viernes, agosto 11, 2006

Los ultimos dias de Galicia

viernes 11 de agosto de 2006
Los últimos días de Galicia
Juan Urrutia
E N su discurso de investidura Emilio Pérez Touriño expresó su intención de defender los intereses gallegos “por encima de cualquier otro compromiso”. El actual presidente de la Xunta perteneciente al PSdeG-PSOE y sus compañeros de coalición del BNG, por lo visto no consideraron dentro de los citados intereses el no morir quemado vivo o el fútil capricho de no perder casa, ganado, tierras y otras posesiones devoradas por las llamas. Es la conclusión que he sacado tras leer en, no recuerdo qué periódico, que la Xunta tardó tres días en pedir ayuda al Gobierno central para sofocar la descomunal cantidad de incendios que asuelan, aún hoy, la región. Claro que, como les decía más arriba, Touriño gobierna con los nacionalistas, y éstos siempre han sido muy independientes. Me pregunto si, en el caso hipotético de que don Emilio olvidase una sartén al fuego y ésta comenzase a arder prendiendo las cortinas de su cocina, tardaría tres días en llamar a los bomberos e intentaría apagar el fuego con un sifón. Vamos a entrar en materia, porque lo descrito más arriba no pasa de ser la estúpida desidia a la que nos tienen acostumbrados nuestros políticos, que ante cualquier emergencia se llevan las manos a la cabeza sin saber que hacer, gritando como una abuela de las de antes al ver un ratón “¡cielos, que horror!” y reaccionando una semana más tarde. El citado presidente socialista, dijo también durante su nombramiento que “todos los ciudadanos y todas las instituciones, sea cual fuesen sus opiniones o su color político, merecerán el mismo respeto y atención del Gobierno de Galicia”. Deseo de corazón que sus palabras no sean ciertas, porque de los ocho directivos que en la lucha contra el fuego coordinaban a cuatro mil personas, Touriño expulsó a todos menos a uno. Destituyó también a doce jefes de distrito, muchos con más de una década de experiencia en la extinción de incendios, y para rematar la faena le dio al asunto un toque nacionalista, exigió a los sustitutos certificar con un título el conocimiento del galego, motivo por el cual muchos puestos no han podido cubrirse con personal cualificado. Les aseguro que si por un casual sufro un ataque de apendicitis en Galicia me aguantaré hasta Gijón, no me vaya a operar un dentista con perfecto y acreditado conocimiento de la lengua mencionada. Nos encontramos no ya ante una común negligencia política, sino ante un grado de absurda soberbia que lleva a cada gobierno a destruir todo lo que hizo el anterior aunque funcione bien. Las personas destituidas no eran incompetentes, no las pillaron utilizando el ordenador del trabajo con fines pornográficos, no; lo suyo era mucho peor, los puso allí el PP. Sistemas educativos, programas televisivos, dispositivos contra incendios, es lo mismo: si viene del anterior gobierno es reprobable y hay que eliminarlo. Ésta es quizás la mayor analogía entre los dos partidos mayoritarios de España. Ambos han seguido esa lamentable máxima, sólo que el PSOE lo ha hecho de tal forma, que en el sangrante asunto del fuego este año ha costado tres vidas en Galicia y el anterior once en Guadalajara. No hay que olvidar la culpabilidad de los individuos sin entrañas que, intencionadamente en la mayoría de los casos, causaron los incendios. Poco más puede decirse de ellos, son miserables que por motivos económicos o por falta de civismo causan año tras año dolor y destrucción en nuestro país. Sólo puedo desearles unas largas vacaciones entre rejas, pues ahora la ley castiga estas atrocidades, con de uno a cinco años de prisión si no ha habido riesgo para las personas y de diez a veinte si lo ha habido. Lo ideal seria elevar las penas mínimas para tales delitos, pues muchos saldrán a la calle sin pasar por la cárcel si son condenados a menos de tres años y no tienen antecedentes, lo que envalentona a muchos degenerados, que ven asumible el riesgo, por lo lucrativo de quemar bosques y la levedad de las consecuencias. La opinión del gobierno sobre los culpables es bien distinta. Según la ministra Narbona un grupo de resentidos por no haber sido contratados a causa de su injustificable desconocimiento de la lengua del terruño se ha vengado a golpe de cerilla. Puede ser y puede no ser, la cuestión es que son sólo conjeturas. En una conversación con la cuadrilla en el bar de la esquina uno puede permitirse el lujo de decir eso y mucho más, pero es absolutamente inaceptable que desde el Gobierno se hagan declaraciones basadas en hipótesis sin fundamentar, sin pruebas, ni siquiera indicios. Es posible que la ministra considere la actuación de su partido lo suficientemente indignante como para enloquecer a alguien y llevarle a quemar un bosque o tal vez sea el viejo recurso de “calumnia que algo queda”. En todo caso tal cúmulo de despropósitos en cualquier país europeo supondría la dimisión de un par de pillines. Aquí sin embargo se le echa la culpa al florista, un tal Sánchez, chivo expiatorio oficial del PSOE en asuntos internacionales, o a un grupo de bandidos enmascarados sin determinar, como en este caso, incluso es posible que la próxima conclusión de Narbona pase por acusar a Rajoy de tirar la colilla del puro por la ventanilla del coche, mientras se dirigía a casa del señor Iribarne con la sana intención de comer unas cigalitas, causando el fatal desastre. Este año han ardido quince mil hectáreas en Galicia, la tercera parte durante el pasado fin de semana. Si nos descuidamos España será un desierto en dos veranos más de gestión socialista. La falta de previsión, de medios y de cerebro han agravado la situación. Hasta hace poco Emilio Pérez Touriño no veía motivos para interrumpir sus vacaciones junto a la ría de Pontevedra, aunque dijo que estaría “en permanente alerta”. Sería para saltar al agua en caso de ponerse las cosas feas. Por su parte Zapatero ha dejado solos a sus cocineros para acudir raudo, solamente ha tardado seis días, a “asumir responsabilidades”. Me pregunto como asumirá el que a las zonas donde se han producido víctimas no hubiera acudido ni un solo bombero.

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