jueves 24 de agosto de 2006
Carta de París
La novela de Le Figaro
Carlos Semprún Maura
L’Express, para demostrar su indignación ante la vuelta al poder de De Gaulle, en 1959, se limitó a tratarle de canalla. Por cierto, ningún juez mercantil les condenó por eso.
Le Figaro celebra estos días, con este título y por entregas, sus primeros 150 años de existencia. Es apasionante, como la vida de un periódico puede ser apasionante. No es que su autor Bertrand de Saint Vincent (con la colaboración de Jean-Charles Chapuzel) escriba muy bien, como demuestran en cada entrega sus abundantes citas de prestigiosas firmas del pasado. Además, a veces comete (o cometen) errores. Citaré sólo uno: "Muy criticado por haber publicado en Les Lettres Françaises un retrato de Picasso que había irritado a Stalin, [Aragon] elogia hasta la náusea el hombre genial que reina en Moscú". Por muy genial que fuera Stalin no podía opinar sobre el dibujo de Picasso, puesto que había muerto. Fue precisamente con motivo de su muerte que Aragon pidió a Picasso un retrato del todopoderoso y todobondadoso Stalin, como homenaje póstumo. Y fue el BP, del CC, del PCF, el que protestó ante esa "caricatura" del genio y ante el que Aragón se prosternó e hizo su mea culpa.
Los autores recuerdan esto para demostrar cómo Le Figaro tuvo una postura firme y clarividente en relación con la URSS y Stalin, lo que es cierto solamente a medias. Lo que en cambio sí es totalmente cierto es la magnífica labor de Raymond Aron en todo ese periodo. Aron era el Figaro, pero no era todo el Figaro; era mucho más y mejor.
A mi me han interesado particularmente los capítulos dedicados al siglo XIX y los primeros números, avatares y batallas del entonces joven periódico. Me llamó una vez más la atención el realismo (no socialista) de Balzac y Flaubert (en L’Education Sentimentale), con sus personajes, como Rastignac, no sólo parecidos, sino más reales porque son más artísticos –una pintura será siempre superior a una fotografía– que los personajes que relatan esta serie de artículos.
También me llamó la atención el "arte de la injuria" tan maravillosamente utilizado por los escritores y periodistas que colaboraban en el Figaro y otras publicaciones rivales. Son tan inventivos, imaginativos y crueles que casi me entran complejos comparándolos a mis propios y pobres insultos. Como hubieran debido acomplejar al brillante equipo que lanzó L’Express, el cual para demostrar su indignación ante la vuelta al poder de De Gaulle, en 1959, se limitaron a tratarle de canalla. Por cierto, ningún juez mercantil les condenó por eso.Pero, claro, leo estos capítulos del roman al mismo tiempo que el resto del periódico, y si bien es verdad que sus páginas de opinión son más variopintas y abiertas que las de Le Monde, por ejemplo, Le Figaro me resulta desesperadamente chiraquiano, sobre Irak, ayer, sobre Israel y el Líbano, hoy. Se nota la ausencia de Raymond Aron.
Gentileza de LD
jueves, agosto 24, 2006
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