jueves 25 de marzo de 2010
Carta abierta a S. M. El Rey
Félix Arbolí
S EÑOR: Cuando aquel 22 de noviembre de 1975, fuisteis proclamado el Rey de todos los españoles, en una ceremonia solemne y emotiva celebrada en las Cortes, ningunos nos sentimos marginados e indiferentes al momento histórico y hasta si me lo permite insólito, que se iniciaba en España. Todos nos sentíamos partícipes en ese nuevo Régimen en el que decidimos pasar las páginas del pasado, para que ya formaran parte de nuestra Historia, e iniciar las de un presente y un futuro sin distinción de colores ideológicos y miradas hacia atrás con ira, enconos y revanchas; unidos todos en el empeño de formar una patria indivisible y solidaria en la que, usando sus palabras, “no quería ni un español sin trabajo ni un trabajo que no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar, con acceso a los bienes de la cultura y de la economía para él y para sus hijos”. Bonitas y esperanzadoras palabras que nos emocionaron, porque auguraban el empeño de un monarca de entregarse a su pueblo y proporcionarle dignidad y bienestar. ¡No he visto a lo largo de toda mi vida y puedo presumir de longevidad un pueblo más entusiasmado y unido a su Rey!. La famosa frase del romance de nuestro Cid, quedaba invalidada en este caso, porque tan buenos vasallos parecían haber encontrado al fin a un gran Señor. ¡Qué buena ocasión aquella para haber hecho de España una patria unida, próspera, justa y emprendedora sin absurdos resabios y perniciosas divisiones!. Acumulasteis en vuestra persona todo el poder para decidir y hacer y lo cedisteis al pueblo, perdón a algunos de sus ciudadanos, sin daros cuenta que en este país de excepcionales virtudes e idénticos defectos, cada español se cree un rey y cada familia una república independiente. Es muy difícil, por no decir imposible, a las pruebas me remito, que todo marchara bien en manos de unos y otros, sin una autoridad fuerte y observadora que los mantuviera a raya, aunque ello no significara privar al pueblo de su libertad, sino impedirle el libertinaje, al que tan dados somos los ibéricos.
En vuestras palabras, afirmasteis también: “Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mi una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio. Yo se bien que los españoles comprenden mis sentimientos en estos momentos.” Majestad, el pueblo sencillo, sin etiquetas ni ideologías, que sólo aspira a vivir en paz y dignamente, esté seguro que no lo ha olvidado y habrá hasta quien lo eche de menos viendo la triste situación en la que nos hallamos sumido. Nadie conseguirá que esto ocurra, porque el español no contaminado por el poder y los intereses partidistas, tendrá muchos defectos, pero no es dado a olvidar y a no ser agradecido con el que le dio cuarenta años de paz, hermandad interregional y respeto a nuestros principios y valores heredados de nuestros mayores y hoy tercamente denostados. Vociferarán los de siempre, los que antaño estuvieron callados por pura cobardía y hoy se erigen en dominadores de voluntades. Y quiero hacer constar a S.M. que no he sido nunca franquista, ni he acudido a las manifestaciones masivas de la Plaza de Oriente, ni obtenido canonjía alguna en el régimen anterior, ni siquiera estuve en la cola de catorce kilómetros que se formaba durante los días que estuvo expuesto su cadáver en el Palacio Real y cuyos componentes han debido esfumarse dentro de su tumba, porque hoy no aparecen por ninguna parte. No hay nada más voluble y desleal que el sentimiento de la masa que hoy le aclama enfebrecida y mañana se vuelve de espaldas con desprecio. Desgraciadamente, ya ha tenido varios ejemplos de la versatilidad del pueblo en sus augustos antecesores y ha ocurrido una vez más con el anterior estadista. ¿Dónde han quedado esas promesas, permanente recuerdo y sentidos elogios, si de “ese gran estadista y soldado”, – son sus palabras Majestad-, se han eliminado calles, monumentos y el respetuoso recuerdo a su nombre y si lo mencionan es para denostarlo y condenarlo postmortem por parte de los que en vida le alababan de continuo y le obedecían servilmente?. ¿Y a estos señores les ha entregado el gobierno de esa España fuerte y unida que S.M. recibió por designación, herencia dinástica y voluntad popular?. Hemos vuelto a las dos España enfrentadas de Machado, cuando llegamos a convertirnos en ejemplo y admiración por nuestra cordura, tacto, generosidad y solidaridad al emprender una nueva e ilusionada etapa, aquel lejano 22 de noviembre, que nadie de dentro, ni de fuera era capaz de pronosticar se realizara de forma tan pacífica y llena de buenas voluntades. Y fuisteis Vos el artífice de ese milagro español, porque el pueblo se volcó en su nuevo Soberano en cuerpo y alma, por activa y por pasiva, sin condicionamiento alguno. Era la ocasión de haber mantenido esa ilusión y esa unidad por parte de todos y haberla defendido tenazmente contra los enemigos que acechaban en la sombra esperando cualquier momento de vacilación y debilidad.
Sé que como español, sufriréis en muchos momentos ante el caos y la discordia imperante entre vuestros súbditos, -me figuro que a nadie ofenderé al llamarnos de esta forma-, y puedo adivinar que en muchas ocasiones os hubiera gustado haber obrado de distinta forma a como lo habréis tenido que hacer por las circunstancias imperantes. Que el Rey no gobierne no es un favor que le habéis hecho a un pueblo tan dado a discusiones y enfrentamientos, necesitado de un árbitro capaz de evitarlas e imponer su criterio imparcial y conveniente con autoridad y acierto. No hace faltar tener que ser un dictador para poder mantener el orden en nuestro panorama político y social, defender la integridad de la Patria sin fisuras ni perjudiciales diferencias entre regiones y mantener ilusionado y feliz a un pueblo que desde el primer momento confió plenamente en S.M. y le entregó la Jefatura de toda la nación. Confiábamos que si en un momento dado peligraba la paz, la unidad o el respeto a los valores que desde siempre hemos tenido y nos han distinguido, heredados de nuestros mayores, la voz y el toque de atención de S.M. se dejarían oír claros y concisos para evitar desaciertos, abusos y desviaciones.
No me explico tampoco vuestro silencio y pasividad ante los ataques y ofensas que se hacen a nuestra Iglesia y a nuestras creencias religiosas por los que han llegado a última hora al reparto de la tarta y la quieren acaparar por completo. Os recuerdo vuestras palabras al respecto: “El Rey, que es y se siente profundamente católico, expresa su más respetuosa consideración para la Iglesia. La doctrina católica, singularmente enraizada en nuestro pueblo, conforta a los católicos con la luz de su magisterio. El respeto a la dignidad de la persona que supone el principio de de libertad religiosa es un elemento esencial para la armoniosa convivencia de nuestra sociedad”. Son sus palabras, su mensaje y promesa, su declaración de principios y la palabra de un Rey de obligada observancia para todos, los de arriba y los de abajo. Así, al menos, debe ser y por eso la acatamos. Sufrimos actualmente sistemáticos y continuos ataques y ofensas a nuestras milenarias creencias religiosas que quieren equipararlas y hasta suplantarlas por doctrinas extrañas y contrarias a nuestra manera de creer, pensar y vivir, ante el desconcierto, el enojo y la exasperación de los que hemos nacido católicos y queremos morir en nuestra fe, que es también la suya y así lo afirmó solemnemente aquel 22 de noviembre. Incluso añadió: “La Corona entiende como un deber el reconocimiento y la tutela de los valores del espíritu”. ¿A qué valores del espíritu se refería Su Majestad, si nos están machacando continuamente en nuestras costumbres y condiciones morales y espirituales, sin que nadie intervenga para poner freno a tanta provocación?. También proclamaba V.M. “Confío plenamente en las virtudes de la familia española, la primera educadora y que siempre ha sido la célula firme y renovadora de la sociedad. Estoy también seguro de que nuestro futuro es prometedor, porque tengo pruebas de las cualidades de las nuevas generaciones”. ¿De qué familia española hablaba Señor, si está desprestigiada y devaluada actualmente por los mismos que deberían protegerla?. Ya han quitado hasta la tutela y autoridad paterna en asuntos tan graves y peligrosos como el embarazo y aborto de nuestros hijos menores y el divorcio y las uniones entre homosexuales se han convertido en matrimonios legales y práctica habitual y protegida. ¿Quién respeta hoy la unidad familiar y que ayuda y consideraciones recibe del Estado?.
Su proclamación fue un acto grandioso y feliz para todos nosotros. La celebramos con mucha esperanza e ilusión en un futuro, que no pensábamos iba a iniciarse tan pacíficamente, ni a degradarse tan estrepitosamente hasta los límites actuales. Incluso hubo universidades que nos citaron y estudiaron. En aras de su acertada decisión del borrón y cuenta nueva, y perdone mi terminología coloquial, regresaron sin problemas, ni temores a posibles represalias, figuras que no gozaban de simpatía y gratos recuerdos y se incorporaron a la vida nacional sin traumas, ni recelos y hasta ostentaron cargos destacados en esa nueva España que se iniciaba con el beneplácito de todos. Ni los que por edad y experiencia éramos fáciles a sorprendernos, lo hicimos cuando vimos a una Pasionaria presidiendo unas Cortes monárquicas, a Carrillo de nuevo en el hemiciclo, sentado junto a su ayer enemigo político Fraga Iribarne y a otras muchas figuras hasta entonces marginadas que muchos aún asociaban a una España negra y hostil que se intentaba olvidar. Y casi lo conseguimos, si en los tiempos actuales y con terca insistencia por parte de algunos, no se vuelven a abrir las heridas que parecían cicatrizadas, a removerse tumbas de asesinados y ejecutados que dormían en paz su sueño eterno, mártires desconocidos de antiguas ideologías encontradas, y a eliminar con insidiosa saña la integridad territorial de una patria común que mentes no muy lúcidas quieren transformar en absurdas parcelas. “Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos, se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del esfuerzo común y de la decidida voluntad colectiva. La Monarquía será fiel guardián de esa herencia y procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el pueblo”. ¡Qué mágicas palabras las suyas en aquellos días de incertidumbre!.
Tuve el honor, privilegio o feliz oportunidad de estar cerca de Su Majestad en dos ocasiones cuando aún era Príncipe de España. En una fue un mano a mano que sostuvimos los dos, a veces con la presencia de Foxá, entonces gobernador civil de Toledo, en la finca de Amelia Pérez Tabernero, con ocasión de una tienta en la que actuaba el inolvidable y gran maestro Antonio Bienvenida. Fue una charla distendida y muy grata donde tuve la ocasión de conocerle más a fondo y publicar una entrevista en la revista Dígame y en el diario Pueblo, donde entonces escribía. De esta entrevista cuyas fotos le envié a La Zarzuela, conservo una en que estamos los dos apoyados contra una barrera conversando amigablemente y que tuvo la gentileza de devolvérmela dedicada muy afectuosamente. La tengo en el salón de casa. Otro de los encuentros tuvo lugar en la iglesia madrileña de La Paloma, con ocasión de imponerle a Sus Altezas entonces, el cordón escapulario de la Hermandad madrileña del Rocío, como “rocieros de honor”, cuyo Hermano Mayor, mi gran amigo, desgraciadamente desaparecido, era Carlos Zamoysky y Borbón, primo suyo. Yo entonces era el encargado de las relaciones públicas de la citada Hermandad. Dos pasajes sin importancia en la vida de V.M., de los que ni se acordará, y un nombre y una cara que no le dirá nada, pues son muchas las que han pasado ante Vos y yo no he sido muy reiterativo en este aspecto. Me ha gustado permanecer siempre discretamente en la sombra para evitar sentirme decepcionado en algún momento. Sé que para muchos estos encuentros no suponen nada, a mí no me han cambiado la vida, pero tampoco son momentos que deseo borrar de mi memoria. Me satisface haberlos vivido.
¡Qué pena Señor, tanto tiempo y esfuerzos invertidos para llegar a esta encrucijada donde nos hallamos estancados y lo que aún es peor, sin esperada solución, pues ningún camino parece el acertado!. Lo que sí podemos vaticinar es que conforme van las cosas y las circunstancias en las que se ven inmersas, no vamos en la dirección correcta. Hubo una vez en la que España se acostó monárquica y se levantó republicana, al decir de algunos gobernantes de la época. En noviembre de 1975, después de esa noche de pesadilla por la muerte de Franco, la nación se despertó sobresaltada y más que monárquica, se hizo Juancarlista. No conozco a un pueblo que acogiera con tanto cariño y lealtad a su Rey y aún hoy día, a pesar de tantos años pasados y un panorama no muy prometedor que estamos atravesando, sigue teniendo a un pueblo más fiel y entregado a su persona que a la Institución que simboliza y representa. Y no por culpa de la Corona, sino por los que se han valido de ella para sus intereses partidistas y ambiciones personales.
“Yo quiero ser la imagen de ese sentido nacional que el Ejército representa, y que está por encima de intereses y de ambiciones, en estrecha unión con el pueblo del que forma sus unidades”. Son palabras de un Rey que se sentía plenamente identificado con el espíritu castrense, como Comandante en Jefe de sus Ejércitos. “Como primer soldado de la Nación me dedicaré con ahínco a que las Fuerzas Armadas de España, ejemplo de patriotismo y disciplina, tengan la eficacia y la potencia que requiere nuestro pueblo”. ¿Qué pasa con nuestro Ejército Majestad?. ¿De verdad cree que puede gozar de esa eficacia y disciplina y constituir un ejemplo de patriotismo, cuando se saltan los reglamentarios escalafones y castigan a mandos porque izan nuestra Bandera durante unas maniobras en un monte español, aunque algunos lo consideren exclusivamente vasco?. Esta misma consideración supone una falta grave, que no ha sido debidamente condenada y reprendida, porque atenta a la unidad indivisible de la Patria. ¿Es que acaso consideran un delito colocar nuestra Bandera en territorio español y no lo consideran cuando se abuchea nuestro himno y se quema nuestra Enseña Nacional en público?. Vos mismo, habéis sido desafortunado protagonista de algunos de estos incidentes y no ha habido castigo para los culpables y sí para aquellos militares que honraron a la Patria al desplegar su Bandera. S.M. sabe que el juramento de lealtad a la Bandera es la primera obligación que asume el soldado porque ella es el símbolo de la patria y no creo que exista un artículo en el Código de Justicia Militar, donde conste que se debe castigar al que la honra y la despliega dentro de sus límites territoriales. S.M. dijo asimismo: “Un orden justo, igual para todos, permite reconocer, dentro de la unidad del Reino y del Estado, las peculiaridades regionales como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España. El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición”. Se refería, como es fácil de entender a pueblos que forman parte de la unidad del Reino, a peculiaridades regionales, nada que ver con separatismos y rivalidades políticas y tampoco con “nacionalidades” y “países” formando parcelas dentro de nuestro entorno. Vos sois el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Españolas, según la Constitución y ostentáis su mando supremo, la ministra de Defensa es pues una simple delegada de vuestra autoridad y ha de daros cuenta de todos estos hechos y asumir las responsabilidades que le conciernan en cada caso y si no puede o quiere hacerlo, que tenga la honestidad de dimitir del cargo si no se considera suficientemente preparada y a gusto, que dada su expresión en los actos castrenses parece indicar que no está de muy buen humor. Será lo mejor para todos. De todas formas os pido que no renunciéis ni por omisión, dejadez, ni imposición a esa prerrogativa constitucional, ya que es la única garantía que queda a los españoles de poder seguir llamándonos así, y amando y sirviendo a nuestra Patria en flagrante peligro de extinción.
No pretendo distraer más la atención y precioso tiempo de S.M. en disquisiciones y críticas que, sin “ánimus injuriandi”, todo lo contrario, he tenido la posible osadía de exponer. Deseo expresar a V.M. mi lealtad y respeto. Fdo.: Félix Arbolí. Periodista.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5619
jueves, marzo 25, 2010
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