lunes, enero 25, 2010

Historias de bancos

lunes 25 de enero de 2010
Historias de bancos

Mario Conde, en enero de 1994 (Foto: José Aymá)

"Obama declara la guerra a la banca en defensa del ciudadano", dice el titular. "Nada nuevo bajo el Sol", responde el aforismo. Les propongo un juego: ignoren los nombres propios de personas y entidades antiguas y presentes. Piensen que lo que sigue es el relato y análisis de algo que ocurrió en Marte hace mucho, mucho tiempo. No entremos a opinar si el enfoque político del asunto era o no correcto y fíjense sólo en los conceptos y sucesos que maneja este artículo del economista JUAN FRANCISCO MARTIN SECO, publicado tres días después de que el Gobierno de Felipe González decidiera intervenir Banesto y retirar de la gestión a su presidente Mario Conde en 1993. ¿Algo nuevo en los tiempos que corren? A ver cómo les suena la cosa:

BANESTO, TODO UN SÍMBOLO

*** CUENTA Galbraith en su Breve historia de la euforia financiera el escándalo de las Cajas de Ahorro acaecido en los Estados Unidos durante la época Reagan. Una política liberal que ondeó, la bandera de la desregulación del sistema financiero y proclamó la bondad de la libertad de mercado permitió que las Cajas de Ahorro asumiesen operaciones especulativas de alto riesgo, especialmente en el ámbito hipotecario. Tras la recesión y el hundimiento del mercado inmobiliario, las Cajas de Ahorro acumularon un agujero de 500.000 millones de dólares (una tercera parte substraído por los propios administradores). Del agujero tuvo que responder el Tesoro Público, al tener asegurados los depósitos. ¿Dónde comienza y termina la libertad de mercado?

Una pregunta parecida puede y debe hacerse ante la reciente intervención de Banesto por el Banco de España. El affaire Banesto -como antes Rumasa o la crisis bancaria de finales de los 70 y principios de los 80- cuestiona la existencia de límites claros y precisos entre lo privado y lo público. ¿Podemos hablar de sector privado en aquellos casos en que al final es el Estado, es decir, el conjunto de los contribuyentes, el que en caso de dificultades tiene que hacerse cargo de los costes? Privacidad en las ganancias, socialización en las pérdidas.

La banca, como los seguros, las eléctricas, las comunicaciones y tantos otros sectores, se ha convertido en una "cuestión de Estado", en la que apenas existe riesgo para el capital porque los poderes públicos, sean cuales sean los resultados de gestión, garantizarán por diferentes medios la viabilidad y solvencia de las empresas. El coste de la mala o buena gestión termina recayendo -aunque eso sí de forma más sibilina, pero también más opaca- como si se tratase de entidades públicas, sobre todos los ciudadanos.

Es curioso cómo se compagina una gran sensibilidad -muy lógica, por cierto- con respecto a los emolumentos e indemnizaciones de los cargos públicos con la total permisividad con que se contempla esta materia en los sectores privados (no tan privados, porque al final van a repercutir sobre todos los ciudadanos). ¿Tiene alguien idea de a cuánto asciende el blindaje de los directivos de las entidades financieras y de sus empresas participadas, incluso cuando éstas tienen enormes pérdidas? ¿Se ha preguntado alguien qué cobran los consejeros de los grandes bancos o de sus filiales por dietas de asistencia aun cuando la mayoría de ellos apenas tenga competencias, carezca de participación en el capital y posea intereses en muchas ocasiones distintos de los que poseen las sociedades que en teoría gestiona?

Los idólatras del mercado afirman, llenos de orgullo, que el sistema funciona si cada uno maximiza el beneficio. ¿Qué beneficio? Porque, normalmente, el beneficio de las entidades no suele coincidir, al menos en su totalidad, con el de sus directivos.

El que periódicamente alguno o algunos bancos tengan dificultades se va convirtiendo en norma en el sistema financiero español. Cierto que no todos llegan a la situación de ser intervenidos por el Banco de España, pero las ayudas, préstamos y operaciones privilegiadas no son tan infrecuentes, sobre todo si afectan a la totalidad del sistema. El Estado -el Banco de España- está mucho más interesado en la cuenta de resultados de las entidades financieras que los propios gerentes, consejeros y directivos, que se preocupan más de su propia cuenta de resultados. ¿Estamos seguros de que los préstamos y subvenciones de las entidades bancarias se realizan con el exclusivo criterio de hacer más rentables esas instituciones?, o por el contrario, ¿se deciden más bien en función de la rentabilidad política y económica de aquéllos que logran controlarlas?

A todos los que durante tantos años se les ha llenado la boca hablando de la necesaria liberalización del sistema financiero habría que preguntarles dónde queda ahora esta liberalización, si al final es el Estado el que termina pagando. El capital repudia la intervención estatal en época de bonanza, pero la reclama insistentemente cuando de lo que se trata es de garantizar sus intereses.

No deja de parecer grotesco que muchos comentaristas políticos y económicos se escandalicen de que la banca pública pudiera conceder créditos para solucionar el entuerto de la PSV y garantizar así a familias humildes las cantidades aportadas a una cooperativa de vivienda (dicho sea esto sin querer descargar de culpa a los responsables), pero acepten ahora encantados que el gobernador del Banco de España asegure con fondos públicos las enormes sumas de dinero (no me estoy refiriendo, por supuesto, a los pequeños depositantes, hasta un millón y medio de pesetas están garantizados por el fondo de garantía de depósitos) depositadas en el Banesto, como antes se hizo con los bancos de Rumasa y con todas aquellas entidades financieras que tuvieron dificultades. Construimos bonitas teorías acerca de que en una economía abierta existe una relación directa entre rentabilidad y riesgo, competitividad e incertidumbre, eficacia e inestabilidad.

Curiosamente, lo que estamos reclamando es riesgo para el trabajador, inestabilidad en el empleo, fácil despido, desprotección social, precariedad en general en sus relaciones laborales y económicas; aunque exigimos estabilidad y seguridad para el capital, minimizamos su riesgo. Los gerentes no responden con su patrimonio, los accionistas tampoco. Un trabajador puede perder su puesto de trabajo, pero es difícil, muy difícil, que un capitalista -aunque la empresa se hunda, aunque la entidad financiera entre en crisis- pierda su dinero.

Es posible que en la situación crítica que en estos momentos parece que tiene Banesto (escribo este artículo antes de que el ministro de Economía y Hacienda y el gobernador del Banco de España informen en el Parlamento) haya tenido mucho que ver la forma en que sus responsables lo han gestionado, pero la intervención por el Banco de España del cuarto o quinto Banco del país, cuestiona también, sin duda, la política económica del Gobierno. ¿Podría creerse, de verdad, que una profunda recesión de la economía nacional como la que padecemos, donde a diario se despide a miles de personas y se cierran o quiebran permanentemente empresas, antes o después no terminaría afectando a las instituciones financieras? No es ningún secreto que en la mayoría de las entidades bancarias ha aumentado fuertemente el nivel de morosidad, quizás no hasta el extremo de tener que ser intervenidos, como el Banesto, por el Banco de España, pero sí hasta el punto de que los responsables del Banco Emisor mostrasen su preocupación y recomendasen retrasar el momento de trasladar a los clientes la bajada de los tipos de interés del mercado interbancario.

La intervención de Banesto por el Banco de España vuelve a poner en entredicho la conveniencia de la Ley de Autonomía e Independencia del Banco Emisor que en estos momentos se está discutiendo en el Congreso. Es realmente preocupante que un área tan trascendental como la política monetaria quede al margen de los poderes democráticos y entregada a una institución que en el futuro no se sabe ante quién va a responder; pero la inquietud es aún mayor cuando esta institución asume también el control y dirección de todo el sistema financiero y, por lo tanto, la capacidad de hacer repercutir sobre el Presupuesto del Estado las futuras pérdidas de algunos bancos.***

(El artículo 'Banesto, todo un símbolo' fue publicado por Juan Francisco Martín Seco en EL MUNDO, el 31 de diciembre de 1993)

http://www.elmundo.es/elmundo/2010/01/22/palabrasarchivadas/1264168169.html

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