viernes, febrero 19, 2010

Oscar Molina, Susto o muerte

viernes 19 de febrero de 2010
Susto o muerte

Óscar Molina

D ECÍA Ben Franklin que quien está dispuesto a entregar su libertad a cambio de seguridad no merece tener ni la una ni la otra.

Andamos en la desaforada compra a plazos de un producto, la seguridad total, que no existe en el mercado, y las letras de semejante imposible se cargan en la cuenta corriente de nuestra libertad. Nadie parece darse cuenta de que los malos van constantemente por delante de nosotros, de que nuestras medidas sólo son reacciones a sus nuevos métodos, y sobre todo, de que sus mayores victorias son precisamente los recortes que menoscaban y limitan nuestra forma de vida.

Cada vez que aceptamos ser un poco menos libres a cambio de vivir más seguros, la barbarie se anota una muesca en su siniestra culata. Para el terror matarnos no es un fin, es un medio. Su auténtica meta está en la destrucción de nuestra sociedad, y lo que satisface sus objetivos es ver que seamos nosotros mismos los que aceptamos mansamente convertirnos en rebaño a cambio de que el lobo no traspase la verja. El regocijo del matón colectivo por hacer correr nuestra sangre es menor que el de vernos acceder a ser vigilados y convertidos en sospechosos por defecto.

Es una muerte completa; individual porque cedemos el núcleo central de lo que nos hace humanos: la libertad; y colectiva porque enterramos ese mismo valor sobre el que se han forjado nuestro progreso, nuestra civilización y nuestra convivencia. Pero preferimos muerte a susto.

Con nuestra rendición al miedo colmamos además los deseos de otros, que ven en esta ofrenda un cheque en blanco para controlarnos. La anhelada barra libre para entrometerse en haciendas y vidas, para hacernos pasar por una máquina nueva cada vez que montamos en avión, para colocar cámaras que nos vigilen en todas partes y para decidir lo que nos conviene y lo que no. Cualquier día nos harán pasar en ropa interior por los “escáneres” de los aeropuertos, y lo peor de todo no será que lo aceptaremos, sino que seremos nosotros quienes lo pidamos.

Por eso se toman la libertad de recortar la nuestra, porque tenemos miedo. Nuestros propios gobernantes, a los que elegimos, a los que pagamos, nuestros servidores públicos, se suben a la ola de los acontecimientos para ejercer su control, o magnifican otras mareas en forma de pandemias, enfisemas, colesteroles y velocímetros que nos atemoricen, y les permitan aparecer como única providencia que puede ofrecernos el espejismo de la seguridad total al precio más elevado que podemos pagar.

“No Tengáis Miedo”, decía Juan Pablo II, y debemos ser conscientes de que la recuperación y el mantenimiento de nuestra libertad pasa por aceptar la frase de manera militante. Proclamemos que no queremos desprendernos de ese tesoro incalculable a través del cual cada puede ejercer el derecho a buscar su propia felicidad a cambio de una quimérica seguridad absoluta, que no es más que mercancía averiada.

Asusta pensar que podemos perder la vida, pero es mucho peor morir. Es peor muerte que susto.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5576

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