viernes 19 de marzo de 2010
Menudas historias III: la tabla de salvación
Óscar Molina
M UCHA gente ignora porqué la Virgen de la Inmaculada es la patrona de la Infantería Española, y de España misma. Todo tiene su motivo, y el de la elevación de esta Virgen al patronazgo trae causa de sucesos que ocurrieron hace más de 400 años, cuando nuestros Tercios eran dueños y señores de los campos de batalla europeos.
Lo cierto es que la Infantería española de los siglos XVI y XVII merece capítulo aparte. La nueva organización de los soldados de a pie que ideó Gonzalo Fernández de Córdoba, el “Gran Capitán”, sus novedosas tácticas militares y su preponderancia indiscutible durante 150 años son tema suficiente como para rellenar páginas y páginas. Baste decir que los Tercios, sus magníficos generales, cuadros medios y soldados, eran el factor más decisivo que la casa de Austria podía poner en el tablero de la geopolítica de la época, con una influencia que resultó absolutamente determinante para la consecución del dominio incuestionable sobre las demás potencias. Las causas de su decadencia, que arrastró lógicamente al Imperio español, son variopintas, y creo que dignas de contar, pero las dejo para otro día.
Hoy quiero situarles en Flandes, año 1585. Alejandro Farnesio, Comandante en Jefe del Ejército español ha rendido Amberes en Agosto. Su famoso puente sobre el Escalda ha roto la resistencia de una plaza emblemática para los rebeldes, su genio militar ha doblegado la heroica resistencia de una ciudad que todo el mundo daba por imbatible, y su astuta generosidad con los vencidos hace disminuir los ánimos del bando contrario. El Tercio del Coronel Verdugo acaba de aplastar un ejército flamenco en Amerongen, pacificando la zona de Frisia. Parece que los “oranje” están en retirada, y que el invierno va a ser tranquilo. Y lo será, pero no para todos…
En Septiembre, un destacamento de 5000 hombres al mando del Maestre de Campo Bobadilla hace de la isla de Bommel, rodeada por el Mosa, su cuartel invernal; grave error táctico, poner el asedio en bandeja al sospechar que el enemigo no está en condiciones de sitiarlos.
El Conde de Holack, a la cabeza de los rebeldes en la zona, cuenta con una armada de unas 100 naves bajas, ideales para poner cerco al cinco millar de infortunados que empiezan a sospechar que el exceso de confianza de sus jefes les va a salir muy caro. Holack, por su parte, tiene claro que la cosa pinta clara como para victoria fácil, para triunfo que pueda elevar los maltrechos ánimos de los suyos.
Comienza el baile. La escuadra de 100 navíos apoya con su bombardeo el asalto de la infantería rebelde. La gente de Bobadilla resiste bien, pero las condiciones son muy penosas. Los flamencos no se dan respiro en sus embestidas, las bombas caen copiosamente desde los barcos y, lo que es peor, municiones y víveres comienzan a escasear. La resistencia es feroz, tanto o más que los embates flamencos, al punto que un general francés presente en el sitio dice que “5000 españoles son a la vez 5000 soldados, 5000 gastadores, 5000 caballos y 5000 diablos”
Bobadilla consigue colar mensajeros que llegan a Farnesio y el Conde de Mansfeld, que prometen refuerzos y auxilios que no llegan…hasta que una intentona de socorrer la isla acaba con las naves españolas portadoras del refresco derrotadas y en llamas. Los sitiados ven los barcos ardiendo; aun así el ánimo no decae, al día siguiente se confiesan, comulgan y se preparan para lo peor. Cavan trincheras para detener el asalto, o ser enterrados en ellas. No les queda nada, salvo el hambre, el frío y la desesperanza.
El de Holack tiene a Bobadilla sitiado, con poco que cargar en los arcabuces y nada que echar a los estómagos. Por si fuese poco, ha evitado que la plaza sea socorrida, y en un último apretón de tuerca, ha derribado los diques que rodean la isla, elevando el nivel del agua y haciendo que a la terrible situación de los españoles se añada el hacinamiento. Sólo les sostienen dos pequeñas colinas y el bosquecillo que rodea la ciudad de Empel. Manda un mensajero, ofreciendo la rendición, a lo que Bobadilla responde: “Los españoles han probado siempre que prefieren la muerte a la deshonra, y no he de ser yo quien les sugiera otro camino”
Un soldado, mientras cava, tropieza con algo duro. Bracea hacia dentro de la tierra fría y topa con una tabla. La saca, está pintada en vivos colores, pero la suciedad hace imposible ver qué representa. Su ropa raída, que apenas alcanza a defenderle del frío le sirve para limpiarla, y conforme va descubriendo la imagen, su júbilo crece: es una representación de la Inmaculada Concepción de María. La nueva se extiende por todo el campo español, la imagen es llevada en procesión, se la saluda con una salve y se la introduce en la iglesia del pueblo, donde se la aposenta en un trono bajo la bandera del Tercio. La confianza vuelve, la esperanza asoma.
El día 7 de Diciembre, Bobadilla reúne a los suyos, y les dice:
“¿Queréis que se quemen las banderas, se inutilice la artillería y abordemos de noche las galeras, prometiendo a la Virgen ganarlas o perder todos la vida?” La respuesta es unánimemente afirmativa.
Esa tarde el viento arrecia, y un vendaval helado comienza a congelar las aguas del Mosa. El río es ahora tierra firme, el aislamiento ha terminado, los soldados españoles pueden marchar sobre él y dar la batalla al enemigo. En la madrugada del 8 de Diciembre, el Tercio, a pie sobre el hielo, alcanza a asaltar diez navíos, hace 2000 prisioneros y captura artillería y munición.
La victoria es total, el enemigo, aniquilado, huye y los soldados españoles dan las gracias a la Inmaculada por obrar el milagro de helar el Mosa y hacer posible su contraataque. Holack, contrariado, derrotado y hundido dice: “Tal parece que Dios es español”.
La Virgen de la Inmaculada se convierte entonces, y para siempre, en la Patrona de la Infantería Española. Hoy, en Empel, en el mismo sitio en el que ocurrió todo, puede contemplarse la imagen que devolvió la esperanza a un Tercio Español, y para muchos la que obró el milagro de sacarlo de un pedazo de tierra que pasó de ser de promesa cierta de Gloria Eterna vía cementerio, a lugar de gloria terrenal y recuerdo imborrable.
¿Imborrable? Bueno, no, ya se encargan muchos de tratar de borrar éste y otros episodios, por eso yo se los cuento.
Quiere este humilde cronista dar cumplida dedicatoria de lo que aquí relata a dos de sus más queridos compañeros de armas. El Capitán Cano Sanz, que ya se solaza en el merecido descanso del guerrero, y el Capitán Fernández de Córdova, que comparte gracia con el padre destos Tercios, y quien sabe si parentela.
Ambos dos pusieron a éste que les escribe en la proa de relato tan asombroso como admirable, que habla sin rodeos del poderoso candil que daba luz a un ánimo simpar. Un espíritu cuya luz apagó la lógica del tiempo, insobornable juez de todo, pero al que la necedad de unos cuantos no alcanza ahora a poner en sombra, por mucho esfuerzo que derrochen en el mentecato propósito de enterrar nuestra Historia.
“¡Santiago y Cierra España!”, con las armas del negro sobre blanco, es mi grito contra quien trata que nuestros zagales ignoren los hechos y andanzas de la mejor infantería del Mundo.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5613
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