viernes 11 de agosto de 2006
Quiero confesar mis errores
Félix Arbolí
O PINO que sólo con el sentimiento no se debe escribir. No siempre basta con expresar lo que uno siente en ese instante, para transmitir nuestra idea, opinión o criterio al lector. Con esa teoría, a veces, conseguimos aburrirlo y eso, para todo autor, es un delito de lesa literatura. Aunque no lo tengamos en cuenta en todo momento, escribir no es simplemente ir rellenando los espacios en blanco con palabras y pensamientos que afloran en ese instante a nuestra mente y dejamos que queden impresos en el papel. Antes de exponer nuestras ideas, criterios, objeciones y comentarios, deberíamos meditar seriamente el sentido, peso, influencia, trascendencia y valor de las palabras utilizadas. Incluso tener muy en cuenta las reglas literarias establecidas para evitar errores, incorrecciones, cacofonías y otros vicios a los que la práctica y la escasa atención prestada los hacen habituales y normales. Siempre acostumbro a escribir con un diccionario a mano y otro de sinónimos y antónimos, para evitar repeticiones incómodas de leer o usos indebidos del significado exacto de cada término utilizado. Son mis inseparables compañeros en las labores literarias y puedo asegurarles que, más veces de lo esperado, me han descubierto que llevaba usando tanto oral, como por escrito, algunas palabras incorrectamente, como si se tratara de la cosa más normal. ¡Hagan ustedes la prueba y se darán cuenta que no exagero y aún más, de una manera tan frecuente que al comprobar el error se sentirán como yo sorprendidos y desconcertados!. Pero es un fallo que se ha extendido tan de repente y generalizado en los medios de comunicación escritos y audiovisuales, que harían levantarse de sus tumbas y con sobrada razón a los sesudos académicos, perfeccionistas de nuestro lenguaje ante tamaño desafuero lingüístico. Cuando tengo tiempo para la calma, el sosiego y poner en orden mis ideas, me gusta sentarme cómodo, adoptar una postura adecuada y romper el silencio del momento con una música suave, sin cambios bruscos de volumen, casi sin oírla, solo percibirla y embriagar mis sentidos para que no puedan alterar la paz y relajación que me pide la mente. Es cuando me encuentro y me reconozco tal como soy. Algo muy difícil de conseguir en época normal, por las continuas circunstancias y detalles que nos atosigan y persiguen a lo largo del día y parte de la noche. Pero es una terapia asombrosamente beneficiosa para enjuiciarte y reconocerte, para recriminar tus acciones reprobables, para sentirte feliz y afortunado con ese bien o momento que has dedicado al prójimo olvidándote de tus propios problemas. Según los historiadores, aunque yo era muy pequeño cuando conocí la anécdota no se me ha olvidado, el emperador romano Tito, era llamado por sus súbditos “amor y delicia del género humano”, por su afán de no hacer daño a diestra y a siniestra, como era la costumbre imperial de la época. Es más, añadían que hacía un examen de conciencia diario y cuando al terminar la jornada, se daba cuenta de no haber realizado una sola acción benéfica, confesaba pesaroso: “Amigos un día perdido”. Pues yo siempre he tenido a ese emperador y su frase, como guía y fundamento de lo que hubiera deseado fuera mi vida. Desgraciadamente, es muy difícil de cumplir tan hermosa y humanitaria consigna. Tan complicado como el intento de hacer vibrar al lector con nuestras propias emociones en el momento de relatarlas. Seguir a rajatabla una serie de normas que ofrecen los entendidos y pontífices de nuestras letras sobre el arte de convencer y emocionar, de impresionar al lector, de eso que llaman “engancharte desde la primera página” hasta llegar al final del relato. Dicen los expertos que la emoción que uno pretende expresar y hacer sentir al lector, no ha de ser extensa, reiterativa y empalagosa en los conceptos con los que pretendemos profundizar en el sentir emotivo y las sensaciones de nuestro lector. La brevedad, en su mayor número de veces, es el mejor acicate para conseguir que nuestro angustiado o sensibilizado lector asuma nuestra intención de llegarle al corazón más directo e impactante. Es realmente importante tener en cuenta que debe prevalecer la cabeza, la mente y el raciocinio sobre el corazón, que en estos menesteres no es buen consejero y menos, afortunado compañero de viaje. Así se evitarían meteduras de “pata”, equivocadas ideas o nefastas influencias que nunca debe utilizar el escritor. (Yo suelo olvidar fácilmente estas mis propias recomendaciones y hay trabajos que luego de verlos publicados no me agradan del todo. No que renuncie a su idea principal, al motivo que me inspiró escribirlo, sino a “salirme de madre” en algunas ocasiones, que no eran aconsejables y con unas personas a las que no debería haber tocado en mis críticas y comentarios). Reconozco mi error y lo hago público, así como la petición de clemencia para todo aquel que se halla podido sentir ofendido con mis respuestas y consideraciones, tanto voluntaria, como involuntariamente. No es ésta la cuestión. La imparcialidad, la defensa de los valores éticos y morales, el respeto a las ideologías políticas y religiosas del prójimo, aunque no sean afines a las mías, la valoración de la dignidad humana, son virtudes y prioridades que deben prevalecer desde el inicio de mi trabajo hasta la palabra que lo culmine. En todos mis artículos y reportajes, libros publicados y páginas escritas aunque sigan inéditas, a lo largo de mi dilatada vida literaria y profesional, he intentado mantener firmes estos principios, aunque reconozco y pido humildemente excusas por que no siempre lo he conseguido. Trastadas que mi exagerada sensibilidad me ha hecho cometer en numerosas ocasiones. Más de las que yo deseara. A veces nos involucramos tanto en un tema, ponemos tanta pasión en nuestro asunto, que es muy difícil no extralimitarse y olvidar las reglas aprendidas y obligadas a tenerse en cuenta. Estos despistes sin ánimos ofensivos, ni afanes polémicos, ni mucho menos ganas de encender hogueras pasionales, donde solo quedaban rescoldos, son los culpables de que en muchos de mis artículos no hayan llegado a descubrir mi verdadera personalidad, mi auténtico “yo”, provocando reacciones de lectores y amigos con los que no he sabido contactar debidamente, emprendiendo un cruce de comentarios, debates y opiniones divergentes, sin darnos cuenta ellos y yo que ambos íbamos en el mismo barco, surcando ese mar proceloso de la vida, aunque uno fuera a popa y el otro a proa, como si un muro invisible impidiera acercar, comprender y unificar nuestros criterios y posturas. Perdón a los que se hayan podido sentir aludidos.
viernes, agosto 11, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario