jueves, marzo 12, 2009

Miguel Martinez, De velos, pañuelos y lavadoras

jueves 12 de marzo de 2009
De velos, pañuelos y lavadoras

Miguel Martínez

La fe mueve montañas, dicen, porque un servidor, probablemente a causa de su escaso conocimiento en materia de fe, tenía entendido que cuando una montaña se mueve es más a consecuencia de fenómenos estrictamente geológicos que por creencias religiosas, pero, en cualquier caso, resulta evidente que las convicciones basadas en la fe, cuando ésta existe de veras, suelen ser inamovibles.

Así, cuando los que no profesamos la religión musulmana escuchamos a las mujeres que sí la profesan defender su derecho a llevar la cabeza cubierta por velos o pañuelos, nos sorprende la vehemencia con la que reivindican esta postura. Lo que nosotros vemos como una imposición ellas lo consideran un derecho basado en sus convicciones religiosas, por mucho que también existan casos en los que estas mismas mujeres, aunque más jóvenes y más en contacto con la cultura occidental, prefieran llevar la melena suelta al viento, no obstante sufrir presiones familiares, e incluso sociales, para llevarla cubierta.

No en pocas ocasiones un servidor ha sido objeto de calificativos poco agradables cuando en tertulia ha defendido de igual manera el derecho de la interfecta a ponerse un velo como a no ponerse nada si así lo prefiere, si bien la mayoría de estos calificativos suelen proceder de quienes, erigidos en defensores de la libertad, se sienten molestos cuando las mujeres de los demás se cubren con velos, por mucho que en ocasiones controlen la longitud de la falda y la profundidad del escote de la propia, pero eso es, seguramente, harina de otro costal. En cualquier caso tampoco quedan tan lejos aquellos tiempos en los que, en esta tierra, las mujeres eran obligadas a cubrirse con un velo al entrar en las iglesias.

Y les cuento esto porque sorprende sobremanera que los que más se ofenden ante la visión de una señora cubierta por un velo en un país occidental no hagan lo propio cuando la religión cristiana se empeña en colocar a la mujer bajo la preeminencia masculina, reservando a las féminas poco más que el papel de “mujer de su casa”. ¿Que no? Sigan leyendo y verán.

Recientemente, L’Osservatore Romano, diario del Vaticano, en la efeméride del Día Internacional de la Mujer, defendía que si hay algo que en realidad contribuyó a la liberación de la mujer, más incluso que el derecho a trabajar fuera de casa, fue, no se lo pierdan, la invención de la lavadora.

Mujeres del mundo… ¿qué hacéis que no solicitáis, pero ya, la beatificación de Mr. Alva Fisher, inventor de la primera lavadora eléctrica? Porque gracias a él podéis disfrutar de -textual en el artículo de l’Osservatore, hablando de las modernas lavanderías- “capuchinos, aperitivos, cocktails, cenas, conexión a internet y televisiones de plasma [que] convierten hacer la colada en un momento de socialización, entretenimiento y seducción”. Nada que objetar. ¿Quién, en su sano juicio, no definiría la colada como el paradigma del entretenimiento y de la seducción? De hecho muchos locales de copas piensan ya en la sustitución de sus máquinas tragaperras de marcianitos, o las clásicas “flipper” de bolas, y sus dianas de dardos, por Zanussis de 8 kilos con prelavado para que, en nuestros ratos libres, nos entretengamos y seduzcamos lavando los calzoncillos del prójimo mientras nos tomamos un cubata con los amigos. Y esto no es todo porque, gracias a las lavadoras modernas -de nuevo textual- “más estables, livianas y eficaces, se obtiene la imagen de la súper mujer en el hogar, sonriente, maquillada y radiante entre los electrodomésticos de casa”.

Así pues, qué más da cobrar menor sueldo a igual trabajo, sufrir la molestia de tener la regla cada veintiocho días o ser protagonistas de las sobrecogedoras estadísticas sobre muertes por violencia machista si las lavadoras de hoy son la repera, y puede una estar guapa, maquillada, contenta y, sobre todo, receptiva, por si, cuando llega el maridito del trabajo, después de dar cuenta de la exquisita cena preparada con esmero por la mujer, se siente el hombre con ganas de procrear.

Si estas afirmaciones las hubiera hecho un periodista, un servidor le tildaría, sin lugar a dudas, de machista redomado. Pero como resulta que fue una fémina su redactora, y aunque sinceramente lo que le pida a uno el cuerpo sea definirla con esa palabra que empieza por gili y termina por pollas, me van a permitir mis queridos reincidentes que me contenga, y que, en términos puramente ataráxicos y siendo galante de paso, termine mi artículo con la afirmación de que probablemente esta periodista crea tanto en sus convicciones como aquellas otras mujeres que optan por llevar la cabeza cubierta por velos o pañuelos.

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

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