viernes 1 de septiembre de 2006
Fraga Iribarne: mi personaje de la semana
Félix Arbolí
F RAGA o Don Manuel, como ustedes prefieran, siempre ha sido un personaje controvertido y un político nato. Emulando al desaparecido y magnífico humorista, contrario a su ideología política, Miguel Gila, se podría decir de él, que cuando nació le dijeron a la madre (a éste no le parió una vecina): “Señora ha tenido usted un político, cabezón, inteligente y que vivirá…!ojú, ni se sabe!)”. Porque don Manuel puede alardear y con evidentes fundamentos de ser tantas cosas y tener más vitalidad y fuelle que muchos de los jóvenes guardaespaldas que le acompañan, aunque ahora con tantos años a sus espaldas, sus piernas al andar parezcan esa atracción de feria llamada “el balanceo”. Pero sigue dando guerra y demostrando que el “bueno” nunca muere en la película, aunque ésta sea tan real como la propia vida y en pantalla planetaria. Morirá, Dios quiera que aún tarde mucho, como en la famosa película de la caballería americana en su lucha contra los indios “con las botas puestas”. Al pie del cañón, como nuestra Agustina de Aragón que no era aragonesa, sino ceutí (caballa) y allá a su tierra natal fue a morir con la graduación de Teniente que le había otorgado el “deseado” y para la Historia el “indeseable y despótico” Fernando VII. He sido, un simpatizante y admirador de esta persona a lo largo de mi vida, a pesar de los incontables detractores que han intentado ridiculizarlo, calumniarlo y hasta despojarlo de todos sus aciertos y virtudes, que han sido numerosos a lo largo de su dilatadísima vida entregada totalmente a la política y, por encima de todo, a España. ¡Es admirable la constante lección de energía desplegada en todos sus actos y problemas!. ¡Cuantos políticos con sus cualidades y hasta con sus defectos, necesitaríamos en esta España tan llena de mediocridades y ruines en las claves del poder!. Pero dentro y fuera del gobierno, porque en una democracia civilizada, tan necesarias son la eficacia y la honradez de los que detentan el poder ejecutivo y el mando, como los que están situados frente, cuya misión debe ser brindar soluciones, allanar dificultades que redunden en beneficio de la sociedad y criticar con sensatez, sin insultos y descalificaciones de barriobajeros, lo que opinan que es censurable, rechazable o reformable. A Fraga los periodistas de mi hornada le debemos una ley de prensa que, aunque no fuera la panacea necesaria, supuso un alivio, un respiradero, ante tanta censura y mordaza de su antecesor. Éste sí que fue una constante pesadilla para todos cuantos teníamos la vocación y el deber de informar. Me refiero al inefable Arias Salgado, que ocupó el cargo de ministro de Información y Turismo desde 1956 hasta su muerte en 1962, (el recuerdo más tenebroso y penoso que podemos tener el profesional del periodismo de los tiempos de la Dictadura). La llegada de Don Manuel supuso una cierta tolerancia y un atisbo de libertad de expresión que se notó rápidamente en los medios de comunicación. Incluso el poder censurador pasó a depender de la propia dirección del medio y por lo tanto menos intransigente y demoledor que aquel ministro que no solo ganaría el cielo supongo, como premio a su exagerada beatería y escrupulosidad, sino que vivió hasta su muerte gozando las delicias del poder y la cómoda economía familiar y permitió que sus dos hijos participaran de los mejores colegios y universidades, incluso más allá de nuestras fronteras, así como de las mieles del poder y la política, como su querido papá, en gobiernos posteriores. Aún les parecían pocas las ventajas obtenidas desde que su padre lució el uniforme de alto cargo del Movimiento y dispuso del aparato y el chollo oficial, mientras el pueblo no se podía enterar lo que realmente ocurría a su alrededor, porque su férrea censura, (de la que fui víctima en más de una ocasión, sin comprender las razones), protegía nuestras almas de su posible vinculación con el mal, el sexo, la ideología contraria y hasta la supuesta duda de los inmutables Principios del Movimiento Nacional, que los altos cargos eran los primeros en pasárselos por el forro… Era una España un poco triste, algo rezagada del resto de Europa pero que tuvo, a pesar de sus muchas deficiencias y abusos, los mayores logros técnicos, industriales, agrícolas y sociales desde hacía incontables décadas. Le pese a quien le pese y aunque traten de ocultarlo con premeditación y alevosía. No hay que olvidar que ocupábamos el octavo lugar en el mundo desarrollado. Pasamos del analfabetismo en grandes porcentajes a la universidad masificada, ya que todos, independientemente de su cuna, condición y medios económicos, tuvieron acceso libre a esos centros antes vetado a los que no pertenecieran a la elite social. De las alpargatas que habían sido las usuales por el obrero y desheredado de la fortuna, se pasó a los zapatos, al principio de los de Segarra, muy económicos, pero tremendamente duros. ( Decían que Franco los utilizaba ya que se los regalaban los propietarios de la popular marca y él, con ese gesto tan gallego del ahorro de la “pesetiña”, prefería ponérselos y sufrirlos, que tenerlos que comprar). Del mono, no sólo para el trabajo, sino para vestir el día a día, se pasó a las camisas, vaqueros, chaquetas y jerséis. Se fue incrementando la nueva clase media hasta llegar a convertirse en el pilar fundamental de la vida del país. “Paco el rana”, continuaba con su locura de inauguración de pantanos a diestro y a siniestro, con la atenta compañía del ministro Fraga, para que no hubiera el más posible fallo en los medios de comunicación. Todo marchaba en plan ascendente y yo recuerdo con admiración, nostalgia y posterior preocupación por lo que me hubiera podido pasar, mis caminatas nocturnas al principio como bohemio y falto de un techo bajo el que cobijarme y posteriormente, ya casado y trabajando, buscando la noticia, a ser posible exclusiva, que abriera las páginas de “Pueblo” en la mañana próxima a despertarse. Eran otros tiempos, donde había seguridad, dignidad y temor al mal y sus posibles consecuencias negativas. Donde existía algo que ya ha dejado de ser esencial y así nos va, respeto a las creencias religiosas, sin beaterías, ni farisaísmos. Dios estaba aún presente en nuestras vidas. Y eso, digan lo que digan, se nota en nuestra cotidiana manera de vivir. En esos años, concretamente el l6 de enero de 1966 ocurrió el accidente del B-52 americano con sus cuatro bombas atómicas, al colisionar con un avión nodriza sobre el cielo de Palomares una pedanía de Cuevas de Almanzora en la provincia de Almería. Dos bombas cayeron en tierra, con las consiguientes y peligrosas consecuencias que dicho accidente haya podido producir a corto y largo plazo, celosamente ocultados a la opinión pública. Una tercera fue localizada sin estallar, a poca profundidad de las costas almerienses, gracias a la feliz apertura del paracaídas que llevaba. La cuarta era imposible localizarla, a pesar de los continuos intentos realizados con los más sofisticados aparatos y técnicas utilizadas. Al final, siempre el ingenio y la chispa española, un tal Paco, conocido desde entonces por “el de la bomba”, la encontró buceando, cerca de los novecientos metros de profundidad y un tanto alejada de donde creían tenía que haber caído. Poco faltó para que le dieran el “Corazón Púrpura “, la “Medalla del Congreso” o lo llevaran en triunfo a los Estados Unidos y allí le homenajearan y agasajaran espléndidamente como al marqués de Lafayette, el héroe francés de la independencia americana, a su regreso a los USA. La posible radiación de las aguas donde había caído ese terrible artefacto y el efecto negativo que ello suponía al incipiente auge del turismo propiciado por Fraga, motivó que éste junto al embajador americano, Mr. Lodge, cuya hija se casó con un español de la alta sociedad, se dieran un baño en esa playa, recogido ampliamente por las cámaras televisivas y fotográficas de las principales agencias y medios de comunicación, que dieron la vuelta al mundo. Fue todo un acontecimiento que acaparó portadas, comentarios de tertulias, bares y vecinales y a centenares de comentaristas que habían sido enviados desde todas partes, para dar amplio y fidedigno testimonio del baño del ministro y el diplomático en días que no eran muy apetecibles para el chapuzón y con la incertidumbre sobre las posibles secuelas que les podía suponer de contaminación radioactiva. Todo muy al estilo bravo y decidido de nuestro personaje en cuestión. Pero fue el único del gobierno que se atrevió a dar la cara y ofrecerse para tan peligrosa operación, cuando había ministros con carteras más apropiadas. El huracán Fraga, como le llamaban. El humor español, siempre presto a tales eventos no se hizo esperar y ese año, hasta los Carnavales de mi tierra, llamados entonces”Fiestas Típicas Gaditanas”, al estar prohibida su ancestral denominación, dieron amplia cuenta y jolgorio de esta aventura playera del orondo señor ministro, que salvo las partes más íntimas, escondidas bajo un enorme “meyba”, lucía su bien desarrollada y desnuda anatomía. “España es diferente”, era su eslogan preferido. Y bien que lo era, cuando contemplábamos la curiosidad y el interés que despertábamos más allá de nuestras fronteras y el incremento del turismo que nos visitaba, generador de una de las principales fuentes de ingresos del país, que proporcionaba mayor prosperidad y confort social, aunque para algunos esos años le hayan supuesto enconados resentimientos y mordazas a sus ladridos de perros escaldados. Nunca llueve a gusto de todos. Ahora son ellos los que intentan poner la mordaza a los que no tuvimos culpa, ni formamos parte de ese régimen, por el simple hecho de no ser proclives a su ideología de rencor y revanchismo. Yo lo digo y confirmo, ni le debo nada a Franco, ni tengo nada contra él. En ambos bandos he tenido mártires, según la óptica que se utilice para enjuiciarlos. Ni me considero rojo, ni me siento azul, soy simplemente español. Es un periodo de la historia de mi patria que, aunque quieran eliminarlo del recuerdo y la memoria, no lo lograran, porque la Historia de nuestro pasado, nos guste o no, es inamovible, imperecedera, más firme que el hormigón con el que el señor Ruiz Gallardón está horadando todo Madrid. Estando en la Agencia de Prensa SUNC, me invitaron de la oficina de prensa del ministerio de Marina, del que yo había solicitado la excedencia, para que cubriera la información de la entrega de condecoraciones navales a una serie de personalidades. Hasta allí me fui con el fotógrafo. Fuimos la única prensa invitada al acto. Recuerdo que era entonces ministro del Ramo el Almirante Nieto Antúnez, el amigo y paisano de Franco y entre las personalidades asistentes, tanto civiles, como militares, se hallaba Fraga, como titular de la cartera de Información y Turismo. Nosotros nos pusimos en primera fila, para poder realizar nuestro trabajo sin problemas. Hubo los clásicos discursos, la imposición de condecoraciones y unas palabras finales de Nieto Antúnez, agradeciendo la labor realizada por los premiados y la presencia de tantas autoridades, mencionando en primer lugar a Fraga. Mientras, mi fotógrafo y yo no parábamos. Él de sacar fotos y yo de tomar notas. Al terminar la parte oficial, se servía una copa de vino y unas tapas. Todos se quedaron de tertulia y convite, a excepción de Fraga que, por tener otras obligaciones me figuro, se marchaba acompañado hasta el ascensor por el anfitrión. Al paso de ambos ministros, se abrió un pasillo donde los asistentes, entre los que abundaban entorchados de generales de todos los Cuerpos, les saludaban poniéndose firmes y testimoniándoles su subordinación. Fraga, con esa peculiar y veloz manera de caminar que tenía, desgraciadamente ya le fallan los remos posteriores, continuaba impertérrito su marcha hacia la salida sin detenerse ni hacer la menor indicación o dedicar la más leve sonrisa a ninguno. Nosotros, pobres periodistas, perdidos entre esa marea de bandas, medallas y estrellas, nos hallábamos un tanto cohibidos, esperando que pasara el ministro y la situación regresara a una situación más normal. Como un huracán, altivo y firme, seguido de Nieto Antunez, el ministro Fraga pasó ante nosotros. En un momento dado, ante el asombro y la extrañeza general, se volvió hacia nosotros, desanduvo unos pasos hasta ponerse a nuestro nivel y con la mayor naturalidad, afectuosamente, nos dio la mano y nos dijo ante todos “Adiós señores, gracias por su trabajo y suerte”. Sólo pudimos contestarle, cuando pudimos reaccionar “Adiós señor ministro”. De tan importante concurrencia, sólo había tenido ese gesto hacia nosotros, ya que nos había visto trabajar y éramos de su ministerio. Este es mi admirado personaje, independientemente de que haya podido votarle o no en las distintas ocasiones. Que una cosa es la persona, para mi lo más importante y otra su partido, es decir la gente que le acompaña en su futura labor, con la que puedo o no estar de acuerdo. Lástima que le edad no perdone y la clonación sea aún un cuento de ciencia ficción, porque vuelvo a mis principios, harían falta hombres así en una España que empezaba a amanecer sonriente y feliz y era preciosa y llena de luz y armonía tras la transición y ha terminado oscurecida y enrarecida por un tornado de imprevisibles, pero nada benéficas consecuencias. Sé que muchos no estarán de acuerdo con el perfil que he intentado hacer de esta incombustible personaje de nuestra política, respeto su disconformidad y me hago cargo de sus opiniones, que acepto y comprendo, como espero que también hagan con las mías. Cada uno cuenta las cosas a su manera y según sus particulares circunstancias. Yo sólo he querido reflejar en este artículo mi admiración y respeto hacia un político, cuya mente, energía y corazón han estado siempre al servicio exclusivo de España. Lo suficiente para honrarle y respetarle.
jueves, agosto 31, 2006
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