viernes, febrero 26, 2010

Ismael Medina, Sovietizacion de una España en bancarrota

viernes 26 de febrero de 2010
Sovietización de una España en bancarrota

Ismael Medina

P ITARON el Himno Nacional y abuchearon al monarca durante la final de la Copa del Rey de baloncesto, disputada en Bilbao. Era previsible. Los filoetarras se han movido a sus anchas e impunes durante las últimas tres décadas bajo el paraguas protector del PNV, su padre legítimo y beneficiario. También de su condescendiente padre putativo, el partido socialista, que con los de Arzallus, en vestes de Aitor, ejerció el gobierno de la caverna secesionista y sigue presa, pese a las apariencias, de la nostalgia de aquel contubernio, tan dañino para España. Se le nota a López por mucho que se esfuerce en disimularlo. López, me decía no hace mucho alguien que le fue próximo, es poco inteligente, cumple consignas y se le ve el plumero, pese a la imagen que le ha fabricado el agit-prop del partido. Le ha servido de enmascaramiento el PP de Basagoiti, al que chulea bajo cuerda y dejará en la estacada en cuanto se lo ordene Rodríguez, quien a despecho de las apariencias, persiste en acomodarse con el PNV para disponer de sus votos parlamentarios. Y para servirle de puente en el logro, nunca abandonado, de su sueño de un acuerdo de “paz” con el terrorismo.

ESPAÑA CONVERTIDA EN PIEDRA DE ESCÁNDALO

EL monarca era consciente, sin duda, de que se metía en el virreinato de las ratas de alcantarilla. Ya padeció años atrás una afrenta similar en aquellos pagos en que, todavía hoy, imponen su ley el terror, el rencor y la ignominia. Su integridad personal y de la reina se la habían asegurado López, Ares y Rubalcaba con sobrados medios para impedirlo. Cabe la duda de si habrían podido evitar la algarada filoetarra contra España, pues Himno Nacional y Jefe del Estado, por este orden, son su más alta representación, aunque el alto índice de absentismo de la policía taifal tenga retorcida trastienda política. Estos gamberros, alevines de la escuela terrorista, están fichados en su mayoría y dejarlos que se aposenten en grupo apenas si ofrece dos explicaciones: negligencia o predeterminación.

Resulta curioso, cuando no llamativo, que el gobierno, sus mesnadas, acompañantes de izquierda y la red mediática al servicio del poder hayan mostrado menos enfática repulsa hacia esta afrenta a España y su Jefe de Estado que a la higa hecha por Aznar en Oviedo a una equivalente pandilla de energúmenos. En anterior ocasión no se recató el monarca de enjaretar un corte de mangas, equivalente a iros a tomar por el culo. Supongo que hubo de contenerse en la actual. Estaba demasiado próxima la hipócrita escandalera instrumentada por la gesticulación de Aznar que otro cualquiera habría protagonizado, incluso con superior rudeza, si le insultaran como al ex presidente del gobierno. Si lo que se perseguía era subrayar el contraste en demérito de Aznar, es obvio que se consiguió.

Apenas se habían apagado los ecos mediáticos de la batalla campal en que concluyó el encuentro de fútbol entre el equipo bilbaíno y otro belga. Cosas del circo balompédico a que estamos acostumbrados, podrá argüirse. Pero la ira de los macarras filoetarras, acaso algunos de ellos los mismos de la ofensa al Himno Nacional y al Jefe del Estado, se desató al máximo cuando los incursores belgas entonaron “Que viva España”, la canción que se hizo popular Manolo Escobar y traspasó las fronteras. No es inquietante, sin embargo, que el nombre de España revuelva las tripas a los aquejados de paranoia separatista. Me sobresalta mucho más que comentaristas de al sur del Ebro consideren una provocación de los belgas cantar “Que viva España” en territorio del indigenismo vasco.

Rodríguez y sus mesnadas han reducido el nombre de España a su exhibición como membrete oficial en papeleo, publicidad y obras. Pero nada hacen en su defensa. Si la Nación es para Rodríguez una entidad “discutida y discutible”, también lo son España y la naturaleza unitaria de su Estado. Se propende a considerar sucesos de menor monta las frecuentes quemas de la Bandera Nacional por “radicales” de izquierda o secesionistas, meros brazos instrumentales de los partidos que los alimentan y consienten. Pero forman parte de la estrategia de desespañolización que ya se escondía tras las ambigüedades constitucionales y Rodríguez ha desbocado.

Cada vez que se manifiesta enarbolando la Bandera de España alguno de esos pequeños grupos que creen en la unidad de la Patria, aunque incapaces para unirse en defensa de lo que proclaman, comparecen de inmediato, como si respondieran a orden de silbato, los radicales de la Antiespaña. El altercado está servido. Y también como si respondieran a una consigna, los medios culpan a los que salieron en defensa de España colgándoles el sambenito de provocadores de extrema derecha. Igual que a los belgas de “Que viva España” de Manolo Escobar. Con ese sucio criterio podría argüirse que fueron provocaciones de extrema derecha la ostentación de la Bandera Nacional y la presencia del monarca en la final de la Copa del Rey de Baloncesto. Si es así, y así es, me proclamaré de extrema derecha, aunque no sea necesario. Me lo vienen llamando desde hace treinta años cuando, con otros, advertía del futuro descarrilamiento de la “democratización” a que ahora asistimos y, ya tardíamente, denuncian algunos de los que nos denigraban y nos marginaron.

COMUNISMO Y MASONERÍA DE NUEVO CONTRA ESPAÑA

LA exhibición del escudo y los colores de la bandera de España en membretes oficiales, publicidad y cartelones de obras a que ante aludía, me recuerda un similar equívoco a partir de la subida al poder del Frente Popular en 1936. La simbología de la II República permaneció hasta el final de la guerra en membretes oficiales y relaciones exteriores. Pero prevalecían por doquier símbolos, denominaciones, himnos y lemas de arraigo socialcomunista y anarquista que lo desmentían. Tanto daba que al frente del gobierno estuvieran Largo Caballero, el “Lenín español” o Negrín, tan en la izquierda radical y totalitaria como aquél:

España se había convertido en la “patria del proletariado” cuya capital era Moscú; el Ejército de la República, suprimido de un plumazo nada más comenzar la contienda, era Ejército Popular o Ejército Rojo; Marx, Lenín y Stalin se glorificaban como sus divinidades; la bandera tricolor de la República ondeaba en centros oficiales, no todos, pero la roja socialcomunista y la rojinegra anarquista estaban por todas partes, incluidas las unidades militares; la Justicia era “popular” y expeditiva; mandaban más los comisarios políticos, en su inmensa mayoría comunistas, que los jefes militares, tantos de ellos de extracción miliciana; en torno a Largo Caballero y a Negrín decidían la estrategia política y de guerra los “consejeros” dependientes de Moscú; la propiedad privada fue abolida, colectivizada y sometida a rígida dependencia; la persecución religiosa y la represión, brutales y sanguinarias, se ajustaron al “método” soviético, incluso con los suyos que estorbaban, como el POUM o la CNT; expolios del patrimonio nacional y corrupción gangrenaban el sistema…

Para la República del Frente Popular, en realidad III República, España había dejado de existir como tal para desembocar de hecho en una suerte peculiar de Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas. Ignacio Gallego, uno de los máximos responsables de la represión en Jaén, recordaba en unas declaraciones, tras su regreso a España una vez consumada la “democratización”, los dos gritos dominantes en la filas comunistas luego de su instalación en España y antes aún del triunfo de Frente Popular: “¡Muera la República!” y “¡Vivan los Soviets!”. También presumía de que el PCE, pese a ser minoritario en el conjunto de los partidos y sindicatos de izquierda, era el que tenía muy superior organización y el que estaba mejor preparado para hacer la revolución.

Las penetración de la masonería en las estructuras partidistas de la izquierda y en las instituciones de la II y III Repúblicas no puede orillarse si se quiere entender lo que sucedió. Aunque lo haya tratado en algunas de mis crónicas, creo oportuno subrayar que lo confirman las investigaciones históricas más solventes y ajenas a dependencias ideológicas. Masones eran, por ejemplo, los hombres más importantes del gobierno del Frente Popular en julio de 1936. Y aunque el asesinato de Calvo Sotelo lo ejecutaran guardias de asalto y guardaespaldas de la confianza de Indalecio Prieto, parece demostrado ue la instigación fue masónica. El gobierno, y sobre todo su presidente y el ministro de Gobernación, estaban informados con puntualidad sobre los preparativos del golpe militar para salvar la República. Se consideraba que el operativo revolucionado dispuesto para irrumpir a primeros de agosto era superior al militar, el cual se preveía al estilo de la sanjurjada y fácilmente yugulable si se provocaba su puesta en marcha antes de que fraguara del todo. El asesinato de Calvo Sotelo, la figura más relevante de la fracción monárquica, implicada en los preparativos para el alzamiento, a diferencia de Falange Española respecto de la que son conocidas las reticencias de José Antonio Primo de Rivera desde la cárcel de Alicante, se montó precisamente para forzar la deseada anticipación del levantamiento militar. Su aplastamiento en las regiones en que su aplicación táctica fue inapropiada ratifica que las previsiones del gobierno no iban descaminadas.

El error de las tres principales obediencias masónicas con penetrante influencia en el partido socialista, los republicanos radicales y Ezquerra Republicana de Cataluña, radicó en infravalorar la fuerza operativa del partido comunista, acrecida por el extremismo revolucionario del partido socialista y su absorción de las Juventudes Socialista Unificadas gracias a la traición de Santiago Carrillo. Pero sobre todo, merced al poderoso respaldo de la Unión Soviética que, a través de agentes del KGB en Francia, promovió el Frente Popular con la debida anticipación. Ya era tarde cuando los socialistas moderados, en alianza con los restos de una CNT resentida por la persecución comunista, protagonizaron el levantamiento de Casado en busca de la “paz honorable” dictada desde altas instancias masónicas, en particular la de rito escocés. Los gobiernos británico y francés, y también el norteamericano, eran conscientes de la inminencia de la guerra en Europa y de los esfuerzos de Negrín por aplazar la derrota a fin de enlazar con ella y proporcionar a la URSS una plataforma en España. Opción indeseable para las democracias occidentales, aún para gobiernos de izquierda como el francés. Tampoco echaban en saco roto la limpieza estaliniana de masones y judíos, tan abundantes éstos en las altas esferas francmasónicas. Se buscaba con la sublevación de Casado y el prestigio moderado de Besteiro que Franco aceptara una solución de compromiso “democrático” no muy diverso en sus fundamentos a algunos de los supuestos del transacionismo partitocrático practicado tras su muerte.

Me resta por recordar que el PNV y conspicuos sectores igualmente conservadores y católicos del nacionalismo catalanista antepusieron sus ansias separatistas de “nación” a sus fundamentos doctrinales y se aliaron con el Frente Popular, a despecho de la implacable persecución religiosa y del asesinato a mansalva de gentes de la derecha política y social con la que se identificaban doctrinalmente.

Considero llamativo que esa misma proclividad, extendida a otros sectores de la derecha, se registró en el conocido como “contubernio de Munich” (1962), celebrado a instancias de la Internacional Democristiana, cuyo presidente era masón oculto. El posterior hundimiento interno de la DCI, harto más penetrada por la masonería de lo que se creía y en no poca medida equivalente al de UCD en España, tuvo aquellas lejanas raíces. También parecido amasijo, aunque más minoritario, evidenció la Junta Democrática, partidaria de la ruptura, con la que conspiró don Juan de Borbón y Battenberg, cegado por la ambición de ser proclamado rey de España y poniendo de manifiesto su falta de pragmatismo y escasa inteligencia. ¿O no sabía que su hijo estaba comprometido a trasformar el tránsito reformista en ruptura constitucional?

UNA MIXTURA PSEUDODEMOCRÁTICA QUE NOS LLEVA A LA CATÁSTROFE

¿Y por qué desempolvo todos estos lejanos antecedentes?, se preguntará más de un lector a estas alturas de la crónica. Por la sencilla razón de que sin ellos, sobre todo para quienes no los conocieron o no los han estudiado, resultará problemático entender la evolución tramposa del tránsito hacia la Monarquía parlamentaria de partidos, cuya legitimidad, tanto de su titular como del sistema, tuvo su origen en el régimen de Franco y en su Ley de Reforma Política. Pero sobre todo, y es lo que importa en este momento, la descabellada y peligrosísima deriva impulsada por Rodríguez desde el momento mismo en que una conspiración internacional lo aupó al poder sobre las víctimas de la matanza terrorista del 11 de marzo de 2004.

Rodríguez es un personaje atípico y por ello mismo de difícil encaje en la tipología de los políticos de vitola progresista que pululan en los regímenes partitocráticos. Ya no caben dudas acerca de su mediocridad intelectual y su condición paranoica, la cual le lleva a creerse un estadista de gran calado y capaz de resolver por sí mismo los gravísimos problemas económicos y de confrontación que padece el mundo actual. Algunos quieren encontrar en sus vaivenes, mentiras, contradicciones y engaños una suerte de Maquiavelo moderno, cuando en realidad se trata de convulsas reacciones según pinten oros, espadas, copas o bastos en la partida de los acontecimientos nacionales o internacionales. Se crece y endiosa con los halagos y los aplausos de la caterva de bien pagados y untuosos cipayos que ha reunido en su torno para que ninguno de ellos le haga sombra. Pero huye de cualquier acto en el que, como la reunión internacional de víctimas del terrorismo, en Salamanca, pueda ser objeto de repulsa sin que le cubran la claque del partido o sus aledaños progresistas. Lo delata su peculiar forma entrecortada e inconexa de enjaretar discursos o declaraciones. Algo así como si eructara frases prestadas y aprendidas de memoria.

En su lamentable “El burro explosivo”, publicado durante nuestra guerra al servicio de la causa comunista, retrataba Alberti a un famoso aristócrata como “mixto de cabrón y mona”. Algo así podría decirse de la actual socialdemocracia, la cual hace de cabrón ideológico y de mona del capitalismo. Para entenderlo hay que volver sobre las confesiones del ex agente del KGB Yuri Bezmenov, encargado de organizar en Occidente, a partir de los Estados Unidos, la “subversión ideológica” que la URSS consideraba indispensable para la extensión y consumación de su sueño imperialista.

TOTALITARISMO SOVIETIZADOR EN MARCHA

DEDIQUÉ al asunto una reciente crónica, valiéndome de un esclarecedor artículo de Eduardo Arroyo, lo que hace innecesarias la reiteración. Aunque sí recordar las cuatro fases de la estrategia de la subversión: desmoralización, desestabilización, crisis y normalización. Su impregnación se hizo evidente durante el periodo de socialismo felipista. Lo de ahora con Rodríguez es un recuelo tardío y disléxico de aquella estrategia de la subversión, trufado con la obsesión revanchista de borrar la derrota frentepopulista mediante el retorno, bajo el manto protector de la monarquía, a lo que fueron, o pretendieron ser, la II y la III Repúblicas. Desmoralización, desestabilización y crisis se mezclan entre sí en alucinado galimatías. Y en cierta medida la normalización, o aceptación pasiva del sistema por los pueblos infectados, si como tal consideramos la mansedumbre de la sociedad a despecho de la empavorecedora regresión económica y social a que se ve condenada.

Y como no se vuelve impunemente atrás en la historia, resulta consecuente que comparezcan en la socialdemocracia rodriguezca y en su entorno progresista las inclinaciones totalitarias del antiguo sovietismo, ayunas del maquiavelismo que caracterizó a la “estrategia de la subversión”. No es necesario tirar de hemeroteca. Asoma, la oreja en tres iniciativas recientes:

Una se refiere al anuncio de un sistema evaluación de calidad de los funcionarios del Estado, con los consiguientes efectos negativos o positivos para el afectado. Método que se presta, según sean quienes realicen las pruebas, a una depuración encubierta de los no afectos y a la promoción torticera de los afines. Nada nuevo para quienes conocimos los periodos republicanos, aunque en el segundo la mayoría de las depuraciones se realizaban de manera expeditiva.

Una segunda ha promovido gran inquietud en los ámbitos académicos, atención informativa en “ABC” y escaso o nulo interés en el mundo mediático supeditado al poder socialista, que es casi todo. Pretende Rodríguez, a través del ministro de Educación, Gabilondo, al que se presentó como conciliador y moderado, que el Instituto de España pierda su autonomía en beneficio de la disciplina del gobierno y que suceda lo mismo en todas las Reales Academias que en él se agrupan, incluso en los nombramientos de sus presidentes y miembros, los cuales recaerían en la progresía nacida al amparo de la “estrategia de la subversión”. Reproducción del modelo soviético de Academia, con los resultados de sobra conocidos. Podríamos asistir si esta ocupación política se lleva a efecto a, por ejemplo, un nuevo diccionario de la RAE de corte gramnsciano en que los significados enterizos de multitud de vocablos fueran sustituidos por sus contrarios o por ambigüedades y eufemismos que ya han hecho callo en el lenguaje de la izquierda política y mediática. E incluso en sectores contrarios.

Las anteriores iniciativas no pueden hacernos olvidar un proceso sistemático de desguace, sometimiento y corrupción de las instituciones básicas del Estado. Entre ellas las Fuerzas Aramadas, en proceso permanente de achicamiento y convertidas en un híbrido de ONG y almibarado remedo orgánico de las milicias que integraron el Ejército Popular, o Rojo.

También ahora, como en aquellos lejanos tiempos de plomo y sangre, las burguesías secesionistas hacen tabla rasa de sus pregonadas convicciones conservadoras para, cobrando caro o barato, según las circunstancias, respaldar con sus votos parlamentarios y maniobras subterráneas la deriva neomarxista de Rodríguez y sus compinches. ¿O no contribuyen con tales comportamientos a la desmoralización, la desestabilización y crisis de la democracia y de España, amén de atribuir “normalidad legal” a tan protervos deslizamientos iluministas?

Es asimismo conocido que la penetración masónica en los partidos, harto más acusada en el socialista y los secesionistas, y en la esferas de poder, no sólo políticas, es muy superior que en la II República. Consecuente, asimismo, que, como entonces, neomarxismo y masonería se acuerden en una nueva e insidiosa embestida contra la religión católica, ansiosos de revancha al fracasar en su intento hace setenta años.

¿ES AHORA INCÓMODO RODRÍGUEZ PARA QUIENES LO ALZARON AL PODER?

QUIENES promovieron la conspiración para que Rodríguez llegara al poder sabían que encontrarían en él con títere dócil para satisfacer una venganza histórica que bloqueó la victoria militar y política de Franco. Pero no percibieron que promocionaban a un alucinado de reacciones imprevisibles y esquizofrénicas. Ahora se encuentran con una España cuyo hundimiento económico pone en riesgo la frágil estabilidad europea. Y con un obseso de la Alianza de Civilizaciones cuando lo que se debate es un choque de civilizaciones y el islamismo se ha convertido en un peligro más inquietante que la Unión Soviética en tiempos de la “guerra fría”, no sólo a causa de su fanatismo. También, y sobre todo, por no tratarse de un Estado con perfiles definidos, sino de un totalitarismo teocrático equivalente a una hidra con mil cabezas y cuerpo indefinido.

Rodríguez se ha excedido en el cumplimiento de la tarea desintegradora que le encomendaron sus patrocinadores en la sombra. Su indigencia mental, su incompetencia funcional, su complejo de Alicio, su abuelesca obsesión revanchista, su enfermiza vanidad, su soberbia y su despótico entendimiento del poder le han convertido en incómoda rémora para quienes mueven los hilos del poder mundialista. ¿Asistimos ya a su proceso de remoción? Los escándalos y revelaciones que comienzan a emerger, los desplantes de que es víctima en el ágora internacional, las advertencias de las más cualificadas organizaciones económicas , las insistentes y cada vez más crudas acusaciones de la más influyente prensa internacional dan a entender que su fatuo estrellato se ha esfumado. Las recientes revelaciones sobre el falseamiento de las pruebas periciales de la matanza del 11 de marzo de 2004, las muy graves relativas al caso Faisán y los sarpullidos judiciales de la corrupción socialista recuerdan el destape de la olla podrida que hundió a Felipe González.

LA EUFORIA CRIMINAL DE LOS HERODIANOS ENMANDILADOS

CERRO la crónica, asqueado y soliviantado por la imagen parlamentaria de los legalizadores del genocidio abortivo aplaudiendo y besuqueándose eufóricos tras aprobar la apertura de los campos de exterminio en que verdugos con bata blanca consumarán un más envilecido holocausto que el protagonizado por nazis y soviéticos. ¿Puede sorprendernos cuando Santiago Carrillo, el genocida de Paracuellos, se nos propone como adorable espécimen democrático?

El crimen como sistema reaparece con la legalización de la matanza de inocentes. Uno de los votos favorables lo emitió un socialista que se ha enriquecido con un intensivo matadero de seres humanos no nacidos. O de algún presunto secesionista conservador Extraña concepción de la Sanidad la de Trini Jiménez, abrazándose y besándose con la Aído y la Pijín. Más aún de la Justicia por el masón Caamaño, titular del departamento ministerial dedicado a la degradación y sovietización del entramado judicial. Una bestialidad que se encuadra en la fase final de desmoralización de la estrategia de la subversión.

Rodríguez estaba mientras tanto en Ginebra, bajo la horrenda y costosísima para España cúpula de Barceló en la sala de Alianza de Civilizaciones de la ONU. Le tocaba defender el “éxito” en la lucha por los Derechos Humanos. Había sido reacio a condenar la muerte en prisión del disidente cubano Orlando Zapata. No se refirió expresamente a Cuba, aunque un día después no pudiera eludirlo. Al abrigo de los chillones colorines de la cueva de artificiosas estalactitas de Barceló, Rodríguez exaltó los logros de la Declaración Universal de Derechos Humanos a la que atribuyó "el éxito de la dignidad de las personas, el éxito de la protección de la vida, el éxito de los Estados que respeten hasta el último instante la vida de todos y cada uno de sus conciudadanos".

Casi a esa misma hora los esbirros de Rodríguez y sus acompañantes en la estrategia de la desmoralización aprobaban una ley, la del genocidio de inocentes, que hace tabla rasa de los Derechos Humanos por él invocados como “éxitos” en su aplicación. Se precisan dosis siderales de desfachatez, de impudicia y de cinismo para ese doble y perverso doble juego. Las mismas que la de tortuosos personajes que, como Bono, se dicen católicos y violan su doctrina, no solo sobre la vida, sin perder la farisaica sonrisa tras la que esconden su condición de infiltrados en la Iglesia para corroerla. No es conciliable catolicismo con abortismo. Ni catolicismo con marxismo en cualquiera de sus adaptaciones a la “modernidad”. Tampoco catolicismo con masonería. La doctrina de la Iglesia es muy clara al respecto.

La invitación de Rodríguez y sus acólitos a consensos democráticos y pactos de Estado son algo más que una farsa. Una falacia. Reclaman a la oposición que denigran, la “derechona”, una adhesión incondicional a sus desmanes contra España. Desearían encontrar en Rajoy un Kerenski como lo fuera Azaña.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5586

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