toda ufana y satisfecha. “Yo os puedo asegurar que nunca he llamado así a Fernando. Cuando lo hago o le llamo por su nombre, o digo “ven o tráeme eso o toma lo que sea”, pero nunca empleo esas ridículas palabras”.-Insistía la individua. Los hombres que las acompañaban eran simples comparsas o complementos, casi tan innecesarios como los que nos venden en El Corte Inglés en las épocas de sus interminables rebajas. ”.La “charlatana” impertinente continuó su absurda perorata. “ Pues yo no comprendo tanto amor y cariño en todo momento, Os puedo asegurar y ahí está Fernando de testigo, que yo jamás he pronunciado la palabra “amor”, pero nunca, en toda mi vida. No me gusta esa manera de hablar y decir tonterías”. Me quedé asombrado ante tamaña barbaridad. Una mujer que se vanagloriaba de no haber pronunciado en su vida la palabra “amor” era una pieza digna de figurar en el museo antropológico. ¿Ni siquiera a ese hijo que posiblemente tuvieran o a su marido en la época romántica del noviazgo?. .Increíble, pero real. .

Stendhal, decía que “el hombre que no ha amado apasionadamente, ignora la mitad más hermosa de su vida”. ¿Qué pensaría de una mujer que declaraba públicamente, como si se tratara de una proeza, que jamás había tenido necesidad de decir la palabra de cuatro letras más usada por la Humanidad? Cada día es una pequeña y a veces sorprendente historia.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5770

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