viernes 5 de junio de 2009
Mis cinco botellas
Félix Arbolí
M E admira lo que es capaz de ocurrírsele al ser humano. La inventiva del hombre, -concretando más, algunos hombres-, resulta realmente sorprendente. Muchas veces, en esas horas tontas que pasamos, que resultan las más aprovechadas y beneficiosas, me pongo a divagar sobre la extraordinaria habilidad de algunos para definir de la manera más simple lo más difícil. Me siento empequeñecido ante esas mentes anónimas que tienen una idea luminosa o digna de destacarse y pasan sin pena ni gloria, porque no llevan firma alguna. Otros con menos méritos hasta intentan o cobran ya de la SGAE, por exclamaciones futboleras que han surgido de gargantas espontáneas y algunos avispados se apresuran a registrar como propias. Porque en este país de espabilados, hasta el más tonto es capaz de llegar a ministro e incluso a alcalde que es más rentable y con menos trabas burocráticas, donde cada año de posible cárcel por su “despiste” en hacer suyo lo que pertenece al pueblo, le ha sido premiado de antemano con bastantes millones.
He recibido un correo con la foto de cinco botellas que definen las distintas etapas de la vida del ser humano y me ha sorprendido por el ingenio y la verdad que demuestran. Tanto es así que me he decidido a escribir un comentario sobre el tema. Llegando casi al final de mi escrito, veo que los recipientes de marra aparecen en nuestra Contraportada, aunque sin ningún texto que le acompañe. En realidad, las imágenes son más que suficientes. He tenido que modificar algo mi escrito, pero no me resignaba darle al “eliminar” y que se perdiera inútilmente el trabajo realizado.
La increíble realidad de este asunto es que nuestra vida está reducida al uso de cinco botellas diferentes. Así de simple. Nada de años, alteraciones fisiológicas propias del cambio hormonal y demás historias, que quedan para los científicos e historiadores. Lo cierto es que nuestra vida se halla contenida y explicada en cinco sencillas botellas. Ellas son las que marcan el momento que estamos viviendo sin una posible contradicción o error: la del biberón, la del refresco, la de whisky, la del agua embotellada y la del suero. Estos cinco envases de plástico o cristal por los que todos debemos pasar, Dios lo quiera, con alguna que otra modificación en su forma y contenido, reflejan las diferentes etapas de nuestra vida con una precisión tan sencilla, como certera. En el caso mío, que no soy muy bebedor y menos de whisky, lo dejaríamos en “cubata” o “raft” y algún Rioja en las comidas. Pero sí aciertan en lo del agua embotellada que es la que uso generalmente. Y he probado en más de una ocasión la del suero y su agujita, que ya no me causa el menor problema. Todo lo contrario, me sirve para perder unos kilos que normalmente tengo de más, ya que soy propenso a engordar de la tripa aunque controle mi alimentación con cierto recelo.
¿Quién habrá sido el afortunado padre de esta ingeniosa criatura mental?. Recibo al día algo más de veinte correos de todas clases y estilos, algunos pasan directamente a los “no deseados” y otros son eliminados sin abrir por su extraña procedencia o por mi falta de interés en el tema que me ofrecen. Me gustan los musicales y los de frases ingeniosas o historias bonitas e interesantes. Hay algunas que son verdaderamente antológicas. Con los primeros disfruto y me evado oyendo esas maravillosas sinfonías que parecen obras divinas sin intervención humana, respecto a los segundos me enseñan, ilustran y entretienen. Que tampoco viene mal seguir el aprendizaje iniciado en nuestros primeros años escolares. La vida del hombre debe ser un aprendizaje continuo, porque ningún ser medianamente inteligente se dará por satisfecho con lo qua ha llegado a saber y no aspirar a seguir incrementando su bagaje cultural.
Gracias a estos correos he llegado a conocer casi en profundidad la historia, paisajes y peculiaridades de países que están a años luz de mi posible alcance. He viajado oyendo su música tradicional y he recorrido sus rincones más característicos, edificios, campos, mares y hasta en algunos la serena y perfecta belleza de sus mujeres que el fotógrafo o guía ha tenido la oportunidad y el detalle de intercalar para nuestro goce y maravilla. No hay mejor adorno para un paisaje que la imagen de una bella mujer. Es poder contemplar a un tiempo dos bellezas por la gracia de Dios: la de la Naturaleza y la de la mujer, a pesar de que en este último caso la gestión divina se suela acompañar con algunos aditamentos para resaltarla, todo lo contrario que en el primero donde la intervención del hombre sólo sirve para alterarla e incluso destruirla. .
Dicen que cada etapa de la vida tiene su lado positivo y negativo. También dicen que no hay nada más hermoso y encantador que la sonrisa de un niño, los gorgoritos de un bebé o ese instante mágico en que ese ser casi recién llegado al mundo te agarra el dedo con una de sus manitas y sientes su calor y su inocencia recorrerte las venas y subirte hasta los ojos que se nublan por la emoción. Aunque haga ya tantos años que no lo experimento, siento aún su poderosa y magnífica influencia. Es un trocito de vida nueva que tuvo la suerte de llegar al mundo envuelto en el cariño y los desvelos de sus padres, que no quisieron hacer el uso o abuso del aborto y no por cuestiones de conciencia, ni prédicas de cardenales o sacerdotes, -muy en su papel-, sino por el amor con el que engendraron y cuidaron a ese ser al que desean dedicar su tiempo y todo su cariño. Esa vida de la que nos sentimos afortunados artífices y a la que llegamos a defender y querer más que a la propia. Yo sería incapaz de vivir tranquilo y sereno de conciencia si hubiera entorpecido o eliminado el nacimiento de cualquiera de mis hijos. Aunque no quiera entrar en disquisiciones ni problemas con el que no opine de igual forma. Lástima que la etapa de esta primera botella, la del biberón, aparte de corta, sea la que menos conocemos y entendemos porque estamos en blanco y hay que ir rellenando los renglones de nuestro cuaderno vital a base de aprendizajes, errores, penas y alegrías. Y esos catarros, gripes y moqueos que parecen compañeros permanentes en nuestros primeros años escolares.
La segunda etapa, la de los refrescos y las colas, es más extensa, aunque tampoco sea un camino lleno de rosas y siempre gratas sensaciones. No obstante en ella se producen nuestras primeras sensaciones en el terreno amoroso y en el sexual. Aprendemos rápidamente a buscarlas, encontrarlas, experimentarlas y gozarlas. Y lo que más sorprende cuando la examinamos en la lejanía del tiempo es que nos gustan y damos por bien empleado el tiempo perdido y los sinsabores padecidos en hacer realidad esa aventura que muchas veces se convierte en nuestras primeras pesadillas y llantos sobre la almohada. Estrenamos nuestros pantalones largos, trajes de chaqueta para los actos oficiales y ceremoniales, con las corbatas de papá, y a mirarnos al espejo más de lo acostumbrado esperando alborozado la aparición de ese primer vello bajo la nariz y tratar por todos los medios posibles en hacer desaparecer esos granitos que nos afean la cara. Dicen que es la edad del pavo, aunque no sé qué tiene que ver este plumífero con los años de nuestra adolescencia. En la mujer aparecen sus primeros síntomas de madurez sexual y su parte delantera se va abultando de forma inesperada pero constante. Esta es la edad más difícil y comprometida para el ser humano, ya que de su desarrollo y manera de actuar depende en gran parte su futuro, aunque ninguno queramos darnos cuenta de ello cuando la estamos pasando. Es la etapa que deseamos cuando estamos en la infancia y la que añoramos cuando estamos en la del suero.
La del whisky y otros tipos de bebidas alcohólicas, es la más complicada y estresante. Nuestra formación ha llegado a su plenitud y el hombre y la mujer buscan ya el árbol definitivo donde descansar, aunque tengan que someterse al bombardeo continuo de las calamidades, compromisos, responsabilidades y decisiones que han de tomar. Un periodo en el que creemos que vamos a recibir los frutos de nuestros esfuerzos juveniles y nos sentimos desconcertados al comprobar que es cuando debemos apencar y trabajar en exceso ya que el futuro aún aparece lejano e inaccesible y han aumentado considerablemente nuestros problemas. El momento de las interminables hipotecas, créditos, tarjetas y trampas para elefantes. Miramos al pasado con cierta nostalgia y al futuro con enorme miedo y responsabilidad, porque nadie tiene claro cómo será, aunque haya dejado todo atado y bien atado, que vistos los resultados es mejor no atar nada y que cada vela aguante su llama. .
La del agua mineral o embotellada, que es mi caso, es la más sosa de todos. Se vive de los recuerdos y se esconde uno en las nostalgias. Es el tiempo de la música relajante que penetra suave y te enamora los sentidos, sin necesidad de tener que moverte del sillón donde has encontrado acomodo. El período del sueño corto y el insomnio preñado de recuerdos y emociones. Cuando vemos y deseamos lo imposible y nos damos cuenta que cualquier tiempo pasado fue mejor y nos acercamos más a Dios porque lo sentimos próximo y tememos el acecho de lo desconocido. Momentos en los que se asoman nuestras lágrimas ante personas y detalles que antes pasaron inadvertidos, ya que teníamos en mente cosas más “interesantes” (a nuestro parecer), que perseguir y realizar. Es el tiempo que necesitamos sentir ese cariño que nosotros no siempre supimos demostrar a nuestros padres. La edad de la verdad, cuando nos damos cuenta que todo ha sido una lucha inútil contra las circunstancias y advertimos que no hemos sido capaces de detener el tiempo, ni hacer desaparecer esas arrugas, dolores, molestias y achaques que nos tienen atenazados. Ese instante traumático en el que vemos pasar a una mujer y nos inspira recuerdos ya perdidos y sensaciones olvidadas. Sufrimiento por algo ya inaccesible. La edad en la que los muy débiles y faltos de fe se provocan la muerte desesperados.
De la última botella más vale no comentar. El lecho del dolor y la enfermedad, la conexión a tantos aparatos que nos mantienen inmóviles y casi artificialmente noche y día, pues son los únicos y constantes compañeros en una situación, que no se puede considerar vida. Sufrimiento de nuestros familiares y alteración de sus quehaceres, mantener la mente en constante y mortificante funcionamiento pensando en todo lo malo que tenemos y lo bueno que tuvimos y considerar como una posible y hasta deseada evasión de ese crítico estado la terminación de nuestra existencia. Porque la UCI de un hospital, el escenario de esa última botella, es un remedo de la entrada al Infierno de la Divina Comedia de Dante, donde aparece el cartel anunciando a los que llegan que pierdan toda esperanza. El estado crítico como preludio de una muerte anunciada. Yo lo he vivido y afortunadamente puedo contarlo, gracias a Dios y al Doctor Ferreol. Pero es una especie de anticipación de lo que será el infierno y un tiempo ganado al posible purgatorio y eso me ofrece una indiscutible ventaja sobre los que no lo han padecido.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5219
viernes, junio 05, 2009
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