Por un auténtico humanismo
Damián Ruiz
24 de febrero de 2010
Uno de los aspectos más molestos e irritantes de la progresía de salón es su supuesta vocación humanitaria, su posicionamiento militante a favor de los más desfavorecidos allá donde estén y su vehemencia al mostrar su ira contra cualquier gobierno liberal o conservador. En realidad, no me quiero repetir, ya saben que todo eso no es más que un eufemismo, para seguir devorando canapés y subvenciones a costa del erario público y alguna que otra rayita…
La cuestión es que sí que es necesario que desde determinadas posiciones ideológicas, muy alejadas de ese frívolo narcisismo social que encarna dicho abundante y numeroso sector del país, se desarrolle una nueva perspectiva humanista, humanitaria mejor dicho, que contemple una actitud ética y solidaria hacia aquellos que sufren ya sea dentro o fuera de nuestras fronteras.
Defender la libertad de mercado, el orden social y la identidad cultural de una nación, de un continente, no significa hacer la vista gorda ante el sufrimiento de tantos y tantos millones de personas en el mundo. No se puede enarbolar y exaltar un símbolo propio mientras se ignora la desgracia ajena. No sería justo, ni moral.
Y por eso es necesario recuperar el espíritu de las naciones, de las culturas, porque desde la fortaleza que emana la seguridad en lo que se es, de la esencia del colectivo, surge la generosidad adecuada para entender, comprender y ayudar al prójimo. A igual que cuando en el seno de una familia existe armonía, prosperidad y seguridad, es muy probable que se acoja a los invitados, aunque sean extraños, con auténtico espíritu fraternal, siempre y cuando estos respeten las normas de la casa, o que se adopte una actitud abierta y receptiva ante aquellos que necesitan un hogar o una familia de referencia.
No deja de ser sorprendente y hasta cierto punto inquietante la absoluta indiferencia con la que observamos el dolor ajeno. Hay poca conciencia de lo que significa pasar hambre, que se muera un hijo por causa de una epidemia de la que podría ser vacunado, o sin ir más lejos de la miseria que se oculta en nuestras propias ciudades. Miseria esquiva y avergonzada que trata de transcurrir con disimulo ante los ojos de los paseantes. Ancianas que en la cola del supermercado adquieren dos o tres productos por un valor total de siete u ocho euros, mientras otros llenan, llenamos, los carros de la compra, o familias enteras que viven con apenas ochocientos o novecientos euros al mes, con hijos que difícilmente pueden renovar alguna pieza de ropa.
Hay condiciones de vida muy duras, muy tristes. Enfermos solitarios, jóvenes desorientados deambulando solos, mujeres que hacen mil y un esfuerzos para sacar a sus hijos adelante sin apenas ayuda. O el inmigrante, insisto en el hecho de que no creer en la multiculturalidad no significa que no se pueda ser consciente de lo que representa unir a la pobreza el rechazo de la sociedad en la que vives. Por eso el esfuerzo de integración debería ser siempre premiado con una actitud receptiva y no discriminatoria. -Tú respetas y haces por integrarte en nuestra cultura, en nuestra tradición, nosotros te aceptamos como uno más de los nuestros, seas como seas, vengas de donde vengas-.
Y todo esto no lo digo desde el sentimentalismo, que siempre me ha parecido efímero y poco eficaz, lo digo desde la conciencia del otro, de los otros.
A la firmeza de una sociedad, al sentimiento de pertenencia, a la fuerza de la tradición debe unirse la prosperidad generada por un mercado libre, fuerte y competitivo, y que de lo recaudado por los necesarios impuestos se beneficien aquellos que verdaderamente lo necesitan. Aquellos de los que siempre hablan los progres y a los que nunca les llega nada porque todo se queda por el camino del cambalache institucional.
Liberalismo responsable, término que empieza a expandirse cada vez más, identidad integradora y amor al prójimo. Lo que no significa renunciar a nada, ni siquiera a la fuerza en caso de ser necesario.
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3385
miércoles, febrero 24, 2010
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