AL ABORDAJE|DAVID GISTAU
Llamazares, el rostro del Mal
19.01.2010
EN UNA NOVELA con matices paródicos sobre la Guerra Fría, Nuestro hombre en La Habana, Graham Greene se mofaba de los espías británicos retratándoles como atildados incompetentes que confundían los mecanismos de una aspiradora con los planos de una lanzadera de misiles soviética. Al cabo, la más sofisticada maquinaria de inteligencia depende del empeño de un burócrata que tal vez esté estreñido, o desmotivado, o disgustado con su equipo de fútbol, o apremiado por acabar como sea el trabajo porque la víspera bebió y los alka-seltzer no alcanzan para despejar la neblina mental. O que sencillamente es estúpido. El factor humano como eslabón débil.
Al más atorrante de los peones funcionariales habrá que atribuir el descrédito reciente del FBI. Que no confunde aspiradoras con lanzaderas, pero sí ha fabricado mediante collage ese híbrido de Bin Laden y Llamazares que se nos antoja tan improbable como uno de El Fary y Toni Soprano. Y que nos obliga a preguntarnos, primero, cómo no sufre más atentados una nación custodiada por semejantes anacletos. Y, segundo, cómo no nos dimos cuenta de que teníamos sentado en un escaño del parlamento a un sospechoso por criterios lombrosianos. No por sus orejas y su cráneo, como en la célebre sentencia frenológica de Montesquieu, sino por su frente y su cabello, el FBI acaba de conceder a Llamazares un halo interesante, fama mundial, y una segunda juventud trepidante que convierte su obsesión antiamericana en un asunto personal.
No abundan entre nuestros conocidos quienes puedan presumir de haber ocupado un cartel de Wanted por el FBI, así sea por accidente. Y, en vez de ponerse a ligar con ello, Llamazares reacciona mortificando a los americanos con la promesa de que no les volverá a visitar -en Wisconsin no se habla de otra cosa- e incurriendo en un discurso maniqueo que renueva muchos de los tópicos que le fueron neutralizados por la caída del Muro. Sentirse perseguido por el FBI, incluirse uno en las fobias represoras del imperialismo, temer acabar en Guantánamo vestido de naranja, ¿hay gloria mayor para un comunista más o menos residual que no nació a tiempo de participar en la épica bipolar?
Sólo que, ay, la dicha no es completa. Porque Llamazares ha tenido la mala suerte de que no le profane los rasgos la América de Bush, sino la de Obama. Lo cual hace más difícil declarar su episodio un nuevo síntoma de la perfidia natural del enemigo.
http://www.elmundo.es/opinion/columnas/david-gistau/2010/01/21924122.html
miércoles, enero 20, 2010
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