miércoles, octubre 19, 2011

Roberto Malestar Rodriguez, 20-N: Defunción de Franco y el PSOE de las JONS.

20-N: Defunción de Franco y el PSOE de las JONS.

19.10.11

Roberto Malestar Rodríguez

VOX CLAMANTIS IN DESERTO

Que el Partido Socialista Obrero Español está en sus últimas exhalaciones es algo que vengo sosteniendo, nada literariamente por cierto, desde hace algún tiempo. Sin ir más lejos, aquí mismo, en Periodista Digital, publiqué mi «Homilía funeral sobre el socialismo español». Lo que pienso y sostengo es que o el Partido Socialista Obrero Español renueva verdaderamente su oxígeno o, más pronto que tarde, se autoextinguirá ahogado por la disnea social que padece como consecuencia de la actual congregación de señoritos neoconsocialistas que lo integra. Pero en un partido de Dumbos convertido en manada, donde todos en fatal totum revolutum aplauden mudos con las orejas sobre la pista circense de sus despropósitos, muy difícil veo yo, por no decir imposible, que descuelle la voz estentórea y ejemplar, en los momentos agónicos heroica, del socialista necesario: aquel hombre honrado que, estrellando su puño contra la mesa y cogiendo por las solapas al partido, le grite cara a cara: ¡Basta ya! ¡Hasta aquí hemos llegado!

A ninguna hacienda humana le es permitido mantenerse sin circunstancia propicia, pero tampoco cuando la propia acción de mantenimiento consiste en el sistemático des-hacer de las des-faciendas. De aquí la importancia de advertir a cuantos rehuyen “la derecha” que, mientras la socialdemocracia española no se libere del féretro neoconsocialista del PSOE de las JONS, tendrán derecha para rato, sencillamente, por ser socialmente intolerable la coexistencia de dos derechas en un Estado occidental del siglo XXI. Dos derechas, en efecto: una semirenqueante; la otra, sobre la que ahora trato, la peor con creces, partitocráticamente abocada a su extinción.

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¡ATENCIÓN AL DISCO ROJO!
Los síntomas del ahogo resultan tan evidentes que el actual Presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, frunciendo su especial cara de piedra bajo implante rococó, comienza a hacerle “ajcos” al porvenir público de ese partido, como la abuela de Saura con más de cien años, que es el suyo propio. Y bien se entiende, pues no creo que, ni genérico ni de marca, se encuentre en ninguna botica española el fármaco suficiente para la enfermísima enfermedad de tan centenario enfermo. Si acaso una purga, aunque no la taumatúrgica purga de Benito, porque Benito ni está ni se le espera. Claro que siendo España tan heteróclita, extemporáneamente, siempre habrá algún ingenuo rosaflor que, como los de la epicena Unión de Centro Democrático, todavía le espere sentado a la puerta de la casa del cadáver.

Mas al partido de los avisos subrepticios —experto en discos golpistas y teléfonos móviles pre electorales— esta vez le ha llegado la sazón de las extremas alarmas y los extremos cuidados: «¡Atención al disco rojo!» Es lo que se leía, el 27 de octubre de 1934, en El Socialista, el periódico golpista del PSOE: «Las nubes van cargadas camino de octubre: repetimos lo que dijimos hace unos meses: ¡Atención al disco rojo! El mes próximo puede ser nuestro octubre. Nos aguardan días de prueba, jornadas duras. La responsabilidad del proletariado español y sus cabezas directoras es enorme. Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado. Y NUESTRA POLÍTICA INTERNACIONAL. Y NUESTROS PLANES DE SOCIALIZACIÓN.»
El apocalíptico panfleto se cumplió al dedillo conforme a los preceptos de la sacro-laica “Memoria histórica”, a la descejada y megalómana “Alianza de Civilizaciones” de los “Acontecimientos Históricos Planetarios” —¡Señor, qué vergüenza ajena de tanto sinvergüenza!— y a los Planes de Socialización de cinco millones de parados, que algunas turiferarias plumas bienpagás se empeñan en recordarnos que son cuatro y medio, olvidando multiplicar en cambio esta cantidad “de progreso” por los familiares sostenidos por cada parado; así, por ejemplo, de ser una media de cuatro los dependientes del salario de cada parado, multiplicados por cuatro millones y medio. Sería interesante, aunque no interesa, conocer la media estadística a la que hipotéticamente aludo.

Tan al dedillo se cumplió aquel panfleto golpista que, para coronarlo, sólo resta cumplir el contenido de la intimidatoria consigna —«Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado»— actualizada, claro, al momento presente con nuevos giros de los paniaguados, en los que, por «¡Atención al disco rojo!», vale decir, verbigracia, «La marea crece sin cesar.»

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SÁLVESE QUIEN PUEDA...
Homo sunt et nihil a me alienum puto, decía Terencio, más allá del cual, entre compasivo y despreciador, Federico Nietzsche dispararía el dardo «Humano, demasiado humano» desde la retaguardia de su mostacho. Mientras no hay difunto efectivo, es elegancia de los deudos mirar de reojo la herencia; humana condición el que los rabillos de los ojos se alarguen cuando el opositor a difunto anuncia un próximo porvenir de pestilencias. Así suele acontecer, de entre las cosas, con la cosa pública, con la res publicae que constituye la materia política: en España, “La Cosa” por excelencia, una cosa nostra de parásitos indecentes.

No fue el caso de “la UCD”, sólo en apariencia tan viva por fuera. ¡Quién se lo iba a decir! Sus miembros, como hoy los de este PSOE desmembrado por miembros y por miembras, iban tan pagados, tan pletóricos de sí mismos que ni la apoplejía ni la septicemia eran asunto de aquellos dioses del Olimpo de la Transición. O tal vez sí, porque una cosa es el yo social, y muy otra, harto diferente, el yo íntimo de cada cual, el que con su cínica precisión ha comenzado a mostrarnos el Sr. Bono: el yo de la resignación, que como bien se sabe es, también, el yo de los desahuciados.

Cuando el barco se hunde, mientras todos entonan la eterna canción del sálvese quien pueda, algún Silvestre Paradox habrá que comprometa su vida en saber por qué. Siempre nos quedará, en efecto, algún socialista estilo Hirō Onoda: aquel teniente japonés retraído y agazapado en la ensimismada isla de sus propias elucubraciones, que treinta años después de los hongos de Hiroshima y Nagasaki, buen hombre y mejor soldado, esperaba todavía el rescate de la flota imperial agazapado en un minúsculo rincón de las Filipinas.

Pero siendo rariños como somos, la flota imperial de los hijos del País de Atapuerca se llama Purga; Benito su almirante. Así pues, mediante la panacea de su remedio, ¿a qué tanta filosofía, para qué esforzarse en pensar?

Y no se inmute, amigo.
Con la Filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos por la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

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© R. Malestar Rodríguez
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