miércoles, octubre 05, 2011

Carlos Alberto Montaner, Mandy o por que el comunismo no funciona

CUBA NO ES UN PAÍS PARA GENIOS

Mandy o por qué el comunismo no funciona

Por Carlos Alberto Montaner

"Mandy es un genio", fue lo primero que escuché sobre Armando Rodríguez. "Un genio en qué", pregunté. "En física, en ingeniería, en casi todo", me respondieron. Luego escuché varias veces el mismo juicio crítico sobre la inteligencia de este hombre, autor de Los robots de Fidel Castro. Quienes lo conocen suelen compartir ese criterio.

Mala cosa para Mandy. Parodiando el título de la película de los hermanos Coen, Cuba no es un país para genios. A los genios los marginan en Cuba.

En Cuba sólo hay espacio para un solo genio, y ya sabemos todos de quién se trata.

Más todavía: las frustraciones de Mandy en Cuba y las persecuciones que él y muchos de sus amigos y colaboradores acabaron padeciendo explican parcialmente por qué el comunismo ha fracasado cada vez que sus seguidores han conseguido erigir sociedades basadas en el sistema de organización social propugnado por los marxistas-leninistas.

Acerquémonos a este fenómeno.

Los genios son anomalías que surgen en el seno de las sociedades. Casi todos tenemos un cociente de inteligencia que ronda los 100 puntos, pero algunas personas exceden los 150 y hasta los 200.

A veces las anomalías no se miden por esa escala numérica, pero no hay duda de que estamos ante genios. Mozart o Capablanca, por ejemplo, eran genios. Uno en la música y el otro en el ajedrez, pero eran genios indiscutibles.

De alguna manera, los genios sirven a la sociedad para cambiar su contorno como las mutaciones sirven a los seres vivos para evolucionar. De pronto una azarosa combinación de los cromosomas genera individuos que poseen una particularidad que les da una ventaja comparativa que acaba por propagarse al resto de la especie.

La sociedad se sirve de los genios para cambiar la realidad. Pongamos un clarísimo ejemplo contemporáneo: Edison fue un genio que perfeccionó el bombillo, y su talento cambió nuestras vidas. Lo mismo puede decirse de Alexander Graham Bell, de Carlos Finlay o de Jonas Salk. Naturalmente, estos grandes inventores e investigadores científicos no son los únicos factores mutantes de la sociedad. Son los más descollantes, pero numéricamente son sólo un escaso grupo.

Nadie está totalmente seguro de cómo se produjo exactamente el desarrollo de los microondas y los fax, o de la relación que tienen las ideas y los artilugios de Pascal, en el siglo XVII, con la creación de las computadoras, en el XX. Son saltos mutantes leves y continuos que acaban por desembocar en ideas y artefactos que cambian nuestras vidas, pero generalmente sólo son posibles por la acumulación de conocimientos en sociedades capaces de mantener vivas y coleando la memoria colectiva y la colaboración entre generaciones sucesivas.

Es verdad que la radiografía tomada por Wilhem Röntgen a la mano de su mujer en 1896 cambió nuestras vidas y nos permitió penetrar en el cuerpo sin perforar la piel por medio de los rayos equis, pero para llegar a ese punto fueron necesarios el previo estudio de los gases, la electricidad, la fotografía, las ondas radiales y otra media docena de saberes conexos. Es decir, la obra de los grandes genios descansa sobre los hombros de cientos, de miles de personas creativas que les precedieron e hicieron posibles sus hallazgos o invenciones.

Magnífico, pero ¿qué hace que una sociedad descuelle y se convierta en próspera y en ella abunden los avances científicos y crezcan las clases medias, como sucede en Estados Unidos, Japón, Europa y, en suma, en las treinta naciones más avanzadas del mundo?

En esas naciones ocurre el siguiente fenómeno: el hallazgo, la invención o la perfección de alguna investigación científica se convierte en una empresa comercial que genera beneficios, crece, da empleos, reinversiones, etcétera. Si la ciencia y la técnica no pasan del laboratorio a la empresa, a una empresa que genere utilidades, no hay beneficio material colectivo. Si la empresa genera pérdidas constantemente, acabará siendo perjudicial porque destruye capital y empobrece al conjunto de la sociedad.

Edison no se conformó con inventar la bombilla. Tuvo el impulso para crear una compañía que electrificara Nueva York, instalara el sistema y ganara dinero. Convirtió su idea en una actividad lucrativa para sí mismo y para todos los que utilizaban el servicio.

A veces el genio radica en la mediación. Bill Gates, que algo sabía de computación, a principios de la década de los ochenta del siglo pasado compró a una pequeña empresa los derechos del sistema operativo DOS y pactó con IBM el uso del programa. Por medio de Microsoft, Gates convirtió ese desarrollo científico en una de las empresas más exitosas de la historia, generando riqueza para sí mismo y para millones de personas vinculadas directa o indirectamente a la posesión o al uso de esta invención.

Reitero el núcleo central de esta observación elemental: es en la empresa comercial donde la sabiduría se difunde y beneficia al conjunto de la población. Pero ese fenómeno sólo se produce cuando alguien especialmente sagaz descubre una necesidad en el mercado y se lanza a explorarla.

Para que eso sea posible, por supuesto, es necesario que existan instituciones de derecho que protejan la actividad, sectores financieros capaces de respaldar la operación, aparatos de distribución y mercadeo, infraestructura de comunicaciones y el resto de los elementos que se requieren para que una buena idea parida por cuatro muchachos en un garaje revolucione y beneficie al mundo.

Es casi una tautología: todo eso se da en las economías libres porque miles de personas pueden tomar decisiones libremente.

Nada de eso es posible, naturalmente, en el comunismo. Ya veremos por qué. Movámonos antes a otro aspecto de este importante asunto.

Como sabemos, el llamado Índice de Pareto, que señala que el 80% de los ingresos de una empresa comercial suelen ser generados por el 20% de los clientes, ha sido elevado a regla general en todos los órdenes de la vida. Hoy, apropiándonos de la observación del italiano Vilfredo Pareto, solemos decir, de una manera imprecisa, que en toda actividad humana el 20% lleva las riendas, tiene las mejores ideas y se constituye en el motor, en el impulso fundamental de lo que se quiere conseguir.

Es el 20% activo. Las personas que lo integran forman parte de esa fecunda minoría por razones inexplicables vinculadas a la psicología, a la personalidad y a la formación intelectual. El 80% tiene una actitud pasiva, como de masa moldeada y guiada por el otro 20%, más o menos por las mismas insondables razones.

Unos, los menos, guían. Los otros se dejan guiar.

Bien, ¿qué hace que ciertas sociedades estén a la cabeza del planeta? Evidentemente, las sociedades que más avanzan y prosperan son aquellas en las que ese 20% de individuos especialmente dotados por la naturaleza tienen más libertades para investigar y para descubrir y explotar oportunidades de obtener fama, prestigio y beneficios materiales.

¿Por qué las sociedades organizadas en torno a los dogmas comunistas no funcionan adecuadamente? ¿Por qué los alemanes del Este eran mucho más pobres que los del Oeste? ¿Por qué Cuba es un creciente desastre material y, por qué no, espiritual?

Porque la dirección del país y el aparato productivo de estas sociedades comunistas están a merced de las decisiones de unas cuantas personas reclutadas por sus arbitrarias creencias ideológicas y no por su talento o su creatividad.

Como sabemos, en Cuba es más importante ser revolucionario que ser inteligente y laborioso. Los revolucionarios cubanos, los comunistas, son seres convencidos de que el devenir histórico es el producto de la lucha de clases y, dado que el proletariado es el sector elegido para guiar a la humanidad hacia su felicidad definitiva, sólo debe haber un partido político que concentre toda la autoridad.

Un único partido, dirigido por una cúpula poderosa, presidida por un caudillo que gobierna sin límites legales, que reserva la represión y el maltrato para los enemigos que se opongan a los generosos designios de la revolución comunista.

Un único partido, que sólo crea cauces de participación en los que se premia la obediencia y se aplasta la creatividad.

Un único partido, que espera de los militantes que repitan consignas y renuncien a pensar con sus propias cabezas, porque esa función corresponde a los preclaros líderes, siempre agobiados por el peso de sus responsabilidades históricas.

¿Cómo extrañarse de que semejante organización de la sociedad conduzca al empobrecimiento y a la frustración del conjunto del pueblo, pero muy especialmente de ese 20% de ciudadanos inquietos y creativos con que cuentan todas las naciones?

No quiero alargar estas palabras a propósito de Mandy y de su frustrada experiencia en Cuba, pero mientras las escribía, gracias a una infidencia pública del boliviano Evo Morales, descubro que un ciudadano muy creativo que hay en Cuba, Fidel Castro, casi el único al que se le permite crear ilimitadamente, está dedicado a investigar una zona de la economía agraria que, finalmente, convertirá a Cuba en un país rico y bien alimentado.

¡Dios de mi vida!

El Comandante, en sus horas crepusculares, a punto del ocaso definitivo, ha descubierto la moringa, una planta maravillosa procedente de la India que tiene las proteínas y los minerales que necesitan todas las criaturas, personas y animales, para ser felices, corpulentas y saludables.

Me temo que es posible que pronto los cubanos estén condenados a comer picadillo de moringa.

Esa es la desgracia que padecen las sociedades en las que el 20% del censo, el más creativo y entusiasta, el más enérgico, ése al que Mandy y sus amigos pertenecen, es sustituido por un narcisista solitario y medio loco convencido de que debe salvar al mundo.

Como les decía al principio: Cuba no es un país para genios.



www.elblogdemontaner.com

http://revista.libertaddigital.com/mandy-o-por-que-el-comunismo-no-funciona-1276239429.html


Los Robots de Fidel Castro
Eicisoft, 1984
Una historia real
Armando Rodríguez
A manera de prólogo
EICISOFT, 1984
Creación por Generación Espontánea
Mandy: el padre de la criatura
Villo, Maquiavelo del socialismo
Romero de Medicuba, El Decano
López, el ermitaño
Mabel, la secretaria estrella
Carrasco, detector de talentos
Marco, el Bautista
Período Nómada
Libia Machín, la Primera Dama
El simulador ferroviario
Rita, Mauricio y Gilberto, los fundadores
Gilbertico, el Benjamín
El Compumanual
Melchor Gil y Néstor del Prado, la ortodoxia
Arrojas, el Sucesor
Caballero y Conde, los enviados de la Academia
Castro, Jafet, Homs y Lista, artillería de grueso calibre
El local del Reloj Club
Isabel y Cuca, las tías
Roger, Bandido A
Roberto el Loco
Marcos Lage, el entrepreneur
Popi, el orador motivacional
Baba San, nuestro hombre en Tokio
Robertico, el primer mecánico
Wenceslao, el Máxilo
Gómez Cabrera, el padre adoptivo
Vals, el radiólogo mayor
Almendral, el potentado
Londres
Julián, Ulises, Víctor y Alexis, Más Artillería Pesada
Juan Fernández, de 8 a 5
Peter y Mitchel, los gemelos americanos
Loret de Mola, el hombre de Miret
Kiki, hijo de gato
Ramos y Luis Vals, los próceres
Marcelino, el ubicado
Los búlgaros, los KAMunistas
Sergio, el Loco
Osmel, perdido en el bosque
Pizarro, el Agentón
Pablito y Varona, los expertos en sistemas expertos
Tanilo, la luz que agonizó
Plovdiv, el escenario
Saltando a los Primeros Planos
El Ortognatrón: Gilda y María Antonia
Abel, alto contraste
Abad, el conspirador
Néstor Flores, el diluido
Viciedo, entonces no había Google
Diego, Golden Fingers
Maeda y Xestek, el cliente en Japón
Bencomo, el descubridor
Carlos Lage, el Lage Bueno
Llegó el Comandante… y Mandó a Hacer Robots
Fidel Castro, el Todo
Los carros
El único líder
Arañaburu, el nuevo Vice
Camilo, el Jamaliche, Agustín y Ezequiel, los mecánicos de Robertico
Fabricando el robot
Labrada y Viviana, la Administración
El local del Vedado, La Jaula de Oro
Brunet, el Subdirector
Éxitos en Bulgaria
El AREMC, los Capitalistas del Ministerio del Interior
Vicentín, ¿autosuficiente yo? El mejor
La mudada
EL Gallego, Paquito e Ismael, La gente del Taller
EL uniforme
Fernando, el Artista
Hourrutinier, Cabilla
Eppur si muove
Gorbachov, el Perestroiko
La detención de Pablito
Alejandro, el vástago
Los clientes de la madre patria, nostalgia colonial
El Principio del Fin
Gustavo, el del almacén
Miret: El Padrino defraudado
Los Albita: frutos de las nuevas alianzas
Mandy 2: otro Mandy en EICISOFT
Zayas, el disidente reprimido
Pancho, el sustituto de Lage el Bueno
Tomás, el Negro
La expulsión de Néstor Flores
Arturo, el Lord
Ser o no Ser
Emilio Maril, más atención de la cuenta
Luís Blanca, un nuevo Padrino
Oscar, El Licenciado
Rossbach, el Ingeniero
Ignacio: el Ministro Administrador
La Asamblea
Gustavo Araoz, EL Cazador de Leones
Guille, el Refugiado del CENSA
Las papas
Robaina: el Creador de los “Joven Club”
Toccata in Fuga
Matoses, el Malo
Venero:Tecnólogo de la Contrainteligencia
La muerte de Caballero
Mata, el Empresario Comunista
La fuga de Marco
La fuga de Julián
Ulises se va
Pablito se va
Osmel sin regresar
Labrada se va
Esther, aliada de las postrimerías
Arturo, el Balsero
Guille se va
El fallecimiento de Ramos
Juan Carlos y Mario Iván, Tropas frescas
La fuga de Mandy
La delación
EICISOFT se convierte en su caricatura para morir larga y penosamente
El nuevo director
El chivo de las parabólicas
El desenlace
Dónde están ahora
Cuentos de Fugas
Ni me busquen, porque no me van a encontrar
Si me buscaban… me iban a encontrar
Carta personal de Julián Pérez a Roberto Martínez Brunet
Complemento a esta historia por parte de Roberto Martínez Brunet
Complemento a esta Historia por Parte de Mandy
La Pelota de Juan Fernández
La Aventura del Río Grande
Mabel, la que se quedó y aguantó
Historias asociadas
Mis graduaciones
El Cochinito Cortés
El aparato
La Corchea con Puntillo
Puede Venir de Sport
Fulontu Desku
El Castor y los Salmones
Las ilusiones pérdidas
Encuentros
Tributo
Catársis
Glosario
A manera de prólogo
La creación de EICISOFT, que bastante más tarde se convertiría en el Centro Nacional de Robótica y Software, no tiene un momento en el tiempo que pueda determinarse con certeza. Algunos toman como fecha de nacimiento el 1981, cuando llegaron aquellas dos primeras microcomputadoras de Japón en las que se desarrolló aquella primera aplicación para el control de embarques de MEDICUBA. Otros antiguos miembros la postergan hasta el año 1982 en que fuimos ya cinco con un local. La alta nomenclatura del Big Brother nos empieza a tener en cuenta en 1984. En cualquier caso, para mí, en algún día del año 2006 o el 2007 se cumplieron 25 años del comienzo de EICISOFT. Me ha tomado todo este tiempo apagar la pasión lo suficientemente para entender que fue lo que pasó. Si bien el tiempo borra mucho elemento anecdótico, es a esta distancia que se hace posible una mejor caracterización de los personajes en su contexto y lo que me permite explicarme cómo es que pudo surgir y por qué es que no pudo durar.
La discursiva comunista acostumbra a poner la "necesidad histórica" por encima del papel de los personajes que la protagonizan y con esto, reafirmar su fe en el materialismo histórico marxista. Éste enseña que una vez creadas las condiciones objetivas, los personajes necesarios surgen para producir el cambio cualitativo. Yo no creo esto, pienso que las condiciones se crean muchas veces sin que pase nada. Es sólo la rara coincidencia de personajes en posiciones, tiempo y espacio lo que realmente completa el contexto. Consecuente con esta convicción, la redacción de la historia central se hará en primera persona y se narrará a través de los personajes que en ella intervinieron. Asociados a esta historia central hay otros cuentos y ensayos que pueden leerse tanto al momento de ser referidos como después.
EICISOFT, 1984
Creación por Generación Espontánea
Mandy: el padre de la criatura
Lo de “padre” no tiene ese sentido de “El Padre de la Patria” o “Padre de la Radio” como se ha denominado a muchos próceres, sino más bien con el imberbe que preñó la novia experimentando con el sexo. Mi nombre, de acuerdo al registro civil y fe de Bautismo, es Armando Rodríguez Rivero, pero alguien alguna vez, creo que fue mi tía Magda Rivero, me puso el “Mandy” que me acompañó durante los 47 años que viví en Cuba, incluyendo lugares no propios para los sobrenombres, como lo son el ejército y el profesorado universitario. Mandy llegó a ser el nombre por el que se me conocía a cualquier nivel de gobierno y el que se usaba hasta para presentarme en entrevistas televisivas. Llegué a pensar que ese apodo me acompañaría hasta la muerte, pero ya en los Estados Unidos, donde, de la misma forma que los Joseph’s son Joe’s; los Richard’s, Dick’s y los James, Jimmy’s y las Amanda’s son
Mandy’s, por inconcordancia de género, el apodo ha ido cayendo en desuso.
Después de impartir las asignaturas de Electrónica y Electromagnetismo por diez años, en 1981, a Mandy terminan por botarlo de la Universidad por falta de confiabilidad política. Lo curioso es que no tuviera la agudeza de percibir la maldad intrínseca del sistema, todo lo contrario, creía en aquello1 y la emprendía con todo lo que fuera contrario a los ideales de libertad y justicia que creía que la Revolución representaba. Estaba en contra de la asistencia obligatoria a clases, veía que la libertad y la responsabilidad individual iban juntas, sin darme cuenta que al combatir la asistencia obligatoria estaba yendo contra el sistema mismo. Rechazaba el promocionismo2 lo veía como un vicio y como tal lo combatía, no me percataba que estaba también en la naturaleza del sistema diluir la individualidad en el colectivo. Pensaba que la ciencia estaba por encima de la política y que los mejores libros, lo mejores cursos, los mejores métodos docentes, eran aquellos que enseñaban a pensar de manera crítica, a imaginar y a crear. Consecuente a mis ideas defendía los cursos de Berkeley, los del PSSC (Physical Science Study Comitee) y las Lectures in Physics de Richard Feynman.
Mientras mi simpatía por Richard Feynman se transparentaba en mis conferencias, su electrodinámica cuántica, que le valió el Nobel, estaba excluida del currículo en la Universidad de la Habana. Todo lo que yo defendía y lo que me simpatizaba tenía una cosa imperdonable en común: no sólo era capitalista, sino americano. Sí a todo eso le sumamos que mi padre vivía en los Estados Unidos y que me había ido a ver a Suecia durante mis
1 Aquello: Cubanismo del exilio cubano para referirse al régimen de Fidel Castro
2 Promocionismo: Tendencia académica que, con el propósito de ofrecer mejores porcientos de promoción, examina por debajo del estándar y/o aprueba alumnos que debieron haber suspendido
estudios allá, y que la Seguridad del Estado conocía de ese prohibido encuentro que inútilmente insistía en negar…3 hay que llegar a la conclusión de que mi expulsión de la Universidad4, aún con el atenuante de mis servicios en la Campaña de Alfabetización y la Tropas Coheteriles Antiaéreas era, como bien les gusta decir a los comunistas, una "necesidad histórica".
Bueno, para ser exactos, no llegaron a aplicarme ninguna de aquellas terribles resoluciones, después de la cuales al sancionado le quedaban pocas opciones laborales dentro de aquel engendro socialista llamado el “calificador de cargos”5. Simplemente, me dieron a escoger entre irme para “la microbrigada”6 por un tiempo indefinido o simplemente abandonar mi cátedra. Nunca he tenido tendencias suicidas personales o profesionales por lo que la decisión fue obvia.
3 Ver Tributo
4 Ver Mis Graduaciones
5 Calificador de cargos: Documento normativo de plazas y salarios que pretende listar y normar la remuneración a todas las posibles ocupaciones en un país socialista
6 Microbrigada: Colectivo de constructores improvisados. Idea de Fidel Castro consistente en obligar al desposeído de casa a construírsela él mismo y a pagar las herramientas y materiales construyendo para otros.
Villo, Maquiavelo del socialismo
Mis seis años de servicio en las tropas coheteriles me procuraron un buen prestigio técnico y éste había llegado, a través de algunos de mis compañeros de armas, a un polémico personaje conocido por Villo. A la sazón, Antonio Evidio Díaz González, alias Villo, estaba al frente de la Dirección de Instrumentación Electrónica (DIE) del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). Lo de polémico era porque Villo combinaba virtudes como la inteligencia y la valentía con los métodos de dirección menos ortodoxos. Esto hacía que, a modo de chiste, se le declinara el apodo al de “Villano”. A Villo lo movían objetivos nobles, enmarcados en una visión patriótica de desarrollo tecnológico. Para lograrlos empleaba magistralmente lo que en inglés se conoce como “leverage”, esto resulta menos sórdido que emplear términos en español como chantaje, intriga, etc. Tampoco se detenía Villo en recompensar materialmente, por “debajo de la mesa”, a quién
le servía en sus empeños, sus altos ideales justificaban moralmente esas acciones.
En el contexto cubano -y cito a Raúl Roa-, lo único que no te puede pasar es “caer pesado” y Villo tenía la virtud de caerle bien hasta aquellos que los consideraban un bandido. Villo, a diferencia del dirigente típico de socialismo cubano, mostraba un gran respeto por el talento técnico y comprendía que éste no solía acompañarse de una gran docilidad ante los lineamientos del Partido y fue esa característica la que hizo que me ofreciera trabajo en el DIE. En cambio, Villo parecía considerar que el talento era necesario sólo para la técnica, ya que el personal administrativo con que se rodeaba solía estar desprovisto totalmente del mismo.
Villo era un maestro en eso de darle la vuelta al socialismo. Él sabía que un “botao” de la Universidad no iba a pasar por el finísimo filtro político del CNIC, por lo que usó el subterfugio de emplearme por la EDAI, una empresa del Ministerio del Azúcar que recibía muchos servicios del DIE. Su influencia sobre aquella empresa emanaba, no sólo de los mencionados servicios, sino de su estrecha relación con su compañero de estudios de ingeniería y, a la sazón, Ministro del Azúcar, Marcos Lage, otro personaje, al que haré debida referencia más adelante.
Esto último y la habilidad de Villo, me salvaron de que me botaran por motivos políticos una segunda vez. Resulta, que a las pocas semanas de trabajar para Villo en el DIE, se produce una asamblea para elegir los “trabajadores de avanzada”7. Al
7 Trabajador de Avanzada: Periódicamente, en todos los centros de trabajo, la "Sección Sindical" tiene por norma celebrar asambleas para elegir al trabajador que más se haya destacado en el desempeño de sus labores. No hay que confundir las asambleas de "avanzada" con las de "ejemplares" que son menos frecuentes y convocadas por el Partido Comunista para elegir la "cantera" de donde seleccionará sus futuros miembros. Ser trabajador de "Avanzada" es un paso muy
candidato que llevaba el núcleo del Partido, le salió la contrapropuesta de un técnico conocido por “El Moro”, la que rápidamente ganó momentum. Cuando la mesa se percató de que su candidato perdía sin remedio, sacó el argumento de que “El Moro” no calificaba por un tecnicismo que no puedo ya recordar por intrascendente. En eso, me acordé de haber leído en un periódico Trabajadores que andaba por encima de las mesas en el laboratorio, algo que exactamente contradecía aquel argumento. Salí de la asamblea y regresé con el periódico en la mano, de ahí mismo pedí la palabra y leí el fragmento. Desde la mesa, me preguntan desafiantes: “¿Y qué periódico es ese?”. “Pues es el órgano oficial de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba), que es la que orienta estas asambleas, según tengo entendido”. Aquello les viró la asamblea de cabeza y “El Moro” salió por aclamación. El Partido, con su habitual arrogancia, no podía tolerar que se le ridiculizara y quería sangre. Comenté con Villo que yo conocía al esbirro mayor de aquella mesa del Instituto de la Habana y que era un “flojón”, de esos que se había “rajado” en la escuela militar del quinto distrito cuando el llamado a los cohetes en el 1963. Ese dato, ahora en poder de Villo, le era suficiente para neutralizar aquella intriga. Cuando lo vinieron a ver para que me botara, Villo les entró con otro tecnicismo, que con fina ironía les recordaba el reciente ridículo, arguyó que no podía botar del DIE a quien no era de la plantilla DIE sino de la EDAI, y bajito, al oído del esbirro mayor, le recomendó que mejor le valía no revolver más el excremento, pues pudiera salir el hedor de su patética actuación en el 1963.
conveniente para se elegido "Ejemplar" y de ahí escalar hacia la nomenclatura. Cuando el Partido se propone traer a las "filas" a alguien, presiona a las asambleas para que sea elegido de "avanzada".
Romero de Medicuba, El Decano
Villo me dio la oportunidad de destacarme como diseñador electrónico y la aproveché. Utilizó esos logros para procurar que se me permitiera volver a viajar y me envió en 1981, con la empresa de comercio exterior Medicuba, a una exposición de equipamiento médico en Riazán, cerca de Moscú8. Allí se llevó, entre otros productos relativos a la medicina, un equipo de soldadura por puntos para ortodoncia que yo había diseñado. Este viaje tuvo una gran importancia, porque fue allí que pude intimar con otro personaje que tuvo mucho que ver con su surgimiento de EICISOFT, Orlando Romero, director de Medicuba.
Había conocido a Romero durante mi estancia en Suecia entre 1973 y 1974. Fue por aquella época que asumió la dirección de Medicuba teniendo poco más de treinta años. Ya cuando Riazán, Romero era el decano de los directores de empresas del Ministerio de Comercio Exterior. Esas posiciones eran muy codiciadas, las posibilidades de malversación y aprovecha-miento eran enormes comparadas con cualquier otro puesto de similar responsabilidad. Precisamente por esto, era que esos directores estaban bajo el más severo y minucioso de los escrutinios. Además de cuidarse de no tener deslices reales, debían defenderse contra las intrigas de todo tipo por parte del ejército de oportunistas que les envidiaban sus puestos.
Romero era, al contrario de Villo, todo austeridad en lo personal, cualquiera de sus subordinados se beneficiaba más que él desde posiciones con oportunidades mucho más limitadas. Él se complacía en permitirlo dentro de ciertos límites, lo que le procuraba un fuerte apoyo desde abajo. Contrario también al típico criollo que solía ser notoriamente promiscuo, Romero no se tomaba libertades sexuales, ni dentro, ni fuera de Cuba, pero si tomaba nota de las libertades
8 Ver El Cochinito Cortés
que el resto se tomaba. Le sabía a todo el mundo, pero nadie le sabía nada a él, no por gusto era “el Decano”.
Mientras yo me adentraba en los intríngulis de circuitería crecientemente digital de la época, a los altos niveles se movían las piezas. Marcos Lage abandonaba el Ministerio del Azúcar y se convertía en el Ministro de la Industria Sidero Mecánica (SIME). Marcos Lage movió a Villo del DIE para crear la Empresa de Instrumentación y Control Industrial (EICI), y Villo se llevó con él a una selección del DIE atendiendo a uno de dos criterios: resultados técnicos o incondicionalidad. Con los incondicionales formó su acostumbradamente mediocre staff de dirección y con los técnicos formó varios grupitos, uno de ellos alrededor del Ingeniero José Ramón López, o simplemente López.
López, el ermitaño
Agudo, rebelde y talentoso, hubiera sido una buena selección para iniciar el think tank al estilo Hewllet Packard o MIT con que soñaba Villo, de no ser porque su desencanto con el sistema lo hacía tender al aislamiento. López había apoyado con entusiasmo a la Revolución en su época de estudiante, tengo entendido que llegó a ser un alto jefe de las milicias universitarias, pero desilusionado con el rumbo que habían tomado las cosas, terminó alejándose de la ingeniería y refugiándose en el estudio de la fisiología. Con ese conocimiento de las ciencias y la matemática que normalmente le falta a los médicos, López impresionaba con su dominio del tema, pero no se integraba a ningún equipo de trabajo.
Me había ganado la estimación de López desde 1981, cuando obtuve el primer lugar en el concurso de "Ideas Prácticas" cuyo jurado él había presidido. El concurso lo había auspiciado la revista Juventud Técnica que él asesoraba regularmente y de la que había sido su primer director. El premio en metálico fue
ridículo, consistente con la política imperante contraria a los estímulos materiales, pero me hizo merecer la admiración de bella Mabel Longres, que fungía entonces como secretaria de la dirección de la revista y que, después de no poca persistencia por mi parte, terminó aceptándome.
A instancias de Villo, López acepta dirigir ese grupo, pero con la condición de hacerlo desde su casa. El grupo de López no tuvo nunca más de dos personas: Humberto Lista, talentosísimo ingeniero que vino también del DIE y yo. López tenía muchas ideas de equipos sencillos relativos a preparación física y la nutrición. Yo le implementé uno de ellos con tecnología digital, el Saltímetro, equipo que medía la altura del un salto por el tiempo que se estaba en el aire. Este trabajo me procuró mi primer encuentro con Fidel Castro. Marcos Lage seleccionó el Saltímetro para figurar entre un grupo de equipos relativos al tema de la salud que se expondrían en el Consejo de Estado y habiendo sido baloncestista en su juventud, Fidel no pudo sustraerse a la tentación de probar el Saltímetro que yo exhibía. Al terminar, los expositores fuimos invitados a un brindis en el que aparte de manjares y licores finos, se nos brindó nada menos que una copita de leche de Ubre Blanca. Esta supervaca era la noticia del momento. Se sugería por la prensa radial y escrita, que era la culminación de los largos esfuerzos en el tema de la genética ganadera del máximo líder. Lo que más me impresionó de aquel primer encuentro fue, que las enormes diferencias jerárquicas entre técnicos como yo, directores como Villo y Ministros como Lage, se hacían despreciables ante la presencia de Fidel Castro.
Villo le pasó varias tareas a ese grupo de López, una de las cuales fue la de crear una valla lumínica con movimiento, como las que había antes de la Revolución anunciando diversos productos y marcas comerciales. La idea era ver si la electrónica podía reemplazar los complicados engendros electromecánicos que se usaban para las mismas en la década de los 50. En aquella época, las ideas se me ocurrían a tropel y no sólo ideé
una solución usando memorias programables del tipo PROM (Programable Read Only Memory), sino que la implementé en un modelo miniatura.
Cuando Villo me llevó con mi valla en miniatura a una oficina del DOR (Dirección de Orientación Revolucionaria) en el edificio del Comité Central, enseguida compraron la idea y ofrecieron financiar una en grande para la celebración del Congreso de la Federación Sindical Mundial de 1982 a celebrarse en La Habana. Esto preparó el escenario de manera que, cuando apareció un entrenamiento en Japón para producir autoclaves Sakura en Cuba, fuera yo la opción que mataba dos pájaros de un tiro.
Pero así y todo, no era fácil convencer a la Seguridad del Estado para que dejara salir, nada menos que a Japón, a un “botao” de la Universidad por falta de confiabilidad política. Lo que pienso terminó de convencer al “Aparato”9 fue Mabel, la que según López había sido el verdadero premio de aquel concurso.
9 El Aparato: Término usado en Cuba para referirse a los órganos represivos del régimen cubano como el departamento de Seguridad del Estado, contrainteligencia, policía etc.
Mabel, la secretaria estrella
Nos conocimos en 1981 y hacía muy poco me había casado. Mabel, no es que fuera simple-mente bonita, era impresionante. Con su aire señorial, elegancia en sus ademanes y voz melodiosa, a nadie le pasaba inadvertida. Villo era capaz de echarle mano a cualquier argumento con tal de ganar sus casos. Me llegaron rumores que para convencer al “Apara-to” de que no deser-taría en Japón, refiriéndose a Mabel, les dijo: “Mira…nadie deja ‘eso’ por detrás” y ese fue el puntillazo convincente con que terminó la discusión.
Mabel fue la secretaria que me envidiarían ministros y vices, me recuerdo que una vez Díaz Lugo, el director de cuadros10 de las EICI, me preguntó quién iba de secretaria para allá (estaba a punto de recomendarme a alguien) y le dije que pensaba traer a
10 Director de Cuadros: En todos los centros de trabajo existía un departamento de "cuadros" encargado de llevar los oscuros expedientes de aquellos con algún cargo de dirección o simplemente de alguna importancia táctico-técnica.
Mabel. “Quizás tú la conozcas, era de la Básica”, y me dice: “¿Mabel Longres? ¿la de la Eléctrica?”. Le contesté: “esa misma...”. Díaz Lugo continúa: “eso no se te va a dar, ¿tú crees que esa va a venir a trabajar a ese cuchitril tuyo?”. Fue entonces que le informé que contaba con la ventaja de haberme casado con ella.... “Bueno, únicamente así”, me respondió con sorpresa. En otra ocasión, al entonces Vice Ministro Ignacio González Planas le traté de vender la idea de que pusiera una PC como la mía en su oficina y así podría llevar el control de las producciones en ella y me dijo: “Está muy bien, me mandas pa'cá esa computadora y a Mabel y problema resuelto”. Si podía dedicarle tiempo a los proyectos técnicos era debido a que Mabel lograba despachar con todos los Viceministros y era tan eficiente que a veces llamaban a mi oficina y ni siquiera pedían hablar conmigo.
Regresando a la historia, ese viaje a Japón resultó algo más que el entrenamiento en Sakura y la compra de las componentes para la valla. Tal como había hecho en Riazán con Romero, participé junto con Villo en las negociaciones de las autoclaves en calidad de asesor técnico. Las microcomputadoras recién salían al mercado y me tenían totalmente maravillado. En un impasse de la negociación, le sugerí a Villo pedir, en lugar de rebaja, la regalía de microcomputadoras. La propuesta se concretó con dos de mesa de la firma NEC, así como algunas (no recuerdo cuantas) calculadoras programables portátiles de Sharp y regresamos para Cuba con aquellas micro de 8 bits y 32 K de memoria, que serían de las primeras que entraran al país.
Carrasco, detector de talentos
Cuba, a diferencia de la URSS, no había estado comple-tamente de espaldas al desarrollo de la computación. A finales de los 60, José Luis Carrasco, compañero mío de la vieja guardia de las tropas coheteriles, logra el apoyo necesario para crear lo que se llamó el Centro de Investi-gación Digital (CID). Allí logró reunir a un grupo de brillantes ingenieros que llegaron a diseñar, construir y hasta fabricar mini computadoras. Estas se llamaron las CID-101, 201…etc. y estuvieron inspiradas en las de la línea PDP de la Digital Equipment. Sin dudas un logro extraordinario, nada así se había logrado en el campo socialista.
En los años 80, aquel CID había devenido en el ICID, Instituto Central de Investigación Digital, que pertenecía a lo que era un organismo conocido como el INSAC, pero llamado oficialmente Instituto Nacional de Sistemas Automatizados y Técnicas de Computación. Con la perdida de la espontaneidad, se perdió también creatividad y por último, perdió a Carrasco que se fue con Marcos Lage para el SIME en calidad de asesor. El CID fue un destello de progreso, pero el INSAC enseguida se convirtió en impedimento al desarrollo.
En 1980, el INSAC administraba la producción de computadoras CID y las distribuía de acuerdo a lo que dictara JUCEPLAN (Junta Central de Planificación), que también era el organismo encargado de regular la importación de cualquier cosa que
tuviera la más remota relación con la computación. Contrario a la época de Carrasco cuando el CID, el INSAC se alineó al subdesarrollo digital del campo socialista. Con la creación del INSAC, el CID terminó su ciclo de nacimiento, esplendor y decadencia.
Cualquier institución que justificara su necesidad de algún medio de cómputo, aun contando con presupuesto en moneda libremente convertible, debía adquirirlo a través del INSAC. Éste lo pondría en una lista de espera para una CID o le ofrecería la adquisición de algún producto del campo socialista, ninguna empresa de Comercio Exterior estaba autorizada a adquirirlo directamente, mucho menos en el área capitalista.
Había una sola excepción a esa regla: MEDICUBA. Recién comenzaba la onda aquella de convertir a Cuba en una potencia médica y por eso Romero disfrutaba de carta blanca. Fue esta carta blanca la que le permitió traer las mencionadas microcomputadoras, ya que figuraban como parte de una transacción de autoclaves.
En el larguísimo vuelo que me traía de regreso a Cuba, logré desarrollar en una de las mencionadas calculadoras programables portátiles de Sharp, un juego de cubilete. Era una versión muy mejorada de aquel que hacía unos años había desarrollado en una calculadora programable de Texas Instruments. Puede parecer un hecho trivial, pero mucha gente que después decidió a favor de invertir en el tema de las micro, las conocieron por ese jueguito.
Ya en Cuba, el grupito de López empezó, desde la misma la oficina de Villo en la EICI (Empresa de Control e Instrumentación Industrial), a jugar con aquellas microcomputadoras NEC que sólo contaban con un BASIC residente como sistema operativo. Mi juego consistió en desarrollar una rudimentaria base de datos que inmediatamente encontró aplicación en un control de
embarques para Medicuba, lo que hizo que terminara trabajando en el edificio de esa empresa. Eso de que con unos pocos golpes de tecla se pudiera averiguar qué cosa venía, en que barco y cuando llegaba, no sólo impresionó a Romero, que estaba deseoso por aplaudir lo que viniera de sus nuevos protegidos, sino que empezó a mostrarlo a su círculo de influencia, círculo éste que era, su vez, muy influyente también.
Por otro lado, la valla lumínica también había resultado un éxito, los del DOR lamentaron tenerla que quitar después de terminar el congreso, pero el resultado me dio credibilidad. Aquella valla, que se montó en el edificio de la escuela de odontología, que quedaba en la misma intersección de la Avenida de los Presidentes, la Calzada de Rancho Boyeros y Carlos III, me anunció más a mí que al tal Congreso Sindical y me resultó un magnífico aval para vender los proyectos que crearon a EICISOFT.
La aplicación de Medicuba se iba complicando y Mariana Badel, una amiga, cuyo juicio yo apreciaba, me habló de un ingeniero brillantísimo que estaba en crisis donde trabajaba. Más adelante, se haría patente que la relación entre “brillante” con “en crisis” no constituía excepción, ni coincidencia aleatoria, sino una regla. Convencí a Villo de que lo empleara en la EICI para que me ayudara con lo de Medicuba y así entró en la escena Marco Antonio Pérez López.
Marco, el Bautista
No exageraba Mariana en su recomendación, Marco no sólo podía pensar a velocidad relampagueante, sino que podía teclear a esa misma velocidad. Era un completo, se expresaba a la perfección de manera oral o escrita, podía hablar inglés fluida-mente y tenía una sólida cultura técnica. ¡Qué crimen tener a un tipo como ese burocrateando en algo tan inútil como el CECE! (Comité Estatal para la Colaboración Económica).
Cuando uno encendía aquellas computadoras de NEC, no era este nombre el que aparecía en pantalla, sino el de Microsoft. El Basic residente se presentaba con el nombre de la compañía que lo desarrolló. Yo estaba habituado a ser el tipo de las ideas, pero con Marco allí, tenía que andar rápido para poner una. Fue a Marco al que se le ocurrió lo de que nuestro programa de control de embarques se presentara con EICISOFT, en el mismo estilo de la presentación del Basic. Después que Romero le mostrara su sistema de control de embarques a ministros y directores, estos lo volvían a llamar para preguntarles donde es que estaba el EICISOFT ése.
El papel del lenguaje en la teoría del conocimiento es un viejo tema de discusión filosófica. ¿Qué viene primero, el objeto o el concepto con la palabra que lo representa? ¿El huevo o la gallina? A la distancia de hoy, ese hecho aparentemente
intrascendente, de que detrás de aquel trabajo abstracto hubiera un nombre, un vocablo que resumiera aquella capacidad de resolver problemas, determinó su creación. EICISOFT creó a EICISOFT.
Historias asociadas
Mis graduaciones
Un acto de graduación es ese pequeño homenaje que se les da a las personas cuando estas alcanzan algún grado académico o militar de cualquier nivel. Es raro encontrar en la civilización a alguien que no tenga alguna foto de graduación con toga y birrete o uniforme de gala. Pues creo tener un record Guinness: el de un profesional que logra llegar a los 60 años sin haber participado jamás en un acto de graduación en calidad de graduado.
Pues sí, mi primaria la hice en una escuela privada habanera, que a diferencia de otras, no estilaba ofrecer actos de graduación al pasar de la escuela primaria al nivel secundario. El caso con este colegio (Columbus School) es que seguía simultáneamente dos sistemas educacionales, el americano y el cubano, este último era más cercano al sistema español. El “high school” realmente empezaba ya en el séptimo grado, que al mismo tiempo preparaba para el ingreso al bachillerato que se producía al año siguiente. Es comprensible que esta transición suave no marcara un hito que justificara un acto de graduación. Esto se guardaba para el gran acto que se celebraría al final del Bachillerato y que sería también la despedida de la escuela.
En mi caso ese momento nunca llegó, lo que si llegó fue Fidel Castro con su revolución, que casi de inmediato quitó las escuelas privadas. Pasé entonces a los institutos de segunda
enseñanza para cursar lo que se llamó “liquidación de bachillerato”. El gobierno revolucionario, con el propósito de reclamar el título de mejor educación de la Galaxia, rompía totalmente con el pasado. Los cinco años de bachillerato ahora se volverían tres de secundaria Básica y tres de preuniversitario. No obstante estos cambios, me debía haber tocado, como a otros, un actico de graduación al terminar mi “liquidación de Bachillerato”..., pero eso no llegó a ocurrir.
Cuando casi terminaba el cuarto año apareció el “Llamado a Armas Estratégicas” y éste, me estaba llamando a mí. Entrenamientos en Cuba y la URSS (por cierto, sin esos aladrillados actos de graduación tan comunes en las escuelas militares), movilizaciones y encierros impidieron por dos años mi regreso al mundo académico. Cuando al fin, después de una lucha contra todas las instancias militares intento subirme de nuevo a ese tren, el bachillerato había sido liquidado para siempre. La nueva y creciente burocracia estaba ante un problema sin solución: no podía ingresar a la Universidad porque no era bachiller, ni podía entrar a un preuniversitario, pues los programas de estudio era demasiado diferentes. Al fin, un corajudo funcionario de la Universidad, rompiendo los esquemas, me aceptó en un curso llamado de “Nivelación para Bachilleres” (si porque la universidad bajo la Revolución se proyectaba tan superior a la antigua, que la segunda enseñanza del pasado no podía ser que tuviera el nivel suficiente) bajo la condición de que lo pasara todo con sobresaliente. Ahí me encontré con mis antiguos compañeros de cuarto año del Instituto, que se habían graduado el año anterior en un acto en que debí haber estado…, pero no.
Pasaron cinco años de universidad combinada con ejército. Este último me libera con el grado de soldado raso, aun habiendo llegado a ostentar el cargo de Ingeniero de Sistemas de Alta Frecuencia a nivel nacional. Como no quería hacer carrera militar y entonces se entendía que los grados eran sólo para los “cuadros permanentes”, nunca me ascendieron, de manera que
durante mis seis largos años de servicio nunca figuré ni en el más modesto de los actos de graduación.
Logré terminar los estudios de Física en la universidad, en 1970: “Año de la Zafra de los 10 Millones”. Como la historia recoge, no hubo tales 10 millones de toneladas de azúcar, un mejor nombre hubiera sido “Año del Extremismo Socialista”, porque la producción de consignas si estuvo cerca de los 10 millones. Pues acorde con el “momento histórico”, la gran idea del partido comunista de la Facultad de Ciencias fue la de que los Físicos se graduaran de “Cara al Campo”, o sea, en un trabajo agrícola de una semana que culminaría en un acto de graduación en horas del mediodía, que tendría como escenario la piscina en construcción de lo que sería el Parque Lenin. Los graduados, con sus ropas de trabajo y sin la compañía de familiares ni amigos, escucharían desde el asco-charquito en fondo de la piscina las consignas que gritarían sus dirigentes a pleno pulmón desde el borde de la misma. Un sólo diploma sería entregado al entonces secretario general de la Juventud Comunista del año (Néstor Cota, personaje abyecto repudiado de sus compañeros), éste lo recibiría en nombre de todos los graduados.
Eso no hubiera contado como acto de graduación para ningún sentido común, pero el hecho es que no cuenta en ningún caso, porque me negué a participar en esa grosería humillante. Curiosamente, a los pocos días de aquello y como para que los Físicos constatáramos nuestra poca valía, los estudiantes de leyes y ciencias políticas se graduaban en el Aula Magna con toga y birrete. A los varios meses se me informó que podía pasar por una oscura oficina a recoger mi diploma, que ya estaba listo.
Ya me desempeñaba como profesor en la Escuela de Física de la Universidad de La Habana, cuando la reserva de la Defensa Antiaérea me comunica que sería ascendido al miserable grado
de subteniente, para lo cual me cita durante cuatro fines de semana para los ensayos de la ceremonia que tendría ligar en la fortaleza de La Cabaña. Estos consistían en detestables marchas al sol durante horas. En el último ensayo, un oficial de la comisión organizadora me saca de la formación para informarme que mi ascenso no había sido firmado por el Ministro Raúl Castro, no pudo decirme por qué, pero el caso es que no participé tampoco en ese acto de graduación. Unos meses más tarde me llegó por correo, sorpresivamente, una carta certificando mi ascenso. Una vez más obtenía el grado, pero no la ceremonia.
Me dan la oportunidad de optar y gano una beca en Suecia. Con el trabajo realizado allí escribí una tesis para el grado de Maestro en Ciencias que defiendo exitosamente, pero el acto de graduación nunca se llega a producir, pues en el ínterin, el recién creado Ministerio de la Educación Superior decide adherirse al sistema de grados científicos soviético, con lo que el grado de “Maestro en Ciencias”, legado del sistema americano, deja de existir.
No obstante, se me dice que cuando defienda el PhD en Suecia, eso se me convalidaría directamente con el grado de “Candidato a Doctor en Ciencias” del nuevo sistema. A Suecia nunca pude volver para defender mi tesis en modelaje digital de dispositivos semiconductores, pues ya la desconfianza política se cernía sobre mí.
Como opción se me ofrece defender directamente el grado de Candidato a Doctor en el país, para lo que tendría que escribir otra tesis que pudiera ser tutoreada en Cuba. Durante un año escribí sobre un proceso tecnológico que tenía que ver con plasma a baja presión llamado “sputtering”. Tutor, oponente, tesis publicadas … cuando al fin llega el momento de la defensa aparece una nueva normativa, nieta del viejo principio generador de aquellos horribles procesos depurativos y que
rezaba que la Universidad era sólo para los Revolucionarios. Este establecía que los aspirantes a cualquier grado científico debían ser aprobados por el Partido Comunista. Es común en la legalidad socialista que las resoluciones, decretos y demás instrumentos tengan efecto retroactivo y esta normativa no fue la excepción. ¿Adivinó? … Claro, el Partido me negó su aprobación. Esta vez no sólo se me negaba el acto de graduación, sino el grado mismo.
Pero dicen que lo “bailao” no hay quien se lo quite a uno y a esto se le podía añadir que los conocimientos tampoco. Puede decirse que, aun sin un acto de graduación, mi vida profesional ha sido exitosa, tanto en Cuba como en los Estados Unidos, a donde al final tuve que ir a buscar asilo político. Ya con 60 años en las costillas, el trabajo docente se presenta como una buena opción de final de carrera, pero no me acompaña la documentación académica necesaria para aspirar a una posición de profesor. Un colega y antiguo compañero de aula en la Escuela de Física, el hoy Dr. Luis Fuentes, una autoridad internacional en la ciencia de materiales, me ofreció defender el Doctorado en el CIMAV (Centro de Investigaciones de Materiales Avanzados en Chihuahua, México), donde hoy trabaja. De manera que este cuento aun no termina aquí, tiene como que un final abierto, como esos que gustan a los intelectuales del cine. Pueda que al fin tenga un acto de graduación por primera vez, en lo que es ya una larga vida… o que una vez más este se malogre por algún retruécano del fractal de la historia.
Epílogo
Lo anterior lo escribí a mediados del 2006 con un final abierto, pero con la confianza de que al año siguiente se podía cerrar la historia. Resultó que al no poder presentar un documento probatorio de haber alcanzado el grado de Maestro en Ciencias, ni el original de mi título de Licenciado en Física, el CIMAV no
pudo matricularme como aspirante a doctor, de manera que los exámenes y la tesis sólo servirían para una maestría. No obstante, el CIMAV me daría la flexibilidad de defender un doctorado al año siguiente con sólo unos pocos requisitos más.
Pues defendí mi tesis y obtuve una vez más el grado de Maestro en Ciencias, cuando en enero del 2007, el mencionado colega (Dr. Luis Fuentes) trata de matricularme para el doctorado, choca con que había aparecido una nueva normativa del Gobierno Federal de México. Esta consistía en que todo estudiante que aspirara a un postgrado, a partir del primer día del año 2007, tenía que someterse a un examen llamado el CENEVAL. Este examen se convocaría dos veces al año y consistiría en pruebas de inteligencia, de aritmética, redacción y cultura general.
Un CENEVAL ni siquiera se acerca en dificultad a los exámenes que tuve que aprobar para la maestría, como por ejemplo, el de Magnetismo que incluía el "Coco" de la mecánica cuántica, pero ese cuadro de estar sentado en un aula junto a muchachos que bien pudieran ser mis nietos, cuidada por alguien que pudiera ser mi hijo, haciendo un examen de, digamos, aritmética o tomando un dictado… no, eso sobrepasaba mi ya elevado umbral de tolerancia a la humillación.. De manera, que se concluye que lo más cercano que en mi vida tuve y tendré a un acto de graduación fue ese “juramento” que acostumbra hacerse en al CIMAV al final de la aprobación de una tesis. Este, en mi caso, consistió en emitir la palabra “juro” con el brazo extendido cual saludo hitleriano ante un jurado de 3 personas que igualaba en cantidad al “público” allí presente para el acontecimiento.
El aparato
1998
El aparato es el más reciente nombrete que la gente le ha buscado en Cuba al siniestro “Departamento de Seguridad del Estado del Ministerio del Interior”. Tengo los más oscuros recuerdos de mi relación con El Aparato, no porque me haya detenido, interrogado o aprehendido, sino porque me utilizó y logró sacar lo peor de mí para sus propósitos. El episodio que me apresto a contar, aunque llena la más oscura época de mi vida, no es sobre mí, es sobre el Aparato y sus métodos.
No sé a cuanta gente habrán reclutado como a mí, pueden que a muchos y, si la vergüenza les remuerde, es posible que nadie se anime a contarlo. Pero es injusto que esta parte de la historia, que tan bien caracteriza la esencia de un régimen totalitario, se quede sin contar, permaneciendo, como única imagen de este engendro, la de los seriales de televisión.
El Reclutamiento
Todo empezó en aquella llamada “Escuela de Verano” organizada por la Facultad de Ciencias de la Universidad de París (FCUP). Un grupo de profesores e investigadores asociados a la FCUP (1970), que visitaron la Escuela de Física de la Universidad de la Habana sugieren la Física del Estado como el tema ideal de investigación debido a su actualidad y que demanda mucho menos recursos que otros temas como “partículas elementales”, “astronomía” o “fisión nuclear”. En 1971 regresó la Escuela de Verano con la participación de profesores y alumnos ayudantes de la Escuela de Física; es en esta ocasión que tengo la posibilidad de participar. Rápidamente hice amistad con algunos de los profesores extranjeros. Alguien dio el pitazo de este acercamiento y fue entonces cuando mi jefe Antonio Cerdeira y Altuzarra, que además era dirigente del partido —no recuerdo si también su Secretario General—, me
dice que hay una persona que quiere hablar conmigo. Aquello sonaba extraño.
La tal “persona” resultó ser un oficial del Aparato, éste me dijo que se me había seleccionado por mi trayectoria y por la relación que había logrado establecer con los profesores de la Escuela de Verano, que la CIA solía infiltrar agentes entre esos grupos que visitaban el país y que se requería que diera “el paso al frente” como lo había dado cuando aquello de las “Armas Estratégicas”. Me alivió pensar que se me devolvía la confianza que se me había retirado cuando en el 1970 la Juventud Comunista planteó que no debía dejárseme graduar, por haber expresado cosas como que “el materialismo implicaba un acto de fe” junto con otras “dudas filosóficas”. En aquella oportunidad acepté gustoso la tarea, aunque mis informes no deben haber sido de su agrado pues sólo decían cosas positivas de aquellos visitantes.
No volví a saber del Aparato hasta 1972 en que me gano aquella beca a Suecia. Fue en medio de mi fiesta de despedida, grande como pocas de las muchas que se dieron en aquel apartamento del piso 17 del FOCSA, amenizaban, José María y Sergio Vitier, Sara González, Portillo de Luz y aun otros más que ya no puedo detallar, cuando suena el teléfono, una llamada urgente para mí de una tal Nadia... “es Nadia de la Seguridad… baja que tenemos que verte impostergablemente...”. “Pero estoy en medio de mi fiesta de despedida...” “No hay caso, si no te vemos no puede haber salida mañana”. Estaba claro que el poder del Aparato sobraba para eso. Bajé, me montaron en un carro y me llevaron a otro apartamento de un edificio, no muy lejano, donde habían varios oficiales más, me dan a firmar un papel donde aceptaría ser agente para el Aparato. Aquella encerrona con más tragos de la cuenta arriba y viendo el viaje a Suecia en “el pico del Aura”... nada, que firmé todo lo que pusieron delante. Me preguntaron qué nombre quería como agente, engurruño el ceño y me explican que nadie operaba en el Aparato con su nombre de cuna, todos los nombres por los que los conocía eran “nombres de agente”. “ ¡Ah... Luis!”, les
dije, no sé porque fue el nombre de mi amigo Luis Xudiera el primero que me vino a la mente. Con la misma, me dan la misión de recopilar información de inteligencia sobre asuntos que se me informarían a través de alguien que me contactaría allá en Europa. Me devolvieron a la fiesta, la gente estaba tan arriba, que muchos ni cuenta se dieron de mi ausencia. Yo necesité unos cuantos tragos más para disipar los efectos del mal rato.
El tiempo pasaba en Suecia y nadie me contactaba, hasta que en una ocasión coincidí en París con Magaly Estrada. Fui allí para reunirme con uno de aquellos profesores de la Escuela de Verano que ahora iba a ser el tutor de mi tesis doctoral. Magaly Estrada, físico también y esposa de mi jefe en la Escuela de Física, sí, aquel que me introdujo por primera vez a la “Persona” del Aparato. En cuanto se pudo quedar a solas conmigo me dice que viene de parte de Nadia. Bomba… yo que pensaba ya que me había librado, pero para mi sorpresa no viene a darme una misión, sino a pedirme los informes sobre una que ya debía haber cumplido. “¡¿De qué me estás hablando?!” Muy misteriosa ella me dice: “tú sabrás, esa era tu misión…” “¿Qué misión?”. “Se suponía que alguien aquí me diría lo que querían que yo hiciera...”. “Entonces, ¿no tienes informes...?”. “ ¡Pues no!...” “¡HUMM!, allá tú, prepárate, con esto no se juega, Armando...”, y me abrió los ojos como quien no quisiera estar en mi pellejo.
Quedé muy preocupado después de aquel encuentro, ¿habré estado tan borracho que olvidé la misión? Dudoso, el terror de aquella noche había sido, tal que todo lo recordaba en buen detalle, ¿cómo iba a ser posible que olvidara lo principal? A mi regreso a Cuba otro oficial, Onel (nombre raro y posiblemente tan falso como el Luis que adopté aquella noche del reclutamiento), me volvería a pedir la información, y de nuevo se repetiría... ¿qué información?... se te dijo bien lo de la información sobre el SIDA (no el Síndrome, en esa época aún ni se hablaba, sino el Swedish International Development Authority)... de alguien habérmelo dicho le hubiera contestado
que eso era absurdo. No tenía ningún acceso a esa institución, me llevaron una sola vez de visita. Yo ni siquiera vivía en Estocolmo, solo sé que es la que pagó la mitad de mi beca, la otra la pagó la UNESCO... Tenías que buscar la forma de obtener la información que te pedimos… ¿qué información?... nada, nada... ya no vale la pena, nos fallaste... Una beta amarilla me corría por la espalda, ¿qué consecuencias iba a tener aquello? Por cierto en aquella entrevista me pidieron los documentos que traje de Suecia para fotocopiarlos y algunos nunca me los devolvieron, y no tenía a quien reclamarle, quedaba claro que estaba impotente ante el Aparato.
No me daba cuenta entonces que estaba siendo víctima de un procedimiento estándar, que después practicarían conmigo una y otra vez. El agente se tiene que sentir que no está a bien con el Aparato, que está en deuda, que te tienen anotada “vez al bate”. En resumen: inseguridad ante el Aparato. El agente debe sentirse siempre como “objetivo” y nunca como miembro. La relación del Aparato con el agente no se basa en la confianza, sino en que este último actúe por miedo al primero. Al Aparato ni siquiera le importa la ideología del agente, el miedo es más confiable que todas las convicciones. El Aparato es un diseño diabólico capaz de funcionar hasta con puros disidentes.
El encuentro con los canadienses
A mi regreso de Suecia me encuentro con que otra especie de Escuela de Verano está sucediendo en la CUJAE (Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría, un spin off tecnológico de la Universidad de la Habana ). En esta ocasión la organización era CUSO (Canadian University Services Oveseas) y ya algunos miembros de mi laboratorio, el LIEES (Laboratorio de Electrónica del Estado Sólido), participaban en los cursos sobre Circuitos Integrados que se impartían. Enseguida establecí contacto con aquellos profesores por un interés profesional. En esos días el grupo de profesores hizo una fiestecita para despedir a algunos que ya regresaban y fui de los invitados, el
dominio del inglés facilitaba las relaciones. Conocí a mucha gente en aquella fiesta, gente a las que ya el resto de mis compañeros de laboratorio conocían, pero yo no por estar recién llegado.
Algún otro reclutado, como yo, reportó mi presencia en aquella fiestecita y enseguida me citaron para pedirme informes escritos sobre todos los presentes y regañarme por no haber sido yo el que los llamara para informar. No entendía por qué todo extranjero resultaba automáticamente un objetivo del Aparato. Toda aquella gente parecía muy bien intencionada y su actividad no trascendía el área, ni el personal de la Universidad. Bueno ante la insistencia de Ricardo (nuevo oficial que me atendía), escribí una caracterización de cada uno, no eran mucho más que primeras impresiones, al que más conocía lo habría visto un par de veces.
Al siguiente día, me llama Ricardo y me dice que baje al lobby del FOCSA que me pasarían a recoger. Me extrañó tanta gentileza. De un VOLGA me hacen señas, iba uno al timón que no conozco pero vi a otro ya conocido (Onel) por lo que me acerco y monto. No había aun terminado de arrancar bruscamente el carro, cuando Onel saca su pistola Macarov y la pone ruidosamente sobre la pizarra, con la misma me dice amenazante: “¿Tú crees que vas a poder jugar con nosotros?”. Todo fue tan rápido que ni tiempo le dio al miedo a apoderarse de mí y respondí con otra pregunta... (todavía en poder de mi dignidad) “¿De qué se trata esto?…” “¿Tú crees que estamos todavía aquí (aquí implicaba “frente al imperio”) por comemierdas?...”. El corazón se me salía por la boca porque pensé que habían descubierto lo de aquel encuentro secreto que había tenido con mi padre cuando éste me visitó en Suecia viajando desde Miami. Siempre tenía terror de que el Aparato fuera a descubrir aquello, pero en ese momento sacó el informe que le había hecho a Ricardo sobre los canadienses... ¡qué alivio, fiuuuu...! El carro corría a unos 100 Km/h por las calles de El Vedado como para demostrarme que ellos estaban por arriba del cualquier ley, que estaban locos y que no les importaba
morirse, querían meterme miedo y… lo estaban logrando a la perfección... Miré a Onel a los ojos mientras descargaba su ira y no pronuncié palabra alguna por temor a que me tremolara la voz. ¡Si esto era por un informito, no quería imaginarme lo que sería el que se enteraran de lo de mi padre! El carro seguía en su loca carrera Paseo abajo, Onel seguía su descarga mientras sujetaba la pistola que amenazaba con volar de donde la había puesto. El carro saltaba incapaz de dibujar el relieve de terrazas a esa velocidad, por poco arroyan a un negro a la altura del Potin y Onel interrumpe su diatriba para comentar jocosa e irresponsablemente con el chofer: “le llevaste el estampao e’la camisa al negro”… y con la misma sigue... “¿Quién es este Líonel Martin que tú dices que es un americano comunista?... ¿tú le viste acaso el carnet del partido?...”. A duras penas logro articular: “Bueno... es una forma de resumir la manera en que se manifestaba...”. “Nunca más me digas que un objetivo es comunista o buena gente”, vociferó Onel.
Aquella descarga sugería una intensión de apañar al enemigo, pero yo seguía sin saber adónde me llevaban ni que sería de mí. El carro que había tomado una derecha chirriante de Paseo a Malecón, entró por la calle 19, por el costado del Hotel Nacional y se detuvo de golpe en el “Pare” de 19 y M (esquina Sur Este del FOCSA) después de haberse llevado luces rojas y Pares ad livintum. “Te puedes bajar,” me dice Onel (creo haber respirado por segunda vez en ese momento, la primera fue el... fiuuuu). “De ahora en adelante voy a revisar todos tus informes y recuerda que aunque tenemos muchos enemigos, tenemos también muchos amigos…” Hace una pausa y con una sonrisa irónica añade: “Como tú... Luisss”. El carro se alejo chirreando.
¡Qué confusión! No sabía si estar abochornado u ofendido. Yo no me veía como contrarrevolucionario. No era su enemigo, pero había comenzado a odiar a ese Aparato. Que mal me sentí, y aun me siento, por no haber tenido los c… de decirles que si no confiaban, que se buscaran a otro, que no aceptaba aquella relación humillante e indigna con el Aparato.
En resumen hubiera querido decirles: “váyanse a agitar a otro comemierda a casa del carajo...” pero no los tuve, ni ese día, ni en ninguno de mis encuentros con el Aparato en mí época de agente.
El Psiquiatra
A pesar del susto mis informes sobre los canadienses no mejoraron mucho. Es que no había mucho que informar, pero le describía en detalle las tertulias y conversaciones, aunque insulsas y al menos esto no provocó más la ira de Onel.
Las reuniones con Ricardo se hacían en una casa por la calle Zanja, no me era fácil llegar pues no tenía carro en aquella época, parece que eso motivo que me cambiaran el oficial para uno con una de las casas secretas más cerca. Estas casas eran auténticas casas de familia, que accedían a cederla para que algún oficial se entrevistara con sus agentes. Cuando uno llegaba a ella, ya el oficial tenía que estar allí. El nuevo oficial se nombraba Mauricio y su casa secreta era una grande y bonita que estaba en la acera oeste de la calle 27, a tres casas de J en el Vedado.
Mauricio no sólo me preguntaba sobre los canadienses, sino que comenzó también a pedirme informes sobre mis compañeros de la Escuela de Física. Mauricio me explicó, que al principio de la revolución los gusanos proclamaban estar en contra de la revolución y entonces estaba claro quién era amigo o enemigo, pero esos ya se fueron o están presos, y hoy en día no hay gusanos sólo “adaptados”. A un “adaptado” se le conoce por alguna que otra manifestación contraria que se le escapa, por la ausencia de pronunciamientos positivos, por relacionarse con otros “adaptados”, por alguna creencia religiosa oculta, por hacer referencias positivas a productos, artistas o autores capitalistas. Me preguntaba sobre algunos adaptados en especial, como por ejemplo, Norbe López, el vidriero; Juan Chirolde, el Jefe del Taller de Electrónica y Raúl Portuondo, un profesor que era católico. Debí decirles que “¡esta bueno ya!, que operar contra infiltrados fue lo que yo acepté, no contra
esos infelices compañeros míos”, pero de nuevo no tuve lo necesario para eso, tampoco me ubicaba frente a la revolución en aquel tiempo. Todo aquel miedo se mezclaba también con una tremenda confusión de donde estaba el bien y el mal.
Hoy pienso que el objetivo de aquello era, más que interés en la información, ver si el miedo que les tenía alcanzaba como para que echar pa’lante a mis propios compañeros. Si no lo hacía es que podría estar necesitando un refrescamiento del miedo, es decir otro “frío” como el del VOLGA. El miedo debía ser más fuerte que toda amistad.
Aun con el miedo y la confusión, no informé nada que pudiera perjudicar a los mencionados, pero sabía que no podía insistir mucho en aquello de “to er mundo e bueno” y lo que se me ocurrió fue despacharme con algunos hijos de puta del Partido y la Juventud que me estaban haciendo la vida difícil. La variante resultó un éxito que aplacó al Aparato. Les interesaba saberle algo, sobre todo, a quien nada se le sabía aun. Eran boberías, simples chismes de tarros, pequeñas malversaciones y rivalidades internas.
También aprendí que la cosa era hablar mucho para que quedara poco tiempo para la escritura de los informes. Es curioso, esta idea me la dio alguien que se decía estaba muy vinculado al Aparato, Arnol Rodríguez, que luchó en la clandestinidad contra Batista con el 26 de Julio. Me decía Arnol refiriéndose a otros de sus compañeros de la época del clandestinaje: “la gente se dejaba matar para no denunciar a sus compañeros, cerraban la boca y no decían nada. Error… la cosa es ganar tiempo, en un interrogatorio lo que hay es que hablar mucho, eso crea la ilusión de que la información que esperan los interrogadores está al salir y eso te compra tiempo”.
Tenía que hilar muy fino. Cada vez que tenía una de esas reuniones el stress era enorme y tenía al menos una por semana. Esto mantenido por muchos meses afectó mi sistema nervioso y empecé con extrasístoles cardíacas y otros síntomas
psicosomáticos. Mi madre me sugirió que viera a Gali García en el llamado Hospital de Día del Calixto García. Fui a un par de consultas y me puso un tratamiento de pastillas fortísimas para calmar las crisis de ansiedad, algunas las tenía que tomar hasta cuatro veces al día. Estas me mantenían como en un sopor pero aún así lograba dar clases y seguir con mis trabajos de investigación, pero esto era debido a mi estado de ansiedad anormal. En una oportunidad mi madre, que por haber estudiado farmacia, estimaba que eso le permitía auto medicarse, tomo una de las que yo tomaba cuatro al día, de las llamadas SONAPAX, por estar, dijo, un poco nerviosa y estuvo entre boba y medio dormida por tres días.
Una vez en una de las reuniones con Mauricio, este me ve tomar una de las pastillas y le cuento lo de mis síntomas y el psiquiatra. Inmediatamente, me dijo que de ninguna forma podía seguir yendo al psiquiatra porque este terminaría sabiendo de mi trabajo con el Aparato. Me dijo que el Aparato me asignaría uno para continuar el tratamiento, que esto era “típico” y que les ocurría a muchos agentes y que ya para eso existía un procedimiento.
Deje de ver a Gali García ante el estupor de mi madre y ahora tenía el doble de reuniones: las del siquiatra y el oficial. Las dos resultaron igualmente tensas, el psiquiatra no hacía más que buscar el origen de mis tensiones en mi subconsciente ideológico. Todos sus cuentos, pruebas y preguntas iban buscando la causa del desequilibrio en contradicciones ideológicas con el sistema. Me pregunto si esto también sería el caso “típico” o es que sospechaban especialmente de mí. Recuerdo que en una de la “consultas” habló cerca de media hora apologizando sobre la época en que él había estado en los Estados Unidos, y se concentró sobre las hamburguesas y el magnífico servicio de los MacDonald’s, me miraba a los ojos mientras me contaba aquello como estudiando mis reacciones. Reacciones que yo cuidaba celosamente para que se mantuvieran entre la cortesía y el desinterés.
A aquel médico desnaturalizado, por cierto nunca me constó que fuera médico siquiera, lo que menos le interesaba era mi salud mental sino obtener más información para el Aparato. Un día dejó de venir y se limitó a suministrarme, a través de Mauricio, las pastillas del tratamiento que me puso Gali García, las que estuve tomando como por cinco años. Yo mismo me fui disminuyendo las dosis, hasta que me quedé sólo con el Valium (ya no me las daba Mauricio) que tomé hasta alrededor del 1982, dos años después de abandonar la Universidad hacia una empresa perdida en la Industria Sidero-Mecánica y por tanto lejos ya de los Intereses del Aparato que nunca más me contactó como agente.
La Corchea con Puntillo
Cuca Rivero, en los años setenta, cuando grababa su programa de educación musical infantil “Llegó la Hora de Cantar” haciendo su personaje de la Profesora Invisible
Parece a que a medida que me pongo viejo, voy viviendo más de mis recuerdos o quizá es que los aprecio más al parecerme que ya la vida corre a un ritmo en que se generan menos cosas a contar. Hace unos días visitaba una página de Internet donde alguien tuvo a bien publicar unos files MIDI de temas escogidos de distintos géneros cubanos (los files MIDI no son grabaciones como los WAV, sino un código que hace que la tarjeta de sonido de la computadora sintetice la música). La intención era mucho mejor que la factura de estas melodías, todas sonaban a
“música de caballitos” y eso hace rato que no puede justificarse con limitaciones de los medios de computación.
Mi memoria viajó a La Habana, era el año 1971, se celebraba el 1er Encuentro de Técnica Digital auspiciado por la institución que, en Cuba, se había situado a la cabeza en esa tecnología, el CID o Centro de Investigación Digital. En aquella época, el CID pertenecía la Facultad de Tecnología de la entonces pujante Universidad de la Habana, que después pasaría a ser la ISPJAE (Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría) y el CID que pasaría a ser un instituto independiente, el ICID (Instituto Central de Investigación Digital), para, en ambos casos, dejar de ser cabecera y/o pujantes. Pero regresando al encuentro, aquel fue el momento de su apogeo, habían logrado construir una computadora que, a pesar de estar inspirada una PDP-8 de la Digital Equipment, no dejaba de ser un logro a reconocer y celebrar. Su director, José Luis Carrasco, compañero mío de cuando el ejército y los cohetes, tuvo el mérito de reunir y coordinar los esfuerzos de un equipo muy competente, entre los que se encontraban Orlando Ramos, que fue el diseñador principal del hardware y Luis Vals el diseñador principal del software que lograba correr en aquellos primitivos ingenios.
Vals era un tipo muy singular, no era una persona fácil de tratar, cuando estaba ensimismado en sus pensamientos, no sólo es que no saludara, tampoco contestaba el saludo, ni cualquier otro tipo de interpelación, a no ser que esta fuera, no sólo violenta, sino persistente. Una de las modalidades más comunes de esos estados meditativos de Vals era la de urdir sus complejos algoritmos mientras tocaba el piano, sí, porque además tocaba el piano y lo hacía muy bien. El piano le permitía justificar eso de ignorar cualquier comentario o pregunta que se le hiciera. Cuentan que una vez se encerró en su cuarto y tocó piano durante dos días sin apenas salir de ahí, pero cuando salió, pegó a escribir y casi botó el sistema operativo de la CID 101 de una tirada.
Aquel fue un grupo de leyenda, pero volviendo al encuentro, para hacer que la compleja técnica digital atrajera también la atención de los legos en la materia, entre Ramos y Vals habían logrado que aquella computadora tocara música. La altura de los tonos seguida por el tiempo, esto en una cinta de papel perforada (era aun la época del confeti y las serpentinas, todavía faltaba para las cintas magnéticas) constituía la data que el dispositivo de Ramos convertiría en sonido por una bocina unida a un puerto. Vals, antes de partir hacia el extranjero, había dejado una cintica de papel con los datos que lograban interpretar el “Para Elisa” de Beethoven.
Carrasco me lleva ante la obra de su colectivo, y aunque me impresionó el logro, se me ocurrió decirle que la gente iba a pensar que tenía una cajita de música adentro, ese “Para Elisa” es el tema más abusado de las cajitas de música. Lo dije como una broma, pero noté que Carrasco, que tenía una beta de “businessman” digna de Wall Street, no había tomado el comentario tan a la ligera, fue entonces que añadí “¿por qué no le programan el Son de la Loma?”. A una computadora cubana le pegaría más tocar a Matamoros que a Beethoven. Acababa de vender la idea y de pronto, sin proponérmelo, acababa de integrar aquel equipo. Ramos arguye que Vals no está, quién iba a programar el Son de la Loma? Carrasco le dice a Ramos: “Este es hijo de Cuca Rivero, él tiene que saber algo de música” (en ese error ha caído más de uno), sin chance a aclaración alguna, Ramos me entrega un documento donde se describía como se programaba aquello.
Desde sus orígenes, las computadoras, en vez del sistema decimal que utilizan los humanos de 1,10,100,1000… como ni aun las más primitivas tuvieron que contar con los dedos, internamente usaron el sistema binario de numeración, uno que va en potencias de dos o sea 1,2,4,8,16… Para CID 101, la música fue reducida también a lo binario, los valores de tiempo eran la redonda 1, blanca ½, negra ¼, corchea 1/8…; las notas eran sólo doce frecuencias distintas y las demás se obtenían dividiendo entre potencias de dos esas doce. El
programa era también sencillo, tocaba un compás de acuerdo a los valores que había leído de la cinta, de manera que leía cinta y tocaba el compás, leía y tocaba. Para que tocara sin interrupción, sólo había que empatar la cinta para que formara un lazo, logrando así una versión electrónica del Órgano de Manzanillo. No hay que olvidar que en las computadoras de aquellos tiempos todo era en Kilo y hoy la cosa es a nivel de Giga. Cuando ya había entendido cómo era que aquello funcionaba, le dije que lo que es la teoría la entendía bien, pero que el solfeo no se me daba. En efecto, con una partitura podría hacer una cintica de datos, pero era incapaz de escribir una a partir de conocer sólo la melodía. Fue entonces que propuse, “y por qué no voy a buscar a Mami y la traigo para que nos ayude con esto?”. La presencia de una “celebridad” ayudaba a patrocinar mejor aquello, Carrasco, en su gran talento comercial, ya estaba viendo el cartel sobre la computadora…”Melodía programada por Cuca Rivero”.
No me fue difícil reclutar a Mami para aquella aventura, ella conoce bien de mi insistencia, lo que hubiera hecho inútil cualquier intento de resistirse y además, en el fondo, la curiosidad le roía, por lo que conseguir a Cuca, fue un ir y virar al FOCSA que no estaba ni a tres cuadras del lobby del Habana Libre, que era donde se iba a celebrar el encuentro. Una breve explicación y comienza Mami a poner numeritos en un papel que le había preparado. No había puesto el tercer numerito cuando pregunta con esta inocencia que aun la acompaña hoy a sus 87 años: “¿y cómo se pone aquí una corchea con puntillo?”. Se hizo un silencio, hubo miradas... hasta que Ramos con cara de quien le bajan de pronto los pantalones, hace la pregunta que se caía de la mata: “¿y qué es eso de una corchea con puntillo?”. “Ah, eso es muy frecuente en la música cubana”, le dice Mami y, sin dejar que nadie la interrumpiera, comenzó una conferencia musicológica sobre la síncopa cubana, sus orígenes africano-flamencos, la habanera, la contradanza y no fue hasta el Son de la Mateodora que paró para coger aire, lo que aprovechó Ramos para preguntar: “ese puntillo... no pudiera ponerse como una combinación de fusas y semifusas o algo
así?”. Mami: “no, no se trata de que sea una forma de abreviar la escritura, significa que el sonido se alaaaarga la mitad del valor de la nota”. Ramos enseguida se percató del desastre: “¡Queeeé!, ¿o sea que esa corchea con puntillo no es ni un octavo ni un cuarto, sino un tres dieciséis?”. Mami: “si”. Un “si” corto, seco y esbirro. Ramos subió las cejas y suspiró un casi inaudible “¡ñó!” con evidente resignación. Mami en tono de disculpa: “si quieren puedo escribirla sin el puntillo, pueda que aun se parezca algo al Son de la Loma, pero no creo que...”. Enseguida nos transamos por ésa y en un dos por tres escribió los numeritos, hicimos la cintica pero tal como nos previno... aquel Son, no era de la Loma. Se probó sustituir el puntillo con una semicorchea, un compás para cada nota y cambiarlo todas las veces, más otras tantas cosas sin demasiada lógica que acumularon confeti y serpentina como para un carnaval... pero nada. ¿De dónde serán?, pues quizá de Galicia. Mami y su corchea con puntillo acabaron con aquella flamante primera computadora cubana que dirían que era capaz hasta de tocar a Beethoven, sin embargo, no pudo tocar a Matamoros.
Sirva este cuento de homenaje a Carrasco, Ramos y a Vals, de éste último no sé en qué rincón del olvido se encuentre. Ramos murió de un infarto masivo, los periódicos oficiales no encontraron ni siquiera un pequeño espacio para decir que el que fue el padre de la computación en Cuba había muerto. Carrasco, me contaron el otro día que murió por complicaciones de una operación sencilla debido a una contaminación en un salón de operaciones. Y, aunque en Cuba, a los artistas no le faltan homenajes y menos a la “Profesora Invisible” de tantos cubanos, que sirva también de homenaje a Cuca Rivero, que es mi Mamá… ¡que caraj!


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