jueves, diciembre 08, 2011

Jose Carlos Rodriguez, Libertad, comunidad, tradicion, estado

jueves 8 de diciembre de 2011 Nº 48 - Liberales y conservadores Libertad, comunidad, tradición, Estado José Carlos Rodríguez El conservadurismo apenas es una ideología. Es algo más pequeño y más grande que eso. Es un apego a la sociedad tradicional y es un conjunto de saberes sobre el hombre. Surge como reacción a la izquierda, que sí es una ideología. Es la corriente que quiere someter la sociedad a un ideal creado por la razón. El conservadurismo ve en la sociedad tradicional el precipitado histórico del esfuerzo humano y su sometimiento a las normas que han surgido de la experiencia. El liberalismo, por su parte, es la defensa de la libertad. Parte del individuo, al que confiere una dignidad radical, y en el que reconoce unos derechos personales inviolables. La persona tiene un ámbito de seguridad frente a la agresión, que se extiende a su propio ser y a todo aquello sobre lo que recaiga su acción, y que se convierte en propiedad. El derecho a la vida y a la propiedad son la base de las relaciones entre personas y por tanto de la sociedad. La libertad es el nombre que se da al respeto de tales derechos, pues consiste en la ausencia de coacción. Y la coacción es el uso o la amenaza del uso de la violencia física en perjuicio de tales derechos. La perspectiva conservadora y la liberal, por tanto, son distintas. Pero no son incompatibles y en parte se refuerzan la una a la otra. Se verá con más claridad si nos fijamos en algunos aspectos concretos. La comunidad La persona es un ser histórico y nace en una sociedad concreta, en unas circunstancias particulares. El individuo no es alguien por sí mismo, sino junto con la comunidad en la que ha nacido y se desarrolla. La comunidad es, por tanto, tan importante como la persona, si no más. La palabra persona viene del nombre de una bocina que llevaban las máscaras de los actores, que permitía a éstos proyectar su voz (per sonare). Por efecto de la sinécdoque, el término acabó designando a la propia máscara y, finalmente, al personaje representado. También el hombre desempeña un papel en la sociedad en que vive. Es persona. Así entiende el conservador al individuo. Para él, el ostracismo es un duro castigo, porque desnuda al individuo y lo deja desvalido. Muchos acusan al liberalismo de no entender esto, de ver al individuo como un átomo, un ser romo y sencillo, autosuficiente y sin mayor relación con los demás. Es una idea que jamás le leerá a un liberal y que siempre encontrará en boca de un socialista o de un conservador. Para el liberal hay una ligazón esencial, que nos une a los individuos en una comunidad en sentido amplio: la división del trabajo, trabada por las relaciones económicas en eso que denominamos el mercado. Para el liberalismo la naturaleza humana es rica, y las relaciones humanas son complejas, forjadas en varios aspectos de la experiencia del hombre, no todos ellos signados por la conciencia o la racionalidad. Lo que le interesa al liberalismo es que esas relaciones no sean impuestas por la fuerza. La comunidad liberal a menudo desborda la comunidad tal como la entiende el conservadurismo. La primera es abstracta y extensa; permite la colaboración con desconocidos. La segunda la conforman un acervo de relaciones históricas sancionadas por la costumbre, y lo que desborde sus imprecisos límites entra ya en el terreno de lo extraño o peligroso. Así, el liberal no da importancia a las fronteras políticas, que no deberían imponer restricciones al libre movimiento de las personas. Pero el conservador ve en la inmigración no sólo elementos positivos, también la cuña de unos valores extraños que pueden poner en riesgo la comunidad. La tradición La libertad es el valor supremo de un liberal. La defenderá incluso cuando su uso se encamine hacia lo feo, lo peligroso; lo inmoral incluso. Por varias razones. No se puede descartar con plena seguridad los efectos positivos, y puede que hasta necesarios, de esos usos en un principio rechazables. Además, como no se pueden conocer los malos usos de antemano, las restricciones dañan a todos los posibles. Y el liberalismo entiende que el hombre hará uso de la libertad más veces para bien que para mal, pues la libertad le sale a cuenta, aunque sea de forma mediata y a largo plazo. Entiende, además, que la experiencia de la plena libertad, con sus excesos, inconveniencias y maldades toleradas, es el único medio que tenemos para renovar nuestro conocimiento de lo que es y no es adecuado. El liberal –como el conservador– ve al hombre como un ser contingente, histórico. Pero entiende que vive en un cambio constante. Por lo que tiene que aceptar un cierto grado de inseguridad. Y que no ha de conformarse sólo con el saber acumulado, pues éste puede quedarse obsoleto. ¿Desprecia el saber acumulado, como el izquierdista, tan dado a hacer tabla rasa? Para nada. Sabe que es el el poso de la experiencia humana, y que provee de mucho más conocimiento que el que cualquier individuo pueda querer adquirir, ordenar y racionalizar. La tradición es para el liberal un bien muy valioso, pues es lo que nos legan las generaciones precedentes, que actuaron en un entorno más o menos libre. ¿Qué sentido tendría amar la libertad para luego despreciar sus obras? Cierto es que en ese pasado hay muchos actos injustos, brutalmente injustos a ojos del liberalismo. Las guerras, los saqueos, los impuestos, las prohibiciones, los privilegios. No todo el pasado es fruto de los acuerdos, expresos o tácitos, entre los hombres. Pero la historia muestra que la naturaleza del hombre, que liberales y conservadores consideran fija, inmutable, va dejando pruebas de que podemos llegar a compromisos menos agresivos, más consensuados. A medida que las comunidades se han ido haciendo más amplias, han dado lugar a divisiones del trabajo más complejas, la sociedad ha ido dejando atrás el status, que ha dado paso al consenso y al descubrimiento de los derechos del individuo. Hay más razones que inducen al liberal a defender la libertad incluso en los casos más dudosos. No es ya el desconocimiento de los efectos de la libertad y de la prohibición, o la confianza en que sólo la experiencia real, es decir, en plena libertad, enseñará a los hombres de hoy y del futuro cómo enfrentarse a sus problemas. Es también la consideración de los efectos económicos y morales que derivan de la prohibición y la coacción. El conservador valora la sociedad, su autonomía y su pleno desarrollo. Pero ve su cambio a un ritmo más lento y se aferra a lo que el pasado nos ha legado con más ahínco y convencimiento. Tanto como para prohibir ciertos comportamientos que ve como una amenaza para la sociedad. El Estado El instrumento de tales prohibiciones, límites, obligaciones y demás es, claro está, el Estado. El conservador ve al Estado como una institución más, producto de nuestro pasado y sancionada por éste. Pero debe estar sometido a unos límites. No debe invadir la sociedad, ni sustituirla. Y debe quedar atado por las normas de la moral, como cualquier individuo o asociación de individuos. No es algo extraño a la sociedad, y por tanto debe seguir también sus normas. El liberalismo ve al Estado de otro modo. No como una institución de la sociedad, sino como un parásito; un ente antisocial en cualquier sentido posible. El Estado es un órgano de coacción que detrae riqueza de una parte de la sociedad hacia sí mismo y hacia aquellos sectores capaces de presionarle. Ese juego es lo que llamamos política. El Estado no puede producir riqueza. Aunque preste servicios valiosos, es siempre un consumidor de la riqueza que produce la sociedad. La prueba son los impuestos, que no necesitaría si el valor de su aportación fuera superior a lo que consume. Además, el Estado es una fuerza inmoral. No puede ser moralmente ejemplar una entidad que vive del robo y que esclaviza a la sociedad. Pero, sobre todo, el Estado es una fuerza revolucionaria. Tiene tendencia a crecer, a ocupar ámbitos nuevos de actuación y afianzarse en los anteriores con poderes e instrumentos más potentes. Y pretende someter la sociedad a la consecución de ciertos propósitos que den cobertura ideológica, y justificación, al propio Estado. No es casualidad que el surgimiento del gran Estado haya coincidido con la emergencia de la modernidad, que ha visto crecer de manera inaudita la riqueza –lo que ha posibilitado la expansión estatal– y ha acuñado ciertos valores, de carácter más o menos racional, que otorgan al Leviatán razones para actuar... y para seguir creciendo. El liberalismo histórico no ha dejado de contribuir a este extraordinario crecimiento. No sólo por su protagonismo en la multiplicación de la riqueza, también porque ha querido dotar al Estado de una racionalidad que ha fortalecido a éste, en lugar de limitarlo. No pocas veces los conservadores han criticado a los liberales por haber sido infieles al que debiera ser su principal objetivo: limitar la capacidad del Estado. Pero los liberales tienen razones suficientes para criticar a los conservadores por el mismo motivo. Son ilusos si creen que pueden domeñar al Estado, y no entienden cuál es su esencia si no ven que es un órgano revolucionario, llamado a subvertir las relaciones sociales naturales y sustituirlas o someterlas. Acuerdos y desacuerdos Liberales y conservadores, ¿tienen mucho o poco en común? Ambos ven un poso eterno en el hombre, sea o no de carácter trascendente. Ambos ven en el individuo una dignidad esencial, y entienden que su pleno desarrollo sólo puede darse en sociedad. Valoran la sociedad, con sus convenciones y normas heredadas y consentidas; pero los liberales ven cambio e inseguridad donde los conservadores ven o desean estabilidad y seguridad. Esta diferencia hace que los primeros pongan más énfasis en la libertad, mientras que los segundos quieren someter el cambio, moderarlo al menos, o revertirlo en ocasiones. Pero las cosmovisiones de unos y otros no son esencialmente distintas, y las diferencias son más de relevancia de algunas preferencias que de categoría. Ambos creen en la primacía de la sociedad y en su desarrollo autónomo. Y los dos son adversarios de la izquierda, en cuanto ésta quiere someter la sociedad a un conjunto de postulados basados (aunque menos de lo que pueda ella misma pensar) en la razón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ARTICULO CONFUSO. LO UNICO QUE QUEDA CLARO ES EL MACHISMO, LA XENOFOBIA Y LA TENDENCIA NAZI.