sabado 12 de agosto de 2006
La singularidad de Zapatero
Por M. MARTÍN FERRAND
DEBE reconocerse, en la medida en que la originalidad sea un mérito, que José Luis Rodríguez Zapatero no tiene nada que ver con los precedentes políticos que nos ofrece el muestrario del poder europeo desde el final de la Segunda Gran Guerra. Zapatero es atípico, singular y, en todo caso, recuerda a Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance. La condición aristotélica del hombre no se evidencia en nuestro presidente, que, siempre atento a las imágenes, desprecia la razón como método de trabajo. Así, instalado en la apariencia y rodeado de un equipo tan experto en la propagada como inútil en la gestión, va cumpliendo una legislatura en la que el Gobierno resulta incapaz de resolver ninguno de los problemas que le salen al paso.
Viajar hasta el rescoldo gallego para hacerse una foto con olor a chamusquina es, posiblemente, mejor que no viajar; pero no será así como se apaguen las llamas que consumen los bosques. Lo mismo podría decirse, con sólo cambiar el escenario y su atrezo, de los gestos con los que se aparcan, ya que no se remedian, todos los grandes asuntos pendientes del Estado, desde la invasión de inmigrantes ilegales, a la actuación de la delincuencia organizada, pasando por casos tan irritantes como el de los empleados de Iberia en El Prat barcelonés. Palabras, palabras y más palabras huecas en lugar de soluciones concretas y eficaces.
Algo genera el entorno de Zapatero, iluminado por la indulgencia de la izquierda, para que personajes de astucia comprobada, como Alfredo Pérez Rubalcaba, parezcan bobalicones cuando, en el Congreso, tratan de explicar lo que no se hizo, pero debió hacerse el día en que el anarquismo fáctico secuestró a millares de contribuyentes viajeros ante la mirada perpleja y pasiva de las fuerzas de seguridad. Las explicaciones sobre el mismo asunto de la también ministra Magdalena Álvarez convierten las de Rubalcaba en algo preciso y sutil, próximo al Discours de la méthode, pero ya está superada la técnica faraónica, muy de Cleopatra, de rodearse de monos para parecer más humanos y hermosos.
Lo más sobresaliente, ante lo que apunto, es que no crecen ni la indignación ni la inquietud populares. Salvo alguna protesta, a destiempo, en la voz del guardia de turno en las oficinas del PP, los ciudadanos parecen vivir en el mejor de los mundos, lejos de cualquier inquietud ante el futuro e insensibles frente a la gravedad objetiva que presentan los acontecimientos. Que España se descoyunta, no importa; que arde Galicia, ya vendrán las lluvias; que los cayucos trasladan a Canarias más de quinientos inmigrantes ilegales al día, algo se hará; que la delincuencia organizada, o autónoma, crece vertiginosamente, es el mal de nuestro tiempo... Nunca el pasotismo, forma edulcorada para definir la incapacidad, había estado tan presente y paradójicamente activo en la cúspide del poder nacional. Es la singularidad de Zapatero.
viernes, agosto 11, 2006
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