jueves, octubre 27, 2011

Persecucion religiosa

jueves 27 de octubre de 2011

MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE TOLEDO

Del listado de 321 mártires que forman la Causa de Toledo, aparecen a continuación los publicados hasta ahora en el semanario "Padrenuestro". Éste se irá completando a medida que vayan apareciendo en dicho semanario.



Aguado García-Alcañíz, Juan Gil Domingo, Saturnina Núñez Alcázar, Vicente
Aguado García-Flores, Adrián Gil Martín, Manuel Obeo López-Delgado, Antonio
Aguado Serrano, Felipe Gómez de las Heras, Gregorio y Toribio Padilla del Casar, Máximo
Alcocer Corralo, Carlos Gómez Zalabardo, Ambrosio Paniagua Huecas, Calixto
Alonso Fernández, Tomás Gómez-Platero Rebuelta, Domingo Pérez Caberta, Luis
Alonso Peral, Ángel González Ávila, Martín Pérez Carbonell, Martín
Álvarez Vázquez, Martín González Ayuso, Alfonso Perezagua y Caberta, Eugenio
Andrede Trujillo, Eduardo González Mateo, Juan Requejo San Román, Antonio
Ángel González, Laureano Guerras Salcedo, Mariano Requejo San Román, Jesús
Aparicio Ortega, Nicasio Gutiérrez Criado, Antonio Ríos Martín Rueda, Manuel de los
Arias Maestro, Pablo Gutiérrez Fernández, Daniel Rivera Eusebio, Casimiro
Asunción Borrás, Juan Bautista de la Heras Martínez, Pablo Rodríguez y García-Moreno, José
Baraibar Moreno, Ángel Hijas Sánchez, Pedro Rodríguez Rodríguez, Agustín
Bel Rodríguez, Simeón Huertas Medina, Buenaventura Rojas Avilés, Emiliano
Blanca Fernández, Eugenio Jiménez Mayoral, Félix Roncero Cantero, Fausto
Blasco Merino, Juan de Dios Jiménez Tapial, Eusebio Rubio Piqueras, Felipe
Bonilla Valladolid, Cipriano Leblic Acevedo, Prudencio Rubio Pradillo, Eugenio
Brazales Salcedo, Jesús Leblic Gómez-Lanzas, Antonio Ruiz Peces, Teodoro
Bueno Castaños, Rafael López Aguado, Juan Manuel Ruiz Roldán, Manuel
Cadenas Medina, Carmen López Alonso, Inocente Ruiz-Tapiador Vizcaíno, Vicente
Calderón Rivadeneira, José López Cañada, José Sáinz Rodríguez, José
Calleja Blas, Félix López-Aguado Vaquero, Anacleto Salgado Ruiz-Tapiador, Andrés
Candela Vicente, Antonio López Martín, Emilio Salgado Ruíz-Tapiador, Francisco
Cano Sobreroca, Dolores y Carmen López Moreno, Francisca Sánchez Moraleda, Herminia
Carrillo Pérez, Mariano López-Prisuelos García-Maqueda, Rufino Sánchez Ruiz, Francisco
Carrillo de los Silos, Juan Lozoyo López, Justo Sánchez-Garrido Sánchez-Diezma, Julián
Carvajal Bugallo, Nicasio Lumbreras Fernández, Francisco Santamera Blas, Vidal
Celestino Parrillas, Felipe Madroñal Sánchez, Isabelino Santiago Gamero, Pedro
Collado Rodríguez, Félix Malagón Rabadán, Jesús Santurino Saldaña, Emilio
Corral Reig, Enrique Malagón Garrido, Quiterio Silveira y Craux, Lorenzo
Covisa Calleja, Valentín Maldonado Valverde, José María Suárez de Figueroa y Moya, Mª de la Piedad
Díaz Plaza, Luis Maregil Azaña, Nemesio Téllez Lara, Arsenio
Díaz-Cordovés Sánchez-Perdido, Vidal Marín González, Ricardo Timoteo Sierra González, José
Díaz-Toledo Martín-Menacho, Gabino Martín del Campo Gómez, Manuel de Torres y Hermández, Tomás
Domingo Simón, Patrocinio Martín Fernández-Mazuecos, Manuel Urraco Alcocer, Bernardo
Domínguez Sastre, Salustiano Martín de Mora Granados, Pascual Valle González, Gregorio del
Encinas y López-Ortíz, Emiliano Martín Páramo, Gregorio Van Den-Brule Cabrero, Alfredo
Escobar Collado, Darío y Marcos Martínez Casas, Eduardo Ventero Plaza, Daniel
Esteban-Manzanares Gutiérrez, Isabelo Martínez Vega, Rafael y Felipe Villa Iguanzo, Emilio de
Esteban-Manzanares Cano, Rufino Mediero Rodríguez, Restituto Villasante Rodríguez, Clemente
Estrada Altozano, Pedro Medina González, Tomasa Persecución en Consuegra
Estrella Escalona, Ignacio Mendoza y Ortíz-Villajos, Julián Parroquia de Sonseca
Eusebio Martín, César Merchán Gouvert, Mª Pascuala Mártires de la Extremadura toledana
Fernández Barquero, Arturo Miedes Lajusticia, Carmen Clarisas Franciscanas de Siruela
Fernández Martín, Jesús Miguel Villanueva, Jacinto
Fernández-Avilés Huerta, José Montero Cebeira, Antonio
Fernández-Palomino Sánchez, Juan Montero Navarro, Feliciano
Fernández-Vítora y Alcaide, Manuel Moraleda Martín-Palomino, Balbino
Ferré Domenech, José Moraleda Navas, Pablo
Ferré Domenech, Luis Morales Sánchez, Jesús
Gallardo Garnica, Julián Morán Otero, Visitación Marcela
Gallego Valmayor, Prudencio Moreno González, Valentín
Gálvez Tavira, Sebastián Mosquera y Suárez de Figueroa, Santiago
García-Asenjo Guerra, Jacinto Muñoz Cuesta, Julián
García Merchante, Eustoquio Navas Vega, Francisco
García-Cabañas Mohíno, Ignacio Nicéforo Pérez, Eusebio
García-Pulgar y García-Ochoa, Juan Nieto Arroyo, Manuel
García-Verdugo Menoyo, José Nieto Ambrojo, Ildefonso




CÉSAR EUSEBIO MARTÍN
Enterrado en el altar mayor de la iglesia parroquial de Navalcán reposa el Siervo de Dios César Eusebio Martín. Natural de esta localidad, recibió la ordenación sacerdotal el 14 de junio de 1930. Cuando estalló la guerra ejercía el ministerio como Capellán de las monjas Terciarias carmelitas del Hospital de Oropesa (actualmente esta congregación recibe el nombre Carmelitas Misioneras, fundadas por el Padre Palau, siguen trabajando en Oropesa).

Su madre declaró que su hijo se pasaba aquellos días leyendo historias de mártires y rezando. Enseguida fue detenido y conducido al Comité. Tras un ridículo interrogatorio sobre si era cura o no, ante su afirmación, le sentencian a muerte. Al salir un grupo de gente quiso lincharlo en la plaza. Le montan en un coche, con un piquete de milicianos, camino de Calzada de Oropesa. A los pocos kilómetros le ordenan bajar y caminar, pero él les dice sereno: Sé lo que me vais a hacer; que Dios os perdone, como yo os perdono. Mas antes, según confesaron los mismos asesinos, le habían instado a gritar: ¡Viva el comunismo!, a lo que él siempre respondía valientemente: ¡Viva Cristo Rey! Era el 27 julio de 1936.







ADRIÁN AGUADO GARCÍA-FLORES

Entre el grupo de mártires de La Torre de Esteban Hambrán encontramos al sacerdote Don Adrián Aguado García-Flores y al seminarista Juan de Dios Blasco Merino.

Don Adrián Aguado era natural de La Torre. Después de ejercer el ministerio en Ventas con Peña Aguilera y como Capellán de las Madres Cistercienses de Casarrubios del Monte, regresó nuevamente a su pueblo natal como coadjutor.
Son muchos los que todavía hoy le recuerdan como un hombre muy bueno. Fue detenido el 22 de julio y trasladado a Madrid con un numeroso grupo de seglares; pero en la Dirección General de Seguridad les pusieron en libertad. Don Adrián se quedó a vivir allí con su prima Isabel. Días después las milicias volvieron a detenerle conduciéndole a La Torre de Esteban Hambrán. Fue asesinado junto con tres seglares el 28 de julio a 4Km del pueblo.
Un testigo vio como asesinaron a todo el grupo, y declara que Don Adrián pidió a los milicianos que lo matasen el último. Incluso se dirigió a ellos para animarles a que se arrepintiesen y que él los confesaba. Lógicamente ellos se negaron. Y con su crucifijo, que aún conserva la familia, fue absolviendo uno a uno a sus compañeros de martirio.






JUAN DE DIOS BLASCO MERINO
A Juan de Dios Blasco le faltaban tan sólo dos años para cantar misa. También nacido en La Torre, como era lógico en el momento de estallar la guerra en julio de 1936 los seminaristas estaban de vacaciones en sus casas. Los milicianos mataron primero a su padre, tras detenerle, le condujeron al Ayuntamiento para que trabajase de escribiente. Fue asesinado junto a dos miembros de Acción Católica el 22 de agosto en Boadilla del Monte (Madrid).






ISABELINO MADROÑAL SÁNCHEZ
Don Isabelino Madroñal Sánchez párroco de la Nava de Ricomalillo fue destinado nada más comenzar la guerra civil a la parroquia de Malpica de Tajo.

Había nacido en Las Herencias el 8 de julio de 1900 y era sacerdote desde el 22 de septiembre de 1922. Ante las amenazas marxistas decidió, en los días difíciles de julio de 1936, regresar a su pueblo natal. Sin embargo, enseguida fue detenido por las milicias de Las Herencias que lo entregaron a milicianos de su antigua parroquia de La Nava. Allí permaneció recluido hasta el 29 de agosto, en que en pleno campo, junto al río Huso, lo asesinaron.

Gran conocedor del corazón humano, sabía que aquellos mismos entre quienes repartió su dinero y sus desvelos durante once años serían los que gritaran, como los judíos contra Jesús: ¡Crucifícale! Antes de morir invocó a Dios en voz alta y reprochó a sus antiguos feligreses el crimen que cometían. Un arriero afirmó que escuchó a Don Isabelino lamentarse y lo contó en el pueblo. Los milicianos regresaron rociaron el cuerpo con gasolina y lo quemaron. Los restos medio calcinados estuvieron en descampado hasta el final de la guerra. Sus restos descansan en el cementerio de Las Herencias.


Exhumación de los restos del Siervo de Dios

Traslado de las sagradas reliquias a la Parroquia




GREGORIO Y TORIBIO GÓMEZ DE LAS HERAS




Gregorio y Toribio Gómez de las Heras eran capellanes mozárabes de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Naturales de Carriches, Gregorio había nacido el 25 de mayo de 1871 y Toribio el 16 de abril de 1879.
Unidos por el apostolado, siguieron igual suerte durante los primeros días tras estallar el conflicto nacional. Además de la capellanía mozárabe, don Gregorio era capellán del Hospital Tavera. Don Toribio le ayudaba y vivían juntos.
Cuando el 22 de julio de 1936 se retiró la guarnición que desde el propio Hospital Tavera resistía a los milicianos venidos desde Madrid, tuvo que marchar también él junto con su hermano Toribio, don Agustín Rodríguez, Teniente Vicario General de la diócesis, el P. Emilio Rubio Fernández, franciscano, y las Hijas de la Caridad que atendían dicha Institución. El día anterior todos se prepararon a la muerte confesándose y confesando a los que lo desearon (Las biografías del P. Emilio y de Don Agustín Rodríguez ya fueron publicadas en el primer número de Bienaventurados) .
Les ofrecieron entrar en el Alcázar, pero ninguno de ellos aceptó: Don Agustín fue detenido a las pocas horas. Don Gregorio, don Toribio y el P. Emilio pensaron que estarían más seguros en casa de su hermana Aniana, en la calle del Pozo Amargo, y hacía allí se dirigieron andando, pero al pasar por la Puerta de Bisagra, se dieron cuenta que los milicianos les seguían muy de cerca, por lo que se refugiaron en una conocida hospedería de la calle Alfonso VI. Los milicianos que habían comenzado la búsqueda frenética de sacerdotes para eliminarlos, según consignas recibidas meses atrás, dieron con una mujer que delató a los sacerdotes:
-Allí hay curas, se han escondido.
Entonces entraron a por ellos, pero la mujer que los había acogido lo negó y, cuando salieron, la que les había denunciado les insistió:
-Que los hay, que los he visto entrar.
Los milicianos amenazaron con un pistolón a la pobre mujer... y entonces salieron el P. Emilio y don Gregorio, reservándose su hermano. Sacados a la calle, ambos fueron abatidos por los milicianos de la República... bajo la atenta mirada de la Virgen de la Estrella, cuya iglesia se encuentra junto a la parroquia de Santiago del Arrabal. Don Gregorio Gómez de las Heras fue el primer sacerdote asesinado en la ciudad de Toledo.
Don Toribio, vestido de paisano, se refugió durante unos días en una casa de campo de una sobrina y, viendo que hacía peligrar a su familia, se dirigió andando a Carriches. Allí pensó que estaría seguro. Era 30 de julio. Pero cuando estaba a punto de llegar fue descubierto por unos milicianos, le robaron cuanto llevaba y, después de divertirse sádicamente con él, lo fusilaron en las cercanías del cementerio.
Al término de la contienda fueron enterrados en Carriches, a los pies de la Virgen de la Encina.





JULIÁN MUÑOZ CUESTA
Don Julián Muñoz Cuesta había nacido en Dos Barrios (Toledo) el 26 de septiembre de 1887. Recibió la ordenación sacerdotal el 2 de marzo de 1916.

Don Julián era el regente de Villafranca de los Caballeros (Toledo), y ya meses antes de estallar la guerra las autoridades republicanas le prohibieron realizar todo acto de culto fuera del templo. Incluso fue brevemente detenido. El 21 de julio de 1936 le arrebataron las llaves del templo. Y el día de Santiago Apóstol un tropel de milicianos y populacho se dirigen a la casa rectoral para detenerle. Él, al darse cuenta, salta desde el patio interior a la casa de un vecino. Los que le buscan descerrajan la puerta, y entrando con gran violencia, no logran encontrarle. Inmediatamente sospechan que ha huido y que puede encontrarse en la casa vecina.

En cuanto preguntan por él se presenta, para evitar compromisos a su vecino. Allí mismo comienzan a abofetearle y apalearle, llevándole herido a la cárcel del Ayuntamiento. Personas buenas le llevan comida, pero era poco lo que le llegaba. Las palizas se sucedían todas las noches y, a veces, más de una. Inventaron incluso tormentos especiales, como el aseo, que consistía en afeitarle con navajas melladas, dejándole ensangrentada toda la cara, y clavarle leznas de zapatero al rojo vivo. Se trataba de ir acabando con él lenta y despiadadamente... ¡Así durante casi 20 días!

El 13 de agosto el Comité quiso deshacerse de él, y esa noche, maniatando su cuerpo torturado, lo cargan con otros condenados en una camioneta hasta un paraje situado entre Camuñas y Madridejos, en la provincia de Toledo. Allí los verdugos, con escopetas de caza y un saco de cartuchos con perdigones loberos, comienzan a disparar a quemarropa sobre las trece víctimas hacinadas e iluminadas por los faros de la camioneta. Ya en el suelo los rematan disparando a bocajarro hasta encender sus ropas y carnes, y finalmente, destrozando sus cráneos se apartaron de aquel lugar.





MARCELINO RAMOS RINCÓN

En la iglesia parroquial de San Ildefonso de Herreruela de Oropesa, está enterrado el sacerdote Marcelino Ramos Roncón. Había nacido el 4 de diciembre de 1901. Se ordenó sacerdote el 15 de Junio de 1924.

Desde 1935 ejercía como párroco del pueblo cacereño de Berrocalejo de Abajo, que por entonces pertenecía a la diócesis de Ávila. Desde los primeros meses de 1936 había recibido injuriosos anónimos. Tras estallar la guerra, la parroquia se transforma en almacén de víveres, y la ermita de la Virgen de los Remedios servirá como cárcel. Todo el material (retablos, imágenes, cálices...) fue destrozado. Los milicianos usaron, en una ocasión, las astillas de las imágenes de uno de los retablos para cocinar, exclamando: ¡Verás qué bien cuece hoy la comida!...

Todo concluye con la detención de don Marcelino en la iglesia, que se encontraba allí consumiendo las Sagradas Formas.

Pidió que le dejasen trasladarse a su pueblo natal, como así se lo concedieron.

Llegó a Herreruela el 21 de Julio. Y el 23 lo detuvieron por primera vez. Le sacaron a las afueras, pero no le mataron. Al escuchar detonaciones la familia pensó que le habían asesinado... pero regresó a su casa. Hay testigos que afirman que afirman que hasa el 25 de julio celebró la Santa Misa. Aunque le animaron a abandonar el pueblo, Don Marcelino se negaba por temor a que la emprendiesen con su familia. Estando oculto en casa de su hermana Cayetana, el 7 de agosto, se presenta un grupo de milicianos. Tras hacer un registro buscando armas, le ordenan que les acompañe. Su sobrina Aurea se puso a llorar y uno de ellos le espetó: ¡No llores, que a las diez de la noche viene...! Una camioneta les estaba esperando. Haciéndole subir, salen en la dirección a la Calzada de Oropesa, y antes de llegar le asesinaron. Su cuerpo permaneció dos días en descampado




ANDRÉS SALGADO RUÍZ-TAPIADOR
Hace ya más de veinte años, Doña Adela, viuda del mártir Don Andrés Salgado Ruiz-Tapiador, padre de cinco hijos, médico de Orgaz, escribió para una revista nacional el impresionante relato de las últimas horas de su esposo, que fue asesinado a los 33 años el 29 de agosto de 1936. Aunque algo más larga que las reseñas que estamos ofreciendo, creemos que es necesario que toda la Archidiócesis conozca el testimonio de lo que verdaderamente la Iglesia define como un mártir. Adela falleció el 23 de septiembre de 2003.
La familia Salgado Ruiz-Tapiador cuenta con 10 miembros asesinados. El primero de la familia fue un tío sacerdote de Don Andrés, Don Vicente Ruiz-Tapiador. En 1936, contaba ya 64 años, figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz. Fue detenido el 3 de agosto. Tan sólo permaneció dos días en la cárcel, pues en la noche del 5 lo sacaron, y, conduciéndolo al término de Mora, lo fusilaron en el campo.
Luego fue el turno de Francisco Salgado Ruiz-Tapiador, hermano de Andrés, de tan sólo 25 años...
Pero dejemos que Doña Adela prosiga con sus propias palabras la narración de los hechos.
Andrés cayó gravemente enfermo y fue visitado por un compañero que le previno que su enfermedad era grave y que precisaba de una intervención quirúrgica... Mientras gestionaba por todos los medios posibles un salvoconducto para trasladarle a Madrid (...), por confidencias supimos el día señalado del asesinato; y no hay que decir la terrible impresión que nos causó y la dura prueba a que todos nos vimos sometidos... El hecho es que cuando yo me disponía a decírselo, él me exigió que le dijera toda la verdad sobre su situación. Esto era a las seis de la tarde, y desde este momento ya no me separé de su lecho.



Dramático y sereno diálogo frente a la próxima muerte

-Adela, tú serenidad, que yo me siento con valor para ir a la muerte. Tengo la conciencia tranquila que me da el deber cumplido... No, no me espanta la muerte, la miro frente a frente... y no me espanta...
Enseguida, con toda serenidad, me empezó a dar normas respecto a la educación de nuestros hijos. Me dio atinadísimos consejos, descendiendo a minuciosos detalles; y como resumiendo todo y poniendo en ello toda su alma, me dijo:
-Adela, sobre todo la educación de nuestros hijos; que los formes sólidamente cristianos. (...)
Se hizo un momento de silencio que yo respeté, pues me parecía que hondas reflexiones embargaban su alma y, como queriendo confirmar mis sospechas, exclamó:
-Adela, ¡con lo felices que éramos y sólo porque sí deshacer un hogar feliz!
Pero al momento, como cambiado por un resorte y como quien desecha una pesadilla, me dijo con toda serenidad:
-Adela, tú sigue viviendo con la mirada puesta siempre en Dios y en el Cielo, que allí volveremos a unirnos.
Y con el semblante inundado de gozo y rebosado de alegría, decía como recreándose:
-Y allí ya no habrá quien nos separe.
(Nueva pausa)
-Ahora, continuó, voy a pedirte una cosa antes de morir.
-Tú dirás, le repliqué.
-Pues mira: que les perdones de todo corazón, como yo les perdono.
Yo, emocionada y conmovida por la grandeza de su alma, le dije:
-Sí, Andrés, yo les perdono.
Pero él, aunque tenía fe en mis palabras, volvió a insistir y ponía en sus palabras toda su alma:
-Que lo hagas de todo corazón, como yo lo hago.
-Vete tranquilo, que yo les perdono de todo corazón, fue mi respuesta.
Sin duda que esto era su obsesión. Y convencido de mi perdón me trazó la norma que debía seguir:
-Mira, Adela, aún quiero más: quiero que, aunque algún día tengas ocasión de hacer algo contra ellos, no lo hagas; antes al contrario, hazles todo el bien que puedas. Mira, hija, para que haya víctimas tiene que haber verdugos.
Y como un hondo sentimiento de compasión que se le veía le salía del alma, añadió:
- Después de todo, desgraciado el que desempeñe ese papel.

(...)

Transcurrieron unos momentos y, puesto de rodillas y con los brazos en cruz, de la manera más natural exclamó:
-¡Señor, te ofrezco mi vida por la salvación de España y por la salvación de estos desgraciados! ¡Señor, que se conviertan! ¡Señor, que vean! ¡Que te conozcan! ¡Que te amen!

Despedida de sus cinco hijos

Me dijo que comparecieran todos nuestros hijos; quería despedirse de ellos. Ya todos reunidos, empezó por la mayor, niña de siete años próxima a cumplir los ocho, y siguió por los otros cuatro, teniendo para todos y cada uno de ellos palabras de amor y consejos prudentísimos, que no he de transcribir por no alargar demasiado este escrito, concretándome a referir el resumen de lo que él mismo dijo a todos:
-Hijos míos: sed siempre, y ante todo, cristianos prácticos, sólidamente católicos y así seréis útiles a Dios y a la Patria. Ahora no os dais cuenta, sois muy pequeños, pero recordadlo siempre. ¡Cómo quisiera yo grabarlo en vuestro corazón, muy dentro, muy dentro, para que no se os borrase nunca!
Y después, dirigiéndose a mí, añadió:
-¡Adela, después recuérdales todo esto con frecuencia y háblales de su padre y diles que les amaba con toda su alma!
Después fue bendiciendo a todos, uno por uno, y yo les hice ponerse de rodillas. Y cuando los hubo bendecido a todos, y, todavía de rodillas, yo les indiqué que debían pedir perdón a papá, los que podían hacerlo lo hacían llorando, y llorando repetían: Perdónanos, papá, si alguna vez hemos sido malos y te hemos dado disgustos. No se podía prolongar mucho esta escena que si atormentaba el corazón de su padre, tenía para él inefable dulzura. Además quería yo proporcionarle también algún consuelo, que al mismo tiempo me consolara a mí; por eso fui yo quien le pidió perdón:
-Quiero que ahora me perdones a mí si en alguna ocasión te disgusté o te hice sufrir. Desde luego que si así fue lo hice inconscientemente. Y sin dejarme terminar dijo:
-Levántate, hija. ¿De qué te voy a perdonar, si no has hecho más que hacerme feliz en todo momento?
Las ansias del Cielo le consumían; por eso le parecía que tardaban demasiado en entrar por él y exclamaba:
-¡Cuánto tardan!
Y dirigiéndose a mi madre preguntó:
-Mamá, ¿qué hora es?
-Las doce y media, respondió ella.
-Las doce y media y sin venir. ¡En qué pensarán estos hombres!
Intervino mi madre para decirle:
-Déjalo, hijo mío. ¿Quién sabe si algún buen corazón se compadece y no vienen por ti?
Mas él replicó:
-No, no será así...; sobre todo, si ha de ser mañana que sea hoy. Sin duda pensando que era sábado.

(...)

Era de un carácter verdaderamente entrañable, pero en donde concentraba siempre su cariño -se desbordaba de entusiasmo-, era con el niño pequeñín, que contaba a la sazón poco más de seis meses. Sabiendo esta pasión por Paquito, quise, antes de retirarle a descansar, que le besara por última vez. Y teniéndole en los brazos se lo acerqué...
-Adela -me dijo-, quiero que me digas lo que ha sido de toda la familia, quiero saberlo todo antes de morir.
Llevaba enfermo algo más de un mes, y con este motivo nos había sido fácil ir ocultándole los tristes acontecimientos sucedidos en la familia.
Viendo la serenidad y fortaleza de su alma, no dudé un momento y le di cuenta de todos los que habían muerto y, en cuanto pude, con los pocos detalles que yo sabía.
Hube de explicarle que el día 18 de agosto habían matado a su hermano Paco, quien por su bondad atraía el cariño de toda la familia. Adivinaba yo que quería saber cómo había muerto y le dije cuanto sabía de él: que estuvo encerrado en la prisión con Santiago Fernández, sacerdote virtuosísimo y pariente muy querido de todos, con quien confesó; y que, como los demás, murió confesando a Cristo. Entonces él, elevando los ojos al Cielo, exclamó conmovido: "¡Pobre madre, qué lastima de madre! ¡Qué martirio y soledad te espera!"
Yo entonces me consideré en el deber de decirle: "Mira, mientras yo viva y ella quiera estar con nosotros, yo nunca la dejaré".
"Sí, ya lo sé. ¡Si te conozco", me respondió.
Me preguntó entonces: "¿Qué hora es, Adela?"
"La una", le respondí.
Y él entonces me ordenó resuelto: "Anda, ve por mi ropa y calzado, que me voy a vestir".
"No, espera; tal vez viéndote en cama te dejen".
"No, hija, de ningún modo quiero vestirme delante de ellos. Ahora llévame a donde están mamá y Balbina. Quiero despedirme de ellas". Y al abrazarlas les dijo: "Adiós, hasta el Cielo".
Ellas empezaron a llorar y, sin perder un punto su serenidad, les consoló: "No lloréis, muy pronto nos veremos en el Cielo..."
¿Inspiración de Dios? No lo sé. Lo que sí sé es que esto ocurría el 29 de agosto y el 16 de septiembre siguiente las asesinaban a las dos.
Después volvimos a donde estaban los niños. Y arrodillándose delante de un cuadro del Santísimo Cristo del Olvido, estuvo unos momentos en oración mientras en la calle se oía el ruido de un motor. Ya no cabía duda. Como ellos tenían la llave que ni había sido arrebatada, entraron sin llamar y subieron a la habitación donde nos encontrábamos unos hombres armados de pistolas y escopetas que le ordenaron que se fuera con ellos. Él obedeció sin replicar nada. Y sólo cuando bajaba la escalera, dirigiéndose al que hacía de jefe le dijo:
-¿Me permite que vuelva a dar un beso a mis hijos?
A lo que respondió:
-No se despida usted de sus hijos. Si usted no va a morir, si le llevamos para que le curen.
Entonces él, volviéndose con mucha entereza, le dijo:
-Sí sé dónde me llevan, pero no me importa.
Bajó por su pie serenamente hasta la calle, donde esperaba la camioneta, y ya en el dintel de la puerta me dijo abrazándome:
-Adela, mira al Cielo, la Providencia mirará siempre por vosotros. Confía en Dios, que para ti y los niños no os faltará nunca. ¡Hasta el Cielo, Adela, hasta el Cielo!
Yo llevaba en los brazos al niño pequeño, que tenía seis meses. Y besándolo le dijo:
-Tu, hijito, no vas a conocer a tu padre.
Y, tras un segundo de silencio, dijo:
- En el Cielo le conocerás.
Efectivamente, ya se han conocido... El niño moría tres años y medio más tarde, cuando contaba cuatro de edad.
Yo entonces le dije:
-Andrés, vete tranquilo, que Dios nos dará la fortaleza necesaria. Y tú ten valor hasta el fin, únete a Cristo, que Él te dará la fortaleza necesaria para morir confesándole.

Al subir a la camioneta vio a nueve amigos que como él iban al martirio. Lleno de fe dio un ¡Viva Cristo Rey!, que fue unánimemente contestado por todos ellos; y dando vivas sin cesar a Cristo Rey -que en medio del silencio de la noche de verano se oían perfectamente por las calles por donde la camioneta pasaba-, se afirmaba de una manera más solemne su arraigada fe católica.
Por referencia de los mismos asesinos supimos que el que los capitaneaba, en el trayecto les dijo así:
-¡Pero este tío, que va medio muerto (como se encontraba enfermo) y todavía con Cristo en la boca...!
Entonces Andrés, con gran energía, contestó:
-Y con Él estaré mientras viva.
Supimos también que cuando llegaron al sitio donde fueron asesinados le ataron a un palo del telégrafo y uno de los asesinos le entró el cañón de la escopeta en la boca brutalmente. Y, al disparar el arma, dijo rabiosamente estas palabras:
-¡Toma Cristo Rey!
Blasfemas fueron estas palabras en la boca del miliciano, pero fueron el magnífico sello, el glorioso certificado del martirio de aquel tan ferviente católico, para mí tan querido y cada día más inolvidable.
Pude comprobar que el disparo fue hecho en la forma en que los asesinos lo refirieron, porque unos días antes de hacer la exhumación de los restos -en el cementerio de Mora de Toledo para hacer su traslado a Orgaz- me enteré que un periódico hacía el relato de la misma forma. Y, efectivamente, fue así porque, al recoger sus restos, vi que las mandíbulas estaban completamente deshechas.




VICENTE RUÍZ-TAPIADOR VIZCAÍNO

Nos acercamos al martirio de su tío sacerdote y de su hermano Francisco. En la fotografía podemos observar juntos a los dos hermanos Andrés y Francisco (de pie a la izquierda del retrato), Don Vicente sentado y el más pequeño, Manuel Ruiz-Tapiador Vallano (de pie en el margen derecho) que también sufrió el martirio en Mascaraque (Toledo).

Vicente había nacido el 27 de febrero de 1872 en el pueblo toledano de Orgaz. Y recibió la ordenación sacerdotal el 13 de marzo de 1897. En 1936, contaba ya 64 años, figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz. El 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, Don Vicente celebró la Misa de primera comunión de su sobrina Mª del Carmen. Fue detenido el 3 de agosto. Tan sólo permaneció dos días en la cárcel, pues en la noche del 5 de agosto lo sacaron, y, conduciéndolo al término de Mora, lo fusilaron en el campo.





FRANCISCO SALGADO RUIZ-TAPIADOR
Natural de Orgaz, había nacido en 1909. Cuando sucedieron los hechos luctuosos del año 36 era estudiante de medicina. Tras los primeros asesinatos optó por no salir, sin embargo, el 17 de agosto se presentaron seis milicianos preguntando por él para llevárselo a las consabidas declaraciones. El joven estudiante se escapó por el tejado a la casa contigua... le hicieron saber que los milicianos matarían a su hermano Andrés (lo que harían después) si no se entregaba. Francisco con ánimo entero y decidido salió a buscarles no sin antes despedirse de los suyos.

Al abrazarse a su madre, ésta le dijo: - Hijo mío, ofrece tu vida a la Santísima Virgen del Carmen. A lo que contestó con indecible fervor: -Mamá, hace ya muchos días que se la tengo ofrecida, y corrió a la cárcel presentándose voluntario y diciendo: - Aquí me tenéis.

La respuesta fue meterle en un calabozo donde ya tenían detenidos a dos señores ancianos y varios jóvenes amigos suyos, entre ellos a un sacerdote que les absolvió a todos antes de salir para el martirio, que tuvo lugar en Mazarambroz (Toledo) aquella misma noche. Era el 18 de agosto de 1938, obligados a dar vivas al comunismo, murió gritando ¡Viva Cristo Rey!.




PABLO HERAS MARTÍNEZ
Desde 1907 ejercía de párroco en la Puebla de Almoradiel el sacerdote Don Pablo Heras Martínez. Era natural de Alcohujate (Cuenca) y había nacido el 4 de enero de 1876. En 1897 fue ordenado sacerdote. Fue nombrado profesor del Seminario de Cuenca, y en 1902 profesor del Colegio de Uclés. Después de ejercer el ministerio en diferentes parroquias es enviado a Puebla de Almoradiel, pueblo de la provincia de Toledo que pertenecía a la diócesis de Cuenca. Era un sacerdote prudente, caritativo y paternal, y por eso fue respetado al principio.

Cuando estalla la guerra en julio de 1936 tuvo que abandonar la casa rectoral. Algunos días después, fue encerrado en la checa que se habilitó en la ermita de la Virgen del Egido, donde sufrió un trato cruel durante mes y medio, con golpes, insultos, sarcasmos y toda clase de tormentos clavándole agujas y alfileres. A pesar de ello, sufrió todo con edificante serenidad y resignación, alentando a todos los encarcelados al martirio por la gloria de Dios y el bien de España y confortándolos con el sacramento de la penitencia.

Tras recibir su última paliza en la Villa de Don Fadrique, Don Pablo seguía exhortando a aquellos que iban a morir junto a él a permanecer fieles. Los milicianos se decían: - Vamos a matarlo ya, que este nos convence a todos. Murió asesinado el 26 de septiembre en el cementerio de Tembleque (Toledo).





DOMINGO GÓMEZ-PLATERO REBUELTA
Nació el 12 de mayo de 1878 en Cabañas de Yepes (Toledo). Recibió la ordenación sacerdotal en la diócesis de Cuenca y ejerció sus primeros años de ministerio en Carrascosa del Campo y Alcázar del Rey (Cuenca). En torno al mes de mayo de 1932 empieza a trabajar en la parroquia de Santa Cruz de la Zarza (Toledo). Fue apreciado por las obras de caridad que realizaba sobre todo con los enfermos; pero también sufrió insultos por parte de gente contraria a Dios y a su Iglesia.

En una ocasión, ante las amenazas de ciertas personas por la persecución que se avecinaba, se le oyó decir: - Que vengan aquí y me hagan lo que quieran... La gente que lo conocía a dicho de él que era un hombre correcto, fuerte, valiente. Con él vivía un ama y una sobrina.

El final de su ministerio se remonta a junio de 1936. La señora que le cuidaba tenía familia en Tarancón (Cuenca) y allí acudió a refugiarse ante la situación tan tensa que se estaba viviendo. Estando en Tarancón, fue sacado de la casa donde se encontraba con pretexto de ir a declarar. El ama le metió una moneda de dos pesetas en el bolsillo como señal por lo que pudiera pasar. No se supo más de él. Fue asesinado el 19 de agosto de 1936, junto a otras dos personas, en las Emes de Belinchón (Cuenca). Al final de la guerra se le reconoció por la moneda que su ama le había metido en el bolsillo. Su cuerpo descansa en el cementerio de Villatobas (Toledo). Notas tomadas por el actual vicario parroquial de Santa Cruz de la Zarza (Toledo) Don Jesús Ángel Marcos Bascones.






JUSTO LOZOYO LÓPEZ
FRANCISCA LÓPEZ MORENO

■Exhumación, 16 de mayo de 2011
■Inhumación de los Siervos de Dios a Valdelacasa, 2 de julio de 2011

El sacerdote Justo Lozoyo López sufrió el martirio junto a su madre, doña Francisca López Moreno.

Francisca había contraído matrimonio el 1 de agosto de 1901 con Timoteo Lozoyo García enVladelacasa de Tajo (Cáceres). Tenían un sólo hijo que nació el 6 de Agosto de 1902.

Justo recibió la ordenación sacerdotal el 16 de Junio de 1927. Cuando estalla la guerra le encontramos ejerciciendo el ministerio como ecónomo de Carrascalejo (Cáceres). Los domingos atendía el pueblecito anejo de Navatrasierra. Los últimos días del mes de Julio de 1936 ya no se podía hacer nada y su vida corría gravísimo peligro. Entonces, buscó refugio junto a sus padres en su pueblo natal. Allí permaneció hasta el 25 de Agosto. Ese mismo día se instaló en el pueblo la columna anarquista "Fantasma", que venía asolando toda la comarca. Se informaron de que el párroco había desaparecido pero que había otro sacerdote, hijo deol pueblo. Lo detienen, y cuando él confiesa su condición sacerdotal, lo sentencian a muerte inmediata en la misma plaza.

Enterada su madre, corre y ve a su hijo ya aspotado en la pared frente a los fusileros, que lo encañonan. Se abraza a él y ruega a gritos al capitán. Este intenta arrancarla y no puede. Entonces se aparta y da la orden de "¡fuego!". Con un "¡Viva Cristo Rey!" cayeron ensangrentados y abrazados los cuerpos del hijo y de la madre. Acto seguido se ensañaron con los cadáveres.





JOSÉ LÓPEZ CAÑADA
José López Cañada era natural del pueblo salmantino de Ventosa del Río. Había nacido el 21 de septiembre de 1898 y recibió la ordenación sacerdotal el 26 de mayo de 1923.

Al comenzar la persecución religiosa le encontramos ejerciendo como beneficiado sochantre en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Además Don José era el capellán del Convento de San Pablo de las Madres Jerónimas de Toledo.

Sumando la cifra total de sacerdotes diocesanos y religiosos (carmelitas, maristas y operarios diocesanos) que en aquel momento ejercían el ministerio solamente en la ciudad Imperial se obtiene la cifra de 103 muertes violentas, consumadas en el espacio de ¡¡¡ cuarenta y un días!!! Uno de los primeros sacerdotes que sufrieron el martirio por odium fidei en aquellas fechas trágicas fue Don José.

Sucedió el 25 de julio de 1936, solemnidad del Apóstol Santiago, patrón de España. El Capellán de las MM. Jerónimas había celebrado, como era costumbre, la Santa Misa a las siete de la mañana. Después de finalizar esta primera misa, y como sucedía en esos últimos días, acudió al Convento vecino de la Purísima de las Madres Benedictinas para poder celebrar allí también. Al finalizar, regresó a las Jerónimas. Los milicianos acababan de llegar. Tras sumir las formas consagradas del Sagrario se entregó inmediatamente a los que con amenazas exigían su presencia. Y allí mismo, en el patio del Convento, fue acribillado a tiros.






MANUEL FERNÁNDEZ-VÍTORA Y ALCAIDE
Manuel Fernández-Vítora y Alcaide había nacido en Lillo (Toledo) el 10 de abril de 1901. Fue muy amante de la catequesis de niños y adultos, siendo muy querido en todos los pueblos por donde desempeñó el ministerio sacerdotal. En 1935 era ecónomo de Buenache de Alarcón (Cuenca). Vivía con sus padres y otros familiares.
El 25 de julio de 1936 celebró la última Misa pública en la parroquia, pidiendo especialmente por la paz. Le amenazaron de muerte, pero él decía a su familia y a los feligreses: "No tengáis pena; si me matan es que me llama Dios..." El día 28 los milicianos echaron a don Manuel y sus familiares de su casa. Estos se refugiaron en la ermita de Nuestra Señora de la Estrella.
Enseguida alguno del pueblo debió reconocer a don Manuel y, tras denunciarlo, fue detenido. Le dieron una paliza tan grande que destrozaron dos escopetas en su cuerpo y le rompieron un brazo. También martirizaron a su sobrino, un niño de corta edad que lo acompañaba. Tras continuas palizas y ultrajes fue conducido al Ayuntamiento de Buenache. Allí ocurrieron cosas terribles. El sobrino le decía: "Alce el puño, tío, para que no le peguen. Diga usted.. ¡Viva Azaña!" Pero el tío lo miraba con sonrisa mezclada en dolor y callaba, callaba y no alzaba el puño. Las palizas aumentaron hasta tal punto que don Manuel aparecía ensangrentado por todo su cuerpo. El niño, envuelto en lágrimas, decía a los verdugos: "No peguéis a mi tío, que ha sido nuestro padre, que nos quedamos sin padre y él nos ha criado"
Finalmente le dijeron que lo llevaban a Cuenca ante el Gobernador. Antes de salir dirigiéndose a su sobrino, sabedor de lo que se avecinaba, le entregó un crucifijo, diciéndole: "Di a la abuela que lo lleve siempre consigo... Le dices que no llore... Que me dice Dios que me van a matar... ya sé que me van a matar... El tío se va a un sitio donde estará muy bien... Va al Reino de los Cielos... Va a tener la mejor Madre allí". Se despidió del sobrino y en coche lo condujeron a Cuenca. Eran las tres de la madrugada. Durante todo el trayecto, fueron dándole puyazos e insultándolo, mientras él iba rezando; ya cerca de Cuenca, pronunció las últimas palabras: "Dios mío, recoge mi alma y no toques a mis padres". Así cayó desplomado a las afueras de Cuenca, en la carretera de Valencia, cerca de un aserradero. Eran entre las seis y las siete de la mañana del 7 de agosto.



FELICIANO MONTERO NAVARRO
Eran tres los sacerdotes que en 1936 trabajaban en la parroquia toledana de Corral de Almaguer, por entonces dependiente de la diócesis de Cuenca. Sus cuerpos reposan en la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción de dicha localidad.

Don Feliciano Montero Navarro era el párroco desde 1930. Había nacido el 20 de octubre de 1872 en Fuentelespino de Moya (Cuenca). Tras recibir la ordenación sacerdotal en 1898, se quedó de profesor de Latín en el Seminario. Después ejerció el ministerio en algunos pueblos.

Junto a él trabajaban otros dos sacerdotes. El primero era Don Eduardo Andrade Trujillo y D. Vicente Núñez Alcázar.

EDUARDO ANDREDE TRUJILLO




Nació en Corral de Almaguer el 26 de octubre de 1891. Al comienzo de la guerra ejercía el ministerio como capellán de las Monjas Concepcionistas Franciscanas.

Aunque sufrieron el martirio al iniciarse el mes de noviembre, Don Feliciano ya fue apresado en su domicilio, a altas horas de la noche, en uno de los primeros días de la guerra civil, por una cuadrilla de milicianos y conducido a la cárcel lo hicieron objeto de toda clase de burlas. Fue obligado, con amenazas de muerte, a intervenir en la destrucción de la iglesia y a trabajar en una bodega, soportando todo tipo de insultos y vejaciones con gran resignación y paciencia, siendo con sus consejos y exhortaciones, el consuelo de todos los que le acompañaban en la prisión. A primeros de octubre, fue puesto en libertad.

Por su parte Don Eduardo fue apresado el 20 de julio, junto con el coadjutor de Corral, Don Cipriano Bonilla. Don Eduardo fue quien confesó por última vez a Don Cipriano antes de que lo asesinasen el 21 de agosto. Fue obligado a trabajar en las eras. Se burlaban cruelmente de él, con amenazas de muerte, obligándole a confesar a unos muñecos en la plaza del pueblo. También fue puesto en libertad a primeros de octubre.

VICENTE NÚÑEZ ALCÁZAR
Adscrito a la parroquia figuraba también Don Vicente Nuñez Alcázar, natural de Daimiel (Ciudad Real) había nacido el 28 de octubre de 1897.

Don Vicente fue detenido, a las diez de la noche, del 24 de julio de 1936, con el pretexto de que al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, iba a celebrar la Santa Misa; a las dos horas fue puesto en libertad. Le obligaron, como a los otros, a participar en la destrucción de la iglesia parroquial.




FRANCISCO SÁNCHEZ RUÍZ
En mayo de 1937, revolviendo en la hornacha de la fragua de su casa, los hermanos de Paquito, dieron con un tubo de ajuste, dentro del cual se veía un objeto negro. Se asustaron al principio por temer fuera una bomba que el “cuerpo de tren rojo”, que allí había vivido y guisado hubiera dejado. Con cuidado sacaron el contenido del tubo, quitaron el trapo negro que lo envolvía y se encontraron con unos papeles, recibos de “La Caridad Social de Socorros mutuos” escritos por detrás.

Era una especie de diario escrito por Paquito antes de asesinarle. Estaba algo quemado, pero parecía imposible no hubiera perecido totalmente desde primero de Octubre de 1936, dentro del hornacho donde habían hecho lumbre y fuego diariamente, y que no lo hubieran encontrado los rojos.

Papeles viejos eran y estaban chamuscados, es verdad, pero también como precioso tesoro para los suyos por tratarse de escritos del hijo y hermano tan querido en sus momentos siempre inquietos y dolorosos.

Había que guardarlos donde fuera para que los enemigos que tenían en su misma casa (en la que los amos, estaban como presos) no los encontraran… Y allá en un escondite de las cámaras, fueron depositados hasta… ¿Cuándo? Han pasado dos años más. Ha venido la paz para la casa, paz dolorosa por la falta de los caídos, y los papeles se han sacado. Pero apenas se entiende lo que dicen. ¿Era tan nervioso Paquito y tenía una letra tan rara? ¿Fueron escritos sin duda tan deprisa y con tanta inquietud?

Al hacerles recordar con mi visita todos aquellos sucesos dolorosos y trágicos que durante la guerra vivieron, los de casa de Paquito, me han mostrado estos queridos papeles chamuscados. Y me he propuesto descifrar su contenido para su familia.

¡Que claramente veo al amigo Paquito a través de sus líneas! ¡Cómo le contemplo en mi imaginación, en los tiempos pasados!. He reído tanto con él… ¡Nos ha confiado a veces pensamientos tan serios y sanos que guardo escritos por él!
Con estas impresiones en la mano, mi mente se llena de mil recuerdos.

Había nacido y crecido en Sonseca (Toledo). Nació el 28 de abril de 1910. Desde niño le era familiar el sonido de la fragua al martillar sobre el yunque el hierro candente. Su padre era herrero. El creyó que había nacido para serlo y que era para él, como un deber, el trabajar en el taller de su casa, ayudando a su padre. Hasta que…

Salió por primera vez del pueblo, vio otros horizontes, otras gentes. Se dio cuenta de que muchísimos jóvenes a su edad estudiaban, sabían discurrir, hablar, desenvolverse mejor, hacer cosas bellas. Y él en su pueblo no era de los últimos, aquí se sintió pequeño, muy pequeño en su ignorancia.

Reflexionó que a él no le faltaba inteligencia para llegar a ser lo que “aquellos”, sino enseñanza. Lamentó no haber mediado antes que existen vidas mejores que la suya por la cultura, para haber buscado más joven la instrucción superior.

Pero no se desanimó. Para elevarse un poco, siempre era tiempo. El se propuso saber, aprender mucho, llegar a poseer una cultura que le sirviera para presentarse a cualquier sitio sin sentirse nunca ridículo, cosa que hace tanto sufrir al ser que, lleno de dignidad, posee un poco de orgullo o amor propio. Y luego… dejar lo que toda su vida anterior creyó su destino: el taller mecánico.

Estudiaría trabajando en el yunque. Eso sí, seguiría en el negocio para, con su padre, levantar más y más su casa en bien de los suyos que eran muchos. No quitaría una hora al trabajo cotidiano que constituía el pan diario, pero velaría robando horas al sueño, perdería su paseo, una reunión… cualquier distracción para estudiar y procurarse un porvenir más elevado.

En sus primeras salidas al mundo, así como sus ojos se llenabas de imágenes nuevas y bellas, en su imaginación tomaban vida mil ideas y en su corazón anidaban las ilusiones.

Y eso que tenía que luchar mucho y trabajar más. ¡Qué sueño poder estudiar en Madrid!, pero solo tenía que vencer todos los obstáculos y barreras, ya que era imposible dejar así a su padre y no se podían pagar profesores. Había algún dinero, pero debía ahorrarse.

Iban a ser muchos esfuerzos…

A pesar de todo, quizá en las primeras luchas que tuvo que sostener entre su optimismo y el desaliento, pasó junto a él una mariposa y meditando, se dijo que aquel insecto tan alegre y bello, había sido gusano arrastrado. También él había tenido que laborar intensamente para elevarse ahora y volar libremente…

Había que trabajar para procurar, al volar más tarde, una vida de trabajo más holgada a su cuerpo y sentir más libre su espíritu.

Estudió solo, con constancia y sin desfallecer en los mil inconvenientes que al maestro toca salvar y que él tenía que resolver por sí mismo.

Decidió hacer el bachillerato en poco tiempo. Soñó con llegar a obtener el “Don”, no por soberbia sino por la justa satisfacción de haber logrado conquistarlo y como premio a su esfuerzo.

Siempre fue Paquito parco en palabras que hablaran bien de sí mismo y mal de los demás. De expresión seria y sonrisa fácil, sin embargo, espíritu sano, alegría sana. Para él no existía la diversión. Todo era estudio, y descanso poco.

Parece que teniendo fuerte inclinación al trabajo, no debía haber pensado en otra cosa, puesto que en su casa tenía el pan seguro.

Pero es que Paquito se había dado cuenta de que aquello era vivir muy esclavo y él quería hacerlo como hombre libre con la gracia de Dios.

Tuvo que ir a Madrid a cumplir el servicio militar. Y sin fijarse en otros de pueblo que aprovechaban el tener que vivir en la capital para divertirse y malgastar el dinero ganado a fuerza de sudores en su casa, Paquito hizo cálculos para saber cuántas horas tendría libres y podría emplear en instruirse.

Aprovechó bien el tiempo y regresó a su pueblo toledano con un álbum de láminas dibujadas con mil conocimientos aprendidos observando, preguntando y leyendo, y con la satisfacción de saber más que cuando marchó.

Todo iba bien, el negocio subía, la casa mejoraba, él sacaba los cursos adelante… Se sentía más contento de sí mismo y continuaba queriendo ser más culto…

Desde su escapada a la Exposición de Barcelona, no había hecho otro viaje largo. Tenía ilusión por ver las grandes fábricas y los Altos Hornos de Bilbao, de donde reenviaban el hierro que ellos empleaban luego para hacer artes, norias y otros objetos para las huertas.

En 1935 decidió el viaje y en noviembre marchó a Vizcaya. Ya era Presidente de Acción Católica de Sonseca. ¡Cómo le admiró ver en Bilbao las iglesias llenísimas de personal en las misas del domingo! Porque eso en estos pueblos de Toledo no se ve. ¡Y se siente tanto!

Impresiones bellas y sentidas, produjeron en Paquito, Bilbao, su puerto con los elegantes puertos veraniegos llenos de palacios y chalecitos, y sus factorías… Visitó el Santuario de Nuestra Señora de Begoña, donde, primero como cristiano, rezó y luego como turista, lo examinó todo. Quedó convencido del catolicismo de los vascos. Nos envidió por vivir allí.

Recorrimos juntos el vapor correo “Habana” (hoy también desaparecido por un terrible incendio) que nos hizo sonar con una viaje largo, cuya travesía sería ideal en aquella biblioteca, en la bonita sala de música, en aquella galería de espejos, en el hall alto de estilo árabe. Yo tuve bastantes días la imaginación ocupada a cuenta del barco anclado en el río Nervión y creo que a Paquito, más sensato, le ocurriera algo parecido. Uno a otro nos animamos diciéndonos que tal vez haríamos el viaje algún día… Todo lo que pensábamos del porvenir era bueno, ¡cómo figurarse…!

El último recuerdo que guardo de Paquito es su estancia en la tierra vizcaína. Nada le oí de sus propósitos, pero estoy segura de que volvió a Toledo más decidido a llevarlo a cabo. La visita a las industrias le impresionó y el ambiente elegante le sedujo. ¡Qué diferencia de estos pueblos grandes y hermosos de Bilbao a los de Toledo! “Pobres e ignorantes” decía. Todavía guardo la carta enviada a Bilbao poco después en la que nos cuenta sus impresiones y nos dice que su viaje a Vizcaya no podría olvidarlo jamás.

¿Cuáles eran los pensamientos que Paquito pensaba convertir en realidad? La muerte guarda su secreto. La muerte vino a cortarlos malogrando la flor que, en el árbol de su vida, iba a convertirse en fruto provechoso.

Cuentan que hasta los últimos días no dejó de estudiar, aún viviendo en el terror de poder morir…

Cayó, juntamente con su padre, el 20 de octubre de 1936 vilmente asesinado por las fieras, envidiosas de que hubiera seres que quisieran elevarse en esta vida. Su delito fue el ser trabajador infatigable, hijo modelo y religioso como buen español.

Tengo ante mí, chamuscado y escrito nerviosamente, su cortísimo diario –del 20 de julio al 12 de octubre de 1936-. Era su único desahogo el “hablar” con la pluma en los días horribles. Algo cuesta entender su contenido pero con interés se logra al fin.

Llena del respeto y del cariño que la muerte produce y del recuerdo que del amigo asesinado me trae, leo y repaso esas impresiones íntimas (y nunca tanto como en la ocasión en que las plasmó en el papel) que voy a procurar poner en claro a continuación.

¡Están tan llenas de vida! ¡Palpita en ellas la esperanza, el terror, la tristeza y el desaliento! En algunos momentos piensa en la muerte al escribir: “Tengo fe absoluta en el triunfo, aunque no llegue a conocerlo”. Pero la esperanza es perenne, al escapársele esta frase, cuando habla de los asesinatos a los que llamaban “paseos”. Paseo, palabra a la que he de dedicar más de una página…”

He ahí la ilusión de salvarse que le animaba en medio del temor que le hacía presentir sería víctima. Verdaderamente, bien podía haber dedicado páginas explicando lo que era el “paseo”, puesto que le tocó vivirlo con todos sus horrores y angustias. Pero no volvió de él, y toda su agonía y sufrimiento quedaron con él al caer su cuerpo atravesado por las balas. No ignoramos ya lo que era el “paseo”. Y por eso sabemos que Paquito fue mártir.

Que nos sea propicio desde el cielo, donde debemos nosotros procurar ir, para gozar juntos de la gloria de Dios.

Escrito por Mª Josefa Fernández
Bilbao, febrero de 1941

20 de octubre de 1936

Cada uno llegó por un camino

Eran las dos de la tarde del 20 de octubre de 1936. La banda de forajidos y criminales apresaba a los jóvenes, adultos e incluso a algún anciano. El dolor punzaba las entrañas de las mujeres (madres, esposas, hermanas…); como dolorosas afligidas, corrían a torrentes las lágrimas por sus mejillas. El golpear de las sienes las anonadaba. Un escalofrío de temor y de miedo tenía repercusión general en el pueblo. Puertas y ventanas cerradas; silencio sepulcral en las calles y casas. Y a esa hora, el Siervo de Dios Juan García-Pulgar daba ejemplo de serenidad, rezando en compañía de su hermana, el Santo Rosario. En medio del corral y sentados en una vetusta carreta, lanzaba al aire esta plegaria: “-Santa María, Madre de Dios, ruego por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Fue en la tarde de ese día cuando vilmente engañados por los milicianos, el Siervo de Dios Francisco Sánchez y su padre, con las herramientas al hombro, fueron a arreglar un camión. Más su destino fue la cárcel. Con el rosario en la mano y con impulsos amorosos y de redención, a todos confortará, a todos alegrará, para las horas decisivas del martirio; gracias a él ni uno solo decayó. No solo, sino en compañía de otros miembros de la Acción Católica, sufrieron las horas más graves.

El Siervo de Dios Luis Caberta, fue detenido y conducido a la “checa” bolchevique de este pueblo. Allí encerrado, con más de treinta paisanos, familiares algunos de ellos, aconsejaba con alegría de Santo que se reconciliasen, porque habían de morir. Que antes de vivir en un régimen de opropio y vergüenza, preferiría desaparecer de esta vida y escalar las alturas del cielo.

Cuando declinaba la tarde, el Siervo de Dios Juan García-Pulgar, junto con su padre, fue conducido al cautiverio. Pocas horas estarían en medio del murmullo doloroso, agobiante y triste de sus compañeros de prisión. Él, junto al resto de miembros de la Acción Católica marcó un ambiente de espiritualidad y contento.

Las primeras notas escritas sobre lo acontecido, apuntalan: “Todos llegaron a confesar que era España quien lo exigía y era Dios el que pedía que su sangre fuera derramada para limpiar y redimir el mundo”.

Los jóvenes mártires se reencuentran. El número se completó con la llegada de los Siervos de Dios Eugenio Perezagua y Emiliano Rojas. Juntos testimoniaban en aquellos instantes supremos su fe en Cristo, según aseguran presénciales testigos. En medio de aquella algazara de santos, según afirma otro testigo Emiliano, dijo estas sencillas palabras: “-¡No nos importa morir!; ¡sabemos que subimos al cielo!”

Finalmente sería la media noche, cuando en rugientes camiones como protestando del crimen horrendo que se iba a acometer, los conducen al campo bendito de Orgaz (Toledo). A su paso por la ermita, el mismo clamor se levantó de todos los pechos, con un adiós de despedida a la Virgen de los Remedios. Luego, balas asesinas, hicieron rodar por tierra a los jóvenes de la Acción Católica. El fin criminal estaba consumado. Su venganza fiera, biliosa y sanguinaria, había hecho entrada en corazones puros y nobles. Alguien dejó escrito: “Murieron para ellos, para los forajidos; pero no murieron, ni morirán nunca para nosotros que hemos de hacer fecunda una sangre en nuestra, porque eran hermanos, y una vida que es ejemplo de una generación fuerte vigorosa y cristiana”.

Desvalijados, en la sandalia del Siervo de Dios Juan García-Pulgar encuentran un rosario y una medalla de nuestra Virgen Dolorosa.

La postulación conserva un cartel de las fiestas de la Virgen del Remedio, patrona de Sonseca, del año 1939. Durante los días 13 a 22 de mayo (hace mes y medio que ha terminado la guerra) tendrán lugar los diferentes actos religiosos.

El 22 de mayo a las nueve y media de la mañana se celebrará un solemne funeral por todos los asesinados desde el 4 de agosto de 1936 al 16 de marzo de 1937.

Aparecen numerados, según los días en que fueron asesinados, el primer lugar lo ocupa el Siervo de Dios Casimiro Rivera Eusebio, cura ecónomo de Sonseca que fue asesinado el 4 de agosto de 1936. El 20 de octubre de ese año, el día más funesto, aparecen 31 nombres, pero que siguen la correlación de otros 27 que ya han sido asesinados durante los meses de agosto y septiembre.

nº 36 Juan García-Pulgar y García-Ochoa Estudiante (Acción Católica)

nº 39 Emiliano Rojas Avilés Pintor (Acción Católica)

nº 46 Eugenio Perezagua Caberta Carretero (Acción Católica)

nº 48 Francisco Sánchez (hijo) Mecánico (Acción Católica)

nº 57 Luis Pérez Caberta Estudiante (Acción Católica)




LUIS PÉREZ CABERTA
Luis había nacido en Sonseca (Toledo) el 9 de octubre de 1918. Un compañero de la Acción Católica escribe en las primeras notas biográficas que conservamos que “era vehemente, impulsivo; como joven sentía ansias infinitas de remontar su imaginación hasta el mismo cielo. Si concretáramos hecho por hecho, rasgo por rasgo, faceta por faceta de su vida, siempre encontraríamos la misma idea: alegría, fe, insuperable constancia en el estudio y en el trabajo”.

A los ocho años servía como monaguillo en su parroquia de San Juan Evangelista ante Portam Latinam de Sonseca. Era muy apreciado por su buena voluntad al servicio de la misma. Y por su nobleza. Prestó este servicio durante tres años.



Con 11 años ingresa en el Seminario Menor de Santo Tomás de Villanueva de Toledo. “Veíamosle - dicen los testigos - en las vacaciones acompañando a todas las funciones religiosas, con su sotana, sobrepelliz y su faja roja, como guerrero laureado que se preparaba a combatir la irreligiosidad y la indiferencia”. Curso cinco años en Toledo: en las aulas que él pisara, era estimado y querido. En esos cinco años el fruto de sus trabajos se vio compensado con muy buenas notas. En esos cinco años fue modelándose su conciencia mientras se forja su espíritu en la piedad firme, sólida y convencida.

Su familia contaba que cada año, cuando llegaba el cumpleaños de sus padres, hermanos o primos, el Siervo de Dios preparaba bellas composiciones, llenas de piedad y de amor a la Virgen para felicitar a los suyos.

A los 16 años, tras ver claro que su vocación no era el estado sacerdotal abandonada el Seminario, regresa a Sonseca e ingresa en el Colegio Católico de Segunda Enseñanza que el venerable y anciano sacerdote, Siervo de Dios Manuel Martín Cabello, había establecido en el pueblo para facilitar la enseñanza a familias pobres y humildes. Durante dos años, estudia el bachiller con excelente resultado. Su animación, su genio, su espíritu revoltoso e inquieto, le valía ser estimadísimo entre sus compañeros.

Luis, dando continuidad de su fe en Cristo, ingresa en la juventud de Acción Católica, trabajando en la sección recreativa: “formaba parte principal y se le veía de rondalla con su violín, para conseguir congraciar y unir a todos. Cuando el arco pasaba por las cuerdas haciéndolas vibrar, especialmente en veladas artísticas, el violín de Luis, dejaba oír sus notas graciosas y cómicas. Era inteligente y de por sí, formaba composiciones que cautivaban y llenaban de emoción”. En 1935, fue nombrado Secretario de Juventud, desempeñando el cargo, con competencia, serenidad y buen gusto.

Cuando estalla la guerra varios jóvenes de la Acción Católica fueron a entrevistarse con Luis en su propia casa. Movidos por el horror y el miedo de los primeros asesinatos y sabiendo lo que les podía suceder le pedían les borrara de las listas oficiales de la Acción Católica. El Siervo de Dios, mucho más joven que la mayoría de ellos, los increpaba diciéndoles: “Es una cobardía ante Dios y nuestra Iglesia, cometer tal felonía”. Y agregaba estas razones: “Nuestra Juventud, no es política, ni sectaria, ni divisionaria, ni herética, ni embaucadora de vicios y de desórdenes. Nuestra Juventud, solo aspira a reformar las costumbres, a perfeccionar nuestra inteligencia, a solidificar nuestras almas y extender el reinado de Cristo sobre la tierra, enseña el respecto y el temor, y enseña a vivir, vida de laboriosidad y de trabajo”.

Según cuentan los suyos, varios días después Luis tuvo la “osadía” de salir a la puerta de casa. Los revolucionarios violentamente le instaron a que se metiera en su casa y no volviera a salir. Convirtieron su propia casa en prisión y allí transcurrirían los días, las semanas y los meses.

En compañía del Siervo de Dios Juan García-Pulgar rezaba diariamente el Santo Rosario. Durante el mes de Agosto, hicieron la novena a Nuestra Señora de los Remedios y a San José. Cuando las noticias sacrílegas y revolucionarias llegaban a sus oídos y, sobretodo, cuando fue destruida la Patrona, Virgen del Remedio, el pobre Luis, exclamaba: “Padre, viene mucho malo; ha llegado la hora de sacrificarnos más que nunca por Dios y su Iglesia; es una ola de persecución la que arremete contra nosotros; una persecución más que la iglesia sufre; más habiendo salido siempre triunfante, ahora también saldremos adelante…”.

20 de octubre de 1936




JUAN GARCÍA-PULGAR Y GARCÍA-OCHOA
Nació en Sonseca (Toledo), el 12 de febrero de 1919. De genio vivaracho y alegre, dice un compañero suyo que “captaba como ondas hertzianas la sonoridad y firmeza de los ideales de la Acción Católica y los transmitía y propagaba con fe sublime y celo ardiente. Su vida fue un dinamismo continuo: impulsivo, enérgico, dotado de un amor propio que se reflejaba con ahínco en cualquier acto de su vida”. Contaba diecisiete años cuando conoció el martirio, un niño en edad y un hombre en ideas. Sus pensamientos eran claros, diáfanos, de una hermosura deslumbrante. Desde pequeño Juan ayudaba a su padre en su taller de carretería.

Compañeros de la AC de Sonseca que escriben las líneas de su biografía nos dicen que “veíamos en su hogar dibujarse la estampa, muy bella, del taller de Nazaret. Juanito con la sierra en la mano o levantando maderos al lado de su padre. Atento y vigilante a satisfacer rápidamente “sus órdenes”. Mientras su padre clava la vista en los maderos perfeccionando su obra, el también elevaba su vista, fijándola en la serenidad del padre atento a cualquier movimiento”.

A los 10 años, Juan, después de haber realizado el ingreso en un Instituto de Segunda Enseñanza de Toledo, se dirige al Seminario Menor. Allí acompaña Luis Pérez Caberta y juntos consiguieron el ingreso. Allí vive tres años haciendo vida de santidad y ejemplo. Allí modela su alma pequeñita conforme al modelo supremo de Cristo. Allí transcurren esos años. Allí despierta su vida. Allí funda sus aspiraciones en un sentir único: servir a Dios en cualquier parte. En aquellos claustros, en aquellas aulas, Juan se ejercita en la virtud y el trabajo.



A pesar de todo, Juan descubre que ese no es su camino y regresa a Sonseca. Como su amigo Luis, prosigue sus estudios en el Colegio Católico de Segunda Enseñanza que el venerable y anciano sacerdote, el Siervo de Dios Manuel Martín Cabello. Los resultados con el bagaje traído del Seminario se harán visibles con premios académicos y notas más que sobresalientes.
Ingresa en la juventud de la Acción Católica de Sonseca apenas se funda. La actividad que desplegara en su vida, la manifiesta en dicho Centro. Nombrado vocal de aspirantes, supo en todo momento mantener ávida y atenta la curiosidad infantil. Los que eran niños en los 1935-1936 serán los que, modelados por Juan desde el aspirantazgo, enarbolaran años después la bandera de la Acción Católica, tras ser diezmadas sus filas, Juan marcó huella imperecedera en aquellas almas. Y el dinamismo, y la superación de obstáculos, características del Siervo de Dios se vieron calcados en admirable realidad.

Antes de la guerra nunca tuvo palabras de encono ni de disputa. Nunca se le tenía que llamar la atención o que corregir. Antes al contrario, con humoradas y con sus dichos y gracejos particulares, contribuía a crear un ambiente favorable. Además después de las clases, voluntariamente, ayudaba a los que tenían más dificultades en el aprendizaje de las primeras letras.

Cuando estalla la guerra su madre teme por su hijo. Nunca pensó Juan que la explosión feroz de venganza pudiera recaer en él ni en la Juventud de Acción Católica. Durante aquellos tres meses, tras estallar la guerra, estuvo en comunicación con su amigo Luis. Juntos imploraban a la Virgen del Remedio, juntos rezaban el Santo Rosario, y las cuentas pasaban por sus dedos, pidiendo a nuestra Madre que cesara ya esta época de persecuciones, de odios, de aniquilaciones y muertes. Nunca pedían por su salvación terrena, antes al contrario exclamaban: “¡Dios mío, que la paz de tu reino, venga sobre la tierra; más si para eso necesitamos ser mártires, sea!”. Celebraron también un novenario a la Patrona de Sonseca, la Virgen de los Remedios y a San José.

Su madre, con el alma partido de dolor, relata que al preguntarle lo que había de decir, caso de verificarse la detención, respondía lleno de entusiasmo: “-Madre, no les importarán mis palabras… y para salvar a España, hemos de ser mártires”.

Llegó incluso a correr el rumor, en aquellos días de pánico y de estremecimiento, que los milicianos tras leer el reglamento de la Juventud de Acción Católica, habían determinado que no era una asociación de fundamentación política y que por ende, nada les ocurriría. El cinismo y la barbarie no reparaban en tales extremos. La decisión estaba tomada… los principales serían ejecutados.

20 de octubre de 1936




EUGENIO PEREZAGUA Y CABERTA
Eugenio nace en Sonseca (Toledo) el 11 de enero de 1911. Sus compañeros de la Acción Católica escriben al referirse al Siervo de Dios: “El pensamiento se revela ante tamaña atrocidad e ignominia. Porque por si hombre honrado y bueno se entiende aquel que trabaja infatigablemente, y es de convicción acendrada, de honorabilidad sublime, de sumisión, de humildad y de amor insuperable a sus padres, católico íntegro en una palabra, nuestro compañero Eugenio lo era”.
Tenía un alma de niño y parecía cumplirse en él, esa humildad y esa sencillez de la que nos habla Cristo en su Evangelio: “Sed sencillos como los niños…” y Eugenio así lo era. Manso como cordero que recibe las caricias de todos y es grato y virtuoso para con los demás. La mínima cosa le enardecía y le agrandaba ante los ojos de Dios.
Su madre nos dice que su hijo “era modelo de obediencia y de gratitud”. Ella también cuenta que Eugenio siempre se mantuvo a su lado queriéndola, consolándola y satisfaciendo todos sus deseos. Muy amante de su familia, fue respetado por sus hermanos como si se tratase de un segundo padre, ya que era el mayor de la casa. Siempre reconocido y abnegado. “En medio de estas flores hermosas de virtudes que le adornaban, Eugenio también cayó asesinado por las milicias republicanas”.



20 de octubre de 1936




EMILIANO ROJAS AVILÉS
Nació en Sonseca el 30 de junio de 1915. Contaba 22 años cuando le cupo el honor de ser mártir. De carácter alegre, nunca la contrariedad y el disgusto tuvieron asomo en su semblante. Trabajador desde pequeño, auxiliaba a su padre, mártir como él, en su taller de hojalatería. Sus aficiones a la pintura le llevaron a acometer empresas dignas de elogio. Perfeccionó sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo y siempre, obras salidas de sus manos, tenían representación en cualquier manifestación religiosa.
Su madre, declaraba llena de dolor, el vivo entusiasmo que en él despertó la celebración del cincuentenario del Apostolado de la Oración al colocar en el arco central de nuestra Iglesia una pintura simbolizando el escudo cardenalicio, siendo efusivamente felicitado. La fiesta fue el 27 de octubre de 1935, que era el día de Cristo Rey.
http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/CECLM/ARTREVISTAS/Toledo/Castellano/Pdf/8231.pdf
Múltiples casas de Sonseca vieron adornadas sus habitaciones con pinturas y filigranas artísticas de nuestro joven. Su maestría, su buen gusto, su espíritu y vocación para la pintura le hacían ser incansable en sus trabajos.
Pertenecía a la Juventud de Acción Católica desde 1933. Se le puede considerar como socio fundador de la misma. Formaba parte de la directiva de aquel entonces. Resulta en verdad difícil elaborar, fijar ideas, prestar atención, cuando nuestro espíritu está disperso por el cansancio. Más él, agotado en su trabajo cotidiano, asistía, sin opción contraria, a nuestros Círculos de Estudios, por mandato expreso de su voluntad férrea y de su idea convicta.
Cumplidor, sin tacha, en todas las manifestaciones de apostolado, en las veladas artísticas, en cuadros recreativos o en cualquier otro acto de propaganda… su actuación, su mano decidida y generosa, siempre prestaba apoyo.
Recordamos a este respecto la representación de una obra titulada “Los dos americanos”. En ella tomaban parte varios de los mártires, y Emiliano actuaba cabalgando en un caballo de caña, su padre, medio en broma, medio en serio, le importunaba por el papel ridículo que ejercía en la función y él contestaba:
“Tened presente padre, que es la juventud quien lo exige… y que en bien de ella hemos de sacrificar nuestro orgullo y nuestras conveniencias”.
Hasta en una actuación teatral el ánimo profundo era acercar a los jóvenes a Cristo, reavivar llamas escondidas, despertar conciencias, renovar y perfeccionar aptitudes.
Tras estallar la guerra, pretendieron apresarlo el 22 de julio de 1936, no lo consiguieron pues estaba enfermo atacado por un fuerte catarro nasal. Hasta la fecha de su detención definitiva, diariamente y en compañía de su familia rezaba el Santo Rosario, demostrando en todo momento una sólida piedad y una confianza absoluta en los designios de Dios. Distinguiéndose siempre por una caridad sólida, amando y perdonando a todos, socorriendo al pobre y teniéndoles siempre presentes en sus miserias y aflicciones.


20 de octubre de 1936




DANIEL VENTERO PLAZA

Los hermanos Enriqueta y Daniel Ventero Plaza vivían en Toledo los últimos meses antes de que comenzase la guerra civil. Entonces decidieron sus padres que debían regresar para mayor seguridad a La Torre de Esteban Hambrán, su pueblo natal. Enriqueta estudiaba en la Escuela de Bellas Artes y Daniel estaba preparándose para presentarse como Secretario en el Ayuntamiento. Su hermana le recuerda rezando el rosario en casa todos los días, acudiendo a Misa y como miembro destacado de la Acción Católica. En casa del párroco, Don Adrián Aguado, daba catequesis a los niños.

Estando en su casa, vinieron a llamarle para que fuese a declarar al Ayuntamiento. Algún vecino le intimaba para que no fuese. No llegó al Ayuntamiento puesto que fue asesinado en la parte de atrás de la Iglesia parroquial de Santa María Magdalena en La Torre de Esteban Hambrán. Fue fusilado junto a Marcial Domínguez y Tomás Pérez (una lápida aún lo recuerda). Era el 23 de julio de 1936, al día siguiente de la fiesta de la Magdalena.

Debemos aclarar que el martirio de Daniel se vio envuelto en una venganza. Tras ser asesinados tres milicianos (uno de los cuales era hijo del pueblo); éstos, en venganza, buscaron a otros tres para ajusticiarlos. Sin embargo, debe quedar claro que precisamente por que Daniel Ventero se había significado siempre como católico y miembro destacado de la Acción Católica fueron a buscarle para completar el número vengativo de tres en su persona. En el pueblo todos están convencidos del testimonio martirial de Daniel. Todos reconocen que se le preguntó si era de Acción Católica, conminándole a renegar y blasfemar. A lo que el joven Daniel se negó. Siendo por ello asesinado. Murió gritando ¡Viva Cristo Rey!



JUAN MANUEL LÓPEZ AGUADO Y FELIPE AGUADO SERRANO


Otro de los jóvenes que militaba en la Acción Católica de La Torre era Juan Manuel López Aguado. Se dedicaba a dar clases gratuitas a los analfabetos y a aquellos que por trabajar en el campo no podían ir a la escuela. Pertenecía a la Acción Católica. Fue asesinado junto al seminarista Juan de Dios Blasco Merino, del que se dice que apareció maniatado con su propio rosario (a modo de esposas) y a Felipe Aguado Serrano, los tres fueron asesinados en Boadilla del Monte (Madrid) el 22 de agosto de 1936.



Felipe también pertenecía a la Acción Católica. Todavía vive una hermana suya de 94 años. Ella recuerda que cuando vinieron a detenerle le condujeron al Ayuntamiento para que viese las atrocidades que allí se cometían. En un descuido Felipe intentó escapar, con tal mala suerte que se precipito por una ventana hiriéndose en las piernas. Llevado a su casa, el médico que le atendía declaró que le estaban sofocando para que le diera el alta y, así poderle arrestar. Cuando ya por fin lo detuvieron los milicianos, una testigo afirma que dijeron: - A este ya le quedan rezar pocos rosarios...
Antes de irse le dio una carta a su madre y le dijo que la conservase hasta que supiese de su suerte: - Usted no la abra, téngala en el pecho y ya la abrirá alguna vez. Cuando leyó el contenido encontró emocionada palabras de resignación, perdón y aceptación ante la muerte que ya esperaba: El morir como mártir es mi destino, ¡Dios mío! ¡Cuántas gracias te doy por esta suerte!...



LUIS DÍAZ PLAZA
Luis Díaz Plaza trabajaba desde crío como dependiente en la fábrica de chocolate La Favorita, situada en el nº 6 de la Calle de la Soledad de Fuensalida. Miembro destacadísimo de la Acción Católica, tenía el cargo de Tesorero.

Ya, en los primeros días de la guerra, el propio Luis contó un suceso muy renombrado que pasó antes de que fuese asesinado. Era domingo y estaban paseando Luis y su novia con otra pareja. Se encontraban por una pared del antiguo cementerio cuando salieron a su paso 6 ó 7 hombres que quisieron que se quitara la insignia de Acción Católica de la que era ferviente activista. Él les dice que no, que cuando ellos se quiten su brazalete rojo, él se quita la insignia… que sí, que no… así unas cuatro veces…

Retiraron al otro joven y a las chicas, apartándolas con violencia, las tiraron al suelo; entre todos le dieron una paliza a Luis, al cual no lograron quitarle su insignia. Esta insignia, como una auténtica reliquia, está colocada en el Sagrario del altar mayor de la Parroquia de San Juan Bautista de Fuensalida. Después se lo llevaron detenido al Comité y por el camino le dijeron que echase a andar por delante. Mientras le pegaban culatazos y disparaban al aire.

Una testigo declara que cuando Luis se lo contó no demostraba ningún rencor, sino que con sencillez explicaba que en aquellos momentos iba preparándose para la muerte. Y que ella, que entonces contaba 13 años de edad, vio los moratones que Luis le mostró. Después a los dos o tres días le vio pasar entre dos milicianos, por delante de su casa y le dijo con un tono que denotaba claramente tintes trágicos de despedida: ¡Adiós, Carmen!

Luis, después de ser detenido la primera vez, nunca declaró quien o quienes le habían pegado (que se encontraba uno al cual le había hecho un gran favor) y que deseaba que su novia no guardase rencor contra nadie.

MÁXIMO PADILLA CASAR
Máximo Padilla del Casar nació el 27 de mayo de 1914. Además de pertenecer a la Adoración Nocturna, era vicepresidente de la Acción Católica de Fuensalida (Toledo). Tras la muerte de su padre pasó a regentar el taller de carros y de molinos de pienso que tenían en su propia casa.

A los pocos días de iniciarse la guerra civil, Máximo sería asesinado, era el 24 de julio de 1936, fue el primer asesinado en Fuensalida. Su madre le había recomendado que no cerrase el negocio para no favorecer al clima, ya de por sí, muy enrarecido. Desde el 18 de julio todo el mundo tenía cerrados los comercios.

Todo sucedió a gran velocidad. Él estaba leyendo el diario ABC a la puerta del Taller, y tres milicianos que pasaban por la puerta, conocedores de quién era y a lo que se dedicaba, le dispararon a bocajarro un tiro, con escopeta de cañón, que fue directo al corazón… fue un único disparo y por la camisa un tenue hilo de sangre que delataba lo ocurrido. Ante la injusticia cometida, alguien dijo, ha ido a caer la mancha en el mejor paño.

Enterrado primero en el cementerio parroquial de Fuensalida, luego fue trasladado a la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos (Madrid).





CLEMENTE VILLASANTE RODRÍGUEZ
Don Clemente Villasante Rodríguez nació en Talavera de la Reina (Toledo) el trece de noviembre de 1888. Había sido ordenado sacerdote el 17 de mayo de 1913. Cuando comienza la guerra civil era el párroco de Alcaudete de la Jara (Toledo).



JOSÉ FERNÁNDEZ-AVILÉS HUERTA
Don José Fernández-Avilés Huerta era natural de Noblejas (Toledo). Nació el 19 de marzo de 1892 y recibió la ordenación sacerdotal el 18 de diciembre de 1915. Era coadjutor en la parroquia de Alcaudete de la Jara (Toledo).


Don Clemente y Don José vivían, con sus familias respectivas, en casas que se comunicaban. A mediados de julio del 36, ante el cariz de los acontecimientos, Don Anastasio Granados y 2 ó 3 sacerdotes les instan a ir a la Fresneda para esconderse en las zahúrdas de los cerdos. Ellos se negaron, apelando a su obligación de permanecer con sus feligreses. Después del día 20 de julio, ante la imposibilidad de acudir a la iglesia, vivían encerrados en la casa, vigilada por los milicianos, y preparándose a una muerte que veían inminente.

El 30 de julio una camioneta con milicianos se paró delante de la casa reclamando a gritos que salieran los curas. Salen. Se despiden de los suyos, mientras se ponen a llorar. Don Clemente les dice: Ha llegado la hora de honrar nuestro sacerdocio... Adiós ¡Hasta el Cielo! Luego bendice a algunos curiosos que están mirando. Antes de subirlos al camión los maniatan. Les dice el párroco: Bastantes cosas buenas hicimos al pueblo ¿por cuál de ellas nos tratáis así? Que digan esos qué mal les hicimos. Pero el miedo les hace enmudecer. Piden el breviario y se lo niegan. Camino de Talavera de la Reina, hablan con entereza y sinceridad cristiana a los milicianos del camión. Tanto que uno de ellos se mareó y otro decidió bajarse. Llegan a la ciudad. Los del Comité de Talavera les dicen malhumorados: - Este asunto no es nuestro. En su pueblo podíais haber hecho lo que fuera. Tampoco los admitieron en la cárcel. Entonces decidieron llevarlos por la carretera de Madrid y a muy poca distancia, en la ermita de Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina (Toledo), los fusilaron. Murieron con el grito de ¡Viva Cristo Rey! en sus labios.



JOSÉ MARÍA MALDONADO VALVERDE
Don José María Maldonado Valverde había nacido el 14 de febrero de 1880 en el pueblo almeriense de Fondón. Procedía de Granada y había sido alumno y luego profesor de las famosas Escuelas del Ave María del Padre Andrés Manjón. Ordenado sacerdote el nueve de junio de 1906. Llegó a Toledo en agosto de 1927 para ocupar una capellanía de Reyes en la Santa Iglesia Catedral de Toledo. Era un sacerdote de gran corpulencia, culto, piadoso y caritativo. Compartía un modesto piso cercano a la Catedral con otro sacerdote, Don Manuel de los Ríos.

JUAN MANUEL DE LOS RÍOS RUEDA
Don Manuel de los Ríos Martín Rueda era natural de Talavera de la Reina (Toledo) el 16 de noviembre de 1903. Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de marzo de 1927. Era una joven promesa para la diócesis. Había cursado estudios en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Colaboraba en revistas especializadas y en un proyecto nacional sobre Escritura. Era profesor y Vicesecretario de Cámara en el Arzobispado.





En la tarde del 30 de julio de 1936 los milicianos llegaron a la casa de Don José María y Don Manuel, y los condujeron a menos de un centenar de metros, a la Plaza de la Cabeza, en la ciudad imperial. Murieron abrazados bajo el fuego de los fusiles.





Manuel de los Ríos y José María Maldonado







CALIXTO PANIAGUA HUECAS
Calixto Paniagua Huecas nació el 14 de octubre de 1886 en Olías del Rey (Toledo). Doctor en Teología, Filosofía y Derecho Canónico, realizó sus estudios en la Universidad Gregoriana de Roma. Su familia todavía recuerda haberle acompañado en alguno de sus primeros destinos: Ocaña en Toledo o Peal de Becerro en Jaén.

En 1920 fue nombrado por el obispo López Criado profesor de Teología Dogmática del Seminario Conciliar de San Bartolomé de Cádiz. En el curso 1933-34 Don Calixto aparece, firmando las actas de ese curso, como Prefecto de Estudios. Aunque con toda seguridad ejerció las tareas de Vicerrector. Todavía algún sacerdote anciano le recuerda por ser un hombre muy bondadoso que demostraba su cariño a los seminaristas, especialmente a “los latinos”, que era como se conocía a los de más corta edad, a los que daba clase de griego. Les repartía peladillas. Era muy aficionado al fútbol…

El 21 de septiembre de 1933 tomó posesión como chantre de la Catedral de Cádiz.

Cuando estalló el conflicto bélico del 36, Don Calixto se hallaba circunstancialmente en Toledo, y fue encarcelado a últimos de julio. Según las crónicas el 22 de agosto, sobrevoló Toledo el primer avión del ejército de Franco, que aún estaba lejano. En vez de bombas, dejó caer sobre el patio de El Alcázar un cargamento de víveres enlatados y un mensaje de esperanza. Inmediatamente el ejército republicano redobló los bombardeos aéreos, con tal nerviosismo, que algún proyectil cayó en sus propias trincheras matando a algunos milicianos. Esa misma noche en venganza sacaron a un grupo numeroso (unos 60 seglares, 12 hermanos maristas, 11 sacerdotes) y los fusilaron junto a la Puerta del Cambrón de la ciudad imperial. Ocurrió en la noche del 22 al 23 de agosto de 1936.





LORENZO SILVEIRA Y CRAUX
Don Lorenzo Silveira y Craux había nacido en Mohedas de la Jara (Toledo) el 8 de julio de 1875. Era el párroco de Casas de Don Pedro (Badajoz) cuando estalla la persecución religiosa. Este pueblo extremeño pertenecía, como tantos otros, a la Archidiócesis de Toledo. Hoy depende del arciprestazgo de Puebla de Alcocer (Badajoz) de la Vicaría de Talavera de la Reina.

Meses antes de la guerra, el templo parroquial de Casas de Don Pedro (Badajoz) sufrió un conato de incendio. A mediados de julio fue detenido el párroco, pero lo soltaron muy pronto. Siempre se negó a huir del pueblo. – Aquí estaré hasta que Dios quiera. En un momento determinado fue evacuado del pueblo hacia la sierra, junto con otros vecinos, pero enseguida volvió a su casa.

A principios de septiembre fue nuevamente detenido y encarcelado en la iglesia con otros hijos del pueblo. Con su amonestación logró que un compañero de prisión que iba a suicidarse desistiera de ello. Un testigo que estuvo con él la víspera de su muerte afirma que lo vio sereno. En la madrugada del 6 de septiembre de 1936, tras un extraño repiqueteo de campanas, le condujeron a él y a otros cinco presos a pocos kilómetros del pueblo, siendo fusilados.






FRANCISCO NAVAS VEGA
En Cervera de los Montes (Toledo) nació el 2 de abril de 1885 el sacerdote Francisco Navas Vega. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de abril de 1908. Cuando estalla la guerra le encontramos ejerciendo el ministerio en la ciudad de Toledo como ecónomo de la parroquia mozárabe de las Santas Justa y Rufina. Además era beneficiado mozárabe de la Santa Iglesia Catedral Primada.

Desde la entrada de las milicias republicanas en Toledo Don Francisco se refugió junto con Don Benito López Hazas, en casa de éste. Don Benito era capellán de Reyes en la Catedral Primada, estaba ciego y fue el sacerdote de mayor edad (81 años) de los que dieron su vida durante la persecución religiosa. Viendo que corrían grave peligro en este domicilio, decidieron trasladarse a casa de un amigo común.

Pero el 29 de agosto, de ese año fatídico de 1936, aparecieron unos milicianos que detuvieron a Don Francisco y a tres jóvenes de la familia que acogía a los sacerdotes. Los chicos eran estudiantes. Don Benito, respetado en un principio, sería asesinado varios días después. Conducidos los cuatro (el sacerdote y los tres estudiantes) junto al Monasterio de San Juan de los Reyes, fueron fusilados.




VALENTÍN COVISA CALLEJA
En el altar mayor del convento de la Encarnación de las Madres Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo) reposan los restos de Don Valentín Covisa Calleja. Había nacido en la provincia de Toledo, en el pueblo de Las Ventas con Peña Aguilera, el 14 de febrero de 1867. Se ordenó sacerdote el 15 de junio de 1889.

En 1936 ocupaba como canónigo la dignidad de arcipreste en la Catedral de Toledo. También estaba encargado de las religiosas y, finalmente, era el Administrador del Erario Diocesano. Hombre serio y de reconocida piedad, permaneció en su domicilio de la ciudad imperial desde el día 22 de julio, sin ocultarse, sumido en la oración, y previendo su destino.


El 31 de julio a las seis de la tarde llegan las milicias a su domicilio, mientras realizan un minucioso registro e incautaciones, les sacan a él y a sus familiares… Como les pareció poco lo conseguido, le obligan a entregar todo el dinero que tenían. - Y ahora, ¿de qué viviré?, les pregunta Don Valentín. No te preocupes, responden, te llevamos al comité y allí lo arreglan todo. Sale con ellos vestido de sotana, aunque en zapatillas; pronto observa que no se dirigen al comité sino hacia el Paseo del Tránsito (Toledo). Pregunta por qué, mas no obtiene respuesta. Unos minutos más tarde cae acribillado.






ANACLETO LÓPEZ-AGUADO VAQUERO
Don Anacleto López-Aguado Vaquero nació el 13 de julio de 1869 en Consuegra (Toledo). Se ordenó sacerdote el 24 de septiembre de 1893 y fue destinado inmediatamente como coadjutor de Puente del Arzobispo (Toledo); después ejerció en pueblos pequeños de la provincia de Albacete y de Guadalajara (en pueblos que pertenecían a la Diócesis de Toledo). Tras estar en Los Yébenes (1929) y Huerta de Valdecarábanos (1930), desde 1932 será regente de Villanueva de Bogas (Toledo).
Con fecha de 25 de julio de 1936 se conserva una carta dirigida al Arzobispado en donde narra los últimos momentos antes de salir de allí: "informo con pena que hoy mismo el comité y las milicias me obligaron a presenciar la incautación de la iglesia, viendo con lágrimas como retiraban las imágenes y altares, y el ajuar litúrgico, aunque lo hicieron con respeto". A él le obligaron a quitarse la sotana, pero le protegieron dándole un salvoconducto para llegar a Madrid. Marchó el 9 de agosto; pero detenido por un miliciano que lo esperaba en la estación de Villasequilla de Yepes (Toledo) fue llevado a Aranjuez (Madrid). Allí le obligaron a bajar del tren y, en un puente cerca de la estación del ferrocarril, lo fusilaron.





PATROCINIO DOMINGO SIMÓN Y SATURNINA GIL DOMINGO
Descendientes del pueblecito de Copernal (Guadalajara), cerca de Brihuega, vienen a esta página dos mujeres mártires: madre e hija. Se trata de Patrocinio Domingo Simón y Saturnina Gil Domingo que atendían a Don Anacleto López-Agudo y Vaquero, cura regente de Villanueva de Bogas (Toledo), del que hablábamos en el número anterior.

Según manifiestan los vecinos Patrocinio y su hija Saturnina llevaban con el sacerdote muchos años, pues Patrocinio al quedar viuda se puso al servicio del sacerdote junto con su hija.

Tras asesinar a Don Anacleto, las echaron de la casa parroquial siendo acogidas por unos vecinos. Los testimonios recogidos afirman que eran muy modestas, sencillas, prudentes, con las virtudes propias de personas que, como ellas, cuidaban a los sacerdotes ejemplarmente en aquellos años. Eran muy religiosas, ayudaban en la limpieza de la iglesia, sobre todo Saturnina.

Cuando fueron asesinadas el 19 de diciembre de 1936 Patrocinio tenía 66 años y Saturnina 35. Entrada la noche, tras ser detenidas y encarceladas, las subieron al un camión con otras nueve personas más del pueblo. Al llegar al cementerio de Tembleque (Toledo) fusilaron a todos el grupo.

La causa de su martirio no podemos buscarla en razones políticas, no eran de Villanueva, llevaban viviendo allí tan sólo seis años, por tanto no tenían ni parentesco, ni relación con ninguna familia que estuviese amenazada por pertenecer a uno de los dos bandos. Su único delito fue atender y servir al sacerdote.

(Datos ofrecidos por Don Juan Antonio López Pereira).







Torre de la Iglesia Parroquial de Santa Ana de Villanueva de Bogas (Toledo).




LAUREANO ÁNGEL GONZÁLEZ


Natural de Alcolea de Tajo (Toledo), nació el 4 de julio de 1881. Recibió la ordenación sacerdotal el uno de abril de 1911.

En 1936 era coadjutor de El Puente del Arzobispo (Toledo). El 4 de agosto fue encerrado en prisión junto con el párroco, el Siervo de Dios Don Domingo Sánchez Lázaro, cuyo proceso de beatificación ya está concluido en Roma. Los dos sacerdotes permanecieron en la cárcel hasta el 12 de agosto, ese día y, junto a dos seglares más, fueron conducidos los cuatro hasta las inmediaciones del Puerto de San Vicente (Toledo), donde los fusilaron.





DANIEL GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ




Natural de Consuegra (Toledo). Nació el 3 de enero de 1890, y se ordenó el 18 de diciembre de 1915. En el verano de 1936 ejercía su ministerio como coadjutor de Mora de Toledo. Al estallar la guerra fue conducido a su pueblo natal, entre burlas, por los milicianos de Mora, siendo encarcelado el 14 de agosto.

Ya aludimos en esta sección a otro sacerdote al hablar de los mártires de la Acción Católica de Fuensalida (Toledo). Se trataba del párroco de Fuensalida (Toledo) Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez que era la libertad del sacerdote

Don Daniel junto a cinco sacerdotes que también estaban encarcelados en Consuegra (Toledo), fueron masacrados en la saca del 24 de septiembre de 1936 junto a otros laicos en las tapias del cementerio de Los Yébenes (Toledo).





JUAN AGUADO GARCÍA-ALCAÑÍZ


Natural de Villa de Don Fadrique (Toledo), nació el 18 de marzo de 1901. Ordenado el 14 de junio de 1924. Al estallar la guerra civil lo encontramos ejerciendo el ministerio como párroco de Villamuelas (Toledo).

A primeros de agosto, el comité le conminó que se marchara inmediatamente del pueblo. El día 8, de madrugada, él y otro sacerdote llamado Marcos Escobar Collado, que estaba esos días en Villamuelas, salieron a pie, custodiados por cuatro milicianos que montaban a caballo, hasta las cercanías del pueblo más próximo a una estación de ferrocarril. Allí los dejaron y ellos se ocultaron en un cañaveral esperando el paso del tren. Pero tanto el jefe como el personal de la estación los descubrieron antes de montar en el convoy, y quisieron identificarlos, pero nadie daba la cara por ellos. Dedujeron que eran curas, y denunciaron su presencia por teléfono a las estaciones del trayecto. En la primera parada subieron unos milicianos y reconocieron a Don Juan; subieron también otros de Villamuelas y celebraron un pequeño consejo para decidir qué hacían con ellos. Finalmente los condujeron presos a Madrid. En la siguiente parada un tropel de gente desde el andén pedía a gritos que les entregaran a los curas. Tuvieron que bajarlos y fueron bárbaramente apaleados. Volvieron a subirlos maltrechos, pero en la estación siguiente se repitió la tortura. A duras penas consiguieron rescatarlos heridos, para trasladarlos a Madrid. Los encarcelaron en la checa de Atocha. Al día siguiente, 9 de agosto, apareció el cadáver de Don Juan Aguado acribillado. El otro sacerdote, Don Marcos Escobar Collado, fue asesinado el 11 de noviembre de 1936 junto con su hermano Don Darío Escobar Collado, que también era sacerdote.





EUGENIO BLANCA FERNÁNDEZ


Con muchas frecuencia los milicianos y todos aquellos que colaboraron en la decisión de querer exterminar a la Iglesia Católica y a sus miembros buscaban las fechas que en sus vísperas o en su propia día celebrasen acontecimientos destacados (Santiago Apóstol, la Asunción... ) para cometer dichas tropelías. Es lo que sucedió con el párroco de Tamurejo, uno de nuestros pueblos pacenses que pertenecen a la Archidiócesis. El día elegido fue la víspera de la Natividad de Nuestra Señora, el 7 de septiembre de 1936. Así, dentro de unos días se cumple el 69 aniversario de su martirio.

Don Eugenio Blanca Fernández había nacido el 16 de diciembre de 1898 en Castilbanco (Badajoz). Ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1922, casi quince años después lo encontramos ejerciendo su ministerio como párroco de Tamurejo (Badajoz). Tras estallar la contienda el 18 de julio, sufrió dos períodos de prisión. El primero del 22 al 30 de julio. Fue puesto en libertad después de pagar una fuerte suma. Detenido nuevamente el 17 de agosto permaneció en prisión hasta el 7 de septiembre. Ese día llegaron milicianos de fuera, que tras sacarle de prisión lo fusilaron a unos dos kilómetros del pueblo.






AGUSTÍN SÁNCHEZ MANSILLA


Natural de Talarrubias, pueblo de la archidiócesis de Toledo en la provincia de Badajoz, había nacido el 5 de mayo de 1872. Don Agustín Sánchez Mansilla recibió la ordenación sacerdotal el 20 de diciembre de 1902. Cuando estalla el conflicto armado de 1936 ejerce de regente en la parroquia de Nuestra Señora de La Estrella (Toledo).

Una semana después de aquel aciago 18 de julio Don Agustín fue detenido. El 25 de julio era la festividad del Apóstol Santiago, unos milicianos irrumpen en la casa rectoral, requieren la presencia del anciano sacerdote para que les acompañe a declarar. Iban deprisa y él no podía seguirles el paso, en una de las callejas solitarias del pueblo le detienen y sin más miramientos lo fusilan allí mismo. Después las autoridades requisaron el templo y sus pertenencias por ausencia de autoridad eclesiástica.





Mª DE LA PIEDAD SUÁREZ DE FIGUEROA Y MOYA
Somos muchos los que, desde siempre, hemos unido el nombre de Piedaíta al de Don Jaime Colomina. Somos muchos los que hemos podido saborear esa obrita suya, titulada Piedaíta, mártir de la Mancha, que escribió hace ya casi 25 años. Son muchísimas las cartas de favores recogidas hablando de la intercesión de la joven mártir de la Mancha llegadas al Arzobispado o a su parroquia natal desde pueblos de alrededor o desde puntos tan distantes ¡del mundo! como Miami (E.E.U.U.). Son cuatro las diferentes ediciones de estampas impresas para la devoción privada con una oración que ya permitió imprimir el Cardenal Pla y Deniel en 1962. Una breve nota informativa de la Guardia Civil habla, en 1980, que son muchas las personas que se reúnen en el lugar denominado "Luján", sito en el cruce de las carreteras de Villamayor de Santiago a Saelices y de Puebla de Almenara a Almendros de la provincia de Cuenca - donde fue brutalmente martirizada Piedaíta - y en donde quieren construir una capilla dedicada al culto de Mª Piedad...

Monseñor Jaime Colomina Torner, Canónigo de la S.I.C.P. de Toledo y Director de la Oficina para las Causas de los Santos de nuestras Archidiócesis, afirma que en todo Toledo (y Cuenca) no hay caso más claro y fácil que éste; todo lo hicieron ellos, el crimen, el castigo y la certificación del martirio. La autoridad republicana la asesinó y la autoridad republicana fusiló a los asesinos en octubre de 1937.

Poco a poco van asomándose a nuestras páginas los diferentes sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que conforman nuestro Proceso. Ya, en cuanto pudimos, y de la pluma del anterior arzobispo de Toledo, el Cardenal Álvarez Martínez, publicábamos una breve reseña de Piedaíta en el boletín Bienaventurados (mayo 2004) que editan las diócesis castellano-manchegas y la diócesis de Ávila, implicadas todas en el Proceso del Siervo de Dios Eustaquio Nieto Martín, obispo y 939 mártires de la persecución religiosa del año treinta y seis. Ahora queremos dedicarle una serie más extensa a una de las mártires más populares de nuestras tierras manchegas.


La Sierva de Dios María de la Piedad Suárez de Figueroa y Moya, llamada popularmente Piedaíta, había nacido en Villanueva de Alcardete (Toledo) el 16 de febrero de 1909. Hija de Don Juan Tomás, de raíces hidalgas, y de Doña Aureliana, de familia humilde. Tenía un hermano, Amalio, tres años mayor que ella, el cual murió asesinado cruelmente días antes a su hermana. El padre de ambos murió cuando tan sólo ella contaba con tres años. Mientras que su hermano llegó a obtener dos carreras universitarias, Piedaíta solamente recibió formación primaria en la escuela pública de Villanueva, completando su formación religiosa en el hogar y en la Parroquia.

Los testimonios cercanos a ella subrayan que en su adolescencia sobresalía su fe sencilla, fuerte, plenamente católica. Su piedad cristiana estaba centrada en tres grandes amores: Jesús Sacramentado, la Virgen y San José. Como prácticas diarias tenía la comunión, el rezo del rosario, la oración mental. Su caridad, en especial hacia los más necesitados, constituye un especial distintivo. Sobresale su sentido de justicia en las relaciones laborales y en el trato cortés con el personal de su casa, corrigiendo así costumbres abusivas contra ellos.

Destaca también su pureza, virtud emblemática de Piedad, vivida con exquisita elegancia y modestia: en este campo abundan testimonios, algunos dramáticos, que ensalzan su pureza heroica. Finalmente, sobresale en Piedaíta su inquietud apostólica al servicio de la Parroquia y como Hija de María; de esta asociación fue Presidenta Local. La cumbre de su vida espiritual llegó marcada por el martirio.


Conservamos un recorte de un periódico nacional de enero de 1975 en el que se dice cerca del cruce de las carreteras de Carrascosa del Campo a Villanueva de Alcardete con la de Socuéllamos a Villarrubio, no lejos de Villamayor de Santiago, en un prado donde hubo varias encinas queda hoy una sola, femenina por el nombre, por lo menudita y por la gracia de su copa. Esta encina no hace, desde luego, bosque; pero hace meditar, porque a su pie hay una cruz... Nuestra encina impresiona si se la mira de cerca, porque se figura uno que los ojos de sus hojas todavía conservan el secreto de lo que allí ocurrió.

Como recordábamos en el número anterior en 1936 Piedaíta era Presidenta Local de las Hijas de María en Villanueva de Alcardete (Toledo). Al estallar la contienda civil fue detenida por el Comité, tras ser requerida para entregar la bandera de las Hijas de María. Estuvo encarcelada 2 ó 3 días. Fue sometida a pequeñas torturas, después de las cuales la mandaron a casa.

Después fue detenido su hermano y su madre. Amelio fue descuartizado, echándole sal y vinagre en las heridas. Su madre regresaría a casa a finales de agosto. Durante este tiempo los milicianos intentaron en numerosas ocasiones abusar de Piedaíta. Con razón la oración que aprobó el Cardenal Pla rezaba en sus primeras frases: Dulcísimo Jesús, que encuentras especial descanso en las almas puras, y reconoces el cruel tormento que costó defender su pureza virginal a tu sierva María de la Piedad...

En los últimos días del mes de agosto y primeros de septiembre ofrecieron a la joven Piedaíta un salvoconducto para marcharse a Madrid. Ya no habría tiempo de nada, según los testimonios la noche del 5 de septiembre de 1936 sería detenida nuevamente y esta vez junto a su madre. Tras el coche en donde iban ambas, otro conducía a los principales cabecillas del Comité.


Piedaíta fue brutalmente asesinada delante de su madre en la madrugada del 6 de septiembre de 1936. Todavía bajo el gobierno de la República, la Audiencia provincial de Cuenca instruyó un proceso contra sus asesinos. Como consecuencia de la lucha por el poder entre los partidos políticos del Frente Popular, previa campaña conjunta de los periódicos Castilla Libre, ¡Alerta! y Frente Libertario, los anarquistas de Cuenca lograron en 1937 que fuesen detenidos y juzgados los asesinos. Por ser los acusados miembros de los partidos en el poder, las cosas se hicieron con formalidad poco frecuente: hubo tribunal, jurado popular, juicio y sentencia.
La sentencia estuvo durante mucho tiempo perdida. Pero, dicen que, milagrosamente, en 1980 apareció el legajo auténtico de aquel proceso criminal. En el interrogatorio oficial, que además de sobrecogedor retrotrae en el tiempo a las persecuciones romanas de las mártires Lucía, Inés o Cecilia, consta que los asesinos violaron a la joven Piedaíta antes de rematarla, cuando estaba inconsciente y moribunda. Además le cortaron uno de sus pechos. La felonía llegó a tal grado que incluso todos abusaron de ella incluso después de muerta.

Con acierto de hagiógrafo escribe el sacerdote que publicó el martirologio de la Diócesis de Cuenca: En las actas del martirio de Santa Lucía se cuenta que el prefecto pagano dijo a la casta virgen y mártir: "Mandaré que te lleven a un lupanar, para que te abandone el Espíritu Santo". A lo cual respondió la virgen: "Si mandas violarme contra mi voluntad, entonces se me doblará el mérito de la castidad para la corona".

La Sierva de Dios María de la Piedad es modelo y símbolo de la joven fuerte y piadosa, que cuida celosamente su vida de pureza. Desde hace casi 70 años el lugar de su martirio es visitado frecuentemente por gentes de toda la comarca.






SANTIAGO MOSQUERA Y SUÁREZ DE FIGUEROA
En una obra escrita por el famoso padre benedictino Fray Justo López de Urbel, titulada "Los mártires de la Iglesia", hay un capítulo dedicado al Siervo de Dios Santiago Mosquera, primo carnal de Piedaíta, la Sierva de Dios Mª de la Piedad Suárez de Figueroa y Mora. Fray Justo escribe: "Era un niño de quince años. No se comprende muy bien qué clase de hombres poseen suficiente valor para asesinar a un niño. No es, desgraciadamente, un trance nuevo. Los primeros pasos de la Iglesia van ya teñidos de sangre infantil, y esto es, si se para mientes en ello, profundamente significativo..."
Santiago había nacido el 3 de febrero de 1920 en Villanueva de Alcardete (Toledo) y según declara su propia hermana, era de carácter extrovertido, travieso, simpático... Eran ocho hermanos y como los tres mayores pertenecía a la Congregación de San Luis Gonzaga de Madrid. Habían estudiado en Colegios de la Compañía de Jesús: Ramón tenía 24 años, hizo el bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo en Chamartín de la Rosa (Madrid), era artillero y estudiaba el último curso de Leyes en la Universidad; José María y Luis, habían estudiado en Areneros (Madrid), se preparaban para ingresar en la Academia General de la Marina y en la Academia General Militar respectivamente. Santiago estaba estudiando en el Colegio que los PP. Jesuitas tenían en Estremoz (Portugal).
Cuando tenía 16 años estalló la guerra. El 25 de julio de 1936 los milicianos se presentaron en casa de los Mosquera. Iban buscando armas y encontraron dos escopetas de caza. El padre se encontraba fuera del pueblo. Inmediatamente fueron detenidos sus hermanos Ramón y Luis. Santiago se indignó por la injusta detención y gritando les preguntó: "¿Por qué?... si todos en el pueblo tienen escopetas para ir a cazar conejos y perdices". También él fue detenido.
Conducidos a la iglesia parroquial de Santiago Apóstol que, como en tantos otros lugares hacía de cárcel, fueron encerrados en las capillas laterales que tenían verjas de hierro y puertas con candados. Fueron salvajemente maltratados. Allí los tuvieron hasta el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción. Ese día, en la madrugada, señalaron un grupo de doce personas encabezados por el párroco de Villanueva de Alcardete. Los fusilaron a unos tres kilómetros de La Villa de Don Fadrique, en el grupo estaban Ramón y Luis, hermanos de Santiago.
Entretanto también fue detenida la madre de Santiago a la que querían sacar el lugar donde se escondía su esposo. Éste, ajeno a cuanto estaba sucediendo, se encontraba en Portugal realizando un trabajo para el periódico "El Debate". Tras maltratarla física y verbalmente la dejaron regresar a casa, diciéndola que su hijo Santiago seguiría detenido hasta que apareciera su marido. Aunque el otro hermano José María logró huir al campo durante las primeras semanas, también sería asesinado en la carretera de Valencia.


Fray Justo Pérez de Urbel escribe "Santiago, un adolescente de dieciséis años, merecía figurar, ya antes de su martirio, en las estampas de los ángeles, que hacen cortejo al Cordero Inmaculado de Cristo Jesús, por su bondad, docilidad, pureza angelical, ternura fraternal y filial obediencia".
En la iglesia-prisión quedaban todavía seis personas: junto a Santiago estaba el coadjutor de la parroquia de Villanueva, el Siervo de Dios Eugenio Rubio Pradillo. Amarrarron a Santiago a una estaca. Y la horrible y continua cantinela de siempre.
-Blasfema.
-Nunca. Aunque me matéis.
Una bofetada le llenaba la boca de sangre.
-Blasfema.
-Puedes pegarme otra vez. Yo no blasfemo.
Otra bofetada le producía sangre sobre la sangre. Atado a la estaca estuvo dos días sin comer ni beber. El niño gemía dolorosamente...
-Si haces lo que nosotros hacemos... comes y te perdonamos la vida.
El joven cerraba los ojos y no respondía.
-Abre los ojos o te pego un tiro.
Y uno de aquellos criminales le aplicaba una pistola al vientre.
-No quiero veros.
-¿Qué no quieres vernos? Ahora sí que vas a ver. Pero las estrellas.
Y con un látigo, cruzaron repetidamente el rostro de Santiago.
Es inútil tratar de prolongar al lector el martirio de describir lo que hicieron con este joven. Se trata de las verdaderas Actas de los mártires de los primeros siglos, de las persecuciones romanas, actualizadas con tal veracidad que parece que escuchamos a Tarsicio, a Cecilia, a Eulogio, a Sixto o a Cornelio...

La noche del 24 al 25 de agosto de 1936 los seis detenidos que quedaban fueron conducidos al cementerio de Villanueva de Alcardete (Toledo) para ser fusilados.
Sigue narrando Fray Justo: «Ya están contra el paredón. Una descarga, dos descargas, y el crimen ha sido consumado». Santiago no murió, fue gravemente herido en sus piernas por la metralla de los fusiles. La escena es dantesca. «Deseamos que el lector se imagine la escena. Un niño con las piernas destrozadas a tiros, entre los cadáveres de sus amigos, en un cementerio, una noche entera... Todavía tendría confianza en la piedad de los hombres...»
El 25 de agosto, Villanueva siempre recordará con horror el final de la historia. Aunque intentó escapar, le fue imposible. Esperó que amaneciera. Santiago escucha que alguien se acerca: «El sepulturero se acerca. Crece la confianza en el pecho de Santiago, se ensancha su fe y su corazón late con más ansiedad, y exclama: ¡Piedad, buen hombre, piedad!»
La respuesta de los labios es mejor silenciarla. Los testigos declaran que el sepulturero le obligó a nuevamente a blasfemar contra Dios y María. Santiago le dijo que eso no lo podía hacer, pues era pecado contra Dios; el sepulturero le dijo que si no blasfemaba, lo mataría y Santiago le dijo: «Prefiero morir antes que ofender a Dios». El cruel asesino tomó un pico y de un golpe acabó con su vida.
Según cuentan los diferentes testigos, tras la guerra su cuerpo, que no se sabía donde lo habían enterrado, fue hallado casi milagrosamente... tenía su rosario en la mano izquierda y su rostro reflejaba la serenidad del encuentro con Dios.
Hemos esbozado estas líneas junto a una reliquia del Siervo de Dios. Se trata de un lazo blanco con la leyenda «Rdo. de mi 1ª Comunión», que antiguamente se llevaba a la altura del hombro en los trajes de primera comunión. La Postulación la conserva como preciado tesoro.








EMILIANO ENCINAS Y LÓPEZ-ORTIZ


Había nacido el 15 de septiembre de 1903 en la localidad toledana de Quero. En la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción recibió las aguas bautismales el 29 de septiembre. Se ordenó en Toledo el 11 de junio de 1927. Celebró su primera misa el 24 de junio de ese mismo año. Tan sólo tenía 33 años cuando entregó su vida por Cristo.

Un día después de estallar la guerra civil, Don Emiliano que ejercía como regente del pueblo de Camuñas (Toledo), tuvo que celebrar la Santa Misa con las puertas de la iglesia cerradas. En previsión de lo que pudiese suceder sumió todas las formas consagradas. Luego se trasladó a su pueblo natal. Allí permaneció hasta el 13 de agosto. Ese día los milicianos del pueblo fueron a buscarle para llevárselo preso. Diez días estuvo encerrado, siendo golpeado e injuriado. El 23 de agosto de 1936 fue conducido junto a otros presos, siendo asesinado a unos tres kilómetros de Camuñas. Sus cadáveres fueron quemados y arrojados a La Mina, de "Don Quijote de la Mancha".






PEDRO ESTRADA ALTOZANO


Nació el 11 de noviembre de 1879 en Torralba de Oropesa (Toledo). Se ordenó el 23 de septiembre de 1906.

Cuando estalla la guerra civil hacía más de diez años que ejercía de párroco en Navalcán, pueblo toledano de la diócesis de Ávila. Se resistió a huir, a pesar de que muchos se lo aconsejaban. Él les decía: "Jamás dejaré yo mi pueblo sin cura. No me iré de la parroquia mientras alguno de mis feligreses pueda necesitar de mí. Fue detenido el 28 de julio y conducido al calabozo del Ayuntamiento de Navalcán, donde recibe malos tratos. Allí permaneció hasta la madrugada del 10 de agosto. Se le escucho afirmar durante los días de cárcel: "Los sacerdotes de Cristo siempre somos para los impíos signo de contradicción. Por eso sufro contento. En vano pretenderán hacerme blasfemar. Jamás lo han de conseguir".

Una de las torturas que más divertía a los milicianos era tenerle atado por los tobillos con sogas que colgaban de una viga del techo, y cuando le veían descuidado, tiraban de la soga, haciéndole caer de bruces al suelo, mientras le gritaban: "Anda, Pedrito, echa un sermón". Tantas veces lo hicieron que no sólo magullaron todo su cuerpo, sino que descarnaron sus tobillos dejando al descubierto los huesos, como apareció al desenterrar el cadáver. La sádica broma les gustó tanto que al montarle en un camión, cuando ya le llevaban a asesinarle, un miliciano la repitió, cayéndose del vehículo e hiriéndose. Fue conducido a la finca "El Toril" de Velada (Toledo) y antes de ser fusilado pronunció palabras de perdón. Era, como hemos dicho, el 10 de agosto de 1936, festividad del mártir San Lorenzo.






VALENTÍN MORENO GONZÁLEZ
Don Valentín nació en Torralba de Oropesa (Toledo) el 13 de febrero de 1884. Recibió la ordenación sacerdotal el 5 de junio de 1909.

A principios de 1927 recibe el nombramiento de párroco de Real de San Vicente, pueblo de Toledo que por aquel entonces pertenecía a la diócesis de Ávila. Ya en los días de Semana Santa de 1936 la autoridad republicana le había puesto una multa por celebrar, alrededor del templo, la procesión del Domingo de Pascua. Cuando estalla la guerra sus feligreses le animaban a huir y él siempre respondía: "Si quieren, que me maten, mientras estoy cumpliendo mi ministerio". Pero cuando el ambiente llegó a ser extremo, el 22 de julio, abandona el pueblo con un grupo de feligreses. Estos se refugiaron donde pudieron. Él quiso llegar hasta Buenaventura (Toledo), pueblo donde había ejercido anteriormente de párroco. Pero antes fue detenido por los milicianos, que lo entregaron al Comité de Navamorcuende (Toledo). Le tuvieron encarcelado hasta el 14 de agosto, ese día lo fusilaron en el término municipal de La Iglesuela (Toledo), concretamente en el kilómetro 33 de la carretera de Casavieja (Ávila) a Talavera de la Reina.

Fue fundamental para confirmar el martirio sufrido por el Siervo de Dios Valentín Moreno, la declaración de Don Gregorio Sánchez, sacerdote que logró salvar su vida y que informó al Sr. Obispo de Ávila el 10 de diciembre de 1936 sobre todo lo sucedido.




En esta sección nos limitamos a esbozar una pequeña biografía de cada uno de NUESTROS MÁRTIRES, pero podíamos incidir también en los destrozos incalculables a los que se sometió a las obras de arte de nuestras parroquias y, en general, a todos los bienes muebles. Es el caso de Real de San Vicente.

Entre los desmanes ocasionados en toda la iglesia por las milicias, cuyas autoridades republicanas decían defender el patrimonio artístico, merecen muy especial mención los destrozos ocasionados en la llamada Capilla de la Dolorosa. En total fueron destruidas 25 imágenes pero en esta Capilla se conservaban varias del maestro Gregorio Fernández. Hubo parodias burlescas contra la religión. Entre cantos y burlas "bautizaron" a varios niños derramando sobre sus cabezas vinos y otros licores. "En este clima antirreligioso - afirma el sacerdote Don Andrés Sánchez autor del libro "Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense"- vivió los últimos días el párroco Don Valentín Moreno González.




JULIÁN MENDOZA Y ORTIZ-VILLAJOS

Nació el 29 de junio de 1901 en Quero (Toledo). Tras realizar sus estudios sacerdotales en el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Toledo, en octubre de 1922 es enviado a la Universidad Gregoriana de Roma. El 19 de marzo de 1926 recibió la ordenación sacerdotal en la Ciudad Eterna por la imposición de manos del cardenal español Rafael Merry del Val. En marzo de 1930 se le nombra cura regente de Los Navalmorales (Toledo).

Tras las fatídicas elecciones de febrero de 1936 el Siervo de Dios Liberio González Nombela, que ocupaba el cargo de ecónomo de La Colegiata de Torrijos (Toledo), es obligado por las fuerzas revolucionarias a abandonar el pueblo. Él pasó a casa de sus padres en Santa Ana de Pusa (Toledo). Pero luego por necesidad permutó su cargo con Don Julián, que ejercería tan sólo unos meses como ecónomo de la Colegiata de Torrijos (Toledo).

El caso es que, conservamos documentación del 5 de mayo de 1936 en la que el Cardenal Gomá le nombraba cura ecónomo de la parroquia El Divino Salvador" de Madridejos (Toledo). Suponemos que este nombramiento no llegó a realizarse.

Finalmente, el 18 de julio de 1936, Torrijos (Toledo) quedó en manos de los milicianos. Dos días después, cuando Don Julián terminaba de celebrar la Misa le expulsaron de La Colegiata. Se le hizo acudir varias veces para prestar declaración ante el Comité y pasó varias horas detenido.

El 26 de julio, su hermano Pedro que era agente de Policía le trasladó a Madrid en un coche de la Dirección General de Seguridad, llevándole a su propio piso. Unos días después, alguien debió denunciarle y tras la detención fue conducido a la cárcel de Porlier. Una hermana suya, llamada Mercedes, le visitaba para llevarle alimentos. Finalmente, el 9 de noviembre de 1936, fue asesinado junto a su hermano en Paracuellos de Jarama (Madrid). César Vidal en su obra Paracuellos-Katyn (Madrid 2005) recoge en sus listados los nombres y apellidos de ambos hermanos, que aparecen con los números 2.376 - 2.377.





VISITACIÓN MARCELA MORÁN OTERO

•Exhumación, 23 de mayo de 2011
Nació en Méntrida (Toledo) el 30 de diciembre de 1893 y fue educada en una familia sencilla y cristiana. En la Sierva de Dios lo primero que destaca es "su aprecio por el sacerdocio" que le llevará a entregarse desde el principio a la atención de su hermano sacerdote que se llamaba Ángel. En ella podemos rendir un sentido homenaje a tantas hermanas, madres y padres que han sacrificado toda su vida para atender "a sus sacerdotes".

Don Ángel Morán, hermano pequeño de Visitación, recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre de 1923. Tras sus primeros destinos en la provincia de Guadalajara recibirá un nuevo nombramiento, en 1931, para la provincia de Jaén. Por entonces, el arciprestazgo de Cazorla (Jaén) pertenecía a la archidiócesis primada. Así pues, fue destinado dentro de él a la parroquia de San Pedro y San Pablo de Quesada (Jaén).

Visitación no sólo se dedicará a la atención de su hermano, sino que con empeño trabaja para paliar las necesidades de los pobres y desvalidos, adquiriendo dominio público el conocimiento de su presencia en las casas de los menesterosos para evaluar y atender sus necesidades en todo lo posible. Su empeño en este tipo de apostolado llega en situaciones límite al sacrificio personal, como recorrer a pie los diez kilómetros que separan Quesada de Cazorla para conseguir los medicamentos que necesitaba una familia pobre. Esta dedicación asistencial le granjea un prestigio "como mujer religiosa y caritativa" que perdura en la actualidad, sobre todo entre las clases humildes.

Un descendiente de los hermanos Morán Otero, Don José Pablo Calvino ha investigado con intensidad todo lo acontecido con sus familiares una vez estalla la guerra.

La zona de Cazorla permaneció fiel a la República con lo que la persecución religiosa se manifiesta también en esta zona con toda su crudeza. El 22 de julio, Don Ángel y su coadjutor sumen las Sagradas Formas e inmediatamente se produce la incautación violenta del templo. Dos días después tiene lugar el saqueo y destrucción de la iglesia. Se reconvertirá en granero y la casa parroquial en salón de juntas y reuniones del sindicato C.N.T. Los sacerdotes pasaron primero a dependencias municipales, ordenándose el 2 de agosto el posterior traslado a la prisión de Jaén. En dicha fecha y con número 868 figura en el libro-registro el preso Ángel Morán Otero. Fue uno de tantos españoles que las autoridades republicanas encarcelaron ilegítimamente por falsas razones políticas o terroristas desde el 19 de julio de 1936 hasta el 4 de marzo de 1939.

De allí saldrá conducido a la Prisión de Alcalá de Henares el 11 de agosto. Aquí tendrá noticias del asesinato de su hermana. Siete meses después será trasladado a la cárcel madrileña de Porlier siendo sometido a juicio en febrero de 1937 que concluiría con una sorprendente sentencia absolutoria.


Tras el asesinato del coadjutor, Don Francisco Fernández Gabilán el 23 de septiembre de 1936, y privado el pueblo de autoridades religiosas, Doña Visitación, popularmente conocida como la "hermana del Rector" se convierte en el último referente espiritual de Quesada.

Expulsada de la vivienda parroquial y sin dinero, busca cobijo en una posada de la población donde intenta sobrevivir gracias a la caridad pública. Tras estos meses, y teniendo conocimiento de lo sucedido con Don Ángel (cárcel de Jaén y traslado a Alcalá de Henares), el 3 de diciembre finalmente será detenida.

En la cárcel sufrirá vejaciones y torturas, exigiéndole que blasfeme contra los nombres de Jesús y María, a lo que ella se niega. Las gestiones para obtener un salvoconducto para trasladarla al domicilio de unos parientes en el vecino pueblo de Hinojares resultarán estériles.

Privada de libertad durante una semana, en la madrugada del 10 de diciembre de 1936, es trasladada en coche a las tapias del cementerio donde es cruelmente asesinada por uno de los milicianos que le infiere dos heridas mortales de bala. Sus labios, en el estertor de la agonía, se entreabrieron invocando a Dios y a la Virgen María. Sin comprobar que hubiera fallecido le colocaron una soga al cuello, arrastraron su cuerpo por el todo el cementerio hasta llevarla a una fosa común. Tras su muerte siguió una burla grotesca sobre su virginidad al arrojar sobre sus restos el cuerpo de un varón al que también habían asesinado. Tenía 42 años.

Al concluir la guerra, se procede a la localización de los restos para su traslado a la cripta de la iglesia parroquial. Luego recibirían sepultura definitiva en Méntrida (Toledo) el 19 de noviembre de 1945.

Doña Visitación dio testimonio de vida cristiana como hermana del Señor Cura. Nunca huyó del pueblo y hay que significar que estamos hablando de una "mujer sencilla sin implicaciones políticas" y que al carecer de riquezas que pudieran incentivar la codicia ajena, su muerte solo puede concebirse, como lo vivido por Don Ángel, como consecuencia de la atroz persecución religiosa desencadena en aquellos momentos, al constituirse ambos hermanos en símbolos vivos de la fe que sus perseguidores quisieron erradicar.







ANTONIO MONTERO CEBEIRA
Desde estas primeras líneas agradecemos a la parroquia de Torrijos y a todos los que desde hace casi diez años - en esta última etapa - han trabajado por conseguir la beatificación del Siervo de Dios Antonio Montero Cebeira. A su hermana Mª Lourdes y, especialmente a su biógrafo Don José Díaz Rincón de cuya obra tomamos estas notas.

El Cardenal Álvarez Martínez en una breve semblanza que dejó escrita sobre el Siervo de Dios afirma: "Antonio es una síntesis equilibrada de vida de piedad y de duros trabajos apostólicos y sociales en circunstancias muy difíciles, en las cuales supo dar testimonio público del Evangelio. Sus tres grandes amores - Dios, familia y patria - estructuraron su recia personalidad. Antonio nunca abdicó de vivir su catolicismo dentro de la índole secular de su compromiso evangélico, típico del fiel laico".





Antonio que fue el quinto de ocho hermanos, nació el 3 de mayo de 1911 en Torrijos (Toledo). Su familia era de profundas convicciones y obras cristianas. Prácticamente toda la familia participaba en las asociaciones eucarísticas, tan propias de la parroquia de Torrijos, por su tradición e influjo imperecedero de la gran apóstol de la Eucaristía, que fue Doña Teresa Enríquez. De hecho Antonio ya militaba a los catorce años en la Organización juvenil de los Jueves Eucarísticos y poco después en la Adoración Nocturna.

Su hermana Mª Lourdes afirma de él: "era muy inteligente, alegre, cordial, simpático, generoso, valiente, con gran sentido del humor, muy piadoso y apostólico, con ganas de ayudar a cualquiera en todo momento. Era el orgullo de nuestra familia..."

Hizo sus primeros estudios en el Colegio San Gil de Torrijos. Más tarde pasó al Colegio de los PP. Agustinos del Real Monasterio de El Escorial (Madrid). Continuó sus estudios secundarios en academias preparatorias para su ingreso en la Armada Española y en la Facultad de Derecho en Madrid.
Bajo un exterior correcto, alegre y simpático, a veces aparentemente frío y razonador, ocultaba también un temperamento apasionado, volcánico, con sentimientos fuertes y tenaces. Desde muy joven había tenido novia. Formó parte del grupo de teatro juvenil. Era muy sociable y tenía muchos amigos con los que compartía su tiempo libre. Le gustaba mucho trabajar, superarse en la vida, y formar una familia como la de sus padres.

Cuando llegó el año 1931, Antonio se encontraba en Madrid estudiando derecho en la Universidad, enseguida se decidió a entrar en la Juventud de la Acción Católica. Desde 1934 formará parte de los cuadros dirigentes de este movimiento, y a partir de esa fecha y hasta su muerte el 13 de agosto de 1936, su vida, su plena juventud, es una catarata de generosidad y entrega.

Realizó su servicio militar en Madrid, en el Cuerpo de Caballería. Siempre guardaría un gratificante recuerdo de su experiencia militar.

Una vez acabados sus estudios de abogacía, se puso a trabajar con su padre. Fue un estrecho colaborador del párroco de Torrijos, el Siervo de Dios Liberio González Nombela (cuyo proceso de beatificación está muy adelantado en Roma). La parroquia fue para Antonio Montero su hogar espiritual en donde se formó, se alimentó y creció su vida espiritual. Asume además un sinnúmero de compromisos apostólicos: catequesis de niños, de adultos, escuelas nocturnas, círculos de estudios, cursillos. Un testigo afirma: "Fui alumno de la escuela nocturna de adultos... tuve como profesor a Antonio Montero Cebeira, que además de trabajar con el grupo que le correspondió en la escuela, a los mejor dotados nos preparaba en su casa, con intención de promocionarnos humanamente para ocupar puestos de nuestro agrado. A mí me preparaba para guarda forestal".

En la penúltima etapa de la vida de Antonio, comienzos de 1936, se mete de lleno con todo el Centro de Acción Católica de Torrijos a preparar la Peregrinación a Santiago de Compostela que a nivel nacional se quería celebrar en 1937 (luego no pudo celebrarse hasta el 28 de agosto de 1948). En la parroquia se organizó un Cursillo de Adelantados de Peregrinos, con un contenido doctrinal muy fuerte. Los jóvenes salieron entusiasmos y el ideal de santidad que ofrecían era asumido como el más rico don que Dios ofrecía a aquella juventud.

En marzo de 1936 se organiza una última tanda de Ejercicios Espirituales a nivel nacional, que junto a los preparativos de la Peregrinación a Santiago, sirven ya de preparación inmediata a muchos jóvenes para el martirio.

El inicio de la fuerte persecución religiosa comenzó en Torrijos en febrero de 1936. Con la expulsión de Don Liberio que estaba al frente de la parroquia desde el año 1925. La tormenta se había desencadenado contra él y de rechazo contra todas sus obras y colaboradores. El 2 de marzo pedían ebrios y vociferantes por las calles del pueblo la cabeza del cura, renegando de la religión.




También el Cardenal Álvarez Martínez en la breve semblanza que dejó escrita sobre nuestro mártir afirma: “Antonio participó de la gracia especialísima del martirio de Cristo en su plenitud en paralelismo absoluto a los dados por el maestro en la Cruz: traición de uno de sus alumnos, bofetada en la cárcel, perdón a sus verdugos, fusilado en las afueras… El honor del discípulo es parecerse en todo al Maestro y Antonio se acercó extraordinariamente a su imitación más perfecta. Jamás un mártir sería tal, si no ofreciera su vida en donación por Dios y los hermanos, tal y como lo hizo el Siervo de Dios a sus 25 años: Señor, mi vida por la salvación de ellos”.

Así concluyen los hechos. Durante el mes de agosto de 1936 - declara Mª Lourdes Montero Cebeira- “intervinieron el teléfono, correos y telégrafos. Vivíamos aislados, encerrados en las casas… Se había constituido un Comité que imponía una cruel tiranía. A su servicio estaban los milicianos ejecutores de sus órdenes y dueños de la calle, de las vidas y haciendas. Cerraron el Convento de las Concepcionistas, arrojando a las monjas a la calle.

Finalmente el 11 de agosto el Comité comienza las primeras detenciones entre los colaboradores más íntimos del párroco y aquellos que destacaban por su preocupación en el campo de la enseñanza católica. Los primeros detenidos fueron Don Manuel Montero, padre de Antonio, y su hermano Don Jesús Montero. Al día siguiente hacia las seis de la tarde se llevaron al joven militante de Acción Católica. Todos fueron encerrados en el templo parroquial.

Ningún testigo habla de que Antonio Montero fuera juzgado. No hubo tiempo para ello por la inmediatez del asesinato. Todos coinciden en que estuvo muy poco tiempo preso. Hacia las dos de la madrugada, del 13 de agosto, la plaza de la iglesia y las calles adyacentes quedaron completamente a oscuras. Pero la intuición de la madre de Antonio le lleva a escuchar el ruido de dos coches por la puerta más distante de la parroquia con relación a nuestra casa y afirma: “Se los llevan a matar”.

Así fue, un familiar apareció a las ocho de la mañana confirmando los peores pronósticos: “Pero hermana, qué valiente Antonio. Antes de morir gritó: ¡Viva Cristo Rey!”.

El martirio tuvo lugar en el km. 18,300 de la carretera Toledo- Ávila, en el término municipal de Rielves (Toledo). Los testimonios recogidos son unánimes en afirmar que fue asesinado por el único delito de ser militante activo de la Acción Católica y colaborador cualificado del párroco.

Para atestiguar esta fama de santidad tenemos una hermosa carta escrita el año 1947 a la madre de Antonio por la Abadesa del Monasterio de las Concepcionistas de Torrijos que tan cerca vivió esta persecución religiosa:

“… bien puede y debe estar santamente contenta porque sabe ciertamente que su hijo murió como uno de tantos héroes cristianos que gozan del honor de los altares, y este honor, si conviene a la gloria de Dios, tendrá algún día y si no lo ostentara en la tierra lo disfruta sin duda en el cielo, desde el momento en que al grito de Viva Cristo Rey cayó gloriosamente su cuerpo en la tierra y su alma voló a recibir, por unos ratos de dolor una eternidad de gozo… No deje de mostrarse santamente orgullosa de tener un futuro San Antonio”.




ANTONIO GUTIÉRREZ CRIADO
Nació en Toledo el 11 de julio de 1896. El 5 de abril de 1919 recibió la ordenación sacerdotal. Capellán del Cuerpo Eclesiástico de la Armada, fue destinado a Cartagena de 1925 a 1931. Compatibilizó su cargo castrense con el que desarrolló entre los jóvenes congregantes de la Asociación de Hijos de María de la Medalla Milagrosa de esa ciudad, formando parte de la misma como miembro activo. Así escribía en El eco de la Milagrosa de septiembre de 1926: “Sólo las juventudes que amen a María pero con delirio; que invoquen a María pero con ardor; que imiten a María, sobre todo en la castidad, pero sin rebozos ni timideces; que defiendan los derechos de María y de su Hijo, pero con audacia, pueden emprender con éxito la obra de la restauración universal.

Al pasar a la situación de retiro forzoso en la Marina de Guerra por el carácter laico del Gobierno de la República, se incorporó a la Diócesis de Toledo, siendo designado Consiliario Diocesano de la juventud de la Acción Católica, muy activa en esos años bajo la presidencia de Antonio Rivera.

Al estallar la guerra sus familiares trataron de esconderle, él les dijo: “He decidido no esconderme. Si Dios quiere que muera, que se haga su voluntad”. Pese a ello, Don Antonio se marchó a Madrid, a finales de julio, con una hermana que vivía allí. Las milicias prosiguen infatigablemente sus pesquisas hasta dar con su paradero. Militantes de la CNT fueron a buscarle el 7 de agosto de 1936:

•¿Eres tú Antonio Gutiérrez?
•Sí.
•Entonces, ¿tú eres el presidente de las juventudes fascistas de Toledo?
•No. Yo soy consiliario de las juventudes de Acción Católica.
•Es lo mismo. Vente con nosotros.
Se echaron sobre él, sin dejarle siquiera cambiar el pijama que llevaba puesto, y arrojándolo escaleras abajo, al llegar a la calle, exclamaron: “¡Buen pájaro hemos cogido hoy!”. “¡Nada menos que al presidente del fascio de Toledo!”. Le llevaron al Cerro de los Ángeles, y frente a las ruinas del gigantesco monumento al Sagrado Corazón de Jesús, cayó acribillado a balazos. Era el 7 de agosto de 1936.





MARIANO GUERRAS SALCEDO
Nació el 13 de septiembre de 1874 en Ávila. Y en su ciudad natal fue ordenado sacerdote el 12 de junio de 1897.

Conservamos crónicas emocionantes de la edición sevillana del periódico ABC del 6 de octubre de 1936, y del 19-20 de octubre de 1936 de El Diario de Ávila, en donde se recuerda profusamente la labor de este benemérito sacerdote. Don Mariano había sido un estrecho colaborador en El Diario de Ávila. Desde sus páginas, en los años 20, defenderá el proceso de canonización de la reina Isabel la Católica.

Desde 1921 trabajaba en el pueblo toledano de Valdeverdeja, (entonces diócesis de Ávila) primero como regente, luego como ecónomo y finalmente como párroco, desde 1926. Durante todo el quinquenio republicano su parroquia tuvo que sufrir el ataque y vandalismo de las autoridades y elementos de la izquierda. Se interrumpían los actos de culto, incluso la fiesta de la patrona, la Virgen de los Desamparados, que acabaría siendo fusilada; se intentó entre burlas sacrílegas bautizar a un jumentillo en la misma pila bautismal de la parroquia, se inauguraron los matrimonios y entierros civiles, hubo un serio conato de quemar la iglesia.

El 22 de febrero, cinco meses antes de estallar la guerra, era tal el clima que Don Mariano escribe a su obispo diciéndole entre otras cosas: “Mi situación en esta parroquia se hace imposible... entiendo que pocos días, por no decir horas, puedo permanecer aquí... estoy seriamente amenazado de muerte”. Pero cuatro días más tarde le vuelve a escribir: “Puede estar V.E. completamente seguro que yo no abandono la Parroquia, aun cuando me costara la vida. Así se lo ofrezco y pido a Dios Nuestro Señor todas las mañanas en el Santo Sacrificio de la Misa”.

El día 28 de julio Don Mariano, por mandato de las autoridades, fue obligado a vestirse de paisano. Ese día, entre amenazas, dos milicianos le roban las últimas 30 pesetas que le quedaban. Poco después fue llamado al comité, que le ordenó abandonar inmediatamente el pueblo. Y, como les expresó su total carencia de dinero, pidieron a los ladrones que le devolvieran las 25 pesetas que aún no habían gastado. Él y su hermana fueron llevados en coche hasta la barca que atravesaba el río Tajo. Y desde allí pasaron a la otra orilla, en el término de Valdelacasa de Tajo (Cáceres). Antes de embarcar, él les rogó con lágrimas que, si lo quemaban todo, respetaran al menos a la Virgen del Rosario.

En Valdelacasa pudo permanecer ocultó hasta el 24 de agosto. El 25, por la mañana, lo encontraron y le llevaron a declarar ante el Teniente de las milicias, quien le dejó en libertad. No obstante el 26 lo subieron a una camioneta trasladándole a El Puente del Arzobispo (Toledo) para matarle. Pero el Teniente de las fuerzas, que se hallaba allí, lo impidió. Quedó encarcelado y a disposición del comité de Valdeverdeja. El Teniente tuvo que ausentarse el 28 de agosto, y entonces las milicias telefonearon a Valdeverdeja, preguntando qué hacían con él. “Al cura, paseo y baño”, respondió el comité. Entre las nueve y las diez de la mañana le fusilaron junto al muro de la iglesia de El Puente. Le pusieron de espaldas, pero él se volvió y dijo: “A mí se me mata cara a cara”. Su cadáver fue arrojado desde el puente al río Tajo.





JOSÉ SÁINZ RODRÍGUEZ
Nació el 28 de abril de 1901 en Bernuy de Zapardiel (Ávila) y se ordenó el 29 de mayo de 1926.

Cuando estalla la guerra llevaba tres años ejerciendo como párroco del pueblo toledano de Almendral de la Cañada, que pertenecía a la diócesis de Ávila. Ya en marzo de 1936 informa al Obispado de Ávila la insistencia del Ayuntamiento en incautarse del cementerio parroquial. De buena fe, algunos le decían al joven párroco que se quitara la sotana para pasar más desapercibido a los milicianos foráneos. Pero él respondía que con sotana o sin ella, si querían matarlo, le matarían. Al fin tuvo que vestirse de paisano y ocultarse durante el día en el monte, acompañado de un joven seminarista, Demetrio Díaz, luego volvían al pueblo por la noche. Pero las milicias insistían en su busca.

Todavía recuerdan en el pueblo las palabras en la misa del 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración, cuando el joven sacerdote al distinguir claros entre los bancos de la iglesia, lo lamenta con dolor y exhorta a los valientes: “- Creo que nada pasará. Pero si pasa, ¿no es mejor que nos maten en la iglesia que en otro lugar? Y más si es por cumplir el mandamiento de oír misa”.

Y un día de agosto los milicianos conminaron a las autoridades del pueblo para que en un plazo de 24 horas se lo entregaran. El 21 de agosto le detienen, obligándole a subir en una camioneta. Dicen los testigos, que cuando arrancó, se persignó despacio y apretando un pequeño crucifijo en sus manos, se puso a orar. El trayecto fue corto: lo asesinaron cerca de La Iglesuela (Toledo). Se conserva un documento excepcional del nuevo párroco, Don Sergio Rodríguez, con fecha de 3 de diciembre de 1936. En él se recogen minuciosamente todos los detalles de su muerte.





JULIÁN SÁNCHEZ-GARRIDO SÁNCHEZ-DIEZMA
Natural de Los Yébenes (Toledo), había nacido el 8 de diciembre de 1886. Casado, había ocupado un cargo municipal, cuando estalla la guerra Don Julián era sacristán de la parroquia de Santa María la Real de Los Yébenes.

En la mañana del 24 de julio el sacristán salió en defensa del coadjutor de la parroquia, Don Félix Calleja Blas, amenazado por las milicias. Don Félix supo que otro sacerdote había resultado herido de un disparo por las milicias. Se trataba de Don Cipriano Santos Díaz-Varela, que posteriormente también sería asesinado y que atendía pastoralmente una finca privada como capellán. Al comprobar que Don Cipriano no recibía asistencia médica, se dirigió al comité para reclamar. No llegó. A los pocos metros le disparaban las milicias, y, aunque se rehizo y pudo refugiarse en su casa, murió allí desangrado a las pocas horas.

Al enterarse Julián del asesinato del sacerdote, y entonces, previendo lo que le iba a ocurrir a él, se presentó a su madre, entregándole unos papeles y un reloj. Salió y a los pocos metros se topó con unos milicianos, a los que dijo: - Así no se mata a los hombres, refiriéndose a Don Félix. Como respuesta frente a la misma iglesia de Santa María, le dispararon a él. Estuvo agonizando en la calle más de una hora, sin permitir los verdugos a personas o familiares o personas ajenas que se acercarán y prestarán auxilio. Ya de noche lo llevaron en un volquete al cementerio. Era el 24 de julio de 1936, vísperas de la fiesta de Santiago. Julián tenía 50 años.





JESÚS REQUEJO SAN ROMÁN
■La Opinión de Zamora (31-01-2010)
■Registradores de la propiedad
Nació el 22 de febrero de 1880 en Castro de Sanabria (Zamora). De clase media, su padre era secretario del juzgado y su madre estaba dedicada al cuidado de sus cuatro hijos con unos recursos muy justos para vivir sobriamente.

Jesús pasó sus primeros años en su pueblo natal donde aún guardan memoria de este gran hombre. Luego cursó Humanidades, Filosofía y varios años de Teología en los Seminarios de Puebla de Sanabria y Astorga, obteniendo las máximas calificaciones en todas las disciplinas. Llamado por Dios a tareas apostólicas por caminos seglares, abandonó los estudios eclesiásticos casi al final de los mismos. Cinco años después era Bachiller, abogado en la Universidad de Valladolid, y Doctor en la de Salamanca con la tesis “El repudio en Roma”, muy elogiada por el Tribunal. Anteriormente, siendo estudiante de Derecho Administrativo, sus profesores le encargaron un trabajo bajo el título de “Estudio sociológico-administrativo del Municipio de Puebla de Sanabria” que el claustro premió con su publicación.

El 5 de julio de 1906 se casó con Antonia San Román San Román en Puebla de Sanabria (Zamora). El 19 de abril de 1907 nacería su único hijo, Antonio Requejo San Román, que sería asesinado junto a su padre.

Registrador de la Propiedad, tomó posesión del Registro de Madridejos el 27 de junio de 1924. Desde esta fecha -escribe Don Antonio de la Osa en un artículo- se consideró hijo de este pueblo, amándolo de corazón, interesándose por sus problemas e influyendo, con su recia personalidad, por la resolución de los mismos.





EN FAVOR DE LA EDUCACIÓN: EL PRIMER INSTITUTO DE MADRIDEJOS.

Por sus influencias e instancias, favorecidas por las buenas disposiciones de las autoridades de entonces, se crea el Instituto de Segunda Enseñanza “Garcilaso de la Vega” (actualmente Colegio Público“Garcilaso de la Vega”, ubicado en la Plaza Don Jesús Requejo). Junto al Secretario del Ayuntamiento, Don José María Vasallos, un hombre muy culto, consiguieron grandes cosas para Madridejos.

El diario “El Castellano de Toledo” con fecha del 20 de octubre de 1928 hablaba así del Siervo de Dios: “… Acogido por estruendosa ovación, se levanta a hablar el señor registrador de la propiedad don Jesús Requejo. No es posible recoger el amplio y luminoso discurso pronunciado por el cultísimo y honorable orador. Sus facultades extraordinarias y su firme voluntad se han puesto por completo a devoción de esta obra y en cada palabra vibran la expresión de su férvido entusiasmo y la complacencia del éxito. El discurso fue la nota saliente, extraordinaria, valiosísimo…”

EN FAVOR DE LAS VOCACIONES.

Don Jesús, que se dedicaba a fomentar las vocaciones religiosas, animó a dos niños a que ingresaran en el Seminario Conciliar de Madrid. El primero era Antonio de la Osa cuya madre servía en casa de los Requejo. Un año antes de la ordenación dejó los estudios. El otro fue Don Luis Sánchez de Tembleque, hijo de Patrocinio Sánchez de Tembleque, sustituto del Registro, el cual cantó Misa en el año 1941.

Pero, sin duda, la historia más curiosa le relaciona con el famoso sacerdote y periodista José Luis Martín Descalzo. José Luis nació en Madridejos, el 27 de agosto de 1930, porque su padre era Secretario del Juzgado de Madridejos; posteriormente fue destinado a Astorga. El sacerdote que le bautizó el 1 de septiembre fue el Siervo de Dios Prudencio Leblic Acevedo (también mártir de esta Causa que fue asesinado el 17 de agosto de 1936); sus padrinos fueron Jesús Requejo y Antonia San Román.

Cuando Martín Descalzo tenía 14 años escribe este poema desconocido, titulado Gotita de agua, que dedica a su madrina de bautismo Doña Antonia San Román. En él recuerda que sus padrinos trajeron agua del río Jordán para usarla en su bautismo. La segunda parte la dedica al martirio de padre e hijo. En las dos últimas partes de la composición, de forma imaginaria, inventa una conversación en la que el mártir intercede por la vocación sacerdotal de José Luis.


PUBLICACIONES Y RECONOCIMIENTOS.

Aunque publicó varios artículos y monografías profesionales, como “Importancia y efectos de la inscripción”, “El Derecho de la propiedad y el problema de la tierra”…, su mayor preocupación fue la solución de los problemas sociales a la luz del Evangelio y de las encíclicas de los Papas. A tal fin, con pluma clara, natural y precisa, escribió “Los principios de ordenación al bien común”, “Panorama social”, “Reglamento de un Sindicato Comarcal”, “Por la independencia económica de la Iglesia” y “Principios de Orientación Social”, su obra más editada, en la que se exponen, con una documentadísima información, clarísimos conceptos sobre la Iglesia y el Estado, los derechos individuales, el matrimonio y la educación, y otros muchos temas sociales cuya verdad empaña siempre una torpe y sofisticada demagogia.

Es precisamente en este libro donde podemos leer lo que dice el entonces Obispo de Tarazona, Monseñor Isidro Gomá, de Don Jesús Requejo: “… me honra mucho su ruego, y no he de dejar de corresponder a quien con tanto celo y desinterés trabaja por el bien de la Religión y de la patria…” (4 de enero de 1993).

Tras esta carta dirigida al autor aparecen dos palabras del insigne pedagogo Don Manuel Siurot: “Jesús Requejo ha escrito un libro sobre Orientaciones sociales… Requejo es un espíritu de combate, de lucha. Es un fervoroso enamorado de Jesucristo, que sabe iluminarse con bellísimas luces más bien que en los dulces remansos de la paz, en las estridencias vibrantes de la batalla…”.

En sus libros “Tierra Santa y Roma”, diario de su peregrinación a los Santos Lugares, y “El Cardenal Segura”, documentada biografía de el que fuera Primado de España, deja explotar su religiosidad profunda y su amor y veneración a la jerarquía eclesiástica. Con “Tierra Santa y Roma” decidió donar los beneficios a la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol. Conservamos un recorte de un número extraordinario de El Castellano con la foto de un seminarista africano llamado Bernardo Dodensa, al que se le ayudó con la beca fundada por Don Jesús Requejo.

En el prólogo de su obra “De la revolución española. Los Jesuitas” el futuro cardenal Ángel Herrera Oria dice del Siervo de Dios: “… Pertenece su autor al grupo de varones esforzados que luchan sin descanso por la defensa de la verdad y el triunfo de la justicia. La Acción Católica es una segunda profesión en el Señor Requejo, porque él no es de los que toman circunstancial o temporalmente parte en la enconada contienda religiosa de nuestro tiempo, sino un abnegado e inteligente luchador de todos los días.

Finalmente sus “Notas para un ensayo de reorganización de la Acción Católica” dan a conocer su decidido y noble empeño de apóstol de Cristo.

DIPUTADOS EN LAS CORTES ESPAÑOLAS

Fue meses antes de su muerte cuando el Siervo de Dios Jesús Requejo fue elegido Diputado en las Cortes españolas por el partido de la Comunión Tradicionalista durante la Segunda República. Su trabajo en las Cortes nos hace descubrir en sus intervenciones a un valiente defensor de la Iglesia y de los derechos del hombre, únicos motivos que le impulsaron a presentarse como candidato en aquellas últimas elecciones.

Con fecha del 24 de octubre de 2001 se nos remite la información que sobre el Diputado Jesús Requejo San Román consta en el Fichero Histórico de Diputados (1810 – 1977). El Archivo del Congreso de los Diputados no tiene expedientes personales de los diputados pero si conserva la documentación generada por la institución en el desarrollo de su actividad. Y esto es lo que examinamos.

Tras solicitar una excedencia como registrador de la propiedad, Don Jesús fue elegido por la circunscripción de Toledo para el trienio de 1936 a 1939. Las elecciones se celebraron el 16 de febrero de 1936. La Postulación conserva las intervenciones del Siervo de Dios, y es en ellas donde claramente se comprueba la verdadera dimensión humana y espiritual de Don Jesús. Fue elegido para las comisiones de Instrucción Pública, de Justicia y de presupuestos. Pero, sin duda, la intervención más clara para nuestra Causa fue la intervención del 8 de julio de 1936, a diez días del comienzo de la guerra.

Tras solicitar la venia al Señor Presidente Don Diego Martínez Barrio (Diario de las Sesiones de Cortes, nº 58 página 1.978) comienza el Señor Requejo su intervención:

“… Se limita este ruego que voy a formular al ejercicio del culto católico. No traigo yo esta noche, Sres. Diputados, aires de fronda ni vengo, aquí a acusar a nadie, pues un corazón cristiano no debe latir sino a impulsos del perdón, y del perdón para el enemigo precisamente, que es el amor en su tensión máxima.

… lo que yo traigo es un problema de libertad en su función más excelsa, en su expresión más elevada: la libertad en sus relaciones con la Divinidad, la misma libertad en el ejercicio más sagrado de los derechos: el del culto debido a nuestro Dios y Creador”.

Luego, citando una batería de ejemplos terminó mostrando una fotografía de una pared exterior de la iglesia de Santo Tomé en la ciudad de Toledo y del Cristo que desde hace más de dos siglos cuelga en la calle… “en sus sagrados pies – dice – cuelgan carteles del Frente Popular. …No quiero torturar más vuestra atención, pero sí quiero preguntar: ¿adónde vamos a parar? ¿Puede esto continuar ni un día más? ¿Es posible que haya quién no se dé cuenta de que con esos atentados, con esos atropellos y, sobre todo, con esas profanaciones y sacrilegios se está acelerando el proceso de disolución de la sociedad española?...

…¿Es mucho – terminará diciendo Don Jesús- que yo acuda a pedir que se respete a los españoles el ejercicio de sus derechos y también deberes de conciencia?

MARTIRIO

A finales del mes de julio Don Jesús fue encarcelado junto a su hijo Antonio; su condición de diputado que le debía proporcionar inmunidad parlamentaria no le sirvió de nada. Sus enfrentamientos por defender a la Iglesia con Dolores Ibárruri, la famosa Pasionaria, le señalaban como víctima escogida. Según relata Doña María de la Osa fueron llevados al antiguo convento de los franciscanos, conocido en el pueblo como San Francisco. La testigo, su madre y la esposa de Don Jesús Requejo acudían a la cárcel para atender a los presos, llevándoles el desayuno y la comida.

Finalmente el día del fatal desenlace el carcelero le dijo a la esposa de Don Jesús que preparase para esa noche unos papeles muy importantes (dinero) porque esa noche les iban a soltar. La realidad fue que el 17 de agosto padre e hijo, junto a otros vecinos de Madridejos (Toledo), fueron fusilados en El Congosto, junto al río Algodor, en el término de Los Yébenes (Toledo). Todos los testigos aseguran que el Siervo de Dios Jesús Requejo San Román murió gritando ¡Viva Cristo Rey!

Terminamos tomando las palabras de un artículo de Don Antonio de la Osa: “lo dicho aquí es muy suficiente para honrar la vida de Don Jesús. No obstante no se puede silenciar, porque constituyen los detalles más interesantes de su vida privada, la serenidad de su espíritu, su don de consejo, su caridad siempre abierta y siempre oculta, la amabilidad de su carácter, el dulce amor que profesaba a su esposa e hijo, que hacían de su hogar un remanso de felicidad, su constante presencia de Dios que informaba todos sus actos, su austeridad, su orden de vida y su gran capacidad de trabajo”.




FÉLIX JIMÉNEZ MAYORAL

Durante las investigaciones de la Comisión Histórica hemos podiso encontrar en los archivos de La Colegial de Talavera de la Reina (Toledo) un precioso documento de la Adoración Nocturna de la ciudad de la Cerámica, con la Orden del Consejo Supremo del mes de julio de 1940. Allí se recuerda a los hermanos muertos por Dios y por la Patria.

El primero era el arcipreste de la Ciudad, el Siervo de Dios Saturnino Ortega Montealegre. Junto a algunos seglares, el Siervo de Dios José García-Verdugo Menoyo o Víctor Benito Zalduondo, entre los sacerdotes figura el Siervo de Dios Félix Jiménez Mayoral.

Don Félix había nacido en Gamonal, localidad muy próxima a Talavera de la Reina (Toledo) el 23 de Junio de 1901. Ordenado el 14 de Junio de 1924. Con sus recién cumplidos 35 años lo encontramos ejerciendo el ministerio en la parroquia de Santiago Apóstol, en Talavera. Cuando estalla el conflicto armado se había dirigido a su pueblo natal para refugiarse con su familia. Allí coincidiría con el ecónomo de Malaguilla (Guadalajara), el Siervo de Dios José González Moreno, sacerdote natural de Gamonal que estaba pasando unos días de descanso con su familia.

La tranquilidad no les duraría ni un mes.. Sabemos que a D. Félix algunos conocidos le extorsionaban cantidades de dinero... fueron pasando los días, pero él desconocía que ya habían denunciado su presencia en el pueblo a las milicias de Talavera.

El 28 de Agosto los milicianos se presentaron en Gamonal para detener a los sacerdotes. De allí les llevaron a la localidad cercana de Calera y Chozas. Por el camino les torturaron refinadamente. Don José caminaba descalzo. Les colocaron sobre el pretil del puente de Calera sobre el río Tajo, y allí los ametrallaron. Junto con las descargas, el golpe contra las piedras del río hizo que sus cuerpos quedaran destrozados.




SEBASTIÁN GÁLVEZ TAVIRA
Natural de Consuegra, había nacido el 20 de enero de 1874. El 22 de diciembre de 1900 recibió la ordenación sacerdotal.

Cuando estalla la guerra civil, don Sebastián ejerce el ministerio siendo párroco de Turleque. El 21 de Julio, después de celebrar por última vez, fue obligado por las autoridades republicanas a entregar las llaves de la iglesia. Inmediatamente lo emplearon en el ayuntamiento como barbero durante tres meses; pero en realidad buscaban mofarse de él pues tenía artes para el oficio. Finalmente lo despidieron.

El 4 de diciembre fue detenido. Junto con él detienen a una señora viuda, Herminia Sánchez Moraleda. Ambos fueron llevados en dirección a Mora. Según los testigos, Herminia presenció la muerte de don Sebastián. El asesinato tuvo lugar en el km. 38 de la carretera comarcal que lleva Toledo a Madridejos, y en cuyo punto arranca la carretera local a Manzaneque.

Probablemente mataron a don Sebastián antes de llegar a Mora para quitar testigos molestos y tener que vigilar a una sola persona. Los estudios forenses determinaron que se divirtieron con él hasta clavarle, al parecer, una especie de banderillas. Lo cierto es que lo mataron a cuchilladas.

Don Juan Francisco Rivera afirma en su obra sobre la persecución religiosa en la provincia de Toledo que falleció la noche del 5 de diciembre. Aunque probablemente el martirio tuvo lugar la noche del día anterior.





HERMINIA SÁNCHEZ MORALEDA
Don Epifanio Sánchez del Pozo, natural de Rueda (Valladolid) y doña Felipa Moraleda, de la localidad toledana de Turleque, fueron los padres de Herminia que nació un 25 de abril de 1901 en Turleque (Toledo). Su padre era el veterinario del pueblo. Felipa muere al dar a luz a Francisco, el cuarto de sus hijos. Después de estar confiada durante unos años a su abuela, Herminia tiene que hacerse cargo a temprana edad de la casa, de sus tres hermanos varones y de su padre.
El 29 de septiembre de 1922 se casó con Nicolás Mora Palmero, de oficio carpintero. Al mes de nacer su tercer hijo, fallece su esposo. Su vida estuvo marcada por la austeridad, el sacrificio y el dolor: huérfana de madre a los tres años, viuda a los siete años de su matrimonio... y asesinada con tan solo 36 años de edad dejando a tres niños pequeños.
Herminia había sido educada en la fe católica, en la caridad y el sacrificio, tenía una vocación muy especial a la advocación de la Virgen del Rosario (la imagen original como tantas otras en tantos lugares desapareció víctima de las llamas); ejercía caridad con los necesitados... también pertenecía a las Hijas de María.
Los hechos que recordábamos en el número anterior sucedieron al final del año 1936. El 4 de diciembre, después de haber sido detenido el párroco, el Siervo de Dios Sebastián Gálvez, fueron en su busca.
Era sobre mediodía cuando se presentaron en casa de Herminia un escopetero del pueblo y un miliciano. El miliciano, según se ha podido saber era un capitán de milicias, empleado temporero de la Sección de Estadística del Ayuntamiento de Madrid, cuya madre era la maestra de Turleque y que, por este motivo, acudía con alguna frecuencia al pueblo.




Los testigos recuerdan que cuando salió detenida de su casa iba tomada de la mano de su hijo Lucio de 10 años. Madre e hijo caminaron juntos hasta la Plaza del Ayuntamiento, allí el miliciano apartó al niño de un fuerte culatazo en la cabeza... desde el suelo Lucio, impotente, sólo vio cómo se la llevaban. En el coche estaba ya el párroco.
Se dirigieron rumbo a Mora de Toledo. Pero en el kilómetro 38 de la carretera comarcal Toledo-Madridejos, en dirección a Manzaneque (Toledo) fue asesinado de forma cruel don Sebastián Gálvez. Al llegar a Mora, Herminia fue recluida en una vieja prisión.
Según los testigos, en la cárcel la maltratan, ultrajan y las gentes sólo oirían gritos y lamentos sin atreverse a asomar la cabeza por miedo; no pudieron verla, sí oírla... En prisión estuvo por lo menos hasta la Víspera de la Inmaculada ya que conservamos una nota escrita desde prisión en la que exhorta a sus hijos a ser buenos y pide ropa limpia.
Ese día realizaron un recorrido que les llevaría a concluir su macabro viaje en Espinoso del Rey (Toledo). Era el 9 de diciembre de 1936. El desgaste físico había sido tal que en este pueblo le dieron muerte.



JUAN FERNÁNDEZ-PALOMINO SÁNCHEZ
Al llegar al número sesenta de nuestra sección y con motivo de la publicación de esta fotografía queremos agradecer a todos aquellos que desinteresadamente prestáis vuestra colaboración al ofrecernos información y sobre todos material fotográfico. Nuestra Causa estudia uno por uno el martirio de cada candidato. Y así al contemplar sus retratos podemos mirarles a los ojos, saber como era su rostro, interpretar sus miedos en aquellas horas difíciles y sobre todo como se dejaron conducir por Jesucristo Nuestro Señor, rey de los mártires, para derramando su sangre, ser auténticos testigos del Evangelio.

Esta fotografía propiedad de Don Pedro Pedraza Muñoz nos retrotrae a un 27 de septiembre de 1925 en la localidad toledana de Dosbarrios. En la misma como pueden observan aparece un grupo de sacerdotes y de seglares, tal vez después de una sobremesa.

El primer sacerdote que de pie aparece fumando (empezando por la izquierda) es don José Rivadeneira Perea, fue cura párroco de Yepes (Toledo) y murió de muerte natural.

Delante de él y sentado, el primero empezando por la izquierda, se encuentra el Siervo de Dios Epifanio Díaz-Delgado Maroto, que estaba destinado en Tórtola de Henares (Guadalajara) y cuya Causa se sigue en nuestro Proceso, pero por la diócesis de Sigüenza-Guadalajara.

Ya tuvimos ocasión, en la entrega número 10 de "Padre Nuestro", de hablar del Siervo de Dios Julián Muñoz Cuesta, cura regente de Villafranca de los Caballeros y que aparece sentado en la fotografía el primero por la derecha.

Hoy nos acercamos al Siervo de Dios Juan Fernández-Palomino Sánchez, que había nacido en Dosbarrios (Toledo) el 29 de abril de 1892. Recibió la ordenación sacerdotal el 24 de abril de 1917. En la fotografía aparece señalado con un círculo.

Cuando estalla la guerra, don Juan ejercía el ministerio en la parroquia de Chozas de Canales (Toledo). En los primeros días, exactamente el 22 de julio, las autoridades republicanas le retuvieron en su casa sin permitirle salir del pueblo.

Unos días antes la gente de Chozas recuerda un impresionante Sermón que el párroco dedicó a la Virgen de los Dolores, hablándoles de cómo la Virgen nos amparaba y pidiendo por la paz. Se ha testificado también que don Juan compraba en una tienda del pueblo los alimentos para personas pobres y enfermas y pedía a las dueñas que lo llevaran a sus casas.

La gente del pueblo le había aconsejado que se marchara... pero él se había confiado a dos comunistas que le habían dicho que le defenderían. Hasta que el día 27 de julio vinieron a detenerlo. Ese día, estos dos se fueron del pueblo mientras lo iban a matar.

Los testigos afirman que tras la detención le llevaron a una taberna donde, aprovechándose del poco dinero que llevaba encima y haciendo mofa de Nuestro Señor, le decían: - "¿No bebes vino en la Misa? Pues aquí también tienes que hacerlo. Y le obligaron a beber. Luego le hicieron subir a un coche de las milicias, que había venido desde Madrid, y se lo llevaron en dirección a Illescas (Toledo). Antes de llegar, le fusilaron.

Se sabe que la cabeza apareció separa del cuerpo. Y que al darle sepultura se hizo saber a la familia que el Siervo de Dios le pidió al Señor: "Señor, haz de mí tu Santa Voluntad", ya que era la única defensa que tenía.






JOSÉ CALDERÓN RIVADENEIRA
Junto a los otros sacerdotes mártires de los que ya hemos hablado, al referirnos a la fotografía de grupo que presentábamos en el último número de nuestra sección, recogemos hoy estos apuntes biográficos de Don José Calderón Rivadeneira.

Había nacido en Dos Barrios el 10 de abril de 1894. Recibió la ordenación sacerdotal el 16 de marzo de 1918. Durante el primer semestre de 1936 le encontramos ejerciendo el ministerio como párroco en el pueblo de Domingo Pérez (Toledo). Se cree, casi con toda seguridad, que Don José celebró misa el 18 de julio en Domingo Pérez, y que ese mismo día se traslada a su pueblo, pero antes pasa por Madrid para visitar a una tía suya. Ésta le llama la atención por ir vestido de sacerdote ante la situación que se avecina, le convence para que vista de seglar y así llegará a su pueblo natal. Encerrándose en casa de sus padres ya no saldrá hasta que le detengan.

Una sobrina suya recuerda que el 6 de agosto mientras estaba desayunando los milicianos llaman a la puerta preguntando por Don José y su padre. Inmediatamente fueron detenidos. Llevada por la curiosidad infantil se asoma a la calle para ver como se los llevaban, vio claramente como rodeados por otro grupo de milicianos se encontraba su propio padre y alguna persona más. Todos fueron conducidos a un calabozo habilitado en la Plaza del Ayuntamiento.

Al día siguiente se les obliga a hacer una lista con aquellos que en el pueblo tenían armas. Como al iniciarse el conflicto fue obligatorio entregar las diferentes armas que se poseyesen en el Cuartel de la Guardia Civil, se les ocurre entregar una lista con aquellos que ya las habían entregado. Bien por sentirse burlados bien porque lo tenían decidido comienzan a pegarles salvajes palizas. A los pocos días soltaron algunos presos entre los que estaban Don José y su padre. Dos de sus hermanos y su propio padre serían asesinados a lo largo del mes de agosto.

Entre finales de agosto y los primeros días de septiembre fue arrestado Don José. Mientras les proponían a una cuñada y a una sobrina que les darían un salvoconducto para poder huir junto al sacerdote si traían un mono y una cantidad económica, el 6 de septiembre apareció un camión de milicianos del Puente de Vallecas (Madrid).

Sacaron a los nueve presos que en ese momento ocupaban la prisión de Dos Barrios (Toledo) y los asesinaron en el kilómetro 54 de la carretera de Andalucía, a 200 metros de donde fue asesinado el padre de Don José, como se lo hicieron saber. Se cuenta que el párroco de Domingo Pérez solicitó morir el último para poder atender a bien morir a los demás.

Conservamos una carta que Don José escribe el mismo 6 de septiembre, día de su asesinato, y que dirige a Zarauz a la Señorita Carme Silvia exponiendo la necesidad en que se encuentran la viuda y los hijos de su hermano Javier a cuyo servicio se encontraba trabajando. Dice al final:

No sé cuál será mi suerte en la voluntad del Señor con ella me conformo de antemano: en la actualidad me encuentro encarcelado por el solo delito de ser sacerdote.




ENRIQUE CORRAL REIG
Natural de Los Navalmorales (Toledo). Nació el 5 de enero de 1866. Ordenándose sacerdote el 21 de diciembre de 1889. Celebró su primera misa el 5 de enero de 1890. Don Enrique trabajó en las parroquias de Los Yébenes, en la ciudad de Toledo y en Huerta de Valdecarábanos. Llegó a Urda a primeros de julio de 1907: el primer bautizo en Urda data del 8 de julio de 1907... la última partida de bautismo la firma el día 14 de junio de 1936".

A los pocos días de estallar la guerra civil, el día 25 de julio fiesta de Santiago Apóstol, le encarcelaron dejándole libre a los 4 ó 5 días. Volvieron a encarcelarlo más tarde, para nuevamente ponerlo en libertad. En la cárcel había sido torturado. Por tercera vez lo encarcelaron, sometiéndole a un terrible martirio.

En 1993 Don Santiago Fuentes Soto en la revista de la "Real Cofradía Vera-Cruz de Urda" escribía: Es sorprendente cómo un hombre tan querido y amado por todos, cariñoso, caritativo, hecho amor, fuese tan salvajemente martirizado. No hay palabras para transcribir los sufrimientos que su sobrina Concepción Corral nos cuenta.

Como acabamos de reseñar:

"Dice que fue sacado de su casa varias veces; que le pasearon por el pueblo en trágica caravana, y una turba de desalmados se ensañaba con él por medio de toda clase de atropellos, palabras soeces e improperios. Y después de este recorrido ultrajante lo devolvían a su casa para allí reanudar una nueva tormenta de tropelías".


"Volvieron durante varios días y lo hicieron con nuevos insultos y paseos por el pueblo haciendo auténticas barbaridades sobre él. El atrevimiento fue tal que hasta le amputaron las dos orejas, ¡pidiéndole que se realizase el milagro de volverlas a juntar! Y el bendito suelo de este pueblo, que tantas veces había sido santificado por la presencia del Cristo de Urda, era profanado con la sangre de su querido Párroco".

"Aun pensaron que le humillarían más al provocarle la castración y así lo dejaron en su casa, a punto de morir, en estado agónico y perdiendo mucha sangre. Su sobrina y dos señoras que les atendían le procuraron que muriese dignamente".

"Durante tres semanas las visitas de los milicianos no cesaban. Pensaban que en la casa se guardaban armas y amenazaban a su sobrina con maniatarla y meterla así en el pozo para que las sacase".

Finalmente el sábado 5 de septiembre la Virgen se lo llevó a su lado. El sacerdote Don Eduardo Álvarez, natural de Urda y que durante muchos años fue Sacristán Mayor de la Catedral de Toledo, contó en muchas ocasiones que él también presenció el paso del Siervo de Dios de la cárcel a su casa. Iba, como lo han descrito mis paisanos, derramando sangre, derrumbado, cargando sobre sus espaldas el peso de toda clase de atropellos y barbaridades. Bien seguro que tenemos un gran intercesor en el cielo.




ISABELO ESTEBAN-MANZANARES GUTIÉRREZ
La historia de Isabelo arranca en Navahermosa, pueblo de la provincia de Toledo, un 8 de julio de 1911. Como dice el acta de bautismo “nació en la primera hora del día ocho del corriente mes y año”. Los libros parroquiales llevaban setenta años esperándonos para hablarnos de la primera misa de este joven sacerdote, ordenado un mes y medio antes de que estallase la guerra civil.
Una vez más puedo deslavazar estas líneas junto a una preciada y preciosa reliquia. Se trata de unos apuntes espirituales, que nos comprometemos pronto a publicar, que el joven seminarista escribe, al principio de su carrera eclesiástica, en el año 1929. Junto a estas publicamos una de sus páginas. Se trata de un cuaderno (10x15) de escuela, de esos que tenían las tablas de multiplicar en la contratapa.
La primera anotación es del uno de marzo de 1929. Isabelo tiene 18 años. Lo termina el 30 de noviembre de ese mismo año. Se trata de una serie de breves reflexiones. Como si fuesen los puntos de meditación, a modo de compromiso, para cada día o tal vez el resumen para tener presente a lo largo de la jornada o para el día siguiente.
Sobrecoge en la primera página el pensamiento del dos de marzo que, aunque debe escribirla durante el tiempo de la Cuaresma, Isabelo escribe de forma profética: “Entregarme en manos de Jesús, como Él se entregó en las de sus enemigos, y si permitiese que alguna mano extraña me abofetee, recordaré que también lo hicieron con Él los soldados”.
El día de su cumpleaños anota: “Procuraré como San Pablo ser todo para todos a fin de ganarlos a todos para Jesús”.
Pasarían los cursos y el 22 de diciembre de 1934 llegaría la ordenación de subdiácono que recibió en Toledo de manos del Señor Arzobispo, el Doctor Gomá. Fue ordenado sacerdote año y medio después, el 6 de junio de 1936.

Tras su ordenación sacerdotal, el 6 de junio de 1936, Isabelo celebró solemnemente su primera misa el 14 de junio a las diez de la mañana en la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel de su pueblo natal. El que era párroco de dicha villa, Don Ángel García de Blas, que logró escapar de la persecución escribió en los libros parroquiales un acta como recuerdo de la dichosa jornada.
Como el mismo párroco titula se trata de una nota curiosa. Tras citar a todos los sacerdotes que por un motivo u otro estaban ese 14 de junio en la parroquia, escribe: “...Predicó en acto tan solemne D. Eustoquio García Merchante, ecónomo de la Magdalena de Toledo y cura que fue de esta Iglesia y que fue quien llevó al seminario al misacantano… El Ayuntamiento no dejó poner la bandera en la torre como se acostumbraba en tales casos y quiso impedir sin conseguirlo el refresco con que obsequiaron después del acto a sus amistades”.
También Don Eustaquio obtendría el don del martirio dos meses antes que su pupilo. Fue el dos de agosto de 1936. Antes tuvo que ver desde su domicilio cómo ardía su parroquia de La Magdalena. Padrenuestro (nº 943 – 13/14 mayo de 2006) publicaba la foto de las ruinas de la Magdalena por el incendio provocado.
Tras la primera misa Isabelo permaneció en su casa esperando que le fuese confiado algún ministerio. Estaba con su familia en su pueblo, recibiendo noticias de los martirios de tantos compañeros y consciente de que lo sería él probablemente.




Un religioso corazonista, el Padre M. Mallo, publicó unas “Pinceladas históricas” sobre las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas por la Madre Isabel Larrañaga (que actualmente trabajan en nuestra diócesis en Fuensalida y que desde 1922 trabajaban en Navahermosa). Allí se afirma que previendo Isabelo lo que podía sucederle, habló a su madre en estos términos: “Madre, si vienen a buscarme, no diga usted que no estoy, porque el discípulo no ha de ser más que su Maestro”.
Según declaró el miliciano que le asesinó, cuando caminaban hacia el martirio Don Isabelo le dio un cigarro, y ya ante las tapias del cementerio de Navahermosa, se volvió el joven sacerdote hacia los milicianos preguntando quién iba a disparar sobre él. - Yo, dijo el que lo iba a hacer. Entonces se acercó y me bendijo la mano añadiendo: -Yo te perdono, y deseo que Dios por quien doy a gusto mi vida te perdone. Sé que sólo muero por el crimen de ser sacerdote. Era el 4 de octubre de 1936.


La declaración la refiere una testigo que oyó dicha confesión, meses después en un hospital de la zona republicana, a un tal Victorio apodado el Cabo Feo, que se revolvía angustiado exclamando: ¡Qué valiente, no debimos haberle mata
Diario de 1929 de Isabelo Esteban-Manzanares Gutiérrez



DOROTEO GONZÁLEZ GARCÍA DE LA OSA
Natural de Pelahustán (Toledo), Don Doroteo había nacido el 6 de febrero de 1878. Tras realizar los estudios en el Seminario de Sigüenza se ordenó sacerdote el 18 de marzo de 1905. Ejerció durante casi ocho años en Montarrón (Guadalajara), ya que tuvo que dedicarse a la atención de un tío suyo sacerdote que estaba enfermo. Después recibió el nombramiento de Pelahustán (Toledo).

Durante casi dieciocho años será párroco de Hontanar y coadjutor de Navahermosa, ambas poblaciones toledanas. Residía en Navahermosa. Todos le recuerdan como un hombre bueno y caritativo, tenía la costumbre de dejar siempre unas monedas bajo la almohada de los enfermos necesitados a los que acudía a visitar. Era muy celoso en su trabajo pastoral e hiciese el tiempo que hiciese no dejaba de acudir a celebrar misa a Hontanar.

Tras estallar la guerra vio como se quemaban las imágenes de la parroquia sin poder intervenir. Tras pasar los meses del verano, según declararon unos sobrinos que vivían con él, y nos imaginamos que confiado ya en que no le iba a suceder nada, como Nuestro Señor Jesucristo fue “vendido” por una cantidad de dinero. Detenido con el novel sacerdote Don Isabelo Esteban, y otras personas del pueblo fueron asesinados en las afueras del pueblo el 30 de septiembre de 1936.








JOSÉ GARCÍA-VERDUGO MENOYO
"El infrascrito Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas se complace en certificar: que Don JOSE GARCÍA-VERDUGO Y MENOYO, Abogado-Procurador de Talavera de la Reina asesinado en Madrid por los milicianos, era no sólo católico práctico y de intachable conducta familiar y social, sino paladín de la causa católica que había defendido brillantemente con la palabra y con la pluma, habiendo merecido repetidamente el elogio de su Prelado.

El Prelado que suscribe desea rendir con estas líneas el merecido testimonio a la memoria de tan ilustre y digno diocesano, cuya muerte, aceptada y recibida por su fe, es digno remate de su vida de fe y de apostolado, que habrá sido premiada por Dios".

Esta breve carta la redactó el cardenal Isidro Gomá y Tomás, a quien el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 sorprendió en Tarazona, donde había acudido para conferir la consagración episcopal a Gregorio Modrego y Casáus, que fue su obispo auxiliar y más tarde, después de finalizada la contienda, sería arzobispo de Barcelona. La consagración fue aplazada hasta octubre y Gomá se trasladó a Pamplona, donde fue acogido por el obispo Marcelino Olaechea en la Casa de Ejercicios de las Esclavas de Cristo Rey de la capital navarra. Desde aquí, un 9 de septiembre de 1939, el Cardenal fecha el elogio de este talaverano.


Nació José en Sevilla el 17 de marzo de 1895 siendo bautizado en la Parroquia del Sagrario. A los pocos días de nacer, vino en unión de su familia a Talavera donde pasó los primeros años de su vida haciendo la primera Comunión y estudiando las primeras letras. Muy niño aún, fue a vivir a Salamanca y allí afianzó más su educación cristiana, adquiriendo las costumbres y virtudes de su familia netamente católica. En Salamanca comenzó los estudios del Bachillerato, asistiendo ya a los cultos de los Luises. Trasladada la familia a Burgos, termina en esta ciudad el Grado, e ingresa en la Conferencia de S. Vicente de Paúl. Debido a un nuevo traslado de su padre, comienza en Zaragoza la Carrera de Derecho, definiéndose como literato y orador, pero poniendo siempre sus trabajos al servicio de Dios y de España.

Siendo estudiante ingresa en la Adoración Nocturna, teniendo como mayor anhelo el poder llegar a reunir el centenar de vigilias para contarse entre los veteranos. No lo pudo conseguir. La muerte le llamó para acabar la guardia en la escolta de Honor que los Adoradores dan a Jesús en el cielo. Años después, fija su residencia en Talavera y en unión de su hermano funda la Adoración Nocturna.

También en su juventud organiza la Juventud Católica, de la cual fue el primer Presidente. Perteneció además a la Hermandad de Nuestra Señora del Prado, a la cofradía del Santo Sepulcro, Padres de Familia, Acción Católica, Presidente de la Junta Interparroquial de Culto y Clero y a las Conferencias de San Vicente.

Toda su vida tuvo una preocupación constante: la educación de la juventud. Mucho hizo en favor de los jóvenes cuando como profesor de ellos tenía ocasión de inculcarles además de los libros de texto, los principios de la religión y de la moral. Por eso cuando la Juventud Católica tomó cuerpo en Talavera, se consagró a ella como uno de sus más decididos protectores. Profesor del Círculo de Estudios de la misma, les explicaba en sus clases con el acierto de su cultura y la autoridad de su conducta, aquello que les instruía, formando poco a poco el alma cristiana de los muchachos, y la recia valentía que habían de demostrar en los momentos de peligro a que muy pronto se vería expuesta la fe. No fueron inútiles sus esfuerzos, algunos como él católicos de pura cepa, valientes y firmes en sus ideales le precedieron en el martirio.

Don José casó con María del Pilar Fernández-Sanguino de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos: Pilar, Alberto, José Carlos, Luis y Antonio. De profesión Procurador de Tribunales y de estado, abrió en Talavera un bufete de Procurador, en el que tuvo mucha estimación y celo.

Sus trabajos como director de "El Castellano" en Talavera son bien conocidos por todos. Desde sus páginas, en la que trabajó diez años, en cada artículo y página prevenía lo que podría suceder si los enemigos de la fe se adueñasen de la situación, como así ocurrió.

Cuando se dio la orden por la república de no verificar enterramientos católicos si no se había escrito antes este deseo, llevó a la práctica la creación de un fichero, que conservó en su domicilio, en el que constaba la voluntad del católico finado. Muchos miles se llegaron a reunir.

Todos estos trabajos marchaban al mismo tiempo que los hechos en escritos, propagandas verbales, en Congresos, Conferencias, etc. Uno de los Congresos al que asistió fue al de Toledo el año 1935. Su entusiasmo no cabía en su pecho ¡pero qué hacer en favor del seminarista! Y entonces concibió la idea, que como todas las suyas, puso en práctica enseguida. En Talavera no sería difícil reunir 15.000 ptas. con los intereses de las mismas se podía costear a perpetuidad una beca Pro-Seminario. Empezó la obra pero no pudo verla acabada. Otros continuaron lo que él empezó.




Un boletín salesiano del 21 de septiembre de 1921 nos recuerda la presencia de los salesianos en nuestra Archidiócesis, concretamente en Talavera de la Reina. Y como cooperador salesiano fue Don José el alma mater del Centro "Don Bosco".

La señora Joaquina Santander ayudó a principios del siglo XX a la creación de un Colegio de los PP. Salesianos que acogía "a centenares de chiquillos de todas las clases sociales, atraídos por la dulzura, el sacrificio y el desinterés de los hijos de Don Bosco". Pero esto era poco todavía. Era necesario reunir, no sólo a los niños, sino a los que habiendo dejado de serlo, entraban en el taller, en las faenas del campo o en las aulas, para que el ambiente de la nueva vida, no agotase aquella flor de virtud que se había logrado obtener en sus corazones infantiles.

Y en el boletín Don José García-Verdugo da la noticia que los directores de la fundación crearon el Centro y "tiene ya más de doscientos socios esta pequeña entidad... de los 12 a los 15 años forman el grupo de aspirantes... y los Cooperadores salesianos que constituyen el grupo de socios protectores. Para que sirviera de acicate, se les ofrecieron recreos, juegos, billares, funciones de teatro (montones de ellas escritas por él mismo, en las que a la vez que les proporcionaba ratos de solaz les inculcaba los principios básicos de la Iglesia.), también funciones de cinematógrafo, un frontón para los aficionados al deporte vasco"...

"Para instruirlos, durante los domingos del pasado invierno, se organizó un curso de conferencias de carácter social y cristiano, en las cuales, los distinguidos cooperadores de la obra trataron de interesantísimos temas"...

Así se dirigía en 1923 el Siervo de Dios a María Auxiliadora.

¡Madre del alma mía!
Dame reposo y calma.
¡Qué tormenta, qué lucha tan bravía
se libra sin cesar dentro del alma!
¡Escucha mis clamores!

¡Oye mis tristes quejas!
Entre tantas tristezas y dolores
¿a quién acudiré si tú me dejas!?
Al pie de tus altares
me cobijé de niño;
ahora que son tan hondos mis pesares,
¿no he de encontrar consuelo en tu cariño?
Tú eres paz y dulzura
y estrella de bonanza.
¡Baja hasta mí los ojos, Virgen pura,
para que no me falte la esperanza!
Refrena los latidos
del pobre corazón que sufre y llora.
¡Eres madre y consuelo de afligidos,
y te llamas María Auxiliadora!

En el terreno político, tuvo siempre una idea de fondo que fue la Tradicionalista, aunque en beneficio de Dios y de España sacrificara sus ideales. Durante la Dictadura de Primo de Rivera perteneció al Ayuntamiento de Talavera. En el Ayuntamiento republicano de Talavera siempre afirmó su calidad de Concejal católico y monárquico. Esto unido a la campaña que hizo en contra de todo lo que fuese persecución a la religión o a España y su voto de oposición a la moción de expulsión de los jesuitas, Comunidades religiosas y el Cardenal Segura, fue la sentencia de muerte que él mismo se firmaba. Desde entonces sabía que sus días estaban contados. "¡No podía acabar bien quien a boca llena se llamaba católico en una atmósfera enrarecida!"

No por eso dejó de proclamar su fe y cuando alguien le advirtiera el peligro que corría y le añadió:

-"Prepárate a morir mártir"
Él contestó:
- "Bueno, si Dios lo quiere, bendito sea".
- "Pero y, ¿tus hijos?".
- "Dios se encargará de ellos".

Desde entonces redobló sus afanes. Era preciso luchar y él fiel a sus principios los defendió sin miedo. Entre todas sus cualidades tres brillan de una manera especial: valentía, tesón y sencillez. Nunca, nada ni nadie, le asustó y por esa razón ni en un solo momento dejó de hacer aquello que su conciencia le dictaba. El tesón y la constancia se reflejaban en todos sus afanes. Él veía lo poco que conseguía en su empresa; los trabajos de su voz y de su pluma caían en el vacío y eran poquísimos los que se hacían eco de sus advertencias y doctrinas pero él siempre atribuía el fracaso a falta de celo por parte de él y redoblaba sus afanes para ver la manera de conseguir más fruto. También la sencillez fue una de sus cualidades más hermosas y de la que no podían sustraerle por más que se le impulsase a brillar.

Organizó muchas cosas en Talavera pero no consistió nunca que se supiera era obra suya. Él lo formaba y daba vida y dejaba los cargos a los demás. "Yo trabajo para Dios - decía - no para el mundo".


En lo más florido de su vida alcanzó la palma del martirio. Dos veces le detuvieron en Talavera demostrando gran serenidad. Cuando marchó a Madrid, al despedirse de su familia, alguien le dijo:
- "Ten valor y piensa en tu alma".
A lo que él contestó:
- "No temas por mi alma, estoy preparado y nada ni nadie me hará renegar de lo que llevo muy dentro".

Después, silencio durante muchos meses, rumores de su muerte y, más tarde, su confirmación con detalles de ella. Un día de Octubre del 1936 seis individuos fueron a buscarle. Fácilmente pudieron llevárselo. Esta vez con la seguridad de que era la definitiva. Él les habló:

- "¿Por qué me buscáis? Siempre hice todo lo que pude en favor de los obreros, puesto que como hermanos míos que sois os he tratado".
Uno, más comprensivo, contestó:
- "Es verdad, no nos ha hecho ningún mal".
- "Pero eres un beato", dijo un segundo.
A lo que nuestro mártir contestó:
- "Eso sí, 'beato', como vosotros me llamáis soy, lo he sido y seguiré siéndolo durante toda mi vida".
- "Pues va a ser por poco tiempo porque ahora vas a morir".
- "Pues ya sabéis que muero por Dios".

Poco después una criminal descarga era la respuesta a aquella profesión de fe, quedando su cuerpo abandonado en la Ciudad Universitaria de Madrid, como el de tantos otros, mientras su alma subió al Cielo a gozar de Dios, reuniéndose con aquellos otros que le habían precedido en el martirio. Era el 20 de octubre de 1936.

Según se supo, por las declaraciones obtenidas de los imputados por dicha muerte, Don José se dirigió al que se suponía le iba a matar y le pidió que no se le disparase a la cara sino directamente al corazón. Luego los milicianos extrañados lo comentaron:
- "Vaya un jabato el tío, ni protestó ni molesto, lo más raro es que nos dijo: - Por favor, no me tiréis a la cara, tirarme al corazón. Y plis, plas, se quedó pajarito en el corazón, como lo pidió, pero no le quedó entera su preciosa cara, le echamos una piedra encima y aquí paz y después gloria".

Seguro que el Siervo de Dios hizo esta petición por si alguien le reconocía para darle cristiana sepultura... pero los asesinos que se ensañaron con el cadáver le desfiguraron su rostro destrozándolo con una piedra.









JACINTO MIGUEL VILLANUEVA
Don Jacinto había nacido el 16 de agosto de 1898 en Navahermosa (Toledo). Huérfano de madre, fue el único de los nueve hermanos que pudo estudiar. Tras finalizar los estudios eclesiásticos recibió la ordenación sacerdotal el 13 de enero de 1924. Le ordenó sacerdote Monseñor Narciso Estégana Echevarría, obispo de Ciudad Real (que también fue asesinado en la misma persecución el 22 de agosto de 1936 y cuya decreto de martirio ya ha sido anunciado por la Santa Sede). El joven sacerdote celebró su primera misa en su pueblo natal dos días después.

Tras ocupar la parroquia de Las Ventas con Peña Aguilera (Toledo), aunque cuando estalla la guerra ejercía como ecónomo de la parroquia de Almonacid de Toledo.

El 19 de julio tuvo que abandonar la parroquia por las amenazas recibidas. Decidió buscar la seguridad marchando a su pueblo natal, más tampoco halló entre los suyos la protección deseada. Don Jacinto Miguel fue detenido el 22 de julio, cuando se dirigía al Ayuntamiento para rogar al alcalde que no expulsara a las religiosas de la Congregación de HH. de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús de un modo tan indigno como lo iban a hacer. La respuesta fue dejarlo a él detenido.


Una prima hermana le recuerda con de carácter muy alegre. Algo de ello se desprende en la simpática foto que acompaña el artículo tomada en el claustro del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, las mujeres más cercanas a él son dos hermanas suyas – Juliana y María – que vivían con él.

Una de los testigos, que entonces contaba 15 años, recuerda que iba a la cárcel a llevarle el alimento. Se cuenta que a uno de los detenidos, que era un labrador, lo quemaron vivo. Los demás quisieron con el agua del botijo apagar el cuerpo que se quemaba y como represalia les tuvieron todo el día sin agua.

De ánimo esforzado y fervoroso Don Jacinto animó y consoló sacerdotalmente a sus compañeros de cautiverio, uno de ellos el alcalde de Hontanar (Toledo), Saturio Sánchez Muñoz. Los excitó al dolor de sus pecados, les dio la absolución, dirigió camino del suplicio, el rezo del santo rosario, entonó con ellos varios cantos piadosos y murió gritando ¡Viva Cristo Rey! Esto sucedió el día 27 de julio mientras, según se cree, eran trasladados a Toledo. Una cruz recuerda todavía el suceso en la carretera de San Martín de Pusa a los Navalmorales.




ANTONIO TEJERIZO ALISEDA


Nació el 15 de diciembre de 1875 en Navaluenga (Ávila). Se ordenó sacerdote el cuatro de junio de 1898.

Cuando estalló la guerra hacía once años que ejercía de párroco en Lagartera, pueblo de la provincia de Toledo, perteneciente por entonces a la diócesis de Ávila. Tenía 60 años y estaba enfermo. El 26 de julio, domingo, pudo aún celebrar la primera misa. Pero antes de la segunda, el mismo alcalde se presenta, diciéndole que recoja lo que quiera de la iglesia, y le entregue las llaves. Entonces, Don Antonio sumió las Sagradas Formas: He podido consumir, dijo a su hermana Julita, ya no pueden cometer un sacrilegio con el Santísimo, sea lo que Dios quiera. Luego entregó el templo a la autoridad republicana, que lo saquearía a los pocos días, igual que el resto de los templos de la diócesis. La profanación de los templos se hacía no sólo destruyendo a hachazos y quemando verdaderas obras de arte, sino también entre bacanales sacrílegas. En Lagartera pasearon procesionalmente en andas a una miliciana, remedando en su ignorancia a la diosa Razón de los revolucionarios franceses; y casaron litúrgicamente una imagen de Jesús con otra santa.
Un claretiano, el Padre José Dueso, en una nota biográfica para una novena, recoge el testimonio de una carta que Don Antonio dirige a un compañero sacerdote:
"Están furibundos todos estos (refiriéndose a los milicianos) esperando órdenes desde Madrid para ejecutar... y al cura el primero; ¡como vociferan por las calles! Difícilmente me libraré de la muerte pronta". Y dice más adelante: "...a quien sin cesar pido fuerzas es a Dios para ser mártir ante Él, aunque no me canonicen. ¡Dichoso de mí si al morir me pudiera abrazar con Cristo, sin pasar por el Purgatorio! ¡Esta es mi mayor ansia y petición continua!



El párroco seguía enfermo en su casa, aterrorizado por lo que le contaban. El 1 de agosto se presentó una turba para lincharle. Unos milicianos lo arrancaron del lecho metiéndole en un coche; mientras él decía: Dios mío, cualquier género de muerte que quieras darme la acepto desde ahora como venida de tu mano. Detrás sigue una camioneta con gente cantando el entierro del cura.
Le llevan al ayuntamiento de Calzada de Oropesa (Toledo), obligándole a bajar penosamente del coche. Vuelto al coche e iniciada de nuevo la marcha, cuando les parece a los milicianos, le obligan a descender del vehículo. Se encontraban en las proximidades de Navalmoral de la Mata. Comprendió que era llegada su última hora. Eran las nueve de la noche. Pidió unos momentos de silencio y en voz que todos oyeron pronunció esta plegaria:
"¡Dios mío! Yo te ofrezco mi vida por la salvación de España y por las almas de mis feligreses; perdono a los que me matan porque no saben lo que hacen". Aún pudo volverse hacia los asesinos diciendo: "Yo también os perdono con todo mi corazón: tirad cuando queráis. Luego sonó una descarga que le dejó desfigurada la cabeza, y como aún se moviese le remataron con otra descarga, arrastrando después el cadáver a la próxima cuneta.



SALUSTIANO DOMÍNGUEZ SASTRE


Natural de Mingorría (Ávila). Nació el 9 de junio de 1880. Ordenándose el 18 de diciembre de 1909.

Desde 1926 ejercía como párroco del pueblo toledano de Alcañizo, entonces perteneciente a la diócesis de Ávila. Una semana después de iniciarse la guerra civil, el 25 de julio de 1936, y aunque este día Don Salustiano todavía pudo celebrar misa, los milicianos se incautaron del templo parroquial desvalijándolo por completo. Sólo permanecieron en pie las paredes y el techo. Al irse cargando el ambiente en el pueblo él decidió recluirse en su casa.

El 10 de agosto los milicianos le sacan de su casa, le suben a una camioneta, y le conducen a Oropesa (Toledo). Caen sobre él insultos y culatazos. Hicieron varias paradas en los melonares por donde pasaban, haciéndole ir a buscar los mejores melones para traérselos. Él iba descalzo. Una de las veces abrieron un melón restregándoselo por la cara entre burlas. En Torralba de Oropesa (Toledo) le hace nuevamente bajarse del vehículo para obligarle a bailar en la plaza como un oso entre las risotadas del público. Cuando se cansaron reanudaron la marcha hacia el Castillo de los Condes de Oropesa. Allí en el patio de armas, entre milicianos y milicianas, se repiten los insultos y los golpes, hasta dejarlo malherido. Temiendo que se les muriera allí mismo, lo arrastran en volandas hasta el cementerio rematándolo de varios disparos.





SIMEÓN BEL RODRÍGUEZ


Natural de Santa Olalla (Toledo) nació el 18 de febrero de 1885. Ordenado el doce de marzo de 1910. Tras el nombramiento de coadjutor de la parroquia de Montearagón (Toledo), donde era muy querido, en 1926 obtuvo por oposición la parroquia de San Bartolomé de las Abiertas (Toledo).

Don Simeón vivía en compañía de dos sobrinas huérfanas, hijas de su hermana Cipriana. Los testigos recuerdan que tenía una minusvalía en la mano izquierda.

A los pocos días de estallar la guerra, el 22 de julio de 1936, fue encerrado en el Ayuntamiento y poco después en las escuelas habilitadas como cárcel.

En un texto elaborado en 2002 por el sacerdote Francisco Javier Alonso Calderón, que fue párroco de San Bartolomé, y el historiador Enrique Molina Merchán se recogen los siguientes detalles:

Las declarantes "recuerdan que tuvieron ocasión de ver a Don Simeón por una ventana que daba al patio donde el sacerdote permanecía detenido. Éste manifestó su preocupación por el Santísimo que había quedado en el Sagrario.

No supo que a la vez que se lo llevaban detenido había comenzado la profanación y destrucción en el templo parroquial. Perecieron todos los libros del Archivo, Misales y Leccionarios, así como el ajuar y los enseres litúrgicos. Fueron destruidos el órgano realejo y todos los altares y retablos. Las cuatro campanas se destruyeron al ser arrojadas contra el suelo... Las Sagradas Formas fueron profanadas, escarnecidas y consumidas por tres individuos. Finalmente, el templo parroquial sería destinado como garaje y fragua, abriéndose fosos en la nave para el cambio de aceite y reparaciones de los bajos de los vehículos. En un principio se salvo la imagen del titular san Bartolomé que se colocó algún tiempo como centinela a la puerta de la iglesia, para ser después completamente destruida.






Una de las testigos que ofrecieron su declaración recuerda que "se atrevió a pedir el copón con el pretexto de que pertenecía a su familia, y le fue entregado. En él sólo quedaban algunas partículas. Se llevó el copón a su casa y convocó secretamente a algunas personas para celebrar una Hora Santa de reparación".

Todo esto fue puesto en conocimiento del párroco que determinó que un joven, que era veterinario y muy piadoso, consumiese las partículas. Éste fue asesinado pocos días después.

Por los buenos oficios de un médico de Talavera se consiguió que todos los detenidos fueran liberados a principios de agosto, siendo confinados en sus domicilios.

Familiares de Don Simeón pidieron al Comité que lo trasladara a su pueblo natal. Así lo hicieron, pero a los pocos minutos de su llegada a Santa Olalla una nutrida manifestación se agolpó ante la casa familiar a los gritos de: "¡Afuera, afuera! ¡No queremos ni curas ni iglesias! ¡Mueran los curas!". El tumulto crecía y el presidente del Comité local dijo: "¡O se marcha o lo matamos ahora mismo!"... tuvieron que devolverlo a San Bartolomé.

Cuando se cumplía un mes de este particular vía crucis, el 22 de agosto, el pobre sacerdote fue conducido al Cuartel de la Guardia Civil que tenían para sí los milicianos. Le retuvieron tres días entre mofas y escarnios: atándole a las pesebreras de las caballerizas, y echando paja en ellas, le gritaban: "¡Come burro!". Don Simeón solo abría la boca para perdonar y para manifestar que ofrecía todo aquel calvario por la conversión de sus torturadores y por el bien del pueblo.

En la noche del 24 de agosto lo llevaron a Talavera de la Reina (Toledo), pero antes de llegar, cerca del Puente Viejo, en la llamada "Huerta del Calerano", atado a una higuera fue salvajemente torturado mientras recitaba jaculatorias y perdonaba a sus verdugos. Murió acribillado a tiros... amanecía el 25 de agosto de 1936. Su cuerpo permaneció durante cinco días insepulto, hasta que localizado fue inhumado en el cementerio de Talavera.





BUENAVENTURA HUERTAS MEDINA
Natural de Socuéllamos (Ciudad Real), Buenaventura Huertas Medina nació el 14 de julio de 1870. Huérfano de padre y madre, se crió junto a tres de sus hermanos en casa de su tío José María Huertas, párroco de Villa de Don Fadrique (Toledo), quien les inculcó los valores religiosos. Contrajo matrimonio con María Josefa García-Molero Aguado, nacida en Villa de Don Fadrique; tuvieron 14 hijos, de los cuales dos hijas fueron religiosas carmelitas, una en Granada y otra en Yepes (Toledo).
Funcionario del Ayuntamiento de Villa de Don Fadrique, Buenaventura Huertas Medina (conocido en el pueblo como el Sr. Ventura) compartía su trabajo con la sacristía de la parroquia Nuestra Señora de la Asunción. Además, era director de la banda municipal, maestro de música y organista, por lo que dirigía todos los actos musicales de la parroquia, cuyo párroco era el Siervo de Dios Francisco López-Gasco Fernández-Largo (al que popularmente todos llamaban Don Paco) y su coadjutor, el Siervo de Dios Miguel Beato Sánchez (que próximamente serán beatificados).
En su casa, Buenaventura Huertas recibía a los sacerdotes, seminaristas y cantores del coro de la parroquia, para ensayar las novenas o mantener tertulias, de carácter religioso en su mayoría. Asistía a misa diaria con su esposa y participaba activamente en todos los actos religiosos organizados por la parroquia. Era muy recto, cumplidor y no faltó nunca a sus deberes, incluso justo después de morir repentinamente, un 7 de septiembre, uno de sus hijos a los 26 años, José María Huertas, sacristán y organista de Villarrobledo. El 11 de septiembre, festividad del Cristo del Consuelo, Buenaventura Huertas estaba dirigiendo la banda en la procesión del Cristo, lo que despertó la admiración de todo el pueblo. Al día siguiente de comenzar la Guerra Civil, Buenaventura Huertas fue a abrir la iglesia de Villa de Don Fadrique como todos los días con su esposa; pero unos milicianos les quitaron las llaves y no les quedó más remedio que regresar a su casa, situada junto a la iglesia. Después, los milicianos echaron al párroco de su casa, quien se refugió en casa de Buenaventura Huertas, donde se quedó a vivir.
Unos días más tarde se llevaron al párroco a la iglesia para registrarla. Mientras los milicianos estaban en la bóveda y en la torre, Don Francisco sacó el Santísimo del Sagrario, lo llevó a casa de Buenaventura Huertas y así pudo evitar su profanación. Durante el tiempo en el que el párroco estuvo refugiado en su casa con el Santísimo, celebró misa diaria a primera hora de la mañana en una de las habitaciones donde se había instalado un altar; asistían los moradores de la casa: Buenaventura Huertas, su esposa, algunos de sus hijos y nietos.




A los pocos días, detuvieron a Buenaventura Huertas y, unos cinco días después, al Siervo de Dios Don Francisco López-Largo. Compartían celda con otros siete detenidos. Allí, sufrieron tortura diariamente. Como Buenaventura Huertas sufría una enfermedad crónica, necesitaba cuidados diarios, por lo que los milicianos lo sacaban de la cárcel y lo llevaban a su casa para que recibiera tales cuidados siempre vigilado por un miliciano. En la única ocasión en la que el miliciano no estuvo presente, Buenaventura Huertas comentó a su esposa: “Estamos nueve mártires allí. Más vale que nos fusilaran. Haced una novena al Niño Jesús de Praga”. Él sentía una profunda devoción por el Niño Jesús de Praga.
Pasada una semana, el 9 de agosto de 1936, llevaron a ocho de los nueve detenidos a “dar el paseo” a un lugar cercano al pueblo llamado Media Luna, donde completaron entre torturas la muerte de todos ellos.
El párroco pidió a los milicianos ser el último en morir, con el objeto de poder dar la absolución a los demás. Respetaron su voluntad y así se hizo.
Cuando le tocó el turno a Buenaventura Huertas, pusieron los milicianos en el suelo el crucifijo que llevaba él siempre en un bolsillo para que lo pisoteara, con la promesa de que así salvaría la vida. Se negó y lo atormentaron hasta matarlo. Sus últimas palabras fueron: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
La Providencia quiso que el mismo día fusilaran en Madrid a uno de los hermanos de Buenaventura Huertas, también por motivos religiosos. Se trata del escolapio, Ataulfo Huertas, Rector del Colegio San Antón, situado en la Calle Hortaleza de Madrid.

(Agradecemos a Julia Sevilla Muñoz su colaboración en la investigación detallada y redacción de estas líneas sobre su bisabuelo el Siervo de Dios Buenaventura Huertas Medina).






ANTONIO LEBLIC GÓMEZ-LANZAS
Nació en Los Navalmorales el 28 de diciembre de 1917, en cuya parroquia fue bautizado. Fueron sus padres Clemente Leblic Acevedo, industrial nacido en San Martin de Pusa y su madre Emilia Gomez-Lanzas Ruiz de Navahermosa. A los pocos años quedó huérfano de padre y con su madre y familia se trasladó al pueblo de su origen materno, donde vivió hasta su ingreso en el seminario de Talavera de la Reina, en aquel centro cursó Latinidad y Filosofía hasta 1935 que abandona sus brillantes estudios eclesiásticos.

El rector del Seminario D. Andrés Vegue se despedía de él con esta frase: "... lo siento pues viendo tus cualidades podrías ser jefe del ejercito de Cristo... nunca llegues a avergonzarte de haber sido seminarista". Ya fuera del seminario mantuvo su vocación al servicio de la Iglesia desde su estado seglar, organizando los jóvenes de Acción Católica en Navahermosa.

En julio de 1936 fue requisada por las milicias frentepopulistas la lista de los jóvenes que componían la Acción Católica local, lo que les valió su persecución, siendo muchos de ellos detenidos y encarcelados. Antonio se había ausentado para realizar estudios en Guadalajara evitando así ser detenido. Después de una corta estancia en aquella ciudad, regresó a Toledo y el día 26 de septiembre de 1936, reconocido en la calle de Alfileritos por dos milicianos de Navahermosa acabaron con su vida asesinándole en la misma calle, cuando contaba con dieciocho años.









FÉLIX COLLADO RODRÍGUEZ
Había nacido en Corral de Almaguer (Toledo) el 25 de febrero de 1905. A los 12 años ingresó en el Seminario Diocesano de Cuenca. A los 22 años fue ordenado sacerdote en la Catedral de Cuenca en el año 1927. Sus primeros destinos fueron pequeños pueblos de Cuenca, luego pasó como coadjutor a Villanueva de Alcardete (Toledo), ejerciendo su labor durante cuatro años. A los 28 años se le nombró cura párroco de El Toboso (Toledo). Aquí se encontraba cuando estalló la guerra.

El 25 de julio de 1936 irrumpieron tres milicianos, armados con fusiles, en la casa parroquial y a golpes de culata, patada y empujones se llevaron a Don Félix a la cárcel del pueblo. Allí fue torturado por estos milicianos con saña y sin piedad, ayudándose de sus fusiles, pegándole patadas, culatazos y puñetazos, hasta dejarlo al borde de la muerte. Lo dejaron abandonado pensando que estaba muerto, pero al darse cuenta que no era así, volvieron a por él para darle el paseíllo.

Lo cierto fue que algún miliciano se apiadó del lamentable estado en el que estaba y decidió llevárselo a su madre. Era el 5 de agosto de 1936. A pesar del estado gravísimo en el que se encontraba, ni mucho menos lo dejaron en paz. Durante el verano le obligaron - con otros dos sacerdotes más - a trabajar en las eras trillando.





Les llevaban a la iglesia para que con picos y palas, destrozaran y rompieran los muros de las iglesias, las imágenes y todo lo que fuera, forzándole y pegándole no sólo con las culatas de los fusiles sino a patadas en el cuerpo, en el estómago y el cuello, exigiéndole que blasfemara y maldijera a Dios y a los santos.

Don Félix sufrió este martirio sistemático durante un año entero. Martirio físico y psíquico que finalmente hizo que el 25 de julio de 1937, a las tres de la tarde y contando 33 años de edad, muriera de una inmensa hemorragia, imposible de contener por la abundantísima sangre perdida. Sucedió en Corral de Almaguer (Toledo).




PRUDENCIO LEBLIC ACEVEDO
Nació en San Martin de Pusa (Toledo) el 28 de abril de 1876 y bautizado en su iglesia parroquial. Fueron sus padres Antonio Leblic Iglesias, maestro y Petronila Acevedo nacida en una familia de labradores. Su infancia transcurrió en su pueblo natal y acompañó a sus padres en los distintos destinos que tuvieron. Ingresó en el seminario en 1891 y en 1898 se licenciaba en Teología y dos años más tarde era ordenado sacerdote y destinado a Los Navalmorales.

Su primer destino como párroco titular fue en Alovera (Guadalajara), contaba con 27 años. Después pasó por las parroquias de San Pablo de los Montes (1912) y Santa Ana de Pusa (1913).

Pronto comenzó a emerger su vinculación y compromiso con los problemas sociales del mundo rural en especial con la situación del campesinado aplicándose en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia promovida en aquellos años por el cardenal Guisasola que contó con un grupo de sacerdotes y laicos decididos a estar presente en los movimientos sociales de su época. Así fueron potenciados los sindicatos católicos agrarios promoviendo campañas y acciones en favor de los trabajadores del campo.

En Santa Ana de Pusa D. Prudencio fundó el primer sindicato católico agrario en 1916. Mas tarde siendo párroco de Belvís de la Jara promovió con el médico D. Francisco López Paredes otro sindicato católico que dio inmejorables frutos para la economía, la formación y la realización del ideal cristiano en el mundo del trabajo.





En 1930 D. Prudencio era nombrado ecónomo de Madridejos y arcipreste de la Mancha. La parroquia estaba atendida por tres coadjutores y un capellán en el convento de las clarisas. Este mismo año bautizaba a un niño llamado José Luis Martín Descalzo que llegaría a ser sacerdote y un ilustre escritor.

En esta parroquia con un ambiente muy radicalizado se entrega a organizar la vida pastoral, en especial la catequesis y los movimientos de apostolado distinguiéndose por su dedicación a los pobres, viudas y huérfanos. Según los testimonios de sus feligreses, siempre tuvieron en él un padre, y un amigo, cercano y querido por todos.

Tras llegar las fechas luctuosas de la guerra civil española, el 20 de julio de 1936, D. Prudencio fue detenido arbitrariamente por milicianos frentepopulistas, sin mediar juicio, auto de prisión ni justificación alguna, salvo la de ser sacerdote. Compartió la prisión con otros detenidos, con buen ánimo y talante, reconfortándoles hasta el último momento.

El 17 de agosto fue sacado de la prisión junto con otros once compañeros para ser fusilados en el paraje de La Matilla en Los Yébenes. En aquel lugar donde cayeron un centenar de personas entre sacerdotes, religiosos y laicos. D. Prudencio pidió a sus verdugos ser el último para dar la absolución a sus compañeros de martirio; murió bendiciendo y perdonando a sus asesinos. Fue enterrado en el cementerio de Los Yébenes y posteriormente sus restos fueron trasladados a la iglesia de Madridejos donde reposan.




JUAN BAUTISTA DE LA ASUNCIÓN BORRÁS
Aunque es imposible, además de inadecuado, cuantificar el sufrimiento que la persecución religiosa causó en cada uno de nuestros mártires y en nuestra Archidiócesis y, consiguientemente en sus familias y lugares donde ejercían sus funciones pastorales, para así establecer quién sufrió más o en qué lugar fue peor lo allí acontecido, sin embargo los historiadores coinciden al definir que la más castigada por la persecución religiosa fue la ciudad de Toledo.

Todo comenzó el 22 de julio de 1936. Como lebreles en busca de presa, entraron los milicianos por la Puerta de Bisagra y, nada más pasar las murallas, fusilaron a uno de los capellanes del Hospital Tavera, el Siervo de Dios Gregorio Gómez de las Heras y al Padre franciscano Emilio Rubio. Luego el Siervo de Dios Pascual Martín de Mora fue asesinado en la puerta de su casa parroquial, de San Nicolás de Bari. Finalmente varios miembros de la Comunidad de Carmelitas, que en breve serán beatificados (el Siervo de Dios Eusebio del Niño Jesús, Padre Prior de la comunidad de Padres Carmelitas, asesinado junto al nº 23 de la Calle del Instituto; el Siervo de Dios Hermano Eliseo de Jesús Crucificado a la entrada de la calle del Cristo de la Luz; el Siervo de Dios Hermano José Agustín del Stmo. Sacramento dirigiéndose a su Convento; el Siervo de Dios Hermano Clemente de los Sagrados Corazones en el número 4 de la calle Alfileritos; y los Siervos de Dios Hermano Perfecto de la Virgen de la Carmen y Hermano Hermilo de San Eliseo. Ambos huían por los tejados. Los mataron desde el edificio de Correos y fueron sacados por una casa del Callejón de Menores.)

Era el botón de muestra de lo que iba a suceder en la ciudad Imperial. Al día siguiente, 23 de julio, era fusilado en el Paseo del Tránsito el Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios, Beato Pedro Ruiz de los Paños, junto al Rector del Seminario Menor, Beato José Salá Picó, y el Siervo de Dios Álvaro Cepeda Usero. Ese mismo día asesinaron a cuatro sacerdotes más: tres párrocos y al que ejercía de organista en la Catedral.

Durante los últimos días del mes de julio fueron fusiladas 55 personas consagradas al Señor. Durante la primera quincena de agosto siguen cayendo al mismo ritmo sacerdotes y religiosos: el 22 de agosto en una matanza de 70 personas en la Puerta del Cambrón caerían once sacerdotes y diez religiosos. El 22 de septiembre de 1936 el Siervo de Dios Pedro Santiago Gamero era el último sacerdote asesinado en la ciudad de Toledo: era la víctima 103 ¡¡¡en tan solo 61 días!!!

De todos ellos recordamos hoy al Siervo de Dios Juan Bautista de la Asunción Borrás, que había nacido el 31 de enero de 1884 en la localidad valenciana de Algemesi. Se ordenó sacerdote el 5 de junio de 1909.

Al empezar la guerra se refugió junto con su hermano en el Convento de la Purísima Concepción de Toledo, de las Madres Concepcionistas de Santa Beatriz de Silva, del cual era capellán. Este edificio había quedado desde el día 22 de julio entre dos fuegos: los defensores del vecino Alcázar y las fuerzas republicanas que lo asediaban. Consumidas las pocas provisiones que tenían, llegó el hambre y la sed. Por otra parte, temían que el monasterio fuese asaltado por los milicianos de un momento a otro. Entonces, el 6 de agosto ya de noche, se aventuraron a salir a la calle buscando algún cobijo. Fueron todos detenidos: las religiosas, el capellán y su hermano seglar. Los guardias de Asalto llevaron a todo el grupo al Gobierno Civil. Allí separaron a las mujeres de los dos hombres, y éstos, comos siempre sin juicio previo y sin materia para condenarlos, fueron conducidos al Paseo del Tránsito para fusilarlos inmediatamente.




VIDAL DÍAZ-CORDOVÉS SÁNCHEZ-PERDIDO
Casi todos los miembros del cabildo fueron martirizados; también casi todos los que formaban parte del gobierno eclesiástico, la mayor parte de los profesores de los Seminarios y la mayoría de los párrocos de la ciudad. Los dos Seminarios de Toledo habían sido incautados y destinados a comedores de los milicianos y a oficinas de abastecimiento. El último día los milicianos, al verse rodeados por las tropas nacionales, pegaron fuego a la biblioteca y a la capilla, que quedaron reducidas a cenizas.

Por estas páginas hemos podido acercarnos a algunos de los canónigos, mozárabes y Capellanes de Reyes de la Catedral: Gregorio y Toribio Gómez de las Heras, José López Cañada, José María Maldonado Valverde, Valetín Covisa Calleja o Francisco Navas Vega. El último canónigo que fue asesinado fue el Siervo de Dios Vidal Díaz-Cordovés Sánchez-Perdido. Natural de Consuegra (Toledo) había nacido el 28 de abril de 1872. Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1895.

El 18 de julio de 1936 se encontraba en su pueblo natal. Detenido el 11 de agosto y puesto en libertad poco después. Desde entonces se mantuvo recluido en su domicilio entregado a la oración y aterrado por las noticias de tantos asesinatos. Finalmente, el 14 de noviembre de 1936, unos milicianos le detuvieron y encerraron en el Casino. Esa misma noche lo llevaron hasta el cementerio de Urda, siendo allí mismo fusilado. También fue el último sacerdote asesinado en Consuegra.





RICARDO MARÍN GONZÁLEZ
Los padres de Ricardo se llamaban Gregorio Marín Gallego y Aurea González Diezma. Don Gregorio se dedicaba a la agricultura. Tuvieron cinco hijos, y Ricardo, que era el cuarto, nació el 3 de abril de 1883 en Los Yébenes (Toledo). Cuando Ricardo era pequeño falleció su madre. Ingresó en el Seminario a los once años, en 1894, y estuvo allí hasta que fue ordenado el 11 de marzo de 1906.

Su primer destino fue Manzaneque (Toledo). En 1927 fue trasladado a Yepes (Toledo). Según los testimonios de personas que le conocieron, era una persona muy amable con todo el mundo especialmente con los niños y con los enfermos. Enseñaba a leer a la gente que no podía ir a la escuela e incluso buscaba trabajo para algunos que no se podían pagar los estudios.

Celebró en la iglesia hasta el 20 de julio de 1936. A los que el 18 de julio le decían que era muy peligroso acercarse a la iglesia, contestaba: “Si no me la cierran por la fuerza, no seré yo quien la cierre... Pase lo que pase, cumpliré mi sagrada misión hasta el fin”. Esa orden del alcalde le llegó ese mismo día. Entristecido dijo el sacerdote a unos fieles: “Me han cerrado la iglesia. Ahora haga de mí el Señor lo que quiera. Y, comprendiendo que era peligroso que les vieran junto a él, añadió: “Vosotros marchaos, tenéis hijos y debéis vivir para ellos”. Desde entonces permaneció como preso en su domicilio, aunque en ocasiones fue trasladado a otros sitios entre befas.

El 15 de agosto fue trasladado a la hospedería del convento de las MM. Carmelitas, donde ya se encontraban detenidos el coadjutor de la parroquia, Siervo de Dios Nicasio Aparicio Ortega, y el capellán del Convento, Siervo de Dios Nicasio Carvajal Bugallo. Los dos fueron asesinados el 18 de agosto.




Pasados casi tres meses, el 23 de octubre, vinieron a buscarle sobre las once de la noche, hallándole las milicias en oración. Comenzaron las burlas, los puñetazos y los golpes con la culata del fusil hasta hacerle sangrar. Caminando dificultosamente fue con ellos hasta la plaza, al pie de la iglesia. Como seguían los golpes, cayó ensangrentado en la tierra, y dijo a los verdugos: “No puedo seguir más, matadme aquí junto a mi iglesia... ¡Os perdono!”. E incorporándose un poco recibió la descarga mortal. Su cuerpo apareció mutilado pues los milicianos le cortaron una oreja como trofeo.

Le enterraron en el cementerio de Yepes, en el Panteón particular de una familia piadosa, hasta que su propia familia pudo ir a recoger sus restos una vez acabada la contienda.

Actualmente está enterrado en la Capilla de los Mártires de la iglesia de Santa María la Real de Los Yébenes (Toledo).





IGNACIO ESTRELLA ESCALONA
Natural de La Puebla de Montalbán (Toledo) había nacido el 1 de febrero de 1881. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de marzo de 1905.

Cuando estalló la guerra civil ejercía en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán del pueblo de Pulgar (Toledo), pero por haber ocupado antes la del pueblo cercano de Noez (Toledo), decidió trasladarse a esta localidad desde el 18 de julio, con su familia, a la casa del Siervo de Dios Rufino Esteban Manzanares, ecónomo de la misma. Aunque Don Ignacio no hallaría la salvación que esperaba.

El día 25 de julio, fiesta del Santiago Apóstol patrón de España, estando Don Rufino en el templo para disponerse a celebrar la santa misa con algunos feligreses, los milicianos invadieron la iglesia. Le obligaron a quitarse los ornamentos y hasta la sotana, para después encerrarle en la torre, con el pretexto de que vigilara posibles incursiones de adversarios. Luego le permitieron regresar a su casa, permaneció allí hasta ser detenido con Don Ignacio.

Finalmente el 8 de agosto de 1936 eran detenidos los dos sacerdotes y conducidos hasta la localidad próxima de Polán (Toledo) y allí se les obligó a bajarse del vehículo que los transportaba, ordenándoles que se volvieran de espaldas, pero ambos se negaron. Apretando el rosario entre sus manos, Don Rufino les dijo: “Los seguidores de Cristo son valientes y mueren de cara a los que los matan”. Murieron perdonando a sus asesinos.




En la fotografía aparece con su sobrino Aristónico.




VIDAL SANTAMERA BLAS


Don Vidal era natural de la provincia de Guadalajara. Nació en la famosa villa de Hita el 28 de abril de 1880. Se había ordenado el 19 de octubre de 1904. Junto a esta líneas hemos querido recoger el propio autorretrato que se hizo siendo todavía seglar. Tenía muy buenas cualidades para la pintura.

Cuando fue detenido el 26 de julio de 1936, era párroco de Ocaña (Toledo), y fue encerrado con otros muchos fieles del pueblo en la iglesia de las Madres Carmelitas, habilitada como cárcel. El Convento de San José de las Carmelitas Descalzas)

Allí hizo de buen pastor, consolando y animando a sus compañeros de cautiverio, disponiéndoles incluso al martirio, que él veía probable pues “España necesitaba mártires”. Y así ocurrió el 14 de agosto. Don Vidal y catorce presos más fueron llevados a la llamada Cuesta del Madero de la carretera de Andalucía de Ocaña (Toledo), donde los asesinaron a todos.









AMBROSIO GÓMEZ ZALABARDO


Impresiona, o mejor sobrecoge, al visitante, sea practicante o mero turista perdido por entre las capillas de la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de Altagracia de Mora de Toledo, la llamada Capilla de los Mártires, que existe en muchas de nuestras iglesias de La Mancha. Impresiona la lectura de tantos nombres escritos en los nichos que se elevan en camino hacia el cielo, en la dirección que de lo natural eleva a lo sobrenatural. Son muchos, más de diez, los que forman el numeroso grupo de Siervos de Dios que pertenecen a este Proceso de “mártires de la persecución religiosa”.

Ya en la nave principal de la parroquia se encuentra el sepulcro del Siervo de Dios Agrícola Rodríguez García de los Huertos, párroco de Mora cuando estalla la guerra y que fue asesinado, como primicia de todos los frutos de santidad y de martirio que vendrían de estas tierras, el 21 de julio de 1936. A punto de anunciarse la fecha de su pronta beatificación, seguimos recorriendo en nuestras páginas el testimonio de los que por Cristo y la Iglesia entregaron sus vidas sin miramientos.

Fue en el año 1957 cuando Alejandro Fernández Pombo publicaba un librito titulado “25 años de Juventud. Crónica de los Jóvenes de la Acción Católica de Mora de Toledo”. En él se narran los inicios de la Acción Católica en Mora de Toledo desde que abriese sus puertas en 1932 para los jóvenes (chicos y chicas) morachos.






“El año 1932 era el segundo de la República. Ya había dado tiempo a que los que esperaban una República con curas y con orden, y como tal la saludaron alborozados el 14 de abril, se diesen cuenta que la realidad era bien distinta. El Gobierno “permitía” quemar las iglesias y los conventos, quitaba los crucifijos de las escuelas y declaraba oficialmente que España no era católica. Claro que esto hacía frotarse a muchos las manos de gusto. A los que por detrás de la escarapela tricolor se les veía el pañuelo rojo: el comunismo se descubría cada vez más la cara… Ir a la Iglesia empezaba a ser un acto de valentía, y confesarse católico, un alarde peligroso…

Había personas que conservaban sano el corazón. Había también jóvenes que ponían las virtudes de su edad al servicio de una empresa maravillosa y, por lo mismo difícil: el Reino de Cristo en las almas y en España…

Entre estos jóvenes estaban aquellos de quienes vamos a hablar en esta crónica… Sin ellos todo hubiera sido muy diferente”.

Entre los primeros destaca el Siervo de Dios Ambrosio Gómez Zabalardo. Fue uno de los fundadores del Centro juvenil de la Acción Católica en Mora y a ella se había entregado con todo su entusiasmo.

Había nacido en Mora el 28 de enero de 1910. Tuvo tres hermanos Julián, Vicenta y Cándida. Tras realizar la carrera de Farmacia, ejercía en su propio pueblo. En su rebotica se trataba muchas veces de medios de apostolado y de temas de espiritualidad. Los testigos le recuerdan como un hombre caritativo y de intensa vida espiritual. “Quién le conoció dice que su virtud más destacada era la caridad”. Nunca encontraba defectos en sus prójimos.

Cuando estalla la guerra civil fue detenido a los pocos días, exactamente el 21 de julio, y enseguida fue liberado. Pero meses más tarde, el 30 de octubre de 1936, cuando iba a visitar a su novia, fue interceptado por las milicias que le acusaron de llevar una pistola… él se desabrochó su camisa y mostrando su escapulario, les dijo: - Ésta es y ha sido siempre mi única arma. Esa misma tarde, hacia las siete, era vilmente asesinado en el Puerto de Manzaneque. Tenía 26 años de edad.





DOLORES Y CARMEN CANO SOBREROCA
Uno de los peores episodios en Mora de Toledo tuvo lugar el viernes 21 de mayo de 1937. Según los diarios de guerra el 16 de mayo de 1937 terminan los combates en el sur del Tajo con la reconquista de Argés (Toledo) por parte de los republicanos.

El día 20 llegaba al pueblo de Mora de Toledo la funesta columna Líster… Así era popularmente conocida pues la lideraba Enrique Líster, jefe del famoso Quinto Regimiento. Convertidas las milicias en unidades regulares pasó a ser la 1ª Brigada Mixta del Ejército Popular, y Líster, uno de los jefes militares que gozó de más prestigio en la zona republicana. Participó en todas las batallas importantes de la guerra, Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite y Teruel, al mando ya de la famosa 11ª División, auténtica fuerza de choque del ejército republicano.

Dolores Cano Sobreroca, era la presidenta de la Juventud Femenina de Acción Católica de Mora de Toledo. Su hermana Carmen y su padre Robustiano Cano fueron asesinados junto a ella el 21 de mayo de 1937. En total Líster mando detener a una veintena de personas (quince hombres y cinco mujeres). Así lo recogen las actas del martirio de la Sierva de Dios Madre Cándida López-Romero y Gómez del Pulgar que, celosamente se conservan en Roma en la Casa General de la Compañía de Santa Teresa, religiosas fundadas por San Enrique de Ossò.

Dolores Cano Sobreroca había nacido en Mora de Toledo en 1901. Tres años después nacía su hermana Carmen, eran hijas únicas de Robustiano Cano y Juliana Sobreroca Contreras.



La familia Cano era económicamente uno de los mejores capitales de Mora, sin embargo, tanto el padre como las hijas se dedicaban a atender siempre cualquier necesidad. Su amor a los pobres, a toda clase de necesitados, se explica con el testimonio de los que declaran. Los mismos recuerdan que cuando estalla la guerra los milicianos pusieron una guardia en la puerta para defenderlos… y así fue ¡casi durante un año! Casi… hasta que llego Líster.

En la fotografía aparecen las dos hermanas con su prima hermana María Sobreroca Téllez. Cuando su padre les daba algún dinero por su cumpleaños ellas enseguida lo empleaban en dárselo a los pobres.
Al escribir estas líneas lo hacemos emocionados junto a papeles, propósitos, horarios y pequeñas agendas que Dolores y Carmen convertían en intensos cuadernos de vida espiritual.

Ambas hermanas estaban dedicadas completamente a la parroquia. Son muchas, y aún viven, las testigos que acudían a las escuela para adultos, donde se les enseñaba a leer y a escribir…

Uno de esos pequeños diarios tiene fechadas sus últimas páginas los días 21 a 28 de marzo de 1937, faltaban dos meses exactos para que se les reclamase la entrega de sus vidas por medio del martirio. Allí la Sierva de Dios Dolores Cano escribe: “Mucho amor de Dios y por este mismo amor humildad profunda y por lo tanto mucha obediencia, caridad con el prójimo, sufrimiento, mortificación y pobreza hasta el extremo, más fervor en mis devociones y exacto cumplimiento del plan de vida. Para conseguir lo que me propongo con la gracia de Dios hacer cada obra solo por Dios y como si no tuviera otra cosa que hacer y olvidarme de mí en todas las cosas. Estos propósitos los leeré todos los meses así como los pensamientos anteriores y el plan de vida.”

Conservamos bastantes de esos planes de vida de ambas hermanas. Con razón para la gente del pueblo el comentario unánime era que “vivían como monjas”. Vivían entregadas a la Iglesia e incluso en las tareas de aprendizaje de bordados o en la confección de canastillas todo lo dedicaban a ayudar a los niños pobres.

Conservamos un artículo de una revista de la Acción Católica, de principios de los años cuarenta, sobre el testimonio martirial de tres miembros de la Juventud Femenina de Acción Católica. Bajo el título “En homenaje a nuestras mártires” se habla de Sagrarito Muro (bárbaramente asesinada junto con su madre y su tía el 18 de septiembre de 1936 en las afueras de Toledo) y de las hermanas Cano.

Allí podemos leer: “Tres mártires de nuestra Juventud. Tres entusiastas de nuestra Obra que supieron triunfar. Tres amapolas que han brotado rojas por su propia sangre en el campo femenino de la Acción Católica toledana. Tres ángeles que desde el Cielo alcanzarán fecundidades divinas para nuestro apostolado”.

A pie de foto de las dos hermanas se informa que Dolores Cano era Presidenta de la Juventud Femenina de Acción Católica de Mora de Toledo y Carmen Cano Delegada de Menores de la Juventud Femenina de Acción Católica de dicha localidad.

Entre los papeles personales de la Sierva de Dios Dolores Cano encontramos lo que ella misma titula “Consagración personal al Sagrado Corazón de Jesús”. Esta fechada en el primer viernes del mes de julio de 1936, esto es quince días antes de comenzar la guerra civil. La hace a instancias de su director espiritual, como ella misma hace constar, y al final podemos leer:

… “que de hoy en adelante viva sólo para Ti y para extender tu Reinado… ¡Oh Jesús! aceptad mis pobres ofrecimientos, dadme gracia para cumplirlos y que mi fidelidad a Vos sea tal que me podáis contar en el número de vuestros más fieles siervos”.

En este ambiente de oración, acción, sacrificio y constancia llegamos al fatídico 21 de mayo de 1937. No es este el espacio ni el medio para revisiones históricas, pero sabido es que Líster, como buen partidario de la férrea línea dura del PCE y de ciega obediencia a las órdenes de Moscú, apreciaba por encima de todo el que se cumplieran sus órdenes.

Nada más entrar Líster en el pueblo y tras una arenga en el Teatro Local mandó detener a los que olían a cera y todavía seguían vivos… a pesar de que se le hizo ver que ya todos estaban muertos, se detuvo a una veintena de personas, entre ellas las hermanas Cano que fueron fusiladas, mientras invocaban el nombre de Jesús, en aquel fatídico 21 de mayo de 1937. Sus cuerpos reposan en el Capilla de los Mártires de la Iglesia parroquial de Mora de Toledo.







EUSTOQUIO GARCÍA MERCHANTE
Fue tan intensa, tan tenaz y tan callada su labor que parece imposible que pudiese realizarla en tan pocos años. Don Eustoquio García Merchante, hijo ilustre de Albalate de Zorita (Guadalajara), nació el 6 de Noviembre de 1892, fue, además de sacerdote ejemplar, un hombre de letras, erudito e investigador incansable, entregado totalmente a su misión y al enaltecimiento de su tierra. Todavía hay iniciativas suyas en vía de realización unas, e invitando a la atención y el esfuerzo común, otras.
Hijo de labradores, se distinguió desde muy niño por su afición al estudio, su clara inteligencia y su prodigiosa memoria y halló aliento y estimulo para seguir el camino que soñaba en su tío el ilustre arzobispo de Bostra (Islas Filipinas), Fray Martín García Alcocer, también albalateño. Al cumplir los catorce años marchó a Toledo e inició con brillantes notas sus estudios. Le concedieron media beca, pero fue tal su aplicación que ganó pronto la otra media y pudo ya seguir sin preocupaciones de orden económico la carrera.
Serio, correcto, puntual, pulcro en el vestir; siempre ocupado, leyendo, tomando notas, escribiendo con magnífico estilo y caligrafía irreprochable; cordial y afectuoso, se hizo querer en todos los lugares de España en que ejerció su sacerdocio o visitó en viajes de estudio o de misión. Visitando a los enfermos, animándoles, haciendo obras de caridad, generoso y desinteresado. Y también instruyendo a los niños de la catequesis, jugando con ellos y organizando representaciones teatrales.
Desde el día 10 de Abril de 1917 en que cantó su primera misa en Onteniente (Valencia) a los 25 años, hasta aquel verano trágico de 1936 en que cayó vilmente asesinado en Toledo no tuvo un día de descanso en su actividad múltiple: coadjutor en la parroquia de Villarrobledo (Albacete), sirvió luego en la de Navahermosa (Toledo), donde dejó recuerdo tan grato que al conocerse su muerte quisieron que fuesen trasladados allí sus restos mortales para enterrarlos en el altar de la Virgen del Rosario y dieron su nombre a una calle.


Desde allí paso a Tendilla y un año después a Pastrana, donde fue párroco y arcipreste. Allí organizó una Biblioteca Parroquial con muchos volúmenes. Con frecuencia salía a predicar en distintos pueblos con su voz clara, potente y gran facilidad de expresión y de improvisación, ya que su cultura amplia y profunda le permitía abordar todos los temas.

El año 1929, publicó su obra "Los tapices de Pastrana", en la que los estudia, examina su historia, contrasta criterios y hace atinadas deducciones, esforzándose en hallar y proponer medidas para su perfecta conservación y exhibición. Y lanza la iniciativa: la adquisición por el Estado del Palacio Ducal que podría ser declarado monumento nacional y dedicado a Museo. Recientemente fue adquirido por la Universidad de Alcalá de Henares, quien lo ha restaurado, y esta pendiente de su inauguración, para darle algún uso adecuado a su gran magnitud y belleza.
Viajó por España y fuera de España y estuvo dos ó tres veces en Roma, siendo recibido en audiencia por el Padre Santo. Desde Pastrana fue destinado a Toledo, como ecónomo de la parroquia de San Pedro y Santa María Magdalena y, encariñado con aquel Seminario donde ingresó casi niño, se ocupaba de la Secretaría del mismo y daba clases de Sagrada Teología supliendo al titular en sus ausencias. El cardenal Segura le envío con otro sacerdote, de misiones a Francia, donde estuvo unos veinte días, regresando a Toledo, donde le sorprendió la revolución marxista.
D. Eustoquio, había sufrido un fuerte golpe, cuando desde la terraza de la casa rectoral, muy distante del templo parroquial, pudo ver cómo, la iglesia de Santa María Magdalena, era devorada por las llamas. Sin temor a lo que pudiera acontecerle quiso echarse a la calle, para salvar del incendio al Santísimo Sacramento y la familia del sacristán, a donde se había acogido desde el comienzo de la revolución, hubo de retenerle en casa a viva fuerza; al ver impedidos sus deseos, se arrojó sollozando a los pies de un Crucifijo, al que pidió con lágrimas perdón por no haber sabido ponerle a salvo del sacrilegio.
El día primero de Agosto hacen un registro en su casa; este día pudo librarse. Al día siguiente un grupo de milicianos, a la una de la tarde, va en busca de él profiriendo denuestos y blasfemias. Al salirles al encuentro Don Eustoquio y preguntarles qué deseaban le dieron la manida contestación, que era la sentencia de muerte, con la terrible fórmula: "que vengas con nosotros; porque vas a declarar". Se despidió entonces de todos, pero no le dejaron salir con sotana… le sacan a la calle y al llegar al paseo del Tránsito, tras nuevas blasfemias y hacerle una invitación a proferir palabras groseras e irreverentes, apaga valiente el murmullo de los asesinos con un vibrante viva a Cristo Rey, que resuena en los aires revelando el temple heroico de aquel alma y aquella vida gloriosa que un minuto después quedaba rota por las balas del odio, a la una y treinta minutos del día 2 de Agosto. Cuando solamente contaba con 44 años de edad.





GABINO DÍAZ-TOLEDO MARTÍN-MACHO Y
Mª PAZ PASCUALA MERCHÁN GOUVERT
Gabino Díaz-Toledo Martín-Macho nació en Mora en 1897. Sus padres se llamaban Faustino Díaz-Toledo Bermejo e Isabel Martín-Macho Montoro. Se casó con María Paz en Campo de Criptana(Ciudad Real) el 6 de Octubre de 1921.


María Paz Pascuala Merchán Gouvert era natural de Consuegra (Toledo) y había nacido el 19 de mayo de 1897; siendo bautizada el 21 del mismo mes en la parroquia de Santa María La Mayor. Su padre se llamaba Genaro Merchán del Álamo y su madre Matilde Gouvert Orta, natural de Jaén. La inscripción del bautismo recoge solamente el nombre de Pascuala. Sus padres sufrieron la muerte, fusilados en la carretera de Mora a Orgaz, a la altura del cementerio de ésta localidad, el 21 de agosto de 1936 por la tarde. Habían sido apresados a eso de las 4 de esa misma tarde.


Gabino llevaba el ánimo muy caído acordándose de sus dos hijos, su esposa le iba confortando diciéndole que pensara en Dios, que él no quería más a sus hijos que Dios… Cuando los pusieron ante el pelotón de fusilamiento, Paz le vendó los ojos con un pañuelo, y le cogió de la mano. Rezaba y decía jaculatorias. Entonces, volviéndose al pelotón, exclamó: “¡Viva Cristo Rey!”. Y así murieron. Fue providencial - declara Don Gabino - que mi madre fuera con él, porque lo consoló, lo ayudó, lo fortaleció. Mi madre murió mártir del matrimonio, entregada a su marido, por encima de sus hijos y sin que fueran a por ella: Morir por el matrimonio es morir por la fe. Sus cuerpos reposan en la Capilla de los Mártires de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia de Mora de Toledo.


Entrevista a Monseñor Gabino Díaz Merchán



JOSÉ TIMOTEO SIERRA GONZÁLEZ
Nació el 10 de junio de 1905 en Valdecaballeros (Badajoz). Huérfano de madre estuvo unos años con los PP. Franciscanos de Arenas de San Pedro (Ávila), pasando luego al Seminario de Toledo. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de abril de 1933. El 27 de abril celebró su primera Misa, administrando la primera comunión a dos de sus sobrinos, José Manuel y Julia.

Sus primeros pasos sacerdotales los da, durante unos meses, en Puebla de Alcocer (Badajoz). En 1934 se le envía como regente a Zarza Capilla (Badajoz). La labor con los jóvenes fue excelente, allí fundó la Acción Católica.

El sacerdote Ángel David Martín Rubio publicó en 1997 “La persecución religiosa en Extremadura durante la guerra civil (1936-1939)”, en sus páginas recuerda que el Comité establecido en Zarza Capilla por medio de un bando ordenó que se destruyeran todas las imágenes y objetos religiosos “en el plazo de dos horas” y que si se encontraba alguna su propietario pondría en peligro su vida… (pág.97)

Tras estallar la guerra, durante los primeros días, fue detenido junto a otro sacerdote, Don Valentín Nieto Ramírez, que acababa de ser ordenado. Ambos fueron vilmente apaleados. Mientras les golpeaban Don José les pedía que dejasen libre a Don Valentín, por ser hijo del pueblo y su paisano. Al fin, obligándole a vestir de seglar le permitieron trasladarse a su pueblo natal. Según testigos las mujeres de Zarza le escucharon relatar ante el Sagrario: - “¿No es lo suficientemente fiel tu siervo José para merecer la gracia del martirio?” Alguna de ellas le pidió un trozo de su sotana como reliquia. El 24 de julio de 1936 Don José regresó a su casa.

Tres meses después, exactamente el 25 de octubre fue detenido. Maniatado con otros nueve convecinos fueron llevados en una camioneta a Herrera del Duque (Badajoz). Allí los milicianos pararon un momento en la Comandancia y se dirigieron hacia el cementerio. Los introdujeron en el campo santo y los milicianos, apostados, comenzaron una singular cacería disparando sobre ellos a discreción. Alcanzados o no, trataban de guarecerse detrás de las tumbas. Pero Don José, erguido, con un pequeño crucifijo iba bendiciendo, a la vez que absolvía, a las víctimas. Al final, cayó también él acribillado. Después de enseñarse especialmente en el cadáver del sacerdote fueron sepultados en una fosa común preparada de antemano.




BALBINO MORALEDA MARTÍN-PALOMINO
El Siervo de Dios Balbino Moraleda Martín-Palomino, había nacido el 7 de octubre de 1898 en Consuegra (Toledo). Ordenado sacerdote el 10 de junio de 1922.
Días antes de estallar la guerra tuvo que abandonar su parroquia de Rielves (Toledo) de la cual era regente, por serias amenazas de muerte. Se trasladó a Toledo y desde allí a Consuegra.
El 11 de agosto lo detienen, días más tarde lo dejan en libertad. Finalmente, fue detenido nuevamente junto con el resto de sacerdotes que estaban encarcelados en Consuegra (Toledo). Como recordábamos al principio fueron masacrados en la saca del 24 de septiembre de 1936 junto a otros laicos en las tapias del cementerio de Los Yébenes (Toledo).




LUIS RAMÍREZ-VIÑAS GARCÍA-DONAS




En Mora de Toledo el 8 de enero de 1905 nació un niño, hijo de Nicomedes Ramírez-Viñas y Redondo-Marín y de Carmen García-Donas y Arias, que fue bautizado en la iglesia parroquial de Santa María de Altagracia y se le impuso el nombre de Luis.


Desde niño ya destacó por sus extraordinarias cualidades asistiendo a la escuela. En 1918 y preparado por el a la sazón ecónomo de Mora, Dr. Don Ricardo Cuadrado y Díez –después Padre Cuadrado de la Compañía de Jesús- ingresó en el Seminario Conciliar de Toledo, haciendo el primer curso con la nota máxima en todas las asignaturas. Estudiando el segundo curso falleció su padre, quedando su madre con cinco hijos pequeños, a los que con gran sacrificio podía sacar adelante y con dificultad podía pagarle la pequeña pensión –tenía media beca- en el Seminario. Reconociéndolo así los Superiores, le nombraron fámulo de ellos. Los Superiores, viendo sus extraordinarias dotes de fe e inteligencia, le eligieron para que terminara sus estudios en la Universidad de Roma y encargaron al Sr. Cura comunicárselo a su madre, en la que pesaba la viudez y los problemas inherentes a ella, por lo que no quiso añadir un dolor más a los que sobre ella pesaban; por tanto, continuó sus estudios en Toledo.


Fue ordenado sacerdote el 17 de febrero de 1929 por el Cardenal Pedro Segura y Saez, celebrando su primera misa en la iglesia parroquial de Mora el día 27 de febrero. Pocos días después fue nombrado ecónomo de Valfermoso de Tajuña (Guadalajara), donde estuvo hasta 1932, y en este pueblo hizo una labor tan grande que, a pesar del tiempo transcurrido, aún le recuerdan y ésta culminó en la conversión de un incrédulo que posteriormente y a su fallecimiento, dejó dos becas para el Seminario.


Durante este tiempo estudió con gran intensidad, doctorándose en Sagrada Teología el 18 de abril de 1931, bajo el título de Nuestra Señora de la Antigua, Patrona de Mora; seguidamente fue nombrado coadjutor de Sonseca, donde permaneció dos años en los que, siendo tan escasos los ingresos, que apenas cubrían las mas perentorias necesidades, tenía que ayudarse dando clases particulares las horas que le dejaban libres los deberes de su ministerio. Tras unos meses que estuvo de coadjutor en Puebla de Montalbán, fue nombrado en 1935, a primeros de año, ecónomo de Herrera del Duque (Badajoz).

Tras unos meses que estuvo de coadjutor en Puebla de Montalbán, fue nombrado en 1935, a primeros de año, ecónomo de Herrera del Duque (Badajoz), donde hizo una gran labor en beneficio de los pobres. Ya se sabe de antemano la miseria que en esa zona, llamada la Siberia, existía en aquella época y en su condición de sacerdote tenía el deber de evitarlo en la medida de lo posible, bien con su labor en el púlpito, que llenaban el templo los obreros, como por otros medios, como fue el pedir audiencia a la Sra. Marquesa de Villapadierna y le rogó que repartiera los grandes latifundios que poseía en ese término municipal entre los campesinos y pensó crear un Sindicato Católico para llevar a buen fin tan magnífica idea.
La mencionada Sra. Marquesa, ante los razonamientos que le exponía el joven sacerdote, que estaban de acuerdo con sus creencias, accedió gustosa a la petición. En la preparación de esta obra social vinieron las elecciones de Febrero de 1936 y con ellas las excitaciones contra la iglesia y sus ministros, que impidieron la realización de tan cristianos deseos. Las masas enardecidas por los mítines de la Pasionaria y sus secuaces recibieron orden de asaltar la iglesia de Herrera y la casa rectoral que está adosada al templo; unos amigos advirtieron de ello a Don Luis y le aconsejaron que abandonara la casa y su contestación fue ésta: “- Yo tengo que defender la iglesia y el sagrario mientras tenga vida”; alguno le ofreció una pistola y dijo: “- Para qué la quiero, si yo no soy capaz de hacer uso de ella, sólo usaré el arma de la Cruz que es la que me defenderá de todo”.
Su vida en Herrera, a partir de ese momento fue de constante sufrimiento, si bien es verdad que su corta vida sacerdotal fue toda de martirio y constante persecución y por si esto fuera poco, la escasez de ingresos, ya que es de todos sabido lo difícil que era para él ganar el sustento. Finalmente el 18 de Julio de 1936, terminada la predicación de la novena de Ntra. Sra. del Carmen, salió de Herrera para pasar quince días de vacaciones en Los Yébenes (Toledo), donde residía su madre y hermanos y al llegar a Talavera de la Reina (Toledo) se enteró del levantamiento de las tropas de Marruecos. Llegado a Los Yébenes estuvo celebrando hasta el día 21 en que las turbas asaltaron el templo profanándolo y, a pesar de no tener ningún cargo en esta parroquia, quiso salir a consumir las Sagradas Formas y su familia le dijo que lo había hecho otro sacerdote.
A partir de esa fecha permaneció sin salir de casa, donde se puede suponer la angustia que reinaba en toda la familia y en especial su madre, a la que trataba de consolar diciéndola que él estaba consagrado a Dios y si Él necesitaba su martirio y sacrificio para la salvación de las almas, no lo rehuía, aunque le dolía por su juventud y las muchas ilusiones que tenía; así permaneció hasta el 10 de Agosto en que sus familiares se enteraron de que iban a ir por él y le trasladaron a Mora de Toledo donde inmediatamente fue detenido y presentado al Comité que estaba reunido; el presidente del mismo, un tal Torres, le presentó estampas de Jesús y de la Santísima Virgen profiriendo blasfemias y le dijo: “A pesar de haber comido muchos días por tu padre, tendré que matarte por ser cura, pero si reniegas de tu fe y te casas, te perdono la vida”. A esto contestó que cien vidas que tuviera las daría por Dios.
Esto sirvió para que, a partir de aquel momento, lo tuvieran cargando y descargando camiones con sacos de gran peso, culminando el martirio el 14 de Agosto, haciéndole cargar las imágenes de la parroquia y trasladarlas a una ermita llamada El Convento y, en vista del dolor que esto le producía, esos desalmados le dieron un martillo obligándole a que las rompiera, cosa que no hizo, a pesar de los culatazos y bofetadas que le dieron, anunciándole que lo matarían a la madrugada siguiente; su hermana Flora, al ir a llevarle ropa para cambiarse esa misma noche –por cierto una noche de tormentas como si el cielo se horrorizara de tanto crimen-,lo encontró demudado y acardenalado del cruel martirio padecido y, en efecto, en la madrugada del 15 de Agosto amaneció asesinado en las tapias del cementerio de Mascaraque (Toledo) con el cráneo destrozado por hacer la recomendación del alma y dar la absolución a los cristianos que con él fueron asesinados.







CARMEN MIEDES LAJUSTICIA
Con el título de “Carmen Miedes Lajusticia. Protomártir de Toledo en la moderna persecución” el dominico Luis G. Alonso Getino escribió en 1938 un opúsculo que publico en “Vida Sobrenatural”. En sus primeras líneas podía leerse:
“Entre los ejemplares de vida sobrenatural de estos tiempos hemos de recoger con especial predilección los de nuestros mártires, en los cuales hemos de buscar una muerte heroica, no una vida heroica, que tampoco les exige la Iglesia, aún siendo manifiesto que, con frecuencia, la aureola del martirio remata y abrillanta una ejemplarísima existencia”

La doctora Carmen Miedes era conocida especialmente entre las clases pobres a las que gratuitamente visitaba. Por una ironía de la vida, los directivos del Frente Popular señalaban como víctima preferida a la mujer más estimada entre las clases populares Registrando los milicianos la casa de una amiga suya, la amenazaron con la muerte si llegaba a ocultar en ella a la doctora, y replicándoles que en Toledo había por entonces acuerdo de no matar ninguna mujer, le replicaron: “Excepto esa”. Los dirigentes rojos habían acordado su fusilamiento inmediato, temerosos de que una conmoción popular reclamase su indulto.




Mariano Miedes y Petra Lajusticia San Juan tuvieron siete hijos. Cuando acontecen los desafortunados sucesos de la guerra civil llevaban ya treinta años dirigiendo una droguería en la ciudad de Toledo. Don Mariano había ejercido en tales oficios desde niño. Afirma el Padre Getino que Doña Petra “se convertiría en un retablo de dolores pintado por los milicianos republicanos” pues a los pocos días de estallar la guerra sería asesinado su esposo y perdería después a cuatro de sus hijos.
Carmen estudió en el llamado Colegio de Santa Fe (que por entonces se hallaba en el Miradero) de las Madres Comendadoras de Santiago, donde estuvo interna desde los cuatro a los siete años. La personalidad inconfundible, que se revela en la vida posterior de Miedes, empezó a manifestarse en esos primeros años de colegio. Queda en el colegio este retrato de Carmen vestida de Comendadora de Santiago, curiosa costumbre que nos la muestra con capa blanca de gran cola, cruz y cordón, escudo, gran rosario, cofia blanca y negra esmeradamente rizada. (Agradecemos a la Comunidad de las Comendadoras que nos lo ha proporcionado).
Para sus profesoras, las salidas de la niña tenían algo de personalidad precoz, y sobre todo de una nobleza innata que nunca desmintió. A propósito de lo cual se recuerdan algunas anécdotas.
Una de ella tuvo como protagonista a su hermana Petra un año más pequeña e interna como ella, a propósito de un sermón sobre la perfección predicado a las monjas, en el que el predicador insistió mucho en que había que correr por los caminos de la perfección y había que confiar en Dios y no temer las tentaciones del demonio. Al salir al recreo las dos hermanitas de cuatro y cinco años, hacían ya la crítica del sermón de esta manera:
-Oye, el padre encargaba mucho a las monjas que corrieran. ¿Cómo va a correr la madre Carmen, que a los cuatro pasos que anda se fatiga y se sienta?
-Pues mira, que lo de no tener miedo al demonio… no irá con la madre Pilar, que se asusta de un ratón”.
A esas dos religiosas, grandes amigas de su mamá, asistió Carmen, siendo médico ya, en su enfermedad última, con aciertos y presagios que sorprendieron mucho a las monjas.
Poco después salieron ambas hermanas al Instituto. De allí es otra anécdota que se cuenta de uno de los profesores que pasaba por especial favorecedor de un estudiante no muy aventajado. Antes de regalarle la matrícula, quiso hacer el papel de justiciero, simulando una oposición entre los alumnos sobresalientes y que podían aspirar a matrícula. Entre ellos mandó salir a la pizarra a Carmen Miedes, preguntándole una lección.
-No la sé, contestó la aludida.
-No diga usted que no la sabe; la sabrá mejor o peor, pero la sabe usted.
-Tiene usted razón, me la sé; pero no quiero decirla. Porque aunque yo la diga mejor que fulanito, le ha de dar usted a él la matrícula.
Sus compañeros que pensaban como ella, sin tener el valor de proclamarlo, celebraron la valentía de Carmen. El profesor se deshizo en protestas de imparcialidad y por vez primera dejó en el lugar que le correspondía a “su niño mimado”. Carmen Miedes se mostraba ya La Justicia pura: independiente, brava y enemiga del favor.
Por no contrariar a sus padres cursó la carrera de Farmacia, pero sintiendo por la medicina una inclinación invencible, decidió ponerse a estudiar ambas carreras. Que cursó regularmente, sin perder cursos, con algunos sobresalientes en las más difíciles y una matrícula de honor. Carmen tenía que ser médico, y médico fue en los años reglamentarios, dejando inconclusa la carrera de Farmacia.
La vocación le venía de muy niña. Hallándose interna, a los cinco años, en el colegio de Santa Fe, cayó un día de bruces hinchándosele toda la cara. Llamaron enseguida las monjas al médico del colegio, que no concedió importancia a la aparatosa hinchazón. Para espantar el miedo de la pequeña, que gimoteaba un poco, le dio un golpecito en los labios, diciéndole: “- Esto no es nada”.
La niña contestó muy sentida:“¡Qué torpe es usted! Cuando yo sea médico, he de ser más cariñosa con los enfermos”.
-Las mujeres no pueden ser médicos, le replicó el doctor.
-Pues, yo he de ser médico; ya verá”, insistió la niña.
Falleció el desabrido galeno cuando Carmen estaba terminando su licenciatura y se moría de ganas por recordarle la curiosa anécdota que ella llevaba muy grabada y recordaba en sus tertulias. Desde sus tiernos años, con uno u otro pretexto, se quedaba a escuchar los informes de los médicos y los clasificaba como quien forma una colección filatélica.
Tiempos tormentosos sufrió Carmen Miedes mientras preparaba su licenciatura y posterior doctorado en la Facultad de San Carlos. Tiempos en que los estudiantes no católicos crearon la Federación Universitaria Española que protagonizó conflictos callejeros, pintadas y reparto de panfletos… aspirando a un monopolio de privilegios escolares que en gran parte logró, y así, trataba de aplastar a los restantes grupos; y a última hora luchaba contra las mismas autoridades civiles y académicas, convirtiendo los claustros universitarios de Atocha y San Bernardo en fortín de resistencia armada.



Carmen, que por figurar entre los estudiantes católicos, hubo de sufrir la malquerencia de Recasens, Negrín y sus congéneres, tuvo como política la abstención en las algaradas universitarias. Estudiar, estudiar y estudiar era su lema y su preocupación. ¡En buen lugar había ido a para sostener tan austeros ideales!
Residía, como interna, en la Institución Teresiana, a la sombra benéfica de aquel gran pedagogo y mártir, San Pedro Poveda. Al lado de la Universidad de San Carlos, en la calle de la Alameda, erigió Don Pedro un centro de trabajo callado y silencioso para jóvenes normalistas y universitarias, entre las cuales cayó Carmen como pez en el agua. Por su valía a Carmen se la tenía muy en cuenta.
Era curioso ver cómo se desdoblaba la personalidad de Miedes Lajusticia, según que actuase en el Instituto Teresiano o en la Universidad. En el Instituto era expansiva, confiada, centro de animación, cabeza de tertulia; en la Facultad severa, adusta.
Sonora fue una ocasión en que Carmen se propuso dar a sus condiscípulos una lección sonada y contundente para echarles en cara su preocupación por el porte externo. Carmen era descuidada en el vestir, usaba traje largo y nunca se pintaba ni hacía caso ninguno de las modas… Para aquella broma adquirió un traje de lo más llamativo y moderno, se hizo pintar quitándose diez años, se procuró calzado y peinado a la moda y tomando de compañera a una de bastante más edad, que parecía su institutriz, se lanzó por la calle de Alcalá en dirección a la iglesia de las Calatravas a la hora de mayor concurrencia.
Al día siguiente, en cuanto la ven aparecer le dicen que habían visto salir de las Calatravas a la chica más hermosa de Madrid y, dándole mil detalles de ella, afirmaban que era algo parecida a ella.
A la semana siguiente se repitió el sainete, pero Carmen tuvo el valor de presentarse en la San Carlos para dirigirse a sus condiscípulos, y que al verla venir riéndose, cayeron en la cuenta de su ofuscación.
-Venid acá, infelices, a saludar a esta princesa; soy la misma de ayer. Con unos céntimos de pintura, unos reales de trapos y unas pesetas de joyas similar, me tomasteis por una aparición. Buscad en la mujer valores sustantivos. No la obliguéis a desfigurarse hipócrita y cautelosamente, porque seréis vosotros siempre los engañados y las víctimas.
De su natural, lejos de ser huraña, era más bien expansiva y alborotadora. Piadosa sí que era, más no gazmoña y taciturna, sino alegre y comunicativa. Tal se mostró en el Instituto Teresiano los siete años que convivió en él, alternando sus horas con las de la universidad y los hospitales. Apenas había recepción en que no actuase, apenas fiesta en que no tuviese papel preponderante la alumna de medicina, cirugía y farmacia.
En las fiestas de intimidad, improvisadas por lo general, era particularmente solicitada su cooperación. La habilidad que tenía para imitar a toda clase de personas en su gesto, en su tono, en su charla, hasta en su ideología le daba ocasión para salir del paso sin esfuerzo suyo y con algazara de las compañeras.
En su familia extrañaban los aires mayestáticos que de Carmen referían las amigas; porque en casa era laboriosa y humilde como la última sirviente. Aún siendo ya médico, barría, fregaba, llevaba la cocina y no se desdeñaba de atender a las faenas más rudas. Por eso ningún trabajo la asustaba.
Finalmente terminó la carrera de Medicina. A título de curiosidad entre los Miedes se cuentan varios médicos; uno de ellos publicó varias obras, cuatro de las cuales se encuentran en la Biblioteca Provincial de Toledo, una sobre El morbo articular, o séase la gota, y otra sobre el Uso y abuso de la sal, obra que no sabemos llegase Carmen a consultar. Para hallar buena acogida en los enfermos, pocos caracteres como el de Carmen: cariñosa, dicharachera, optimista, incansable. Se hacía toda para todos, conservando siempre la nota severa y autoritaria en los asuntos relacionados con la moralidad, pues en esos no admitía subterfugios ni medias tintas.
Abrió su clínica, de notable riqueza instrumental, el día de Santo Tomás de Aquino, patrono de la juventud estudiosa; quiso intervenir en la fundación de la Hermandad de los Santos Cosme y Damián, que tanto bien hizo entre los médicos católicos; y no se celaba en las visitas mañaneras en confesar a sus enfermos que venía de misa o que iba a oírla.
El primer año de ejercicio profesional tuvo una suerte loca: ni uno de los niños y las mujeres que se le encomendaron -pues por esa época a los hombres las mujeres médicos no trataban a los hombres enfermos- se le murió. Con lo cual y con el gran partido que se conquistó entre los pequeños, que no querían separarse de ella, se encontró pronto con las horas del día muy ocupadas, y últimamente hasta con algunas de la noche.
Carmen llevaba a todas partes su espiritualidad. A los enfermos les hacía concebir gran fe en la Providencia, que todo lo puede; y en el médico de la tierra, que debíamos considerar como instrumento del gran médico del cielo. Solía decir a sus enfermos:
-Tenga usted fe en Dios, que me ha traído aquí para curar esa enfermedad que le aqueja… usted se cura con esto y con esto… Cuelgo mi título si no dominamos esta dolencia; haga usted fuerza por la oración, mientras yo hago fuerza con los recursos médicos, etc..
Así levantaba el espíritu de sus enfermos y los sugestionaba con caricias y con regalos. Aún tratándose de personas de otra ideología no omitía la joven doctora el aconsejarles que unieran a los cuidados de la ciencia que ella les proporcionaría, sus oraciones, que podrían lograr una ayuda especial de Dios.
De su natural, lejos de ser huraña, era más bien expansiva y alborotadora. Piadosa sí que era, más no gazmoña y taciturna, sino alegre y comunicativa. Tal se mostró en el Instituto Teresiano los siete años que convivió en él, alternando sus horas con las de la universidad y los hospitales. Apenas había recepción en que no actuase, apenas fiesta en que no tuviese papel preponderante la alumna de medicina, cirugía y farmacia.
En las fiestas íntimas, improvisadas por lo general, era particularmente solicitada su cooperación. La habilidad que tenía para imitar a toda clase de personas en su gesto, en su tono, en su charla, hasta en su ideología le daba ocasión para salir del paso sin esfuerzo suyo y con algazara de las compañeras.
En su familia extrañaban los aires mayestáticos que de Carmen referían las amigas; porque en casa era laboriosa y humilde como la última sirviente. Aún siendo ya médico, barría, fregaba, llevaba la cocina y no se desdeñaba de atender a las faenas más rudas. Por eso ningún trabajo la asustaba.
Finalmente terminó la carrera de Medicina. A título de curiosidad entre los Miedes se cuentan varios médicos; uno de ellos publicó varias obras, cuatro de las cuales se encuentran en la Biblioteca Provincial de Toledo, una sobre El morbo articular, o sea la gota, y otra sobre el Uso y abuso de la sal, obra que no sabemos llegase Carmen a consultar. Para hallar buena acogida en los enfermos, pocos caracteres como el de Carmen: cariñosa, dicharachera, optimista, incansable. Se hacía toda para todos, conservando siempre la nota severa y autoritaria en los asuntos relacionados con la moralidad, pues en esos no admitía subterfugios ni medias tintas.
Abrió su clínica, de notable riqueza instrumental, el día de Santo Tomás de Aquino, patrono de los estudiantes; quiso intervenir en la fundación de la Hermandad de los Santos Cosme y Damián, que tanto bien hizo entre los médicos católicos; y no disimulaba en las visitas mañaneras en confesar a sus enfermos que venía de misa o que iba a oírla.
Este retrato de Paula B. Pupo se ha realizado sobre la única fotografía que conservamos de la Doctora Miedes. Carmen había nacido en Madrid el 28 de junio de 1902. Su padre Mariano Miedes Clemente era natural de Calatayud (Zaragoza); su madre, Petra Lajusticia Sanjuan, era de Tudela (Navarra). Fue bautizada por el sacerdote Francisco Megino el 10 de julio de 1902 en la parroquia de Santa Cruz en la madrileña calle de Atocha.
El primer año de ejercicio profesional tuvo mucha suerte: ni uno de los niños y mujeres que se le encomendaron - por esa época las mujeres médicos no trataban a los hombres enfermos - se le murió. Con lo cual y con el gran partido que se conquistó entre los pequeños, que no querían separarse de ella, se encontró pronto con las horas del día muy ocupadas, y últimamente hasta con algunas de la noche.
Carmen llevaba a todas partes su espiritualidad. A los enfermos les hacía concebir gran fe en la Providencia, que todo lo puede; y en el médico de la tierra, que debíamos considerar como instrumento del gran médico del cielo. Solía decir a sus enfermos:
-“Tenga usted fe en Dios, que me ha traído aquí para curar esa enfermedad que le aqueja… usted se cura con esto y con esto… Cuelgo mi título si no dominamos esta dolencia; haga usted fuerza por la oración, mientras yo hago fuerza con los recursos médicos, etc.”.
Así levantaba el espíritu de sus enfermos y los sugestionaba con caricias y con regalos. Aún tratándose de personas de otra ideología no omitía la joven doctora el aconsejarles que unieran a los cuidados de la ciencia que ella les proporcionaría, sus oraciones, que podrían lograr una ayuda especial de Dios.
En el ejercicio profesional Carmen era sumamente delicada, esclava de sus enfermos, solícita y diligente, de día y de noche. Atenta con todos, pero especialmente con sus enfermos, a los que llamaba cariñosamente sus hijos. Ellos, a su vez, veían en la Doctora Miedes, un ángel salvador. Los niños enfermos la adoraban y no querían separarse de ella, porque mientras los medicinaba, cambiaba sus ropas, arreglaba sus cunas y los llenaba de halagos y caricias. Cuando se trataba de enfermos desvalidos los consolaba; y si eran pobres no solo no les cobraba nada, sino que los proveía de medicinas, y hasta invertía sus ahorros en proporcionarles alimentos, sin distinguir ideas políticas o religiosas. Ella solo veía necesitados.
Frecuentaba la confesión y la comunión, oía misa casi todos los días, rezaba diariamente el Rosario, y cuando no tenía muchos enfermos, no perdía la visita a la Santísima Virgen del Sagrario. Era también devota de la Virgen del Carmen.
23 de agosto de 1934. La huelga de camareros toledanos, declarada en agosto de 1934, tuvo repercusión en toda España. Era época de predomino socialista, al que se iban sometiendo, acobardados, los patronos. Los hermanos Moraleda, dueños del bar Toledo, rehusaron someterse a las órdenes que dictaba la Casa del Pueblo, representada por la Sociedad de Camareros. Ésta, al ver que habían logrado independizarse con la adquisición de algún camarero no asociado, acordó la muerte de los Moraleda, y el 23 de agosto, al retirarse del bar a altas horas de la madrugada para su casa, fueron asesinados a balazos cerca de ella, cayendo mortalmente herido uno de los hermanos, del que no tenían los obreros más queja que la de su independencia de la Casa del Pueblo, pues siempre les había tratado bien y era el primero de todos en el trabajo. Sobre todo, no le perdonaban el que, al retirarse ellos, él se bastase redoblando su esfuerzo.
Las once sesiones que duró el juicio fueron de gran tensión para Toledo. Se temía que las personas que habían de testificar en él, acobardadas por las amenazas de los socialistas, eludiesen el declarar y el crimen permaneciese impune. El temor era fundado pues hubo retractaciones y hasta testificaciones tan incompletas, que parecían perjurios.
Carmen Miedes, que velaba aquella noche a uno de sus hermanos enfermo y fue testigo de la agresión desde el balcón de su casa, despreciando las amenazas que a otros amedrentaron, tuvo el civismo de declarar en el Tribunal lo que había visto; y como médico, el de rehacer el crimen punto por punto. Su declaración fue clave para la resolución del crimen.
El 4 de octubre de 1934 los tres asesinos fueron condenados a treinta años de cárcel. Aquel día empezó Carmen su calvario. La insultaban por la calle, la amenazaban y en las manifestaciones públicas socialistas, se pedía su cabeza. Todo Toledo oyó cantar por las calles estas ignominiosas coplas: “A los presos de Chinchilla / les vamos a regalar / la cabeza de la Miedes / para jugar al billar. / La cabeza de la Miedes / pronto la vamos a ver / colgadita de un farol / en medio Zocodover”.
Tras las elecciones de febrero de 1936 fueron muchos los criminales a los que se les permitió salir de las cárceles. Al llegar a Toledo los asesinos de Moraleda, se les prepararon grandes festejos, uno de los cuales era entregarle a la doctora. Un grupo de ellos se dirigió a la casa de los Miedes; se cantaron versos pidiendo la cabeza de Carmen… pero después de merodear junto a la puerta, de grandes momentos de tensión y de algún que otro insulto, nadie se atrevió a echar abajo la puerta.
El 22 de julio fue la dispersión de la familia. Tres hermanos, Mariano, Luis y Joaquín, entraron en el Alcázar; su madre salió con José y Jaime a buscar un refugio; su padre, dicen que siguió a Carmen de lejos algún tiempo y luego volvió a su droguería, donde encontró la muerte.
Carmen se fue a visitar una paciente. La enferma, sin los cuidados asiduos de un médico, se moría. Rogaron a Carmen que quedara con ellos, que la atendiera, y que no buscara refugio en el Alcázar y se echara la cuenta de que formaba un número más de la familia. Carmen accedió; en pocos días la enferma se curó por completo. ¿Quién iba a pensar que a los pocos días le iban a exigir la salida, por ser su estancia para ellos peligrosa en caso de registro; y que por fin, el día 3 de agosto por la noche, la echaron a la calle, desoyendo los ruegos de una amiga de la doctora que les prometió sacarla de allí dentro de unos días?
Dios quiso para Carmen esta última terrible prueba de ser vendida por los que había acudido a salvar. Sin fuerzas para razonar, sin valor para comprometer a los que la esperaban en sus casas con los brazos abiertos, se fue ella misma, el día 4 de agosto por la mañana, a presentarse al Comité de la Diputación de Toledo, que como no tenía habitaciones libres, la mandó agregarse a uno de los grupos de monjas que había allí detenidas. Ella se incorporó a las de San Juan de la Penitencia. Gracias a eso disponemos de testimonios enteramente fidedignos de los últimos momentos de nuestra insigne mártir.
Con las monjas estuvo, con las monjas comió, con las monjas habló hasta que vinieron a fusilarla. Ellas - reseña el padre Alonso Getino - nos lo contaron todo.
Por ser el día de Santo Domingo (entonces se celebraba el 4 de agosto), tres dominicas del convento próximo se fueron por la tarde a acompañar a las monjas de San Juan de la Penitencia y a llevarles ropa para una enferma y unas golosinas para todas. Conocían mucho las religiosas de Santo Domingo el Real a Carmen, que llorando las abrazaba y estuvo en efusiva conversación con ellas hasta que se retiraron.
En una habitación contigua estaban las togas de los abogados de Toledo, que se entretuvieron en registrar. Conoció ella la de su hermano Luis, ya asesinado y la besaba con delirio.
A Carmen le faltaba por rezar algunas oraciones, y con gran edificación de las monjas hizo sus preces de rodillas. Después se sentó a rezar una parte del Rosario que tenía de costumbre, y rezándola la hallaron los esbirros que venían a matarla.
Llevaba Carmen, según dicen las monjas, un crucifijo grande, su compañero inseparable, al decir de algunos familiares; llevaba también un escapulario con los cordones tan a la vista, que se lo advirtieron las monjas. Ella contestó: “Conmigo anduvo siempre y no me lo quitaré, aunque me maten”. Le había prometido el presidente mandarla a cuidar una enferma, cosa que ella recelaba creer. “Me llevarán para matarme”, decía ella a las monjas. “Enséñenme un acto de contrición breve. Y si no, empezaré el Credo, y hasta donde llegue”, añadía.
Al llegar los verdugos armados y al adelantarse uno sin armas, pronunciando su nombre y apellido, ella se levantó y sin decir nada, cayéndosele grandes lagrimones, que indicaban se había percatado del momento terrible, salió tras los esbirros. Eran seis milicianos armados; se pusieron tres a cada lado y salieron a pasos presurosos, no por la escalera principal, sino por una que lleva a la puerta trasera. Por ella la sacaron a la granja, donde las monjas oyeron muy pronto la descarga fatal.
Allí fue asesinada la Doctora Miedes y allí estuvo muchas horas su cuerpo, compadecido de muchos que lamentaban la muerte de quien a tantos había librado de ella, y profanado de algunas miserables mujerzuelas que registraron sus vestidos y exhibían luego como un trofeo lo que en ellos habían encontrado.
A Carmen la condenaron a muerte por no ser perjura, y ella se fue al suplicio con su escapulario, con su Crucifijo, con su rosario, cuando acababa de rezarlo, y musitando el Credo.
Sabia, modesta, laboriosa, caritativa, valerosa, piadosa... le faltaba la gracia del martirio y la acogió aceptando la muerte por ser fiel a Cristo.



GREGORIO DEL VALLE GONZÁLEZ

Gregorio nació el 13 de febrero de 1876 en Orbó (Palencia), archidiócesis de Burgos. Tres días después recibió las aguas bautismales. Llamado por el Señor a la vocación sacerdotal, el 6 de junio de 1903 recibía las sagradas órdenes al presbiterado, en la Capilla del Palacio Arzobispal de Burgos, de manos de Fray Gregorio Mª Aguirre y García. Su primer destino, fechado el 7 de agosto de 1903, fue ecónomo de San Julián en Leva (Burgos).
La familia del Siervo de Dios ha cuidado como verdaderas reliquias casi todos los nombramientos y títulos de este insigne sacerdote. Gracias a ellos podemos saber que la vida de Don Gregorio corrió paralela a la del Cardenal Aguirre. En un nombramiento de 1907 D. Gregorio aparece como mayordomo. La expresión mayordomo o familiar en el estamento clerical se ha referido siempre a los secretarios particulares de los obispos, arzobispos y cardenales. Cuando Don Gregorio recibe este nombramiento el Arzobispo tenía ya 68 años y le atenderá durante más de diez, primero en Burgos y luego en Toledo.
Aguirre y García, que era franciscano, ocupó la sede burgalesa de 1894 a 1909. En 1907 fue creado Cardenal. En 1909 pasa a ocupar la sede de Toledo hasta el 9 de octubre de 1913, día de su fallecimiento.


Pero, sigamos con algunas pinceladas de la vida de D. Gregorio. Tras ser coronada canónicamente la imagen de la Virgen del Pilar, en 1905, años después, en 1908, tuvo lugar el IV Congreso Mariano Internacional, coincidiendo con el centenario de los Sitios de Zaragoza. Conservamos el diploma de asistencia de D. Gregorio en el que se le distingue “con especial benevolencia… por contribuir al mayor éxito y esplendor de dicho Congreso… y habiendo vos correspondido a tan soberanas muestras de la predilección pontificia… extendemos el presente diploma como testimonio de vuestro amor a la Virgen Inmaculada y de vuestra fidelidad al Sumo Pontífice.”
Tras acompañar al Cardenal Aguirre a la sede toledana, sabemos que el 10 de marzo de 1910 se le nombra Beneficiado en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo.
Obtuvo el bachillerato en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de San Ildefonso de Toledo el 10 de abril de 1913; dos días después, se licenció y, finalmente, el 15 de abril se doctoraba con la calificación de “nemine discrepante”.
Conservamos también las licencias para confesar, necesarias y exigidas en otro tiempo. Aparte de las dadas por el propio obispo tras la ordenación o en el tiempo estimado de madurez en los nuevos sacerdotes para el sacramento de la penitencia, se requerían licencias para cualquier diócesis por parte del obispo local. Conservamos muchas de ellas (Osma, Palencia, Pamplona, Sigüenza, Cuenca, Madrid-Alcalá…)1.
El 1 de octubre de 1913, días antes de la muerte del Cardenal Aguirre, recibe el nombramiento de capellán del Convento de religiosas agustinas calzadas de la Purísima Concepción (conocidas en Toledo como las Gaitanas).
El testimonio de Valeriano de Celis Valle, sobrino carnal de D. Gregorio, nos abre la puerta de los últimos años en los que convivió junto a él. Cuando mataron a su tío, tenía quince años y estudiaba bachillerato.
“Mi tío era un hombre sencillo, piadoso, bondadoso, nunca hacía daño ni trataba mal a nadie, aceptaba siempre todo según la voluntad de Dios. Con todos nosotros, su familia, siempre fue muy cariñoso y acogedor. Le recuerdo muy trabajador, siempre ocupado con sus obligaciones como beneficiado de la Catedral”.
Cuando estalla la guerra sabemos que ocupaba la capellanía de las Clarisas Franciscanas del Convento de Santa Isabel de los Reyes en la ciudad de Toledo. Unos días antes de su asesinato les dijo a sus monjas: “-Hijas mías, tengamos confianza en Dios, que si Él nos pide el martirio, nos dará fuerzas para ofrecer nuestra sangre por su amor”.
Su sobrino afirma que en ese verano “al acabar el curso como todos los años, yo me fui a pasar las vacaciones con mis padres, al quedarse solo en Toledo se fue, como solía hacer, a la pensión donde había estado hospedado al llegar a Toledo, procedente de la diócesis de Burgos acompañando como secretario particular al Cardenal Aguirre, en dicha pensión era frecuente que se alojaran sacerdote”.
Sospechando los milicianos que pudiera encontrarse alguno, hacen un registro el 25 de julio. Allí estaba D. Gregorio; pero la dueña les dijo que era un huésped más, laico. Entonces él afirmó claramente su condición de sacerdote. Fue suficiente: le mandaron salir con los brazos en alto, camino del Paseo del Tránsito para fusilarle. Como iban vomitando blasfemias detrás de él, comenzó a responder con Vivas a Cristo Rey. Al pasar junto a la iglesia del convento de la Reina (conocida como la parroquia de San Bartolomé) le asesinaron disparando sobre él.




PABLO ARIAS MAESTRO
Escribe Luis Moreno Nieto en la introducción al libro “25 años de Juventud. Crónica de los Jóvenes de Acción Católica de Mora de Toledo”: “Para comprender bien el significado de este libro habría que dar un salto atrás y evocar aquellos días de 1932 en los que el simple hecho de acompañar a un sacerdote por la calle o ir a misa los domingos era ganarse el rencor de la mitad del pueblo. Entonces había muchachos de quince a veinte años que se lanzaban a organizar Ejercicios Espirituales, Asambleas, Peregrinaciones, Vigilias y Círculos de Estudio, con la amenaza constante de la paliza nocturna o algo peor… y, que aquello no era un juego de muchachos enardecidos se vio poco después, cuando la mayoría de ellos fue asesinado”.
Al primero que recordábamos, fue al Siervo de Dios Ambrosio Gómez Zabalardo (entrega 79). De entre “aquellos muchachos de quince a veinte años” queremos acercarnos hoy al Siervo de Dios Pablo Arias Maestro, cofundador del Centro Juvenil de Acción Católica.
Nos dice Alejandro Fernández Pombo, autor del citado libro, que Pablo con sus dieciocho años, era todo un hombre, y lo demostró con su muerte. Como socio fundador del Centro y por pertenecer a él ya había estado detenido antes de la guerra. En una ocasión hasta quisieron arrojarle por un pozo. Pablo supo defenderse. No había llegado su hora.
Llegó al estallar la guerra y él sería de los primeros en ofrecer su vida. Según sabemos, a primera hora de la tarde del 21 de julio de 1936 detuvieron al párroco Siervo de Dios Agrícola Rodríguez (que será beatificado el próximo 28 de octubre). Lo cuenta uno de los testigos que se encontraba junto a él. Lo apresaron en la parroquia, “caminó por la acera unos diez pasos y yo oí una larga descarga, como si fuera de metralleta… por miedo, salí corriendo hacia mi casa”. Su martirio fue agónico.
Luego continuó la persecución que se cebó con el Centro de la Acción Católica: “No fueron los jóvenes de Acción Católica los últimos en caer. Muchos cayeron solamente por eso, por su condición de jóvenes católicos, de afiliados a una Asociación católica y apostólica”. Los que tiempo atrás quisieron acabar con Pablo Arias, ese 21 de julio, volvieron a la carga… no le habían olvidado y no quisieron aplazar su muerte. Fue fusilado en Mora de Toledo y su cuerpo acribillado quedó en el sitio en que había caído durante varias horas. Hoy sus restos están en la Capilla de los Mártires de la iglesia parroquial de Mora.




ANTONIO CANDELA VICENTE
La Compañía de Santa Teresa de Jesús, religiosas que fundara San Enrique de Osso, conocidas popularmente como teresianas trabajan en Mora de Toledo. Allí se conserva un álbum con el rostro de los antiguos alumnos que murieron en los años de la guerra. Algunos de ellos, puesto que han sido escogidos por la Iglesia para formar parte del proceso de mártires que se instruye en nuestra archidiócesis desde el año 2002, han ido desfilando por este rincón de “Padre Nuestro” para mostrarnos sus rostros y hablarnos de su vida y de su martirio.
Recordábamos la semana pasada la trágica jornada del 21 de julio de 1936. Junto a la muerte del párroco y de los primeros jóvenes de la Acción Católica también ardió el Centro, eje y vida de los encuentros de aquel grupo emergente.
Los milicianos habían incendiado los locales… perecieron las banderas, los archivos -gracias a esto algunos nombres pasaron inadvertidos- el mobiliario, la biblioteca, muchas cosas que tanto había costado reunir. Las víctimas que ya estaban siendo inmoladas por las calles del pueblo, eran los jóvenes que habían jurado en aquella bandera, eran los jóvenes que veían transformarse en realidad el “acaso” que su himno unía a su deseo de martirio:
Juventudes católicas de España…
…llevar almas de joven a Cristo,
inyectar en sus pechos la fe,
ser apóstol o mártir acaso
mis banderas me enseñan a ser…
Una muerte que deseaban por liberadora y santificadora; pero que temían porque, ante todo, eran hombres.


Con motivo de la bendición de la bandera, el 30 de diciembre de 1934, Antonio Rivera, que era presidente de la Unión Diocesana de la Juventud de Toledo y, por supuesto, de la Acción Católica, dijo en una de las conferencias de aquel día que “había que merecer la victoria antes de dar la batalla”.
Y allí también estuvo otro de ellos, dispuesto a dar a batalla, luchador pero sin armas: era el Siervo de Dios Antonio Candela Vicente. Conocido por todos, por su forma de ser y por su apostolado… no se recataba de su condición de católico ni menos de pertenecer a los jóvenes de la Acción Católica.
Todos le querían, precisamente por su carácter y apunta su escueta biografía que “porque supo del valor y del heroísmo, el Señor le premió… y por eso hoy su nombre está entre el de nuestros mejores”. Después de las primeras oleadas de detenciones y asesinatos. Murió fusilado el último día del mes de septiembre.



MARIANO CARRILLO PÉREZ
La población de Mora se vio salpicada por las primeras muertes martiriales, tras haberse iniciado tres días antes la Guerra Civil española. Tras el asesinato del párroco, el Siervo de Dios Agrícola Rodríguez, el primer mártir de la Acción Católica será el Siervo de Dios Mariano Carrillo Pérez.


Según se sabe, fue en el curso 1930- 1931 cuando echó a andar el Centro de los jóvenes de Mora al abrirse una escuela nocturna y una biblioteca. Aunque no será hasta 1932 cuando se abre oficialmente
el Centro Local de la Juventud de Acción Católica. En diciembre de 1934 el Consejo Diocesano lo aprueba definitivamente y se procede a la bendición de la bandera. Sus dos primeros presidentes fueron Mariano Lancha Azaña y Emilio González de la Llana. El primero, por razones de estudio en Madrid y, el segundo por casarse, dejaron paso a Mariano Carrillo.




A partir de entonces la vida del Centro estaba cuajada de realidades de todo tipo; había en todos una intensa vida de piedad que hacía desafiar, cuando era necesario, el miedo que muchos sentían de cruzar la plaza para ir a la iglesia. Los círculos de estudios, la escuela nocturna, etc., se completaban junto a actividades recreativas y deportivas, se adquiere una mesa de billar, se prepara un campo de tenis...
Fue por entonces cuando los Centros juveniles de la Acción Católica hicieron en Toledo unos Ejercicios Espirituales que resultaron espléndidos. Y, en toda aquella actividad, resonaban como proféticas las palabras que en su himno hablaban de «vivir o morir por la fe».

La familia de Mariano Carrillo conserva ésta única foto a caballo que ilustra nuestra artículo. Aunque en el libro donde se cuenta la historia de los jóvenes de la Acción Católica de Mora aparece una foto-retrato del Siervo de Dios.
Como decíamos al principio «el mismo día 21, cuando la mañana despertaba al desastre y al crimen, Mariano Carrillo, de tan sólo 21 años, compañero y amigo de todos, alegre y simpático, moría a tiros
–tiros de odio contra lo que aquel muchacho representaba– a la puerta de su casa y a la vista de sus padres. El Siervo de Dios Mariano Carrillo, como buen presidente, subió el primero al cielo, a preparar sitio a los jóvenes del Centro de Mora.




FAUSTO RONCERO CANTERO


Villasbuenas de Gata, el pueblo natal de Don Fausto
Extremadura es cuna de mártires del cristianismo desde los primero siglos de nuestra era. Acaso, afirma el Canónigo Archivero de la S.I. Catedral de Cáceres Don Teodoro Fernández y Sánchez, haya algunos que no reciben el culto y el honor que se merecen. Es el momento de una legítima resurrección. Con este humilde capítulo se intenta resucitar a un extremeño, nacido en Villasbuenas de Gata (Cáceres): se llamó D. Fausto Cantero Roncero y fue martirizado por los milicianos en la ciudad de Toledo en la noche del 22 al 23 de agosto de 1936.

Nació el día 6 de septiembre de 1894, hoy fiesta litúrgica de Ntra. Sra. de Guadalupe, nuestra celestial Patrona y Reina de la Hispanidad. Desde niño manifestó su gran ingenio para hacer travesuras infantiles. Al ser sorprendido por su madre detrás de una puerta, comiéndose una libra de chocolate, y con los labios manchados, se justificó diciendo que estaba pintándose el bigote. Escondido bajo una camilla con faldas y una cestita de dulces que devoraba, dijo que estaba aprendiendo a sumar. No había cerradura de alacena que se resistiese a sus habilidades con la simple ayuda de una navaja. Con avidez buscaba los nidos. Alguna vez, con peligro de su vida, trepaba llegado a los aleros de los tejados. Con una lupa quemaba la nariz a los niños y tirándoles de las orejas, los levantaba del suelo. Les contaba relatos fantásticos por él inventados, mientras le escuchaban sin pestañear. Se hizo una gran caricaturista pintando y bordando figuras de estampas y de cromos.

Cuando al correr de los años, cayó en sus manos el libro de las Confesiones de San Agustín, se aplicó la inmortal frase del genio de Tagaste, que dice: “Tantillus puer et tantus peccator”. “Así era yo”, comentaba.

Su madre fue una gran educadora que supo corregirle y enseñarle con maestría y eficacia. Lo llevó a la parroquia para ser monaguillo, donde ejerció perfecta y piadosamente los servicios. También le inculcó hondamente un tierno cariño a la Madre del Cielo, a la que rendía devotísimo culto. Sus grandes amores fueron la madre terrena y la Madre del Cielo. En el otoño de 1908, ingresó como seminarista, donde estudió cuatro cursos de latín y Humanidades, tres de Filosofía y cuatro de Teología. Los seis primeros años residía en casas particulares y los restantes formaban la comunidad del Seminario como internos.

El estudiante Fausto, una vez ingresado en el Seminario para cursar la última etapa de la carrera eclesiástica, no perdió sus famosas costumbres, su carácter y su estilo. Fue el organizador de veladas y festejos que se celebraban para solemnizar cualquier fiesta. Era buen versificador, insuperable tramoyista, dibujante esmerado, músico exquisito. Alguien comentó que había equivocado su camino, porque en un escenario hubiera triunfado. Entre sus papeles se encontraron retazos de composiciones literarias. Y muchos años después, en Toledo, presentó algunos números para la “Semana pro Seminario” allí celebrada. Se hizo famosa la velada del año 1917 en honor de la Inmaculada, que era la Patrona del Seminario. La segunda década del siglo XX fue de triunfos literarios para D. Fausto, alcanzando premios nacionales como el de “Ora et Labora”, en 1914.

Llegaron las órdenes a finales de 1918: el primer domingo de Adviento, recibió en Coria, el diaconado. Y luego, en el domingo llamado de las Témporas de Santo Tomás, recibió el Presbiterado. Villasbuenas celebró con el máximo esplendor la primera Misa de D. Fausto, el día 27 de diciembre. La estampa recordatorio de tan santa ceremonia sacramental, presenta a Jesús recostado sobre una roca en Getsemaní y en sus manos el cáliz de sus amarguras. Para D. Fausto, sin saberlo, símbolos de la corona del martirio que arrancaría su alma de este valle para volar al cielo.

En enero de 1919 recibió el nombramiento de coadjutor de la parroquia de Cilleros. No tardó en ser trasladado a Santa María de Brozas con el mismo cargo y como capellán de las Carmelitas Terciarias. En Brozas volcó todo su entusiasmo apostólico y juvenil con un celo desbordante. Se ganó el afecto de los fieles. Vivió momentos de gran emoción espiritual. En 1920 fue nombrado capellán de las Madres Carmelitas de Cáceres y del Colegio de Santa Cecilia.

Nueve años al lado del Cardenal Segura. Pero su futuro estaba forjándose poco a poco. El Obispo de Cáceres, Monseñor Peris Mencheta, falleció en enero de 1919, al mes siguiente de la ordenación de D. Fausto. Le sustituiría Monseñor Pedro Segura y Sáez, que venía de ser auxiliar en la diócesis de Valladolid. Tras una visita protocolaria el Obispo recibió una extraordinaria impresión de D. Fausto, que enseguida lo llamaría para hacerlo su capellán.

Afirma Don Teodoro Sánchez "que ser paje, capellán y secretario del Dr. Segura, hombre celoso y dinámico, fue algo verdaderamente duro y sacrificado. Fue un prelado madrugador, se levantaba a las cinco, rezaba y celebraba la misa. Luego comenzaba su fecundo trabajo de escribir cartas, pláticas, pastorales, etc. Todo esto con la colaboración de D. Fausto, única persona íntima e inseparable, sacrificada y fiel. A veces se levantaba a las cuatro para estar libre cuando el Sr. Obispo se levantaba. Tan menguado era el tiempo que daban al sueño que, alguna vez, estando ayudando a la misa del Obispo, D. Fausto se dormía".

Para las visitas pastorales, D. Fausto hacía de secretario; prácticamente no tenía vacaciones. Durante el curso académico 1921-1922, fue profesor del Seminario de 2º y 3º de latín, luego de Historia de España, religión e Historia Natural en Coria. El mismo año 1922 hizo su histórico viaje a las Urdes el rey D. Alfonso XIII. Se fundó la Adoración Nocturna en Coria y Brozas. En 1924 tuvo lugar la coronación canónica de la Virgen de la Montaña. Al siguiente año, la entronización del Corazón de Jesús en el Ayuntamiento de Cáceres, peregrinación a Roma con motivo del Año Santo.

En 1926, el Dr. Segura recibió el nombramiento de Arzobispo de Burgos. En Cáceres, también se hizo la erección del monumento al Corazón de Jesús, que hoy se alza en la Montaña junto al santuario de la Virgen, patrona de la ciudad. La entrada en Burgos tuvo lugar el 13 de febrero de 1927. D. Fausto le acompañó durante su breve estancia en Burgos y luego siguió con él a la sede toledana. Importante recuerdo para nosotros es la coronación de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, el 12 de octubre de 1928, en la que trabajó incansablemente D. Fausto.

El 5 de diciembre de 1930 fue nombrado Beneficiado de la S.I.C. Primada de Toledo y capellán del convento de Santa Clara, cesando como "familiar" de Segura. A los meses, el 14 de abril de 1931 se proclamó la República. "El horizonte - afirma el Canónigo Archivero de la S.I. Catedral de Cáceres, don Teodoro Fernández y Sánchez - se presentaba oscuro. D. Fausto presiente el trágico final. Las masas huyen de Dios, persiguen a Cristo y a su Iglesia. Él siente deseos de ser fiel y de aceptar la cruz. Las noticias de amargos sucesos, torturan su alma, aunque pide fuerza para aceptar todo lo que venga. Solo se abre espiritualmente a las almas piadosas. Sus cartas son testigos. Quería caminar por la senda de la virtud, ser santo".
Sabemos que recibió tres cartas amenazantes. En sus cartas más íntimas, D. Fausto manifiesta cierto pesimismo. Parece que esperaba la muerte inoportuna, pero con ánimo tranquilo. Lo que sí expresa es que su fin sería una inmolación, sería el martirio. Espigamos algunas frases de sus cartas:

•"Anteayer seis (de septiembre de 1933) San Fausto, presbítero y mártir, comencé un año nuevo, el 38 de mi vida. Si lo termino, que sea para bien, y si no también. Mártir pudiera ser yo para seguir los pasos de mi abogado…”
•“No podemos merecer en el mundo mejor suerte que la de ser perseguidos y despreciados por amor a Jesucristo”
•“¿Qué mayor dicha que la de que sintamos en nuestro corazón el temple de los leales a Jesucristo? ¿Y qué mayor gloria que la de que podamos presentar piel de mártires?”
•“Los de Dios, como usted, también dice, ya ve cuánto bien podemos sacar, si les toca la suerte de serlo heroicamente”.
•"¿Mártires? Sí. ¿Por qué temerlo? No de palabras. ¡De verdad! aspiremos a merecer esta dicha con unan vida muy de Dios”.
En febrero de 1936 toda España se convirtió en un torrente de odios, rencores y desbordadas pasiones. Amenazas, agresiones, atracos, salvajismo atroz e incluso las primeras muertes de inocentes. En Toledo y en muchas ciudades hervía la furia marxista. Las hordas, más que personas, parecían fieras. D. Fausto pensaba que aquella situación anárquica era insostenible para España y, así llegó el mes de julio y la explosión de la guerra.

D. Fausto estaba pendiente de la radio en su despacho, donde se reunían algunos contertulios ávidos de tener buenas noticias. Pero el 23 de julio Madrid envió un gran contingente de milicianos para cercar y tomar Toledo. D. Fausto salió con intención de celebrar la misa, y en el camino oyó los estampidos del cañón, las ametralladoras y el silbido de las balas de fusiles. Al llegar a San Julián, le advirtieron que marchase a su domicilio, porque los milicianos estaban presionando mucho y el cerco iba siendo más estrecho y que habían tomado ya los arrabales de la ciudad. D. Fausto recluido con su madre, lloraba como un niño. Ambos rezaban pensando en el trágico final ya próximo.

Antes de seguir queremos recoger el testimonio del que fuera hijo de los demandaderos y luego demandadero de las monjas clarisas, donde D.Fausto era el capellán. Esteban Alonso, que vivió allí desde 1930 hasta 1997, ha querido colaborar con nosotros ofreciéndonos sus recuerdos: "Aunque yo era muy niño, para mí era un santo por la forma que yo capté de celebrar la Santa Misa: lo hacía con una exquisita devoción y delicadeza y a la perfección... Nunca podré olvidar lo bueno y cariñoso que fue conmigo, incluso en aquellas mañana, sobre todo de inivierno, cuando a las 7 de la mañana le abría la puerta. D.Fausto siempre me saludaba alegre y cariñosamente. Desde las 7 hasta las 8hacía pración, siempre con mucho recogimiento, mientras yo preparaba el altar con todos los ornamentos que las monjitas me pasaban en un cesto por una cajonera que había bajo las rejas del coro".

Un día - sigue contándonos D. Esteban - tenía las manos tan frías que al ir a echar el vino en el cáliz se me cayó la vinajera. Me preocupé mucho. Pero él enseguida me tranquilizó dándome una palmadita en la espalda diciendo: no te preocupes, no tiene importancia

Repuesto un poco de tan desagradables noticias, tomó la radio y se fue en casa de dos sacerdotes hermanos, canónigo uno y beneficiado otro. También acudió un empleado de Hacienda, Sr. Palomino, y algunos más. Todos querían dialogar para tomar una decisión.
Alguien muy acertadamente propuso despojarse de los hábitos para despistar a los milicianos. D. Fausto se resistía, pues quería morir con la honrosa librea de los ministros de Cristo. Por fin cedió y se vistió con una chaqueta de un pijama. Todos se despojaron de la sotana, de joyas y dinero.
No mucho tiempo después, llamaron con insistencia y entraron seis milicianos con rostro furioso y preguntaron: “¿Vosotros erais los que tirabais con pistola por la ventana?”
D. Fausto contestó: “Nosotros no tenemos armas”.
“¿Quiénes sois?, preguntó de nuevo con voz atiplada e insolente un mozalbete imberbe, que parecía ser el jefe de aquel grupo de bandoleros.
Y volvió a contestar D. Fausto: “Yo soy sacerdote. Los demás ya los veis, trabajadores honrados, pobres obreros y pacíficos vecinos”.
“¡Ah!, entonces tú eres el que nos tiroteaba desde el tejado y las ventanas. Está bien, ya ajustaremos cuentas”.
Y dirigiéndose a los demás, exclamó con voz autoritaria: “¡Camaradas, prendedlos a todos, que son fascistas muy peligrosos. Deprisa, vamos, atadlos y a la cárcel con ellos!”

Los atracadores registraron a todos, pero apenas encontraron dinero. Recorrieron la casa usurpando cuadros y enseres. Del Sr. Palomino, ebanista, se llevaron muebles nuevo de mucho valor.
Y ordenaron a D. Fausto salir camino de la Diputación Provincial, cuyos sótanos habían habilitado para cárcel. Acudieron las mujeres de la casa en que estaba D. Fausto con sus amigos, se alborotaron y presas de pánico quedaron como petrificadas. D. Fausto quiso despedirse de su madre, pero le dieron un empujón por lo que hubo de limitarse a decir: “Madre, llevo tu fotografía”. Hubo escenas dantescas, horrorosas, de infierno. Los milicianos, más que personas, parecían y acataban como lobos.
Aquel día comenzó el martirio de las voluntades y las almas. Como D. Fausto tenía la fotografía de su madre, se la usurparon para más tortura.
Joaquín Arrarás y Luis Jordana, en el libro titulado “El sitio del Alcázar”, dicen que en los sótanos de la Diputación Provincial con Luis Moscardó estaban “el deán de la Catedral, Sr. Polo Benito, tres sacerdotes más, dos de ellos apellidados Páramos y otro nombrado D. Fausto, que edificaba a todos por su temple, por su serenidad y por su intrepidez”.
Desde el 23 de julio hasta el 26 que fueron trasladados a la cárcel, los tuvieron incomunicados con el vecindario. Angelita era la encargada de llevar y traer las muchas, en las que enviaban y recibían alguna breve misiva. D. Fausto recomendaba a su madre que se cuidara y estuviese tranquila.
Los compañeros tenían esperanza de salir de la cárcel, pero Fausto estaba convencido de que fusilarían. Les daba ánimo a todos, les rezaba el rosario, cantaba canciones religiosas. Era el padre de todos, el ángel tutelar; les infundía cristiana fortaleza y conseguía que sonrieran escuchando a D. Fausto y demás sacerdotes de Cristo. Se repetían las milenarias historias de los mártires de los primeros siglos.
Estamos siguiendo al biógrafo de D. Fausto, quien nos emociona al relatara escenas crueles, macabras, soeces y de infierno. Pero suprimimos muchos detalles verdaderamente luctuosos y amargos.
Largo Caballero se instaló en el Palacio Arzobispal para robar cuadros y objetos de valor. También las oficinas de la F. A. I. como de la C. N. T. Los milicianos celebraban sus triunfos con vergonzosas orgías, con banquetes y embriagueces.
De repente llegó un autobús, se dio una voz de mando y todos los milicianos se abalanzaron a él; y al mismo tiempo tres aviones nacionales dejaron caer sobre ellos varias granadas, causando muchos muertos y heridos.
Mientras tanto la madre de D. Fausto, en una de las retiradas habitaciones, sufría, lloraba y rezaba sin apenas poder comer ni beber.

Don Fausto presentía este final sangriento desde antes de entrar en la cárcel. Sus últimos días fueron una ferviente preparación para el martirio.
Los milicianos atacaban con rabia el invicto Alcázar, donde se refugiaron el laureado General Moscardó y un grupo de luchadores heroicos. Trajeron expertos mineros de Asturias con toneladas de dinamita para volar el grandioso Alcázar. La respuesta de los sitiados fue siempre rápida y contundente. Los rojos querían vengarse fusilando a los encarcelados. Venganza miserable de cobardes. Pero desde dentro respondían con nuevos bríos, a las represalias de los milicianos.
Mutilaban bárbaramente a los reclusos para que, impresionados, se rindiesen; mas la bravura de los sitiados era invencible.
El 23 de agosto tenían setenta reclusos destinados a ser fusilados por sus fracasos. Entre ellos conocemos algunos nombres: Luis Moscardó, hijo del General; D. José Polo Benito, deán de la Catedral; D. Fausto Cantero y otros muchos que se disputaban el honor de ir al suplicio.
Lo llevaban atados con cuerdas de diez en diez. En la última decena iba el joven abogado, amigo de los sacerdotes. Y un miliciano cortó la cuerda, quedando los dos últimos detenidos, mientras dijo: “Por hoy ya hay bastante con esos, mañana mataremos a estos dos con muchos de los restantes”.
Era de noche. El silencio profundo. Solo se notaba el silabeo de los condenados que rezaban el rosario camino del paredón. En las afueras de la población, junto a la fuente Salobre, se detuvo la comitiva. Momentos de angustioso silencio.
Aprovechó el deán, José Polo Benito, que debían perdonarles las vidas para salvar las suyas, pero todo en vano. Insistió el Sr. Polo Benito diciendo: “Lo que hacéis con nosotros lo harán los nacionales con vosotros, que ya se acercan a pasos agigantados para tomar la ciudad y liberar el Alcázar”.
Ellos le respondieron: “Lo sabemos, pero si no cumplimos su orden, nos matarán a nosotros”.
Unos momentos después sonaron las detonaciones en el silencio nocturno y sesenta y ocho cuerpos humanos caían envueltos en sangre caliente. Sus almas de mártires cristianos volaron al cielo, donde a todos nos espera la eternidad. En el aire quedaban resonando los ecos de un ¡Viva Cristo Rey!, de aquellos mártires españoles que dieron su vida por salvar la nuestra.
¡Loor a los héroes! ¡Gloria a los mártires! ¡Viva Cristo Rey!
Tomada la ciudad, su hermana fue a recoger los restos mortales. Reconoció el cadáver, número 19, porque el calzoncillo estaba marcado con sus iniciales y en el calcetín tenía el rosario. Hoy reposan en el patio de entrada de la ermita del Cristo de la Vega.
En la parroquia de Villasbuenas de Gata hay una lápida con el epitafio siguiente:
“A la memoria del mártir Don Fausto Cantero Roncero, hijo predilecto de esta localidad y beneficiado de la S. I. Catedral Primada. Murió por Dios y por la Patria, el día 23 de agosto de 1936. Homenaje de este su pueblo”.






DARÍO Y MARCOS ESCOBAR COLLADO
Del cristiano matrimonio formado por D. Valentín Escobar de los Santos y de María Collado Mendoza. Ambos naturales de Villamuelas (Toledo) nacieron cuatro hijos, dos de ellos fueron sacerdotes, Darío y Marcos. Don Valentín fue durante muchos años maestro de niños en la localidad de La Guardia (Toledo). Desde 1875 a 1909. La huella de su dedicación a la enseñanza fue tal, que el colegio público de este pueblo sigue llevando su nombre, desde febrero de 1931. Por este motivo sus hijos, nacieron en La Guardia, a pesar de que toda su familia procedía de Villamuelas.

•DARÍO ESCOBAR COLLADO.
Nació en La Guardia (Toledo), el 17 de noviembre de 1879. Bautizado en la parroquia de La Guardia, el 23 de noviembre de 1879. Con el nombre de Darío-Gregorio. Ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1903.

Cargos ejercidos: Coadjutor de Gálvez, (Toledo) 1904. Coadjutor de Huerta de Valdecarábanos. 1907. Párroco de Almiruete.(Guadalajara) 1908. Párroco de Alocén Guadalajara) 1914. Regente de Villamuelas 1921. Capellán del Convento de Yepes 1927.Ecónomo de Las Herencias hacia 1933. Regente de Ventas de Retamoso en 1936.

Siendo regente de Ventas de Retamoso, se encontraba al iniciarse la persecución junto a su familia en Villanuelas.
Las circunstancias de la detención y martirio de don Darío son similares a las del párroco de Villanuelas, don Juan Aguado García-Alcañiz. Detenidos ambos por el comité local fueron conducidos andando hasta la estación de Huerta de Valdecarábanos. Una vez en el tren, en todas las estaciones del recorrido hasta Madrid, fueron objeto de toda clase de humillaciones y vejaciones. Testigo de este martirio hasta Madrid fue un vecino de Villamuelas, que viajaba en el mismo tren. Al llegar a la estación de Atocha fueron llevados a la Checa, instalada en el salón regio de la estación. El cadáver de don Juan apareció en el km. 7 de la carretera de Andalucía el día 9 de agosto. De don Darío su familia nada sabe, según el libro de Juan Francisco Rivera Recio, fue fusilado en Paracuellos del Jarama con su hermano Marcos, hacia el 4 de noviembre de 1936. Pero este dato es erróneo.

Las recientes investigaciones y averiguaciones nos hacen aseverar que en Paracuellos no fue fusilado, ya que no está allí registrado. Nos inclinamos a afirmar que hubo de recibir el martirio con don Juan, ya que si llegaron juntos a la checa de la estación de Atocha, juntos pudieron ser asesinados.

En el registro civil de Villaverde se localizó tras la guerra, la partida de don Juan, por averiguaciones que hizo la familia y por indagaciones recientes en el mismo registro, hemos visto que en una página antes que la inscripción de don Juan, aparece una partida de un hombre sin identificar, encontrado en el mismo lugar día y hora que el cadáver de don Juan, en esa fecha y lugar no hay ningún otro cadáver, sino en fechas posteriores. Por tanto podemos afirmar, apoyados por este documento y por las circunstancias de martirio de Don Juan, que don Darío fue asesinado junto al párroco de Villamuelas y abandonado su cadáver en el kilómetro 7 de la carretera de Andalucía, término de Villaverde, el 9 de agosto de 1936.

•DON MARCOS ESCOBAR COLLADO
Nació en La Guardia (Toledo), el 22 de octubre de 1883. Bautizado en La Guardia el 25 de octubre de 1883, con el nombre de Juan-Marcos, siendo sus padrinos el párroco Don Marcos Cádiz y la hermana de éste, Cira Cádiz. Fue ordenado sacerdote el 15 de diciembre de 1907.

Cargos ejercidos: Párroco de Muriel y Sacedoncillo (Guadalajara) 1907. Regente de Ontígola 1916. Regente de Lezuza (Albacete) 1917. Párroco de San Bartolomé de las Abiertas, 1918. Regente de Huerta de Valdecarábanos, 1921. Regente de Villanueva de Bogas, 1922. Ecónomo de Humanes y Razbona (Guadalajara) 1924. Párroco de la Torre de Esteban Hambrán, en 1936.





El 22 de julio fue detenido en la Torre de Esteban Hambrán, de donde era cura ecónomo, a las veinticuatro horas fue puesto en libertad y ocho días después se le permitió irse a Madrid. Allí fue acogido en casa de unos conocidos de Villamuelas, que regentaban un comercio en el centro de la capital. Escondido durante semanas en el sótano de la tienda, decidió don Marcos salir de su escondite pensando que el peligro podría ya haber pasado, por lo que vivía con toda normalidad haciéndose pasar por un empleado de la tienda. Pero algún cliente tuvo que reconocerle, por que al poco tiempo se presentaron milicianos de Villamuelas buscándole y a pesar de estar escondido le encontraron y fue encarcelado.

Según la declaración de su sobrina Paz Escobar Chueca, hecha para la Causa General el 1 de mayo de 1939, declara que el 28 de agosto de 1936 fue detenido don Marcos, en la calle de san Bernardo, por las milicias de Villamuelas y conducido a la comisaría del distrito de Universidad y que pudo visitar por última vez que a su tío, el día 21 de octubre de 1936, en la cárcel de Porlier.

Según los documentos de la Causa General sobre la cárcel de Porlier, fue elegido en 24 de noviembre para ser asesinado, pero no se produjo la saca hasta el 3 de diciembre de 1936, en Paracuellos del Jarama, donde consta su nombre en los listados publicados.

Agradecemos a D. Juan-Antonio López Pereira, actual párroco de Miguel Esteban (Toledo) el presente artículo. Advertimos a los lectores que se habló de estos hermanos sacerdotes, de manera sucinta al tratar del Siervo de Dios Juan Aguado García-Alcañíz párroco de Villamuelas, en el nº 909 de Padrenuestro (Nuestro mártires / 40), pero con algunas imprecisiones y equivocaciones involuntarias.




EMILIO DE VILLA INGUANZO
Emilio de Villa Inguanzo nació en Santander el 17 de julio de 1892 y fue bautizado el 27 del mismo mes, en la Parroquia de Santa Lucía de dicha ciudad. Hijo de Don Ramón de Villa Llaca (natural de Piedra, Asturias) y de Doña Rita Inguanzo Parres (natural de Turanzas, también asturiana).

Vivió en Santander en el número 2 de la calle Lope de Vega, esquina al Paseo de Pereda. Sus padres le enviaron junto con sus hermanos Ramón y Julio, al internado de los Padres Jesuitas en el Colegio de San José, de Valladolid. Allí formó parte de la Junta Directiva de la Congregación Mariana del Colegio, donde también fue distinguido con la dignidad y cargo de cuestor de pobres, encargado de ayudar a los marginados y distribuir los fondos que se asignaban a tal fin.

En este Colegio estudió y terminó el Bachillerato y luego, al trasladarse su familia a Madrid, se matriculó en la Universidad Central, donde se licenció en Derecho. Empezó a preparar las oposiciones a notarías y, después de cumplir el servicio militar en el Regimiento nº 13 de Madrid, fue nombrado mediante oposición Notario de Leiro (Colegio Notarial de la Coruña), siendo destinado posteriormente, mediante concurso, a Cogolludo (Colegio Notarial de Madrid) y, por último, en el año 1927, fue nombrado Notario de Mora de Toledo.

En Mora instaló su vivienda y Notaría en la calle Ancha, en una amplia casa alquilada de dos plantas, jardín, corrales y lagar, típica del pueblo.

Su padre falleció en Madrid, el 4 de octubre de 1911 y su madre, Rita, falleció en Turanzas (Asturias) el 14 de julio de 1923. Unos días antes de fallecer, escribió a sus cuatro hijos que le vivían la carta que por su importancia transcribimos a continuación:

JHS

A mis queridos hijos Luisa, Josefina, Julio y Emilio os recomienda vuestra madre mucha unión y cariño en el santo temor y amor de Dios. Que os conllevéis y ayudéis y os aconsejéis mutuamente. Que os respetéis unos a otros y no seáis ocasión de pena y ni disgustos entre vosotros. Que seáis humildes, caritativos y siempre muy honrados. Haced siempre el bien, consolad al triste y en particular a las viudas y a los huérfanos y, si está en vuestra mano, interesaos por aconsejarles y dirigirles.

Procurad hacer cada día una obra de caridad, bien dando una limosna aunque sea pequeña o bien consolando o haciendo algún bien por Dios. Conservad siempre buen carácter, no hagáis sufrir a nadie. Procurad vivir alegres aun en medio de las contrariedades, pero esta alegría que sea santa, dirigiendo los ojos al Cielo que es nuestra patria.

Los que lleguen a formar una familia, que se penetren bien de las obligaciones que contrae como esposo, y como padre: sea muy fiel y cariñoso y trate con todo respeto, amor y cariño a su esposa; y sea un buen padre, celoso de la educación de sus hijos. ¡Modelos de virtud seáis todos, hijos míos, cada cual en el estado que esté colocado!

Desde el Cielo os bendiga Dios N. Señor, como os bendice vuestra madre, que os ama con ternura y os tiene metidos en su corazón.
Os bendice nuevamente vuestra madre
Rita.



Los consejos de su madre los tuvo siempre muy presentes y la educación familiar recibida juntamente con la impartida en el Colegio de San José fueron la base de su actuación familiar y profesional en los años de vida.

Había contraído matrimonio en 1925 con Doña María Luisa Elízaga Ojeda, nacida en Madrid el 13 de mayo de 1900, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos, el mayor de ellos nacido en 1927 y el último, en 1934.

Se hizo muy amigo del Siervo de Dios Agrícola Rodríguez y García de los Huertos, ecónomo y cura párroco de Mora (martirizado el mismo día 21 de julio de 1936 y que será beatificado en octubre de 2007) y de Don Joaquín González de la Llana, coadjutor de la parroquia. Iban a dar conferencias en los pueblos de la provincia sobre la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente la contenida en la Rerum Novarum, de León XIII.

Preocupado por los problemas existentes entre jornaleros y terratenientes, luchó por conseguir la resolución de los mismos y para ello constituyó una especie de Comisión de arbitraje que, en los locales de la Iglesia, trataba de resolver dichas diferencias.

Trabajó sin descanso con los jóvenes de Acción Católica y hasta creó un equipo de fútbol, del cual fue su entrenador.

Aún cuando no pertenecía a ningún partido político se le notaba cada vez más preocupado por las noticias que le llegaban. Hablaba a sus hijos de las injustas diferencias entre las clases sociales, de la propiedad privada, de que se deberían ser más justos, de que todos los hombres son iguales y de cómo se debían preocupar por los demás.

Su esposa comentaba que una tarde, en su despacho en la Notaría, estuvieron reunidos el cura párroco y ocho de los amigos de D. Emilio. Luego se fueron todos menos uno, que allí se quedó llorando. D. Agrícola les había confesado a todos y se fueron yendo, de dos en dos, a intentar impedir la quema de las iglesias del pueblo. Su esposa estaba muy orgullosa.

Don Emilio tuvo que ir él solo a defender el Convento y Colegio de las Teresianas de Ossó. Estando en la calle, oyó unos pasos por detrás y, al volverse, vio a Isabelo Villarrubia, botones de la Notaría, un chaval de 15 años. Le mandó para su casa, pero el muchacho contestó: “-Don Emilio, su cadáver ahí y el mío, aquí”. Tanto D. Emilio como su esposa ponían siempre como ejemplo a Isabelo ante sus hijos. Los diferentes edificios religiosos no se quemaron.

A los pocos días, un numeroso grupo de gente cantando la Internacional iba detrás de un ataúd blanco y con una niña dentro, muerta, vestida de blanco y con el puño derecho levantado. Al pasar delante de casa, colocaron el ataúd de forma que se viese la cara de la niña. Sus hijos siempre quedaron impresionados por el recuerdo de esta escena. D. Emilio hizo a sus hijos rezar por la niña. Era la hija del jefe del partido comunista.

Su hermano Julio llamó a D. Emilio desde Madrid para indicarle que cogiese a su familia y se fueran a Portugal, pero él dijo que no podía abandonar el Protocolo de la Notaría, y se quedaron.

El 21 de julio se levantó muy temprano y despertó a toda su familia, mandando llevar a los niños al lagar con la niñera y con la orden de no salir de allí.

Su hijo mayor no hizo caso y, en cuanto pudo, se fue a escondidas a una galería acristalada que daba al jardín y allí, escondido detrás de un sillón, veía a su padre paseando, con la cara muy seria y rezando el Rosario. Su madre estaba en el piso de arriba. Cuando terminó de rezar el Rosario, sacó del bolsillo el librito de oraciones dedicado a la Virgen y se puso a leerlo, caminando muy serio y despacio.

Sonaron unos fuertes golpes en la puerta de la casa. Era una grande y fuerte puerta de madera. La golpeaban con objetos duros. Se escuchaban gritos y amenazas. D. Emilio se persignó y fue a abrir la puerta. Entraron en tropel muchas personas, apuntándole con sus armas. Con voz muy fuerte ordenó – “¡Aquí no!”. Su esposa bajaba por la escalera. Él se acercó y le dio un beso. Le dijo: “-Tengo que ir al Ayuntamiento”.

Salió a la calle y, detrás, varias de aquellas personas muy excitadas. Finalmente se oyeron varios tiros. D. Emilio había obtenido la gracia del martirio por defender hasta el final su fe.

Los milicianos que se quedaron subieron con Doña María Luisa al piso de arriba y se les oía gritar y abrir armarios y cajones, desvalijando todo cuanto se encontraban.

Por la puerta de la calle, que continuaba abierta, apareció D. Dionisio Martín Tesorero, Juez de Mora, que cogió a los seis niños y a su madre y los llevó a su casa, cuidando mirasen hacia aquella y no a la derecha, donde yacía D. Emilio en el suelo.

Al poco tiempo llamaron a la puerta de la casa del Juez preguntando por “María Luisa”. Era el sepulturero del pueblo. Al salir ella, le entregó una alianza y un escapulario diciendo, “-Esto era de su marido”. Doña María Luisa se desvaneció, cayendo al suelo.

La recogieron y llamó a Madrid, a sus hermanos, Julio y María Josefa. Vinieron en tren a buscarlos y los llevaron a su casa de Madrid. En dicha casa también se refugió Don Joaquín (el sacerdote de Mora de Toledo) y dos monjas del Convento de las Salesas, una de ellas hermana de Don Emilio. El Convento fue convertido en una famosa y terrible checa. Don Joaquín estaba disfrazado de carpintero y las dos monjas, de sirvientas. Don Joaquín daba clase a los niños y celebraba Misa en casa siempre que podía. Al marcharse, hizo entrega de un poema escrito de su puño y letra, que se transcribe, titulado “A los hijos del Mártir Emilio de Villa Inguanzo”. Don Joaquín murió posteriormente en aras de santidad.

A los pocos meses de comenzar la guerra, se quedó la familia sin dinero ya que a D. Julio, médico, no podían pagarle sus clientes. Un día Doña María Luisa se encontraba muy angustiada y llamó a todos para rezar delante del escapulario de su marido, manchado de su sangre, pidiéndole su ayuda. Estando todavía de rodillas, llamaron a la puerta. Fueron a abrir Doña María Luisa y su hijo mayor, temiendo fuese los milicianos, que solían registrar frecuentemente la casa.

Abrieron la puerta y apareció un señor mayor vestido totalmente de negro. Miró a Doña María Luisa y sacando un sobre se lo entregó y, sin mediar palabra, se marchó. Ella abrió el sobre. Estaba lleno de dinero. Buscó al señor en la escalera pero había desaparecido. Fue donde estaban los demás contándoles, muy emocionada, lo sucedido. Todos dieron gracias a su padre.

Cuando terminó la guerra, tuvo que ir Doña María Luisa a Mora de Toledo, acompañada por su cuñado Julio, a reconocer el cadáver de D. Emilio y a declarar en el Juzgado sobre su asesinato. No quiso declarar en contra de nadie y dijo que perdonaba a todos los culpables. Sabía quiénes habían intervenido y quiénes les habían mandado, pero nunca acusó a nadie.

Siempre pedía a sus hijos que perdonasen a los que habían asesinado a su padre. El cadáver de D. Emilio fue trasladado posteriormente a una capilla de la Iglesia de Mora de Toledo.

Casa donde vivía en Santander




EDUARDO MARTÍNEZ CASAS


Natural de La Alberca de Záncara (Cuenca) nació el 20 de mayo de 1905. Don Eduardo, huérfano de madre, fue niño del Beato Joaquín de la Madrid Arespacochaga. Se ordenó el 9 de diciembre de 1928, y, cantó misa en su pueblo natal el 18 de diciembre. Sabemos por el recordatorio de ese día que fue el Siervo de Dios Serapio García Toledano el orador de la primera misa. En dicha estampa se pide una oración por “el nuevo Presbítero, Superior y hermanos del Colegio de Huérfanos de la Inmaculada Concepción, de Toledo, quienes, con su solícita protección, han guiado al nuevo Presbítero desde su infancia hasta llegar a la altísima dignidad sacerdotal”.

Al estallar la guerra, siendo ecónomo de Carriches (Toledo), las autoridades republicanas le expulsaron del pueblo a él y a su anciano padre, con quien vivía. Se encaminaron a la población de Torrijos con ánimo de obtener un salvoconducto para trasladarse a Madrid, pero no lo consiguieron. Entonces también a pie se dirigieron a Escalonilla, donde Don Eduardo había sido coadjutor; mas no los aceptaron. Se volvieron a Torrijos y no mucho después eran detenidos y conducidos cerca de Albarreal de Tajo. Al darse cuenta que los iban a matar, el joven sacerdote abrazó a su anciano padre, muriendo así ametrallados. Era el 1 de agosto de 1936.

Su padre se llamaba Senén Martínez Martínez. El recordatorio de la misa de difuntos es sobrecogedor: … “ofrendando sus vidas por la religión y por España dieron su alma al Señor, víctimas de los enemigos de Dios y de la Patria. Inmenso es el dolor de sus familiares e inmensa también la dicha de contar entre los moradores del Cielo dos santos con palmas de martirio, un padre ferviente cristiano que da a Dios y a la Iglesia un hijo sacerdote, y un hijo sacerdote digno de tal padre, apóstol ardiente, padre de los pobres, modelo de virtudes. Padre e hijo murieron en estrecho abrazo al grito de ¡Viva Cristo Rey!”




JESÚS FERNANDEZ MARTÍN



Nació el 14 de enero de 1906 en Sonseca (Toledo). Sus padres se llamaban Modesto y Juana y tuvo tres hermanos: María, Aniceta y Nicolás. De condición humilde, recibió del Duque de Bailén la ayuda suficiente para poder realizar los estudios en el Seminario. Así lo podemos leer en su estampa de primera misa, donde se nos dice que fue padrino de honor Don José López de Haro en representación del Excmo. Sr. Duque de Bailén “protector del misacantano”.

Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de abril de 1933. Ese año el Papa Pío XI había convocado un Año Jubilar con motivo del XIX centenario de la Redención. Como por aquel entonces sus padres vivían en Toledo, cantó su primera misa a los ochos días, el 23 de abril, en la parroquia de Santo Tomé.

Este joven sacerdote al estallar la guerra ejercía de párroco en Casasbuenas (Toledo). El 25 de julio fue expulsado de su parroquia, marchando a su pueblo natal. Más aquí vio que el peligro era mayor y se volvió a Casasbuenas. Según sabemos por declaraciones de su propia familia, será entonces cuando sus padres se trasladan a esta localidad para estar con su hijo.

Una familia amiga les aconsejó que se escondieran en un olivar próximo, y así permanecieron ocultos “algunos días” en el campo sin entrar en el pueblo. Las milicias descubrieron su paradero, y a primeros de agosto, milicianos de El Pulgar (Toledo) vinieron a por él. “Aparecieron unos individuos, con un coche, que arrancándoselo de los brazos de su madre” se lo llevaron al pueblo haciéndole escribiente del comité local.

La postulación conserva la fecha del martirio del 21 de noviembre de 1936. Gente del pueblo narró a la familia que en el momento del martirio, tras llevarle a una taberna, se mofaron de él y le obligaron a pisotear e injuriar a un crucifijo que habían tirado al suelo. Don Jesús se resistió, por lo que lo torturaron y atándolo a un caballo lo arrastraron por un camino. Por último lo mataron y tiraron a un arroyo.




IGNACIO GARCÍA-CABAÑAS MOHINO


Natural de Yepes (Toledo) había nacido el 15 de febrero de 1902. Hijo de Jesús García-Cabañas Ortega, de profesión jornalero y de Carolina Mohíno López, recibió las aguas bautismales el 21 de febrero. Vivían en la calle de la Fuente de Yepes. Tras realizar sus estudios sacerdotes en el Seminario de Toledo. Tras recibir el subdiaconado el 23 de septiembre de 1923 y el diaconado en 1924, fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1924, con dispensa de edad.

Entre sus primeros destinos está la parroquia de Valdenuño-Fernández (Guadalajara). A ella llegó después del concurso de parroquias celebrado en 1925. En 1935 toma posesión de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Quismondo (Toledo), donde destacó por su sencillez y por su caridad para con los más necesitados.

Al estallar la guerra, las autoridades republicanas primero le retuvieron en su propio domicilio, luego, el 27 de julio, le expulsaron del pueblo. Con un seglar de confianza caminó hasta cerca de Novés (Toledo); pero antes de llegar, le salieron al encuentro las milicias, que obligaron al acompañante a volver al pueblo, mientras ellos apaleaban a Don Ignacio, le robaban cuanto llevaba y al final le acribillaban a tiros.






PEDRO SANTIAGO GAMERO

Había nacido en Toledo el 14 de abril de 1893. Sus padres se llamaban Alejandro y Marta. Segundo de siete hermanos.
Tras su paso por el Seminario de Toledo, fue alumno del Pontificio Colegio Español de Roma. Allí recibirá la ordenación sacerdotal del Cardenal Rafael Merry del Val el 11 de marzo de 1917. Celebró su
primera Misa sobre el sepulcro de San Pedro en la Basílica Vaticana cuatro días después.
Una testigo, sobrina carnal del Siervo de Dios, recuerda que antes estuvo destinado en la parroquia de Los Navalucillos. Por aquel entonces, escribió una novena a la Virgen de las Saleras, que todavía sigue usándose. Tras pasar por la parroquia de San Pablo de los Montes, finalmente fue destinado como ecónomo a la parroquia de Santa Leocadia, en Toledo. También fue profesor del Seminario Conciliar.


El 21 de julio de 1936, tomada la ciudad imperial por las fuerzas republicanas, dejó la casa parroquial y se refugió en otra cercana con su hermano Aureliano. Pero, denunciada allí su presencia por alguien, tuvo tiempo de huir y refugiarse con unos familiares del Siervo de Dios Benito Abel de la Cruz, Varaplata de la SICP de Toledo, éste había sido asesinado el 27 de julio. Dándose cuenta del riesgo en que ponía a esa familia, con quien tenía mucha relación, decidió regresar a la casa parroquial de Santa
Leocadia. Allí permaneció hasta que lo detuvieron el 17 de septiembre. Estuvo solamente tres días en la cárcel. El 20 de septiembre, sabemos que su hermano le llevaba un paquete a la cárcel, pero cuando llegó le dijeron que ya no estaba. Acababan de fusilarlo. Los testimonios hablan de él como un hombre muy inteligente, gran orador y muy caritativo. Fue el último sacerdote toledano martirizado en la ciudad. Pero en gran parte de la diócesis proseguiría la matanza hasta mediado 1937.


El siervo de Dios Pedro Santiago Gamero aparece en esta fotografía junto al Beato Ricardo Plá Espí situado el primero de la izquierda





BERNARDO URRACO ALCOCER

◦Los mártires de Cazalegas
◦Exhumación
◦Procesión
◦Santa Misa

Bernardo, cuyos padres se llamaban Gregorio y Baldomera, era natural de Siruela (Badajoz) y había nacido el 21 de julio de 1901. Por la documentación que nos ofrece el Colegio Español de Roma, sabemos que cursó sus dos primeros años de Filosofía en el Seminario Conciliar de Toledo (1919-20 y 1920-21). Después el 18 de noviembre de 1921 ingresa en el Colegio Español de Roma, y en él permanecerá hasta el 30 de junio de 1926.

El curso 1923-1924 comenzó con la visita al Colegio Español de los Reyes de España. Bernardo se dirige a su abuela, pues por esa fecha ya había perdido a sus padres, para contarle todos los detalles. La carta lleva fecha del 23 de noviembre de 1923.

Alfonso XIII fue recibido por el Papa Pío XI el 19 de noviembre. La visita al Colegio Español de Roma la hizo junto con su esposa la reina Victoria Eugenia de Battenberg y el Presidente del Directorio militar, Miguel Primo de Rivera.

Bernardo le explica a su abuela que después de visitar la Basílica de Santa María la Mayor se dirigieron al Colegio, “donde les esperábamos con la alegría y el ansia natural… Al salir los reyes del auto… una tempestad de aplausos y vivas al Rey, a la Reina y a España atronó los aires… Ellos, entre tanto, sonreían satisfechos y nos decían frases cariñosas… no queriendo dejar pasar la ocasión de besar la mano a los reyes. Poco detrás, llegó Primo de Rivera... y las autoridades eclesiásticas en primera fila, los cardenales Enrique Reig y Casanova, arzobispo de Toledo; Rafael Merry del Val, secretario del Santo Oficio; Giorgi, Penitenciario Mayor; Mistrángelo, arzobispo de Florencia, Vico y Ragonessi ambos nuncios anteriormente de España. Además varios obispos, los embajadores de España en Roma, el Duque del Infantado, Milans del Bosch, etc. y toda la colonia española.



También el Beato Ricardo Plá Espí, secretario del Cardenal Reig y el Siervo de Dios Manuel de los Ríos Martín Rueda, cuya familia nos ha prestado esta fotografía.

“Habló primero el Sr. Rector, haciendo la historia del Colegio… después se cantó una jota aragonesa... Luego leyó un alumno una poesía, en que se recordaban las glorias de los españoles de otros tiempos, los derroches de piedad y de heroísmo de España… Terminó la poesía con un saludo al Rey y a la Reina, y pidiéndoles la concesión del título de Real a nuestro Pontificio Colegio. Después habló el Rey, diciéndonos que hacía mucho tiempo que conocía los triunfos del Colegio, que estaba orgulloso de nosotros, y pidiéndonos que donde quiera que después de nuestros estudios fuésemos establecidos, nos acordáramos de llevar el amor a España…

…Cuando contesten, cuéntenme muchas cosas de ahí. Den recuerdos a toda la familia y reciban un abrazo de su nieto, Bernardo”.

La siguiente carta que ha conservado la familia, también se la dirige a su abuela. Está fechada en Roma el 21 de marzo de 1926.

Como les había anunciado, el día de San José recibí la ordenación sacerdotal, y al día siguiente celebré mi primera Misa. ¡Qué alegrías y qué penas tan grandes he sentido esos días! Alegría por ver al fin realizados mis deseos de tantos años; por verme revestido de una potestad tan grande que no tiene su igual en la tierra; poder de hacer bajar a Cristo del cielo al altar y de ofrecerle allí al Eterno Padre como víctima inmaculada por los pecados de todo el mundo. Poder también de perdonar los pecados de los hombres, de modo que con esto y con lo anterior queda el sacerdote constituido mediador entre el cielo y la tierra, siendo a un mismo tiempo, representante de la cristiandad entera que, por medio de él, ofrece a Dios el debido sacrificio y de Dios mismo que, por medio de él, perdona los pecados y santifica a los hombres.

¡Cuán bueno se requiere ser para cumplir esta misión dignamente! Pidan ustedes a Dios por mediación de la Virgen de Altagracia, que jamás me deje de su mano para que no tenga nunca que avergonzarme de llamarme sacerdote.

Pero he sentido también grande pena por no poder estos días apartar un instante el pensamiento de los seres queridos, a quienes la muerte arrebató, que tanto hubieran gozado en un día como este. Sobre todo, no puedo apartar mi pensamiento de mi pobre padre, quien para no tener ninguna alegría en este mundo, se vio también privado de la de ver sacerdote a su hijo. Cierto estoy que desde el cielo, junto con mi madre, el hermano Lucrecio, la hermana Mónica y todos los demás parientes muertos, habrá asistido a mi primera Misa.

Si al menos hubiera tenido el consuelo de que ustedes hubieran estado presentes, pero también esto me faltó… Pero no por eso fue menos el fervor con que supliqué al Señor al tenerle en mis manos, a la vez que el descanso eterno para los muertos, toda clase de bendiciones para mi abuela, mis hermanos y toda mi familia. Me acordé mucho también del pueblo y de España, que los sentimientos de la región y de la patria nunca se sienten tan hondamente como cuando se está lejos de ellas.

Dios, sin embargo, ha querido concederme estos días aquí, alegrías muy grandes. La ordenación fue lo más tierno y conmovedor que imaginarse puede y después todo han sido fiestas y regocijos. Superiores y alumnos se esforzaban en ser los primeros en besar las manos y recibir la bendición de los nuevos sacerdotes, y en ir después a felicitarlos a sus cuartos.

Lo mismo en la Universidad, donde hasta los profesores no se desdeñaban de arrodillarse ante un pobre alumno, besarle las manos y recibir de él la bendición.

La primera Misa, como verán por las estampas, la dije en S. Gregorio. Escogí ese lugar por llamarse así mi padre y más principalmente porque, según una piadosa creencia debida a cierto hecho ocurrido en la vida de S. Gregorio, las misas allí dichas tienen eficacia especial por las almas del purgatorio. La apliqué, naturalmente, por mi padre y por mi madre, por quienes seguiré aplicando otras muchas los días siguientes. Luego les tocará el turno a los demás difuntos de la familia.

Me ayudaron a Misa dos seminaristas toledanos y me hizo de padrino un condiscípulo de Toledo también, que se ha ordenado de sacerdote conmigo. Los demás días me ayudarán otros paisanos, entre ellos uno de Badajoz, que es de un pueblo cerca del nuestro.

Quisiera escribir en particular a cada uno de los familiares… Hace varios días que tengo escrita la carta y no la he mandado antes por aguardar las estampas… Reciba un cariñoso abrazo de su nieto: Bernardo.

Tras su ordenación, sabemos por los testigos, que fue nombrado coadjutor de la parroquia de Santa Brígida de Peñalsordo (Badajoz) y párroco de Capilla, pueblecito también pacense. Después de dos años pasó a la parroquia de Novés y de allí sería trasladado al Seminario Menor de San Joaquín en Talavera de la Reina (Toledo), donde ejercía como profesor de latín y griego.



Peregrinación a Guadalupe en el año 1935 con feligreses de Siruela (Badajoz)

Cuando estalla la Guerra civil sabemos, por su familia, que escribió una carta a su hermano pidiéndole poder trasladarse al domicilio familiar en Siruela (Badajoz) para estar más seguro. Pero su hermano le informó que las cosas no estaban muy bien en el pueblo y que el 20 de julio habían sido detenidos el Siervo de Dios Prudencio Gallego Valmayor, capellán de las Franciscanas y el Siervo de Dios Ildefonso Nieto Ambrosio, párroco de Garlitos, que por ser natural de Siruela, se encontraba en el pueblo cuando le detuvieron. Esos días el párroco de Siruela, Don Pedro Manuel Perezagua estaba de vacaciones con su familia en Sonseca. Todos sufrirían el martirio después de Bernardo, los dos primeros el 18 de agosto y el párroco de Siruela el 9 de septiembre. Toda la información le llevó a desistir al sacerdote de dicha intención.

Entonces decidió refugiarse en la Casa de la Misericordia de la Plaza del Pan, también conocido como Asilo de la Misericordia, donde las Hijas de la Caridad ejercían su apostolado con los ancianos.

Después todo transcurrió muy deprisa. Según se sabe el Siervo de Dios Nemesio Maregil Azaña, que era regente de la parroquia de Sevilleja de la Jara (Toledo), movido por la amistad con Bernardo había acudido a refugiarse en el Seminario Menor de Talavera. Juntos se trasladaron al Asilo, donde pudieron celebrar y ejercer el ministerio. Sería aquí donde los dos jóvenes sacerdotes fueron denunciados por un anciano y detenidos el 3 de agosto.

Inmediatamente fueron llevados hasta las cercanías de Cazalegas (Toledo), y acribillados a balazos.

No queremos dejar de recoger en estas últimas líneas el agradecimiento a la Señora Orencia de Cazalegas, que ya falleció hace algunos años. Al llegar el mediodía viendo que los dos sacerdotes seguían tendidos en la carretera, ella misma los echó en una carreta, los tapó con una manta y los llevó al cementerio para darles sepultura. Durante toda la vida se preocupó de que el lugar sagrado que acogía los cuerpos de esos dos mártires estuviese limpio y con flores.




CIPRIANO BONILLA VALLADOLID

Nació en El Provencio (Cuenca) el 15 de abril de 1908. Cinco días después recibía las aguas del bautismo. Era el mayor de siete hermanos y sus padres eran modestos labradores de muy buenas costumbres.

Entró en el Seminario a los 11 años de edad en 1919. El 11 de abril de 1920 el Obispo de Cuenca, Wenceslao Sanguesa, le administraba el sacramento de la Confirmación. En el Seminario era muy apreciado y de la total confianza del Señor Rector, el Siervo de Dios Joaquín María Ayala, que también murió mártir durante los primeros meses del verano en la persecución religiosa de 1936.

Durante las vacaciones de verano, recuerda su hermana Petra, echaba una mano en casa en todas las tareas y ayudaba a su padre en la pequeña huerta que tenían; pero no descuidaba para nada sus obligaciones como buen seminarista.

Trabajador incansable en la parroquia, las veces que se ausentaba el sacristán, se quedaba al frente de todo contando con la total confianza del párroco. Se encargaba de hacer las catequesis con los niños de su Parroquia empleando toda clase de medios, incluso audiovisuales: aún se conserva la maquinita que usaba y que después emplearía siendo coadjutor en Corral de Almaguer.
Así fueron transcurriendo los años y él fue madurando cada vez más en su vocación, preparándose aún sin saberlo para el trance que le esperaba.


Antes de la Ordenación tuvo que hacer diez meses de Servicio Militar en Melilla: también aquí su ejemplaridad fue extraordinaria, siendo muy apreciado tanto por sus compañeros, como por sus jefes, ganándose la confianza de ellos. Le encomendaron la enfermería y en una ocasión por un accidente de un compañero que perdió un brazo, se le comisionó para que lo acompañara a la Península y lo entregara a sus padres.
Cuando Cipriano finalizó el Servicio Militar, volvió al Seminario para terminar sus estudios y recibir las Sagradas Órdenes. En la partida de bautismo se nos informa que recibió el subdiaconado el 20 de mayo de 1931.





Ungido sacerdote el 19 de diciembre de 1931, celebró su primera misa en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Cuenca. La plegaria que reza en el recordatorio de su Primera Misa es la siguiente: "Pedid al Corazón de Jesús, por mediación del Inmaculado Corazón de María, haga fructífero el apostolado del nuevo ungido".

Tras la ordenación atendió la parroquia de Los Hinojosos (29 de enero de 1932) por enfermedad del párroco y de Villagarcía del Llano. Finalmente recibió el nombramiento como coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo). Este pueblo toledano entonces pertenecía a la diócesis de Cuenca.

Por una crónica de la Acción Católica de Corral de Almaguer con motivo de la bendición de la bandera sabemos de su celo apostólico en la implantación de dicho movimiento, fundador de la sección masculina, fue nombrado Consiliario.

Los testigos afirman que el Siervo de Dios era hombre de profunda oración, humilde, no le gustaban las alabanzas, caritativo, sacrificado en su ministerio por la salvación de sus feligreses, con muchas horas de oración y confesionario.

"Cuando yo era joven, afirma una religiosa que declara como testigo, era mi director espiritual, entonces yo tendría unos veinte años. Fuera de confesionario no tuve ninguna relación con él. No obstante, puedo decir que era muy querido por todo el pueblo, en su modo de actuar se le veía la santidad que tenía. Ayudó a unas veinte jóvenes del pueblo que querían ser religiosas... era una persona muy buena... Como en mi casa no me dejaban ir a Misa, yo me arreglaba como podía para ir a comulgar. Siempre que iba a la iglesia lo encontraba allí de rodillas ante el Sagrario, dispuesto, a cualquier hora, a darme la comunión. Era un buen ejemplo de sacerdote".



Por último, un sacerdote recuerda que "comencé a servir de monaguillo a lo seis años y cuando comenzó la persecución tenía siete. A todos los sacerdotes mártires de Corral los conocí, pero mi trato más entrañable se centraba en el Párroco D. Feliciano, un venerable sacerdote que mimaba a sus monaguillos y sobre todo en D. Cipriano, sacerdote joven que muy pronto entró en mi vida... De D. Cipriano tengo unas vivencias muy vivas. Todo el mundo se daba cuenta de la bondad de aquel sacerdote. Cuando a los diez años ingresé en el Seminario de Cuenca, el P. Espiritual D. Camilo Fernández de Lelis, condiscípulo suyo, siempre me lo recordaba y me incitaba a ser como él.

Cuando llegó al pueblo yo le ayudaba todos los días a Misa. La primera vez que le ayudé, al tener que cambiar el Misal de la Epístola al Evangelio, como yo no lo hacía, se volvió a mí para indicarme que lo hiciera, al decirle que no podía -casi no alcanzaba al altar- lo hizo él amablemente y así ya todos los días. Luego lo contó en mi casa, y mi madre me lo recordaba con mucha frecuencia".

El sacerdote Avelino Rodríguez y el seglar Antonio Mancheño, ambos corraleños y que han colaborado en la redacción de esta reseña, afirman que el Siervo de Dios "Cipriano Bonilla fue el primer sacerdote apresado y martirizado en Corral de Almaguer, y él único que bañó con su sangre el término municipal de su parroquia en el que fue asesinado. Después de entregar su vida sacerdotal entera durante cuatro años y medio con celo apostólico y abnegación de santo, Dios le concedió que también le entregara su sangre y hasta el último suspiro.

Cipriano, como el Maestro, también tuvo su Camino del Calvario. Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto atado a una camioneta recorrió arrastrado su Camino del Calvario de once kilómetros hasta el lugar donde, si no llegó muerto, entregaría su último súspiro".

Pero regresemos hacia atrás en el tiempo para recorrer ese funesto año de 1936.

El tercer domingo de mayo, como era costumbre, se celebró la fiesta mayor en honor de la patrona, la Santísima Virgen de la Muela. Por la tarde, tuvo lugar la procesión que se desarrolló aquel día en medio de una expresión inusitada de fe y cariño hacia la Virgen de la Muela. Al día siguiente y durante algunos días más D. Cipriano fue retenido por las autoridades en la casa donde vivía.

Otro testigo narra que cuando comenzaron los problemas (detenciones, expulsiones de congregaciones, concretamente los PP. Paúles de Cuenca) acompañó ante D. Cipriano a una señora para saber que suerte correría su hermano que era seminarista. "Él nos recibió enseguida y nos tranquilizó diciendo que con los del Seminario Diocesano nadie se había metido. Pero añadió, ya presagiando su martirio: "Se avecina algo muy duro y vamos a sufrirlo nosotros; yo ya sé porqué (se refería a que él había fundado en la Parroquia la Acción Católica y por ser sacerdote).Y todavía les dijo: -"¡Veremos cuántos apostatas habrá!"



Finalmente estalló la guerra. Durante los primeros días de julio al aconsejarle algunas personas que dejara la parroquia y se marchara con su familia, él les contestó que como se estaba celebrando la solemne novena de la Virgen del Carmen, no quería dejar solo al anciano párroco, el Siervo de Dios Feliciano Montero. El 17 y el 18 de julio se sabe que estuvo en el confesionario desde primeras horas de la mañana, como era su costumbre. El 19 de julio las autoridades clausuraron el templo. Ya no se abrió más y al amanecer del día 21 detuvieron y apresaron a D. Cipriano.

"En la última misa - refieren los testigos - nos dio la paz de manera muy sentida. En la iglesia tan sólo estábamos unas cuantas chicas, dos sacerdotes y algunas señoras. Desde dentro se oía que en la plaza había mucho ruido; tres mujeres que querían refugiarse en la iglesia fueron asesinadas en la puerta por los escopeteros milicianos. Los sacristanes se llevaron a D. Cipriano a su casa. Allí fueron a buscarle; él no puso resistencia, salió al encuentro como Jesús; así empezó su duro calvario".

"Se lo llevaron a la cárcel, allí había varios presos del pueblo y delante de todos le obligaron a blasfemar y a renegar de Cristo, pero él no se rindió nunca; les dijo a los que lo martirizaban que no perdieran el tiempo con esas cosas, que jamás ofendería a su Dios, que era sacerdote para siempre. A partir de entonces todas las noches le daban palizas hasta dejarlo extenuado repitiendo que blasfemara, pero jamás salió de sus labios una sola queja".

"Después, al día siguiente, amanecía recuperado. Viendo que les era imposible su muerte le aumentaron el sufrimiento, no dejándolo descansar ni de día ni de noche. Le daban palizas sin parar y, como era pleno verano, en tiempo de siesta le llevaban a una era cerca del cementerio en medio de tres milicianos con escopetas, le hacían aventar trigo en una maquina vieja y cuando lo ataban le ponían con los brazos en cruz... después lo llevaban a la cárcel y repetían la misma operación".

"Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto, la camioneta partió a toda prisa, ocupada por cuatro verdugos: tomaron la carretera que conduce al pueblo vecino de La Villa de D. Fadrique. Bordeando el río Riansares por el margen izquierdo D. Cipriano iba literalmente derramando su sangre. A su derecha quedó sobre el cerro, la ermita de la Virgen de la Muela, patrona de la localidad. Unos kilómetros después, enfrente de la casa de una finca que se llama el Monte del Alcalde, la cuerda se rompió y el cuerpo destrozado quedó abandonado casi en la misma puerta; sus verdugos no se habían percatado. Cuando se dieron cuenta de lo ocurrido dieron marcha atrás. Finalmente dos kilómetros más abajo, en una tierra que se llama de las Monjas, cercana al Puente de la Oveja sobre el Riansares, lo dejaron abandonado".

En el tiempo que lo tuvieron en la cárcel dos mujeres le llevaban la comida. Familiares de estas mujeres declaran que al llegar un día "nos entregaron un pañuelo lleno de sangre y las gafas de D. Cipriano, acto seguido nos dijo el carcelero, que no le siguiéramos llevando comida, porque ya hacía tres días que lo habían matado

Según se supo un padre que iba acompañado de su hijo menor de edad ocultamente habían presenciado el terrible suceso y, una vez que los verdugos abandonaron el lugar, se acercaron, hicieron una pequeña fosa y lo enterraron. Al terminar la guerra los jóvenes de la Acción Católica fueron a donde estaban sus restos, los desenterraron y envueltos en su bandera los depositaron en una Capilla, llamada desde entonces de los Mártires, de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo), donde hasta ahora reposan.




MÁXIMO REDONDO ALMONACID
Nació en Huete (Cuenca) el 18 de Noviembre de 1892. Hijo de Jesús Redondo García y Felisa Almonacid Castellanos. Fue el mayor de tres hermanos. Recibió las aguas bautismales en la Parroquia de San Esteban Protomártir, el 20 de Noviembre.

Con 12 años ingresa en el Seminario Diocesano de Cuenca, en el curso académico 1905-1906. Concluye su carrera eclesiástica con brillantes resultados académicos. Recibió la primera tonsura clerical y las órdenes menores el 9 de abril de 1916, es ordenado de subdiácono el 23 de septiembre de 1916. Recibe el diaconado el 24 de marzo de 1917 y el presbiterado el 2 de junio del mismo año.



Con fecha de 10 de mayo de 1917, se publica en el boletín eclesiástico de Cuenca la provisión de los curatos vacantes, asignándole la parroquia de entrada de Castillejo del Romeral (Cuenca).

Posteriormente, en el mes de diciembre de 1930 llega a la Parroquia de Miguel Esteban (Toledo), que entonces pertenecía a la diócesis de Cuenca. Aquí se distinguió por su caridad y celo apostólico hacia todos sin excluir a nadie . Junto con su hermano José, enseñaron las primeras letras a muchos niños de Miguel Esteban, que durante el día tenían que ir a trabajar con sus padres al campo.

Ya antes de iniciarse la Guerra Civil, tuvo que soportar un trágico disturbio durante la procesión de Viernes Santo de 1932; unos individuos hicieron unos disparos con armas de fuego para alborotar y disolver la procesión, la gente aterrada huyó, dejando a don Máximo prácticamente sólo; pero él no se amedrentó, negándose abandonar la procesión para refugiarse en algún lugar; restableció como pudo el orden procesional prosiguiendo hasta el final.

Según hemos podido ver en los periódicos de la época, -ya que estos sucesos llegaron a ser noticia en la primera plana de los diarios comarcales y provinciales-, tal como El Castellano y El Pueblo Manchego, durante la revuelta se intentó agredir la imagen de la Virgen de la Soledad, los cronistas relatan que resultaron varios vecinos heridos y alguno de cierta gravedad, y en consecuencia, al día siguiente, la casa del pueblo fue asaltada y destrozada.
Al comienzo de la Guerra Civil, por su condición de sacerdote, Don Máximo y su familia tuvieron que sufrir diversos incidentes persecutorios y de acoso.

El libro Martirologio de Cuenca, de Sebastián Cirac Estopañán, nos cuenta que los miembros del Comité del Frente Popular le forzaron a que se despojara de la sotana y suspendiera todo culto cristiano; con mansedumbre y resignación cedió ante tales presiones.

Violentamente forzado tuvo que entregar las llaves de la iglesia. Suplicó que le permitiesen ir, a al menos, para consumir el Santísimo Sacramento y evitar el sacrilegio. Una vez arrebatas de forma violenta las llaves y hechos dueños del templo, se cometió toda clase de sacrilegios, profanaciones y devastaciones.

El 20 de julio fue detenido y atado de codos con sus familiares y otras personas, siendo llevados por cuadrillas de milicianos armados ante las casas de algunos vecinos como parapeto, para que se entregaran y se confiaran, de que nada les iba a pasar.

Don Máximo fue encerrado en la iglesia convertida en cárcel, allí recibió fuertes maltratos y ultrajes que sufrió con paciencia y mansedumbre; exhortaba a los demás detenidos, para que tuvieran fe y conformidad en el Señor. Se dice que fue obligado a trabajar en faenas agrícolas y soportó otras vejaciones y maltratos públicos, impropios de su condición sacerdotal.

Finalmente el día 28 de julio de 1936, fue conducido en un camión, con otros detenidos, en dirección a Madrid, donde fueron asesinados. De Don Máximo se dijo que murió haciendo la señal de la cruz.

Sus cuerpos se hallaron en el término de Vallecas. Así lo atestigua el acta de defunción del Registro Civil de Vallecas, realizada el día 30 de julio, aparte de la sucinta descripción física y tipo de indumentaria que llevaba, constata lo siguiente: “...fallecido en el Kilómetro 10 de la carretera (de Castellón) del día 28 de Julio actual a las 16 horas a consecuencia de fractura de la base del cráneo..... consignándose además que se encontraron unas notas, un rosario y otros objetos siendo a deducir por su aspecto sacerdote”.

Ignorando su identidad fue inhumado el día 29 de julio de 1936, en una fosa común, con otras victimas. Una vez finalizada la contienda pudo identificarse su cadáver, siendo trasladado a una nueva sepultura propiedad de la familia, en el mismo cementerio de Vallecas.





MANUEL MARTÍN FERNÁNDEZ-MAZUECOS
Manuel nació en Talavera de la Reina en 1907 y desde muy pequeño había sido educado por sus padres en el amor a Dios y a la Iglesia; formación que continúo con los Padres Salesianos, que por entonces eran los que estaban al frente de la Fundación Santander. Hizo su Primera Comunión en la Capilla de los PP. Salesianos el 18 de abril de 1915.

En 1917 comenzó los estudios del Bachillerato, distinguiéndose por su talento y por su memoria prodigiosa. Siguió después estudiando la carrera de Derecho, que cursó en Madrid, donde se licenció a los 19 años. Preparó más tarde, con ardor, las oposiciones de Registrador de la Propiedad, pero el ambiente de aquellos tiempos de la República, completamente contrario a sus ideales, que ya defendía, le hizo desistir de sus propósitos. Finalmente, regresó a su ciudad natal para establecerse en un modesto despacho de abogados que, poco a poco, fue acreditándose por su moralidad y su conciencia.

Entre sus primeras aficiones destacaba la del fútbol: Manolo Martín fue portero del Club Deportivo Talavera, la primera iniciativa seria y, sin duda, precursora del actual Talavera C.F. Jugaban en el Campo de Fútbol de Santa Clotilde, que se encontraba en una huerta de la calle Matadero, según informa “La Voz de Talavera”, en un recorte antiguo.



Pero, sin duda, fue la sección juvenil de la Acción Católica el objeto preferente de sus desvelos. Entusiasta y tenaz propagandista de ella, tomó parte en muchos actos públicos en Torrijos, Mora de Toledo o Guadalajara.

En la fotografía de grupo aparece el Beato Saturnino Ortega, arcipreste de Talavera de la Reina que fue beatificado el 28 de octubre de 2007, junto al Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Feliciano Rocha Pizarro. La foto es de 1933 y recoge el momento en que fue bendecida la bandera de la Acción Católica. El primero de los que están de pie empezando por la derecha es el Siervo de Dios José García-Verdugo Menoyo; el segundo es el Siervo de Dios Manuel Martín y el tercero es el Siervo de Dios Manuel de los Ríos Martín Rueda. Los tres, en el proceso de “mártires” iniciado en Toledo en 2002.





Nombrado vicepresidente de la Unión Diocesana de Toledo y Directivo del Centro de Talavera de la Reina, su entusiasmo por la Acción Católica le atrajo las iras y persecuciones de los enemigos de Cristo, por cuya causa tuvo el honor de ser encarcelado, antes del estallido de la guerra, en compañía de otros jóvenes católicos, después de un violento asalto al Centro de la Juventud Católica, donde él, en unión de los demás directivos, asumió toda la responsabilidad de lo que pudiera suceder. Y alentando a sus compañeros, que como él iban a ser encarcelados, les decía: “Imitemos el ejemplo que nos dio nuestro Divino Maestro, que por nosotros sufrió y murió”. Y, en efecto, en medio de una chusma salvaje que los amenazaba y hasta incluso les agredía, fueron conducidos a la cárcel. Entonces puede decirse que comenzó su martirio.



Meses después, cuando el 21 de julio de 1936 los marxistas se apoderaron de la Ciudad de la Cerámica, ese mismo día fue encarcelado y llevado más tarde al Hospital, por una congestión cerebral que sufría. Recuperado, fue devuelto a la cárcel.

Los testigos declaran que una de sus hermanas, al ver los asesinatos que se estaban cometiendo y para prevenirle, le habló con temor de lo que pudiera suceder. Él con entereza contestó:“No me prevengas de nada, pues estoy ya sobre ello. Siempre he puesto en práctica lo que en nuestro himno cantamos: “ser apóstol o mártir acaso…”. Lo primero tengo la satisfacción de haberlo cumplido y lo segundo lo espero con alegría. Cúmplase la voluntad de Dios”.

Allí mismo, en la cárcel, no dejó un solo día de hacer sus ratos de meditación, su rezo del rosario y demás prácticas religiosas.

Tras un mes de cautiverio, donde sufrió toda clase de humillaciones y ensañamientos por parte de sus carceleros, el 21 de agosto de 1936, un mes después de ser detenido y encarcelado, alcanzó la palma del martirio.

La familia conserva el nº 7 de la publicación “Signo”, que era el órgano de la Juventud de Acción Católica. Pertenece al mes de abril de 1937; no hacía ni un año del estallido de la guerra civil y quedaba mucho tiempo para que llegase el final del conflicto. En las páginas centrales, aparece la foto de Manuel Martín en un apartado titulado “Las legiones de nuestros mártires”.








ANDRÉS PÉREZ FERNÁNDEZ


Andrés nació el 1 de diciembre de 1920 en Novés (Toledo); sus padres se llamaban Leoncio y María Gloria. Pasó a vivir a Torrijos (Toledo) y tomó la primera comunión de manos del Beato Liberio González Nombela. Desde 1930 vivió en La Torre de Esteban Hambrán (Toledo).

En 1936, Andrés era un joven de 15 años, que parecía de más edad por su seriedad, honradez, amor al prójimo. Adoraba a sus padres y cuidaba y daba ejemplo a sus hermanos. Era un joven muy inteligente; hoy diríamos un superdotado.
Los señores maestros de aquel entonces, D. Blas Herranz y D. Emiliano, le dijeron a su madre: “Andrés nos ha pasado, no hay tema que no sepa; no tenemos más que enseñarle”.

Con 15 años llevaba la contabilidad y la oficina de la fábrica de alcoholes de D. Isidoro Alonso.

Era un gran dibujante, tanto a carboncillo como al óleo, lo cual hacía a una gran velocidad. Dibujaba a la Virgen de Linares, patrona de La Torre, como si fuera una fotografía. En la casa pintó en el salón el Santo Cristo de Limpias, de tamaño natural en una de las paredes; al estallar la persecución, hubo que taparlo con un armario.

Era de una inteligencia y capacidad de trabajo tremenda. Además de la oficina de la fábrica, dirigía a los jóvenes para representar obras de teatro; lo único que hacía mal era cantar. Era presidente de la Juventud de Acción Católica de La Torre.



ESTALLA LA GUERRA

El 22 de julio de 1936, sobre las 18,00 horas, detuvieron a su padre y a otros treinta y dos más, trasladándolos a la cárcel modelo de Madrid. Desde ese día pusieron dos milicianos en la entrada de la casa, día y noche, con la orden de prohibir la salida a su madre y a sus hermanos; sólo le autorizaban a Francisco para poder pedir comida por las calles a los conocidos. “Así estuvimos – narra su hermano Francisco - hasta el día 10 de octubre de 1936, en que pusieron en libertad a su padre y quitaron la vigilancia de mi casa”.

Andrés no salió de casa desde el día 22 de julio (Santa María Magdalena), patrona de la iglesia parroquial donde comulgó ese día.

El 23 de julio asesinaron a su amigo Daniel Ventero, también de la Acción Católica y a otros dos más, junto a la iglesia.

Al día siguiente por la tarde, en el patio de la casa –relata Francisco- vi y oí cómo mi hermano Andrés, sentado en una silla, tenía a mi hermano pequeño sentado en sus piernas y le decía: “Ricardo, tienes que ser muy bueno, tienes que querer mucho a papá y mamá y a los hermanos. Yo mañana (día 25) me iré muy lejos, al cielo, pero no te preocupes, yo pediré al Niño Jesús por ti; sé muy bueno”. Esto me sorprendió mucho y yo con mi inocencia se lo dije a mi madre, rompiendo la pobre a llorar”.

El 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, a las 7,00 horas se presentaron varios milicianos en su casa llevándole detenido. Al doblar la esquina de la calle, le ataron las manos por detrás con alambre; su hermano Francisco lo vio porque salió detrás de él.

Sobre las 11,00 horas del mismo día, mi madre me dijo: “Paquito, hijo, vete a ver qué pasa con tu hermano”.

“Cogí de la mano a mi hermano menor Ricardo”, explica Francisco, que en aquel entonces tenía cinco años, “y nos fuimos hacia la plaza del Ayuntamiento. Al llegar junto a la iglesia, vi a una muchedumbre de hombres y mujeres; los dos pudimos comprobar cómo insultaban a Andrés, pegándole con palos, pinchándole con leznas y agujas con una soga atada al cuello. Llevaba la camisa llena de sangre, lo mismo que la cara y los brazos”.

“La chusma que lo rodeaba, gritaba: Blasfema contra Dios, contra la Virgen de Linares, y contra el Cristo”, mientras le pegaban y escupían. Mi hermano pequeño y yo mirábamos con estupor y en un momento volvió la cabeza y nos miró con cara de pena, y al mismo tiempo, con dulzura. Yo en aquel momento tenía once años pero jamás se me ha borrado la imagen”.

Andrés Pérez y sus amigos, Sabas de 18 años y Pedro de 20, fueron llevados en varios vehículos al cruce de carreteras, llamado “Las Bolas”, con la carretera de Extremadura. Iban unos cuarenta hombres para asesinarlos.

Allí les dijeron que podían irse, que quedaban libres, a lo que mi hermano les dijo: “No lo hagáis, que os van a matar por la espalda”. A pesar de eso salieron corriendo y así los mataron.

Andrés estuvo de rodillas rezando y les dijo: “Ya me podéis matar, que Dios os perdone como yo os perdono”. Según estaba de rodillas le dispararon a los pies, muriendo desangrado. Los mataron a los tres en una viña al lado izquierdo de la carretera nacional N-V Madrid-Badajoz. La viña era propiedad de un señor del pueblo de las Ventas de Retamosa.
La muerte de Andrés y la de los otros dos jóvenes, la presenció un señor que sabía conducir turismos y le obligaron a conducir un vehículo marca Crysler, propiedad de D. Isidoro Alonso, dueño al mismo tiempo de la fábrica de alcoholes en la que trabajaba Andrés, y nos narró su martirio.

En el cementerio del convento hicieron una fosa a lo largo de la pared y allí los tiraron.

ÚLTIMOS RECUERDOS:

•El 14 de octubre de 1936 las tropas llamadas “nacionales” tomaron el pueblo. En el mes de noviembre se construyó una fosa y un mausoleo donde fueron enterrados todos los asesinados en sus correspondientes féretros. “Cuando sacaron a mi hermano Andrés –prosigue el relato - yo recuerdo perfectamente cómo mi pobre madre lo recibió sentada en una lápida y con una sábana. Allí le fue quitando la tierra y lavando la cara, y también recuerdo que mí hermano tenía los dos pies destrozados y algo raro: no desprendía mal olor, ni estaba en estado de descomposición”.
•En el año 1937 ó 1938 (no sé la fecha exacta), sí recuerdo que me dieron permiso en el seminario de Toledo (por entonces el declarante era seminarista) para el traslado de los restos del cementerio a la iglesia parroquial. Creo que estaba de Cardenal Primado el Dr. Gomá, y de Obispo Auxiliar el Dr. Modrego. Por orden del Señor Obispo, pusieron el féretro de Andrés arriba del todo, por si hubiera que sacarlo.
•“Todos los jóvenes del pueblo que fueron llamados a incorporarse al ejército, pasaban por casa para que mi madre les diese un pequeño trozo de la camisa de Andrés o un poco de pelo. En sus casas les hacían un escapulario con ello. Todos regresaron al pueblo al finalizar la guerra, sin sufrir heridas”.
•“Un día en que acompañé a mi madre y fuimos a poner flores en el lugar donde sufrieron el martirio (se colocó una cruz que había hecho el padre de Andrés), llegó un señor y nos dijo: “Yo era el dueño de la viña, pero desde el asesinato de los tres jóvenes, aquí no se recolectará ni una uva, porque está regada con la sangre de los mártires. Puede usted hacer de la viña lo que le plazca”. Cosa con la que este señor cumplió.
•“Cuando empezaron las obras de la autopista Madrid-Badajoz, la empresa constructora rogó a mi hermano Ricardo que quitase la cruz para que no la rompiesen las máquinas”.
Como queda dicho, el Siervo Andrés Pérez Fernández está enterrado en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena de la Torre de Esteban Hambrán (Toledo).






URSINIO PÉREZ CHOZAS
Natural de Tembleque (Toledo) había nacido el 27 de septiembre de 1897, hijo de Torcián y de Mª de los Santos. Cuando aún no había cumplido su primer año de vida falleció su madre. Su padre, que regentaba en el pueblo una modesta tienda de ultramarinos, se casó en segundas nupcias con Encarnación Novillo, la cual trató a Ursinio y a Emiliana, hijos del primer matrimonio como a hijos suyos, educándolos con todo el cariño. Del nuevo matrimonio nacerían Nicasio, Joaquina y Concepción.

Ursinio fue desde niño despierto, inteligente y cariñoso. Poco a poco se fue desarrollando y acrecentando su vocación religiosa. Ingresó en el Seminario de Toledo. Su familia ha conservado esta fotografía del curso 1914-1915 y, junto a ella, tantos recuerdos de esa etapa. Toda la familia se sacrificó para que no le faltara de nada, aunque el joven estudiante se sabe que utilizaba los libros de sus compañeros para serles menos gravoso. Sus notas eran sobresalientes, obteniendo el consabido meritissimus.


Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de marzo de 1920. Sus superiores le ofrecieron el quedarse como profesor en el Seminario pero él deseaba entregarse a las gentes en cualquier parroquia de la Diócesis. Fue destinado a las parroquias toledanas de Yepes y Santa Ana de Pusa. A Luliana y Centenera, en Guadalajara, trasladándose de una a otra a lomos de un burro para poder atenderlas. Más tarde ocupó una capellanía de monjas en Talavera de la Reina (Toledo). De allí pasó a Huecas (Toledo) y, finalmente, cuando estalla la guerra ejercía el ministerio como párroco de El Romeral (Toledo).

Al ser liberada Toledo, se encontró una carta dirigida al Arzobispado de Don Ursinio, que la firmaba como regente de la parroquia, con fecha 31 de julio de 1936. En ella daba cuenta de que el 22 de julio la autoridad republicana le requisó todas las llaves del templo y ermitas, y le dijo que se recluyera en su casa; habiendo impedido con energía que las milicias le ejecutaran, como pretendían. Pero luego le pidieron que les entregase las llaves de la casa rectoral y que se ausentase del pueblo por su propio bien; y por esa causa se trasladaba a su pueblo natal, esperando instrucciones. Naturalmente, esa carta no tuvo respuesta.

Así pues, el alcalde de El Romeral le pidió que abandonara el pueblo y se marchara con su familia, puesto que corrían rumores de que iban a empezar a matar curas, y él ante esta situación se sentía impotente y no podría defenderle, aunque ya lo había hecho anteriormente. Ursinio se dirigió a Tembleque y se refugió en casa de sus padres y hermanos. Durante unos meses, los milicianos le mandaron realizar las faenas del campo, como la siega.

En la madrugada del 4 de diciembre de 1936 llamaron a la puerta. Su hermana, Emiliana, cuando abrió, se encontró con un grupo de milicianos, haciendo un círculo, rifle en mano y apuntando a la puerta. “Venimos a por el cura”. Ursinio, con paciencia y resignación, marchó con ellos mientras el drama familiar quedó latente en la casa. Ambos hermanos estaban muy unidos, tras haberle acompañado Emiliana en varios de sus destinos, por lo que este momento fue tan impactante que la traumatizó de por vida.

Tras detener, seguidamente, a Don Vicente fueron conducidos al cementerio de La Guardia (Toledo). Junto a los dos sacerdotes los milicianos asesinaron también a la maestra del pueblo, Antonia González, según consta en la partida de defunción. Según se sabe Don Ursino, antes de morir, recriminó a los asesinos, que eran paisanos suyos, el crimen que estaban cometiendo. El martirio sucedió al comenzar el 5 de diciembre, aunque no se sabe la hora exacta.

También del Siervo de Dios Ursinio se sabe que transcurrido el tiempo, un día en que estaba reunida toda su familia, padres y hermanos, una de sus hermanas encontró en un bolsillo de su chaqueta un papel, a modo de testamento. La familia lo conserva como auténtica reliquia. En él decía:

“Ante las difíciles circunstancias porque atravesamos y que para mí acusan un seguro peligro de muerte por ser sacerdote, a falta de un testamento que os marcara ruta a seguir, hoy nueve de octubre de mil novecientos treinta y seis, en plena salud y plena lucidez de mis facultades, quiero dejar estas líneas de mi puño y letra para grabaros mi voluntad, que deseo cumpláis con el mayor escrúpulo:

1º. Tened por seguro que moriré con el pensamiento en Dios, en cuya paz quiero exhalar el último suspiro, con palabras de perdón para mis verdugos, a quienes no deseo otra cosa que la justicia de Dios. Pedir, por tanto, por mí en vuestras oraciones y no maldigáis a los asesinos que, ciegos, desconocen los altos designios del Creador.

2º. Vivid siempre en la ley divina, aunque os rodee una charca de corrupción y de impiedad, teniendo presente que todo es baladí y mísero ante la espiritualidad que nos informa, y que pasarán las generaciones y los tiempos más o menos hostiles a la religión católica, pero sólo ésta será imperecedera, capaz de mitigar los mayores sufrimientos y de llevar en todo momento la tranquilidad a los espíritus.

3º. Cuando sepáis mi fallecimiento, no lloréis; pedid por mí a Dios; no penséis en venganzas, confiad en la justicia divina que es la única indeclinable, aunque a vuestros ojos no aparezcan a veces sus destellos; no habléis con exceso que el silencio es tesoro de prudentes y prenda de circunspección que mucho os valdrá para conduciros sin tropiezos por el lodazal de esta vida miserable. Preocupaos la paz con Dios antes que los apetitos de justicia humana…

…Con la vista en Dios y en su justicia y roto el corazón por una brusca separación, os doy el último adiós, abrazándoos a todos con el espíritu y el alma. Dios sobre todo y no desesperéis, que el lazo de la caridad nos unirá para siempre en las mansiones de ultratumba”.

Vuestro hijo y hermano,


Ursinio Pérez Chozas






EUGENIO RUBIO PRADILLO

Sus padres se llamaban Juan Antonio y Vicenta y los dos habían nacido en Villanueva de Alcardete (Toledo). Pero, al nacer su hijo, residían en Hontanaya (Cuenca) por cuestiones laborales, el padre ejercía de sastre y la madre era maestra de instrucción primaria. Nació el 7 de octubre de 1872 y, recibió los nombres de Sergio Eugenio en el día de su bautismo.

Destacaban en él la humildad, la sencillez y la servicialidad. Recibió la ordenación sacerdotal el año 1901. Pronto fue nombrado coadjutor de Villanueva de Alcardete, pueblo toledano que por entonces era de la diócesis de Cuenca.

Fue un gran apóstol, siendo por ello muy respetado por sus feligreses, que recurrían a él para sus necesidades espirituales y materiales, especialmente en aquellas ocasiones en las que podía ser perturbada la paz doméstica, precisando la autoridad moral de un sacerdote. Con prontitud acudía D. Eugenio a prestar ayuda aquellos feligreses agradecidos.

Llegó la contienda nacional y con ella la persecución religiosa. D. Eugenio pronto fue detenido y encarcelado. En la cárcel pasó unos días, metido en la checa instalada en la iglesia parroquial, donde le hicieron sufrir toda clase de vejaciones y malos tratos.

Puesto en libertad aparente, pues los feligreses lo defendieron, fue de nuevo detenido. Finalmente, la noche del 24 al 25 de agosto siempre será recordada: en la iglesia-prisión quedaban todavía seis personas: junto a Don Eugenio estaba el Siervo de Dios Santiago Mosquera. Éste contemplo destrozado el martirio inflingido al joven adolescente. Los detenidos fueron conducidos al cementerio de Villanueva de Alcardete (Toledo) para ser fusilados. Lo narra Fray Justo López de Urbel: «Ya están contra el paredón. Una descarga, dos descargas, y el crimen ha sido consumado».




RUFINO LÓPEZ-PRISUELOS GARCÍA-MAQUEDA


Nació en Villacañas (Toledo) el 19 de octubre de 1869, siendo bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de la mencionada Villa, el día 20 del mismo mes y año, con los nombres de Pedro Alcántara Rufino.

Fue uno de los siete hermanos nacidos del matrimonio formado por Nicolás y Juliana, de profundas raíces cristianas, en cuyo ambiente fue recibiendo los principios de su formación cristiana, que dieron como fruto su vocación sacerdotal.

Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1893, a los 24 años, tras sus primeros destinos, ejerció desde 1897 a 1903, como cura regente de la parroquia de Añover de Tajo (Toledo). Después fue coadjutor de la parroquia de Villacañas (Toledo) y capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, religiosas fundadas por Santa María Rosa Molas, que habían llegado a Villacañas en 1914.

En la parroquia también ejercía de coadjutor el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez Fraguas.

El 2 de agosto de 1936 fueron detenidos todos los sacerdotes de la población, a excepción del párroco, gravemente enfermo, siendo todos encerrados en la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, habilitada como cárcel. Don Emilio sufrió palizas terribles hasta romperle el brazo.

Sabemos que Don Rufino fue primero trasladado a la ermita de San Roque, habilitada como prisión provincial, y posteriormente trasladado con todos los demás detenidos, a la ermita del Cristo del Coloquio o de Ntra. Sra. de los Dolores.

Un testigo, el querido sacerdote Don Nicolás López-Prisuelos, sobrino del Siervo de Dios, que por entonces era un niño de doce años, recuerda que “todos los días le llevaba la comida y, con alguna frecuencia, le dejaban entrar dentro, con lo cual pude comprobar su estado, como consecuencia de los tormentos recibidos”. Se sabe que de los fuertes golpes recibidos perdió un ojo.

Don Rufino, como los demás, fue testigos de la profanación y destrucción de la imagen de la Virgen de los Dolores, por la cual sentían una profunda devoción y se consideraba su fiel y devoto capellán. A lo largo de este duro y cruel mes de prisión no se separó del altar de su Virgen de los Dolores.

Finalmente, los dos sacerdotes unidos en su ministerio por el mismo destino fueron también juntos sacados de la cárcel. Era el 5 de septiembre y, tras conducirlos a las tapias del cementerio de Tembleque, después de una nueva y última brutal paliza, los remataron a tiros.




MANUEL NIETO ARROYO

Nació en Tórtoles de Esgueva, pueblo situado en la comarca de la ribera del Duero, a 90 Kilómetros de Burgos, el 29 de diciembre de 1890. Sus padres se llamaban Mariano Nieto Rodrigo y María del Carmen Arroyo González. Fue bautizado en la parroquia de San Esteban, Protomártir, de Tórtolas el 1 de enero de 1891.

Manuel cursó sus estudios en el Seminario de Toledo al amparo de su tío Venancio Nieto, canónigo de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1915.

Tras ejercer sus primeros años en Talavera de la Reina, se le nombra párroco de Cazalegas (Toledo). En esta localidad debió ejercer unos tres años aproximadamente. Los testigos recuerdan que D. Manuel cuando visitaba a los enfermos ejercía doble caridad con ellos, amén de la espiritual les dejaba una moneda debajo de la almohada.

En cuanto estalla la persecución religiosa fue detenido, pero le permitieron vivir preso en su casa. Sufrió violentos y devastadores registros. Sin embargo, le dejaron acercarse a la iglesia para consumir las sagradas formas. Después de esto, dijo a algunos: “-Ahora que se cumpla la voluntad de Dios y hagan conmigo lo que quieran”.

La noche del 2 de agosto, de madrugada, vinieron por él las milicias, conduciéndole al Ayuntamiento, con la excusa de que precisaban una firma suya. Allí le exigieron el dinero que tenía: 400 pesetas. Luego le metieron en un coche, obligándole a blasfemar. Pero él contestó: -“Eso jamás”. Le llevaron por la carretera fuera del pueblo, y al bajarle del coche le insistieron en que blasfemase. –“Nunca jamás”, repitió. Entonces le empujaron a la cuneta y le acribillaron.



Con sus padres: D. Mariano Nieto Rodrigo y Dña. Carmen Arroyo González




NICASIO APARICIO ORTEGA

NICASIO CARVAJAL BUGALLO

El Siervo de Dios Nicasio Carvajal Bugallo era natural de Los Yébenes (Toledo). Se ordenó el trece de marzo de 1910. Era el capellán del Convento de San José y San Ildefonso de las Madres Carmelitas Descalzas de Yepes (Toledo).

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El Siervo de Dios Nicasio Aparicio Ortega había nacido en Toledo el 11 de octubre de 1907. Hijo de Julián y Apolonia, sus hermanos eran Emiliana, Vicenta, Manuel, Doroteo y Fernando. En la fotografía aparece ya siendo seminarista con su hermano Fernando en el día de su primera comunión. Recibió la ordenación sacerdotal el 31 de mayo de 1931. Enseguida fue nombrado coadjutor de la Colegiata de San Benito Abad de Yepes (Toledo).






Hemos conservado el testimonio de la Hermana Patrocinio de la Virgen del Carmen. En el siglo se llamaba, Eugenia Ugena, y era hija de la demandadera Catalina Agudo. Madre e hija vivían en la hospedería. La Hermana Patrocinio tenía entonces 16 años, por eso lo recordaba todo:

D. Nicasio Carvajal, era el capellán de las carmelitas, estaba trabajando con la juventud para formar la Acción Católica, por esto los de las izquierdas no le tenían ningún afecto, porque entonces, qué sé yo, pensaban era algún partido político. Al estallar la guerra y la persecución contra los curas y las monjas, él pasó el Santísimo por el comulgatorio al convento y se marchó con su hermana, que vivía aquí en el pueblo.
Como le perseguían para matarle, andaba escondido por donde podía: por los tejados, pidiendo en las casas si se podía bajar para que le escondieran… Pero entonces en las casas donde le pudieran esconder, estaban todos perseguidos y nadie quería comprometerse más, y todos le decían lo mismo: “-Por Dios, D. Nicasio, váyase, que nos pierde. No nos comprometa”.


Hasta que un día le vieron desde las eras - como entonces estaban en la recolección del verano - y enseguida subieron por él, le cogieron y le trajeron a la hospedería del convento.
Venía el pobrecito que no se le conocía, ni él conocía a nadie. ¡Cuánta hambre y sed, pasaría en pleno verano por los tejados! Le dejaron encerrado en una habitación del piso de arriba. La noche del 15 de agosto, solemnidad de la Asunción, los del comité trajeron a la hospedería al párroco D. Ricardo Marín y al coadjutor D. Nicasio Aparicio, que los tenían presos en la cárcel del pueblo. Y bajaron a D. Nicasio Carvajal; el pobrecito no los conocía y les preguntaba quiénes son ustedes. D. Ricardo le decía: “- Nicasio, si somos nosotros”.
Mi madre y el hermano de mi madre, que estaba con nosotras, les dijeron a los que los traían que “si iban a tener la casa de cárcel, recogíamos nuestros muebles y nos marchábamos a nuestra casa”. Pero ellos dijeron que no, que de ninguna manera, que traían a los sacerdotes para tenerlos ocultos, por si venían los de fuera para poder decir que aquí ya no había curas, que los habían matado. Que en ningún sitio mejor que aquí podían estar, para que mi madre los cuidase y nadie se enterase que estaban aquí.

Así lo creímos, que los traían para tenerlos más ocultos, y a mi madre le dio pena que nos marcháramos y dejarlos solos -porque mi querida madre a los sacerdotes les tenia mucha veneración, respeto y cariño-. Les dejamos las habitaciones de abajo para ellos y nosotras nos subimos a las de arriba, y desde el momento que quedaron en casa, la casa quedó como un castillo; ninguno salíamos para no tener ocasión de hablar con los vecinos y con nadie, siempre la puerta cerrada para quitar toda ocasión; que por nosotras no se supiese nada.

Tanto es así que, como mi madre era la que salía a la compra, una señora que tenía un puesto de fruta en la plaza, que era muy buena y tenía confianza con mi madre, le dijo: “-Catalina, me han dicho que están los sacerdotes en tu casa, ¿es verdad?”. Y mi madre le dijo que no estaban - el Señor no la habrá tomado en cuenta la mentira por el buen fin con que la dijo-. Y le dijo: “-Es que te quería dar una sandía para ellos”. Pero mi buena madre consintió no coger la sandía antes que descubrir que estaban en casa.
Los días que estuvieron en casa, de día y de noche, había un miliciano con ellos, con su fusil. Yo no recuerdo los días que estuvieron, pero no fueron muchos. Un día le dijeron a D. Nicasio Aparicio que había venido su padre por él, con su salvoconducto para llevárselo, pero no se le quisieron dar, ni que le viese. Ese día lo pasó muy mal. Decía el pobrecito: “-¡Estar aquí mi padre y no poderle ver…!”
El 17 de agosto, a las 2 ó 3 de la madrugada, llamaron a la puerta tres o cuatro milicianos. Los sacerdotes abrieron, pensando que venían a por ellos para matarlos, pero ellos muy sagaces les dijeron: “-Nada, es que estábamos por ahí de guardia y hemos dicho ¡vamos a echar un cigarro!, y pasar un rato con ellos”. Uno de los sacerdote dijo: “-Pues ya pensábamos que veníais por nosotros”. Y lo tomaron a risa, y les decían: “No hombre, no, alguna noche más pasaremos por aquí a pasar un rato con vosotros. Mirar para no andar llamando a la puerta, que nadie de la vecindad se entere. Aquí en la ventana vamos a dejar un bote y cuando vengamos, damos al bote y ya sabéis que somos nosotros”.
Y lo que venían era a preparar el camino para el día siguiente, venir por ellos y sacarlos sin que nadie nos enterásemos de nada, como así sucedió.
A la noche siguiente, a la misma hora, como la ventana daba a las eras, dieron al bote. Se levantaron y abrieron la puerta… se quedaron de una pieza al ver que venían armados para matarlos.
Con todo silencio los sacaron, como dos corderitos, a los dos Nicasios, y el pobrecito D. Ricardo se quedó solo en un mar de lágrimas. Era el 18 de agosto de 1936, los dos sacerdotes unidos en cautiverio, fueron llevados a unos cinco kilómetros en dirección a Huerta de Valdecarábanos (Toledo), siendo asesinados en el campo.
Por la mañana bajó mi madre como todos los días y al dar un golpecito en la puerta y pedir permiso para entrar, D. Ricardo llorando le dice: “-Pase, Catalina, pase, estoy solo. Se los han llevado a matar a los dos”.
Mi madre se quedó de una pieza, no hacía más que decir: “-¿Por qué no me han llamado a mí y yo les hubiera dicho, les hubiera hablado?”
¡Buenos estaban ellos para hacer caso de nadie y menos de mi madre, que estaba tan perseguida como ellos! Así terminó el martirio de los dos sacerdotes Nicasios, como les decíamos en el pueblo.
Ese mismo día por la noche, se llevaron a D. Ricardo a su casa, donde le esperaba pasar él solo otro calvario hasta el día 24 de octubre, fiesta de Cristo Rey, que las mismos de su pueblo le martirizaron en la esquina de la plaza.



Iglesia de Yepes


Puerta de San Benito



Fotografías de Daniel Jiménez Carmena



EMILIO SANTURINO SALDAÑA



Emilio nació en Cebolla (Toledo) el día 24 de enero de 1897. Sus padres Francisco y Rafaela le bautizaron el 4 de febrero, imponiéndole los nombres de Mariano de la Paz Feliciano Emilio.

El acta de defunción señala que estaba casado con Doña Antonia Leblic Acevedo, de cuyo matrimonio no deja sucesión. Su mujer era hermana del Siervo de Dios Prudencio Leblic Acevedo, sacerdote y mártir, que en los años 20 fue párroco de Belvís de la Jara.

Cuando estalla la persecución religiosa Emilio llevaba varios años desempeñando el cargo de sacristán en la parroquia de Belvís de la Jara (Toledo). En mayo de 1936, al sentirse perseguido por los revolucionarios, abandonó dicho pueblo y se marchó con su esposa, a Cebolla (Toledo), refugiándose en la casa de su madre.

Puesta en marcha su persecución, después de varios intentos fue descubierto, siendo detenido y trasladado a una checa en Madrid. De aquí le llevaron a Belvís de la Jara.

En este pueblo de Belvís, el día 26 de octubre de 1936, después de revestirle con ornamentos sagrados, le sentaron sobre un asno, en una montura con pinchos, que había sido preparada expresamente para la tortura. Seguidamente, fue sometido a un horroroso martirio durante el largo recorrido por la calle principal del pueblo, hasta llegar a la puerta del cementerio. Aquí, casi inconsciente, fue rematado con varios disparos a la cabeza y enterrado.



La familia conserva un crucifijo-relicario que el Siervo de Dios llevó consigo durante y después del martirio. Al exhumar el cuerpo fue recuperado el crucifijo con el que fue enterrado.



GERARDO PINERO DÍAZ



Este es el mártir más joven de todo nuestra Archidiócesis. Gerardo Florentino había nacido un 20 de junio de 1922 en Belvís de la Jara (Toledo), por tanto alcanzo la gracia del martirio recién cumplido los 14 años. Era hijo único del matrimonio formado por Heliodoro Pinero Cáceres e Isabel Díaz Arroyo. Heliodoro era labrador, y todos descendían de este pueblo de la Jara. Transcurrió su infancia, como la de todos los niños, entre la escuela y los juegos, y la doctrina que recibió del Siervo de Dios Inocente López Alonso, párroco y también mártir de Belvís. Conservamos una fotografía del día de su primera comunión.

Para seguir sus estudios se trasladó en 1935 a Talavera de la Reina (Toledo), donde estudiaría 2º curso de Bachillerato. Según sabemos el ingreso y el primer curso lo hizo en Plasencia. Ahora tiene trece años y se hospeda en casa de unos amigos de su padre, cerca de la parroquia de Santiago.

“Íbamos juntos al Instituto -declaran los que fueron sus compañeros-, pero las clases particulares las dábamos con D. Nicéforo; y ahí, en un trato más distendido, empezamos a conocernos y nos hicimos amigos”.

Don Nicéforo Díaz Cabrerizo, además de profesor de Instituto de la Plaza del Pan, se dedicaba a atender a sus alumnos dándoles clases particulares. Era capellán de las MM. Bernardas, en la Ciudad de la Cerámica. “Con ellas vivió - como nos transmite Sor Teresa, actual historiadora de la Comunidad- la trágica jornada del 25 de julio de 1936, día en que la comunidad fue expulsada del Monasterio. El 23 de julio los milicianos sometieron a las monjas a un registro general buscando armas… al llegar a la Iglesia tuvieron la osadía de abrir el Sagrario y desparramar las Sagradas Formas por el altar y el presbiterio. Cuando D. Nicéforo llegó al día siguiente las recogió una por una y se las distribuyó a las religiosas para que no hubiera una nueva profanación”.

Sor Teresa describe al que fuera su capellán como “sacerdote ejemplar, de muy pocas palabras, incluso a veces tenía cierta dificultad para expresarse… pero, todos coinciden en que era un hábil pedagogo y que tenía gran sabiduría la cual manifestaba a sus alumnos. Solo sabemos que falleció durante los años de la guerra civil”.

Gerardo y sus amigos militaban como aspirantes de Acción Católica, ya que aún no tenían edad para pertenecer a la Acción Católica. El centro de Acción Católica estaba en la Plaza del Cardenal Tenorio de Talavera, entre San Prudencio y La Colegial. Allí había una casa y un salón grande, donde se jugaba al parchís y a otros muchos juegos.

Sus amigos le recuerdan como “un buen muchacho, muy estudioso, muy responsable. Era alto y muy fuerte. Por otra parte era muy formal; parece mentira que en esa edad, por regla general que es casi la adolescencia, éste era muy responsable. Era de los alumnos más responsables que estábamos allí, y muy estudioso. Era un buen muchacho, muy buen chico, muy bueno, una gran persona… parecía un hombre ya, físicamente e intelectualmente; vamos, no parecía un adolescente. Razonaba mucho, era muy razonable; discutía, pero hablaba muy bien”.




Es muy importante el testimonio de Baldomero M. M. (de 87 años). Cuando narrábamos el martirio del Beato Saturnino Ortega hablábamos de una lista con todos los miembros de la Acción Católica que se requisa en el domicilio del arcipreste de Talavera. De esto mismo nos habla el declarante: “Me salve porque me llevaron a Gamonal; si no, yo también estaba en la lista de Acción Católica. Tras recibir un favor por parte de un tío mío, un señor se presentó en casa y dijo:

“-Oye, ¿no se llama un sobrino tuyo Baldomero?”
“-Sí, contestó mi tío, es un sobrino mío”.
“Es que está en la lista, una lista que no queda uno. Escondedle donde sea, porque le liquidan”.

Entonces como digo me llevaron a Gamonal y me salvé de milagro. Por eso es muy importante esta información porque el motivo por el que fue detenido y conducido al martirio fue por estar en esa lista.

Su propio asesino, al que llamaban “El Obispo”, confesó que Gerardo iba rezando y les decía: “-No me matéis que mi madre va a llorar mucho”. Los condenados eran colocados en los pretiles del puente llamado “de Silos”, próximo a la localidad tolerana de Calera, donde caían muertos al río Tajo. Llegados al lugar del suplicio el joven se persignó mientras le disparaban. Era el 16 de agosto de 1936. Días después, el 23 de agosto, su padre que había sido detenido, y que padecía desde hacía tiempo trastornos de cabeza, sufrió un ataque de locura en el camión que lo conducía a la muerte. El mismo que mató a su hijo asesinó a culatazos al padre en el propio camión.

Baldomero termina declarando para la redacción de este artículo que “lo que pido yo es que pida por mí, porque ha sido un mártir; era un santito y una gran persona. Yo no pido a Dios por él, sino que él pida por mí, esa es la verdad. Además lo digo como lo siento, pido que pidan por mí los mártires, como los curas de mi pueblo José y Félix y este muchacho, pido que pidan por mí; como él, que pida por mí. Tiene que estar en el cielo, no tiene más remedio”.





JUAN GONZÁLEZ MATEO

Nació en Corella (Navarra) el 20 de julio de 1884. A los doce ingresó en el Seminario de San José (Burgos), siendo ordenado sacerdote el 13 de junio de 1908. Demostrando gran aptitud y magníficas cualidades en sus años de estudio. El 24 de junio de 1908 fue nombrado coadjutor de la parroquia de San Gil de Cerrera del Río Alhama (La Rioja) cuyo cargo desempeñó hasta el 18 de octubre de 1910, fue nombrado cura ecónomo de Uruñuela, la villa se encuentra cerca de Nájera también en La Rioja. Mediante oposición ganó una canongía el 31 de enero de 1921 para la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo.

También ejerció durante muchos años como profesor del Seminario Conciliar de Toledo. Durante toda su vida trabajó con celo e inteligencia en el campo de la acción social católica, habiendo inspirado iniciativas y secundando con entusiasmo las de la Federación Agricolas Católicos de La Rioja. Por sus muchos trabajos realizados, fue nombrado hijo adoptivo y predilecto de Uruñuela (La Rioja), llevando su nombre una de las calles.

Desde el 22 de julio de 1936 no cesaban de llegar a sus oídos las noticias sobre los asesinatos de sacerdotes. Sabía que, si no lograba salir de Toledo, pronto le tocaría a él. Las últimas palabras que tuvo para sus familiares fueron las siguientes: "Si con mi vida se puede salvar España no me importa morir". Salir por las puertas de la ciudad, muy vigiladas por los milicianos, era imposible sin ser detenido en algún control. Al ser verano y en aquella época eran muchos los que acudían al río Tajo, que circunda la ciudad, para bañarse. Don Juan era buen nadador y pensó que si lograba llegar al río como un bañista normal, lo cruzaría con facilidad, y escondiéndose en la otra orilla, esperaría a la noche para alejarse de esa especie de ratonera en que se había convertido la ciudad. Pero no lo consiguió. En el lugar denominado Barco de Pasajes fue descubierto, denunciado e identificado como sacerdote, siendo allí mismo fusilado. Era el 1 de agosto de 1936.




JUAN CARRILLO DE LOS SILOS




El Cristo de la Piedad, en las primeras décadas del siglo XX, en Guadamur, donde Juan Carrillo ejerció el ministerio durante 15 años.
Vocación de dominico. Don Juan nació en Toledo en la calle de Santa Fe el 22 de diciembre de 1873 y el 27 del mismo mes, en la parroquia de La Magdalena, recibe las aguas bautismales. Sus padres Felipe Carrillo y Facunda de los Silos, buenos cristianos, son los primeros en modelar el corazón del niño e inclinarlo hacia la virtud. A los diez años, en la parroquia de San Justo, hace su primera comunión.

A los doce años ingresa en el Seminario venciendo grandes dificultades, pues siendo el mayor de sus hermanos (tenía dos más: Dionisio y Eloísa) eran otros los designios de su familia para él.

Juan no es un alma vulgar que se contenta con poco, quiere darse por completo a Dios y a los diecisiete años ingresa en el Convento de los PP. Dominicos de Ocaña. Una pequeña biografía publicada en “Vida Sobrenatural” en Julio-Diciembre de 1938 (tomo XXXV) afirma que “bien pudiéramos llamar a don Juan Carrillo el gran enamorado del Patriarca de los Predicadores, Santo Domingo de Guzmán, y por lo tanto, amante apasionado de María”.

Un año y medio después un vómito de sangre hace fracasar sus más sublimes ideales y regresa al seno de su familia, no sin llevarse metido en las fibras más recónditas de su alma el amor a Santo Domingo, que le hará repetir tantas veces en su vida: “-Padre mío, que en todo me ganen los dominicos, pero en amarte, ¡no!”

En cuanto le es posible amolda su vida a las reglas y constituciones de la orden dominica que se ve obligado a abandonar, y así le sorprendemos alguna vez en la solitaria iglesia de un convento de monjas haciendo las múltiples inclinaciones que prescribía el ceremonial dominicano para el rezo del oficio divino.



Sacerdote diocesano. Los exquisitos cuidados de la familia le hacen recobrar prontamente la salud y puede continuar su carrera eclesiástica con fervor siempre creciente. Por esta época de su vida colabora activamente en la benéfica obra del Beato Joaquín de la Madrid, al que acompaña pidiendo por los pueblos para los niños pobres, cual si fuera un san Vicente de Paúl.

El 5 de marzo de 1898 recibe la ordenación sacerdotal y el 19, el Obispo le envía al pueblo de Guadamur (Toledo) para celebrar la fiesta de San José y que, por enfermedad del párroco, seguirá atendiendo interinamente. ¡15 años durará la interinidad!

El celo de Don Juan ha captado las simpatías de todos y aquí empieza la vida del sacerdote santo que es de todos y para todos; su programa es el del apóstol de Languedoc, es decir, como Santo Domingo de Guzmán derramar a manos llenas y por todas partes los tesoros de ternura con que Dios ha enriquecido su corazón. Bautiza, confiesa, predica, casa o unge con el óleo santo al que está próximo a partir de este mundo, y esto con el celo de un apóstol y la naturalidad de un santo que parece que no hace nada, porque para él la humildad es como la atmósfera en que respira.

¡Quince años de trabajo incesante en Guadamur! Don Juan es el apóstol infatigable que no repara en ningún sacrificio y que es tan dulce y suave para con todos como de temple de acero para oponerse al mal, aun exponiendo su vida, como le sucedió con unos protestantes que hacían intensa propaganda en aquel pueblo.

Durante los últimos años de su ministerio parroquial fue confesor del Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Prudencio Melo y Alcalde, que había sido consagrado el 20 de noviembre de 1907. Éste le pidió que le acompañase, como su mayordomo, cuando en 1913 fue nombrado Obispo de Vitoria. Luego el 22 de marzo de 1917, el Doctor Melo es nombrado Obispo de Madrid-Alcalá, y don Juan todavía permanecerá a su lado durante un año y medio más, hasta que regrese a la diócesis como capellán de Reyes Nuevos de la Catedral Primada de Toledo. Éste fue el radio de acción en que se desenvolvió toda su vida.

Las relaciones con las almas hacen repercutir en el corazón del apóstol sus dolores y sus alegrías, sus progresos y sus deficiencias, y así tiene para todos palabras de aliento, de consuelo y de esperanza; porque D. Juan posee el don precioso de llegar hasta el fondo de los corazones y conmover sus fibras más recónditas. Con sus sermones electriza a los auditorios. “A Nuestro Padre Santo Domingo he pedido la gracia de sacar fruto de mis sermones”, dijo muchas veces y era verdad indiscutible en mil ocasiones comprobada.

A este propósito, decía el Siervo de Dios Benito López de las Hazas (martirizado a los 81 años durante la persecución religiosa en la ciudad de Toledo): “Yo no sé lo que Don Juan tiene, pero lo que sí sé es que yo he llevado por los pueblos a muchos sacerdotes con fama de elocuentes y sabios, para propagar la devoción al Corazón de Jesús, y ninguno me saca el copioso fruto de Don Juan”.

Otra persona declara: “En otros sermones, por mucho que me gusten, no me da gana de hacer lo que el predicador dice; pero con Don Juan… El otro día nos habló del rosario, que debía ser siempre nuestro compañero… y yo, desde ese día, no lo separo de mí, duermo con él entre las manos, como él nos decía”.

Terminamos este apartado recordando una anécdota que tantas veces él mismo contaba. Un día iba a predicar a Santa Leocadia y unas señoras iban diciendo: “¿Pero quién es el que predica en la novena de la Virgen de la Salud que va tantísima gente?”, dijo una. “Pues, es el hijo del carpintero”, respondió otra. D. Juan siente el corazón rebosar de júbilo: “Muchas gracias, les dice, han dicho como de Jesús: Es el hijo del carpintero”.

Generosidad y devoción. Como todas las almas grandes, en cuanto a Don Juan sus recursos se lo permitían, se mostraba espléndido para todo el mundo, de un modo especial para las religiosas, y aún más si cabe, con las hijas de Santo Domingo. A las religiosas de Madre de Dios las regaló una hermosa Virgen del Rosario, un Santo Domingo, los Sagrados Corazones y dos ángeles de adoración, que todo, desgraciadamente, desapareció durante la persecución religiosa en el verano de 1936. A las religiosas de Jesús y María les regaló una Virgen del Rosario, la Sagrada Familia, la Virgen de Lourdes y Santa Catalina. A las monjas de Santo Domingo el Real un San Joaquín. A las religiosas Gaitanas unos ángeles de adoración. También a las Dominicas de Segovia, a las de Ajofrín (Toledo) y a otras comunidades… ¡cuántos regalos las hizo! ¡Y cuántas cosas más que su humildad ocultó, y que no tuvo más testigo que el Cielo!

Su amor a María y a Santo Domingo era sin límites. Jamás se desvistió de su gran escapulario, que llevaba como buen terciario dominico. Muchas veces decía: “-Por las noches, me envuelvo en mi rosario de quince misterios, porque si me muero quiero que el rosario sea mi mortaja y mi compañero hasta en la tumba”. Todo esto nos hace adivinar lo que había en el fondo de su alma.

Se dice que muchas veces Don Juan había previsto los acontecimientos que iban a sobrevenir y, como de cosa prevista o conocida hablaba de ellos en la intimidad.

Peregrinaciones. De cuando en cuando interrumpe sus ocupaciones habituales (predicar, confesar, misiones, retiros o los ejercicios espirituales a las comunidades religiosas, a las que se sabe atendría por toda la diócesis…) para emprender viajes a diferentes santuarios y así poder explayar su espíritu. Tres ó cuatro veces peregrina a Lourdes, Roma y Bolonia. En muchas ocasiones, aquí en España, visita Caleruega (Burgos) y Segovia.

Por ejemplo, entre las peregrinaciones se encuentra la que casi cada año realizaba a la Santa Cueva de Segovia. Se trata de una cueva, ahora transformada en capilla, donde Santo Domingo de Guzmán oró, se disciplinó y recibió extraordinarias gracias del Señor, entre ellas, la de que se reprodujesen en su alma y en su cuerpo todos los pasos de la Sagrada Pasión. Esto sucedió siendo ya Santo Domingo fundador de la Orden, cuando en 1218 regresó, desde Roma, a España.

Muchos santos a lo largo de los siglos visitaron el lugar, entre ellos Santa Teresa de Jesús en 1576, cuando va a fundar a Segovia. Cuenta la historia que nuestro Señor le comunicó a la gran santa de Ávila: “-Aquí te traigo a mi amigo Domingo para que te recrees con él”. Entonces se le apareció Santo Domingo, el cual le dijo que se alegraba que hubiese ido a aquel lugar, y que no perdería nada, porque él y sus hijos la habían de ayudar en sus fundaciones. También le contó las gracias extraordinarias que allí había recibido del Señor. Todo esto consta por declaración que después la santa hizo a su confesor, el dominico Padre Yanguas.

Los terciarios y las terciarias dominicos de Madrid, dirigidos por los Padres del Convento de Ntra. Sra. de Atocha, tenían la piadosa costumbre de pasar en la Santa Cueva toda la noche del 24 al 25 de septiembre, víspera de una de las fiestas del santo.

Una religiosa dominica da testimonio afirmando: “-Nosotras asistimos una vez y nunca hemos visto cosa que más se pareciese al cielo, o si se quiere al culto de las catacumbas. Pues a estas peregrinaciones solía asistir Don Juan y pagar el viaje para que fuese algún seminarista de Toledo”.

También dice el dominico Padre Perancho: “La hora santa que nos predicaba era algo extraordinario. El último año se la tomaron taquigráficamente y corrían varios ejemplares entre las terciarias de Madrid, que se leían con gran provecho. Recuerdo en la última ocasión que en su misa de madrugada, después de comulgar, empezó un fervorín de despedida y rompió a llorar con tal ímpetu, que no pudo terminar. Acabado el último Evangelio quiso reanudar el hilo de la plática, pero los sollozos volvieron con tanta fuerza que le fue imposible decir la mitad de lo que pretendía”.

Otra testigos insiste: “-¡No olvidaremos nunca, aquellas noches en que, con los peregrinos de Madrid, se pasaba velando en la santa cueva de Segovia, que parecía trasunto de paraíso!” A Don Juan estos recuerdos santos le electrizaban y decía: “¡Yo el más grande pecador, el último de los hijos de Santo Domingo, orar y predicar en donde nuestro Padre oró y predicó!”. El júbilo y entusiasmo delirantes de nuestro terciario, en semejantes ocasiones, era imposible describirlo.

1936, comienza la persecución. Constante, con absoluta entrega y sin retrocesos, siempre mostrándose digno sacerdote y con el celo de un apóstol, se fue deslizando la vida de nuestro mártir.

Según relata su hermana, un día, al regresar a su casa, se le veía profundamente conmovido. Una gran tristeza se reflejaba en su semblante. Eloísa, cariñosa, enseguida le pregunta: “-Pero, Juan, ¿qué te pasa?, ¿qué te han dicho?, ¿qué te han hecho?”. “-Nada, nada, responde, que el Obispo nos ha dicho que, dado el cariz que van tomando las cosas, nos fuéramos preparando algún traje de paisano”. Entonces mirando a la Santísima Virgen, exclamaba: “-¡Madre mía, de paisano no, de sacerdote siempre! Que me concedas la gracia de derramar toda mi sangre, dar mi vida yo, yo el culpable, pero vistiendo mis hábitos talares”. Aquel día no pudo comer.

La casa de Don Juan era para la orden de los dominicos, que pasaban o llegaban a Toledo, como su propia casa. Por eso, su hermana también recuerda a unos dominicos que se dirigían a La Habana (Cuba) de misiones y que querían despedirse de su hermano. Estando allí Eloísa le propone lo siguiente: “-¿Sabes, hermano, lo que se me está ocurriendo?” “-No sé”, contesta. “Pues que te podías marchar con estos Padres… ya ves cómo se están poniendo las cosas”. Reflexionó unos minutos y contestó: “-¿Por qué me dices esto? ¿Es que mi presencia en tu casa podía comprometeros, a ti y a los tuyos?” Ella, entristecida, responde: “-Hombre, eso no lo digas siquiera”. Don Juan terminó diciendo: “-Si es compromiso, me podría marchar, de lo contrario de ningún modo: el Señor aquí me tiene, y si es su voluntad, derramaré por él mi sangre”.

El capítulo más inmediato será, antes del 18 de julio, la novena de la Virgen del Carmen, que predica del 8 al 16 de julio en donde vierte toda su elocuencia y su amor apasionado por María; se supera a sí mismo, habla de la atmósfera asfixiante que se respira y de los acontecimientos que están por venir.

Por su hermana también sabemos que, meses atrás, estando ella en casa enferma y sujeta a una difícil operación quirúrgica, una tarde don Juan se la queda mirando con pena; y, con una ternura indefinible mientras lo observaba todo como si fuera la primera vez que entraba en esa habitación, le dice: “-¡Qué jaula dorada más hermosa, aunque se quedará vacía, ya que los pájaros volarán!”. “-¡Calla Juan!, ¿qué dices?, con lo enferma que estoy y que se te ocurra decirme esas cosas”, replica la hermana. “-¿Es que voy a morir?”, prosigue angustiada mujer. “-No, no, tú vivirás y los demás moriremos, y te quedarás sola”.

El incendio de la Magdalena. Su hermana Eloísa, una vez más, nos sirve de interlocutora validísima con los recuerdos que narró sobre lo vivido junto a su hermano.

“No olvidaremos nunca el macabro espectáculo que nuestros ojos vieron la víspera de Santiago: aquella noche iluminada por los fulgores siniestros de templos, maravillas de arte, que se convertían en pavesas”. A los oídos de D. Juan llegaron estas voces: “-¡Está ardiendo la Magdalena!”. Él exclama: “-Eloísa, ¡sube a ver qué pasa!” “-¡Sí, es verdad!”, contesta su hermana. Sube rápidamente a la azotea. Momentos indescriptibles. Entre sollozos Don Juan exclama: “¡Jesús mío, tú entre llamas! ¡Hasta en el fuego! Yo soy el culpable de todas estas cosas; Señor, piedad, piedad para todos, más ofuscados que culpables”… En esto cae la techumbre de la iglesia y se oyó claro y distinto el metálico sonido de dos campanas. “¡Por última vez, dijo él, oyen mis oídos esas campanas queridas de la iglesia donde me bautizaron, donde canté mi primera misa, donde hubieran salmodiado el Oficio de difuntos el día de mi entierro! ¡Ya no tocarán más, nunca las volveré a oír!” Profundamente conmovido, su corazón de exquisita sensibilidad, no pudiendo resistir tan duro golpe, le hace perder el sentido y caer desmayado.

A la par, junto a los incendios, los asesinatos han empezado y son ya varios los sacerdotes que han derramado su sangre. Durante aquellos días, por la calle se escucharon con frecuencia estos gritos: “-¡Camaradas, venimos de dar el paseo a un cura!”. Don Juan lo sabe y está triste. Sí, muy triste, sus palabras nos ponen de manifiesto los sentimientos íntimos de su noble alma: “-Eloísa, ¿no vienen por mí? ¡Señor, yo no soy digno de derramar mi sangre! ¡Cuánto tardan! ¿No se acordarán de mí? ¡Como soy tan gran pecador no merezco tanta dicha!”.

31 de julio, cuatro de la tarde. A esta hora los milicianos llaman a su puerta. Su hermana abre y ve dos hombres demasiado conocidos en su casa. Sí, recordaba bien que su hermano le había pagado el entierro al padre de uno de ellos y la dote a su hermana para que se casara; y que el otro llevaba siete años trabajando en su casa. Le dijeron: “-Eloísa, podremos pasar a tu casa a buscar a tu hermano, porque siempre nos hemos tratado con mucha franqueza”. “-¿Para qué le queréis si no está?”

En ese momento Don Juan sale de su habitación y dice a los milicianos: “-¿A quién buscáis? ¿A mí? ¡Aquí me tenéis!”. “-Vente con nosotros, le dicen, para prestar declaración; pero, vístete que de cura no te queremos, de paisano, ¿eh?”.

Don Juan no tiene traje de paisano y se pone uno de su cuñado. El Siervo de Dios Osmundo Sanchís Sanchís, esposo de Eloísa, trabajó como factor telegrafista, oficial del Catastro de Riquezas Rústicas de Toledo y luego como Maestro aparejador de Monumentos. Osmundo presenció la detención de su cuñado y cómo su esposa tuvo que adaptarle uno de sus trajes para ir así a la muerte.

Así pues, su hermana se lo arregla un poco y le pone unos imperdibles que no acierta a prender; él lo advierte y le dice: “-Pero hermana, cómo rehílas; tranquilízate. ¡Quién te iba a decir que me amortajarías en vida!” Va sacando de los bolsillos lo que lleva encima, a la vez que le dice a su hermana: “Sé buena; te pido por favor que los perdones, no los mires mal; si algo te queda, repártelo con sus hijos”.

¡Cuánta ternura había en sus palabras! Mientras termina, coge una virgencita de Lourdes y la besa. Eloísa, llorando, se arrodilla ante los milicianos y les dice: “-¡Déjenme a mi hermano!, ¡Déjenme a mi hermano!; yo les daré cuanto quieran, cuanto tengo”. Don Juan, mientras la incorpora, le dice: “-Hija, deja, si lo que quieren son los cuerpos, son los cuerpos”. Abrazándolos se despide de ellos y baja la escalera, con las manos juntas, mientras ora. Con grosería inconcebible un miliciano le da un golpe para separárselas, a la vez que le dice: “-¡Anda tira pa’lante! En la calle le esperan otros siete con innegables muestras de placer. Uno de ellos le espeta: -“¡Anda, guapo, que ya llegó la hora que cayeras en nuestras manos!”.

En la esquina de Chapinería, mirando hacia la capilla del Sagrario, se despide de su patrona la Morenita, Nuestra Señora del Sagrario, santiguándose, también esto incomodó a sus captores, que le propinaron un fuerte golpe con el fusil y le llenaron de injurias.

En el camino se encuentra con un sobrino que le pregunta:

- “¿A dónde va usted, tío?”
- “Ya lo ves, hijo mío, a donde van los demás”, responde.

Son sus últimas palabras. A las cinco de la tarde, en el Paseo del Tránsito, su cuerpo cae acribillado a balazos. Lo fusilan junto al cadáver de Don Ricardo Plá, que desde ayer está tendido en el suelo. Qué pensamientos inspira antes de morir la presencia de aquel cuerpo sacerdotal: junto a un joven sacerdote mártir, ahora él también se entrega. Acribillado por las balas de los milicianos cae muerto en el acto. Luego profanan el cuerpo de Don Juan poniéndole un cigarro en la boca, ¡él que no había fumado nunca!

Tras el asesinato, regresaron los asesinos para desvalijar la casa. Al día siguiente, 1 de agosto, se cumpliría la profecía que Don Juan había hecho meses:”-Los demás moriremos y te quedarás sola”. Los milicianos regresaron para detener a Osmundo. Sólo tuvo tiempo de decirle a su esposa, deshecha de dolor: - Has de ser fuerte. Cuando Dios escribe, aunque nos parezca que los renglones son torcidos, siempre están derechos. ¡Hasta la eternidad! Como su cuñado fue acribillado a balazos en el Paseo del Tránsito de Toledo.




FELIPE CELESTINO PARRILAS
Natural del pueblo toledano de Las Ventas con Peña Aguilera, había nacido el 23 de agosto de 1878. Consagrado sacerdote el 13 de junio de 1908. Desde los años treinta estaba encargado de la parroquia de Cuerva (Toledo) y del Convento de las Madres Carmelitas.

Gracias a un precioso manuscrito titulado “El Getsemaní de las Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo)” que conserva la comunidad podemos detallar las últimas horas de Don Felipe.

Como tantas monjas las Carmelitas vivieron normalmente su vida de observancia hasta el estallido de la guerra civil: serán expulsadas y su convento saqueado. El 22 de julio, ajenas, pues, como estaban al movimiento revolucionario que estalló en España, de repente sonaron fuertes golpes en la sacristía de la iglesia de las monjas. Insisten los golpes en el torno de la sacristía, acompañados de fuertes campanillazos. Acude la sacristana y reconoce la voz del Capellán que, sin más preámbulos, le dice: “-Avise a la Madre Priora para que venga inmediatamente”. Ésta se presentó y ¡cuál no es su asombro y sorpresa al encontrase en el torno tres coponcitos llenos de formas! “-Pero, ¿qué es esto?”, pregunta asustada la M. Priora. “-¿Son quizás formas consagradas?”

Don Felipe, con la voz velada por la emoción, contesta afirmativamente, mientras se apresura a custodiar a Jesús Prisionero entre sus esposas queridas, para que no fuese profanado por aquellos, que están escoltándole. “-Obre con ellas, según lo exijan las circunstancias”, dice con la voz algo temblorosa. “-Estoy solo. En el pueblo soy el único sacerdote. He pedido la gracia de recoger de la parroquia y del convento el Santísimo y me ha sido concedida. ¡Ahí le tiene usted! ¡Guárdemelas bien! Estoy detenido”.

Una vez repuesta del susto, la Madre Priora pregunta: “-Pero, D. Felipe, ¿qué es lo que ocurre?” Evidentemente, allí está el que preside la comitiva. Con enorme amabilidad, el cabecilla le dice: “-No se inquieten. No ocurre nada. D. Felipe está detenido, pero pronto le soltarán. Ahora, entraremos a registrar el convento pues, al efecto, hemos recibido órdenes muy severas”.

Tras la petición-orden las carmelitas abren las puertas de par en par y la turba invade el convento. Ponen guardias en la puerta reglar y en las que dan salida a la huerta, y entre algazaras y gritos infernales, registran el convento de arriba abajo. Uno, al cual llaman “el diablo”, hace su papel a las mil maravillas, no dejando hueco, ni rincón, ni caja, aún la más chica, en donde no metiera sus manos. Todo lo revolvieron, de tal manera que, después de terminada su vandálica hazaña, aquello parece un auténtico campo en el que se ha librado un batalla sin par.

Los tres coponcitos que ha traído don Felipe, milagrosamente, se han salvado de la profanación. Son las diez de la noche, aproximadamente, cuando dan fin a su importante trabajo: buscan armas en el convento y como no las encuentran, se marchan. Las monjas quedan completamente aterradas y llenas de pena y de dolor.

Al amanecer, el 23 de julio, comienza con una nueva sorpresa, cuando en el torno de las MM. Carmelitas se presenta el Capellán, sobre todo convencidas como estaban de su detención. Nadie le ha visto y viene para darlas, por última vez, la Sagrada Comunión.

Don Felipe está emocionado y anima a sus monjas a que cumplan la voluntad de Dios en todo, sin miedo, ni temor. En su rostro se adivina claramente la resignación que llena su alma, y en sus labios brilla la dulce sonrisa del justo que todo lo espera de la Divina Providencia. Les reparte la Sagrada Comunión, recibida por las carmelitas entre lágrimas y suspiros. Inmediatamente, se marchó, contento y feliz por el deber cumplido, no sin haberlas dicho: “-¡Hijas mías! Perdonemos de corazón a los que nos hacen estas cosas”.

Las monjas recuerdan lo que sucedió hace unas semanas. Era el día de la fiesta del Carmen, de la cual don Felipe era devotísimo, además de ser Terciario de la Orden del Carmen. Acaba la misa solemne, fue a saludar a las monjas al locutorio para felicitarlas y muy impresionado, contó: “-Hoy, la Santísima Virgen del Carmen, al entrar yo el primero en la iglesia y fijarme en Ella, en su altar, me ha mirado como queriendo decirme algo; no sé lo que será. ¡Algo me va a ocurrir!” “-Pues, ¿qué va a ser?”, le decía la Priora. “Alguna cosa buena”, relato una de las mayores. “La mirada de la Virgen no puede ser sino para cosa buena”. Tal vez, piensan ahora las carmelitas, aquella mirada que creyó recibir de la Santísima Virgen, quería anunciarle su fin, por medio de tan terrible martirio. A ellas no las sorprende esta gracia singular, siendo don Felipe tan amante y entusiasta devoto de la Reina del Carmelo.

A la tarde de aquel mismo día, en medio de la justicia y custodiado como un malhechor, lo llevan a la cárcel. Allí le han tenido detenido durante tres días, haciéndole pasar horribles trabajos.Al tercer día, en la fiesta del Apóstol Santiago, Don Felipe Celestino y algunos otros detenidos en Cuerva son llevados en una camioneta hasta Toledo con el pretexto consabido de las declaraciones.


Fotos de Juan Gamero Navamuel





El capellán de las Madres Carmelitas ha dedicado su vida a los pobres hasta el punto de que los mismos extremistas han dicho muchas veces: “-Con Don Felipe no hay que meterse, pase lo que pase”. Cuando en el pueblo, los que iban a misa, le decían que sus continuas limosnas no habían de ser agradecidas, él respondía: “-Yo no puedo distinguir si los necesitados son de los que se llaman de izquierdas o de derechas; todos son criaturas humanas, hijos de Dios y acreedores a ser socorridos en sus necesidades espirituales y corporales”.

Nada de esto le valió. Los excéntricos han sido superiores y el sacerdote junto a dos seglares es conducido a la prisión que hay en la Diputación Provincial de Toledo. Y quizá, porque no hay sitio, los tres son acribillados en la escalinata de la misma entrada. Era el 25 de julio de 1936.




RUFINO ESTEBAN-MANZANARES CANO

Nació el 19 de julio de 1902 en Navahermosa (Toledo), hijo de Casildo y María Paz. En el libro de Bautismo de la parroquia consta que recibió el subdiaconado el 22 de septiembre de 1923, de manos del Cardenal Reig Casanova. Se ordenó el 29 de noviembre de 1925.

Tuvo que hacer el servicio militar en Ceuta. Cuando ya había recibido las primeras órdenes, como pertenecía a una familia de pastores, le decía en broma a su primo Juan de Dios que era guardia civil: “-¡Ya hay dos autoridades en la familia!”. Éste primo hermano fallecía en la Navidad de 1924, y desde entonces don Rufino se volcará en la educación de sus dos hijos, Amalia y Jesús. El neosacerdote se llevará, desde el principio, a vivir con él a sus padres y a su hermana Socorro, que tenía una aguda discapacidad mental.

Amalia, pasaba temporadas con don Rufino en Totanés (Toledo), en donde ejercía como párroco y recuerda que iban con frecuencia a Noez a visitar al Siervo de Dios don Félix Calleja Blas (que después pasó de coadjutor a la parroquia de Los Yébenes y que sufriría el martirio en la primera semana de guerra, el 24 de julio). Gracias a ella conservamos muchos recuerdos del Siervo de Dios.

En julio de 1936 don Rufino estaba destinado en la parroquia de San Julián de Noez (Toledo). Atendía a sus obligaciones pastorales con gran entrega y diligencia. “Era muy cercano a la gente que respondía con su cariño a ese celo y trabajo por atraerse a los vecinos en su mayoría campesinos entregados a sus labores”. Hombre generoso en extremo, daba todo lo que tenía y algo más especialmente socorriendo a las viudas, huérfanos y enfermos a los que visitaba frecuentemente llevándoles el Viático y también su consuelo.

La catequesis era su gran preocupación, que impartía a diario después de terminar los chicos la escuela, incluso los domingos antes de la Misa mayor. Se le recuerda jugando con toda normalidad con los jóvenes con los que participaba en sus juegos de pelota.

El día 25 de julio, fiesta del Santiago Apóstol, estando en el templo para disponerse a celebrar la santa misa con algunos feligreses, los milicianos invadieron la iglesia. Le obligaron a quitarse los ornamentos y hasta la sotana, para después encerrarle en la torre, con el pretexto de que vigilara posibles incursiones de adversarios. Vuelto a su casa, permaneció allí hasta ser detenido con el Siervo de Dios don Ignacio Estrella (Nuestros mártires/77), párroco de la localidad vecina de Pulgar (Toledo), que había ido buscando seguridades que no encontró. Milicianos de la FAI y de la CNT detuvieron a los dos sacerdotes y los encerraron en las escuelas.

Finalmente el 8 de agosto, Don Rufino y Don Ignacio, después de sacarles de la prisión, son conducidos hasta la localidad próxima de Polán (Toledo) y allí se les obligó a bajar del vehículo que los transportaba, ordenándoles que se volvieran de espaldas, pero ambos se negaron. El sitio del martirio fue en las cercanías de la fábrica de harinas de Guadamur junto a la carretera, donde se levantó luego una cruz. Apretando el rosario entre sus manos, Don Rufino les dijo: “-¡Los seguidores de Cristo son valientes y mueren de cara a los que los matan!” Murieron perdonando a sus asesinos.




ÁNGEL ALONSO PERAL



Natural de Noblejas (Toledo), nació el 20 de mayo de 1904. Sus padres se llamaban Luis y Sinforosa. Cuando nace Ángel el padre ejerce de botero en Tarancón (Cuenca), donde residen. Mientras el mundo vive convulsionado por el estallido de la Gran Guerra, la vida del pequeño Ángel quedará marcada por la muerte de su padre. Con diez años regresa con su madre a vivir a Noblejas donde crece en medio de dificultades económicas, en alguna medida, resueltas por el entorno familiar.

A los pocos años ingresa en el Seminario de Toledo. Tras la ordenación sacerdotal el 14 de diciembre de 1928, celebra su primera misa el 26 de Diciembre en su pueblo natal. Sobrecoge leer el recordatorio de su ordenación sacerdotal celebrada en los días de la Natividad del Señor: “¡O veneranda sacerdotum dignitas in quorum manibus, velut in utero Virginis, Filius Dei incarnatur!”. Los cuatros sacerdotes que aparecen citados en la estampa padecieron el martirio. Como orador sagrado tomó la palabra el Beato Liberio González Nombela, párroco de Torrijos. Ejercieron de padrinos eclesiásticos el Siervo de Dios Matías Heredero Ruiz, párroco de Noblejas, que será asesinado el 23 de julio y el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez, párroco de Los Cerralbos, que obtuvo la gracia del martirio siendo después coadjutor en Villacañas el 5 de septiembre. El cuarto fue nuestro protagonista.

Su primer destino fue el de regente de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Cabañas de Yepes (Toledo). Después pasó a ejercer el ministerio en Guadamur (Toledo).

Según cuentan testigos directos fue un hombre serio, trabajador, sencillo, piadoso. Su servicialidad para con todos es comentario general de todos los testigos. El dominico P. Isidoro Morales recuerda que preparaba con celo sus homilías y que se le consideraba un excelente predicador.

Tras la fundación en Guadamur, en 1933, de un Centro Juvenil de la Acción Católica pasó a ser un objetivo a eliminar por grupos de ideología marxista. Cuando estalla la guerra ya no le dejarán vivir. El 24 de julio de 1936 le prohíben ir a la iglesia y volver a celebrar la Misa. Además, aunque le impiden salir de su domicilio, le notifican la conveniencia de ausentarse del pueblo, ya que su vida corría peligro. Él se esconde con su madre en otra casa de la parroquia. Los registros se suceden, y escondido en sitios inverosímiles (una pared doble, un pajar…) los va sorteando. Al ver que venían en su busca se traslada a otro domicilio permaneciendo diez días en una de sus buhardillas. Los milicianos amenazan a la dueña de la casa si no delata el lugar en que se encuentra el cura.

En la madrugada del 10 de agosto las milicias deciden personarse con el albañil que construyó esa casa, y dan con él, comprobando que tenía un aspecto demacrado y penoso. “-Ya está aquí el pájaro”, gritan. La despedida de su madre fue desgarradora. Al pasar junto a la iglesia entre los esbirros que la custodian, ve las cenizas aún humeantes de todo el mobiliario y ajuar litúrgico quemado. “-Quiero morir aquí junto a mi iglesia”, les dice. Pero ellos le empujan a culatazos hasta el ayuntamiento. No dejaba de preguntar por el Siervo de Dios Alfonso González, párroco de Argés y Layos, hijo del sacristán de Guadamur. Y, aunque ese mismo día fue asesinado a 200 metros del pueblo, no quisieron decírselo.

Finalmente, en un coche lo llevan a Toledo hasta el Comité Provincial, para esa misma tarde fusilarlo junto a las tapias del matadero, cerca del puente de San Martín de la Ciudad Imperial.




JOSÉ RODRÍGUEZ Y GARCÍA-MORENO


Natural de Madridejos (Toledo) nació el 18 de marzo de 1886. Realizó sus estudios en el Colegio Español de Roma y fue ordenado el 16 de julio de 1909. En los dos años siguientes obtuvo la cátedra de Teología, de Historia Eclesiástica, de Crítica Bíblica e Introducción al Antiguo y Nuevo Testamento. Años después y, pese a su juventud, en 1917 fue nombrado examinador Prosinodal.

En 1918 recibió el encargo de delegado del Sr. Cardenal en la Comisión Provincial de Monumentos. En 1920, con 34 años, obtiene la Cátedra de Teología Fundamental. Entre 1922-1924 ejerce de Vicario capitular, gobernador eclesiástico y delegado general de Capellanías. Siendo también Vicario General y provisor interino.

En el amplio crucero de la Catedral resonaba su voz cálida, potente, densa de doctrina, bella y elegante de forma, que enseguida alcanzó justa fama entre los toledanos como predicador consagrado. La familia conserva como auténticas reliquias algunos de sus sermones manuscritos y otros mecanografiados. De 1922, cuando el 12 de marzo, se cumple el III centenario de la canonización de la santa abulense, conservamos un panegírico a la Santa sobre el que predica:

“¡Ah!, sí, yo descubro – afirma D. José hacia la mitad del discurso- en esta serenidad de Teresa el carácter sobrenatural del apóstol; más aún, veo una prueba de la divinidad de su entusiasmo como se ve una señal inequívoca del heroísmo en el sueño apacible de un guerrero que no respira sino en el combate y sin embargo duerme tranquilo esperando el amanecer”.

Diez años después, cuando estalla la guerra en julio de 1936, los guerreros estaban dispuestos. El ejército de apóstoles, bajo la bandera de su Divina Majestad, se fue preparando poco a poco con la serenidad sobrenatural de los santos, con las armas que propone el Apóstol de la fe, de la esperanza y de la caridad, y sabedores de que, tras el martirio, vendría la victoria segura.

Por entonces, el Siervo de Dios ejerce de Canónigo Magistral de la S. I. C. P. de Toledo, profesor de Teología Fundamental en el Seminario Mayor, juez de Grados de Sagrada Teología, Derecho Canónico y Filosofía, juez Prosinodal, miembro de la Comisión de examen para la predicación, de la Junta Económica Diocesana…

Don José fue detenido el 2 de agosto en su domicilio. De carácter entero, no se doblega ante los milicianos que lo detienen.

Cuando llaman a la puerta de su casa, la señora que lo atiende quiere salvarlo y con valentía les dice que allí no está. Los marxistas no se fían y cuando comienzan a subir el primer piso, Don José les sale al paso, sin ofrecer resistencia.

“-Venimos a por ti de parte del Gobernador”, dice uno de ellos.
“-Está bien, vamos” -contesta sonriendo suavemente.





Conducido a la Diputación Provincial, donde está una de las prisiones habilitadas, no llega a entrar. Bien porque el lugar está lleno, bien porque está sentenciado desde el principio, lo conducen por la puerta trasera a la fachada norte y allí es fusilado.

En el panegírico, que citábamos antes y que tuvo el Señor Magistral en 1922 en el III centenario de la canonización de Santa Teresa de Jesús, el Siervo de Dios termina diciendo:

“Orgullosa, legítimamente orgullosa puedes estar, oh Toledo, no por ser encanto del arte y embeleso de la historia, no por haber sido el ensueño secular de romanos, visigodos, árabes y cristianos; no por haberse celebrado en tu seno aquellas inmortales asambleas político-religiosas, diplomático-teológicas, cuna de nuestra unidad católica, base de nuestra nacionalidad, pedestal de nuestra monarquía y fuente de nuestra civilización y que han pasado a la historia con el nombre de Concilios Toledanos; no por haber sido baluarte defensivo en nuestra lucha de ocho siglos; no por ser la ciudad de los reyes y de los pontífices, la sede arzobispal del gran cardenal Mendoza y de Jiménez de Cisneros; no por ofrecer a la mirada extática del artista y del creyente tus sublimes monumentos arquitectónicos-religiosos, relicarios del arte y de la fe de nuestros mayores… ¡No!, aunque estas glorias no circuncidaran tu frente de reina, el florón más preciado de tu corona sería haber albergado en tu seno varias veces, embalsamando tu ambiente con el aroma de sus virtudes, y pidiendo a tu cielo inspiración para escribir sus dos obras principales (“El camino de perfección” y “Las Moradas”), a la extática virgen avilesa, la mística Doctora, la celestial Reformadora del Carmelo”.

Pues parafraseando a este gran predicador, nosotros añadimos que incluso aunque nuestra ciudad no hubiese albergado entre sus murallas a la gran santa de Ávila, el florón más hermoso de tu corona, oh Toledo, es haber recogido la sangre de tus mártires, del clero toledano, que en aquel verano de 1936 supo engrandecerte por entregar sin miramientos su vida por Cristo, nuestro Señor, con la mirada puesta en la Virgen del Sagrario.







PEDRO HIJAS SÁNCHEZ

Nació el 8 de marzo de 1903 en Oropesa (Toledo), por eso se le puso el nombre de Pedro Juan de Dios. Primero porque en dicha fecha se celebra al santo hospitalario y, en segundo lugar, porque aunque la tradición sitúa el nacimiento de San Juan de Dios en el país vecino de Portugal, se sabe que a la edad de ocho años se trasladó a España recalando en Oropesa (Toledo) en donde se dedicó al cuidado y pastoreo de ganado.

Los padres de Pedro se llamaban Antonio y Águeda. Recibió las aguas del bautismo el 12 de marzo de 1903 en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Oropesa (Toledo). Confirmado el 28 de diciembre de 1929, en la misma Parroquia.

Cuando estalla la guerra civil le faltaba una asignatura para terminar la carrera de Farmacia, aunque ya ayudaba en la Oficina de Farmacia que su padre regía en Oropesa (Toledo). Los testigos le recuerdan entregándose a todos y aconsejando muy bien a sus clientes enfermos. Valía mucho profesionalmente y como persona, pero no se daba importancia. Era muy trabajador, llevaba prácticamente sólo la farmacia, dado que su padre era muy mayor.

Respecto a su vida de piedad se sabe que era un hombre comprometido con su fe, practicaba con mucha asiduidad, y daba ejemplo en su pueblo, ya que no era lo normal que los jóvenes fueran a Misa. Siempre llevaba el escapulario de la Virgen del Carmen y acudía mucho a Ella. Como buen oropesano era muy devoto del Beato Alonso de Orozco.

Estaba soltero y no tenía novia. Presidente de las juventudes de la CEDA de Oropesa, era también miembro de la Acción Católica.

Lo que sucedió durante el mes de junio de 1936 demuestra la valentía del Siervo de Dios, pues siempre iba con la verdad por delante, aunque esta manera de ser, le produjese problemas. Resulta que en el pueblo había un hombre llamado Octavio, de profesión veterinario, que siempre se manifestaba ante todos mostrando su anticlericalismo y su odio para con Dios, y estando en uno de los bares de la plaza del Ayuntamiento, ante un grupo grande de vecinos del pueblo, tiró un crucifijo al suelo, lo pisó y escupió, mientras decía “-Dios no existe”. Todos los presentes callaron cobardemente, excepto Pedro que recogió el crucifijo del suelo, lo limpió y le dijo que no fuera tan cobarde, ofendiendo de ese modo a Dios. Este vecino, le dijo: “-Serás de los primeros en caer”.

Cuando estalló la guerra Oropesa quedó en zona republicana. Los milicianos, a cuyo frente estaba el tal Octavio comenzaron a detener a varias personas. Acordándose de las amenazas recibidias, Pedro para que no le cogieran se escondió durante unos días en la buhardilla de la casa de sus padres, que aparentemente estaba vacía. Pero a los pocos días, el 28 de julio, lo encontraron en la casa y se lo llevaron detenido al Ayuntamiento y luego a la cárcel del pueblo. No le hicieron juicio y le sacaron la madrugada del 30 de julio para matarlo.

Antes de salir, le dijo a su mejor amigo Daniel Robledo, detenido también: “-Me llevan a matar”, y mientras se despedían, le dijo: “-Vete a ver a mi padre, si sales vivo, y dile que muero pensando en Dios y en él, y en mis hermanos”.


Le hicieron subir a una furgoneta, junto a otros tres vecinos. Durante el trayecto iban rezando. A las afueras del pueblo, en la carretera hacia Madrid, en el Prado de los Álamos, les hicieron bajar, y los fueron matando. El se quitó las gafas y dijo: “-Prefiero morir sin ver nada, para poder rezar y no distraerme”. A él le dieron 40 puñaladas y como no acababa de morir, le dispararon un tiro en la nuca y le arrancaron el escapulario del Carmen, pero él lo cogió entre sus manos. Murió rezando y perdonando. Mientras le daban las puñaladas, sus asesinos se reían ante sus sufrimientos físicos. Los cadáveres fueron encontrados en el término de Calera.



TOMÁS DE TORRES Y HERNÁNDEZ






Nació el 6 de marzo de 1905 en Burujón (Toledo), sus padres se llamaban Basiliso y Flora. Tomás era el quinto de seis hermanos. Tras realizar los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de San Ildefonso, recibió la ordenación sacerdotal de manos del Cardenal Pedro Segura, el 21 de septiembre de 1929.

En el recordatorio de su primera misa, celebrada solemnemente el 15 de octubre en su parroquia natal de San Pedro Apóstol de Burujón (Toledo), se nos dice que actuó como orador sagrado el Capellán de Reyes, Siervo de Dios Juan Carrillo de Silos, y que uno de los padrinos eclesiásticos era el Siervo de Dios Pascual Martín de Mora, párroco de San Nicolás de Toledo, ambos en proceso como nuestro protagonista.

Durante casi un año ejerció de familiar del recién consagrado Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Feliciano Rocha y Pizarro, que había sido preconizado obispo el 15 de noviembre de 1928 y consagrado en marzo de 1929. Tras la ordenación, don Tomás fue enviado a su primer destino: dos pueblos de Guadalajara, Torre del Burgo y Heras del Ayuso. Luego ejerció el ministerio en Fuentelaencina (Guadalajara). La familia conserva una fotografía del 11 de septiembre de 1932 con una dedicatoria: “Recuerdo cariñoso a mis queridos (madre y hermanos) de su inolvidable hijo y hermano respectivamente”.

Tres meses antes de estallar la guerra civil en Burujón (Toledo) estaba ejerciendo el ministerio uno de los pocos sacerdotes que lograran salvarse de la persecución religiosa, se trataba de don Román Beteta García, pero el 12 de mayo de 1936 tras recibir amenazas de muerte, fue expulsado por las autoridades marxistas. Entonces don Tomás que estaba destinado en Villamiel (Toledo) regresa a su pueblo natal.

Cuando estalla el conflicto armado llevaba unos tres meses sustituyendo al párroco de su pueblo natal. Pero él también sufrió trabas y amenazas, al punto que la última vez que pudo celebrar misa en la iglesia, sólo para consagrar y llevar el Viático a un enfermo, fue el 8 de julio, antes de la guerra. Incluso hay testigos que recuerdan como en una ocasión un grupo de milicianos, venidos de Gerindote y Escalonilla, echaron a la gente de la iglesia y al Siervo de Dios le impidieron seguir celebrando la santa misa.

Después de haber vivido junto a su madre estos tres meses, tras el 18 de julio se va de su casa para ocultarse en la de su tío Tomás Hernández del Toral. Como don Tomás había perdido a su padre durante el período del Seminario, su tío les había prohijado a él y a una de sus hermanas, María Andrea. Sorpresivo fue el momento en el que los anarquistas vinieron a detener a Sabina, esposa de su tío y a su hermana María Andrea, para conducirlas a declarar a Madrid.

Según se sabe, tío y sobrino permanecieron en la casa hasta el 9 de septiembre, cuando deciden huir al campo para encontrarse con Francisco y Dámaso, hermanos del Siervo de Dios, que estaban escondidos, y así evitar ser detenidos. Pero a los pocos días, tras un chivatazo, tío y sobrino fueron apresados y encerrados en el Ayuntamiento. Tras solicitar la presencia de milicianos que venían huyendo de la zona de Torrijos, el 22 de septiembre, son fusilados a escasos metros del pueblo. Don Tomás, sacerdote de Jesucristo, murió perdonando de viva voz a sus asesinos.




AGUSTÍN RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ






La Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, por la pluma de don José Lillo Rodelgo, Inspector de 1ª Enseñanza, publicó en 1939 la necrológica, escrita tras la muerte martirial, del Siervo de Dios Agustín Rodríguez y Rodríguez, que pertenecía a la misma institución desde 1921. Diez años después, en 1931, había tomado posesión de la plaza de Académico Numerario, en la Sección de Bellas Artes, don José Lillo que conserva para nosotros, setenta años después, la cantidad de datos que ahora ofrecemos sobre el cabeza de grupo de mártires toledanos de nuestro proceso de canonización del Siervo de Dios Eustaquio Nieto y Martín y compañeros mártires. Cada diócesis castellano-manchega junto a la abulense tiene un titular que encabeza todo el grupo diocesano. La serie que en esta sección presentamos nos ofrece pormenorizadamente la vida de don Agustín.

Agustín nació el 13 de abril de 1883 en Morgovejo (León), hijo de Raimundo y Melchora. Antes de cumplir los 9 años comenzó los estudios de Latín y Humanidades en la Preceptoría de dicha villa de Morgovejo, que había fundado su tío paterno Anselmo Rodríguez. Después ingresó en el Seminario Conciliar de León en el curso 1895-1896. Los tres cursos siguientes, de Filosofía, los cursa en el Seminario Conciliar de Valderas (León). La fotografía nos muestra a tres alumnos de este seminario: de pie Agustín, junto a un primo suyo llamado Raimundo Rodríguez, que llegó a ser canónigo archivero de la Catedral de León. El tercero es un paisano de ambos, llamado Tomás.

Por entonces ejercía de rector de este Seminario su tío Anselmo, quien viendo la buena disposición y las buenísimas calificaciones del joven decidió enviarle al Seminario-Universidad de Toledo. Aquí cursó el primer año de Sagrada Teología en 1899-1900. Nuevamente su comportamiento le valió la beca para estudiar en Roma, después de ser incardinado en la Archidiócesis toledana.

En la Universidad Gregoriana de la Ciudad Eterna cursó y aprobó, desde el 21 de octubre de 1900 al 22 de julio de 1906, cuatro cursos de Sagrada Teología, tres de Derecho Canónico y dos de ampliación de Filosofía en la Academia de Santo Tomás de Aquino, habiendo obtenido los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor en las tres mencionadas Facultades con las notas de Superavit en el Barchillerato de Teología; Superavit cum laude en el Doctorando de la misma Facultad, y Superavit bene en todos los demás exámenes; siendo la fecha del Doctorado en Filosofía el 21 de diciembre de 1900; del de Teología el 4 de julio de 1904, y de Derecho el 26 de junio de 1906.

Además es en Roma donde inicia y amplía su cultura idiomática: cursó un año de italiano, dos de francés, uno de inglés y uno, respectivamente, de hebreo, griego y siríaco, habiendo obtenido muy buenos resultados.

El 19 de julio de 1906, es decir, a los 23 años de edad, cuando don Agustín es ya Doctor en Filosofía, en Teología y en Derecho Canónico, fue ordenado sacerdote en Roma. Vuelve a Toledo, y el 31 de octubre de ese año se le nombra Capellán del Convento de las Madres Jerónimas de Toledo, cuyo cargo desempeñó hasta el 30 de junio de 1907, en cuya fecha pasó como ecónomo de Villacañas (Toledo) y, en esta parroquia permaneció hasta el uno de octubre de 1907.

Su breve paso por la vida parroquial le ofrece motivos para mostrar su preparación y su fuerte personalidad. En Villacañas ordenó e impulsó cofradías y asociaciones piadosas de la más diversa índole; se entregó por entero a la visita y socorro de los enfermos y desvalidos, y muy singularmente a la predicación, con éxito y resonancia que cundieron por toda la diócesis. La revelación del joven párroco de Villacañas fue justamente por eso: por sus sermones magníficos, llenos de doctrina, construidos con esa noble y fuerte elegancia que fue luego perfil específico de la oratoria del Siervo de Dios. Su cultura, su sencillez, su vida santa, su palabra acogedora y maestra, prendieron en Villacañas hondas amistades que no borró jamás el tiempo.


Luego, a lo largo de su vida, pronunció muchos sermones notabilísimos, entre los que destacan el solemne triduo pronunciado en el Convento de La Purísima de León, los días 7, 8 y 9 de julio de 1927 con motivo de la beatificación de su fundadora, la Beata Beatriz de Silva. Con igual motivo había predicado en el de las Concepcionistas de Toledo el 5 de mayo de ese mismo año. Predicó también en la Catedral de León el 22 de octubre de 1930, con motivo de la solemnísima coronación de la imagen de Nuestra Señora del Camino que publicó la prensa leonesa.

Después de su estancia en Villacañas regresó a Toledo por haber sido nombrado, en el curso 1906-1907, profesor de Arqueología y Geografía Bíblica en la Universidad Pontificia de Toledo. En los años 1908 a 1910, explicó Historia Eclesiástica, y en 1910 desempeñó también las cátedras de Sagrada Teología y Crítica Bíblica, desde este último curso fue Juez de Grados en la Facultad de Filosofía.

En mayo de 1911, previa oposición, fue nombrado canónigo de la S.I.C.P. de Toledo, y un año después canónigo Lectoral, por lo cual desempeñará desde entonces las cátedras de Sagrada Escritura.

La densa preparación de don Agustín, sumada a su talento portentoso, dieron frutos magníficos en muchas actividades de su vida. Pero, sin duda alguna, más aún que su palabra hablada - con ser tan maestra y enseñadora -, más que sus sermones de profunda didáctica, lo que más cuadraba con su espíritu, sus gustos y su afán, era el libro, el folleto, el periódico. A su complexión mental, fuerte y ágil, le seducía la investigación, el juicio íntimo, el pensamiento elaborado largamente. Sus producciones, por eso fueron todas selectas y finas. Desde el libro substancial al artículo humorístico y temible, la pluma de nuestro amigo tuvo siempre una metódica personal, un gesto clásico, una pureza de forma y una frondosidad tal de ideas, que desde primera hora señalaron sus condiciones excepcionales de escritor y de periodista.

En el año 1909 publicó en Toledo “La Misa. Estudio Dogmático-Histórico”, que fue alabado en el Commentarium Oficciale de la Santa Sede y recomendado por el propio Cardenal Secretario de Estado.

Ya antes de ese libro se había distinguido su pluma de excelente escritor en el Certamen celebrado en Toledo con motivo del cincuentenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Obtuvo el premio ofrecido por el Cabildo con la obra “San Ildefonso, su vida, sus obras e influencia en la devoción a María Inmaculada entre los españoles”.

Pronunció notabilísimos y muy documentados discursos, publicados la mayoría de ellos. En 1920 publicó la conferencia pronunciada en el Círculo Católico de Toledo el 7 de marzo con el título“La cuestión obrera. Actitud de los católicos frente al problema del trabajo”. También editó “El Hospital de San Juan Bautista”, discurso de ingreso en la Academia; “Santa Teresa de Jesús en Toledo”, que pronunció en la Academia el 18 de marzo de 1923, con motivo del III centenario de la canonización de la Santa de Castilla; “Semblanza del Cardenal Mendoza”, pronunciado en la Academia el 27 de junio de 1928 para celebrar el V Centenario del nacimiento del ilustre Cardenal; “La Iglesia y la Educación física”, con motivo de un curso de dicha enseñanza dedicado al Magisterio toledano; “El matrimonio cristiano”, conferencia para glosar la encíclica “Casti connubii”.

Era Director del “Boletín Diocesano” y de la revista mensual “Inmaculada”. Publicó también tres anuarios estadísticos de la diócesis de gran mérito (1929, 1930 y 1933). Tenía en preparación –algunas cosas muy adelantadas, casi ya para darlas a la imprenta – numerosos trabajos. Tenemos noticia de los siguientes: un grueso tomo de “Sagrada Liturgia”, con destino a libro de texto en Seminarios y Colegios; una traducción, con comentario, de los “Santos Evangelios”, faltándole sólo el de San Juan; libros escolares con destino a la enseñanza primaria del Colegio de Doncellas Nobles; una “Biblioteca del Maestro” de 16 volúmenes que don Agustín dirigiría junto al autor de la necrológica que citamos al principio de la presente biografía. Resulta, según cuenta don José Lillo, que el 16 de julio de 1936 participó juntó a don Agustín de una larga entrevista en el Palacio Arzobispal junto a un editor de Madrid para que el uno de octubre de 1936 se publicase el primer volumen.

Mención especial necesita su labor periodística. La agilidad de pensamiento de don Agustín, su cultura, su dominio gramatical, su honda y fina ironía, se manifestaron en el periódico. Era un periodista de dimensiones formidables. Dirigió muchos años el periódico toledano, que el transformó en diario, y que llevó por título”El Castellano”. Sus campañas, sus glosas políticas, sus artículos doctrinales o ligeros, eran siempre comentadísimos.

Fue nombrado Académico de Número el 15 de noviembre de 1921, con un notable discurso que tituló “El Hospital de San Juan Bautista, extramuros de Toledo” documentadísimo trabajo de investigación y de Historia. No podemos olvidar en este relato que en sus investigaciones en dicho Hospital don Agustín descubrió una pequeña escultura del “Resucitado” hecha por el Greco. El Greco como escultor fue un tema que el Siervo de Dios estudió larga y concienzudamente. A él se deben otras iniciativas y colaboraciones artísticas, como la remodelación del Salón de Concilios y el proyecto del popular Monumento al Sagrado Corazón en los jardines de la Vega.

Muchos y diversos cargos desempeñó don Agustín a lo largo de todo su ministerio: fue Secretario particular del Cardenal Aguirre (1909-1913), quien le propuso para que se le nombrara Obispo auxiliar, entonces sólo contaba con 26 años. Después fue propuesto para las sede de Jaca y Palencia, pero se sabe que él no aceptó. Tiene que constar que la sencillez, la modestia, la fina, severa y elegante humildad le acompañó siempre en su modo de proceder. Dedicó toda su vida al trabajo del modo más anónimo posible. Al lado de los Cardenal Segura y Gomá trabajó intensísimamente.

Desde 1928 fue Provisor de la Diócesis y Juez Metropolitano. En una larga temporada dirigió la Empresa Editorial “Voluntad” de Madrid; inició y animó la “Editorial Católica” de Toledo. Y, hasta su asesinato, fue Administrador General del Hospital de San Juan Bautista, conocido como el Hospital de Afuera, de Toledo.

Fue nombrado Director del Colegio de Doncellas Nobles. Toda su gustosa y profunda inclinación didáctica don Agustín la vertió en este Colegio. Lo mejor de su espíritu, de su sabiduría y su talento, lo puso allí. No sólo se entregó a la dirección moral de las jóvenes, sino que abordó, con toda hondura, la reforma pedagógica de los estudios de aquel internado, siempre con ánimo de buscar para las colegialas una preparación seria, moderna y útil. Hizo “programas escolares” para cada una de las enseñanzas. En los últimos meses preparaba la reforma del Reglamento del Colegio, buscando que fueran muchas más las jóvenes que disfrutasen de los beneficios de aquella rica y notable Institución. Como cosa inmediata, pensaba organizar, dentro del Colegio, la fabricación de cerámica artística, como enseñanza útil y bella para las colegialas.

El alzamiento militar del 18 de julio de 1936 sorprende en Tarazona al cardenal primado Isidro Gomá y Tomás, adonde había acudido para la consagración episcopal de Gregorio Modrego y Casaus, que iba a ser su obispo auxiliar. Don Agustín Rodríguez ejercía como Teniente Vicario General, desde el pontificado del Cardenal Segura, por ello, en la tarde del 22 de julio, cuando le ofrecen entrar en el Alcázar, donde hubiera salvado su vida, por un sublime sentido de la responsabilidad declina tal oferta. De poco le sirvió, pues a las pocas horas lo detienen y encarcelan.

Junto a él, otros nueve sacerdotes (entre ellos el Beato José Polo Benito), fueron encarcelados paulatinamente en la Cárcel Provincial. Los Hermanos Maristas llevaban encerrados desde el día 20. Entre todos los presos, durante los días del mes de agosto, reina un auténtico espíritu de caridad: se organizan distribuyéndose el trabajo, se consuelan mutuamente en aquellas penalidades y se juntan para actos frecuentes de piedad, como el rezo del rosario recitado en común…

Como auténticas reliquias los familiares de don Agustín han conservado una serie de billetitos con breves misivas que dirige a su hermana Bárbara. En todas ellas insiste en dos cosas: que está bien y que no necesita nada, que no le lleve nada de comida… pues no se la entregan. “Cuándo vengáis por la ropa, traedme un lapicero y cuartillas…” “Sigo bien y pensando siempre en vosotros” (fechada el 17 de agosto de 1936). En varias solo pone “Estoy bien”. Tal vez en la última escribe “Mi querida hermana: Hace ya un mes… Sigo sin novedad… No necesito nada: me basta que vosotros tengáis lo necesario”.



El magnífico periodista Luis Moreno Nieto relata así el martirio de Don Agustín que se vio involucrado en uno de los episodios más luctuosos de los vividos entre las 72 tristes jornadas del dominio marxista en Toledo.

“Repasemos los hechos: el día 22 de agosto apareció en el cielo de Toledo un trimotor rojo de bombardeo, escoltado por un caza. El aparato arrojó sobre el Alcázar bombas y bidones de gasolina con dispositivo especial para provocar incendios. Doce de los artefactos cayeron dentro del edificio, pero otros muchos, debido a la impericia de los aviadores y a un miedo frente a un enemigo débilmente armado y sin defensa antiaérea, cayeron sobre los parapetos marxistas que rodeaban la fortaleza, destrozando a varios milicianos.

Este suceso produjo cierta efervescencia entre los milicianos, pero nada hubiese ocurrido si los jefes no hubieran tomado el hecho como motivo para perpetrar unos asesinatos en los que ya venía meditando. La horrorosa matanza, a la que la impericia de un aviador sirvió como pretexto, había de realizarse de todos modos.

Ambos sucesos fueron enlazados casuísticamente para privar el crimen de la crudeza de lo premeditado, y en la añagaza cayeron muchos de los que han comentado luego este suceso. La elección de víctimas no fue debida al azar. Los encargados de consumar el hecho sabían perfectamente lo que tenían que realizar y no hubo titubeos ni improvisación. El mismo engaño con que los presos fueron sacados de la cárcel es una prueba de la alevosía del crimen.

Al atardecer de aquel día, octava de la Santísima Virgen del Sagrario, el patio de la prisión era un hervidero. Los presos fueron sacados de sus celdas y amarrados de dos en dos formando cuerda. Cuando anocheció 80 personas, en dos grupos fuertemente escoltados por milicianos, franqueaban las puertas de la cárcel. El asesinato fue perpetrado con nocturnidad y traición. A los presos se les había dicho que marchaban al penal de Ocaña, e iban a pie hacia las afueras de la población. A cierta distancia les seguía un camión que portaba ametralladoras.

La noche era muy negra. Solo el rápido brillar de los relámpagos y la movediza luz de los faros del coche alumbraba la caravana. Previamente se había mandado apagar el alumbramiento del Cambrón y sus alrededores. Los milicianos iban provistos de linternas, y al pasar por la histórica puerta, los que iban en vanguardia dieron gritos para ahuyentar a los vecinos de la barriada. El crimen no quería testigos. Habían salido ya fuera del recinto amurallado. Un grupo, por la izquierda, fue conducido hacia la explanada posterior del Matadero, ya cercana al puente de San Martín, y el otro grupo, por la derecha, marcha hacia la fuente de Salobre.

El primer sacrificio se hizo –según parece- en la explanada de carretas del Matadero. Al ser desviados los presos de la carretera para ser apoyados en el muro del Matadero municipal, se dieron cuenta de que iban a morir. Los reflectores del camión, cruzado en la carretera, alumbraban la escena. La ametralladora enfilaba a los presos e inmediatamente comenzó a funcionar. Al mismo tiempo los milicianos disparaban sus fusiles. Unos sobre otros caen amontonados. Los agonizantes fueron rematados después a tiros de pistola. Poco después se repetía en la fuente del Salobre el mismo lúgubre espectáculo. Los presos fueron apartados de la carretera, junto al pilar del abrevadero. Los vecinos de la barriada oyeron un fuerte rumor, como de sorpresa y de protesta, que fue rápidamente acallado por los disparos de la ametralladora y el más lento de la fusilería. Allí quedaban tendidos sacerdotes, militares, industriales… Allí quedó tendido el cuerpo del Siervo de Dios Agustín Rodríguez junto a los otros sacerdotes y religiosos…

A la mañana siguiente, los cadáveres habían desaparecido. En el suelo había charcos de sangre y esparcidos junto a ellos, pañuelos de bolsillo, cajetillas de tabaco, cartas familiares. Los cadáveres fueron trasladados en camiones al depósito de Nuestra Señora del Sagrario. Una persona a quien la incertidumbre de un hermano muerto le llevó hasta allí, pudo contemplar el horrible cuadro del depósito rebosante de carne muerta. Eran los despojos de la jornada más trágica y dura del dominio rojo en Toledo”.






JOSÉ FERRÉ DOMENECH, LUIS FERRÉ DOMENECH y FELIPE RUBIO PIQUERAS
Estos tres sacerdotes pertenecían al clero catedralicio en 1936. Los tres habían sido organistas o lo eran a la hora de su martirio. Y de los tres hay referencias históricas, tanto de su ejemplaridad sacerdotal, como de su fama como musicólogos.

Antes de referirme a ellos, quiero expresar mi gratitud a los que han encontrado en distintas fuentes huellas de esos mártires. En Madrid, D. Juan Manuel López Marinas, que investigó en el “Diccionario de la música española e hispanoamericana”, y en la revista “Tesoro sacro musical” de los PP. Claretianos. En Tarragona, a la Secretaría de ese Arzobispado que me remitió con prontitud y amabilidad los datos del nacimiento y bautismo de los dos hermanos Ferré.

Comienzo con los hermanos José y Luis Ferré Domenech. Ocurrió que ambos fueron fusilados hacia el mediodía del 25 de julio de 1936 en el Paseo del Tránsito. Esa mañana unos aviones de la República volaban arrojando octavillas y algunas bombas sobre los defensores del Alcázar. Una de esas bombas se desvió y vino a explotar en el patio-jardín de la casa en que moraban ambos hermanos, no lejos del Paseo del Tránsito, por San Cristóbal.

Inevitablemente entraron al poco tiempo muchos vecinos y con ellos varios milicianos, que quisieron saber quiénes eran los dos individuos que moraban en la vivienda. La gente les dijo con naturalidad que eran dos sacerdotes. Fue suficiente. Los detuvieron, se los llevaron y no mucho después los fusilaban en el cercano Paseo del Tránsito.

Habían nacido en Alcover (Tarragona): José nació el 23 de diciembre de 1877, siendo bautizado el mismo día; Luis nació el 7 de enero de 1882, siendo bautizado el día 8. Sus padres legítimos se llamaban Juan Ferré - labrador- y María Doménech. Tenían un hermano mayor, de nombre Juan, también aficionado a la música, nacido en 1867, y que recibiría la ordenación sacerdotal en la Seu d’Urgell el 8 de febrero de 1891. Terminaría siendo canónigo en la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca).

José y Luis, siendo ya sacerdotes, vinieron muy jóvenes a Toledo. El primero fue José, que tomó posesión de la plaza de organista en nuestra catedral en 1906. En 1917 sería nombrado Capellán de Reyes, cargo que ostentaba en 1936, dejando la plaza de organista, que ocuparía pocos meses más tarde el tercero de los mártires que recordamos: Felipe Rubio Piqueras. Su hermano Luis, también sacerdote, vendría como organista a la catedral en 1908, y terminaría muy pronto siendo Maestro de Capilla y profesor de los seises del antiguo Colegio de Infantes. Allí tuvo durante cierto tiempo como alumno, en su adolescencia, al posteriormente famoso Jacinto Guerrero.

El tercero, Felipe Rubio Piqueras, era organista, como queda dicho, de la catedral en 1936. Antes de su detención y mientras le conducían al martirio el 27 de julio del 36, iba repitiendo: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En su mesa de trabajo quedó una composición que iba a presentar en un certamen de la Academia Mariana de Lleida. Y concluía la carta que dirigía a su presidente con estas exclamaciones: “¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!”



Y es que por entonces se presumía la catástrofe que estaba a punto de sobrevenirnos. Había nacido en Valera de Arriba (Cuenca) el 13 de septiembre de 1881 y ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1904. Contaba 21 años de edad cuando opositó al órgano de la Catedral de Badajoz, el 21 de enero de 1903. Se posesionó del beneficio el 18 de abril, ejerciendo su ministerio hasta 1918 en que fue promovido al órgano de la Primada de Toledo. Durante sus años pacenses tuvo como segundo organista don Rafael Lozano Alonso, presbítero, natural de Villanueva de la Serena (Badajoz). Compositor y musicólogo, contribuyó decididamente la renovación de la música sacra hispana a raiz del Motu Proprio de San Pío X.

Doy ahora algunos datos de la actividad cultural en el campo de la música de los tres mártires. Son datos obtenidos principalmente en los números de la revista “El Tesoro sacro musical”, de los años 1927, 1928 (octubre y noviembre), 1929 (febrero y mayo), 1930 (junio), 1931 (diciembre). Se recoge en estos números un amplio trabajo, obra de Rubio Piqueras, sobre el estado y la renovación de la música sagrada en España por entonces. En el último, otro asimismo de Juan M. Fernández. En plena guerra aún (1938) se publicó otro número en abril con un artículo de Jerónimo Bonilla, recordando al organista Rubio Piqueras y de paso a los dos hermanos Ferré.

El trabajo principal que se cita, de Rubio Piqueras, se titula “El archivo musical de la catedral de Toledo”. Se conoce también por sus referencias y las de otros que en la primavera de 1924 se creó en Toledo la Asociación de cultura musical, que tuvo actividad hasta 1933 y de la que fue Delegado José Ferré y en la que su hermano Luis desempeñó un papel muy activo.

Precisamente la casa que ellos habitaban entonces en el nº 4 de la calle de la Plata les servía de lugar de reunión. Se conserva en el Archivo del Ayuntamiento una solicitud firmada por José Ferré, en su calidad de Delegado en Toledo de dicha asociación musical, pidiendo a la autoridad municipal la concesión del Teatro de Rojas para un gran concierto que se estaba preparando, con la actuación también de artistas extranjeros. La firma en septiembre de 1924.

En la citada revista “Tesoro sacro musical”, se citan algunas composiciones de Luis Ferré y otras que parecen ser de ambos hermanos. Del primero, “Misa ferial”, a tres voces; “Miserere mei fili David”, a seis; el motete mariano “Tota pulchra”, a tres voces y orquesta; el himno “Vexilla Regis”, a cuatro voces. Se conservan asimismo de Luis, o quizá también de su hermano, motetes de Semana Santa: “In monte”, a cuatro voces; “Pueri”, a cuatro y ocho; “Gloria laus”, a cuatro. Del Domingo de Ramos: “Las Lamentaciones”: primera, del miércoles, a tres; segunda, del jueves, a tres; segunda del viernes, a tres; y el ofertorio “Dextera Domini”, del Jueves Santo. Sabemos asimismo que Luis compuso el “Himno de la coronación de la Virgen del Sagrario”.

Rubio Piqueras, en su artículo, hablando especialmente de Luis Ferré, dice que al hacerse cargo de su misión en enero de 1908, “se encontró con el problema hondo y difícil de soterrar lo viejo malo, sustituyéndolo por lo nuevo bueno o por lo menos regular y aceptable. A la balumba de composiciones chabacanas, necias, y estultas del siglo XIX, locales y no, hubo de oponer lo litúrgico o por lo menos, algo que se le aproximara. Esa fue la labor del señor Ferré en los primeros años de su actuación. Luego, con transcripciones de obras polifónicas y con tal o cual composición propia, ha ido encauzando el gusto por los nuevos derroteros”.

“El actual Maestro de Capilla, Sr. Ferré, y con él los que hemos desempeñado cargo musical en la Catedral toledana, hemos dado a conocer el último grito del arte religioso europeo, aún el más avanzado, siempre, claro está, dentro de lo litúrgico. Se ha ejecutado, pues, en la gran Catedral lo mejor del repertorio moderno y aún modernista. Digamos que los organistas de la época renovadora son Ferré (D. José, actualmente Capellán de Reyes) y hermano de D. Luis (actual Maestro de Capilla)”.

No encontré aún más datos sobre estos dignos y cultos sacerdotes mártires. Pero lo referido es un argumento más de que aquella persecución anticristiana, no fue solo contra la Iglesia, sino también contra nuestra riqueza cultural y artística.





TOMASA MEDINA GONZÁLEZ y CARMEN CANDENAS MEDINA

POR JAIME COLOMINA TORNER

Al referir el martirio de estas dos mujeres en Ocaña, manifiesto mi agradecimiento al P. Jesús Santos Montes, O. P., residente durante largos años en Ocaña y académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, por haberme facilitado estos datos de su archivo, que completan los que ya tenía yo.

Tomasa Medina González nació en Ocaña el 7 de marzo de 1891. Tanto su familia como ella misma, fueron profundamente religiosos. Se unió en matrimonio con Eduardo Candenas. Tuvieron dos hijos, Félix y Carmen. Félix, con 19 años en 1936, había iniciado la carrera de Medicina. Carmen, con 17 años, estudiaba piano en Madrid, y asistía a las clases de las Hermanas Dominicas.

Tomasa era de comunión diaria y estaba muy relacionada con la Comunidad Dominica de Ocaña; pertenecía a la Cofradía del Rosario Perpetuo. Fue también nombrada Maestra de Novicias de la V.O.T., esto es de las que deseaban ingresar en la Comunidad de Dominicas seglares.

En Ocaña fueron 194 los asesinados en los tres meses siguientes, la mayoría solo por sus convicciones cristianas. Casi todos habían sido encarcelados ya el 20 de julio. Y antes de finalizar el mes, comenzaron las ejecuciones. El marido de Tomasa, Eduardo, sería fusilado el 3 de agosto; el hijo, Félix, ya en la cárcel.



Las dos pobres mujeres quedaron solas y aterradas. La adolescente Carmen tenía en casa un piano para sus estudios musicales. El 17 de agosto irrumpen en la vivienda 15 milicianos con un papel del alcalde la villa, reclamando ese piano para su Casino o Casa del Pueblo. La chiquilla sugirió tímidamente que ya había uno allí. –“No importa. Lo necesitamos. Y además os comunicamos que mañana sacamos de la cárcel a Félix. Ya sabéis para qué”. A la noche siguiente Félix yacía cosido a balazos.
La madre y la hija quedaron aterradas, hundidas, esperando de un momento a otro su detención, sumergidas en la oración, dentro de su angustiosa soledad.

El momento llegó en la mañana del 22, cuando los milicianos aporrean la puerta gritando. Las dos mujeres saltan como pueden una tapia del patio interior, buscando refugio en una casa vecina, ocultándose bajo haces de leña; la madre con la pierna malherida en ese salto. Las milicias fuerzan la entrada y al no hallarlas dentro, las buscan en la vecindad y no tardan mucho en dar con ellas.

-No les hagáis daño. Son muy buenas, protesta una vecina.
-¿Y qué? También lo es mi marido y le han obligado a luchar en el frente, responde una miliciana.

Las suben a una camioneta entre insultos y malos tratos, que continúan durante el camino. Parece incluso que uno de ellos violó delante de su madre a la pobre chiquilla.

Poco más allá de Villatobas (Toledo) las mataron. ¿Cómo? No parece que fueran fusiladas, sino degolladas. De hecho, cuando mucho más tarde se buscaron sus restos, apareció la cabeza de la madre cortada.

Así pues, la Fraternidad de Dominicos Seglares de Ocaña (Toledo) cuenta con el honor de tener una Sierva de Dios en sus filas. Y lo mismo se puede decir de los cofrades del Rosario Perpetuo del Ocaña, pues madre e hija pertenecían a una y otra.




ANTONIO REQUEJO SAN ROMÁN



Hace tres años (marzo de 2006 entrega nº 56) publicábamos la extensa biografía del Siervo de Dios Jesús Requejo San Román que fue asesinado durante la persecución religiosa en Madridejos (Toledo) el 17 de agosto de 1936. Junto al padre fue asesinado su hijo Antonio, cuyos datos biográficos publicamos ahora.

Antiguamente las partidas de bautismo no se ceñían a remitir una serie de datos (nombres, apellidos, fechas y localizaciones geográficas) eran, muchas veces, auténticas narraciones de los hechos acaecidos en torno al nacimiento de la nueva criatura. Así, en el libro X del Archivo Parroquial de Nuestra Señora del Azogue de Puebla de Sanabria (Zamora) en la diócesis de Astorga, don Norberto Rodríguez García que ejerce de coadjutor nos informa que “el 27 de abril de 1907, puse los Santos Oleos y suplí las demás ceremonias del bautismo a un niño, a quien por causa de necesidad había bautizado en debida forma María Gallego Rodríguez vecina de esta vecindad. El niño nació a las once y media de la noche del 19 de abril de 1907. Le puse por nombre Antonio, José, Vicente, Expedito y es hijo legítimo del abogado don Jesús Requejo San Román y Doña Antonia San Román San Román, naturales y vecinos de esta Villa ésta, y aquel del Pueblo de Castro de Sanabria”.

Los padres de Antonio se casaron el año antes, el 5 de julio de 1906, en Puebla de Sanabria (Zamora); y el niño sería su única descendencia.

Agradecemos desde estas líneas a Doña Sagrario Téllez Labrador, historiadora local de Madridejos y archivera municipal de dicho Ayuntamiento, los datos recogidos y ofrecidos a la Postulación.

Según nos dice “don Jesús Requejo llega a Madridejos como propietario de la plaza de Registrador de la Propiedad en 1924”. Para entonces Antonio ya ha cumplido 17 años. Un testigo afirma que Antonio era “un chico guapote, muy listo y muy bueno”.
El recordatorio que por “sus mártires” doña Antonia San Román hace, tras finalizar la guerra en mayo de 1939, para los funerales en la parroquia natal de Puebla de Sanabria (Zamora) nos recuerda que su hijo Antonio tenía 29 años y que era Licenciado en Derecho. Además de Congregante de “los Luises”. La Congregación de Nuestra Señora del Buen Consejo y san Luis Gonzaga, llamada familiarmente de “Los Luises” dependía de la Compañía de Jesús.






El 11 de mayo de 1931 Madrid vive uno de los capítulos de la conocida quema de conventos por las turbas marxistas. Se comenzó incendiando el convento de los PP. Jesuitas en la calle de la Flor (los sacerdotes tuvieron que huir por los tejados ante las amenazas de muerte, insultos y golpes) y siguieron con el centro de enseñanza de Artes y Oficios de la calle de Areneros (dedicada a enseñar oficios a jóvenes humildes), el Colegio de Nuestra Señora de las Maravillas, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle), en la calle Bravo Murillo y otra escuela para niños de obreros; escuelas de salesianos y otros conventos y templos. En el asalto a la casa profesa de los Jesuitas de la calle de la Flor, se perdió en las llamas su biblioteca, que era considerada la segunda de España tras la Biblioteca Nacional, y que contaba con 80.000 volúmenes que incluían ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón. Ardió a las 13.00 la iglesia de Santa Teresa (plaza de España), y a las media hora el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) de la calle de Alberto Aguilera, perdiéndose su biblioteca (20.000 volúmenes con obras únicas).

A principios del año siguiente, por decreto del 23 de enero de 1932, la Segunda República Española disuelve la Compañía de Jesús en España y se incauta de todos sus bienes. En ese momento había en España 2.987 jesuitas que atendían 40 residencias, ocho universidades y centros superiores, 21 colegios de Segunda Enseñanza, tres colegios máximos -para la formación de sus miembros-, seis noviciados, dos observatorios astronómicos, cinco casas de ejercicios espirituales y 163 escuelas de Enseñanza Primaria o Profesional. Unos 6.800 alumnos en todo el país recibían la educación de la Compañía.

El joven Antonio Requejo era uno de los 900 “luises” que forman parte de la Congregación de Nuestra Señora del Buen Consejo y san Luis Gonzaga, conocida como Congregación Mariana Universitaria, y que tenía su sede en la calle Zorrilla. Como recoge el padre López Pego en su obra “La Congregación de “Los Luises” de Madrid” (Bilbao 1999) la actividad dirigida por las Padres en todos los campos (vida espiritual, formación, academias, deportes, actividades culturales…) era impresionante, convirtiendo a los jóvenes universitarios en auténticos apóstoles.

La Residencia de los Padres de la Calle Zorrilla fue incautada el 6 de febrero de 1932 por las autoridades republicanas. De modo que, al ser expulsados los jesuitas de la Residencia de Zorrilla y también los congregantes de sus locales, por otro decreto especial, los congregantes tuvieron que adaptarse a una vida de clandestinidad, marcada por una pobreza de medios, en la que se siguió trabajando a pleno ritmo.

El 11 de mayo de 1931, don Jesús Requejo, padre de Antonio, publicaba un ensayo que lleva por título: “De la Revolución española. Los Jesuitas”, narrando lo acontecido y en defensa de la Compañía de Jesús.

En el primer semestre de 1936, ya Licenciado en Derecho, el joven abogado Antonio Requejo se encuentra preparando las oposiciones a notario. La familia vivía a caballo entre Madrid y Madridejos (Toledo). El domicilio familiar de los Requejo estaba en el nº 103 de la madrileña calle de Hermosilla.

Tras las elecciones de febrero Don Jesús Requejo fue elegido Diputado en las Cortes españolas por el partido de la Comunión Tradicionalista durante la Segunda República. Como ya informamos su trabajo en las Cortes nos hace descubrir en sus intervenciones a un valiente defensor de la Iglesia y de los derechos del hombre, únicos motivos que le impulsaron a presentarse como candidato en aquellas últimas elecciones.

Doña María de la Osa, que junto a su madre estaban encargadas del cuidado de la casa de la familia Requejo, recuerda perfectamente los sucesos de aquellos días:

“Cuando Antonio cogió las vacaciones, estaba preparando las oposiciones a notario en Madrid, llamó a sus padres para decirles que él se iba desde allí a Puebla de Sanabria y que luego se reunieran con él, pero el padre le dijo que no, que se viniese a Madridejos y así iban todos juntos en su coche. Pero la fatalidad quiso que estando aquí el hijo estallara la guerra, y ya no pudieron marchar ninguno”.

Tras llegar las fechas luctuosas de la guerra civil española, el 20 de julio de 1936, el párroco Don Prudencio Leblic Acevedo (Nuestros mártires /73) fue detenido arbitrariamente por milicianos frentepopulistas, sin mediar juicio, auto de prisión ni justificación alguna, salvo la de ser sacerdote. Compartió la prisión con otros detenidos, con buen ánimo y reconfortándoles hasta el último momento.
Finalmente, los últimos días del mes de julio Don Jesús fue encarcelado junto a su hijo Antonio. El ambiente estaba enrarecido, ya se oía que estaban encarcelando a la gente, que habían llegado a Madridejos milicianos de otros pueblos y una mañana se presentaron en casa de los Requejo, con fusiles y con relativa educación los invitaron a que los acompañasen a la cárcel. Don Samuel Santa Olalla Moreno-Cid, que trabajó con don Jesús asegura que invocó su inmunidad parlamentaria, pero no le sirvió de nada, tan sólo de mofa y desprecio. Sus enfrentamientos por defender a la Iglesia con Dolores Ibárruri, la famosa Pasionaria, le señalaban como víctima escogida.

La cárcel estaba instalada en el antiguo convento de los franciscanos, conocido en el pueblo como San Francisco. “Nos dijeron que podíamos bajarles colchones y mantas, y así lo hicimos. Cuando llegamos con todo aquello, nos lo hicieron subir a una antigua cocina del edificio que sería la que ocupasen el tiempo que duró el encarcelamiento; y lo dejamos en el suelo”. La testigo, su madre y la esposa de Don Jesús Requejo acudían a la cárcel para atender a los presos, llevándoles el desayuno y la comida.

El 17 de agosto fue sacado de la prisión junto con otros once compañeros para ser fusilados en el paraje de La Matilla en Los Yébenes (Toledo). En aquel lugar cayeron un centenar de personas entre sacerdotes, religiosos y laicos. D. Prudencio pidió a sus verdugos ser el último para dar la absolución a sus compañeros de martirio; murió bendiciendo y perdonando a sus asesinos. Fue enterrado en el cementerio de Los Yébenes y posteriormente sus restos fueron trasladados a la iglesia de Madridejos donde reposan.




JESÚS BRAZALES SALCEDO
Gracias al sacerdote D. Amós Damián Rodríguez de Tembleque que atiende actualmente Marjaliza (Toledo) recuperamos la historia del Siervo de Dios Jesús Brazales. Así como al querido D. Eduardo Álvarez, que durante tantos años ejerció como Sacristán Mayor en la S.I.C.P. de Toledo, y que nos lego las páginas del Capítulo XLII (“Los que saben vencer”) del libro “Llamadas íntimas” que escribió el P. Benjamín Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo), franciscano del Vicariato Apostólico de Tánger, ambos (el franciscano y el mártir) emparentados con él.

Jesús nació en Marjaliza (Toledo) el 17 de agosto de 1916. Sus padres eran Patricio Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo) y Fortunata Salcedo. El padre ejercía de secretario del Ayuntamiento de Marjaliza y de sacristán en la parroquia.




A la educación cristiana recibida de sus padres, juntaba también la recibida en el Seminario Conciliar de Toledo, donde pasó varios cursos de preparación para el sacerdocio. Cuál fuera su disposición de ánimo e los últimos días y en los últimos instantes de su vida consta por los datos siguientes: su cristiano padre, ante las circunstancias de aquellos álgidos momentos, se preocupaba de lo que pudiera ocurrir, y trató de sondear la disposición de ánimo de su hijo, a lo cual éste, decidido, contestó: “Padre, esté usted tranquilo; confesé y comulgué el día en que aquí, en el pueblo, se celebró la última misa y estoy preparado a sufrir resignadamente lo que Dios quiera”.

Más tarde, en el momento en que los enemigos de Dios y de la Patria penetraban en su casa para apresarle y muy pronto matarle, tomó en sus manos la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que solía tener en la cabecera de la cama, y dándola a besar a sus padres y hermanos, les dijo: “No lloréis, voy al cielo y allí pediré por todos vosotros”. Y como último recuerdo les dejó un papel escrito de su puño y letra, cuyo contenido es el siguiente, que copio literalmente: “Viva el Sagrado Corazón de Jesús. Postrado delante de Él le he ofrecido mi sangre para que me perdone mis pecados. Yo, si he de dar mi cuerpo para que lo maten, lo doy con mucho gusto por Él, pero sepan que mi alma no la matan, sino al contrario: la glorifican. Padres, no me lloren, pues me voy al cielo; les pido que no me olviden en sus oraciones. Perdono a mis enemigos, pues ellos me han subido al cielo. Viva Cristo Jesús y la Santísima Virgen, mi madre”.

El valeroso joven que esto escribía, y que así se despedía de sus padres y hermanos de la tierra, estuvo muy pocas horas en la cárcel, pero aún éstas las dedicó, y así consta por testimonios fidedignos, al apostolado entre sus compañeros y a infundir en el ánimo de éstos sentimientos de valor y de resignación cristiana, hasta que en la noche del 31 de agosto de 1936, en las inmediaciones de Marjaliza (Toledo), y a una distancia no mayor de cincuenta metros del lugar en que fue martirizada Santa Quiteria, virgen española de fines del segundo siglo del cristianismo, fue fusilado, habiendo sido sus últimas palabras, como afirma un testigo presencial, el valeroso grito, pronunciado con toda entereza y energía: ¡Viva Cristo Rey!




ALFONSO GONZÁLEZ AYUSO

Agradecemos a don Pedro Antonio Alonso Revenga el material fotográfico que nos ha cedido para “Padrenuestro”. La información del mártir es de un artículo que sobre la vida del Siervo de Dios se publicó en el nº 22 de la revista “El Rollo” de junio de 1999, según declaración verbal de León Mª González Ayuso, hermano menor del mártir, testigo presencial.



Iglesia de Guadamur



Colegio D.Andrés Hornillos (Guadamur)
Natural de Guadamur, nació el 20 de noviembre de 1905. Sus padres se llamaban Petronilo González Santillán y Doña Felisa Ayuso Díaz. Desde su infancia siempre fue un niño ejemplar, lo mismo en casa como en la iglesia a la que iba a diario, ya que su padre era el sacristán de la parroquia y le ayudaba en sus tareas. Igualmente en la escuela, dadas sus cualidades don Andrés Hornillos se creyó en el deber de ponerlo en conocimiento de sus padres para felicitarles por su buen comportamiento en clase con los demás niños y por la gran inteligencia de su hijo Alfonso.

A Alfonso le gustaba vestirse con una pequeña sotana que su buena madre tuvo que hacerle y con los niños del pueblo solía organizar procesiones con pequeñas imágenes de Santos que tenía en su casa. Salían por las calles y por el campo con los santos en las andas, entonando canciones religiosas. Algunos testigos recuerdan que Alfonso les “predicaba” y que todos le conocían por “el curita”.

Un buen día -relatan algunos compañeros suyos- íbamos muchos niños en una de esas procesiones cantando y llegando a una era en la que se encontraba una mujer con una manada de pavos, se dirigió a Alfonso y le gritó: -“¡Alfonsito, para la procesión y que se callen los niños que se espantan los pavos!” A lo que Alfonso respondió: “¡Que se espanten los pavos y que siga la procesión!”

En su casa tenía una buena colección de folletos pequeñitos, con biografías de santos, de los que la familia aún conserva algunos. No se dormía nunca sin haber leído antes alguno de ellos.

Alfonso, finalmente ingresó en el Seminario Menor de Toledo, donde enseguida se distinguió por su aplicación, obediencia, humildad y simpatía; siempre estaba muy alegre. A su debido tiempo pasó al Seminario Mayor donde también se distinguió por su ejemplaridad. Era de familia humilde, disfrutaba de una beca de estudios que el Conde de Cedillo había legado a los seminaristas de Guadamur.

Alfonso tenía muchos y muy buenos amigos. Entre sus condiscípulos estaba don Anastasio Granados, que más tarde sería obispo auxiliar de Toledo y Obispo de Palencia. En las vacaciones de verano iba a Guadamur y organizaba festivales y funciones de teatro con los jóvenes repartiendo lo que recaudaban entre los más necesitados, a los que profesaba gran estima, visitándolos con frecuencia para llevarles alimentos y ropas. Un día su buena madre echó en falta la ropa de la cama de su hijo Alfonso, cuando le preguntó si lo sabía, éste le contestó que se la había llevado a un anciano pobre que estaba enfermo.

En la iglesia ayudaba al párroco en las tareas de la catequesis, liturgia y cantos, tocando el órgano. Por fin, Alfonso logró su gran sueño y recibió la ordenación sacerdotal, de manos del Cardenal Pedro Segura, el 21 de septiembre de 1929. Cantó su primera misa del 28 de septiembre del mismo año en la parroquia de Santa María Magdalena, predicando el Siervo de Dios Juan Carrillo de los Silos. Sus padrinos fueron los Condes de Cedillo. Éste día fue una gran fiesta tanto para él como para sus familiares, padres, hermanos y abuelos… Su primer nombramiento será el de párroco de Aranzueque y Valderachas, en el arciprestazgo de Pastrana (Guadalajara).

“El Castellano”, diario católico de información, como reza en su cabecera, nos informa el viernes 12 de septiembre de 1930 que: “El día de la fiesta, al amanecer, la música recorrió las principales calles de la villa tocando alegres dianas; y a las diez se celebró la misa solemne a toda orquesta, ocupando la sagrada cátedra don Alfonso González. Por la tarde, del día 8, fue el ofrecimiento y procesión que como en años anteriores constituyó un verdadero acontecimiento religioso, pues devotamente asistieron todo el pueblo y la hermandad en pleno, debidamente organizados bajo la presidencia de las autoridades… y ya serían más de las nueve cuando a los acordes de la Marcha Real y a los vítores del pueblo entusiasmado, hacía su entrada triunfal la Santísima Virgen en su ermita”.


La foto que nos envía Pedro Antonio Alonso Revenga nos muestra a Alfonso, con sotana y sobrepelliz, en el ofrecimiento a Nuestra Señora de la Natividad en su fiesta del 8 de septiembre.

De los pueblos de Guadalajara, primer destino de Alfonso, al año siguiente, en 1930, se le encarga la capellanía del Convento de Santa Cruz de las Madres Cistercienses de Casarrubios del Monte (Toledo). Finalmente, en 1932, es nombrado párroco para los pueblos de Argés y Layos, también en la provincia de Toledo. En ambos pueblos le querían muchísimo, pues era muy cumplidor de sus obligaciones con los niños, jóvenes y adultos.

Don Alfonso permaneció en Argés y Layos hasta el mes de julio de 1936, ya que al comenzar la Guerra Civil tuvo que regresar a Guadamur, donde estaba su padre, sus hermanos y su abuela paterna; su madre había fallecido. León María, hermano menor del mártir, testigo presencial que redactó para la revista “El Rollo” estas líneas, contaba junto a sus hermanos que los días anteriores a su martirio, Alfonso oraba y se preparaba para bien morir.



Uno de los primeros días del mes de agosto, y debido a que su padre era el sacristán de la parroquia y guardaba las llaves de la puerta de la iglesia y de la sacristía, enviaron al hermano menor que fuera al templo y se trajera la Sagrada Eucaristía. León María fue, pero al ir a abrir la puerta, le sujetaron y le quitaron las llaves de la mano enviándole a casa.

La mañana del 10 de agosto de 1936, fue un día terrible para Guadamur, ya que ese día fueron asesinadas varias personas, así como quemadas las imágenes y los altares de la iglesia. Don Alfonso estaba en casa con su familia. Su padre estaba enfermo en cama. Todos se lamentaban por la quema de las imágenes y la profanación del templo. Un gran silencio reinaba en la casa cuando vieron entrar por la puerta a seis individuos armados con fusiles.



Ofrecimiento con el SD Alfonso



Sacerdotes en el castillo
Ya en el interior preguntaron: “¿Quién es el cura?”.
A lo que Don Alfonso respondió rápidamente: “Yo soy”.
Entonces se lo llevaron aparte y le dijeron: “-Si nos das diez nombres de personas de derechas de aquí, no te matamos”.
“Si os los doy –respondió con lógica- mataréis a los diez y a mí con ellos, así que haced conmigo lo que queráis”.
“Entonces, echa palante”, le dijeron.

Él no tuvo valor para despedirse, tan solo lo hizo de su abuela, a la que abrazaba, mientras le decía: “-Adiós, abuela, hasta la eternidad”.

Le retuvieron en la plaza, ante la iglesia, dos o tres horas para que contemplara la parodia sacrílega en la que, revestidos algunos milicianos con ornamentos, se burlaban de los ritos religiosos, mientras ardían las imágenes y el ajuar litúrgico. Le hicieron llorar amargamente. Luego le llevaron al ayuntamiento donde había milicianos de la FAI, que vinieron al pueblo expresamente para matar a gente. Un vecino del pueblo dijo:
“-No matéis a este que ha hecho mucho bien en el pueblo con los pobres y necesitados”.
Esto no sirvió para nada, ya que ellos respondieron:
“-Pero es cura y hay que matarle”.

Le subieron a una camioneta y al final del pueblo Don Alfonso dijo:
“-Matadme aquí en mi pueblo para que me entierren junto a mi madre”.
Ellos le dijeron:
“-Pues baja y echa a andar”.

Él bajó de la camioneta y santiguándose les dijo: “-Dios os perdone como yo os perdono” y, sin apenas andar dos pasos, gritó: “¡Viva Cristo Rey!”, recibió un disparo en la nuca, dejándole muerto en el acto, a menos de un kilómetro de Guadamur. Tenía entonces Don Alfonso 33 años. Una mujer que venía por el camino lindante vio todo lo ocurrido escondida tras un árbol, y llegó al pueblo, muy nerviosa y descompuesta, contándolo todo como lo había visto. Ese mismo día, mataron también al párroco de Guadamur, el Siervo de Dios Ángel Alonso Peral. Alrededor del mediodía algunos familiares y amigos de Don Alfonso trajeron su cuerpo en un carro al cementerio de Guadamur. El pueblo entero sintió tan grande pérdida.

En 1939, en el lugar donde fue asesinado, se colocó una pequeña cruz de piedra que todavía permanece. Sus restos reposan en el cementerio de Guadamur. Recién terminada la Guerra Civil, el cardenal primado de Toledo, Monseñor Isidoro Gomá visitó el pueblo para bendecir la iglesia profanada, y al saludar al hermano del Siervo de Dios, le dijo: “-Tienes un hermano santo”.






JESÚS MORALES SÁNCHEZ
La reseña que presentamos fue elaborada por don Antonio Lorente Morales, familiar del Siervo de Dios, para la revista “El Rollo” (nº 21, diciembre de 1998) que se publicaba en Guadamur. Agradecemos encarecidamente a él y a sus familiares los datos y las fotografías aportadas.
Jesús Morales Sánchez nació en Guadamur (Toledo) el 19 de diciembre de 1884. Sus padres, también guadamurenses, se llamaban Eustaquio y Soledad. Durante el parto, mientras Soledad daba a luz al último de sus hijos, Eustaquio expiraba en el lecho aquejado de una grave enfermedad intestinal. Del matrimonio nacieron cinco hijos: Santiago, Francisca, Amalia, Felisa y Jesús. Soledad siempre repetía con gran orgullo del benjamín: “Éste será el báculo de mi vejez”.

En cuanto tuvo ocasión, y disfrutando de una beca costeada por los Condes de Cedillo, se marchó al Seminario de Toledo, para poder ser sacerdote. Jesús creció muy delgado, pero bajo esta apariencia de debilidad física, se escondía una fortaleza espiritual, de la que hizo gala a lo largo de su vida sacerdotal.

Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de febrero de 1910. Tan pronto como celebró su primera Misa, contó con los cuidados de su madre y después con los de sus sobrinos, por lo que cariñosamente le decían en cuantos pueblos ejerció su ministerio que era “el cura de los sobrinos”. Primero fue destinado como coadjutor a Villarrobledo (Albacete). Más tarde desempeñó el mismo puesto en una parroquia de Guadalajara. Al poco tiempo fue nombrado ecónomo de Argés (Toledo) y después de Villaseca de la Sagra (Toledo). De allí pasó a San Martín de Montalbán (Toledo).

Mediante concurso de méritos obtuvo la parroquia de Orgaz (Toledo) y Arisgotas (Toledo). En este destino se hallaba cuando nuestro Padre Dios le eligió para entrar en la gloria de los mártires.Su humildad y bondad a lo largo de una vida ejemplarísima, quedó truncada al ser martirizado por el sólo delito de ser sacerdote y nada más que por ello.





El 18 de julio de 1936, don Jesús, estaba en su parroquia de Santo Tomás. El comité se adueñó de ella y le prohibió entrar, a pesar de los ruegos, para consumir las Sagradas Formas del Sagrario. La inseguridad existente le llevó a refugiarse en Arisgotas, en casa de una familia muy religiosa, que no dudó en admitirle. Todo ello con conocimiento del comité de Orgaz.

El párroco de Orgaz siempre se distinguió por sus afanes caritativos. Tenía por norma después de celebrar su misa diaria, visitar a los enfermos y desvalidos para consolarles y dejar debajo de sus almohadas una ayuda. Por este afán caritativo, se sabe que no poseía al morir riquezas materiales, antes bien esta práctica caritativa le hizo contraer deudas.

El entonces notario de Orgaz, una vez terminada la guerra, presentó a sus sobrinos un recibo acreditativo, por un préstamo por valor de varios miles de pesetas, que el notario había hecho a don Jesús. El referido notario no quiso cobrar ni un céntimo de dicha deuda, seguro del destino de ese dinero en obras de caridad y en presencia de todos rompió el recibo.

Los orgaceños eran impotentes para oponerse a las frecuentes visitas de las milicias de Mora. El 6 de agosto de 1936, una nueva partida de milicianos de Mora, en unión del comité de Orgaz, se presentó en Arisgotas buscando al párroco. Los de Orgaz sabían la casa donde estaba escondido don Jesús y se encargaron de registrar dicha casa “para no verle”. Los pocos días que estuvo refugiado en Arisgotas, práctico un ayuno voluntario a pan y agua.


En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, don Jesús se presentó a la familia que le tenía acogido y les dijo: “Presiento que el Señor me llama al martirio y yo no puedo desoír su llamada. Esta noche (la del 7 al 8 de agosto) me marcharé agradecido por su hospitalidad, para llegar a campo a través hasta Guadamur, mi pueblo; con el fin de dar un beso a mi hermana y sobrinos y despedirme de ellos”. Y así lo hizo, sin oír los ruegos de aquella buena familia, para que no saliera.

Toda la noche se la pasó caminando por aquellos parajes que él recordaba de sus paseos de seminarista. A mediodía del 8 de agosto, cuando ya casi daba vista a Guadamur, a causa sin duda del desfallecimiento, se consideró desorientado y preguntó a un labriego que encontró, si estaba muy distante de Guadamur.

El labriego tras indicarle, se dirigió a una casa de labor cercana, donde había una cuadrilla de milicianos y les dijo: “Por ahí va un cura, vestido con un mono azul”. Los milicianos salieron a su encuentro y cuando ya don Jesús casi divisaba el castillo, le detuvieron y le llevaron a Casasbuenas. Allí le sometieron a burlas y escarnios y llegaron a proponerle: “Si blasfemas te dejamos en libertad”, a lo que él respondió: “¿Cómo queréis que blasfeme contra Dios del que tantos beneficios he recibido?”

Al atardecer del 8 de agosto fue conducido a Toledo y murió martirizado ante la iglesia de la Virgen del Tránsito. Su cadáver fue llevado a enterrar a Argés, su primera parroquia y allí le sepultaron en una fosa común, porque no se podía acceder al cementerio de Toledo, pues el camino estaba batido por el fuego de los defensores del Alcázar. El enterrador que dio sepultura, fue casualmente su sacristán, cuando él fue párroco de Argés y al reconocerlo, se lo dijo con todo detalle a una hija de dicho sacristán, gracias a cuyas noticias se le pudo situar e identificarle al momento de su exhumación. Hoy sus restos descansan en el cementerio de Guadamur.






"Parroquia de Arisgotas"


"Nuestra Señora de la Asunción" de Arisgotas





EUSEBIO JIMÉNEZ TAPIAL


■Crónica de la inhumación (7 de febrero de 2010)
■Fotos de la inhumación (7 de febrero de 2010)
Ateniéndonos, como es lógico, a la Ley General de Sanidad (25 de abril de 1986) por medio de la cual “queda prohibida la exhumación de restos cadavéricos durante los meses de junio a septiembre, ambos inclusive”, el pasado 29 de mayo, a punto de que entrase en vigor esa norma anual que rige durante el verano, la Postulación para la Causa de los Mártires logró poder realizar la exhumación de los restos del Siervo de Dios Eusebio Jiménez Tapial en el cementerio de La Puebla de Montalbán (Toledo).



Cementerio Municipal de la Puebla de Montalbán

Por diversos avatares históricos los restos del mártir habían sido trasladados a un lugar del que urgía fueran recuperados. El sacerdote Mariano Esteban Caro y los párrocos de San Martín de Montalbán y de La Puebla llevaban tiempo interesándose sobre el tema, lo cual agradecemos públicamente. Tras ser analizados por los forenses serán depositados en la parroquia de San Martín de Montalbán.

Don Eusebio había nacido en Madrid el 27 de agosto de 1882. Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de diciembre de 1907. Tras diferentes nombramientos, (por ejemplo en 1912 estuvo en Peñalver (Guadalajara)), desde finales de los años 20, está al frente de la parroquia de San Martín de Montalbán, la cual había sido filial de La Puebla de Montalbán hasta 1900, año en que fue erigida parroquia.

Según testigos, el 24 de julio de 1936 pudo celebrar misa por última vez. El día del Apóstol Santiago volvió al templo y distribuyó entre los fieles presentes las formas consagradas del Sagrario; pero a él, las autoridades republicanas que se hicieron presentes en la iglesia, no le permitieron ya celebrar y le requisaron las llaves.

El 27 fue expulsado de la casa rectoral, refugiándose varios días en casa de un feligrés (en la actual calle Real de Toledo). Enfrente de ese domicilio había varias mujeres que andaban a gritos mientras barrían “-Por aquí huele a cura, por aquí huele a cura”. Conocido su refugio, se le dijo con engaños que obtendría un salvoconducto para trasladarse a La Puebla. Le dieron el papel y se puso en camino con su hermana. El mismo comité avisó a unos milicianos, que salieron a su encuentro, y junto al mismo río Tajo, le apresaron. Entre San Martín y La Puebla en unas eras le apalean y le dan malos tratos delante de su hermana. Luego, ya moribundo, le ametrallaron. Quedo muerto, a pie de la carretera. Era el 12 de agosto. Pasó allí el resto del verano hasta que a finales de septiembre se pidió permiso para recoger el cuerpo, llevándole al cementerio de La Puebla.



Hace bastantes años cambió la ubicación de la tumba del Siervo de Dios al tener que hacer obras en el cementerio


Por el deterioro causado por el paso del tiempo y en previsión de que se perdiese la información sobre el lugar al que se trasladaron los restos, se determinó finalmente la exhumación. La lápida se encuentra en periodo de restauración





CRÓNICA DE LA INHUMACIÓN

¡EN EL AÑO SACERDOTAL, SIERVO DE DIOS EUSEBIO JIMENEZ TAPIAL, RUEGA POR NOSOTROS!

El domingo 7 de febrero la parroquia de San Martín de Montalbán vivió una preciosa celebración con el regreso de los restos mortales del Siervo de Dios Eusebio Jiménez Tapial, que ejerció en esa parroquia de San Andrés durante diez años (1926-1936) y que murió mártir el 12 de agosto de 1936, durante los días de la persecución religiosa.
Presidió la Santa Misa don Jorge López, Postulador de la Causa que se inició en el año 2002 en nuestra Archidiócesis, en la que se incluye al sacerdote Jiménez Tapial. Concelebraron el párroco de San Martín, don Manuel Ruz Montalbán, que preparó todo de forma exquisita. Desde la Casa Sacerdotal de Toledo vino don Julio Gómez-Jacinto, hijo del pueblo. Los sacerdotes de La Puebla, el párroco, don Teodoro Barrantes y don Mariano Esteban Caro. Del arciprestazgo, acudió el párroco de Las Ventas con Peña Aguilera, don Miguel Ángel González. También concelebró el párroco de Nombela, don Daniel Miranda. Asistió como diácono don Emmanuel Calo. Y, como notario actuario, don Rubén Zamora Nava.
Según las notas publicadas en “Padrenuestro” (20/21 de junio de 2009) por la Postulación, el Siervo de Dios fue expulsado el 27 de julio de 1936 de la casa rectoral, refugiándose varios días en casa de un feligrés. Se sabe que unas mujeres le delataron y descubierto, se le dijo con engaños que obtendría un salvoconducto para trasladarse a La Puebla. Le dieron el papel y se puso en camino con su hermana. El mismo comité avisó a unos milicianos, que salieron a su encuentro, y junto al mismo río Tajo, le apresaron. Entre San Martín y La Puebla en unas eras le apalean y le dan malos tratos delante de su hermana. Luego, ya moribundo, le ametrallaron. Quedo muerto, a pie de la carretera, en el lugar llamado de la Fontanilla, era el 12 de agosto. Pasó allí el resto del verano hasta que a finales de septiembre se pidió permiso para recoger el cuerpo, llevándole al cementerio de La Puebla.
Durante casi setenta y tres años su cuerpo descansó en el camposanto de La Puebla de Montalbán. Debido a las distintas reformas efectuadas en ese Cementerio y al abandono en que se encontraba su tumba, el sepulturero decide enterrarlos de nuevo. Tras varios años y, con los pertinentes permisos, el pasado 29 de mayo de 2009, se recuperaron los restos para ser inhumados en el templo parroquial de San Martín de Montalbán. La caja de reducción fue llevada el 6 de febrero a San Martín y fueron recibidos por las religiosas Aliadas Carmelitas Descalzas de la Santísima Trinidad, que los velaron hasta que fueron llevados a la parroquia.
En este Año Sacerdotal, junto a los dos centenares de sacerdotes que entregaron su vida por Cristo y por la Iglesia, reconocimos en el Siervo de Dios Eusebio Jiménez el testimonio de la verdadera entrega llevada hasta las últimas consecuencias. Al finalizar la Santa Misa sus restos fueron colocados en un sepulcro preparado cerca del presbiterio. Desde allí velará por su pueblo como en vida se entregó por sus ovejas.




FÉLIX CALLEJA BLAS
Natural de Tamajón, provincia de Guadalajara, había nacido el 20 de enero de 1896. Tenía tres hermanos más. La mayor aparece en la fotografía, él era el segundo. Recibió la ordenación sacerdotal el 14 de junio de 1919. El precioso recordatorio de su ordenación recoge una frase de Santa María Magdalena de Pazzi: “La mayor merced que Dios puede hacer después del bautismo es la de la vocación religiosa”. En el reverso se nos recuerda que celebró su primera misa un jueves de Corpus, en la iglesia de San Antón de los PP. Escolapios, en el nº 69 de la madrileña calle de Hortaleza.

Tras los primeros destinos llegó el nombramiento para la parroquia de Noez (Toledo). Era el año de 1929. Por los testimonios sabemos que tenía mucha relación con el mártir el Siervo de Dios Rufino Esteban-Manzanares, párroco de Totanés (Toledo).

Cuando estalla la Guerra Civil ejerce en la parroquia de Los Yébenes (Toledo). Los sucesos ocurrieron en la jornada del 24 de julio de 1936, vísperas de la fiesta de Santiago, una semana después de iniciarse el conflicto bélico.

Según se supo un sacerdote, que atendía pastoralmente una finca privada como capellán, había sido herido de un disparo por las milicias. Se trataba de don Cipriano Santos. Don Félix al comprobar que no recibía asistencia médica, se dirigió al comité para reclamar. No llegó. A los pocos metros, y sin más conversación, los marxistas también le disparaban, y, aunque se rehízo y pudo refugiarse en su casa, murió allí desangrado a las pocas horas.

Al enterarse el sacristán, el Siervo de Dios Julián Sánchez-Garrido, del asesinato del sacerdote, salió y a los pocos metros se topó con unos milicianos, a los que dijo: “Así no se mata a los hombres”, refiriéndose a Don Félix. Como respuesta frente a la misma iglesia de Santa María, le dispararon a él. Estuvo agonizando en la calle más de una hora, sin permitir los verdugos a personas o familiares o personas ajenas que se acercarán y prestarán auxilio. Ya de noche lo llevaron en un volquete al cementerio.








TOMÁS ALONSO FERNÁNDEZ
ÁNGEL BARAIBAR MORENO

Hablar de Illescas (Toledo) es hablar de la Virgen de la Caridad. Según los historiadores, la talla primitiva debió pertenecer a San Ildefonso, cuando era arzobispo de Toledo, ya que en el año 636 funda en esta localidad un monasterio de la orden de San Benito, donde coloca la imagen de la Virgen.

Hablar de Illescas (Toledo) es hablar de la Virgen de la Caridad. Según los historiadores, la talla primitiva debió pertenecer a San Ildefonso, cuando era arzobispo de Toledo, ya que en el año 636 funda en esta localidad un monasterio de la orden de San Benito, donde coloca la imagen de la Virgen.

Con el transcurso de los siglos llega a Toledo, el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), que pertenecía a la Orden Franciscana, tercer Inquisidor General de Castilla. Isabel la Católica tuvo en Cisneros no sólo un confesor, también un consejero. Se sabe que bajo sus vestiduras llevó siempre el humilde hábito franciscano. Cuando el Cardenal Cisneros visita la villa de Illescas, el monasterio de San Ildefonso debía estar en ruinas, por lo que se pasó la imagen de la Virgen, a la capilla del Hospital de la Caridad que acababa de levantar el Cardenal. La Virgen que hoy se admira en el Santuario es una talla del siglo XIX, pero se conserva una más antigua, posiblemente del siglo XIII.

El “Anuario diocesano” editado el año 1930 al hablar de los pueblos y ciudades que componían por entonces el Arzobispado de Toledo, de una extensión superior a la actual, nos recuerda que por entonces los pueblos de Illescas y Yeles tenían un párroco común. Y tenían una población de 2.050 habitantes el primero y de 400 el anejo. La “Guía Diocesana” del pasado año dice que Illescas tiene 17.312 habitantes y Yeles 3.665 habitantes: ¡un cambio bastante considerable!

El Anuario recuerda que la villa de Illescas cuenta con la parroquia de Santa María, que tiene “una notable torre mudéjar”; el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad y el Convento de las religiosas Franciscanas (Convento de la Purísima Concepción de las Concepcionistas Franciscanas). Illescas contaba con tres sacerdotes: el párroco, don Lope Chirón y Gómez, y dos coadjutores, el Siervo de Dios Tomás Alonso Fernández, que además era capellán del Santuario y el Siervo de Dios Ángel Baraibar Moreno, capellán del convento. El párroco “que logró salvarse gracias a la ayuda de Dios y a la su gran presencia de ánimo”, dice de sus coadjutores que “murieron como verdaderos defensores de la fe”. Sucedió el 11 de agosto de 1936.



“El Cardenal Cisneros supervisa la construcción del Hospital de la Caridad de Illescas”, obra de Alejandro Ferrant (1844–1917).


El 12 de marzo de 1938, todavía faltaba un año para el fin de la guerra civil, el delegado apostólico del Santo Padre en España, Monseñor Ildebrando Antoniutti desde San Sebastián envió una circular a todos los obispos españoles -estuviesen en cualquiera de las zonas en las que se dividía el territorio nacional o exiliados en el extranjero- donde se hablaba «sobre la redacción de una monografía, en que se refiriesen, en forma autorizada y verídica, los daños de todo género, causados por la revolución en cada una de las diócesis españolas». Y para encarrilar la subjetividad de cada uno de los obispos se predeterminaba el cuestionario, con el título «Relación de los hechos ocurridos con motivo de la guerra por el levantamiento cívico-militar de 18 de Julio de 1936. Diócesis de...».

Tres años después, Gaetano Cicognani, que ocupó la Nunciatura el 18 de junio de 1938, será quien recoja los cuestionarios. En dichas relaciones se detallaban en cinco apartados (Cuestiones generales, personas, cosas sagradas, otros bienes de la Iglesia y culto) todo lo referido a la persecución religiosa.

Don Lope Chirón y Gómez firma la documentación de la parroquia de Santa María de Illescas el 1 de junio de 1938. Aunque con fecha de 30 de diciembre de 1936 ya contamos con una “contestación a las circulares nº 1, nº 2 y nº3”.

Cuando en las “Cuestiones generales” del informe de 1938 el párroco expone lo vivido por él, escribe:

•Antes de la guerra “el simple hecho de ir a la iglesia y cumplir con los deberes religiosos era algo heroico; siendo sacerdotes y católicos constantemente vejados por la juventud envenenada”.
•“Se hicieron registros en casa del párroco y demás personas destacadas por su catolicismo, procediendo a su inmediata detención y encarcelamiento. Suspendieron todos los actos del culto poniendo guardia permanente al párroco para que nadie pudiera visitarle, ni comunicar con él. En las listas negras figuraban el párroco, coadjutores y…”
•“El párroco… se salvó por verdadero milagro marchándose a todo riesgo a su pueblo natal y los otros menos decididos fueron vilmente asesinados…”



Antigua instantánea de la iglesia parroquial de Santa María de Illescas donde en primer término aparece la hermosa y espectacular torre mudéjar, denominada "la Giralda de La Mancha", considerada como una de las mejores de España.




Tomás Alonso Fernández
Aunque sus padres, Matías y Desideria eran naturales de Alameda de Sagra (Toledo), Tomás nació un 18 de septiembre de 1875 en el pueblo toledano de Borox. A los quince años ingresó en el Seminario de Toledo, para el curso 1890-1891, donde realizó los estudios de Latín, Filosofía y Teología. Fue ordenado diácono el 31 de marzo de 1900. Finalmente meses después, el 22 de septiembre recibió la ordenación sacerdotal. Los primeros años, hasta 1907, ejerce el ministerio en la parroquia natal de sus padres, Alameda de la Sagra. Destinado como coadjutor de la parroquia de Santa María de Illescas, recibió además el nombramiento de Rector del Santuario de Nuestra Señora de la Caridad y, por lo tanto, capellán de los Infanzones.



Virgen de la Caridad


Santuario de la Caridad




Ángel Baraibar Moreno

Toda su familia procedía de la provincia de Navarra (Beorburu, Asiain, Villafranca y Caparroso). Su padre don Narciso Baraibar Irurita fue un distinguido pedagogo, profesor numerario de la Escuela Normal Superior de Maestros y auxiliar de la de Maestras desde 1891. Se casó con Dolores Moreno Labarta. Aparece como profesor de la Normal en Puerto Rico donde nacerá su hijo Ángel, el 7 de septiembre de 1891. Ese mismo día fallecerá la madre, que tenía 39 años. Cinco meses después era bautizado en la parroquia de Santa María de los Remedios de San Juan de Puerto Rico. Fue su madrina, dice la partida de bautismo “doña Feliciana Moreno, a quien advertí el parentesco espiritual y sus obligaciones”. Este mismo sacerdote, casará el 20 de septiembre de 1898 en segundas nupcias a Don Narciso con la madrina, hermana de su difunta esposa. Sabemos que después, regresaron a España y que Ángel, tras sus estudios de teología, fue ordenado el 8 de abril de 1916. El 14 de junio de 1916, informa “El Castellano” que el Cardenal Guisasola nombra a don Ángel Baraibar Moreno, coadjutor de Illescas y Yeles, y capellán de las religiosas franciscanas de Illescas.


Convento de las Franciscanas


Así que, cuando estalla la guerra civil, don Tomás llevaba casi treinta años en Illescas y don Ángel, veinte.

Cuando estalla la persecución religiosa en los días de la guerra civil los dos sacerdotes fueron sacados de sus casas por una banda de malhechores del pueblo y de las milicias marxistas de Madrid y trasladados al lugar de la ejecución, en unión de otras seis personas de las más conocidas por sus ideas religiosas.

Don Tomás a pesar de ir en coche, presintiendo el fin que le esperaba, desde su prendimiento hasta que se consumó el sacrificio, estaba tan abatido que por momentos se ahogaba, lo que advertido por los criminales lejos de moverles a compasión, sólo sirvió para que le colmaran de improperios, faltándole al respeto los que más tenían que agradecerle. “¿Quieres agua?, le dijeron al pasar por una fuente. Ahora te la daremos en metralla”. Y como era un excelente músico y mejor cantor, le decían: “Ya no cantarás más, ni celebrarás más fiestas de Infanzones”.

Sigue recordándonos don Lope Chirón, en su declaración del 30 de diciembre de 1936, que don Tomás llevaba treinta y dos años en Illescas y que todo su patrimonio lo había gastado en obras de caridad… que vivía en el Hospital-Santuario, en la casa que le correspondía como capellán. El 20 de julio al iniciarse el movimiento revolucionario se trasladó a una pequeña casa.

Sobre don Ángel, el párroco intenta transmitirnos que “padecía de nervios”, y lo hace como si se tratase de una tara familiar aludiendo a su madre y a su hermana. La referencia que hace sobre que su madre muere trastornada resulta ser errónea, puesto que nuestras investigaciones como ya quedó dicho muestra documentalmente que su madre murió el mismo día que dio a luz a su hijo. Luego cuando habla de madre sería en realidad madrastra, y eso sí, tía carnal. Respecto de una hermana hemos podido comprobar que en diario “El Castellano” de 29 de septiembre de 1926 se informa de Pilar Baraibar Moreno, vecina de Illescas y hermana suya, ha sido ingresada en el manicomio.

Evaluando la tensión emocional del momento de la detención y lo que declara el párroco sobre que don Ángel “se esforzaba por demostrar que era un simple oficinista y que estaba dispuesto a hacer ladrillos, ya que en Illescas existe una fábrica de ladrillos…” En ese momento sabemos que un miliciano dándole una manotazo en la cabeza, tras quitarle la gorra con la que se cubría dejó al descubierto la tonsura, mientras le decía: “-¿Y esto que llevas aquí?”, señalando la coronilla. Una vez más, aclaramos que lo determinante es la intención del que asesina: “-Te mato, porque eres cura”. Si por un posible golpe al bajarse del coche o por su heredara demencia hace estas declaraciones… lo absolutamente claro es que fue asesinado por motivo de ser ministro del altar.

Sea como fuere, un año y medio después, en la documentación oficial firmada por don Lope el 1 de junio de 1938 afirma en el apartado II (sobre las Personas) en el título 2: “Ambos fueron asesinados al filo de la media noche del día 11 de agosto de 1936 en la carretera de Madrid a Toledo, más bien en dirección a este último punto y como a uno quinientos metros de Illescas. Fueron muertos a tiros de fusil, siendo una mujeruca la que les dio el tiro de gracia. Murieron como verdaderos defensores de la fe. Están sepultados en el Cementerio de esta villa”.







NEMESIO MAREGIL AZAÑA

■Los mártires de Cazalegas
■Exhumación
■Procesión
■Santa Misa





Con su madre y una hermana
Natural de San Pablo de los Montes (Toledo). Nació el 19 de diciembre de 1904. Se ordenó el día de la Inmaculada de 1928. Entre sus primeros destinos fue ecónomo de la Mina de Santa Quiteria (Toledo). Luego regentó la parroquia de Sevilleja de la Jara (Toledo) hasta el mes de abril de 1936.

Una crónica de “El Castellano” del jueves 20 de julio de 1933, titulada “Notas de una excursión” de la Juventud católica califica así al párroco de Sevilleja: “…El ejemplar señor cura, don Nemesio Maregil, que es el constante impulsor de la religiosidad de este pueblo, se deshace en atenciones. Nos obsequia en con leche en abundancia, aunque hace enseguida la siguiente observación: `Me la ha enviado un señor a quien luego conocerán ustedes. Y me ha dicho: No tengo otra cosa, señor cura; pero a esos simpáticos jóvenes todo, hasta que se ahoguen en leche´. Reímos la ocurrencia… vamos a quedar en bancarrota ante la generosidad de estos simpáticos sevillejanos.

Por último, unas palabras de nuestro consiliario don Manuel de los Ríos, y las acaloradas razones de don Nemesio. Quedamos prendados de las cualidades de este joven sacerdote que sólo vive para su pueblo…”

Y termina la crónica remarcando que se trata de “un sacerdote que trabaja por sus feligreses”.

Don Nemesio se había distinguido por su caridad y ayuda a los más necesitados, lo cual suscitaba las iras de los responsables de la izquierda local, que gestionaron ante el gobernador su expulsión del pueblo. El 23 de abril tuvo que abandonarlo. Atendió poco tiempo otra parroquia, y tras el 18 de julio se refugió en el Seminario Menor de San Joaquín de Talavera de la Reina (Toledo).

Según testigos, doña Herminia Moreno González, maestra nacional de Sevilleja, que era dirigida del Beato Liberio González Nombela, en estos meses se dedicó a abrir la iglesia y a rezar el rosario. Cuando las cosas se pusieron peor el taxista del pueblo, que era socialista pero que quería salvarla, la sacó del pueblo para llevarla a Talavera para que se escondiera.


Recordatorio de su Primera Misa

Después todo transcurrió muy deprisa. Según se sabe el Siervo de Dios Nemesio Maregil Azaña, que era regente de la parroquia de Sevilleja de la Jara (Toledo), movido por la amistad con el Siervo de Dios Bernardo Urraco Alcocer había acudido a refugiarse con él en el Seminario Menor de Talavera, donde éste ejercía como profesor de latín y griego.

Juntos se trasladaron a la Casa de la Misericordia de la Plaza del Pan, también conocida como Asilo de la Misericordia, donde las Hijas de la Caridad ejercían su apostolado con los ancianos. Allí pudieron celebrar y ejercer el ministerio. Sería aquí donde los dos jóvenes sacerdotes fueron denunciados por un anciano y detenidos el 3 de agosto.

Inmediatamente fueron llevados hasta las cercanías de Cazalegas (Toledo), y acribillados a balazos. Al llegar el mediodía los dos sacerdotes seguían tendidos en la carretera, los milicianos los echaron en una carreta, los taparon con una manta. Testigos recuerdan que estuvieron en la puerta del cementerio parroquial y luego apoyados en una pared de la entrada, les dieron sepultura.


Lápida donde se encuentra enterrado D. Nemesio Santísimo Cristo






JACINTO GARCÍA-ASENJO GUERRA


Jacinto había nacido en Orgaz (Toledo) en 1907. Tras su paso por el Seminario recibió las Sagradas Órdenes el 19 de diciembre de 1931. Después de varios destinos es nombrado párroco de Lucillos (Toledo). El 5 de septiembre de 1935 aparece su nombramiento en las páginas de “El Castellano”. Según se sabe el término "Lucillos" serí­a el plural del romance lucillo que significa sepulcro. Esta palabra se deriva del latí­n vulgar LOCELLVM, 'cofrecillo' y según nuestro historiador Fernando Jiménez de Gregorio el nombre se toma de Val de Lucillos, 'valle de los sepulcros'. Con todo un ministerio aún por desarrollar nuestro joven sacerdote encontraría aquí el lugar de su sepulcro. Sus restos han sido siempre venerados por la gente del lugar reconociendo en él al mártir de Jesucristo.



Vivía con sus padres en la casa rectoral. Apenas iniciada la guerra, el día 24 de julio de 1936, unos milicianos vinieron a verle para pedirle las llaves del templo, con la excusa de colocar una bandera roja en la torre. Al terminar, hacia las dos de la tarde, se personaron nuevamente en la casa, y delante de sus padres en un pequeño jardín de la vivienda, sin más dispararon a quemarropa sobre Don Jacinto.

Acabada la contienda se supo que su otro hermano, tras alistarse con los nacionales cayó muerto en el campo de batalla, dejando a sus padres en triste soledad. A éstos, algunos años después de acabada la guerra, y en atención a los dos hijos muertos, el gobierno del General Franco les concedió una pensión, para que entraran en los días de su ancianidad sin preocupación ninguna por el porvenir. Pero ellos, a pesar de verse delicados de salud, destinaron todo el dinero de esta pensión a cubrir los gastos de un estudiante en el seminario de Toledo, para que otro joven llegase a ser sacerdote, y “predique -decían- de parte de nuestro hijo, que ya no puede predicar” (esta anécdota la recoge el P. José Julio Martínez, SJ en su obra “Todo y,… cantando”, Pág. 170).



Iglesia parroquial de "Los Lucillos"







INOCENTE LÓPEZ ALONSO
Natural de Yuncos (Toledo) había nacido el 28 de diciembre de 1895. Ordenado el 17 de diciembre de 1921. En el “Anuario Diocesano” para 1930 se nos dice que ejercía de párroco en Albalate de Zorita (Guadalajara). Tras la muerte, en los primeros meses de 1934, de don Mariano Mora Fernández, cura ecónomo de la parroquia de Belvís de la Jara (Toledo) y, tras varios meses de sustituciones de los sacerdotes de los pueblos cercanos, a don Inocente se le encargó esta parroquia.

“El Castellano” del viernes 16 de noviembre de 1934 titula la siguiente noticia: “En Belvís de la Jara, renacimiento religioso”. La noticia narra que “es ostensible el despertar religioso de este pueblo, que era apático e indiferente para las cosas de la Iglesia. El solemne novenario de Ánimas que este año ha organizado el nuevo sacerdote encargado de la parroquia, don Inocente López Alonso, así lo ha puesto de manifiesto. Persuadido el señor López Alonso de que la devoción, tan arraigada en este pueblo, a las benditas almas del Purgatorio, podría ser un estímulo para atraer a los fieles al templo, proyectó, de acuerdo con la Hermandad, variar la hora de los cultos, fijándolos a hora oportuna para que pudieran asistir los trabajadores del campo, y ofreciéndose a predicar gratuitamente durante toda la novena, y el éxito más rotundo ha coronado la iniciativa de nuestro señor cura, frustrando los augurios que hacían aún los más optimistas. El templo se ha visto repleto de fieles, de bote en bote, hasta el extremo de que muchos, para seguir al orador en su cálida palabra, utilizaban los bancos de la iglesia como plataforma. Ello es muy consolador, siendo de desear que el vecindario de Belvís siga el buen camino que le traza su digno párroco”.

Pasados los años la historia se repetirá también para Don Inocente. Tras estallar la guerra civil fue apresado el 24 de julio de 1936 por las autoridades republicanas y por las juventudes socialistas. Permaneció en la cárcel hasta el día 27. Ese día le hicieron salir para que arrojase las aguas sucias de la prisión y, luego le condujeron fuera del pueblo, junto al puente, disparando sobre él y dejándolo herido de muerte.

El que fuera Obispo auxiliar del Cardenal Pla y, posteriormente, Obispo de Palencia, Monseñor Anastasio Granados, escribió meses después (noviembre de 1936) una especie de diario con los recuerdos que le toco vivir en aquellas jornadas. El día 28 de julio puede leerse.

Entretanto, yo me encontré en la finca “Los Villarejos” con el buenísimo Antonio, fundador de la Juventud Católica en Espinoso del Rey, de donde era veterinario. Él me contó detalles de la muerte de don Inocencio López Alonso, ecónomo de Belvis de la Jara. Le mataron a las 11 de la mañana del día 27 en un puente; el asesino fue un desgraciado llamado “el obispo”. Una hora después de haber recibido los dos tiros, en la espalda y en la cabeza, todavía vivía y pudo decir a los que iban a recogerle: “Pido perdón al pueblo y perdono a todos. Ruego que suelten a los presos y que me echen a mí la culpa de todo; que no maten a nadie más. Rematadme, que no puedo más”.






ALFREDO VAN DEN-BRULE CABRERO




Alfredo, con su padre y con su hermano
En 1986, cuando se cumplían los 50 años del asesinato del abogado Alfredo van den-Brule sus familiares publicaron una esquela que resume mucho de lo que fue el Siervo de Dios: abogado de carrera; alcalde de Toledo durante trece meses entre 1930-1931; letrado de la mitra primada; secretario relator del Tribunal Metropolitano; consejero y asesor del Banco de España; cofundador de la Confederación Católica agraria…

Alfredo nació en Toledo el 30 de octubre de 1890. La partida de bautismo de la parroquia de Santo Tomé nos informa que recibió las aguas bautismales el 2 de noviembre. Sus padres se llamaban Adolfo van den-Brule y Saleta Cabrero Martínez. Adolfo era francés y Saleta era hija del embajador de España en la Santa Sede, recibieron el sacramento del matrimonio de manos de S.S. León XIII. De la capital de Italia se trasladaron a vivir a Toledo. Dos años antes del nacimiento de nuestro protagonista, nació el primogénito, José.


Durante la larga investigación y las consultas realizadas por la Postulación sobre la vida de Alfredo van den-Brule, el periodista y escritor don Enrique Sánchez Lubián publicaba en el número 4 de la revista cultural “Archivo Secreto” el extenso e interesante artículo “Van den-Brule, el Alcalde de la concordia (1930-1931): Toledo de la Monarquía a la República”. También nuestros archivos diocesanos deberán dar luz sobre la vida social y política del personaje. En estas líneas nos limitamos a tratar sobre su vida cristiana y martirio.



Siendo abogado, recién cumplidos los 25 años, fue elegido concejal del Ayuntamiento de Toledo por el distrito tercero. Fue el candidato más votado y se presentaba como independiente. Nombrado tercer regidor será miembro de las comisiones de Policía de Seguridad, Orden y Sanidad, y de las de Beneficencia, Corrección e Instrucción Primaria.

El 8 de diciembre de 1819 contrae matrimonio en la parroquia toledana de Santa Leocadia con María de la Asunción Gómez de Llanera. Del matrimonio nacieron siete hijos: Inmaculada, Esperanza, Dolores, José, Pilar, Joaquín y Marisa Salud.



Tras la renuncia al gobierno de la nación del General Primo de Rivera y el encargo de Alfonso XIII al General Berenguer entre las muchas medidas dictadas se procedió al nombramiento de nuevos alcaldes. Don Alfredo fue designado para ejercer como regidor de la ciudad de Toledo durante trece meses desde el 8 de marzo de 1930. Eficaz en la gestión municipal siguió viviendo su compromiso cristiano. En muchas ocasiones se ocupó de los indigentes y necesitados, solicitó a los comerciantes de la ciudad juguetes para repartir a los niños que se alimentaban en el comedor de caridad. Conservamos, por ejemplo, el bando del 19 de diciembre de 1930 que dice así:

Don Alfredo van den-Brule y Cabrero, Alcalde Presidente del Excmo. Ayuntamiento de esta Ciudad, a los habitantes de la misma hago saber: Que la Excma. Corporación de mi Presidencia, atenta siempre a las necesidades en nuestra Ciudad, como bien lo tiene demostrado, ha acordado dar trabajo a los obreros de esta Capital a contar del lunes 22 del presente, en la cantidad y por el tiempo que sus disponibilidades lo permitan, con el fin de que la noche en que conmemoramos la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo no falte en ningún hogar la cena precisa, por modesta que ésta sea, para evitar el dolor a honrados padres de no tener que satisfacer peticiones de pan hechas por sus hijitos… será proporcionado el referido trabajo… y el que lo acepte recibirá cinco pesetas como jornal…”



Sin embargo, el momento álgido en su vida social y política llega el 14 de abril de 1931 con el advenimiento de la II República. Previendo que los tiempos que se avecinaban serían turbulentos, con gesto sereno, desde un balcón del Ayuntamiento se dirigió a una multitud que le pedía que no renunciase a su cargo:

-Soy católico y soy monárquico. Por lo tanto, no puedo seguir en este puesto bajo el nuevo régimen, pues yo creo que el actual orden de cosas no puede traer a España el bienestar que anhela; antes se me antoja que ha de ser de nefastas consecuencias.

Palabras demasiado claras como para ser olvidadas a pesar del lustro que transcurrirá hasta su asesinato.

Los reconocimientos y elogios fueron unánimes el día de su despedida, pudiendo leerse en los periódicos: “Activo, trabajador incansable, enamorado hasta el delirio del progreso moral y material de su amada ciudad, católico… como su santa madre y dispuesto al sacrificio de su salud y aún de su vida en bien de los ciudadanos…”.

La significación católica de van den-Brule fue patente a los ojos de la sociedad toledana. El Anuario Diocesano de 1930 recuerda que trabajó estrechamente, desde el pontificado del Cardenal Segura, con el Arzobispado, ejerciendo varios cargos: abogado consultor en la Curia Diocesana; secretario relator en el Tribunal Metropolitano; ejerce también como vocal en el Consejo Diocesano de administración.

Cuando estalla la guerra civil no cree necesario ni huir ni llevarse a los suyos, a pesar de que sus años de gobernante le han permitido conocer sobradamente las actitudes y corazones de los hombres. Desde la Alcaldía había favorecido especialmente a los más necesitados, siempre ayudando a todo el que se acerca a pedirle, no hizo nunca acepción de personas.

Otro autor que ha escrito sobre el que fue alcalde de Toledo, Juan M. Delafuente, afirma que “no basta con decir que don Alfredo fue advertido por su cuñado -miembro del Consejo de Azaña- que se marchase a Francia, con sus parientes, como exculpando a la institución y dejando las atrocidades a los incontrolados y anarquistas. No, no me parece razonable, ni toda la verdad. ¿Que iba hacer van den-Brule, con siete hijos pequeños, sin medios, hombre de honor, íntegro? Don Alfredo le respondió a su cuñado que no huiría porque él no había hecho mal a nadie”.

Cuando estalla la guerra se encuentra en su casa. Siguiendo el modo de proceder de las milicias marxistas, es detenido junto a su hermano y llevado a la Cárcel Provincial, donde permanece hasta la tarde-noche del 22 de agosto.



Como recuerda Sánchez Lubián “el 18 de julio de 1936, la familia van den-Brule se encontraba en su Cigarral de la Inmaculada, a los pies de la carretera de Piedrabuena. Unos días antes de comenzar el conflicto bélico, Joaquín Gómez de Llarena, cuñado de nuestro protagonista y miembro del Consejo de Azaña, les aconsejaba marcharse a Francia, aprovechando sus ascendentes familiares galos, pero Alfredo le respondía que él se quedaría en Toledo, donde todo el mundo le conocía y podría estar seguro, ya que jamás había hecho mal a nadie. ¡Qué ingenua temeridad! Poco después fue detenido y trasladado a la Prisión Provincial, ubicada en el antiguo Convento de Gilitos. A mediados de agosto, Joaquín confesó a su hermana que Azaña había dicho que detuvieran a Alfredo y lo trasladasen a la cárcel de Toledo, donde estaría más seguro ante posibles ataques de grupos incontrolados”.

Después de casi un mes pasado en la cárcel, tiene lugar la matanza del 22 al 23 de agosto. Un buen número de presos son conducidos al patio con el achaque de que los van a trasladar al penal de Ocaña. Maniatados de dos en dos, mientras don Alfredo está junto a su hermano José, los liberan inesperadamente.

Cuando los dos hermanos llegan al cigarral, toda la familia considera verdaderamente milagrosa su liberación. Mientras comentan lo sucedido, de repente escuchan enmudecidos las repetidas descargas sobre los que, por engaño, creían ser trasladados a Ocaña y están siendo asesinados; se hallan lo suficientemente cerca como para que se adivine la masacre que los marxistas acaban de perpetrar. En silencio, calibran la grave situación por la que han estado a punto de pasar y cómo la Divina Providencia les ha librado de muerte segura.

El sábado 29 de agosto, es la fiesta de la degollación de San Juan Bautista, el mártir de la verdad. Son las 10,30 de la mañana y acaba de cesar el fuego sobre el Alcázar. Casi con el último estallido, a la par, comienzan a aporrear la puerta. Una docena de hombres de la F. A. I. se presentan enmascarados en el domicilio de don Alfredo van den-Brule y, sin más preámbulos, le ordenan que tiene que irse con ellos.

Adivinando lo crucial del momento y la resolución de aquella invitación, antes de salir cae ante un crucifijo y comienza a rezar el acto de contrición, para ofrecer al Señor el sacrificio de su vida. Después, acercándose a su esposa, le encarga que cuide de sus hijos y de manera especial que siempre sean católicos y fervorosos. Como los enmascarados disimulan muy mal, hasta los más pequeños reconocen entre aquellos hombres a algunos de sus criados que a diario comen de su mesa. Viendo aquello, Don Alfredo dice a todos: “Tengo por el don más preciado de cuantos Dios me ha concedido el de la fe. Yo os emplazo a reuniros conmigo en el Cielo donde por la Misericordia divina espero estar en breve. Y juradme que perdonaréis a mis asesinos como yo los perdono, y si un pedazo de pan os dejo lo compartiréis con ellos y con sus hijos”.

Despidiéndose de sus hijos, se agacha para abrazarlos uno a uno: Inmaculada, Salud, Joaquín, Esperanza, Pilar, Dolores y José. Los pequeñines se arrojan a los pies de los verdugos para solicitar clemencia, pero estos los retiran a culatazos y, en medio de aquella dolorosa escena, salen para el lugar del suplicio.

A las seis de la tarde de un caluroso 29 de agosto de 1936 caía fusilado el Siervo de Dios en las inmediaciones del Monasterio de San Juan de los Reyes. Cinco años más tarde se pudo encontrar su cadáver en una fosa común de más de 30 personas porque se sabía que atada a la cintura del pantalón llevaba cosida una medalla de la Virgen del Recuerdo.

En la novela “Toledo 1936, ciudad mártir” evocábamos, con los datos históricos que se conservan, la muerte de don Alfredo (cap.29, pág.224).

Al llegar a la altura del Monasterio de San Juan de los Reyes, el Siervo de Dios oye cuchichear a los anarquistas. Y volviéndose a sus verdugos, les dice: - ¡Matadme de frente, cobardes, y dejadme morir mirando a mis hijos! Era imposible alcanzar con la mirada a ninguno de los suyos, pero se imagina que siguen en el portón y, en silencio, vuelve a despedirse de ellos. Joaquín, con solo diez años, se aposta en uno de los balcones para poder contemplar en la lejanía a su padre. Cuando cargan los fusiles, Don Alfredo se palpa el pantalón a la altura del bolsillo para agarrar una medalla que lleva cosida por dentro. Se trata de su medalla de congregante del Colegio de la Virgen del Recuerdo, en Madrid, de los PP. Jesuitas. El Padre Julio Alarcón había compuesto, años antes de su llegada al Colegio, un poema de despedida que comenzaba:

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir...
¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida,
recibe Tú mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!

Al contemplar a los anarquistas, a punto de disparar sobre él, cierra los ojos para contemplar y acariciar con su imaginación aquella preciosa imagen de la Virgen del Recuerdo con el Niño en su regazo, que, armado con una lanza, busca la cabeza de la serpiente para clavársela y librarnos de la muerte eterna. Entonces comienza a cantar, sin apenas salirle la voz de su garganta:

Madre del Santo Recuerdo, que nunca podré olvidar…

Hoy soy tu hijo, hoy yo te adoro,
hoy te prometo perenne fe…
Estrella salvadora es, Madre, tu semblante.
Mísero navegante, naufragaré sin Ti.
Aunque la mar del mundo con zozobrante quilla
surcare mi barquilla, acuérdate de mí…

Con dificultad, los ejecutores, paralizados por la escena, intentan entender la letra de aquella canción, hasta que el “mandamás”, imponiéndose con un grito, repite:- ¡Apunten! ¡Fuego! Sin más dilación, Don Alfredo cae muerto tras la intensa ráfaga de los sobrecogidos anarquistas… Desde el cielo, los ángeles continúan con el precioso himno comenzado por uno de los más preclaros alumnos y devotos hijos de la Virgen del Recuerdo.

Madre del Santo Recuerdo,
que nunca podré olvidar…
Hoy soy tu hijo, hoy yo te adoro,
hoy te prometo perenne fe …

Aunque avance rugiente la tormenta
y en mi mástil ya gima el huracán,
feliz con tu recuerdo soberano
desafío las olas de la mar.

Me arrollarán, quizás, entre su espuma.
Mas negar que me amaste y que te amé,
negar que fui tu hijo y que en tus brazos
se pasó como un sueño mi niñez,
eso nunca lo haré, Madre querida.
Eso nunca, nunca lo haré.
Eso nunca lo haré, Madre querida.
Eso nunca, nunca lo haré.






PERSECUCIÓN EN CONSUEGRA
Según sabemos por el anuario Diocesano de Toledo en los años 30 Consuegra contaba con más de ocho mil habitantes. Había tres comunidades religiosas: los Padres Franciscanos, las Madres Carmelitas y las religiosas del Colegio de Nuestra Señora de la Consolación. La parroquia contaba con las órdenes terceras de San Francisco y de los Servitas. Adoración Nocturna, Jueves Eucarísticos, Apostolado de la Oración, Hijas de María, Cofradías del Santísimo Sacramento, de la Purísima Concepción, de la Vera Cruz, de San José, de San Antonio de Padua, de Ánimas, del Niño Perdido, de la Milagrosa, Juventud Católica y las Conferencias de San Vicente Paúl conformaban el panorama de un parroquia absolutamente viva.

Tras producirse el Alzamiento, el 21 de julio de 1936 el Comité revolucionario clausuró todo los edificios religiosos: la parroquia de Santa María la Mayor, la filial de San Juan Bautista y las ermitas de la Vera Cruz, de San Rafael y de la Virgen del Pilar. Las llaves quedaron en poder de los marxistas, quienes habilitaron algún tiempo después la iglesia parroquial para prisión y cuartel de milicias; la filial para almacén de granos y, para albergue de refugiados, la ermita de la Vera Cruz. Las otras dos ermitas permanecieron cerradas. Antes, todos los templos, fueron bárbaramente saqueados, siendo destruidos o quemados los órganos y casi cincuenta imágenes fueron destruidas, incluidos todos los pasos de Semana Santa que se guardaban en la Vera Cruz.


Parroquia de Santa María la Mayor


El clero parroquial estaba integrado por el ecónomo, el Siervo de Dios Manuel del Campo Gómez, tres coadjutores los siervos de Dios Julián Gutiérrez García de la Cruz, Francisco Lumbreras Fernández y Julián Díaz-Mayordomo y Reguillo, además del Siervo de Dios Benigno Moraleda Martín, anciano sacerdote que residía en Consuegra en calidad de adscrito a la parroquia. El número de sacerdotes aumentaba notablemente durante el verano por la llegada al pueblo, para pasar unos días de vacaciones entre sus familiares, de los hijos del pueblo, fecundo en vocaciones eclesiásticas y religiosas.

La angustiosa situación que atravesaba España en la primera quincena del mes de julio y los desmanes que sufrían los sacerdotes, fue la causa de que muchos de ellos coincidiesen en su localidad natal en las mismas fechas. Allí se encontraba el Siervo de Dios Vidal Díaz Cordovés, canónigo obrero de la Catedral Primada; el Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez, párroco de Fuensalida; el Siervo de Dios Balbino Moraleda Martín-Palomino, regente de Rielves y Barcience; el Siervo de Dios Jenaro Gutiérrez Nieto, adscrito a Fuensalida; el Siervo de Dios José Dorado Ortiz, coadjutor de Orgaz; el Siervo de Dios Daniel Gutiérrez Fernández, coadjutor de Mora; el Siervo de Dios Gregorio Romeral Morales, párroco de Villafranca de los Caballeros y el Siervo de Dios Pablo Rivero Sánchez-Perdido, coadjutor de La Guardia. Además de un numeroso grupo de religiosos: franciscanos, escolapios y hermanos de la Salle, hijos del pueblo o destinados en Consuegra.

Antes de proseguir con la narración del martirio del ecónomo de Consuegra y de los otros sacerdotes queremos reseñar el caso de un joven asesinado en los primeros días del mes de agosto. Es el caso de uno de los muchos cientos de jóvenes seglares de los que, por la falta de testimonios, no pueden incluirse en la Causa de canonización.

Se trata del joven Ricardo López Palomino, asesinado con 18 años. Pertenecía a una familia humilde, ayudaba a su padre en una sencilla carpintería. Significado ante el pueblo por su labor en la parroquia, Ricardo era el encargado de distribuir “El Buen amigo”.



Según Leandro Higueruela del Pino en su estudio “Prensa y sociedad en Toledo durante la Segunda República” era éste un periódico religioso fundado, en 1922, por el sacerdote toledano Federico González Plaza. Primero fue quincenal y luego semanal, aumentado considerablemente en pocos años hasta el punto de ser considerado “el mejor periódico popular de los que se publicaban en España”. Su agilidad, baratura y adaptación a la mentalidad del campesino hicieron de este periódico el instrumento de mayor culturización rural, en el que aprendieron a leer muchos labriegos.

El éxito de “El Buen Amigo” estimuló la creación de otros boletines aunque no llegarían a alcanzarle en número de ejemplares y constancia. Algunos testimonios del clero rural lo confirman: el párroco de Belvís de la Jara ponderaba la eficacia de estas hojas que repartía entre el campesinado, subrayando que realmente lo leían. El de Escalona aludía al éxito de”El Buen Amigo” precisamente entre la clase trabajadora. El párroco de Las Herencias lo utilizaba como instrumento de culturización y todo el clero se sirvió de estas hojas para contrarrestar la propaganda impresa anticlerical y antirreligiosa.

Por eso, sin duda, es justo reconocer en Ricardo López Palomino, asesinado en plena calle, ante el convento de las MM. Carmelitas, el 9 de agosto de 1936, al mártir del “Buen Amigo”, que el mismo distribuía por las casas del pueblo.

Las detenciones de los sacerdotes y religiosos dieron comienzo el 21 de julio con el encarcelamiento de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Enseguida fueron asesinados los primeros sacerdotes.

El profesor José Carlos Vizuete escribía para Padrenuestro en 2007 que “en toda la provincia no existían más colegios de religiosos que el de los Hermanos Maristas de Toledo y el de los Hermanos de la Salle en Consuegra. Ambas comunidades fueron completamente aniquiladas”. Y así, “en septiembre de 1925 la Fundación Díaz-Cordovés había construido en Consuegra un edificio para destinarlo a colegio cuya dirección aceptaron los Hermanos de las Escuelas Cristianas en junio de 1926 estableciendo la primera comunidad, formada por 4 hermanos, en agosto siguiente. En septiembre de 1926 se iniciaban las clases en el colegio de San Gumersindo, con tres aulas y 120 alumnos. En julio de 1936, la comunidad estaba constituida por otros cuatro hermanos, tres de ellos profesores en el colegio y el otro administrador de la casa: Teodosio Rafael (Diodoro López), que era el director, Carlos Jorge (Dalmacio Bellota), Felipe José (Pedro Juan Álvarez) y Eustaquio Luis (Luis Villanueva), el administrador. Tres días después de estallar la guerra el colegio fue incautado por el comité local del Frente Popular y los hermanos fueron detenidos y encarcelados en la iglesia de Santa María. La noche del 6 al 7 de agosto tres de ellos –Teodosio Rafael, Carlos Jorge y Eustaquio Luis– fueron sacados de su prisión y, en compañía de otros detenidos, trasladados a un paraje llamado Boca de Congosto, en el término de Los Yébenes, donde fueron fusilados.

Un día después, en la noche del 7 al 8 de agosto, compartió la misma suerte el hermano Felipe José, asesinado, en compañía de uno de los coadjutores de la parroquia de Consuegra, el Siervo de Dios Francisco Lumbreras Fernández, en el término municipal de Fuente el Fresno (Ciudad Real) y seis consaburenses más.


Hno. Felipe José



FRANCISCO LUMBRERAS FERNÁNDEZ

Natural de Consuegra, había nacido el 17 de diciembre de 1890. Fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1915. Tras sus primeros destinos, “El Castellano” del 27 de octubre de 1920 da la noticia de que acaban de ser firmados una serie de nuevos nombramientos entre ellos el de un nuevo coadjutor para Consuegra: Francisco Lumbreras. Excelente orador, una crónica de la época comentando la predicación, en una fiesta mariana, afirma de él “que una vez más dejó demostrada su competencia en esta materia”.

Tomás López en su libro “Aire fresco” (Toledo 2009) sobre la vida del Beato Felipe José, hermano de La Salle, refiere en el capítulo “Encarcelados por Cristo” que, el 21 de julio, mientras el Siervo de Dios Balbino Moraleda estaba celebrando la santa Misa, los milicianos fueron a detener a los cuatro religiosos. Antes, el sacerdote, les conminó a consumir las Sagradas Formas.

López sigue contando:“Pasado el mediodía, fue conducido a la cárcel Demetrio López, uno de los pocos detenidos que, años más tarde, pudo contar su encuentro con los Hermanos. A media tarde llegó un joven que casualmente se llamaba Pedro Álvarez, como el hermano Felipe José. La cárcel municipal fue albergando cada día a más presos. Muchos de ellos eran personas conocidas… entre los presos estaba también Francisco Lumbreras, coadjutor de la parroquia”.

La noche del 6 al 7 de agosto, como ya quedó dicho, fueron asesinados tres hermanos de La Salle junto a diez consaburenses más. Tras quedar sitio en “la cárcel” volvían a practicarse detenciones. El 7 de agosto fue detenido el coadjutor de la parroquia, Francisco Lumbreras. A la noche siguiente, sea porque se supo el error cometido (confundir a un Pedro Álvarez por otro) y tener conocimiento de que quedaba un Hermano o, simplemente porque tocaba, el comité revolucionario organizó una nueva saca de presos. No hubo juicio ni tribunal popular previo. Las víctimas fueron seleccionadas: ocho en total. Don Francisco Lumbreras cuando oyó abrirse la puerta, exclamó: “-Ha llegado nuestra hora”. Junto al religioso iba el coadjutor. Todos se confesaron, el sacerdote pidió al Hno. Felipe José su crucifijo para pedir perdón por sus faltas. Al subir al camión uno de ellos se echó a llorar, mientras don Francisco le animaba, diciéndole: “-No llores, porque la muerte que vamos a tener, no puede ser más gloriosa”. La siniestra expedición se dirigía camino de Urda. Al pasar por la ermita del Cristo, el coadjutor que habría celebrado allí tantas veces el sacrificio eucarístico gritó con voz potente: “-¡Viva el Cristo de la Vera Cruz!” “-¡Viva!” gritaron los detenidos.



Vera Cruz

Tras una avería en uno de los coches se reinstalaron en el camión. Al llegar a la carretera que une Toledo con Ciudad Real, continuó su marcha hacia el sur, hasta entrar en el término municipal de Fuente el Fresno, en un lugar llamado “El Cortijo”. Bajaron a las víctimas entre blasfemias, patadas y empujones. El que conducía el camión declaró que el sacerdote Lumbreras pidió ser el último en morir, para dar la absolución a sus compañeros. Hecho esto, le vendaron los ojos y lo acribillaron, pues todo el pelotón disparó contra él. Cuando años después se hizo la exhumación de los cuerpos, el coadjutor apareció con el cráneo machacado.

Cuenta el Padre Marcos Rincón, vicepostulador de los PP. Franciscanos, que al comenzar la guerra civil, la comunidad franciscana de Consuegra era sede del teologado de la Provincia de Castilla y estaba formada por 32 religiosos: 9 sacerdotes, 19 estudiantes y cuatro hermanos no clérigos. 28 de ellos sufrieron martirio por la fe en diversos lugares y en distintas fechas de 1936. Los franciscanos estaban bien vistos por el pueblo, que era muy religioso, pero las autoridades locales actuaron a los dictados del Gobierno de la nación, que se había propuesto hacer desaparecer de España la religión.

Como ya dijimos el 21 de julio, las autoridades se incautaron de todas las iglesias y prohibieron celebrar actos religiosos, incluso a puerta cerrada. Del 21 al 24, los franciscanos siguieron en su convento, pero sin poder salir y cercados por guardias del pueblo. Pasaron esos días en oración, se confesaron y celebraron la eucaristía en el oratorio del estudiantado. El 24 fueron expulsados del convento. El último en salir fue el Padre Guardián, el Beato Víctor Chumillas, que entregó las llaves a los agentes municipales. Los religiosos fueron hospedados por familiares y bienhechores. En los días de hospedaje llevaron una vida serena y de oración, sin intentar huir ni esconderse de los perseguidores. El P. Víctor expresó repetidamente su deseo de ser mártir.


Detalle de la Cruz a los mártires. Parque frente a la Iglesia de San Juan evangelista en Consuegra (con los nombres de los sacerdotes mártires).


Entre la tarde y noche del 9 de agosto y la mañana del 10, fueron detenidos 28 de los 32 franciscanos. Los otros cuatro lo serían el día 11. Ellos, sin protestar ni resistirse, pero conscientes de que los matarían, siguieron a los agentes, que los llevaron a la cárcel municipal. La estancia en la misma quedó escrita por el P. Chumillas en su breviario. Todos iban contentos de sufrir por el Señor y, al verse, se abrazaron, se pidieron mutuamente perdón y recibieron del superior la absolución general. Por la noche, ellos y los demás eclesiásticos encarcelados se confesaron, oraron y renovaron los votos y las promesas sacerdotales. Habiendo ingresado en la cárcel el 11 de agosto los demás sacerdotes (el ecónomo Manuel del Campo Gómez; los coadjutores Julián Gutiérrez y Julián Díaz-Mayordomo; el canónigo Vidal Díaz; los sacerdotes de Fuensalida Dativo Rodríguez y Jenaro Gutiérrez; Pablo Rivero, coadjutor de La Guardia; regente de Rielves, Balbino Moraleda y a Gregorio Romeral, párroco de Villafranca de los Caballeros), además de un grupito de escolapios (los Padres Cristóforo Rodríguez, Manuel Fuentes, Gregorio Gómez y José Moraleda; el día 10 había sido detenido el P. Moisés Vázquez).


La foto de la iglesia es Antiguo Convento de los PP. Franciscanos en Consuegra (Toledo)

Según los testigos, el 14 de agosto parece que dieron libertad a varios, sino a todos los sacerdotes detenidos, imponiéndoles en cambio una considerable multa a cada uno. Fueron liberados tres franciscanos de avanzada edad y uno de los estudiantes de teología, consaburense; además de otros religiosos. Ese mismo día detuvieron al Padre escolapio Emiliano Lara y al coadjutor de Mora, el Siervo de Dios Daniel Gutiérrez.

Como relata en sus diferentes publicaciones sobre los mártires franciscanos el Padre Marcos Rincón, “pasada la media noche del 15 al 16 de agosto, los franciscanos fueron sacados de la iglesia-prisión. Inmediatamente, mandaron volverse a los naturales de Consuegra y a los hermanos no clérigos, en total, ocho, que serían luego asesinados. Los veinte restantes fueron subidos a un camión. Escoltado por varios coches, en los que iba el alcalde y miembros del Ayuntamiento, el camión salió de Consuegra, pasó por el pueblo de Urda y se detuvo en el lugar llamado Boca de Balondillo, en el término municipal de Fuente el Fresno (Ciudad Real). Los franciscanos, que habían ido rezando por el camino, fueron mandados bajar y ponerse en fila a pocos metros de la carretera. El P. Víctor Chumillas pidió al alcalde que los desatasen para morir con los brazos en cruz, pero no le fue concedido. Pidió que los fusilasen de frente, y el alcalde permitió que se volviesen. Entonces el P. Víctor dijo a su comunidad: “Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el último padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte”. Y al alcalde: “¡Estamos dispuestos a morir por Cristo!” Inmediatamente, Fr. Saturnino clamó: “¡Perdónales, Señor, que no saben lo que hacen!”. Empezó la descarga de disparos. En ese mismo momento, varios de los franciscanos gritaron: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Orden Franciscana! ¡Perdónales, Señor!”. Eran aproximadamente las 3,45 de la madrugada del 16 de agosto de 1936. Los cuerpos de los veinte franciscanos, por orden de la autoridad, fueron recogidos ya de día, llevados en un camión y sepultados en el cementerio de Fuente el Fresno. Una cruz de mármol con una breve inscripción recuerda el lugar de su martirio.


Detalle de la Capilla de los mártires, San Juan de los Reyes (Toledo)




MANUEL MARTÍN DEL CAMPO GÓMEZ



La foto del párroco ha sufrido un notable deterioro
Natural de Los Yébenes (Toledo) había nacido el 5 de enero de 1866. Tras ser ordenado el 21 de septiembre de 1889, recibió sus primeros destinos pastorales. Durante casi quince años don Manuel ejerció de párroco en Lucillos (Toledo). En la crónica que publica El Castellano el 15 de septiembre de 1915 sobre las fiestas de Nuestra Señora de la Salud de Yunclillos de la Sagra (Toledo) se dice “que la cátedra sagrada estuvo a cargo del elocuente e ilustrado cura párroco de Lucillos”.

Una década después, concretamente el 5 de agosto de 1927, el corresponsal en Lucillos para el citado prestigioso diario católico de información, comunica que “nuestro querido párroco ha sido distinguido con el curato de Consuegra… con este premio a su virtud, ciencia y celo, reciba nuestro amadísimo párroco la más cordial enhorabuena de sus feligreses”.


Tras la proclamación de la Segunda República en enero de 1932 se disolvió la Compañía de Jesús, se secularizaron los cementerios y se legalizó el divorcio. El lugar que la República concedió por ley a la Iglesia iba siendo relegarla a la nada. Se tomaron medidas que no respetaban los principios democráticos ni eran políticamente prudentes. Medidas importantes como la Ley de Congregaciones, así como otras de menor trascendencia, como la prohibición de las procesiones religiosas. Recogemos esta extensa noticia sobre cómo actuó el Siervo de Dios en contraste con lo que muchas veces se nos hace creer sobre la actuación del clero contra esos gobernantes.

Por informaciones de “El Castellano” del 15 de junio de 1932 sabemos que en la fiesta de San Antonio sucedieron los siguientes hecho: “por la tarde (del día 13) se celebró el último día del novenario, y durante este acto subió al púlpito el cura párroco para poner en conocimiento de los fieles que habiendo sido pedida por la Hermandad de San Antonio la correspondiente autorización para sacar la procesión, como en años anteriores, la imagen del Santo Paduano, la autoridad no había dado contestación a tal petición, y en consecuencia este año no podía celebrarse la mencionada procesión; con tal motivo, el señor cura párroco exhortó a los fieles a cumplir con exactitud las órdenes emanadas de la autoridad, y les puso de manifiesto la necesidad de retirarse de la iglesia con orden y compostura, una vez terminada la procesión que sólo se celebraría por el ámbito de la iglesia; más cuando ya la imagen del Santo se encontraba cerca de la puerta los ánimos se excitaron de tal modo que, a todo trance, y a pesar de las exhortaciones del párroco, el pueblo acordó sacar la imagen por las calles. El señor cura entonces, al ver el cariz que iban tomando las cosas, habló a los fieles nuevamente, exhortándoles a no contravenir las leyes, poniéndoles de manifiesto que él no podía en modo alguno autorizar la procesión y ordenándoles volver la imagen a su sitio. Todo fue en vano, pues ya los fieles, ordenados en filas, marchaban calle adelante, y los jóvenes sacaban la carroza de San Antonio. Entonces el clero se retiró, vista la imposibilidad de contener a la multitud, y ésta sola, sin clero y sin Cruz parroquial, recorrió el itinerario de costumbre con la mayor compostura, y con el mismo orden regresó a la parroquia, retirándose los fieles sin alboroto alguno, una vez que dejó la imagen del Santo en la iglesia”.

El 18 de agosto de 1936 las autoridades decidieron hacer por la noche “otra saca”. Era el turno para Don Manuel del Campo, párroco de Consuegra, un grupo de siete seglares y tres franciscanos: Fray Cecilio, Fray José, Fray Gabriel. Como ya recordábamos la semana pasada ni el párroco ni Fray Cecilio habían sido liberados, a pesar de superar los 60 años. Respecto a Fray Cecilio y Fray Gabriel las autoridades se desdecían de lo dicho tres días antes, sobre que protegerían a los religiosos no clérigos haciéndoles pasar como trabajadores. En cuanto a Fray José Merino habían averiguado ya que no tenían parentesco con nadie en el pueblo.
Como lo habían hecho tres días antes, las autoridades obligaron a Godofredo Peces a conducir el camión. Pasaban ya las doce de la noche. Comenzaba la madrugada del 18 al 19 de agosto cuando el vehículo se dirigió a la iglesia de Santa María. Sacaron a los once presos que iban a ejecutar. Al párroco, que apenas podía andar, lo llevaron entre varios. Hacia las 12,40 partió el camión con las víctimas y sus ejecutores. Junto a tres milicianos madrileños en la saca participaron el alcalde, el jefe de la Policía local, el cabo de los serenos y quince personas más. Los dirigentes abrían la marcha en un coche pequeño. Tomaron la misma dirección que la noche del 15 al 16 de agosto. En el control de Urda, sigue contando el P. Marcos Rincón, estuvieron detenidos un cuarto de hora y parece que montaron en el vehículo a algunos milicianos. Siguieron para Fuente el Fresno (Ciudad Real). Según el conductor, los detenidos iban callados. En las afueras del pueblo en el lugar conocido como “Las cuatro carreteras” esperaba el alcalde de Fuente, el secretario del Ayuntamiento y siete u ocho miembros de la guardia roja, armados. Habían recibido este aviso de los izquierdistas de Consuegra: “Os llevamos carne”.
Pero, como escribe en una declaración don Ángel Moraleda cuyo padre fue asesinado aquella noche, ni las autoridades de Urda (Toledo) ni las de Fuente el Fresno (Ciudad Real) consintieron en que los fusilaran ni siquiera en los términos del municipio. Por lo cual siguieron en dirección a Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real).

Los asesinos se detuvieron en la Cuesta de la Virgen, concretamente en un carreterín que sube a la ermita de la Virgen de la Sierra, patrona de Villarrubia de los Ojos. La noche estaba oscura. Hermenegildo Fernández, que era el encargado del santuario y vivía con su familia en la casa de los santeros (distante 1.400 metros del lugar de la ejecución) dice que al escuchar las descargar, miró su reloj: eran las tres de la madrugada.
Iluminaron el camión con los focos de los tres coches y empezaron a bajar a los detenidos. A los seglares y a los tres frailes los colocaron a unos 15 metros de la carretera de La Fuente a Villarrubia, de cara a la misma, y a la izquierda del carreterín del Santuario.
Al Siervo de Dios Manuel del Campo, como no podía bajar por sí mismo, lo tiraron del camión y lo llevaron rodando hasta la cuneta de la carretera. Las víctimas no intentaron huir ni se quejaron ni pidieron que les soltasen o les perdonasen la vida. Desde el camión al lugar de la ejecución, y al oír la orden de la descarga, “gritaban muchas veces, muy alto y con grandísimo entusiasmo: ¡Viva Cristo Rey!”. Uno exclamó: “¡Viva Cristo Rey y los santos mártires!”. Al párroco lo fusilaron después de los demás en la cuneta y allí lo dejaron. Era el 19 de agosto de 1936. Los ejecutores les fueron dando el tiro de gracia, hacinaron los diez cadáveres unos sobre otros y se volvieron a Consuegra por Fuente el Fresno, cantando su “hazaña” y pregonando el valor de los asesinados en morir por sus ideales al grito de “¡Viva Cristo Rey!”
Cuando el sacristán acudió al clarear, entre las 5 y 6 de la mañana, no encontró a ninguno con vida. Entre las 9 y 10 de la mañana los once cadáveres fueron “paseados” por el pueblo en una camioneta. Cuatro milicianos iban cantando los cantos de los funerales en son de burla. “Los mártires, recuerda el P. Marcos Rincón vicepostulador de la Causa de los mártires franciscanos, iban regando el pueblo con su sangre, que aún goteaba”. Los llevaron al cementerio, pero como estaba cerrado, los volcaron por encima de las paredes, y allí los dejaron. Al día siguiente los enterraron.


"Virgen de la Sierra", donde es asesinado el Siervo de Dios



PABLO MORALEDA NAVAS

Pablo Moraleda Navas nació el 2 de febrero de 1921 en Consuegra, en el seno de una cristiana familia de labradores acomodados. Penúltimo de siete hermanos y cuarto de los varones, - aunque el mayor murió siendo muy niño - adoraba a todos ellos y a sus dos abuelos, que convivían con ellos en la casa familiar.
Sobre los once años deciden sus padres, que observan en él grandes cualidades intelectuales, enviarle a estudiar el Bachillerato como interno en el Colegio de los PP. Escolapios de Getafe.


Colegio de los PP. Escolapios. Getafe (Madrid)


Con gran aprovechamiento académico, ve superados curso tras curso, al tiempo que se acrecientan también sus cualidades humanas y morales. Es querido en el colegio, en su ambiente familiar, entre sus vecinos, entre todos cuantos le tratan y con él conviven durante sus estancias en Consuegra con motivo de los períodos de vacaciones. Es servicial, atento, amable, cariñoso, fino con los demás.
Muy intensa fue su relación con los PP. Franciscanos de Consuegra, mantenida y aún acrecentada durante los años de colegial en Getafe. Dada la gran vinculación que su familia mantenía con el tan popular convento franciscano, Pablo fue monaguillo desde muy niño, asistiendo a las entonces tan tempranas misas diarias con puntualidad y presteza, y con los frailes comenzó y ultimó su preparación para recibir su Primera Comunión, lo que hizo, como antes todos sus hermanos, en la iglesia conventual. Fue el Padre Martín Lozano Tello, beatificado en el 2007, muy querido y tratado por la familia, quien más intervino en dicha preparación y quien le administró el Sacramento, manteniendo posteriormente con él un contacto, podría decirse de dirección espiritual, que no se interrumpió con su marcha a Getafe, pues en cuanto Pablo pisaba Consuegra y tras ver y saludar a la familia, ya estaba camino del Convento para ver y saludar al Padre Martín, repitiendo sus visitas día tras día para ayudarle y colaborar con la Comunidad en cuantas cosas fuesen precisas y estuviesen en su mano.


Patio del convento de los PP. Franciscanos


El 22 de junio de 1936 llegó Pablo a Consuegra un verano más y con un curso más aprobado con gran éxito y aplicación. Llegó además con el tiempo justo para asistir a la boda del mayor de sus hermanos, Ángel, que se celebró el día 24 en Consuegra y que sería la última ocasión en que toda la familia se viera reunida por tan feliz acontecimiento. Pronto la alegría y la felicidad darían paso a la tragedia en que, como tantas otras familias, se vio envuelta.


En la cripta de Santa María están los restos mortales del Siervo de Dios Pablo Moraleda Navas. Un cuadro recuerda a los allí enterrados.

El 18 de julio, su padre y su hermano Ángel, recién casado, fueron detenidos y apresados en la iglesia de Santa María, convertida en prisión. Ángel había pertenecido desde muy joven al movimiento tradicionalista y era uno de sus más destacados miembros en la zona de La Mancha. Su padre, D. Dionisio Moraleda, tuvo una muy particular trayectoria y actuación durante esos cruciales años, que es preciso resaltar, pues a Pablo, aún tan niño todavía, le marcó mucho, le influyó en su formación y sirvió de base a la admiración y veneración que por él sentía.
Por circunstancias , muy graves y complejas y que no vienen al caso, que vivió durante la Dictadura del General Primo de Rivera, participó con buena fe y espíritu cívico en las elecciones municipales de abril de 1931 que dieron al traste con el régimen monárquico y dieron paso a la República. Con la misma buena fe y espíritu de colaboración con sus paisanos, aceptó el nombramiento como Primer Teniente de Alcalde en el equipo de gobierno que pasó a dirigir el Ayuntamiento de Consuegra tras dichas elecciones. Llegado mayo y las tristes jornadas de “la quema de los conventos”, D. Dionisio pasó dos días con sus dos noches de guardia continuada y contando con muy escasas personas a su alrededor a fin de evitar por todos los medios que en Consuegra pudieran producirse los desmanes, asaltos e incendios que tanto en Madrid como en otros puntos de España estaban asolando iglesias y centros religiosos e históricos. Tomó esta tarea como una responsabilidad propia, tanto como autoridad en aquellos momentos como en su calidad de ciudadano católico y civilizado. Existen muchas versiones sobre esta valiente y decidida actitud; puede ser que actuara por su cuenta, sin verse respaldado ni apoyado por el propio alcalde y el resto de concejales; puede ser que, si no colaboración, sí al menos no tuviese, en esas tan excepcionales circunstancias, oposición de los demás; puede que se encontrara con dicha oposición. El caso es que consiguió su propósito y, salvo algún enfrentamiento o incidente callejero, de los que también se dieron varias versiones, algunas contradictorias, no sucedió nada en Consuegra. En fechas sucesivas, cada vez el ambiente más enrarecido, viendo el derrotero que la política nacional iba tomando y, sobre todo, comprobando que sus relaciones dentro del Ayuntamiento iban deteriorándose cada vez más y que aumentaban las situaciones para él inaceptables e insuperables, presentó su renuncia irrevocable a estos cargos.
Alejado completamente de la política, en 1932 fue Mayordomo del Cristo de la Vera-Cruz, Patrón de Consuegra, privilegio y honor al que muchos consaburenses siempre han aspirado y aspiran y que supone representar el espíritu religioso de la ciudad y su secular y tradicional devoción hacia el Cristo. El desempeño de dicha función y todo lo que conlleva, que Pablo vivió con sus once años de una forma muy intensa antes de volver al colegio, supuso también a D. Dionisio varias situaciones nada agradables, alguna de ellas relacionada con el sermón que en la función solemne del día 21 de septiembre pronunció el predicador que había traído a tal efecto, famoso por esos años en toda España, D. Castor Robledo, Canónigo Magistral de la Catedral de Ávila.


Cristo de la Vera Cruz

Pero volvamos a los postreros días de julio y primeros de agosto de 1936. Presos su padre y su hermano Ángel y ante la necesidad de proporcionarles diariamente los alimentos, fue una sirvienta de la casa la que comenzó a realizar dicha tarea. Pero Pablo quiere llevarla a cabo él, por si alguno de los días tuviera la ocasión y la suerte de poder ver a sus dos seres queridos; por realizar ese servicio; o por ser así él, en definitiva. Tanto empeño pone en conseguirlo, que su madre y hermanas mayores ceden y, todavía más angustiadas de lo que ya estarían, consienten que Pablo “lleve la comida” desde la casa familiar, atravesando por delante del parque público, hasta el citado templo de Santa María.
4 de agosto de 1936. Pablo, como llevaba haciendo ya tres o cuatro días, volvía de llevar la comida sobre la una y media del mediodía. Cuando va pasando con su cesta delante del citado parque, es disparado, alcanzado y mortalmente herido. Tendido en plena calle y a pleno sol de agosto, se va desangrando, sin que pueda precisarse exactamente, por existir varias y distintas versiones de testigos más o menos directos, cuando fue retirado de la vía pública y trasladado al botiquín o local de atención médica. Sólo se sabe que llegó al mismo ya moribundo y que se le oyó balbucir lo siguiente: “-Curarme, que tengo madre y hermanas” y “-Tengo sed”. Desde allí fue trasladado al cementerio municipal y enterrado en una fosa común. Descubiertos e identificados sus restos, reposan hoy, junto a los de su querido padre, en la cripta de Santa María. Dos días después, el 6 de agosto, fueron martirizados su padre y su hermano, junto a los cuatro Hermanos de las Escuelas Cristianas, hoy ya Beatos, de la Comunidad de Consuegra.
El Padre Chumillas, Guardián de la Comunidad de PP. Franciscanos, se encontraba ya esos días acogido en el domicilio de una familia amiga, como el resto de frailes, queriendo la providencia que dicho domicilio estuviese prácticamente al lado del lugar en que Pablo fue abatido. Estaban a punto de comenzar a almorzar cuando oyeron los disparos; al saber lo sucedido, intentó salir a confortar a Pablo y darle al menos la absolución, lo que fue impedido casi a la fuerza por la citada familia. Al día siguiente escribió a su madre Dª Eufrasia Navas, la carta tan conocida y divulgada y que de forma tan fundamental ha formado parte de la documentación del proceso de Beato Víctor Chumillas.



A lo largo de esta serie nos hemos apoyado en la investigación realizada por el vicepostulador de los PP. Franciscanos, el Rvdo. P. Marcos Rincón y en su obra publicada en 1997 “Testigos de nuestra fe” en las páginas 444-445 encontramos el siguiente documento.

¡Paz y Bien!
A 5 de agosto de 1936
Sra. Dª Eufrasia Navas
Consuegra


Desconsolada señora: Por si puedo llevar un átomo de consuelo a su atribulado corazón, le escribo estas letras que son el testimonio del sentimiento del mío.
Si la paz de España, si el Reinado del Corazón de Jesús ha de venir después de muchas víctimas y sufrimientos, ciertamente que V. y su familia se podrá gloriar de que han contribuido a dicho triunfo con lo más querido de su corazón, en la inmolación de un hijo inocente cuyo sacrificio acepta el Señor en lugar, quizá del de un padre o de un hermano encarcelados y perseguidos por la justicia.
Mirado a los ojos del mundo, el suceso de ayer es una desgracia inmensa que clama al cielo, una pérdida irreparable… Cierto. Pero en estas circunstancias tan graves no es precisamente la voz de la carne la que debemos oír y escuchar, sino la de la fe que nos dice que el morir por Dios y por la Patria es una gloria, es un honor, y el morir por tan justa causa es un martirio verdadero que lleva consigo como premio la inmediata entrada del alma en la eterna gloria. ¿Y quién duda que un dulce hijo inocente ha tenido otra causa para morir como un corderito? Pero a esto se añade que es también mártir de la piedad filial. El venía de honrar a su padre y a su hermano, de cumplir con valentía cristiana con el cuarto mandamiento de la ley de Dios, mientras que un pobre ciego, desgraciado, quebrantaba gravemente el quinto, quitándole una vida preciosa que sólo es de Dios.
… porque la sangre de un hijo unida, mezclada con la de N.S. Jesucristo que por nosotros la derramó toda, es también redentora por la virtud que ésta le comunica.
Si quiere creerme siento envidia de Pablito y de buena gana me hubiera puesto en su lugar. ¡Sea lo que Dios quiera! Acatemos humilde y resignadamente los altos designios de Dios N. Señor. Por si tenía algo que purgar, aunque su muerte le exime de Purgatorio, lo encomendaré a Dios.

Fr. Víctor Chumillas




El Padre Chumillas recibió la palma del martirio,
días después, el 16 de agosto de 1936.
Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.





El Beato Martín Lozano, franciscano de Corral asesinado con el Beato Víctor Chumillas, se encontraba el 6 de agosto refugiado en casa de las hermanas Moreno. El padre Martín que tenía gran amistad con la familia del Siervo de Dios Pablo Moraleda Navas envío esta carta a la madre (“Testigos de nuestra fe” (Madrid 1997) pp. 436-437).

Consuegra 6 de agosto de 1936
Sra. Eufrasia

Con profundo dolor y el corazón ahogado de pena tomo la pluma, ¿para qué?, ¿para consolarla? En lo humano no cabe consuelo, pues el dolor y angustia de esa casa y la mía son inmensas como el mar. Pero soy sacerdote y elevo mis ojos al cielo y veo a los ángeles sobre esa familia con coronas para coronar a los mártires que han de honrarla para siempre.

Objeto sois de santa envidia porque Dios os ha escogido como víctimas expiatorias por los pecados de España y siempre mereceréis bien de la Religión y de la Patria. Y ¿qué decir de mi Pablito? Un ángel del cielo, víctima inocente, como el inocente Abel inmolado en el Parque Público, como en un lugar público, en el Calvario, fue inmolado Jesucristo; agonizó y murió a la misma hora que Jesús, desde la una y media a las tres de la tarde. La sangre del niño, derramada en un parque público, clama mejor que la de Abel, clama como la de Jesucristo, no venganza, sino perdón, perdón para el que la inmoló.

Yo fui uno de los primeros que lo supe. Juan Manuel Ruiz, testigo de vista de la trágica escena, pálido de dolor y derramando lágrimas, se abrazó a mí diciendo: -¡P.Martín: Pablo ha sido asesinado! Y entonces pensé que aquel Dios que tomó posesión de su pecho cuando yo le administré la Sagrada Comunión, le había acogido en su gloria para cantar entre los ángeles sus eternas alabanzas.
Abandonada, como parece, de lo humano, no se crea abandonada de Dios, porque precisamente en esta prueba le escoge para hacerla participante de la cruz de Su Divino Hijo Jesús.

Yo, en tanto, como sacerdote, ofreceré esa familia al Eterno Padre para que aplaque su ira y abrevie el tiempo de la tribulación.

Martín Lozano, O.F.M

El Padre Lozano recibió la palma del martirio,
días después, el 16 de agosto de 1936.
Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.




EMILIO LÓPEZ MARTÍN

GREGORIO MARTÍN PÁRAMO

14 de diciembre de 1934. Falta un año y medio para que estalle la guerra y consecuentemente la persecución religiosa. Son las diez y media de la mañana, en la parroquia mozárabe de las Santas Justa y Rufina de la Ciudad Imperial se están celebrando los funerales de doña Raimunda Martín Paramo, que ha fallecido el uno de los corrientes en Mazarambroz. Dos sacerdotes presiden los funerales. El primero, don Emilio López Martín, hijo de la finada. El segundo, don Gregorio Martín Páramo, hermano de doña Raimunda. Tío y sobrino serán asesinados junto al Beato José Polo Benito en una de las páginas más trágicas del Toledo martirial, en la madrugada del 22 al 23 de agosto de 1936, en la Puerta del Cambrón.


SIERVO DE DIOS EMILIO LÓPEZ MARTÍN. Emilio había nacido en Mazarambroz (Toledo) el 22 de mayo de 1887. Sus padres Manuel y Raimunda tendrán tres hijos y tres hijas. La necrológica de “El Castellano” afirma que doña Raimunda “puso todo su cuidado en la educación cristiana de sus hijos, ofreciendo a la Iglesia un sacerdote y una religiosa”: Emilio, el mayor, que es sacerdote diocesano y la cuarta, M. María de Santa Teresa que pertenece a la Compañía de Santa Teresa de san Enrique de Osso.

Emilio tras su paso por el seminario, sería ordenado el 11 de marzo de 1911. Tras los primeros destinos, quince años después, es beneficiado de la parroquia mozárabe de las Santas Justa y Rufina, y pertenece a la Muy Ilustre Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo.

La Capilla Mozárabe, cuenta el Anuario Diocesano de 1930, fue fundada por el Cardenal Cisneros para conservar el antiguo rito hispano-romano (llamado mozárabe) y constaba de 13 Capellanes, bajo el patronazgo del Cabildo Primado. En la primera mitad del siglo XIX vino tan a menos, que hubiera desaparecido de no haber sido restaurado gracias al Concordato de 1851. En 1930, componían la Capilla Mozárabe un Capellán Mayor (Dignidad del Cabildo Primado) ocho Capellanes, los dos Párrocos de las parroquias mozárabes que aún subsisten y tres Beneficiados de las dichas parroquias. Así las Capellanías como los Curatos y Beneficios se proveen mediante presentación hecha al Prelado por el Patronato, previa oposición de canto y rito mozárabe (y examen sinodal para los Curatos y Beneficios).

Don Emilio López era además Oficial 2º de la Secretaría de Cámara y Gobierno dentro de la Curia Diocesana. También ostenta el cargo de una de las capellanías de la parroquia de San Nicolás de Bari.

SIERVO DE DIOS GREGORIO MARTÍN PARAMO. Gregorio había nacido el siete de enero de 1877 en el pueblo toledano de Ventas con Peña Aguilera. Como ya dijimos era tío, por parte de madre, del Siervo de Dios Emilio López Martín. Don Gregorio recibió la ordenación sacerdotal en 1902. Tras los primeros destinos en 1908 se le encarga la encomienda de la parroquia de Orgaz (Toledo). En una crónica de “El Castellano” (16 de mayo de 1908) comentando las fiestas del 3 de mayo del Santísimo Cristo de la Misericordia de Mazarambroz, se destaca que “la función religiosa ha aumentando su esplendor por el Sermón encomendado al orador sagrado D. Gregorio Martín Páramo, Teniente de la Parroquia de Orgaz, verdadera composición retórica, llena de elocuencia, sin carecer de parte sugestiva, que llenó de júbilo a los oyentes”. En octubre de 1910 firma un documento oficial junto a su párroco, siendo él coadjutor de Yepes (Toledo).

El 4 de julio de 1915 aparece como ecónomo de Mazarambroz (Toledo) predicando en la fiesta de la Virgen Blanca del Castañar de Cisneros que enclavado en los Montes de Toledo “linda con los dilatados términos de Mazarambroz, Pulgar, Cuerva y Ventas con Peña Aguilera, a la vez que con la vecina provincia de Ciudad Real”. Quince años después ostenta la capellanía de San Román en la ciudad de Toledo, iglesia filial de la parroquia de Santa Leocadia. En 1936 rige la capellanía de San José y está encargado de la iglesia filial de San Juan Bautista.

En la Capilla de San José, en la toledana calle de Nuñez de Arce, tuvo lugar la quinta fundación de Santa Teresa de Jesús. Aquí la Santa escribió los primeros capítulos de “Las Moradas”. La capilla es obra de Nicolás de Vergara (1588) y casi diez años más tarde, el Greco se encargaría de pintar el famoso”San José con el Niño”.

Tras la muerte de Santa Teresa, la comunidad se trasladó en 1608 al Convento de la Puerta del Cambrón. Por ello, el Siervo de Dios Gregorio Martín se encarga de celebrar en la Capilla pero no era el capellán de las MM. Carmelitas, cargo que ostenta el también mártir, Siervo de Dios Manuel Quesada Martín.


Capilla de San José en la Calle Núñez de Arce (a principios del s. XX)
Tras el estallido de la guerra civil española, los guardias civiles de las comandancias de los pueblos junto a los militares, como ya hemos narrado en otras ocasiones, se encierran en el Alcázar para su defensa. Mientras tanto en el Palacio Arzobispal se instalan las oficinas de la F.A.I. y las de la C.N.T. Los marxistas celebraban sus triunfos con vergonzosas orgías, con banquetes y embriagueces.

Pasados los primeros días de guerra, los milicianos atacaban con rabia el invicto Alcázar. Incluso trajeron expertos mineros de Asturias con toneladas de dinamita para volar el grandioso edificio. Poco a poco algunos sacerdotes, entre ellos don Emilio y don Gregorio, fueron detenidos y conducidos a la Prisión Provincial. Los demás caían asesinados por las calles de la Ciudad Imperial. Solo unos pocos lograran escapar.

Junto al Beato José Polo Benito, beatificado en Roma en el 2007, fueron encarcelados directamente o trasladados desde la Diputación a la cárcel de Gilitos los Siervos de Dios Agustín Rodríguez y Fausto Cantero; el Chantre de la catedral de Cádiz, natural de Olías del Rey, Siervo de Dios Calixto Paniagua Huecas; y los Siervos de Dios Gregorio Martín y Emilio López, cuyas vidas se han narrado ya en esta sección. El grupo se completa con los Siervos de Dios Antonio Arbó Delgado, beneficiado de la Catedral de Toledo; Segundo Blanco Fernández de Lara, maestro de ceremonias de la Catedral Primada; Raimundo Ramírez Gutiérrez, que a pesar de ser anciano y estar casi ciego, es coadjutor de la parroquia de San Martín; Manuel Hernández Díaz-Guerra que es coadjutor de Portillo (Toledo), y Feliciano Lorente Garrido, párroco de Arcicóllar y Camarenilla (Toledo).

Además de los once sacerdotes, que caerán asesinados en la luctuosa jornada de la madrugada del 23 de agosto, también fue masacrada la Comunidad de los Hermanos Maristas de Toledo: los Hermanos Cipriano José Iglesias, Eduardo María Alonso, Jean Marie Gombert, Addón Iglesias, Julio Fermín Múzquiz, Javier Benito Alonso, Anacleto Luis Busto, Bruno José Ayape, Félix Amancio Noriega y el Hermano Evencio Pérez.


Los 172 Mártires Maristas. La cruda realidad de los hechos, habla también de auténtica persecuión. De las cerca de cien casas que los Hermanos Maristas tenían en España, en 44 de ellas hubo víctimas, 11 fueron incendiadas, muchas docenas fueron saqueadas y las capillas fueros profanadas. Si fueron 172 los Hermanos asesinados, los que conocieron las cárceles, las torturas y las persecuciones fueron varios centenares. La comunidad de Toledo es la que cuenta con el mayor número de mártires (once de doce)


Faltaba el Hermano Jorge Luis, que será sacrificado un día después, cuando él mismo haga ver a los milicianos que se habían olvidado de él, por estar ocupándose de las tareas culinarias cargo que ejerce en la Comunidad y destino que le dan tras ser detenidos.

El mundo de internet nos ofrece muchas y significativas posibilidades como la de viajar en el tiempo a través de la fotografía. Una de las mejores páginas que puede ayudarnos a este deseo es http://toledoolvidado.blogspot.com Como afirma su autor, Eduardo Sánchez Butragueño, su objetivo fue que las personas que visitaran el blog “entraran en la "cuarta dimensión" (el tiempo) y vieran que los lugares que a diario observan han sufrido ciertos cambios, a veces sutiles, a veces enormes... Uno de ellos es el peculiar caso de la Puerta de San Martín, edificada en 1864 con la finalidad de servir de "aduana urbana" o lugar de recaudación municipal para las personas que introducían mercancías en la ciudad a través del Puente de San Martín. Cuando dejaron de cobrarse portazgos (cobros a la entrada de la ciudad) su función dejó de tener sentido... Por ello el ayuntamiento decidió demolerla en 1967 con la finalidad de ensanchar la calle. Fueron por tanto 103 años los que esta puerta estuvo en pie…”

En esos 103 años se cuentan los meses que en la Ciudad Imperial duró la guerra civil. Y entre las 72 tristes jornadas de enfrentamiento que se vivieron en la ciudad de Toledo hay una que culminó con caracteres de pesadilla. Como ya hemos narrado el 22 de agosto de 1936, unos aviones del ejército republicano que bombardeaban el Alcázar erraron en su puntería matando a varios soldados de su propio ejército. Este suceso produjo cierta efervescencia entre los milicianos, pero nada hubiese ocurrido si los jefes no hubieran tomado el hecho como motivo para perpetrar unos asesinatos en los que ya venía meditando. La horrorosa matanza de prisioneros, a la que la impericia de un aviador sirvió como pretexto, había de realizarse de todos modos. Ambos sucesos fueron enlazados casuísticamente, pero la elección de víctimas no fue debida al azar. Los encargados de consumar el hecho sabían perfectamente lo que tenían que realizar y no hubo titubeos ni improvisación. Cuando anocheció 80 personas, en dos grupos fuertemente escoltados por milicianos, franqueaban las puertas de la cárcel. El asesinato fue perpetrado con nocturnidad y traición. El mismo engaño con que los presos fueron sacados de la cárcel es una prueba de la alevosía del crimen. Allí estaban los Siervos de Dios Emilio López y Gregorio Martín. Los detenidos bajaban del Convento de Gilitos, convertido en prisión, hacia la puerta del Cambrón. Al llegar el grupo fue dividido: a unos los encaminaron a la cercana Fuente del Salobre y a los otros hacía el Puente de San Martín. La Puerta, de la que hablábamos al principio, hoy desaparecida contempló esta cruel escena en la que nuestros mártires fueron sacrificados. Sucedió en la madrugada del 23 de agosto de 1936.


Puerta del Cambrón. 1935 Puente y, al fondo, Puerta de San Martín


http://www.persecucionreligiosa.es/toledo/t_martires.html

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