jueves 18 de febrero de 2010
El ‘pacto de Estado’ o la escenificación de un fraude
Ismael Medina
E S perceptible un interés bastante generalizado en justificar la iniciativa del monarca para forzar un “pacto de Estado” del que ninguna fuerza política, económica y social quede al margen. Hasta el momento en que escribo ha recibido a la mayoría de sus representantes. Pero todavía no a Rajoy, pese a que, por ser el partido mayoritario de la oposición, debió ser el primero, después de Rodríguez e incluso antes que la vicepresidente de Economía.
Se recuerda que ya desde 2008, y en varias ocasiones, el monarca aprovechó algunas intervenciones públicas para llamar la atención sobre los graves problemas que afectan a nuestra economía. También algunos juristas irrumpieron en la palestra mediática para subrayar que estos movimientos del monarca se corresponden con las atribuciones de arbitrio y moderación que le reconoce la Constitución. Aunque no fuera así, tanto da. La Constitución se la han pasado tantas veces políticos centrales y territoriales por el forro de los cojones (nuestra lengua permite estas muy expresivas rudezas y no hay razón para excusarse) que apenas es ya otra cosa que papel mojado metido en una urna para hipócrita beatería democrática. Importa menos el amparo del marco constitucional a la intervención real que su porqué.
UN PACTO IMPOSIBLE POR AVERIADO
JUNTO a las interpretaciones aconsejadas por la “corrección política”, no otra cosa que la defensa de un artilugio institucional carcomido, circulan otras a ras de tierra y posiblemente más certeras. Rodríguez habría aprovechado el despacho con el monarca el martes anterior a su pronunciamiento y ronda de forzadas consultas para pedirle árnica. Y como el palacio moncloaca está lleno de fisuras y todo acaba por saberse, ha trascendido que la Fernández de la Vega se opuso a que Rodríguez reclamara al rey el salvavidas de su intervención. Resulta así explicable que, soberbia como es, no pudiera ocultar su cabreo durante la rueda de prensa posterior al consejo de amiguetes, más que de ministros. Hasta el punto de descalificar la irrupción real en territorio comanche del gobierno.
Rodríguez está en caída libre por propios méritos. Y hundido el país por su causa. ¿Y de qué se trata verdaderamente con las instigación real al “pacto de Estado”: salvar a Rodríguez y al P(SOE), o salvar a España de su desintegración y al pueblo de la miseria en que lo ha sumergido esa izquierda de retrocesión histórica e indigencia mental irrecuperable? Dicho de otra forma: ¿Qué ha pesado más en la decisión del monarca: su conocida afección y ya lejana cercanía a la facción socialista de nuestra partitocracia, la angustia, más o menos súbita, por la catastrófica situación en que nos han sumido seis años de un alucinado presidente del gobierno, o un autorizado toque de aleta exterior?
El pretendido pacto de Estado es imposible en las actuales circunstancias, a menos que el PP, con Rajoy a su frente, tenga vocación suicida. Y no sólo por tener Rodríguez mentalidad de quinqui y estar endemoniado por el largocaballerismo, que él simboliza y adora en su abuelo paterno. Vive al día, sin perspectiva alguna de futuro. Hoy anuncia acciones económicas y sociales similares a las que ha escuchado en foros internacionales o busca sustraerlas a la oposición, y mañana da marcha atrás al topar con los recelos de sus ramales sindicales o sondeos adversos a las reformas anunciadas en materia de jubilación y pensiones. Anuncia un recorte de 5.000 millones anuales de gasto público y a renglón seguido prolonga por seis meses un subsidio equivalente a esa cantidad. Acuerda el Congreso de los Diputados que suprima tres ministerios de los varios atrabiliarios e innecesarios y se niega en redondo.
Sólo un ingenuo o un tonto de remate pueden caer en la burda trampa tendida por un sujeto de la calaña de Rodríguez. Cierto que el monarca no es ingenuo ni tonto. Se definió a sí mismo hace bastantes años ante un entonces entusiasta monárquico: de aquí poco, le dijo señalándose la cabeza; pero de aquí mucho, añadió llevándose el dedo a la nariz. No me parece que haya demostrado finura de inteligencia al proponer un “pacto de Estado” racionalmente impracticable. Pero barrunto que se ha pasado de listo y metido en un barrizal que también a él le puede enlodar.
LA ESTRATEGIA DE INUTILIZAR AL ADVERSARIO SE PERPETÚA EN LA IZQUIERDA
“ALTAR MAYOR” recogía en el voluminoso número extraordinario del pasado mes de enero las aportaciones de cualificados intelectuales a las “XVI conversaciones en el Valle”, sobre el tema “Democracia y convivencia”, celebradas dos meses antes en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Información de la Universidad San Pablo-CEU. Todas ellas dan amplio espacio para la meditación. Pero al hilo del “pacto de Estado” propuesto por el monarca atrajo mi atención la del catedrático emérito Luís Buceta titulada “Convivencia y memoria histórica”, un demoledor análisis crítico del intento rodriguezco de borrar cuarenta años claves de nuestra historia y de ganar sobre papeles con membrete gubernamental la guerra que perdió la III República del Frente Popular. Ley firmada por el Jefe del Estado, como es preceptivo, y no sé hasta que extremo con disgusto.
Al referirse al salto atrás protagonizado por la izquierda instalada en el poder, recuerda Buceta que tiene sus antecedentes en “una idea fuerza de Largo Caballero”. Exhuma al propósito este párrafo sintomático de un mitin, en l934, del que llamaban sus seguidores el “Lenín español”: “A mí me extraña que haya socialistas que se pregunten qué hay que hacer después de conquistar el poder político. Para mí es la cosa más sencilla. Se tiene el poder político y el número uno del programa es éste: Inutilizar al adversario”.
La obsesión de Rodríguez y sus secuaces es la misma que la de Largo Caballero respecto del PP al que, como antaño sus modelos de referencia, tienen por “derechona”. Los tiempos y la coyuntura internacional no permiten una inutilización al viejo estilo frentepopulista, al menos por ahora. Pero el poder ejercido a despecho de la legalidad y del sentido del Estado proporciona recursos más que sobrados para “inutilizar al adversario”. El “pacto de Estado” se convierte así en perverso caballo de Troya. Me pregunto si al monarca le ha fallado el olfato para percibirlo o hace causa común con Rodríguez, igual que antaño con Felipe González. O dicho de otro modo: si yerra o borbonea.
La trampa tendida al PP es mortal si muerde el cebo. Si se opone de manera frontal al “pacto de Estado” propuesto por el monarca pese a su inviabilidad por causa precisamente de Rodríguez, se extremará la campaña ya en marcha para acusar a los populares de ser el tapón que obstruye el plan encaminado a la recuperación de nuestra economía y a sus “medidas sociales”. Pero si se aviene a exponer un plan razonable, aunque no sea extremo, de acciones urgentes de contención del gasto y otras indispensables medidas económicas, amén de la reforma de las normas que ahora regulan el mercado del trabajo y los costosos privilegios de las dos centrales oficialistas, entonces les echarán los lobos y les colgarán el sambenito de servidores del capitalismo.
Es un lugar común, aunque ahora se pretenda olvidar, que el papel de la oposición en democracia, aunque sea ficticia y fraudulenta como en nuestro caso, consiste en marcar al gobierno, denunciar sus errores, subrayar sus desvíos y no darle tregua en el parlamento ni en la calle. El cumplimiento razonado de ese deber de clarificación lleva implícita la existencia de un plan alternativo. Pero la estrategia política aconseja que su divulgación seriamente estructurada se retrase hasta la inminencia de las elecciones. Es hábito arraigado en otros sistemas parlamentarios, como por ejemplo en el británico, cuya oposición en tales coyunturas anuncia, junto a su programa, la configuración de lo que se ha dado en llamar “gobierno en la sombra”. Es decir, las personas con presumible capacidad y prestigio ante la opinión pública que ocuparán unas u otras carteras ministeriales en caso de que acompañe el triunfo en las urnas.
EL COMPLEJO DE “DEMÓCRATAS CONVERSOS” QUE CONDICIONA A LA DERECHA
AL PP le aquejan dos serios condicionamientos a la hora de escabullirse la invariable estrategia sociata de “inutilizar al enemigo” en la que se encuadra la maniobra actual del “pacto de Estado”. Uno radica en una doble renuncia: plantear la batalla en el marco ideológico de los valores inherentes a un partido conservador que no se avergüence de serlo; y la defensa de la verdad histórica sin remilgos ni aspavientos. Proviene el otro de la proclividad a dejarse seducir por los “estados de opinión” prefabricados por el adversario y su poderosa red mediática, así como también, y aún más penoso, de lo que se conoce ya como “fuego amigo”. Recuérdese lo que ocurrió tras el debate entre Solbes y Pizarro y su errado orillamiento posterior.
Respecto del primero y principal condicionamiento me apoyo de nuevo en la ponencia del profesor Buceta. Acusa a la derecha de haber cometido graves equivocaciones al esquivar la batalla en el terreno ideológico. ¿La causa? Un estúpido “complejo de culpabilidad” que la impulsa a hacérselo perdonar y “no entiende que los “demócratas” (de izquierda) nunca perdonarán a los “demócratas conversos” (de derechas) la responsabilidad de las políticas catastrofistas y represoras que atribuyen a sus “precursores” franquistas.
Bastaría al PP para ahuyentar ese necio complejo y recordar lo que tantas veces he denunciado sobre el verdadero origen tardofranquista del “socialismo del interior”, el origen de familias franquistas de buen número de dirigentes del P(SOE), que en ningún momento ejercieron una oposición susceptible de inquietar al régimen o que una masa nada desdeñable de sus votantes se encuadran en el conocido como “franquismo sociológico”. Esa izquierda acumula además en su talego histórico otra condición sustancial de “demócratas conversos”: nunca fueron demócratas y desde su mismo origen se empecinaron en destruir cualesquiera visos democráticos y de libertad que se les cruzaran en el camino hacia el totalitarismo del que nunca abdicaron. Tampoco ahora. Cambian las caretas pero no los fundamentos.
Hay que volver hasta los años sesenta para descubrir que desde entonces “la derecha no sólo renunció a la lucha por la hegemonía cultural sino que padece un claro síndrome de autocrítica cuasimasoquista, y, en consecuencia, aceptó la visión del adversario”. Buceta recurre a dos ejemplos: el respaldo del PP a la concesión de la nacionalidad española a los supervivientes de las Brigadas Internacionales, presentados como “voluntarios por la libertad”, cuando es de sobra conocido que eran hechura soviética y que no fueron precisamente un modelo de benéficos demócratas; y la reivindicación de la figura de Azaña por Aznar, “lo que fue un error garrafal” ya que dicho gesto, como comentó Jorge Semprun, demostraba que eran “los valores de los vencidos de la Guerra Civil los que fundan la ley moral”.
Pueden aducirse otros muchos ejemplos demostrativos de hasta qué punto, unas veces por activa y otras por pasiva, el PP no se ha liberado de ese complejo de “demócratas conversos” cuya trampa les tendió la izquierda. Para demostrarse tanto o más antifranquistas que la izquierda añorante de la república del Frente Popular, la derecha no afronta con valentía la verdad histórica de lo que sucedió en España y sembró de víctimas en aquella otra derecha de los años treinta de la que, quiéranlo o no, son sus herederos naturales. También en pusilanimidad. Buena muestra son la falta de vigor en la defensa de la unidad de España en los feudos separatistas y la contemporización con los guiños de CiU, siempre dispuesta a venderse al mejor postor para sus intereses financieros y mercantiles, o la imposición más o menos disimulada de las “lenguas vernáculas”, en demérito del idioma común, en las taifas que dominan y las tienen. ¿Y ha reaccionado con voz tonante, como debiera, frente al protervo desmantelamiento de las Fuerzas Armadas? ¿Y acaso ha encontrado en el PP un resuelto defensor la grey católica, no digo ya la Iglesia como institución, mayoritaria en nuestro pueblo y aún más en su electorado? Cuando la derecha renuncia a sus propios valores difícilmente estará en condiciones de hacerlo con el conjunto de los valores morales e históricos que dieron sentido al ser de España.
LA LUCHA ESTÁ PLANTEADA EN ENTRE EL BIEN Y EL MAL
HA sido frecuente en los últimos tiempos airear la máxima de Burke, según la cual “para que triunfe el mal, basta que las buenas personas nada hagan”. O lo hagan sin convicción. La gran batalla que hoy se libra en el mundo, y en España como campo de experimentación, es entre el Mal y el Bien, concebidos como absolutos metafísicos. No en vano el iluminismo, del que el Nuevo Orden Mundial es consecuencia e instrumento, responde al absoluto satánico. Y frente al Mal no caben medias tintas ni componer la figura del avestruz a la espera de que otros, o un milagro inmerecido, nos saquen las castañas del fuego. Conviene leer “San Jorge o la política del dragón”, de Angel María Pascual, para entenderlo. Pese a que fue escrito hace más de medio siglo, adquiere una actualidad inusitada. Al Dragón Rojo, versión actual del Mal, sólo se le puede vencer con el arrojo que proporciona una fe robusta y militante en la superioridad del Bien. Lo que no sea así son ganas de caer en inútiles devaneos dialécticos de perdedores.
Es un descomunal error de cálculo, o de estrategia política, centrar el debate de la catastrófica situación nacional –también la igualmente adversa internacional- en un ámbito exclusivamente económico, del que el desfondamiento social es una mera consecuencia. Sostenía Adam Smith, y lo recordaba Benedicto XVI cuando era cardenal, que la economía es ajena a la moral. Pero ese desprendimiento de la moral desemboca de manera inexorable en puro y duro materialismo con ansias totalitarias, sea el capitalismo liberalista o el capitalismo de Estado marxista. En su circunstancia actual, el híbrido socialdemócrata al que sirve Obama y en el que ha caído el llamado centrismo de los partidos europeos de origen conservador, presos como el nuestro del complejo de “demócratas conversos” pues no en vano la segunda guerra mundial derivó en sangrienta guerra civil en cada una de las naciones que la combatieron, fueran vencedoras o vencidas.
NO HAY FUTURO SIN LA RECUPERACIÓN DE LOS VALORES MORALES
UN “pacto de Estado” encaminado sinceramente a sacar a España del actual y ominoso atolladero exigiría ante todo el restablecimiento de los valores morales sin cuya existencia las estructuras institucionales se cuartean, el poder político se convierte en Puerto de Arrebatacapas, la corrupción se desboca y la sociedad se enmierda. ¿Pero acaso no es esto lo que persigue el Nuevo Orden Mundial? La diferencia, en lo que respecta a España, proviene de que la estrategia de descomposición la aplica un alucinado, devoto del Dragón Rojo, para el que no existen frenos morales de ninguna índole ni caben en su cabeza metros de razón. Aplica las consignas recibidas con la misma obcecación de los automovilistas suicidas que pisan el acelerador a fondo en dirección contraria. ¿Alguien en su sano juicio puede confiarse y pactar con un sujeto así?
Retomo en este punto la comparación que Terstch establecía entre la inmediata postguerra y la actual coyuntura. Si la República fue un desastre para nuestra economía, la guerra dejó tras de sí una España en ruinas. Comenzó de inmediato la guerra mundial, la cual aparejó para nosotros dificultades para adquisiciones en el exterior. Y afrontamos luego cinco años de mendaz aislamiento internacional con el añadido perturbador del intento comunista de invasión desde Francia. Las opinión dominante en el exterior no daba un céntimo por nuestra recuperación. Pero hicimos frente al hambre, a carencias múltiples, a sacrificios sin cuento y salimos adelante.
¿El secreto de una lenta remontada que desembocaría más tarde en un espectacular desarrollo? La existencia de un Estado fuerte, unitario y austero que daba respuesta pragmática a los retos que la adversidad planteaba. Y un soporte moral en la sociedad que incitaba a ganar la batalla de la recuperación en paz, a aguzar el ingenio, a hacer virtud emprendedora de la necesidad y a trabajar sin desmayo para acrecer la despensa mes tras mes y año tras año. Fue simbólica este respecto la consigna dada por Pilar Primo de Rivera a las abnegadas mujeres de la Sección Femenina: “Hacer de cada peseta siete”. Se ganó merced al conjunto de valores que durante las últimas décadas se han cuarteado y a cuya total destrucción han dedicado todo su esfuerzo los gobiernos de Rodríguez desde hace seis años. Y sin tropezar con una respuesta enérgica en defensa de ese cuadro indispensable de valores. Ni en la oposición ni en una sociedad aviesamente desmoralizada y animalizada.
* * *
ADENDA A UN DEBATE PREVISIBLE
DEDIQUÉ la mañana del miércoles a seguir el anunciado debate sobre la situación económica, en el que las dos estrellas eran Rodríguez y Rajoy. Debate forzado e innecesario como consecuencia de la necesidad de escenificar la exigencia hecha por el monarca del “pacto de Estado”.
Como en otras ocasiones, se publicarán sondeos sobre quien ganó en la confrontación, si Rodríguez o Rajoy. También la mayoría de columnistas y cuadrilleros de tertulias mediáticas discutirán sobre lo superfluo. No entrarán al trapo de los problemas de fondo que nos han conducido a la calamitosa situación en que los españoles nos debatimos, la cual excede con mucho a lo meramente económico. Se reconocerá, a lo sumo, que Rajoy puso sobre la mesa parlamentaria una serie de medidas concretas y plausibles, aunque insuficientes, para el recorte del gasto público y el estimulo del sistema productivo y del consumo. Pero unos dirán que Rajoy golpeó en el hígado a Rodríguez al proponer a su partido que lo remueva, apelando a su instinto de conservación. Y otros, que Rodríguez respondió con un directo a la mandíbula de Rajoy con el reto de que tuviera el valor de presentar una moción de censura. Farsa cuando se masca la tragedia.
No hay margen alguno de crédito alguno a las genéricas iniciativas de recorte del gasto publico de Rodríguez: malversa los fondos del Estado o parcelas de soberanía en comprar los votos de las siempre voraces minorías; dilapida millonadas en los montajes carnavalescos e inútiles de la presidencia adventicia de la Unión Europea; autoriza a la Aído a invertir millones en un manual para que las niñas aprendan la sexualidad del clítoris; mantiene a ultranza unos Presupuestos Generales del Estado que ya nacieron inservibles; falsea los datos del paro; aumenta las subvenciones a sus aborregados sindicatos; dispara el endeudamiento a cotas de quiebra que recuerdan la de tiempos del felón Fernando VII; dilapida en condonar deudas y financiar a los corruptos regímenes amigos; falsifica las estadística; utiliza la inmigración como río caudaloso en que pescar votos; no pone coto a la mangancia que gangrena a su propio partido; aplica a medidas populistas de subvenciones lo que pretende ahorrar en un año; superpone un arbitrario plan E a otro, mientras recorta las inversiones en investigación y en infraestructuras; subvenciona las mandangas cineastas; ampara la suciedad monopolística del grupo de mercantil adueñado de la SAGE; se vale de torticeros enjuagues para el control partidista de la televisión y el sometimiento de otros frentes mediáticos; ayuda con descaro a los grupos financieros para salvarlos de la quema a que le condujeron sus excesos especulativos en tanto esas mismas fuentes de crédito asfixian a la pequeña y media empresa… Y tantos otros hechos que harían interminable la antología del disparate, la arbitrariedad, el agiotismo y la incompetencia. Y quiere Rodríguez, además, que el PP, forzado por la presión del monarca, entre en la jaula de los leones de un “pacto de Estado” en el que sólo está dispuesto a cambiar unos pocos y aleatorios mimbres de ese cesto putrefacto. Incluso el complejo de los “demócratas conversos” tiene un límite.
A la hora de un juicio lo bastante expresivo del trágala del “pacto de Estado” y de la intervención de Rodríguez en el debate parlamentario del miércoles me valgo de la columna que en su sección cultural de “La Gaceta” dedica a Arco 2010 Kiko Méndez-Monasterio, un feliz hallazgo para mí por su frescura dialéctica, su independencia de criterio y su conocimiento de la “postmodernidad” sin dejarse seducir por ella.. Dice de ese arte contemporáneo que “es difícil señalar la frontera entre la vanguardia y el fraude, sobre todo desde que el relativismo estético comenzó su dictadura hace muchísimo”. ¿Y no sucede lo mismo, hasta con muy superior exceso, en el ámbito de la partitocracia?
Recurre Méndez-Monasterio a una anécdota del sabio don Miguel de Unamuno para apoyar su juicio sobre Arco 2010. Copio: “Miguel de Unamuno fue a la exposición de de un pintor vanguardista y abstracto, que se acercó muy cortés a recibir al gran intelectual vizcaíno. “¿Le gustan mis pinturas?”, le preguntó al saludarle. “No”, obtuvo por lacónica repuesta. “Es que yo el mundo lo veo así”, quiso explicarse el artista… “Pues entonces, ¿para qué lo pinta?”, sentenció Unamuno”.
Emborrachado de similar relativismo al del artista de marras, pintó Rodríguez el paisaje de España y el lienzo del “pacto de Estado” en la confrontación parlamentaria. Unamuno le habría retrucado: “Pues entonces, ¿para qué está usted de presidente del gobierno?”. Es lo que también vino a decirle Rajoy y sienten cada vez mayor número de españoles.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5574
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario