lunes 25 de enero de 2010
La Pascua Militar de la antiEspaña
Ismael Medina
E L pasado 6 de enero, en coincidencia con la celebración de la Pascua Militar, Vistazo insertó en Contraportada la carta que doña Encarna Vea había enviado desde Pamplona al general de brigada José I. González Arteaga, jefe de la Base Militar de Araca (Alava), bajo cuyo mando estaba la unidad que desplegó una bandera de España en la cima del vizcaíno Monte Gorbea, convertido en símbolo propio por el nacionalismo vascongado. Los lectores recordarán que el ministerio de Defensa ordenó de inmediato abrir expediente sancionador al oficial que estaba al mando de la unidad. Plantar la bandera nacional en territorio español constituía para doña Carmen Chacón una ofensa al independentismo vascongado en todas sus manifestaciones partidistas, incluso ilegales, a esta democracia y al peculiar entendimiento de España que exhiben el gobierno Rodríguez y su tropa como “nación de naciones”, además de “discutida y discutible”.
Acoger la carta de doña Encarna Vea en coincidencia con la celebración oficial de la Pascua Militar, pese a que tuvo con anterioridad una discreta circulación, adquiría la dimensión de indudable denuncia sobre la degradación y corrupción de los valores esenciales de la Milicia, sin los cuales los Ejércitos se convierten en una suerte de cuerpos milicianos al servicio de una ideología desalmadora y antiespañola como es la del gobiernos Rodríguez. Y como ha sido la del partido socialista desde sus comienzos. No hay sorpresa en su actual deriva de traición a España. Anida en sus genes ideológicos e históricos
ORIGEN DE LA PASCUA MILITAR EN COINCIDENCIA CON LA EPIFANÍA DEL HIJO DE DIOS
LA índole de la reciente celebración de la Pascua Militar en el Palacio de Oriente exige refrescar la memoria sobre su origen y contenido para descubrir hasta donde llega su degradación. Un proceso del que es consecuente el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas en sus valores y operatividad. También de España, de la que siempre fueron baluarte.
Carlos III instituyó la Pascua Militar en 1782 tras una serie de victoriosas campañas militares que concluyeron con la recuperación de la isla de Menorca, ocupada por los ingleses. Una operación en la que participaron 52 navíos y 8.000 soldados. Nada tuvo de casual la elección del 6 de enero para la celebración de la Pascua Militar. Y no sólo por el hecho de que aquella victoria la entendiera Carlos III como un signo de gloria para nuestros soldados y marinos y manifestación de sus muy altos valores castrenses, de abnegado servicio a España y del aliento religioso que les embargaba. Aquel remate de empresas victoriosas a uno y otro lado de la Mar Océana fue entendido como manifestación de reencuentro con el pasado glorioso de España. Consigo misma. Casi un milagro, habida cuenta del decaimiento en periodos anteriores.
La etimología del vocablo Epifanía nos conduce a sus significado de manifestación, unido también al de gloria. La Iglesia celebra tres Epifanías del Hijo de Dios: la manifestación o revelación del Señor ante el mundo profano, simbolizada en la adoración de los sabios llegados de oriente, conocidos posteriormente como Reyes Magos, que ofrecieron regalos al Niños Dios y relata el evangelista Mateo; la Epifanía o manifestación de su trascendencia con el bautismo por Juan el Bautista en el río Jordán; y la Epifanía ante sus discípulos en las bodas de Caná que signa el comienzo de la vida pública de Jesús.
Si Carlos III eligió la primera de las Epifanías para instaurar la Pascua Militar no fue sólo por el arraigo que en España ya tenía. Le inspiró lo que la Epifanía de los Reyes Magos encerraba de reconocimiento pagano a la gloria de Dios, signado y simbolizado en los regalos que lo acompañaron. Lo evidencian los rituales sobre los que articuló la celebración de la Pascua Militar, los cuales eran a un mismo tiempo manifestación del espíritu al que respondían las Ordenanzas Militares promulgadas con anterioridad.
HOMENAJE DEL REY Y LOS MANDOS AL VALOR Y EL HONOR DE SUS SOLDADOS
LO más significativo de aquella Pascua Militar radicaba en que no eran los subordinados quienes rendían homenaje a sus superiores, ni tan siquiera al Rey, sino éstos los que lo hacían a aquéllos. Se exaltaban los valores de los soldados, hasta los más humildes, que con tanto valor, abnegación, sacrificios, sangre y heroísmo habían batallado, sin miedo a la muerte, en defensa de España y de su destino histórico. Los protagonistas, tantas veces anónimos, de un mensaje de victoria para el mundo, en los que Carlos III vislumbraba una humildad salvadora trascendida del establo de Belén en que se manifestó el Niño Dios. Habían de ser el Rey y los mandos quienes, con y honores y regalos, cumplieran en lo militar un papel de reconocimiento equivalente al de los Reyes Magos.
El historiador militar Luís Bermúdez de Castro relata con pormenor y garbo literario lo que era y significaba aquella lejana Pascua Militar. Los oficiales llenaban los salones del palacio real, de los palacios virreinales y de las dependencias de las coronelías. Y no desfilaban ante el monarca y los otros altos mandos, sino que eran éstos quienes, insisto, los cumplimentaban. Sucedía algo similar en los cuarteles, donde los oficiales agasajaban a la tropa. Era la ocasión, asimismo, para otorgar títulos y condecoraciones a aquellos que lo merecían por su heroísmo y entrega al servicio. También se visitaba a los veteranos más o menos incapacitados para acudir a las ceremonias, se les reconocían así sus servicios a España, se les entregaban regalos y era acaso la única ocasión en el año en que de nuevo vestían su ajado uniforme o exhibían con legítimo orgullo sus condecoraciones. Los oficiales organizaban retretas en los cuarteles y la tropa de las diferentes armas salían a la calle con hachones encendidos e incluso carrozas, en una suerte de cabalgata nocturna similar a la religiosa y popular de los Reyes Magos cuyo arraigo sería más tarde profundo en España. La Pascua Militar entrañaba, en definitiva, la manifestación, la Epifanía, de los más altos valores de la Milicia, del amor a España y del honor de servirla hasta la muerte, patrimonio de todos los que vestían y vistieron el uniforme de los Ejércitos.
Los constitucionalistas de 1812, conscientes del heroísmo del pueblo y de las unidades militares frente a la invasión napoleónica, bebieron de la fuente de la Pascua Militar para crear la Real Orden de San Fernando. Los laureados a los que acogería la Orden serían aquellos que, vivos o muertos, habían alcanzado cotas extraordinarias de heroísmo en el campo de batalla. Debían ser reconocidos y honrados de manera sobresaliente y servir de ejemplo. A partir de entonces los titulares de la Laureada de San Fernando y de la Medalla Militar ocuparían lugar destacado en la ceremonia de la Pascua Militar.
SE HAN CAMBIADO LOS PAPELES Y EL SERVICIO A ESPAÑA SE HA TROCADO EN SUMISIÓN POLÍTICA
LA celebración de la Pascua Militar sufriría cambios en adelante, a comenzar por la reducción a casi la nada del felón Fernando VII, hasta llegar a nuestros días del todo desprovista de su espíritu fundacional. Se han cambiado los papeles y son los militares de una u otra graduación quienes hacen acto de subordinación –más apropiado sería calificarla de sumisión- al monarca, a su familia y a los políticos de turno en el gobierno. Tan rudo contraste, y lo mucho que encierra de negativo e inquietante, me han inducido a rescatar el origen de la Pascua Militar para ilustración de quienes no lo conozcan.
La ceremonia del pasado 6 de enero en el palacio de Oriente nada tuvo de Epifanía militar. Más bien de desenlace de un triste carnaval con el entierro de la sardina, en este caso de los Ejércitos de España, convertidos en versión de creciditos boys-scout llevados a teatros de guerra para hacer buenas obras y morir, fieles al lema de don Pepito Bono, otrora ministro de Defensa, de que es preferible morir a matar.
¿Pero morir por qué y para qué? No por España, desde el momento en que para Rodríguez, ufano junto al monarca y su familia, España es discutida y discutible. Una puta España, ofensa con la que se solidarizó la que hoy ocupa el ministerio de Indefensión y cuyo nombre ha silenciado reiteradamente en sus excursiones mediáticas a las tropas acantonadas en territorios lejanos y conflictivos, mal armadas y a las que solo falta que en vez de balas exhiban claveles como en la pronto frustrada revolución comunista portuguesa, el modelo en que se mira esta progresía de insaciables y resentidos nuevos ricos.
Días antes de huera y falsificada Pascua Militar, el ministerio de Indefensión remitió a los la mandos de todos los acuartelamientos y centros militares la orden de retirar placas, vidrieras o cualquier símbolo relacionados con el régimen de Franco. También los nombres de las calles interiores de los acuartelamientos que recordaban y honraban a los héroes de las respectivas unidades, laureados y medallas militares, o de las gestas que protagonizaron. Los valores de la Milicia a que en la Pascua Militar se rendía culto eran barridos en la presunción de que la gente estaba embebida en las fiestas de Navidad y la convicción de que lo silenciarían los medios bajo control y comprada disciplina. Pero todavía Internet es campo de libertad, aunque en trance de ponerle bozales al más puro estilo soviético, y circularon las fotocopias de los listados de símbolos y nombres a destruir. Fueron sacadas a la luz por alguien que todavía no está contaminado por el deshonor, la desvergüenza y oscuras dependencias sectarias.
En el salón del palacio de Oriente faltaron el 6 de enero muchos dignos de respeto y reconocimiento. Y sobraban casi todos los que estaban si de honrar los ancestrales valores de la Milicia y sus glorias se trataba. Sobraban los altos mandos de las Fuerzas Armadas, a todas luces designados por su docilidad y no por sus méritos objetivos, pues en otro caso se habrían rebelado contra el sistemático desmantelamiento de nuestros Ejércitos que viene de lejos. El JEMAD, fiel reflejo de la Chacón, se guarda mucho de llamar guerra a la que se libra en Afganistán. Allí, por lo visto, nuestros soldados están de mirones y sólo mueren por accidente, aunque sean balas y explosivos talibanes los que se los llevan al otro mundo.
EL LARGO PROCESO “DEMOCRÁTICO” DE DESMANTELAMIENTO DE LAS FUERZAS ARMADAS
COMENZÓ el desfondamiento en tiempos de Adolfo Suárez, de la mano de Gutiérrez Mellado, continuó con los gobiernos de Felipe González y los de Rodríguez están llevando a sus últimas consecuencias. Primero con Bono, sempiterno pastelero y no en vano discípulo predilecto del disolvente Tierno Galván. Luego con Alonso, voz también de amo oculto. Y ahora con una tal Carmen Chacón, federalista, pancarta del nacionalismo catalán socialista (su tesis doctoral fue precisamente sobre federalismo) y, dato nada desdeñable, esposa del que fuera secretario de Estado de Comunicación de Rodríguez, Miguel Barroso, quien pasaría a la actividad privada como alto cargo de la multinacional de publicidad Young&Rubican España, ligada al poderoso grupo WPP que ya en tiempos de Felipe González tenía en su cartera, a través de Tapsa, el grueso publicitario del gobierno y del PSOE, hasta el punto de que era conocida como Tapsoe. Ese privilegio corresponde hoy, según se ha publicado, a la multinacional que contrató a Barroso, del que se dice que mantiene con Rodríguez aún más estrecha relación que su consorte y es uno de sus más influyentes consejeros.
La exploración de la zafia mentalidad antimilitarista de estos aprovechados progresistas de pacotilla, en su mayoría surgidos a una vida consciente después de la muerte de Franco, descubre enseguida sus fuentes de abrevadero: la contaminación tardía de la estrategia de la desmoralización a que me refería en crónica anterior; una determinante influencia masónica; un averiado potaje mental de hirsuto neomarxismo; y la necesidad de crearse la imagen de servidores de una “democracia avanzada” en versión radicalizada y estéril de antifranquismo para esconder que los socialistas fueron ajenos a la lucha contra el régimen, monopolizada por el PCE con ayuda soviética, la cual tampoco conmovió la estabilidad del sistema. Y todo ello envuelto en la falsa sublimación retrospectiva de la II y la III Repúblicas.
INDEFENSIÓN SUICIDA FRENTE A LA AMENAZA DE ENEMIGOS REALES
ESPAÑA vive inmersa en un mundo conflictivo cuyo horizonte de desarrollo es cada vez más agorero. Tanto, que los acontecimientos parecen empecinados en dar la razón a la correspondencia entre los iluministas originarios Manzini y Pike sobre una pavorosa guerra mundial (la tercera), con el epicentro en Israel, que obligaría a las naciones a alinearse con o contra el islamismo. Lo comenté en alguna lejana crónica, lo expliqué con detalle en el libro “España indefensa” y lo recordaba la semana pasada un lector en el Foro.
El enemigo de ese previsible conflicto se agazapa en el espacio norteafricano y podría dar al traste en un tiempo nada lejano con los regímenes que a duras penas lo contienen y cuya debilidad radica en su propia condición musulmana, a la que no es ajeno el mito reivindicativo de Al-Andalus. También lo tenemos dentro con el quintacolumnismo activo de una masiva inmigración islámica. Cualquier gobierno con unas mínimas dosis de sensatez se aprestaría a fortalecer sus mecanismos defensivos, en particular las Fuerzas Armadas. Pero el zarrapastroso progresismo anidado en los espacios moncloacas se afana en destruir sus estructuras defensivas socapa, insisto, de un trasnochado antifranquismo.
A las amenazas descritas se añade la insurgencia interna de los nacionalismos idependentistas, estimulada y favorecida desde el gobierno que se dice de España. A las Fuerzas Armadas atribuye el artículo 8º de la constitución la defensa de la unidad de España, amén del orden constitucional. La constitución es ya como traje plagado de costurones, remiendos y desgarros que dejan ver sus vergüenzas de origen y de ejercicio. El caballo desbocado del taifalismo desigregador amenaza con una desembocadura sin retorno hacia la muerte de España tal y como fue concebida y defendida durante muchos siglos con el sacrificio y heroísmo de sus soldados y, cuando fue menester, con el pueblo alzado en armas tras sus banderas y a su ejemplo. El desguace de las Fuerzas Armadas en sus fundamentos históricos y en su cuadro de valores, resulta aún más mortal que su jibarización operativa. La sociedad no dispondrá de un espejo de ejemplaridad y de seguridad en que mirarse para escapar de la granja orwelliana a la que metódica y arteramente se la ha conducido.
CUANDO EL PACIFISMO SE CONVIERTE EN TRAICIÓN Y ENTREGA AL ENEMIGO
ESTAS últimas semanas de alternativos y obligados alejamientos de mi lugar de trabajo he tomado como libro de cabecera “El sombrero lleno de cerezas”, de Orian Fallaci. Una estupenda autobiografía que arranca con la peripecia de sus lejanos antepasados, allá por el siglo XVIII. Recojo de ese relato retrospectivo:
“Además de la pena de muerte y la inquisición, Pedro Leopoldo (gran duque de Toscana), en su malinterpretado pensamiento ilustrado, había abolido también el Ejército, y para defender el gran ducado no se contaba más que con mil ochocientos soldados de Infantería, mal armados, y con una guardia civil compuesta por voluntarios que se entrenaban los domingos disparando a los faisanes”.
El resultado fue que las tropas de Napoleón se apoderaron en un santiamén de la Toscana y la saquearon a fondo con la colaboración de afrancesados y caciques que se enriquecían con las migajas del expolio napoleónico. De poco sirvió el éxito momentáneo de la revuelta popular. Se impusieron las ideas ilustradas en su entraña absolutista, instituyendo nuevas formas de servidumbre en nombre de la razón. Impusieron la ideología racionalista desde la irracionalidad que combatían. Pedro Leopoldo, y en este punto yerra Oriana Fallaci, no malinterpretó el pensamiento ilustrado. Lo hizo suyo.
No es esta ocasión para analizar en qué medida los fundamentos ideológicos de la Ilustración (racionalismo a ultranza, bondad natural del hombre, y laicismo militante), fenómeno nacido en el seno de la nueva burguesía, y su cronología coinciden con el surgimiento de la masonería especulativa. Todos ellos movimientos con los que, también en el siglo XVIII, se identificaría y absorbería la Orden de los Iluminados. Señalaré, si acaso, el entronque racionalista profundo y consecuente entre liberalismo y marxismo, brazos rebuscadamente contradictorios y hegelianos de una misma conspiración de largo alcance histórico que ahora afronta la fase final y conflictiva del perseguido gobierno mundial.
CONSUMACIÓN DE UNA VENGANZA CON ANTIGUAS RAÍCES
SERÍA estúpido admitir que Rodríguez y la gran patulea de arribistas en que se apoya hacen lo que hacen por cuenta propia y movidos por oscuros y enfermizos resentimientos. Es innegable que son presa de una peculiar esquizofrenia política. Pero nada se entenderá si no se admite que son intérpretes desbocados de una estrategia de destrucción diseñada en lejanos despachos y operativa a través de un eficiente armazón de organizaciones, sociedades, fundaciones y logias a las que están vinculados por obediencia ideológica e interés personal lo más granado de la progresía y no pocos centristas.
Viene de lejos esta guerra. Traté de explicarlo en la crónica referida a la penosa historia del constitucionalismo español. Liberalismo y progresismo inocularon la ideología racionalista y relativista empollada por la Ilustración. El socialismo revolucionario se sumó a la tarea en su versión más virulenta. Habrá que leer para mejor entenderlo “La leyenda negra”, de Julián de Juderías”. Pero una cosa es cierta: España rompió en varias ocasiones la conspiración iluminista, la última con el triunfo en nuestra guerra contra el intento de convertirla en república soviética. La Iglesia católica y el sentimiento religioso de un gran sector del pueblo jugaron un papel resolutivo en el freno a tales asechanzas. Y también , aunque en ocasiones algunos de su mandos trampearan, la Milicia fue baluarte como depositaria de un acendrado patriotismo y la custodia de los valores que durante siglos dieron gloria a España, incluso en periodos aciagos.
La estrategia de desmoralización, ofuscación y animalización de la sociedad ha llegado en España a extremos pavorosos. No sólo se persigue su sometimiento. También conseguir, mediante métodos insidiosos, lo que no se logró con el genocidio religioso iniciado en 1934 y sangrientamente satisfecho entre 1936 y 1939: aniquilar a la Iglesia Católica y erradicar la fe religiosa del pueblo. Pero quedaba por destruir a los Ejércitos, custodios del ser y la unidad de España, cuya defensa les atribuye paradójicamente una constitución en cuyo articulado, y no sólo en el maléfico Título VIII, se agazapaban los virus de su destrucción, hoy en desbocada infección. Eliminar de los centros militares cualquier recordatorio de gestas colectivas e individuales asentadas sobre el heroísmo, el honor y el sacrificio, equivale a la aniquilación de ese otro fundamento insustituible para el futuro de España.
No se trata sólo, insisto, de la fobia mostrenca y ocasional de una clase política aquejada de una indigencia mental superlativa y de resabios paranoicos. Asistimos a la fase final de una venganza en ocasiones fallida, la cual necesitaba para su consumación a quienes fueron alzados al poder sobre la sangre inocente de la matanza del 11 de marzo, inducida desde fuera con sórdida y aviesa premeditación y aprovechada desde dentro con equivalente vesania.
La Pascua Militar de 2010 fue en su simbolismo y contenido una contradicción flagrante de la originaria. Y si, como recordaba al comienzo, en esa fecha conmemora la Iglesia la manifestación del Hijo de Dios al mundo pagano, y los Ejércitos la manifestación de su historia y de su razón de ser, el palacio de Oriente albergó la cínica manifestación de la antiEspaña y la degradación de la Milicia. Miasmas de traición enrarecían la atmósfera. Penosa imagen la del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas presidiendo tan tétrica subversión de valores.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5524
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