lunes 8 de marzo de 2010
Los ‘tontos’ de los pueblos
Félix Arbolí
EN mis tiempos, todos los pueblos españoles tenían un “tonto” propio, y a veces, hasta se repetían y triplicaban. Aunque siempre había uno que destacaba sobre los demás. Era el llamado por antonomasia “tonto del pueblo” y se convertía en una especie de patrimonio común, hoy le llamarían “cultural”, de todos sus vecinos. En Chiclana hubo varios y alcanzaron notoriedad más allá de sus límites municipales. Al más popular y conocido le llamaban “Nino”, un personaje muy curioso, de edad indefinida y cuya presencia se advertía antes de su llegada por el olor que desprendían sus gastadas y sucias ropas. Su aspecto reflejaba una permanente enemistad con el agua y el jabón. Lo de Nino debió ser una deformación de “niño”, porque a pesar de sus canas y kilómetros recorridos de vagabundeo rutinario hacia ninguna parte, decían que tenía la inocencia de un pequeño. Lo curioso es que era por el único nombre que contestaba, aunque creo recordar que se llamaba Fernando. Harapiento y sucio, de altura mayor a la habitual y despreocupado por todo, siempre llevaba una gorra con visera de indefinible color calada hasta las orejas y un ropaje muy difícil de precisar, pues no se podía distinguir si era camisa o trozo de tela lo que asomaba por el borde mugriento de su chaqueta, que había ido deteriorándose a lo largo de los años. Sus botas no conservaban cordones, ni gran parte de sus suelas y completaba su vestuario en primavera, verano, otoño e invierno, unos pantalones deshilachados y extremadamente cortos,- el donante, evidentemente, no era de su talla-, posiblemente grises en sus primeros tiempos.
Se movía por toda la ciudad de un lado a otro, con una prisa innecesaria, pidiendo a todos cuantos se cruzaban con él. Cosa curiosa, no exenta de cierta lógica, no admitía monedas grandes, que entonces eran los duros o cinco pesetas, sino sólo perras, a lo sumo, una peseta, pues decía que si le veían cambiar una de mayor cantidad creerían que la había robado y “Nino no era ladrón”. Era más popular que el alcalde y vivía feliz con su tontuna porque ella le proporcionaba comida y algún que otro “chicotazo” de vino peleón en las tabernas, donde le invitaban para divertirse con sus gracias y sus “chispazos” de evidente ingenio natural. Porque a Nino le gustaba el “morapio” con locura y ya en las últimas horas de la tarde, cuando se retiraba de la circulación, a nadie sabía qué jergón o cuchitril, iba haciendo eses. Todos le consentían estos pecadillos porque lo consideraban como una atracción o aliciente turístico, aunque en esos años el turismo que llegaba viajaba en destartalados autobuses y carruajes de caballos y no precisamente para ir a la playa, que el moreno estaba muy mal visto socialmente, sino para tomar las aguas en el Balneario de Fuente Amarga o recoger las cosechas de las viñas y campos a base de una peseta y una barra de pan al término de la jornada. Eran otros tiempos y otros horizontes, no precisamente de grandeza. .
Nino era, casi lo puedo asegurar, el chiclanero más famoso y más feliz de todo el vecindario. Tenía una agudeza extraordinaria y picante impropia de una persona inculta y sin formación, que le salía de manera natural e instintiva. No sabía escribir, ni muchos menos leer, aunque a él no parecía preocuparle ese analfabetismo tan brutal, en el que por cierto no era una excepción en aquellos tiempos y límites municipales. Era uno más de los muchos que por unas u otras razones, ninguna plausible, no se habían acercado a un colegio. Las horas de clase la ocupaban en buscar las pesetas necesarias a la economía familiar y en esa tarea dura y cotidiana se involucraban todos los miembros de la familia en cuanto aprendían a sostenerse y caminar sin ayuda extra. Nino no trabajaba, porque era el “tonto” del pueblo. Y cuando los críos con más mala leche que delicadeza y algunos maduros de escasa sensibilidad se reían descaradamente en su cara de su simpleza y cortedad de mente, él, sin perder la sonrisa que dejaba ver sus amarillentos dientes, les contestaba como quien no quiere la cosa, haciéndose el Lorenzo, “Sí, Nino no trabaja porque es tonto, pero tu como eres listo tienes que trabajar para comer”. Todos soltaban la carcajada, sin percatarse de la lección que les había dado y él se marchaba sonriente buscando una nueva reunión donde a costa de aguantar bromas no siempre inofensivas, le soltaran las perras que necesitaba. Era raro verlo pasar sin un trozo de pan, un tomate, alguna fruta e incluso un bocadillo a medio comer que le habían dado o se había encontrado.
A pesar de su forma de ser y vivir, era un gran observador y sabía con quien soltarse y con quien guardar las debidas distancias. Todo en él era natural e instintivo. A pesar de su casi constante embriaguez su mente siempre estaba ágil y despejada y las excentricidades y ocurrencias de las que hacía galas, causantes de tantas risas, demostraban en muchas ocasiones una gran profundidad y verdad, aunque muchos de los presentes más “cazurros” que él, no acertaran a comprenderlas. Sus respuestas con sarcasmo y agudeza les salían de manera improvisada y a veces eran fruto de la contrariedad que le producía que se mofaran de él. Se puede decir que vivía en el mundo, pero no estaba en él.
No todas las bromas que tuvo que soportar de los señoritos del pueblo se podían considerar graciosas. Un día yendo por la calle borracho y dando más tumbos que un barril al deslizarse por unas escaleras, uno de los que más le folloneaban aceleró su coche y empezó a sonar el claxon para advertirle sus intentos de atropellarle. No se sabe si lo haría o no, pero dados los antecedentes de ese animal encorbatado que le perseguía, aunque había sido alcalde del municipio, podría uno hasta figurárselo. El pobre Nino con toda su borrachera salió corriendo todo cuanto pudo, buscando la manera de librarse de esa acometida. Terminó trepando por las ventanas y fachada de un edificio como si fuera un gato y encaramándose a los balcones del primer piso. Desde allí le lanzó toda suerte de improperios y hasta una de las macetas que se estrelló muy cerca de donde se hallaba el coche del burlón. Nadie podía imaginar de donde le había salido esa fuerza y agilidad a pesar de su borrachera.
Otro día unos ingleses procedentes del Peñón, pararon con su coche ante El Pájaro, un restaurante muy célebre, que aún creo continua, a la entrada del pueblo. Es el lugar más frecuentado por visitantes y viajeros, ya que se encuentra donde se unen las carreteras que vienen de Medina, Alcalá y esa zona y las que proceden del Campo de Gibraltar, Barbate y Vejer. Como muchas otras veces, nuestro personaje, se hallaba por las inmediaciones buscando perras y curioseando el trasiego de coches y personas. Ese día se había encontrado un pajarillo, jilguero, que el pobre andaba cojo. Nino le acariciaba, le decía palabras cariñosas y hasta se lo acercaba al oído como si le oyera cantar las más bellas melodías. Era el centro de la atención de clientes y paseantes. Como le conocían, le dejaban hacer y decir y hasta le animaban. Tanto, que daban la impresión de que había encontrado un pájaro muy valioso y de agradable canto. El matrimonio inglés, hierático y un tanto confuso, presenciaba la escena realmente interesado. Tanta expectación les hizo quererlo ver y conocer las cualidades de ese animalito. Nino, dada su simpleza se obstinaba en no enseñarlo a nadie, como si se tratara de un auténtico tesoro y temiera que se lo quitaran. Al final, sólo les permitió lo suficiente para que ellos advirtieran las vistosas y coloridas plumas del animal, que se hallaba rezagado y enroscado en su mano. Sólo decía “Es un pajarito muy bonito y bueno y canta muy bien cuando se encuentra volando en la jaula”. Los ingleses se miraron algo sorprendidos, no se sabe si por la indumentaria de su interlocutor o por las habilidades que les decía realizaba el animal. Lo cierto es que se lo compraron, después de un terco regateo que él intentaba alargar, y con él se dirigieron a buscar y comprar una jaula donde poder admirar sus pregonadas cualidades. Cuando advirtieron que el pobre pájaro no sólo no cantaba, sino que ni siquiera podía moverse dentro de la jaula por la cojera, regresaron al local buscándolo para deshacer el trato, pero Nino ya había volado, no sé si cantando, y los ingleses continuaron su viaje. Cuando al día siguiente regresó al restaurante le dijeron que los ingleses habían estado buscándole porque el pájaro que les había vendido estaba cojo. Él con esa improvisada gracia que tenía, les contestó sonriente: “ ¿ Y pa que querían al pájaro, pa que les cantara o pa que les bailara?”. Y todos tuvieron que reírse a carcajada.
Todos los domingos, desde hacía muchos años, se recorría a pie diez kilómetros para ir a comer a un ventorrillo cercano al pueblo de Conil. Allí lo hartaban de toda clase de alimentos y terminada la comida emprendía el regreso a Chiclana de igual forma. Se tiraba veinte kilómetros andando, ida y vuelta, para que le dieran una buena comida. Contaban que en sus años de chaval, en plena guerra civil y haciendo la mili, le mandó el teniente a comprar una telera de pan (barra ). Dada su deficiencia lo utilizaban para recados y menesteres de escasa trascendencia. Al cabo de unas horas, cuando todos creían que había perdido el dinero o se lo había gastado y no se atrevía a presentarse, apareció sonriente con su pan en la mano. El teniente le preguntó la causa de su tardanza. Él sin comprender nada, le contestó:
- “ Po del pueblo que usted ma mandao”.
- .¿ De qué pueblo?- le dijo oficial.
Y señalando uno en el mapa de la pared, como el que acababa de descubrir América dijo sonriente:
- !De este pueblo!. Y señaló en el mapa a uno.
- ¡Pero chiquillo si ese pueblo está en poder de los rojos!. ¿No te han dicho nada?.
- Yo vi. a muchos “soldaos” con fusiles, pero nadie me preguntó nada. Llegué a la panadería, pedí el pan, lo pagué y me vine.- Increíble pero cierto.
Cuando murió en el hospital de la capital adonde le habían llevado viendo que estaba en las últimas, todo el pueblo acudió a su entierro El director del centro al ver tantos coches esperando para acompañarle, decía: “!Este tío tiene que ser por fuerza un bohemio con dinero, porque aquí hay más de cuarenta coches!”. Y era verdad. Las malas lenguas decían que se había muerto de una pulmonía al tenerlo que bañar y quitarle la roña acumulada al cabo de tantos años.
En mi pueblo, me figuro que como en otros muchos, había entonces varios “tontos “ que gozaban de gran popularidad y hasta por qué no decirlo, de cierto cariño y simpatía. Los considerábamos como algo muy nuestro y especial y hasta nos vanagloriábamos de ello. No había nada peyorativo, sino los considerábamos algo típico de nuestra localidad a los que debíamos cuidar y mantener, porque formaban parte de nuestra idiosincrasia. Hoy son muchos los tontos que han aparecido por esos pueblos y ciudades, de Dios sabe donde, y aunque no nos hacen gracia, ni lo consideramos típicos, los tenemos que soportar. También hemos de mantenerlos sin que tengan que trabajar, pero en estos casos los tontos son los que nos creemos listos y los listos los que nos consideran tontos. El mundo, como ven, ha evolucionado. Yo, sinceramente, prefiero a mis antiguos tontitos que a la plaga de discapacitados mentales que nos ha llegado para mofarse de nuestra imbecilidad.
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lunes, marzo 08, 2010
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