lunes 6 de julio de 2009
¡Qué solos se quedan los vivos…!
Félix Arbolí
E STABA enjuto, convertido en la mínima expresión de un ser humano, consumido ante tanto dolor acumulado y tanto amor que desprendía y se respiraba en el ambiente de todos cuantos nos habíamos acercado a ofrecerle nuestro último testimonio de admiración y cariño. Como había sido todo amor a lo largo de su corta vida, 47 años, nos lo quiso ofrecer como recuerdo de su amistad para que sirviera de consuelo a nuestro dolor. Era una de sus muchas virtudes que todos le reconocimos en vida. Creo que bajo el sudario sólo había quedado la piel sobre sus huesos, porque el resto, su esencia, su alma de ser inmortal más allá de este mundo, se había quedado incrustada en cada uno de los que le quisimos y entre los que vivirá siempre. .
En mis largos años de vida no he presenciado un velatorio tan numeroso, ni tan dolorido. Estaba todo un barrio acompañando a su numerosa familia venida desde todos los puntos de España, pues no siempre se tiene la oportunidad de despedir un ser de otra galaxia, que por un capricho del destino, cayó entre nosotros. Bien orgulloso debe encontrarse el desaparecido amigo, allá donde se encuentre, que estoy seguro será un lugar muy bonito y placentero, de la estela de auténtico amor y el profundo dolor que ha dejado a su marcha. Y aquí no había motivos de cobas, buscar escalar posiciones, ni hacerse acreedor a la gratitud e influencia de la familia, como en esos casos de ricos y famosos que en lugar de amigos los que asisten parecen plañideras pagadas con el egoísmo y la ambición por escalar. Es el único velatorio de toda mi larga vida, donde he visto el auténtico dolor y la máxima pena reflejada de todos los presentes sin excepción. Allí si se hablaba era del difunto y no existía otro tema de conversación, porque las gargantas estaban secas de tanto llorar los ojos. No era el contadero de chistes como algunos convierten este acto de sentimiento y pesar, sino el gesto de esa media y forzada sonrisa de ternura y resignación ante lo inevitable, que apenas asomaba en algunos labios recordando los numerosos detalles del que estaba allí y ya no estaba.
He encontrado en este triste lugar la expresión del cariño de verdad, el sentimiento sin dobleces y los enormes esfuerzos para no dar rienda suelta a tanto llanto pugnando por salir. Nada de protocolos sociales, lágrimas prefabricadas, ni expresiones de tristeza ensayadas ante el espejo. Allí el dicho común de “se mascaba la tragedia” cobraba fuerza. Todo era natural y escalofriante a un tiempo. Jamás pudo pensar persona alguna que su muerte iba a ser tan unánimemente sentida. Claro que tampoco es muy normal en nuestros días encontrar una persona que como él se mereciera eso y mucho más.
Me figuro que ya habrán adivinado que me refiero a mi amigo Víctor. Víctor Perancho, para ser más exacto, aunque en este caso nada importe su apellido, porque con su nombre es más que suficiente para reconocerle, recordarle y .saber de quien tratamos. Ese amigo entrañable del que hablaba hace escasos días sobre su enfermedad y sus escasas esperanzas de sobrevivir. Sé que ustedes no lo conocían y puedo asegurarles que se perdieron una hermosa circunstancia, pero permítanme que utilice estas páginas y deje constancia de mi dolor y cariño al amigo desaparecido, que no muerto, porque sólo muere el que no tiene a nadie que lo recuerde y añore y él es inmensamente rico en esta faceta, pues nadie ha logrado que un barrio entero exprese su pena y deje traslucir sus sentimientos de la manera que lo han hecho con él.
Un enorme Crucifijo presidía sus últimos instantes entre nosotros y dos preciosas y grandes coronas de flores daban escolta de honor a tan tétrica, pero enternecedora escena. Cristo reclamaba a su criatura junto a Él. No debe tener muchos inquilinos en esa gloria prometida a los hombres justos y de buena fe, porque en los años actuales de apostasías, deserciones y abandonos de las creencias que nos inculcaron nuestros mayores, la mayoría de los que citan a Dios lo hacen como referencia a una blasfemia. Y así cuando llega un alma predestinada, deben celebrarlo por todo lo alto, como un acontecimiento sensacional y excepcional. A los musulmanes dicen que les reciben las “huríes”, a los cristianos y Víctor lo era, le habrá recibido esa enorme y fascinante llama luminosa donde no hay penas, ni amarguras, ni sufrimiento, ni dolor, sino ese Amor que nos dio la vida y nos concede posteriormente la eternidad.
¿Has conocido a ese Ser Supremo que rige nuestras vidas más allá de la existencia?. ¿Gozas ya de esa eternidad?. Has dado el salto más grande que puede dar todo ser nacido de madre, porque en la brevedad de un instante, el tiempo que dura ese viaje a lo desconocido, has logrado averiguar el enigma más importante y preocupante de la Humanidad: su destino final, del que tú gozas en este instante y por los siglos de los siglos. Amén. Que Dios te haya acogido en su seno y si puedes, protege a los tuyos que han quedado muy solos, porque al contrario de lo que dijo el famoso poeta Gustavo Adolfo Bécquer, no son los muertos los que se quedan solos, sino a los que dejan cuando se van .
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2074
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