jueves, marzo 30, 2006

Pio Moa, Balance del bienio izquierdista

viernes 31 de marzo de 2006

UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

Balance del bienio izquierdista
Por Pío Moa
Si hemos de creer a la inmensa mayoría de los historiadores de izquierdas, incluso a algunos de derechas, el balance de los dos primeros años de la República fue difícilmente mejorable: una Constitución democrática, el voto de la mujer, una gran labor cultural, elevación de los salarios y los derechos de los trabajadores, una reforma ejemplar del Ejército, expansión de la enseñanza a todos los niveles, solución al "problema catalán", una reforma agraria importante y otras medidas muy beneficiosas para el pueblo.
No puede extrañar que, con tales avances sociales y políticos, la "reacción" hiciera cuanto estaba en su mano por echar abajo una obra brillante pero, inevitablemente, perjudicial para sus intereses, para los injustos privilegios de la "oligarquía". Con ese argumento explican tanto el golpe de Sanjurjo como el comportamiento nazi de la CEDA, o las reacciones excesivas de la Iglesia a la quema de conventos y demás. Era tan natural que las izquierdas beneficiaran al pueblo como que los reaccionarios se opusieran con uñas y dientes a tanto progreso. Así siguen escribiendo o perorando Beevor, Juliá y decenas más en libros, congresos, encuentros, etcétera, a menudo con generosos fondos públicos de por medio.

Sin embargo, en las elecciones de noviembre de 1933, tras dos años largos de tan felices experiencias, el pueblo, no la oligarquía, se volvía contra las izquierdas que tanto se habían desvelado por favorecerle y votaba al centro derecha. Inexplicablemente, ¡el pueblo apoyaba a sus oligárquicos explotadores! El suceso es absolutamente crucial, pero rara vez le han prestado los historiadores, también los de derechas, la atención y el análisis que merece. Hecho tan inaudito para los esquemas tipo Preston, Helen Graham, Tuñón de Lara, Juliá, Jackson y tantísimos otros requiere una explicación convincente, y ellos nunca han sabido darla. Para ser justos, debe reconocerse que ni siquiera han visto el problema o, si lo han visto, han preferido soslayarlo diplomáticamente.

¿Tenía razón la mayoría de españoles que rechazó a las izquierdas después de haberlas experimentado durante dos años, o la tienen esos historiadores y políticos empeñados en mantener sus esquemas explicativos, científicos según ellos afirman? Por supuesto, la ciencia es indiferente a las mayorías, que tampoco en política tienen siempre razón, ni mucho menos. Por ello el caso merece algún examen.

De entrada observamos que, contra lo que presume la teoría presuntamente científica, no fueron las mínimas y ocasionales violencias de las derechas, sino las de la CNT, replicadas con enorme dureza desde el poder, la verdadera causa de la quiebra del Gobierno republicano-socialista, sobre todo después de la matanza de Casas Viejas, como ya examinamos en otra ocasión; y la CNT era una sindical izquierdista que había colaborado a traer la República. Observamos también que, contra la previsión de la teoría, el grueso de la derecha se atuvo estrictamente a la legalidad republicana, en lugar de subvertirla. Estos dos hechos no dejan en buen lugar las pretensiones científicas de la historiografía izquierdista (y alguna derechista, claro).

Pero también la visión beatífica de los logros republicanos, resumida más arriba, omite demasiados datos para considerarla científica o meramente objetiva. La República, como hemos visto, no había llegado con un programa izquierdista, sino que había sido concebida como una democracia liberal por Alcalá-Zamora y Miguel Maura, verdaderos promotores de la empresa. Fue el predominio alcanzado enseguida por las izquierdas lo que condujo a desvirtuar ese objetivo ya en la misma Constitución, lastrada por graves sectarismos y mutilaciones de los derechos ciudadanos. Además, incluso los elementos democráticos de la Constitución fueron echadas a perder en gran medida por la Ley de Defensa de la República, y más tarde por la de Vagos y Maleantes, impulsadas ambas por Azaña. Y si hablamos del voto femenino, lo promovieron tanto las derechas como las izquierdas, salvo una parte de estas últimas, muy renuente a concederlo por puro sectarismo.

Sobre la labor cultural del bienio, no cabe duda de que tuvo cierto interés, pero no llegó a tomar mucho vuelo, y quedó contrarrestada por hechos tan negativos como la supresión de centros de enseñanza prestigiosos por el mero hecho de ser católicos, o las graves destrucciones de bibliotecas, escuelas y obras de arte, y por la difusión de unas ideologías fanatizantes.

Si hablamos de los salarios y derechos de los trabajadores, su ampliación nominal resultó en gran medida contraproducente, por su tono demagógico y mal calculado. Así, la cifra de huelguistas saltó de 240.000 en 1931 a 840.000 en 1933, subiendo también en vertical el número de parados (de 390.000 a 618.000), lo cual en aquella época tenía consecuencias dramáticas, pues significaba el hambre, que creció de modo acelerado, hasta volver a las cifras de principios de siglo. En otras palabras, aumentó de forma dramática la miseria extrema y, por tanto, las desigualdades sociales.

Evidentemente, en ello jugaron factores ajenos a la política de las izquierdas, como la crisis económica mundial de la época, pero también es indudable, ya lo vimos, que las medidas adoptadas no suavizaron sino que empeoraron la crisis, frenando la iniciativa privada y creando una inseguridad a su vez paralizadora de la actividad económica.

La reforma militar, claramente necesitada y aceptada por la mayoría del Ejército, se echó a perder en buena parte por la agresiva demagogia antimilitar de las izquierdas, que "se ensañan con el ejército a mansalva", como indicaba Azaña, y por la política de promoción profesional, demasiado partidista y favoritista, cosa también deplorada por aquél, aunque no supo o no quiso ponerle remedio, aparte de contribuir al descontento exhibiendo una actitud de desprecio hacia los militares.

De la expansión de la enseñanza hemos hablado también, y hoy resulta innegable que distó mucho de las cifras triunfalistas en cantidad, y más aún en calidad, ofrecidas por la propaganda. Sin olvidar, debe insistirse en ello, que los avances en un sentido se anulaban con los retrocesos debidos al cierre u hostigamiento de la enseñanza católica.

Tampoco fue resuelto el problema planteado por el agresivo nacionalismo catalán, pues el estatuto de autonomía, visto por el Gobierno como una solución estable, lo consideraban los nacionalistas tan sólo como un paso en una escalada indefinida de reivindicaciones hasta una práctica separación de Cataluña.

En cuanto a la reforma agraria, fue realizada con la demagogia habitual, sembrando esperanzas desmedidas entre el campesinado, con realizaciones frustrantes, que fomentaban en círculo vicioso más agitación y más radicalización de las masas, a quienes se señalaban los propietarios grandes y medianos como los responsables de la miseria. En los dos años fueron asentados 4.400 campesinos, una cifra irrisoria, en poco más de 24.000 hectáreas, lo cual daba a cada uno unas parcelas de sólo seis hectáreas de tierra por lo común pobre y poco productiva, impidiéndoles salir de la miseria. También fueron establecidos de forma ilegal, es decir, vulnerando el derecho de propiedad, 40.000 yunteros extremeños sobre 123.000 hectáreas, fincas mínimas de tres hectáreas, inviables económicamente. Azaña tiene comentarios sarcásticos sobre la chapucería con que su Gobierno abordó la cuestión agraria.

Todos estos fracasos y daños los vio y los sufrió la población, aunque a menudo no entendiera bien su origen, y por ello cambió drásticamente su voto en 1933. Máxime cuando vinieron acompañados de una elevación sin precedentes de la violencia política, así como de la delincuencia común. En tan corto período murieron en la calle o en atentados un mínimo de 250 personas, entre ellas más obreros que en muchos años de monarquía.

La mayoría de las historias progresistas presta atención muy insuficiente a estos datos, pues, como salta a la vista, estropean la visión idílica de la República que intentan transmitir a la gente, y de paso ponen en su lugar unas pretensiones científicas que sólo pueden mantenerse a base de omitir o desvirtuar sin escrúpulo gran número de hechos significativos. Pero se ha demostrado a menudo que los creyentes en esquemas derivados de la "lucha de clases", como los historiadores antes citados, son inasequibles al desaliento, sobre todo si hay abundancia de fondos públicos a su disposición.

Teniendo en cuenta este interesado fanatismo, se entiende sin esfuerzo su resuelta negativa a entablar un debate razonable, sustituyéndolo por intrigas y ataques personales del más bajo estilo. Cabe esperar, no obstante, que esta penosa situación dure ya poco.


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Gentileza de LD

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