lunes 21 de agosto de 2006
La venganza de la ‘Madre abadesa’
«Ya que no puedo ser guapa –pensé–, al menos seré interesante.» Y me doctoré en gestos a lo Bette Davis-->
Como les he contado alguna vez, yo fui una niña sumamente fea. Nací peluda, cetrina, con un diente y cinco kilazos de peso que hicieron que en el hospital donde vi la luz se me conociera por el bonito apodo de ‘Madre abadesa’. Además, era una fea en una familia de guapos, algo aún más difícil de sobrellevar y sobre todo de entender. Pero una de las pocas ventajas que tiene ser una niña fea es que al menos una no se hace la novela. Lo que quiero decir es que no crecí soñando de noche y fantaseando de día que los hados, las hadas o quien demonios se ocupe de estos menesteres allá en el Olimpo, me tenían destinado un futuro glamouroso gracias al cual, nada más quitarme los calcetines de adolescente, me encontraría convertida en Natalie Wood o Grace Kelly o, más modestamente, en la Jennifer Aniston de turno. Soñar es bonito, qué duda cabe, pero también es fuente de muchos desconsuelos y desilusiones, pensaba yo entonces.Por eso no fui partidaria de ese fantaseo iniciático-cinematográfico tan propio de la adolescencia (ya lo sé, quedaré fatal diciendo esto, y los más freudianos considerarán que me falta algún tornillo muy vital por no haber querido parecerme a Brigitte Bardot o al menos a Marisol, que era uno de los modelos preferidos de las niñas de mi edad; mala suerte). Pero el problema es que, a pesar de conocer el cuento del patito feo y otras bonitas historias por el estilo, pasaban los años y yo seguía siendo muy fea.Fea y realista, como podrá verse. Por eso nunca me atreví a soñar. Sin embargo, como nadie puede sustraerse a la escuela de seducciones de Hollywood y, quiera o no, todo el mundo aprende el abecé de la erótica mirándose en un actor o actriz, un poco más adelante, ya con trece o catorce años, elegí un modelo acorde con mis posibilidades de seducción en la vida… Y me decidí por Bette Davis. «Ya que no puedo ser guapa –pensé–, al menos seré interesante.» Y me doctoré en gestos a lo Bette Davis.Puedo asegurarles que desde aquellos lejanos tiempos soy experta en «un desafiante elevamiento de barbilla muy característico» y se me da de cine «sacudir de modo dramático la melena de derecha a izquierda» (dos de las más señeras características de la actriz, Enciclopedia Británica dixit). Luego, más o menos con quince años ya era única en el arte de mirar igualito igualito que La extraña pasajera. Vamos, dicho en dos palabras: era (y soy) imbatible en seducciones de mujer fea.Pero lo paradójico del asunto es que al ir creciendo y a pesar de no haber creído nunca en la historia de Andersen, mejoré bastante. Hoy me parezco a Bette Davis como un huevo a una castaña y quizá hubiera quedado más armónico con mi físico actual haber aprendido en la adolescencia gestos seductores de otra actriz más afín a mi apariencia adulta, quién sabe.Sin embargo, y a pesar de todo, estoy segura de que tiene algo de imbatible el haber adoptado a una fea inteligente como maestra en las armas de mujer.¿Alguna vez se han preguntado por qué las mujeres feas envejecen mucho mejor que las muy guapas?Yo tengo una teoría al respecto. Pienso que se debe a que las guapas, al hacerse viejas, conservan todos los tics, posturitas y cucamonas que tan deliciosos parecían en un cuerpo bello… y que son tan patéticos cuando la belleza se ha esfumado. Nosotras, en cambio, las de la escuela Bette Davis, las doctoradas en seducción de feas, siempre hemos sabido sacarle partido a otros artificios menos efímeros. Ventajas de haber sufrido en la infancia los caprichos de una naturaleza poco generosa, supongo. Y también una pequeña venganza de esta ‘Madre abadesa’, servidora de ustedes.
lunes, agosto 21, 2006
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