martes 6 de julio de 2010
Líderes y dictadores
Félix Arbolí
T ODA comunidad o institución necesita su líder. Una persona a la que considere especial y les haga sentirse dispuestos a seguirle con una fe casi absoluta en la empresa que aquél intenta llevar a cabo. En muchos casos y tenemos abundantes ejemplos, puede tratarse de un simple come cocos que con habilidad, astucia, mucha labia y oportunismo saben engañar y adoctrinar a sus seguidores. Hacerse rey, siendo tuerto, en un país de ciegos. Según nuestro diccionario, al que cada vez prestamos menos atención y así nos va, líder es la persona a quien un grupo sigue y reconoce como jefe u orientador. Como es fácil deducir hay varios tipos de líderes. No obstante, quiero centrar mi artículo en el político.
El hombre, desde sus orígenes ha estado sometido o influenciado por el elemento más destacado de su tribu, congregación o comunidad, aceptado como líder. Intentar citar a los más destacados haría exhaustiva la relación, pero sí debo aclarar que no todos se han justificado demostrando ser mejores que el resto de sus conciudadanos. A veces este liderazgo se ha debido a una serie de circunstancias que ha sabido aprovechar o a no dejar pasar el momento apropiado para alzarse sobre los demás y convencerlos de que posee unas dotes especiales. A lo largo de los siglos, han existido auténticos líderes con méritos suficientes para alcanzar esa relevancia y otros que han conseguido su privilegiada situación a base de engaños y extrañas componendas entre sus seguidores. Entre los primeros debo citar a Alejandro Magno, Pericles, César, Atila, Gengis Khan, Napoleón, Cortés, Pizarro, Bolívar, San Martín, Lincoln, Washington, Bismarck, Churchill, De Gaulle, etc. Mención especial merece Mandela, artífice de la desaparición del apartheid sudafricano y tras 26 años preso, presidente de la República y premio Nóbel y Príncipe de Asturias. Existen también los tiranos, déspotas, dictadores e incluso ineptos, ésos que se mantienen en el poder sin más fundamento que una amañada y dudosa votación de conveniencia y compadreo entre sus beneficiados electores. Y no cito a nadie en particular, pues no hace falta. Estos mal llamados líderes no son acreedores de un juicio benévolo incluso por parte de sus coetáneos, ya que han utilizado su poder e influencia para avasallar, perseguir y eliminar a todos cuantos se les han opuesto o les caían mal sencillamente.
Creo, no obstante, que la mayoría de los líderes, incluso los más reprobables, han hecho algo positivo aunque no fuera éste su verdadero propósito. En muchos casos, fueron los artífices de la unificación y pacífica convivencia de sus pueblos, por medios a veces no muy ortodoxos, que habían estado enfrentados en duras y continuas contiendas o en humillante posición ante los demás países. Su sometimiento a un mando absoluto y en ocasiones despótico, que no consentía la menor discrepancia, hizo fuertes y poderosas a sus naciones y les infundió un patriotismo y orgullo nacional que hasta entonces no habían sentido. Tenemos el caso de Tito en la desaparecida Yugoslavia, hoy desmembrada y en continua confrontación las distintas repúblicas que entonces formaban un único bloque. Su figura dentro de los normales errores y posibles barbaridades cometidas en toda dictadura, sea del color que ésta sea, sirvió de base y aglutinante para constituir una nación que tuvo su relevancia en el contexto internacional. Creo que la desaparición de tan carismático líder significó la merma política y el enfrentamiento entre sus ciudadanos en una guerra tan cruenta y horrorosa como interminable. Aparecieron entonces las diferencias, odios raciales y conflictos religiosos que hasta entonces habían estado contenidos. No todos los gobernantes fueron líderes, ni todos los líderes llegaron a gobernantes.
La situación en que quedó Alemania tras la primera gran guerra fue realmente insostenible. Era muy difícil que una nación pudiera soportar las condiciones tan leoninas impuestas por los entonces vencedores. Había quedado hundida, humillada, empobrecida y fuertemente endeudada con una serie de países que se regodeaban de su victoria. No es nada extraño que cuando surgió un “iluminado” que se rebela contra esa tiranía y dependencia y les hace vibrar con mensajes de poder, revanchismo y recuperación de la dignidad nacional perdida, el pueblo se una enfervorizado a este ignorado pero electrizante líder y lo siga fielmente. Y al conjuro de su voz y de sus promesas de un futuro brillante, las masas se convirtieron en adictas a su doctrina e insensibles al desaliento y los sacrificios que ello pudiera costarle. En poco tiempo devolvió el orgullo a sus ciudadanos e hizo de Alemania una gran potencia mundial respetada y temida por todas las demás. De gallo de Morón, se convirtió en cabeza del león. Su error, incomprensible y tremendo, fue querer exterminar a los judíos, dueños de grandes fortunas, con enormes influencias mundiales y numerosos patrocinadores en las más altas esferas internacionales. Pienso, sin ánimos de justificar lo que no tiene justificación, que si en lugar de haberlo hecho con judíos hubieran sido de otras creencias o razas, no se hubiera levantado tanta polvareda, pues no hay que olvidar que fueron muchos españoles republicanos, polacos, rusos, franceses, checos y de otras naciones los que compartieron el mismo y horroroso final en esos campos de exterminio y nadie se estremeció por ellos. El Holocausto, que sí existió desgraciadamente, no fue una barbarie cometida sólo contra los hijos de Israel, aunque fueran los más señalados y perseguidos, sino contra otros muchos que no han tenido las mismas y merecidas honras y recuerdos. Ese fue el mayor pecado de Hitler y lo que el mundo no le ha perdonado por la forma tan drástica e inhumana que lo hizo. Inadmisible para cualquier ser humano. Ahí se dejó llevar por una soberbia tan estúpida como excesiva, al creerse dueño y señor de todo lo creado. Aunque los gobernantes que le juzgaron en Nüremberg no estaban exentos de culpas, ya que sus gobiernos eran responsables de auténticas masacres descubiertas en numerosas fosas y de deportaciones a Siberia, que significaban la condena a una muerte segura y horrible, así como los desproporcionados y trágicos ataques atómicos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky, cuyo ordenante, Harry Truman, no tuvo su merecido juicio ante la Historia. Unos crímenes imperdonables que no se airean porque fueron cometidos por los vencedores y sólo se mencionan los cometidos por el nazismo. El resultado, ya es conocido, el Führer hizo perder a Alemania nuevamente la guerra contra el mundo y dejó a su nación en peores y más penosas condiciones que al inicio de su liderazgo. Hecha una auténtica ruina. No supo conformarse con recuperar lo que habían perdido y vivir en armonía con el resto de los países. Tampoco los judíos en Israel están teniendo un trato muy humano con los palestinos, ante la indiferencia del mundo, aunque no hay que olvidar que los islamistas con su fanatismo religioso y su afán expansionista están causando igualmente excesivas muertes de inocentes, en países ajenos a su órbita religiosa y política con sus inhumanos atentados en nombre de un Dios que no creo muy conforme con ese proceder. Es decir, que como dice el vulgo, en todas partes cuecen habas. .
Mao también fue un líder y gobernante que hizo de China una nación unida, poderosa y preparada para hacer frente a los más difíciles retos internacionales, aunque este ambicioso proyecto estuviera marcado por periodos de terror, abusos intolerables y una semiesclavitud del pueblo, como suele ocurrir en las dictaduras. El despotismo iletrado. Sin Mao, posiblemente, China no hubiera alcanzado las cotas de poder y progreso que hoy disfruta, y a lo mejor o peor seguiría envuelta en luchas internas, coloniales y vecinales, como ocurre con otros países de esa zona que no tuvieron sus oportunos líderes, aunque fueron más o menos tiránicos. Sin la Revolución francesa y su baño de sangre con “madam Guillotine”, - inadmisible, por supuesto-, Francia no hubiera logrado alcanzar un privilegiado lugar en el contexto internacional, ni hubiera surgido ese desconocido líder Napoleón Bonaparte, que como Hitler llegó a dominar gran parte de Europa, aunque le ocurriera igual que a aquél y esa ambición fuera su mayor error, ya que tuvo que enfrentarse a una fuerte coalición de naciones que temerosas de su poder le vencieron. Es el mismo caso de Lenin, Stalin y demás camaradas que les sucedieron en el liderazgo ruso. Mientras éste duró se mantuvo el poder y la unificación de las repúblicas que formaban parte de ese colosal imperio comunista, pero tras la llegada de Gorvachov y la desaparición del liderazgo, se independizaron de la URSS y dispersaron. Ho Chi Minh fue igualmente un líder que tras una dura y sangrienta guerra de guerrillas contra una potencia muy superior, consiguió la victoria de su pueblo y su reunificación en un solo Vietnam, bajo su autoridad y bandera, y hoy resurge de sus cenizas feliz y orgullosa ante el desarrollo alcanzado, no exento de numerosas y nada fáciles condiciones y sacrificios. Éstos y otros casos análogos me inducen a considerar que los líderes que llegan al gobierno, garantizan la unión de sus ciudadanos, aunque no siempre de forma ortodoxa, pero si concluyente. Creo que todo pueblo necesita de un líder para alcanzar sus objetivos comunes y combatir todo intento secesionista, que a nadie beneficia. Este mando único y mayoritariamente consentido consigue en la mayoría de los casos el desarrollo y la convivencia pacífica de sus ciudadanos y su docilidad, que no siempre resulta aborregada y perniciosa si el gobernante sabe hacer buen uso de ella, ofreciéndoles un futuro que de otra manera sería como mínimo incierto. No intento, como es fácil de entender, defender ese liderazgo que al alcanzar el poder olvida sus propósitos e ideales y se convierte en dictador hasta de sus incondicionales, pero pienso que tampoco es conveniente y beneficioso para ningún país no contar con un líder capaz de marcarle su camino, proporcionarle los medios necesarios para su desarrollo y bienestar y velar porque todos ellos, sin distinción entre seguidores y discrepantes vivan en armonía. Algo que echamos de menos en España, que sólo ha sido grande cuando tuvo a un rey o gobernante de talla internacional y enraizado en el sentimiento de su pueblo. Incluso, hubo un período, durante la Regencia de María Cristina, donde liberales y conservadores se alternaban de forma civilizada y democrática en el poder a través de Sagasta y Cánovas, líderes de dichos partidos. Algo que hoy como está nuestra política resulta inconcebible.
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No todos los gobernantes son líderes, ni todos los líderes gobernantes. Franco no fue líder, sino que aprovechó el liderazgo de José Antonio y su nuevo partido de Falange Española, para crear el llamado Movimiento Nacional, que se decía inspirado en la doctrina joseantoniana, para poder continuar con el apoyo de los seguidores de ésta, que tanto le habían ayudado durante la guerra. Una colaboración que sólo precisó en los primeros y más difíciles años de su gobierno. Nada más instaurar su régimen y consolidar su autoridad, fue apartando a esos nada cómodos colaboradores del “azul mahón” y ofreciendo sus cargos e influencias a otros grupos y tendencias, según le conviniera en cada momento. La táctica de todo dictador, bueno o malo, para evitar los posibles complicaciones. Porque ya hemos visto que no toda dictadura es mala. Depende de quien sea el que ostente el mando. Sabemos por triste experiencia que un gobierno, que dicen elegido por el pueblo y se supone muy democrático, nos lo está haciendo pasar canutas, peor que en épocas anteriores, en muchos casos a base de decretazos y componendas de trastiendas que en nada benefician al sencillo ciudadano, sino al inepto que quiere conservar el poder a toda costa. En el caso español citado anteriormente, el verdadero líder hubiese sido José Antonio Primo de Rivera, al que la izquierda tuvo la poca perspicacia de eliminar y convertirlo en mártir, beneficiando con ello al que sería su peor enemigo en el futuro, pues gracias a esta inoportuna muerte, Franco quedó liberado de toda posible competencia y evidente sombra. No se si para bien o para mal, porque nadie conoce el futuro, ni puede opinar sobre un pasado si éste no se produjo.
El mayor problema que tenemos en nuestros días y causa de esta agobiante incertidumbre que estamos padeciendo es que no tenemos ningún líder ni a babor ni a estribor en nuestro panorama político. No existe esa persona capaz de aunarnos y entusiasmarnos, con una honestidad sin tacha ampliamente demostrada, una eficacia garantizada y una limpieza de miras en sus consignas y actuaciones. Esa “rara avis” capaz de hacernos seguirle en su vuelo y remontarnos por encima de miserias, egoísmos y divisiones internas, buscando ese destino en lo universal del que hablaba José Antonio, refiriéndose a esta España que tanto amaba y tan poco le gustaba, como nos pasa hoy a la mayoría de los españoles.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5745
martes, julio 06, 2010
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