marzo 9 de marzo de 2010
VENEZUELA
Dilemas del pueblo chavista
Por Jesús Seguías
Luego de haber entregado el artículo a la redacción de este diario se produjo el fallo de la Corte Constitucional de Colombia que negaba al presidente Álvaro Uribe la posibilidad de ser reelecto nuevamente. La Corte decidió que Uribe debe marcharse y ceder el paso a otro colombiano.
Decidí incorporar un breve comentario sobre este hecho al artículo que ya había redactado. La razón es simple: lo que ocurrió en Colombia tiene mucho que ver con las reflexiones que deben hacerse muchos seguidores del presidente Hugo Chávez.
La decisión del máximo tribunal colombiano fue acatada con el mayor respeto por el presidente de la nación. A Uribe ni le vino a la mente convocar una gran concentración de masas frente al Palacio de Nariño, aprovechando un apoyo y aceptación popular superior al 80%, para insultar la decisión de la Corte ni llamar plasta de excremento (perdonen los lectores la adulteración de la frase correcta) a los magistrados. Tampoco se le ocurrió desconocer la decisión de la Corte y convocar a un referéndum "a lo macho" para que el pueblo hablara (a sabiendas de que lo ganaría de calle).
Tras la decisión, Colombia seguirá adelante sin Uribe. En Colombia opera la separación de poderes de manera clara. Las instituciones se respetan. Cada quien en lo suyo. El poder no es unipersonal sino colectivo. No hay poderes públicos sumisos a los deseos del presidente de la República. Esa es la fortaleza del sistema político colombiano. Allí no hay imprescindibles, ni mesías, ni caudillos, ni narcisistas del poder, por más positiva que haya sido su gestión.
Si la Corte colombiana hubiese permitido la candidatura de Uribe, todos estamos seguros de que hubiese ganado de calle las elecciones. Pero Colombia iba a terminar perdiendo, porque tanto poder continuo daña al hombre: trastoca su perspectiva de la vida, exalta su egocentrismo, les incita a pensar que son lo más cercano a Dios. Así es la naturaleza humana. Uribe, Zelaya y Chávez no son Dios.
El primero tuvo quien le dijera que ya cumplió su misión y que hay otros compatriotas suyos con tanta o mejor capacidad que él para seguir adelante la tarea. El hondureño no copió la decisión de la Corte y terminó como un paria por el continente. El venezolano saltó la talanquera de un solo cipotazo y aplastó a la Corte y a todas las demás instituciones venezolanas, sigue creyendo que es Dios, que los que se equivocan son los demás, que es imprescindible, que en su partido todos son incompetentes menos él... Cuando termine de hundir Venezuela (y pague por ello), seguirá sentenciando que no le dejaron concluir su tarea imposible.
Dilemas del pueblo y las autoridades chavistas
El pueblo y las autoridades chavistas afrontan a un gran dilema: admite, más en privado que en público, que hay dos factores esenciales que definen el gobierno de Hugo Chávez: su control absoluto de todos los poderes del estado y su fracaso estrepitoso, que hace que cada vez satisfaga menos las necesidades y deseos de la población.
El pueblo y las autoridades chavistas están comprobando que no es verdad que Hugo Chávez gobierne mejor cuanto más poder tiene. Ha sido todo lo contrario. A medida que ha acumulado poderes, más incompetente ha sido. Esto vale para todos los gobiernos del mundo. El equilibrio de poderes es un principio de la gobernabilidad. Pero en esto no han creído ni Hugo Chávez ni Fidel Castro. Y el resultado ha sido catastrófico tanto para Venezuela como para Cuba.
Hugo Chávez no es Dios (lamento la decepción de muchos). Nadie en el planeta lo es. Por lo tanto, Hugo Chávez se equivoca, comete errores; y si no hay nadie que le controle y regule, entonces se irá al barranco en cualquier momento... y se llevará con él a todo el país, chavistas incluidos.
El equilibrio de poderes no es ningún capricho aristotélico. Desde la antigua Grecia se viene hablando de la necesidad de mantener a raya a los gobernantes. Es lo sano. Es lo recomendable para todos los pueblos del mundo. Nadie jamás ha logrado éxito a base de disponer del poder absoluto. Los gobiernos más fracasados de la historia han sido los gobiernos caudillistas, totalitarios, unipersonales. Por el contrario, los gobiernos más exitosos son aquellos donde el poder está repartido entre distintas manos, que se controlan mutuamente. Es el poder colectivo. Es el poder democrático.
El presidente Chávez ha regalado de manera irregular miles de millones de dólares (provenientes de las arcas de la nación, recordemos) a los presidentes de otros países sin que nadie ejerciera contraloría sobre esos recursos. Es un dinero que debió invertirse en las misiones sociales, en el sistema eléctrico nacional, en la recuperación de las empresas básicas de Guayana, en la seguridad ciudadana, en los hospitales y en las escuelas. Pero ningún poder público, ningún diputado oficialista, ningún dirigente chavista fue capaz de condenar (y mucho menos denunciar) este hecho. Por el contrario, lo que hemos visto es docilidad irracional y miedos oportunistas.
Reconozco que la mayoría de los chavistas confiaron ciegamente en su líder (es lógico y comprensible), pero ya comenzaron a descubrir que éste no sólo es falible, sino un pésimo gobernante. El verdadero gobierno revolucionario y socialista es el que hoy contemplamos. El anterior era un espejismo.
Por eso, es vital que el pueblo y las autoridades chavistas comprendan que lo mejor que puede ocurrir en Venezuela es que haya un mejor equilibrio de poderes. No resultó un buen negocio entregar tanto poder a un solo hombre. No lo olvidemos: Chávez no es Dios.
© Diario de América
JESÚS SEGUÍAS, presidente de Política América Group.
http://exteriores.libertaddigital.com/dilemas-del-pueblo-chavista-1276237555.html
martes, marzo 09, 2010
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