Por no hablar de todo el daño causado
La estulticia de los racistas (o "racialistas")
Juan Pablo Vitali
20 de enero de 2010
JUAN PABLO VITALI
Para que ciertas cosas ocurran, se necesita una cultura. Primero hay que producir esa cultura. Luego viene lo demás. La política, por ejemplo. La pobreza cultural nos da por resultado unas formas devaluadas de política, formas ideológicas a veces esbozadas con esfuerzo, pero que son sólo recuerdos, retazos, situaciones que expresan algo inacabado, en suma: la decadencia.
Y la decadencia es eso: convertirse en la caricatura de lo que uno ha sido. Nos estamos pudriendo por dentro y sólo atinamos a echarles la culpa a otros, que en definitiva no son los causantes de nuestra decadencia, sino los aprovechadores, en todo caso sus parásitos.
Midiendo la circunferencia de los cráneos y el grado de mestizaje nunca veremos lo que hay dentro de las cabezas. Y las cabezas perfectas en circunferencia y en blancura no atinan ya a generar siquiera el mínimo de cultura para crear algo parecido al arte, a la música, a la estrategia, al pensamiento.
Querer evitar la decadencia porque se tiene un determinado color humano, no la evita, sino que a veces incluso la profundiza, si establecemos un contraste con los antiguos hombres de ese mismo color. Pero esto no es una pinturería, y todo es mucho más complejo.
Los descendientes de blancos europeos somos el engranaje indispensable para sostener este estado de cosas de podredumbre, encarnado en la economía global, esa que constituye hoy por hoy nuestra única “cultura”. Eso pasa en Europa y en América, somos nosotros los gerentes y las repugnantes burguesías consumistas que hacen posible este orden de cosas como devotos adeptos.
Necesitamos admitir que no tenemos ya una cultura, una visión del mundo. Debemos decir bien claro y bien fuerte que si bien son muchos los que forman parte del actual sistema mundial como sus beneficiarios, el “blanco” de origen europeo –o lo que queda de él– es la base imprescindible para sostener la actual situación. Eso ocurre cobrando o sin cobrar por ello, ya que puede brindarse consenso cuando uno se enamora de la ilusión de pertenecer a un mundo que en definitiva es propio, porque nosotros mismos participamos en su construcción, y sobre todo en su cotidiano sostenimiento
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3355
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