viernes 27 de marzo de 2009
Apuntaciones en la muerte de Eduardo Navarro
Antonio Castro Villacañas
Q UERIDO Eduardo: hace siete días me preguntó Soco si tenía noticias tuyas. Le dije que no había hablado directamente contigo desde hacía un año, más o menos, cuando me llamaste para decirme que ibas a ingresar en una clínica con la esperanza de encontrar en ella el remedio a tus trastornos mentales, cada día más evidentes a la hora de mantener nuestra habitual conversación telefónica... No estabas seguro de que ese remedio se produjera y por ello, sin decirlo de modo expreso, querías despedirte de mí. Hice cuanto pude para que los dos nos convenciéramos de que pronto volveríamos a hablarnos, y cuando colgaste tu teléfono tras enviarme un fuerte abrazo sentí caer sobre mí el peso de los más de sesenta años que éramos amigos y camaradas... Se me llenaron los ojos de lágrimas. Como ahora, cuando escribo estas líneas en tu honor; y como hace siete días, cuando al leer tu esquela en ABC comprendí por qué mi mujer preguntaba si sabía cómo estabas...
Basta con leer una síntesis de tu biografía para darse cuenta de que eras una gran persona aunque no fueras alto y fuerte. Superaste -"gracias a mis tías", afirmabas siempre- tu temprana doble orfandad. El recuerdo de tu padre, fusilado en Almería cuando tenías nueve años por haberse sublevado con sus compañeros de armas en pro de una España mejor y más justa, te acompañó siempre, pero no en busca de venganza, represalia o simple nota diferencial (como usa a uno de sus abuelos el singular Zapatero que por desgracia de Dios nos gobierna), sino como humana polar indicativa de tu norte político y espuela imposibilitadora de conformidades y descansos... El ensueño de tu madre, muerta antes de que realmente pudieras conocerla, fue siempre contigo. Quizás por ello nunca pudiste compartirlo con otros sueños de amor. Sin duda la presencia de su fugaz y entrañable realidad, constantemente revisada y mejorada por dicho ensueño, fue lo que motivó tu continua preocupación por los desamparados o carentes de amor y de justicia.
Tu expediente académico -fuiste premio extraordinario en la Facultad de Derecho- te abría de par en par las puertas de todas las profesiones que dan prestigio y dinero, pero tú no quisiste traspasar ninguna de ellas. La vocación política se apoderó de tí antes de ingresar en la Universidad, y una vez en sus aulas la ejerciste con tanta limpieza como serenidad e intensidad. Ello te acreditó como persona y como "animal político", pero te apartó de las listas de "pretendientes" o "utilizables" que se hacían en el franquismo con los nombres de los elegidos por el aparato dirigente de cada grupo de presión operante en el sistema. Los motivos por los que tales aparatos elegían a sus pupilos i patrocinados no tenían mucho que ver con su formación política, su cultura, su dimensión social o su saber moverse en este o aquel extracto sociológico, ni en su capacidad para la dirección de personas o grupos, pero sí con el modo de interpretar el pasado, el presente y el futuro de España y del régimen vigente. Tú, por desgracia, habías elegido un "modo de ser y actuar" en política que no coincidía siempre ni en todo con el pensamiento y la acción de quien en cada caso te mandaba o estaba por encima de tí en la línea de mando. Por eso fueron alcaldes, procuradores en Cortes, consejeros nacionales, gobernadores civiles, mandos sindicales, etc., muchas personas inferiores a tí en multitud de aspectos, y que por regla general solo te superaban en su capacidad de asentimiento a cuanto desde arriba se les ordenaba. Por ello no se tuvo en cuenta -o se estimó demasiado- lo mucho y bueno que hiciste en el SEU, en la centuria "Alejandro Salazar", en el Colegio Mayor "Francisco Franco" y en los demás puestos de servicios administrativos y políticos que ocupaste hasta 1981 con tanta discreción como eficacia.
Tú, querido Eduardo, entendiste la política -desde muy joven- como una especie de "servicio social" voluntariamente aceptado por quienes se adscribieran a unas "milicias" encargadas de realizar en tiempos de paz una labor análoga -pero muy diferente- a la que en beneficio del Estado y del pueblo llevan a cabo los "ejércitos" en tiempos de guerra. En esa especie de "milicia política" cabían -tú y yo estábamos de acuerdo- tanto la discusión interna como las diferencias ideológicas no sustanciales o esenciales. Ello nos diferenciaba de cuantos mandones y sirvientes decían que siempre hay que hacer lo ordenado por quien nos paga directamente de su bolsillo o a través de un presupuesto público, hablar lo menos posible o incluso no decir nada la mayor parte del tiempo, y limitarse a apretar el botón que te indique tu jefe cuando este lo mande.
Por este modo de entender las cosas no ascendiste todo lo que pudiste y debiste ascender en el franquismo, y por la misma razón te apartaste del aparato postfranquista en cuanto te diste cuenta de que en él casi nadie buscaba una España mejor, sino una España en la que se pudieran hacer mejores y más rentables carreras. Tú colaboraste directamente con Adolfo Suárez y otros muchos "franquistas" en la tarea de que el Rey designado por Franco se asentara en el trono y desde él abriera puertas y ventanas a todas las posibles corrientes de aire, incluso a las más ponzoñosas. El sistema establecido a partir de la reinstauración borbónica no permitió que la débil y apenas tolerada "izquierda del régimen" estuviera presente en el recién abierto proceso constitucional, porque ya antes había pactado bajo el manto protector de Estados Unidos e Inglaterra que en la monarquía democrática ese papel le correspondería a un socialismo heredero del que perdió nuestra guerra, paulatinamente alejado tras ella de su anterior fobia anticapitalista y de su proximidad al comunismo. La nueva izquierda socialdemócrata y la nueva derecha democrática -nacida, desarrollada, crecida y engordada en el franquismo- permitirían la existencia de algunos partidos marginales -nacionalistas, separatistas, marxistas, etc.- pero serían las únicas verdaderas piernas sustentatorias del cuerpo político borbónico. Todo ello se fue aclarando poco a poco en el proceso seguido, más que impulsado, por Adolfo Suárez: elecciones de muy escogidos diputados y senadores del reino, cuidada selección de los redactores del nuevo texto constitucional, y mangoneo cuidadoso del texto definitivo. El resultado está a la vista: es la España de hoy. Tú te diste cuenta de que eso, esto, no era ni lo deseado ni lo prometido. También se dieron cuenta de ello los militantes y los votantes de UCD. De ahí vino su desasosiego interno, su descomposición posterior, la dimisión de Adolfo Suárez, el 23F el fracasado intento de Leopoldo Calvo-Sotelo y el rechazo democrático de los españoles a la UCD y a su sucedáneo CDS... Tú ya estabas fuera de la política en esos momentos, aunque permanecieras junto a Adolfo por simple lealtad personal.
De entonces para acá, ¿qué puedo decirte que tú no sepas? Los partidos constitucionales, especialmente los dos más grandes y representativos, se han convertido en una peculiar versión de las grandes empresas mercantiles y en ellos se ingresa y permanece, en vez de para realizar un servicio público, para prosperar socialmente y ganar dinero. La mayor parte de sus militantes entran en las nóminas públicas desde jovencitos -para eso hay unas Juventudes Socialistas y unas Nuevas Generaciones Populares, etc.-, y a partir de ellas van trepando por el frondoso árbol de la democrática política sin tener que destacar en ninguna profesión o carrera, sin saber escribir dos líneas, sin ser capaces de hablar en público, sin hacer nada de nada si previamente no se les dota de las convenientes chuletas o muletas... La política se ha transformado, querido Eduardo, en una fácil profesión: el oficio se tiene y se mantiene, y con ello se obtienen y se mantienen sustanciosos beneficios, siempre que se sigan al pie de la letra las instrucciones y los gestos de los principales dirigentes de la empresa-partido a que se pertenezca. De ahí que la práctica totalidad de nuestros actuales políticos, desde el número uno hacia abajo, no merezcan mejor calificación que la de mediocres adinerados.
En tu propio solar quedaste fuera. Del orbe de tus sueños hicieron criba. Tu única ventaja es que siempre fuiste creyente en cuanto valía la pena. Por eso estoy seguro de que en el puesto que Dios te haya asignado, allí donde todo el tiempo es primavera, harás cuanto esté a tu alcance para que España salga de su actual estanque y vuelva a ser el cauce alegre y claro de las aguas jóvenes que nacen y discurren a cada momento. A esas horas de aliento y esperanza te requiero, porque aún tenemos que hablar y hacer juntos muchas cosas, compañero del alma, compañero...
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5125
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