jueves 2 de julio de 2009
Hasta luego, querido Baltasar Porcel
Joan Pla
L A muerte de Baltasar Porcel, mi viejo amigo, íntimo competidor y colega entrañable, me incita al silencio. Ha sido una muerte silenciosa y lenta, como la de mi hermano Pepe. Un linfoma implacable, cáncer del siglo, etcétera. Solemos inventar las palabras para huir de la muerte.
Muchas veces, durante años, hablé de él en mis libros y en mis artículos.
Baltasar Porcel, a quien siempre he admirado, cultivaba en su corazón, igual que yo en el mío, una sutil rivalidad. Los dos fuimos devotos de un mismo santo. Me refiero al reverendo Joan Capó Bosch, de Andratx, paisano de Baltasar y padre espiritual de mil jóvenes que empezábamos a navegar por el vasto mar de la literatura y del periodismo. Mossèn Capó siempre me hablaba bien de Baltasar y Baltasar, vestido de marinero durante el periodo de su servicio militar, firmaba sus primeros artículos con el pseudónimo de “Odín”. Yo era entonces, cuando me asomé y gané por primera vez en los concursos literarios, “Sapientino Felanitx” y Baltasar me tiraba coñas, por lo de “sapientito”. Con Sebastià Mesquida, novelista, ensayista, teólogo y barrendero municipal, con Jaume Santandreu, santo patrón de los armarios de la catedral y con Pere Orpí Ferrer, párroco y poeta laureado en los Premios Ciudad de Palma y con otros amateurs de las bellas letras y las buenas artes admirábamos y envidiábamos a Porcel, que ya se había instalado en Barcelona y empezaba a dominar el cotarro, es decir, la gran loteria de las artes y de las letras. Y la política, claro.
Desde Madrid o desde cualquier ciudad del mundo nos contarán hoy la vida y la obra de nuestro entrañable Baltasar Porcel. Desde aquí, humildemente, intentaremos explicar su clave, las raíces de su biografía, traspasada siempre por una sed constante de belleza, como la de Miquel Ángel Riera, otro grande que nos precedió en la barca de Caronte por la laguna de los muertos.
Yo recordaré sus caballos hacia la fosca, sus difuntos bajo los almendros en flor, su pausada voz de maestro oriental, sus ágiles respuestas de felino inteligente y autodidacta. El paisaje de Andratx, las islas encantadas de su prosa inmortal, su libertad de pensamiento, sus amores itinerantes, memoria y olvido de otros corazones.
Baltasar me tachó de intemperante, cuando escribió el artículo necrológico de la muerte de Don Juan Capó en "Diario de Mallorca". Le perdoné el epíteto, cuando entendí que Baltasar quería tanto o más que yo a Capó Bosch, ese polémico cura intelectual que tanto influyó en nuestras vidas. El afecto que le profesaba Porcel al reverendo Capó puede comprobarse en su libro de "Les illes encantades", cuando canta el dolor de su ausencia. La desaparición de Juan Capó del paisaje íntimo y natural de Porcel es, en su brillante pluma, como el dolor que nos produce la desaparición del árbol que nos dio la primera sombra y el primer impulso vital.
Ningún crítico o ensayista entenderá a Porcel si antes no entiende lo que significó la gente y el paisaje de su pueblo natal y de su adolescencia rural y marinera, entre pinos y acantilados, barcas al remo e islotes mágicos, formidables.
Durante los últimos treinta años he seguido sus pasos y la importancia social y cultural de sus actos y de sus escritos. Han quedado muy atrás nuestras juveniles discrepancias y los celos pueriles en el regazo espiritual del mencionado reverendo.
Tal vez, Mallorca ignora la repercusión internacional de su obra inacabada. Pero eso importa poco, porque Baltasar no ha muerto. Vive, más y mejor que nunca, en sus libros. Descanse en paz el buen lector. Amén.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5256
jueves, julio 02, 2009
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