viernes 29 de mayo de 2009
Totalitarismo a toda pastilla
Ismael Medina
B ASTA que el más imbécil o trapisondista enarbole la bandera retórica de la democracia para que se acallen las voces críticas, temerosas de que los inquisidores del nuevo desorden les coloquen el sambenito de reaccionarios, retrógrados y franquistas. Y si se les ve la trasera de su irresponsabilidad, memez o aprovechamiento ilícito, se justifican con la apelación a inevitable inmadurez de una joven democracia. Todo menos asumir la responsabilidad de sus propios desvaríos. La culpa será siempre del bando contrario. Y si no cuela, de Bush, la guerra de Irak , Franco, los Reyes Católicos y hasta de don Pelayo por haber hecho imposible durante siglos la Alianza de Civilizaciones.
La ficción de democracia en la que braceamos como náufragos asidos a un astillón coloreado con ajada purpurina pasó ya el Rubicón de la treintena. Y los regímenes, al igual que las personas, son tan hueros como un nuevo pasado largamente de fecha si en ese tiempo no han madurado. Están aquejados de insanable infantilismo. Una suerte de paranoia que les induce a encubrir sus deficiencias y patrañas con burdas mentiras que terminan por creer verdades absolutas. De ahí a la arbitrariedad totalitaria solo hay un paso. Y ese paso, el cual se dio a raíz del emplaste constitucional, se ha convertido en zancada desde 2004.
Acerca del proceso persistente de degradación democrática en el mundo, harto más acusado en España, he escrito con reiteración. Lo que conduce a proponer una cuestión al parecer contradictoria en términos conceptuales: ¿Puede ser totalitaria una democracia?
El totalitarismo se caracteriza, según notorios cultivadores de la Ciencia Política (si es que la política como arte de lo posible o como juego de poderes puede considerarse una ciencia) por una serie de factores de comportamiento de los que enumero los más relevantes: supremacía del Estado y su utilización como instrumento partidista; apropiación de las instituciones básicas del Estado de Derecho; propensión irrefrenable al dogmatismo; incitación del sentimiento en demérito de la razón; excitación del fanatismo; sometimiento y subordinación gregaria de los intelectuales y de cualesquiera actividades culturales; manipulación de las mentes; populismo desaforado; conversión de los oponentes en enemigo a batir a toda costa; utilización de los sindicatos como marionetas del poder político; apropiación directa o encubierta de los medios de comunicación.
Considero afirmativa a la pregunta que planteaba la proyección de esos elementos definitorios del totalitarismo a la realidad actual de la forma democrática que unos llaman de “bipartidismo imperfecto” y otros de “equilibrio catastrófico” entre las fuerzas sociales y políticas del capitalismo. Y no creo que me desmientan los asiduos a Vistazo a la Prensa.
Advierto de antemano sobre la falacia de considerar como única y válida forma democrática la surgida de las revoluciones norteamericana y francesa, hechura ambas del iluminismo. Es ya aburridamente tópica la irónica argucia dialéctica de Churchill de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Al no adjetivarla podrían hacerla suya las democracias populares de signo marxista, la democracia corporativa mussoliniana, la democracia nacional obrera del III Reich, la democracia orgánica que defendió el liberalista Salvador de Madariaga y Franco hizo suya, la democracia presidencialista norteamericana, la democracia bolivariana del chabacano neomarxista Chávez, la teocrática iraní , la socialcapitalista china y tantas otras. Comparecen en todas ellas, con mayor o menor énfasis, los factores que he sintetizado de un buen número de tratadistas.
Lo que, a mi parecer, importa realmente de unas u otras formas del desvío histórico de las democracias hacia el totalitarismo son dos cuestiones básicas y obviamente imbricadas: si su gestión, guiada por el servicio al bien común, favorece un efectivo desarrollo económico, social y cultural; y si a su frente hay un estadista o un político más o menos de alubión.
La apelación a los grados de libertad en unas u otras formas de democracia también está aquejada de subjetivismo y equivocidad. Las opciones de libertad de personas y comunidades son múltiples, como asimismo las graduaciones en su posibilidad objetiva de ejercicio. Y siempre en confrontación con la seguridad.
Libertad y seguridad son vasos comunicantes cuyo armonioso equilibrio ha sido siempre de problemática consecución y de notoria fragilidad. Es de sobra conocido que a mayor libertad, menos seguridad. Y viceversa. Fenómeno éste que siempre ha excitado reacciones contra los excesos de libertad cuando derivan en desorden o anarquía; y contra los de seguridad cuando ésta asfixias la libertad.
Las dos últimas semanas han sido prolíficas en desmanes totalitarios de toda laya, culminadas con la chulería de Rodríguez de acudir en avión militar a un mitin electoral del partido en Asturias, después que saltara a los medios esa misma y procaz utilización para lo mismo en Sevilla. Tan persuadido está de su impunidad que se pasa cualquier prevención ética y legal por el arco de triunfo sin perder su estúpida sonrisa. Su entorno cipayo aplaude su chulería. Y Rubalcaba, al justificarlo cínicamente como exigido por la seguridad que debe rodear al jefe del Ejecutivo, olvida que cuando Merkel y Sarkozy, por ejemplo, se valen de aviones militares para similares fines u otros particulares, sus partidos pagan al Estado el importe de los gastos ocasionados. También lo hizo Aznar. Pero no determinados poncios socialistas en tiempos de Felipe González.
La chulería de Rodríguez atufa de totalitarismo. Se sabe a cubierto por un poder judicial que Felipe González se encargó de subordinar por ley a las arbitrariedades del poder político. Acaba de confirmarlo el Tribunal Constitucional al rectificar la sentencia del Tribunal Supremo que prohibía la candidatura de la nueva y ocasional marca etarra para participar en las elecciones europeas. El alambicado e insostenible contenido jurídico de la sentencia solo puede tener justificación política: Rodríguez y el P(SOE) no han abandonado su ya conocida proclividad a un pacto de paz con el terrorismo y su cobertura política nacionalista. Necesitan dejar una puerta abierta para cuando López reniegue del pacto con el PP, al que le obligaron los resultados electorales, y retorne al amancebamiento con el PNV.
Falté a la cita la semana pasada y he y vuelto con retraso a ponerme frente al ordenador por motivos personales que no vienen al caso puesto que el periodista es testigo de lo que sucede en su entorno y debe celar su intimidad. Apremiado por el tiempo eludo abordar, uno por uno, los hechos concretos que no sólo confirman el anclaje totalitario del actual gobierno y el P(SOE), sino también la baja estofa de sus miembros y la irremediable memez de tantos de ellos. Pero considero como demostración de la realidad de un Estado de rehecho la insólita sentencia del Tribunal Constitucional a que me refería.
Bien es cierto que el Tribunal Constitucional ya tiró por la borda su prestigio con aquella lejana sentencia que dio validez al expolio de Rumasa para beneficio de una banca en graves dificultades y de la corrupción que presidió el reparto de sus empresas entre la clientela socialista. Y alguna que otra posterior. No es insólito, por lo demás, que tales inclinaciones y desvíos totalitarios se registre en su más aguda expresión bajo gobiernos socialistas. Sigue viva en su entraña su originaria genética marxista, la cual sem reactiva, incluso en términos paranoicos, cuando su frente se sitúa, o sitúan fuerzas ocultas, un atrabiliario sujeto de tan menguada talento como Rodríguez.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5216
viernes, mayo 29, 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
España Indefensa
Publicar un comentario