jueves, marzo 30, 2006

Victor Gago Raca Raca con al cancion de autor

viernes 31 de marzo de 2006
EL CONGRESO APRUEBA EL ESTATUTO
RACA RACA CON LA CANCIÓN DE AUTOR, por Víctor Gago
Dale que te pego con Serrat. “Como diría Serrat, hoy puede ser un gran día”, citó Manuel Marín al comenzar la sesión. Vuelve el PSOE y vuelve la nostalgia de la canción de autor. La cara al vent y todo ese rollo tan conservador, de puro progre. Todos puestísimos y con un fondo de armario que ya quisiera Paris Hilton para bajar a comprar el pan, pero comprometidos con la guitarra de palo como hace treinta años. Como diría Serrat, o el portero de su finca rústica: “Hoy puede ser un gran día”.
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El debate no hizo otra cosa que confirmar el prestigio de Marín como erudito. Un gran día para el poder, un mal día para la libertad, aunque ésta brillara como nunca en las intervenciones de Mariano Rajoy. Desde este jueves 30 de marzo de 2006, España ya es otra cosa distinta de lo que quisieron los españoles en 1978. Lo han decidido unos cuantos políticos nacionalistas y de izquierdas, animados por un presidente del Gobierno que pasará a la Historia por haber recibido un país en hora con el mundo y dejar, en cambio, una “España de autor”, triste, plúmbea, acomplejada y rencorosa, como el Estatuto de Cataluña o como las canciones que escucha esta generación de antiguos que hoy gobierna en las instituciones.

La fatalidad de Rajoy es ésa: sus mejores días como parlamentario acostumbran a ser los peores para España. Cuanto más hace brillar la razón, cuanta más convicción e ideas pone en la defensa de la libertad frente al poder, más machacones se ponen los de la canción asamblearia. “Porque creemos que sólo integrando la diversidad en la unidad, es posible crear una España sin exclusiones ni excluidos”, resumió María Teresa Fernández de La Vega el valor del nuevo Estatuto de Cataluña. Pocas cosas son tan solemnes como el poder buscando coartadas. Si la Historia es la lucha de la libertad contra el poder, como afirma Rothbard, está claro que es una lucha muy desigual, en la que el poder necesita menos talento que la libertad para imponerse. A veces, como se ha demostrado en esta sesión, le basta con echar mano de la cursilería: “El Estatuto dejará huella en nuestra historia. En la historia de Cataluña y en la de España”, proclamó María Teresa Fernández.

Frente a la eficacia aplastante del “territorio” y los “derechos colectivos” en la canción del poder popular, ¿qué podía hacer un parlamentario como Rajoy, liberal, racionalista, consciente de su responsabilidad, guiado por los principios, coherente con lo que dice defender, y bastante más ilustrado que quienes han redactado el Estatuto y quienes lo han defendido en el Congreso?

Con un cambio de régimen ya decidido y en marcha, la Fiscalía persiguiendo según a qué políticos, y la aplastante mayoría de la Prensa mirando para otro lado, el margen de maniobra del PP es escaso: o se suma a la corriente, como invitan, desde dentro, Piqué y Gallardón, y desde fuera, todo el cartel de cantautores producidos, grabados y distribuidos en el mismo sello discográfico y editorial; o hace lo que tiene que hacer, que es lo que Rajoy ha hecho este jueves: un inventario de lo que se pierde con el Estatuto de Zapatero, el PSOE y los nacionalistas, que no es otra cosa que el derecho de todos los españoles a vivir como personas libres y a que el poder no se entrometa en sus vidas. Su discurso ha sido lo único “grande” de un mal día. Directo a la inteligencia, a la libertad, el corazón y la cartera de españoles y catalanes, sin dejarse ninguna verdad por el camino.

Este Estatuto, señaló Rajoy en uno de los mejores pasajes de un discurso que estuvo plagado de esos raros momentos en el pensamiento de un político en el que se confabulan la razón, el bien y la belleza, “no puede ser bueno para los ciudadanos porque lo prioritario para sus autores no es ni la libertad de la gente ni su bienestar sino imponerle el rígido ideario nacionalista y el corsé de su construcción nacional. Eso es lo principal, aunque tengan que pagar un precio en bienestar, aunque tengan que renunciar a una parte de su libertad. Lo primero es lo primero. Lo primero es la nación. El individuo es siempre secundario. No envidio a nadie de los que tengan que soportarlo y como no lo quisiera para mí, tampoco se lo deseo a los demás”.

Difícilmente, se puede expresar con mayor economía y eficacia el ideal de libertad que sale derrotado frente al poder, en este Estatuto que, si algún derecho colectivo protege, es el de la casta política a la que entroniza y refuerza en su carta blanca sobre la vida de las personas.

El debate sobre el Estatuto ha confirmado lo que Max Webber dijo de la política, y Mario Vargas Llosa recuerda en el frontispicio de sus memorias, Como pez en el agua: que no siempre, en política, el bien hace el bien. Rajoy ha dicho lo que tenía que decir y ha hecho lo que tenía que hacer, pero el resultado de este debate tan democrático es que hoy hay menos democracia que ayer en España. La política no ha servido esta vez para limitar a los políticos ante las personas, sino para que vuelvan a dominarlas. Un uso tan anacrónico de la democracia como las carpetas que Alfonso Guerra utiliza para llevar los papeles de la Comisión Constitucional, o como la canción de autor que ayuda al presidente del Congreso a interpretar a Serrat como si fuera Manuel Azaña.

Está claro que en el Ipod de Manuel Marín no suena El Canto del Loco. Si lo hiciera, habría entendido que hay vida comprometida más allá de Raimón.

“Quiero entrar en tu garito[léase territorio o nación] con zapatillas [léase Kelly Finder], que no me miren mal al pasar [léase CAC o policía lingüística] / estoy cansado de siempre lo mismo, la misma historia, quiero cambiar [atención, Piqué: un claro compromiso con el partido de Albert Boadella y Arcadi Espada] / me da pena tanta tontería quiero un poquito de normalidad [justo lo que dijo Rajoy en la tribuna del Congreso] / pero a ver, mírame y dime tronco, no veo mi sitio y no puedo aparcar [mensaje interno al alcalde de Madrid]”.
Es cuestión de aprender a escuchar a los jóvenes. El compromiso con los territorios y los derechos colectivos es cosa del pasado, como los cantautores, pero el PSOE sigue raca raca con la gramola asamblearia –que diría Rubalcaba–. Menos mal que Carmen Calvo sigue la gira de Metallica, que también es un grupo deprimente, sectario y con tendencia a la manía persecutoria, pero al menos, en sus videoclips salen unas señoras muy bien disfrazadas – vale, también aparecen hombres disfrazados, no vayamos a tener otro motín del Grupo Socialista Paritario con Montilla como no adscrito–.

Gentileza de LD

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