lunes, enero 25, 2010

Cataluña, victima de sus demonios internos

lunes 25 de enero de 2010

Cuando la historia ilumina el presente

Cataluña victima de sus demonios internos

José Antonio Navarro Gisbert

Discurso de Azaña en Barcelona

JOSÉ ANTONIO NAVARRO GISBERT

Durante la II República, el movimiento pendular de Azaña en relación con el Estatuto de Cataluña osciló desde el padrinazgo con que lo avaló para que fuera aprobado en el Parlamento español en 1932, hasta su tardío abatimiento en los días del calvario laico que le tocó vivir en tierras catalanas durante la guerra civil, pasando por la rebelión de octubre de 1934, cuando Companys proclamó el Estat Catalá dentro de la República Federal española, echándose por montera la Constitución al amparo de la cual había nacido el Estatuto.

Companys, es decir Esquerra Republicana de Cataluña, secundó con su actitud la sublevación predominantemente socialista, que en Asturias alcanzaría su punto álgido. Cualquier parecido con el apoyo actual prestado por ERC al Partido Socialista de Cataluña, sucursal del PSOE, para el mantenimiento del presidente Rodríguez Zapatero, ¿es pura coincidencia o culminación de algo que está en la naturaleza de las cosas?

Lo que está fuera de discusión es la abismal diferencia entre los dos personajes, Azaña en 1932, y Rodríguez Zapatero en la presenta legislatura. El primero, dotado de un conocimiento de la realidad histórica de España innegable, defendió el Estatuto amparado por la Constitución de la República, sin que en ninguna parte de su texto se alterara la unidad de la nación española. El segundo, basado en previsiones electorales cortoplacistas, firmó un cheque en blanco al prometer irresponsablemente que desde el Gobierno de España, aceptaría el Estatuto que aprobara el Parlamento catalán, y en punto a nación se refirió a este término como algo discutido y discutible.

Ahora tenemos la pelota en el tejado, como si de algo trivial se tratara, pendiente de la decisión del Tribunal Constitucional acerca de la inconstitucionalidad alegada por algunos, el Partido Popular entre ellos, de algunos de sus artículos.

Ya en referencia a lo discutido en 1932 Josep Pla advirtió: «Plantear en España el problema mismo de la organización del Estado a base de recordar a los españoles, a través del potentísimo altavoz del Parlamento, durante semanas y semanas lo que les separa, es una de las aventuras más trágicas de la historia de la república.»

Sin embargo, a diferencia de lo que se perfila en las exigencias del actual Estatuto pendiente de decisión del Tribunal Constitucional, por virtud del aprobado por el Parlamento español en 1932, Cataluña se constituía en «región autónoma dentro del Estado español», y regulaba el catalán y el castellano como lenguas oficiales, sin ningún tipo de discriminación como es el caso de ahora. «La Generalidad de Cataluña —se establecía entonces— no podrá regular ninguna materia con diferencia de trato entre los naturales del país y los demás españoles. Estos no tendrán en Cataluña menos derechos de los que tengan los catalanes en el resto del territorio de la República.»

Poco durarían los días en que Azaña se sentía gratificado ante el logro de una regularización de Cataluña dentro de España. Pero no fue en octubre de 1934 cuando su entusiasmo se vino al suelo. Faltaría otro aldabonazo para que ya presidente de la República, le abriera los ojos ante la deslealtad con que desde ERC, sostén actual de Rodríguez Zapatero, fue correspondido el aval de quien había sido figura de primer orden en la concesión del Estatuto.

Fue en plena guerra civil cuando a través de su obra La velada de Benicarló, vertió el amargo lamento con que manifestaría su frustración: «La Generalidad —escribió desde tierras levantinas— asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho. Legista en lo que no le compete, administra lo que no le pertenece…. Se apoderan de las aduanas, de la policía de fronteras, de la dirección de la guerra en Cataluña…..Hablan de que interviene Cataluña no como una provincia sino como nación.» Y la amonestación le lleva a sostener: «Los asuntos catalanes durante la República han suscitado más que ningunos otros la hostilidad de los militares contra el régimen.» Se queda corto Azaña al limitar esa hostilidad exclusivamente de los militares, porque desde otros sectores también fue manifiesta la aversión a lo que describía como «asuntos catalanes.»

De entre los intelectuales, Unamuno fue preciso ya en 1932: «Debemos procurar que todo ciudadano español sea buen español, y después, que sea universal. Hay que defender a los mismos catalanes contra su error, aclarándoles la conciencia, aunque sea violentándoles. Hay que salvar el alma de cada uno y de todos los que gritan “nosaltres sols” porque el día que se queden solos ya no serán nadie.»

Con estas palabras definía Unamuno el peligro que para los catalanes constituirían sus propios demonios internos, que al arroparse en el victimismo en que se escudan esgrimiendo agravios desde España, se convierten en cultivadores de anticatalanismo, que por diversos motivos ha tenido sus recurrencias. Ya en enero de 1934, en una intervención parlamentaria, José Antonio Primo de Rivera sostuvo que «se mezcló con la noble defensa de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde esta lado del Ebro.» Venía esta intervención a cuento de que algún energúmeno con acta de diputado había soltado un estentóreo “muera Cataluña.” Así respondió José Antonio: «Si alguien hubiera gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España, dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España.»

Cataluña, ciertamente, está en crisis promovida por fuerzas endógenas. La persistente actitud del nacionalismo radical actuales, haciendo caso omiso de la compleja pluralidad que conforma la Cataluña presente, para centrarse en la contemplación de su ombligo, ha revertido la en otros días pujante región (sin ir más lejos, de la época franquista), circunstancia que permitió al excalcalde Maragall, tras su periplo romano en busca de inspiración política en el más revoltoso gallinero europeo, reconocer que Madrid se había convertido en una capital de Estado mientras que Barcelona, ensimismada, perdía la pujanza de otros tiempos. El nacionalismo excluyente ha hecho posible que la potencialidad de Cataluña no haya podido ofrecer en nuestros días lo mejor de sí.

El avisado lector puede incurrir en la creencia de alguna inclinación personal mía que en la pugna entre dos ciudades me lleve a preferir Madrid. Advierto que cuando alguien me pregunta acerca de mi preferencia entre Madrid y Barcelona, acostumbro a contestar:¡Florencia! No por escurrir el bulto sino por aquello de que las comparaciones son odiosas,

No está de más recordar que desde Barcelona han llegado palabras mesuradas y expuestas con rigor. Como las del maestro Vicens Vives:
«En el conjunto europeo, la Península hispánica forma una de las unidades geopolíticass más claras…-»
«La meseta es el núcleo básico de la relación entre los distintos paisajes peninsulares…»
«El hispanismo tiene sólidos puntos de arranque en la Biología y en la Historia…».


http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3351

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