lunes 21 de agosto de 2006
Dopaje
Los hay que destacan y los hay que se quedan en la cola, dependiendo de la materia prima sobre la que actúe el colocón. En arte pasa igual.-->
¿Se imaginan en lo que quedaría convertida la Historia de la Literatura si un Comité de Salud Pública la despiojase de autores drogadictos y dipsómanos? ¿Qué ocurriría si existiesen tribunales encargados de detectar la influencia de sustancias dopantes en los libros que ya han alcanzado el rango de clásicos? Baudelaire sería expulsado del jardín donde se cultivan las flores del mal; Verlaine y Rimbaud, aquella pareja atufada de absenta, quedarían desposeídos de su condición mítica; y nuestro Valle-Inclán, amarrado a su pipa de kif, ingresaría en el más aciago descrédito. La misma suerte correrían De Quincey, opiómano y apologeta del asesinato, y Poe, navegante en los océanos del delirium tremens, y tantos y tantos otros. Simbolistas y parnasianos, miembros de la generación beat y borrachuzos de por libre engrosarían las filas de una patulea marcada por el estigma de la sospecha. El monte Parnaso quedaría más pelado que la coronilla de un monje budista, y el cetro de la excelencia literaria habría que adjudicárselo, a falta de postulantes más meritorios, al Padre Coloma. La censura se encargaría de retirar del comercio los libros corrompidos por el consumo de estimulantes, y las metáforas más anfetamínicas o alucinógenas serían tachadas por un grueso rotulador negro, para que su proximidad no infectase las palabras sanas. Huelga decir que los escritores vivos culpables de tan nefando vicio serían despojados de sus medallas y galardones (desde el Premio Nobel hasta la Flor Natural más ínfima), y que el botín confiscado se repartiría entre los plumíferos todavía honestos que se inspirasen con horchata de chufa. La mediocridad camparía por sus fueros, como un espectro somnífero, pero al menos estaríamos tranquilos, sabiendo que hemos extirpado de la literatura cualquier germen pernicioso.A muchos esta utopía se les antojará grotesca o superferolítica. En cambio, les escandaliza que los deportistas se inyecten sustancias dopantes, como si alguien se creyera todavía que el espíritu de Olimpia siguiese inspirando ese mejunje de sórdidos intereses pecuniarios en que se han convertido la mayoría de las disciplinas deportivas. Esos muchachetes que salen a la hierba para pegar patadas a una pelota o se encaraman a una bicicleta para forzar el cuentakilómetros de su corazón son los ejecutores de un sórdido designio económico, en el que se entrelazan intereses publicitarios, inversiones millonarias y retransmisiones televisivas. Incluso los aficionados, ese paisaje de fondo vociferante que presencia con ilusa ingenuidad los revolcones y carreritas de sus ídolos, sólo importan en cuanto que son convertibles en cifras y saldos beneficiosos. Al deportista se le paga por satisfacer ese cúmulo de intereses que gravitan en torno a un negocio deleznable; se le pagan, además, sumas fastuosas, y se le exige a cambio una aportación sobrehumana. En los últimos años, los deportistas han hecho hincapié en que se sustituya esta denominación por otra más exacta y a la vez difusa, \''profesionales de élite\'', en un intento de desligar su actividad de connotaciones épicas o grandiosas. Un deportista ya no es un ángel del estadio, sino un mercenario que acata con mayor o menor entusiasmo las reglas de ese sórdido designio económico en que se halla inmerso. Huelga decir que el deportista que se droga es mucho mejor profesional que el que se niega a hacerlo, por no sé qué prurito de limpieza o mojigatería.Los \''profesionales de élite\'' se chutan como descosidos y es normal que así sea, pues de lo contrario la espectacularidad de sus acciones se vería mermada, y con ella la rentabilidad del negocio. La única diferencia estriba en que, entre el chute unánime y a mansalva, los hay que destacan, como ese Landis al que quieren desposeer del Tour, y los hay que se quedan en la cola, dependiendo de la materia prima sobre la que actúe el colocón. En arte sucede más o menos lo mismo: Edgar Allan Poe, navegante perpetuo en los océanos del delirium tremens, se marca sus Narraciones extraordinarias; en cambio, Ginsberg y Burroughs y toda esa morralla de la generación beat se ponen hasta el culo de sustancias lisérgicas y sólo son capaces de infectar el papel con palabras tartamudas. Landis quizá no sea un campeón de la estirpe de Olimpia, pero es el campeón que nuestro tiempo podrido merece; su \''profesionalidad\'' no debe ser discutida.Landis y otros muchos se chutan, claro que sí. ¿O es que alguien todavía piensa que se pueden sostener los presupuestos del deporte ingiriendo horchata de chufa?
lunes, agosto 21, 2006
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