Al Gore y su porquero
TOMÁS CUESTA
Martes, 05-05-09
HACE apenas un mes, al personal no le llegaba la camisa al cuello porque el cambio climático nos iba a dejar más secos que una inspección de Hacienda. Ahora, sin embargo, la calentura escatológica ha sido barrida del terreno de juego por un bichito de esos que, como diría el clásico, se caen de la mesa y se desencuadernan. No hay mal que por bien no venga y el que no se consuela es porque no quiere. Convengamos, por tanto, que uno de los efectos de la gripe -el único positivo hasta el momento- es que ha dejado sin palabras a los profetas del efecto invernadero. O sea, que, mientras las mascarillas amurallan el aliento del planeta, los mascarotas, al menos, ya no cascan de la imparable degradación de los casquetes (de los casquetes polares, obviamente). Y, puesto que la verdad es la verdad, dígala Al Gore o su porquero, hay que reconocer que, en este caso, si alguien está autorizado a hablar «ex cátedra» es el encargado de la cochiquera.
Del «global warming», que era un Apocalipsis postmoderno, hemos pasado a una epidemia gótica que no se compadece con las sociedades opulentas. Tal y como afirmaba «mister» Chesterton -echándole ironía a la clarividencia-, los que no creen en Dios no suelen ser capaces de llevar con decoro su descreimiento. Pueden tachar al Papa de irracional y de embustero, pero se postran embobados ante quienes sostienen que, en sólo cuarenta años si nadie lo remedia, el mar se colará por la terraza del apartamento en Torrevieja. No obstante, los cataclismos a pagar en cuatro décadas se toman a beneficio de inventario en el momento en que un simple estornudo puede ponerte en cuarentena. ¿De qué ha servido, al cabo, estar día tras día colocando el termómetro en las axilas de la Tierra si luego nos cocemos en nuestra propia fiebre?
El AH1N1, en vez del CO2, se ha convertido en la clave del infierno. El realismo sucio ha tomado el relevo del catastrofismo de diseño. El espantajo del futuro se ha dado un batacazo en la bolsa del miedo y los augures del estrambote ecologista se exponen a quedarse sin clientes. El bichito de marras es un depredador inesperado que se ha colado de rondón en este gatuperio sin respetar las normas y sin acomodarse a los consensos. Antes el porvenir estaba escrito con absoluta precisión en negro sobre verde. El papel de villano de lo que, según se mire, constituye una tragicomedia elaborada o un vulgar sainete, corría, y aún corre, a cargo del de siempre. Capitalismo impío, codicia insaciable, salvaje mercadeo... Bautícenlo a su antojo o, si les da pereza, llámenlo equis. A fin de cuentas, equis es lo que viene al pelo porque la bestia no pierde una ocasión de violar a la bella, a la Naturaleza. Porno duro, en efecto. Durísimo de mollera.
Lo que no figuraba en el libreto es que los demiurgos que presumen de su capacidad de reducir la vida a un meticuloso experimento se vean desbordados por una jugarreta de la muerte. Quiera el Cielo que el virus -pinche virus, menuda chingadera- no supere los límites de la finta siniestra. Ojalá que el amago -si en un amago queda- alcance a vacunarnos contra la soberbia. Y quizás de ese modo nos quepa en la cabeza que es inmoral jactarse de reproducir el Génesis en el interior de una probeta y seguir encallados en los tiempos de Homero. En el primer canto de la Ilíada, Apolo desciende del Olimpo con el carcaj repleto, el arco tenso y un monumental cabreo. Zumban las flechas y los humanos caen vencidos por un pernicioso dengue. Una pandemia griega. El calentamiento global, por contra, no aparece en los versos. En cuanto Al Gore lo sepa, le acusará de no enterarse de la musa la media. ¿Homero? Un reaccionario, un carcamal, un ciego.
http://www.abc.es/20090505/opinion-firmas/gore-porquero-20090505.html
martes, mayo 05, 2009
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