jueves 14 de mayo de 2009
Apuntaciones en torno a saber si de verdad ha terminado nuestra guerra
Antonio Castro Villacañas
M E parece que no exagero nada si digo que al 90 por 100 de los españoles actuales nos afectan de modo singular -según los casos, según las individualidades- tres o cuatro guerras, todas ellas sucedidas a lo largo del siglo XX.
La primera de ellas tuvo lugar en Marruecos y duró unos veinte años. Como estas apuntaciones no son ni pueden ser un libro de historia, quien desee saber cuándo y cómo empezó, se desarrolló y terminó este conflicto, a la fuerza deberá buscar las correspondientes respuestas en cualquiera de las muchas obras buenas que sobre el mismo se han publicado a partir de los años 30. Y a cuantos me reprochen el recordar aquí y ahora algo que nació hace cien años, de antemano les pido me disculpen si les molesta este tipo de "memoria histórica", pero es que yo soy de los que creen firmemente en que no puede entenderse el hoy ni preparar el mañana sin un conocimiento mínimo del ayer. Sin entender y asumir la guerra de Marruecos poco y mal se asumirá y entenderá la España de los setenta y cinco años siguientes, y por tanto se proyectará mal la de los años venideros... A la sombra de Melilla y Annual están la Semana Trágica de Barcelona, la Legión, los Regulares, "los africanistas", Franco, ingenuas y tiernas canciones que las niñas cantaron jugando al corro o a la comba, otras más intencionadas y maduras que usaron los mayores en sus devaneos, intereses económicos de pequeños círculos personales, y el gran interés de nuestro pueblo, no siempre bien expuesto y demasiadas veces utilizado como pantalla que cubre males y defectos de ahora y entonces...
La segunda guerra que de alguna manera está presente en la memoria de buena parte del pueblo español es la Primera Guerra Mundial, que desde 1914 a 1918 cubrió de sangre el campo y las ciudades de una importante porción de Europa, sobre todo en Bélgica y en Francia, amén de ciertos parajes de África, América y Asia. En este caso la mayoría de nuestros recuerdos provienen de los libros y del cine, pues para fortuna de todos España no participó en un conflicto que extendió el dolor y los males de la guerra a límites hasta entonces inconcebibles: la artillería, las ametralladoras, los gases axfisiantes, los carros blindados, la aviación, los campos de prisioneros, la destrucción de ciudades, la guerra de trincheras, fueron los protagonistas de esta guerra, inicialmente germano-francesa, pero que terminó extendiéndose a lo ancho y lo largo de casi todo el continente europeo. "Sin novedad en el frente", novela y película, constituye para muchos de nosotros el baúl de los recuerdos pues de él sacamos de vez en cuando este o aquel momento de un pasado que realmente solo vivimos de referencias, pero que sin embargo hicimos nuestro y para siempre desde el momento en que la gran pantalla nos presentó por primera vez figuras de combatientes, o desde el instante en que comenzamos a leer las cotidianas miserias del frente bélico. A pesar de nuestra neutralidad, lo cierto es que desde entonces los españoles nos dividimos en dos grandes sectores: francófilos o germanos....
La Primera Guerra Mundial tuvo para nosotros -y para el mundo entero- otras consecuencias: el hundimiento de los imperios alemán, austríaco y ruso, la presentación en sociedad del comunismo, la aparición de los Estados Unidos como factor de un mundo nuevo, la decadencia de Inglaterra y Francia, el alumbramiento de nuevas e inestables naciones en Europa, Asia, África... Y tras todo ésto, el fascismo. Quiere decirse: de una guerra armada a cara descubierta se pasó en pocos años a otra guerra mas sutil, la de las ideas, por ello tambien más universal. En esta sí que participamos desde el primer momento: si la memoria no me falla -no tengo tiempo para consultarlo en los pertinentes libros- la primera gran huelga general de la minería asturiana se produjo en 1917, y en ella se notó la influencia del socialismo marxista y la presencia de quienes todavía no eran comunistas pero no tardarían en serlo tras ser atraídos por el triunfo del soviet en Rusia. Un "comandantín" -por tener sólo 24 años y ser bajito y delgado- llamado Franco, recién llegado a Oviedo, tuvo entonces su primer contacto bélico y cívico con quienes veinte años después serían sus mayores enemigos.
Es evidente que casi todos los españoles notamos de vez en cuando la presencia en nuestra propia vida, individual y colectiva, de una guerra muy concreta, nuestra guerra, esa que tuvo lugar en casi todo el ámbito nacional desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1 de abril de 1939, fecha en la que Franco, generalísimo del bando vencedor, firmó el último parte de guerra, ese comunicado de su cuartel general que todas las noches se leía en Radio Nacional de España para dar cuenta de las novedades dignas de mención habidas en las últimas veinticuatro horas en los distintos frentes de combate armado... "Cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado", afirmó Franco aquella noche. ¿De verdad había terminado? ¿No está viva, rediviva, ahora, setenta años después? ¿No hacen todo lo posible, cuanto está en sus manos, para mantenerla activa, los hijos y los nietos de los vencidos entonces, hoy vencedores gracias a los tejemanejes de quienes ni la hicieron ni la padecieron pero sí supieron aprovecharla en beneficio propio hasta que llegaron a los dos más altos puestos del Estado sobre ella construido?
Un día sí, y otro también, por medio de la prensa, la radio, la televisión y esta o aquella editora de libros o revistas, los hoy vencedores merced a la obra de quienes sucedieron a Franco, insisten en su tarea de instalar en el cuerpo y en el alma de los españoles -y de los extranjeros- una versión parcial e injusta de cuanto sucedió en España a partir del 14 de abril de 1931 y especialmente desde el 17 de julio de 1936... Pongo un ejemplo reciente: el pasado domingo 5 de abril, Javier Rioyo publicó en "El País" su acostumbrada colaboración semanal, esta vez dedicada a recordar la victoria de Franco. Bajo una falsa apariencia de neutralidad ("nadie debe ignorar que bestias, mártires, apóstoles, héroes y villanos hubo en los dos bandos") se insiste una y otra vez en que "nada había terminado; los vencedores seguirían matando; los rebeldes franquistas asesinarían más en la posguerra que en toda la guerra"... Es verdad que en las dos Españas de 1936-1939 hubo villanos, pero no en igual número, ni con iguales hechos. Cualquiera de nosotros, mis lectores y yo, puede retar al señor Rioyo y sus compañeros de viaje y equipaje, a que demuestren la existencia en zona nacional de centros de tortura iguales o semejantes a las checas que, sobre todo en Barcelona, hubo en zona roja; a que den los nombres de una docena de personas asesinadas en la España franquista que tuvieran un nivel social análogo al de los obispos martirizados en la España "liberal y republicana"; a que presenten una matanza semejante a la de Paracuellos, tanto en número de víctimas como en su calidad humana, social y política; o a que citen un asesinato colectivo comparable al del buque "Alfonso Pérez" en el Santander "democrático"...
Quienes perdieron la guerra de 1936-1939, nuestra guerra, y cuantos se consideran sus legítimos descendientes físicos o ideológicos, no son capaces de reconocer el pasado tal y como fue. Tienen que ocultarlo, deformarlo, reinventarlo, para poder sobrevivir y presentarse ante los españoles -viejos y nuevos- como superiores a los que de verdad y con pleno sacrificio les vencieron con las armas en la mano y en el claro campo de batalla... Los Javier Rioyo, Jorge M. Reverte, Jesús García Sánchez, Ignacio Martínez Pisón, etc., todos cuantos siguen la ejemplar memoria de José Luis Rodríguez Zapatero -según la cual solo tuvo un abuelo, fusilado por Franco-, mienten, remienten y vuelven a mentir cada vez que rememoran la postguerra y afirman que en ella fueron asesinados muchos más españoles que en los tres terribles años precedentes. No dan, por supuesto, ni cifras ni datos que justifiquen o afiancen sus palabras. ¿Para qué, si lo que pretenden es enturbiar, ensuciar, emborronar, la Historia?
Supongamos por un momento que el 1 de abril de 1939 se hubiera difundido por la radio oficial de España un parte de guerra firmado por Manuel Azaña en su calidad de Presidente de la República, o por Juan Negrín en la de Presidente del Gobierno. Un parte que dijera: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército faccioso, las tropas republicanas han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". ¿Quiere esto decir que los vencedores, en tal supuesto, renunciarían a exigir las oportunas responsabilidades políticas y penales de las personas villanas y bestiales que hubieran cometido actos reprobables durante los años de guerra? Pero si setenta años después de terminada no hay día en que no juzguen y condenen a Franco y sus colaboradores, hasta el punto de casi conseguir borrarlos de la historia, ¿cómo pueden pretender que nos creamos el que ellos no hubieran castigado a quienes siendo sus enemigos hubieran cometido actos reprobables? Teniendo en cuenta su pasada historia y su actual odio, seguro es que toda esta miserable gentuza hubiera prescindido de los juicios y las leyes a que se sometió el franquismo en situaciones análogas, y hubiera repetido los asaltos a las cárceles, los Paracuellos y los "Alfonsos Pérez", cuando no las checas de Madrid y Barcelona...
Ejecutar mediante garrote vil a García Atadell no fué un asesinato. No lo hubiera sido tampoco hacer algo semejante a Santiago Carrillo en caso de haberlo apresado. La memoria histórica no es ni puede ser unidireccional, tendenciosa, reinventada... Es una pena, pero mientras exista esta clase de gente -la que no tiene mas que un abuelo y solo mira con el ojo izquierdo- la guerra, nuestra guerra, no habrá terminado.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5186
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