Alexis de Tocqueville, el Visionario de la Modernidad
por Patrice Guinard
-- traducción Pía Urruzuno --
De regreso de su estancia en los Estados Unidos (1831-1832), Tocqueville inicia la redacción de su Démocratie en Amérique (Democracia en América). Comprendiendo que el régimen político y las condiciones de vida en vigor del otro lado del Atlántico iban a generalizarse hacia la mayoría de los países, comenzando por el vieja Europa, y que la propagación del modelo democrático americano era ineluctable, trató de formular las características de éste, y de imaginar su evolución.
Tocqueville anunció el advenimiento de una sociedad igualitaria, fundada sobre el individualismo, la agitación, y el aislamiento, más marcados aún cuando, paradójicamente, cada uno se volverá más similar al prójimo. "Veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que dan vueltas sin descanso en torno a sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres." (Démocratie, II 4.6). Y también el advenimiento de una opresión de un género nuevo, que no es ya despotismo o tiranía, sino una "suerte de servidumbre, ordenada, suave y apacible (...), un poder singular, tutelar, todopoderoso (activado por) una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes (que) no quebranta las voluntades, pero las aplaca, las doblega y las dirige; raramente fuerza a actuar, pero se opone sin cesar a la acción; no destruye, impide nacer; no tiraniza, molesta, comprime, enerva, apaga, embrutece, y, en fin, reduce a cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, donde el gobierno es el pastor." (Démocratie, II 4.6)
El principal peligro que acecha a los ciudadanos de la conglomeración única y mundial – a partir de ahora lo cotidiano de cada uno – no es externo sino interno: es principalmente la inconsciencia de la servidumbre, esta "servidumbre voluntaria" de la cual Étienne de la Boétie había hecho el objeto de su tratado político (1548). El siervo moderno, o postmoderno, contrariamente a aquel de las sociedades antiguas y medievales, no es ya consciente de su servidumbre, pues se recompensa con palabras y sufre pasivamente el discurso ideológico que él mismo produce, colectivamente. A la vez aislado y enredado, individualista y ahogado en la colectividad. El amo de antaño podía amar a su sirviente, el siervo de hoy en día es su propio opresor. Pues en esta servidumbre generalizada, el siervo no se distingue ya de su amo. Cada uno tiende a convertirse en el opresor y el oprimido del otro, no directamente porque el otro, invisible, se manifiesta en la sombra de los reglamentos, de las leyes y de las transacciones. Todos se parecen, porque las condiciones de la existencia y de los estilos de vida tienden a volverse las mismas. Esta empresa de aculturación mundial, sin precedente en la historia de la humanidad – pues lo que desaparece no es reemplazado por nada – es, sin cara y sin voz, aunque ruidosa, conducida por todos y en beneficio de nadie.
"Estilos de vida" no es "niveles de vida", y sólo existe un criterio que permite rendir cuentas de los "modos de vida": la tasa de suicidio, de la que se conoce su incremento en las sociedades industriales y postindustriales, en Francia, en Japón. La igualdad de las condiciones es una idea mucho más radical que la desigualdad de las riquezas, finalmente sin importancia (pues el rico sufre la misma servidumbre colectiva), o que el ingenuo concepto marxista de los modos de producción. ¿Cómo podría lo económico liberar la consciencia? ¡Por el contrario, es su principal vector de esclavitud!
El mecenas de hoy en día es ciego y sumiso: no tiene ni inteligencia, ni cultura, ni fe, para patronear iniciativas originales reales, para ayudar a los talentos a desarrollarse. A la inversa del mecenas ilustrado del Renacimiento, no cesa de sufrir la imposición cultural y el terror ideológico. Se inclina hacia las asociaciones, clubes e institutos de "beneficencia" que no son más que las sucursales de las instituciones. Al igual que el futbolista, el cantante y el actor: repentinamente enriquecidos por el sistema y que les hacemos parlotear delante de los micrófonos.
Tocqueville es un visionario. La realidad le ha dado la razón: condiciones de vida iguales, degradación de las costumbres y de la convivencia. ¿Sobre el modelo americano? ¿O sobre el ruso?: Tocqueville vacila. Poco importa, pues es la misma cosa. La caída del Muro de Berlín no ha marcado la liberación de las naciones de Europa oriental, sino su entrada en la servidumbre común. Recíprocamente, con la caída del Muro, no fueron los soviéticos quienes se europeizaron, sino más bien el europeo es quien se ha "sovietizado", "achinado" un poco más. El abad Ferdinando Galiani, "el más profundo y el más lúcido de los hombres de su siglo" (según Nietzsche), escribió ya en 1771, en una carta dirigida a Louise d’Epinay: "Dentro de cien años nos pareceremos mucho más a los Chinos de lo que no nos parecemos ahora. (...) Habrá despotismo por todos lados, pero un despotismo sin crueldad, sin una gota de sangre derramada. Un despotismo de disputas y siempre basado en la interpretación de las viejas leyes, sobre el ardid y la astucia del palacio y de la toga, y el despotismo sólo aspirará a las finanzas de los particulares". Sin embargo, una diferencia separa al ruso o al búlgaro de hoy en día que ha conocido la servidumbre a cara descubierta y ha podido forjarse una caparazón apropiado, del occidental que nunca a conocido otra cosa más que la ilusión de la libertad, aderezada por el Terror ideológico instalado en la época de los "Derechos del Hombre". Esto es lo que se constata con los propios ojos cuando un americano y un ruso se cruzan en un avión: la superioridad cínica del segundo.
No es el ruso o el chino el que se ha vuelto capitalista, sino que es el americano y el europeo los que se han vuelto "comunistas". La caída del Muro es la marca de este acontecimiento. No es el proletario el que se ha vuelto "burgués", sino a la inversa. Proletariado significa obligación de trabajar, para subsistir, según las modalidades impuestas desde el exterior, y alienación en un trabajo inútil para sus necesidades y para sus aspiraciones propias. Ahora bien, la ideología, a la inversa que la astrología, niega que puedan existir tales aspiraciones propias a cada uno, que sean independientes del medio sociocultural.
Toda actividad se ha vuelto pública, socializada, controlada por el Estado y el Mercado. Contrariamente a lo que se argumenta, nosotros no estamos viviendo dentro de una lógica de los "Derechos del Hombre", y no hay un estado "burgués" como lo creía Marx. No hay más que Aristocracia o Proletariado: es esto lo que a incluido Tocqueville en su otra obra, L’Ancien Régime et la Révolution (1856) (El Antiguo Régimen y la Revolución). Nadie está en condiciones de ejercer una actividad conforme a sus aspiraciones, ni de disfrutar libremente de los frutos de esta actividad sin tener que rendir cuentas, sin haber tenido que beneficiar a alguien más, sin ser tributario de la estafa estatal. Así sucesivamente con su mujer, o con sus mujeres, con sus niños, ya no reales sino públicos, modelados.
Tocqueville, en apariencia optimista, espera que la modernidad elegirá a fin de cuentas la vía de la "libertad". En realidad es un pesimista: no cree que las naciones y los pueblos tengan realmente la elección, y las observaciones finales de su tratado suenan falsas. Su optimismo forzado señala la idiosincrasia típica del Leo moderno, acentuada por la fuerte presencia de Plutón en el MC en Piscis, y de la Luna en el FC en Participación Nocturna (cf. infra: la carta natal de Tocqueville).
Tocqueville permanece como uno de los pilares para una reflexión sobre la modernidad, como lo ha demostrado François Furet (Penser la Révolution française, Paris, Gallimard, 1978). Él ha visto y previsto el advenimiento de la sociedad futura, la nuestra, con uno o dos siglos de anticipación. Los astrólogos se jactan de una ilusoria capacidad de predecir o de pronosticar el futuro, mientras que son impotentes frente al futuro próximo, en un plazo de solamente algunas semanas de un evento (cf. las recientes elecciones americanas: noviembre – diciembre 2000). Los más astutos establecen balances moderados, sembrados de fórmulas ambiguas, que podrán parecer validar sus pronósticos a los ojos de un público crédulo. Yo ya lo he dicho: esto no es hacer astrología, sino reconducirla sobre seguro hacia el juego de engaños en el que ella se ahoga desde hace tres siglos.
Además, ¿cómo podría el astrólogo adquirir, con la nariz pegada a sus horóscopos, una visión amplia, sana y esclarecida sobre su tiempo? La astrología mundana es una cuestión de grandes ciclos, de cultura, y de reflexión política. El astrólogo de gabinete se queda mudo acerca de la evolución de las mentalidades y de las ideologías, y se limita generalmente al acontecimiento – e incluso es dudoso que exista hoy en día un "auténtico acontecimiento" que no sea una fabricación artificial del "Espectáculo" (Guy Debord).
La ideología moderna estipula que la libre y buena voluntad dirige las reformas útiles en el seno de las sociedades modernas. Ahora bien, los gobiernos sólo actúan en realidad por la doble fuerza de las presiones económicofinancieras, y de la opinión pública, puesto que son las masas quienes le conceden o le retiran su sufragio. Los políticos, colectivamente, buscan contener la opinión pública por la demagogia y la publicidad, y a hacer pasar las imposiciones del Mercado como la elección razonable. Todo el esfuerzo político consiste en convencer a los ciudadanos de la necesidad de esta identificación. Después, a la hora de la competición, cada uno de ellos intenta persuadir a los demás de que él es quien encarna mejor este consenso, y que él hace las mejores elecciones, aquellas de un buen sentido político: chivos y monos, efigies de un espectáculo que se reduce a la animación de una veleta veleidosa, orientada por la competencia de títeres, rivales intercambiables, sometidos a la opinión y las presiones del Mercado. Ninguna época ha conocido semejante degeneración de la voluntad política.
Michel Foucault ha demostrado que el poder moderno no era ni material (oacción física), ni personal (coacción voluntaria), ni político, sino estructural, y caracterizado por su ubicuidad, su múltiple localización, su inmanencia, constituido por una multitud de micropoderes repartidos entre todos los actores, con lugares de mucha mayor condensación. De hecho el "poder moderno" no es más que una ilusión: "auto" sugestión de la ideología interiorizada por cada uno.
La ideología parece funcionar por ideas separadas o por parejas de contrarios (izquierda / derecha, política / justicia, privado / público...), pasando por alto los presupuestos del sistema: la "reforma" forma parte integrante del dispositivo, ella es su continuación prevista, ya que se trata siempre de reconducir al conjunto bajo una forma un poco modificada. Pero la ideología moderna es un concepto mucho más vasto que sobrepasa su aspecto político, el más ingenuo. La ideología, es la forma interiorizada de la servidumbre común descrita por Tocqueville. Yo propongo tres criterios de reconocimiento:
La ideología impregna la consciencia. Se hace una con la consciencia. No es un objeto exterior de pensamiento fácilmente identificable, ni a la que uno se opone fácilmente, sino que es ese estado del pensar que influye incidentalmente sobre los juicios emitidos sobre aquello a lo que uno cree oponerse. La ideología se impone e impregna con tanta fuerza que uno cae aún cuando cree liberarse de ella. Así: ¡apagar la radio (que transmite el discurso de circunstancias escuchado ya cien veces en otra parte y por otros, ya que lo importante no es el locutor, sino que el balbuceo consensual sea transmitido, poco importa por quién siempre que haya alguien que pueda transmitirlo)... y poner un disco de rap!
La ideología no es exterior, entre los otros, en China, bajo el Reich, entre los Zulúes, o desde el tiempo de los Aztecas: es actual, en acto, "entre nosotros", omnipresente. Lo que ocurre en otra parte no es más que curiosidad: la ideología, es en primer lugar el discurso del vecino o de su mujer. La denuncia de la ideología supuesta entre los otros no está hecha para convencer a los otros, sino para reforzar la ideología entre nosotros. Es similar a las instituciones penitenciarias de la obra de Foucault. La ideología produce naturalmente sus reformadores, críticos y escépticos habituales, sus bufones; ella sabe reconocerlos y remunerarlos en consecuencia. Así se explica, por otra parte, el hundimiento soviético: por la superioridad de la ideología occidental y de sus élites intelectuales. El pesado aparato de la propaganda soviética era ingenuo: bastaba con halagar el amor propio, con dejar canturrear a las sirenas de la libertad, de la voluntad, de la responsabilidad, del reparto, de hacer creer a cada uno que es el autor, el actor y sobre todo el empresario de su existencia.
La ideología no se mantiene sujeta por unas pocas ideas, valores o líneas directrices, ni incluso en una red de ideas. Es una organización estructural subyacente a las ideas, una disposición del espíritu. Es el teatro de implosión de todas las ideas en el espíritu. Tampoco se combate a la ideología con el discurso, la argumentación, la razón, la inteligencia, porque, por definición, la ideología ya ha falsificado todos los discursos, todas las argumentaciones. Ha desviado la razón y minado la inteligencia. Sólo se puede combatir por el silencio.
El término ideología ha sido forjado por el filósofo Destutt de Tracy para designar el conocimiento de las ideas o hechos de consciencia. Marx se apodera de ello para calificar a los pensadores inconscientes de las realidades económicas y materiales subyacentes en su razonamiento. Después, ha sido utilizado corrientemente para descalificar directamente las ideas que no se conforman con las normas del pensamiento, de la razón o del consenso. Yo llamo, en lo que a mí corresponde, ideología, no al sistema de representaciones mentales que caracterizan la mentalidad de una "clase dominante" (Marx), sino al conjunto de los reflejos culturales de la mentalidad dominante, todos los tipos mezclados, inconscientemente vividos por la mayor parte, y en tanto que evacúen, neutralicen y excluyan las representaciones mentales concurrentes que caracterizan la diferencia. La ideología se enraiza en los espíritus a través de la ignorancia (signos primaverales), el miedo (signos estivales), la pereza (signos otoñales) y la cobardía (signos invernales).
La astrología me interesa desde hace 20 años. Es la única alternativa a la ideología, porque funciona en sí misma, como una ideología: fuerte impregnación, estructuración de la consciencia, ubicuidad, inaccesibilidad.
La revista neoyorquina Considerations ha publicado recientemente (15.1, 2000, p.89) la carta natal de Tocqueville. La señora Nicole Girard ha recuperado el acta de nacimiento de Alexis de Tocqueville de los archivos del Sena: Charles Alexis Clérel de Tocqueville nació el 29 de julio de 1805, en París, a las 3 hs de la mañana: "Tocqueville’s birth (family name =Clérel) is registered as No. 174 for 29 Juillet 1805 (11 Thermidor an XIII) at the Préfecture du département de la Seine, ville de Paris, primer arrondissement. Birth ocurred at Rue de la Ville l’Évêque, numeró 987, division du Roule." (correo personal del editor, Ken Gillman, fechado el 28 de marzo de 2000).Este pequeño texto ha sido escrito para honrar este precioso descubrimiento. Un horóscopo tal que este último vale más que otros cien de interés limitado. Más vale profundizar y comprender una sola carta de un hombre valioso, que levantar apresuradamente las cartas de docenas de peleles.
Plutón en el MC, y el único planeta sobre el horizonte, domina el tema de Tocqueville. En oposición: la Luna. Los hombres, individualidades distintas y sobrediferenciadas (Plutón) pero formando un sólo cuerpo (Luna), son debilitados por la pasividad de Virgo y por la inestabilidad de la Casa VII (Participación Nocturna), la casa plutoniana. Reagrupados en un colectivo amorfo (Luna) y desunido (Plutón), sin convivencia, permanecen sometidos a un destino que son incapaces de dominar y esclavizados a unos desconocidos que los exceden totalmente (Casa VII, el Misterio). Esta configuración es la marca de una servidumbre (Luna), tan implacable y estrecha (eje Piscis / Virgo de las restricciones y de las limitaciones), que permanece inconsciente (Casa VII).
El otro polo de esta carta, ajeno al primero y sin relación con él, está marcado por el Sol en Leo e Individuación Nocturna. El poder tutelar (Sol), desconectado del "pueblo", persigue sus designios (Casa VIII) sin maldad, pero sin concertación (Leo). Este polo leonino marca también la mirada que el historiador pone sobre el fenómeno aprehendido, el cual quiere creer, a pesar de su constatación de que los hombres descubrirán, finalmente, el medio de superar las pruebas que los agobian.
N. del Autor: Agrego algunos extractos de La Démocratie, (cf. Alexis de Tocqueville, Visionary of Modernity), traducido por un equipo de estudiantes de la Universidad de Virginia, y agradezco desde ya al lector interesado que encontrase una versión del texto en español en Internet.
Referencia de la página:
Patrice Guinard: Alexis de Tocqueville, el Visionario de la Modernidad
(versión francesa, 02.2001: http://cura.free.fr/docum/10toc-fr.html)
http://cura.free.fr/docum/11toc-es.html
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sábado, febrero 27, 2010
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