martes 1 de septiembre de 2009
En caída libre hacia el abismo
Ismael Medina
L A amenaza de la subida de impuestos directos e indirectos es ya hosca realidad. Incluso lo era en ciertos ámbitos antes de que correspondiera anunciarlo a Pepino Blanco, quien no abandona su función de doberman político, la otra cara de la moneda sociata en la que Rodríguez muestra la sonrisa estereotipada del ignorante que se cree el protegido infalible del Olimpo laicista. Uno y otro son la síntesis del antisistema en que ha devenido la forma democrática que, según lo políticamente correcto, nos hemos dado los españoles, cuando en realidad hemos contribuido a fabricar un monstruo que nos devora y al que una gran parte de sus víctimas rinde suicida devoción. Se repite bajo otras forma la vieja historia del dragón al que una sociedad atemorizada le hacía la ofrenda ritual de un puñado de doncellas. El actual dragón de las siete cabezas es una suerte del dios Momo en versión constitucional, tal y como lo veía Bacon: “El que construye una buena casa sobre un mal asiento se condena a sí mismo a prisión” . A lo que añadía para redondear el alcance de su crítica: “No es sólo el mal aire lo que hace malo el asiento, sino los malos caminos, los malos mercados y, si se consulta con Momo, los malos vecinos”. Rodríguez y sus secuaces han hecho de España un paraíso de Momo en el que reina el esperpento.
Es conocido desde muy antiguo que cuando un gobierno se instala sobre el derroche recurre a la multiplicación y subida de los impuestos, en vez de buscar la solución mediante el recorte del gasto y una ejemplar austeridad de la clase dirigente. Y es el pueblo el que sufre las consecuencias hasta quedar sumido en la hambruna. Pero llega un momento en que la escasez se torna insoportable y el pueblo se convierte en masa iracunda y caldo de cultivo para revueltas, asonadas y revoluciones. La actual recesión económica mundial, más profunda que otras anteriores, se hace soportable para aquellos países cuyos gobiernos, asentados sobre una sólida estructura productiva, tomaron a su debido tiempo medidas de prevención del riesgo y la sociedad asumió un comportamiento solidario. Puede valer Alemania de ejemplo. No es, sin embargo y desgraciadamente, el caso de España.
Mi ya muy lejano profesor de Hacienda Pública en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, Vicente Gay, nos instruyó sobre el caos fiscal en los reinos medievales españoles, el cual se reiteró de diversas formas hasta ya entrado el siglo XX. Me contaba mi abuelo Felipe que, luego de dejar la Guardia Civil, le encomendaron el mando de los fielatos del ayuntamiento de Cuenca. Todavía los municipios cobraban una tasa sobre los productos que entraban en la ciudad. A veces quienes los introducían de matute reproducían viejas mañas de contrabandistas. Sucedía, por ejemplo, con el aguardiente. Tiraban al Júcar, aguas arriba, varios toneles y se enzarzaban a tiros con los defensores de la ley para distraer la vigilancia mientras, aguas abajo, pasaban el grueso de la mercancía. El gran contrabando actual es de otra índole, en ocasiones perversa, como el narcotráfico, o el muy sofisticado de la doble contabilidad y la fuga de capitales a paraísos fiscales. O el más modesto individualmente de la economía sumergida, la cual adquiere un gran volumen en periodos de crisis económica o de excesiva presión fiscal. Perdura en el inconsciente colectivo la convicción religiosa de que es pecado burlar los impuestos cuando su aplicación es justa, pero no si es injusta.
El profesor Gay hacía muy amenas sus clases con su afición al juego de las alegorías. Recuerdo una de sus clases que en el programa figuraba como “La lección de las orquídeas”. Las orquídeas, como sabrán muchos de mis lectores, es una planta con miles de variedades, desde muy pequeñas hasta de gran volumen, y una insólita capacidad para adaptarse y reproducirse lo mismo en lugares secos que tropicales. Hay ocasiones en que configuran conjuntos muy compactos de hasta media tonelada de peso. Sucede lo mismo con los impuestos venía a explicarnos el profesor Gay. Pueden corresponderse con armónicos financieros o expandirse formando colonias entrecruzadas, en ocasiones de gran y contradictoria espesura.
La incompetencia, la mentira y la truhanería demagógica del gobierno Rodríguez han convertido las arcas del Estado en covacha de telarañas y excrementos de murciélagos. Pero el origen hay que buscarlo en el Título VIII de la Constitución que consagró el Estado de las Autonomías con diversas marchas, especialmente privilegiadas para las taifas secesionistas. Acerca de su oscuro origen he escrito en varias ocasiones, la última en fecha reciente. Rodríguez y sus secuaces han demolido cualesquiera moderadoras reservas constitucionales, retrotrayéndonos a una realidad equiparable a la de los reinos cristianos medievales y a los reinos musulmanes de las taifas. Han sido tantas las transferencias en sectores capitales y subsidiarios que el llamado Estado central es ya casi un cadáver en avanzada putrefacción.
Al tiempo que el Producto Interior Bruto se hunde en una sima cuyo fondo no se vislumbra y la deuda exterior es la más alta a escala mundial, detrás de los Estados Unidos de Norteamérica, el gobierno y la mayoría de las Administraciones públicas, las taifales a la cabeza, inventan costosos trucos demagógicos encaminados a enmascarar ocasionalmente y con fines electorales un derrumbe económico de proporciones desmesuradas. Pero como consecuencia de la demencial Ley Electoral todavía vigente, los gobiernos centrales se convierten en prisioneros de las taifas separatistas y de partidos de escasa entidad para mantenerse en el poder y lograr la aprobación parlamentaria de sus leyes, tantas veces, ahora sobre todo, ocurrencias sin sentido que sólo contribuyen a ahondar el derrumbe económico e institucional. Un gobierno débil difícilmente puede zafarse del chantaje de aquéllos de quienes depende su supervivencia. Salvo que albergue un alto sentido del Estado y valor suficiente para hacerles frente, aún a costa de disolver el parlamento y arrostrar nuevas elecciones generales. O llegar a un pacto de salvación nacional con el mayor partido de la oposición del que queden al margen veleidades sectarias. No es nuestro caso. Rodríguez y sus huestes sólo admiten consensos en que el PP se sume a la sordidez de sus dislates.
La vicepresidente de Economía no tardó en confirmar el anuncio de Blanco. Se someterá a revisión el entero sistema fiscal bajo la cobertura dialéctica de satisfacer las necesidades de la “política social” del gobierno, apenas otra cosa que costosos parches de efecto transeúnte y que sólo contribuyen a ir de peor a peor, en vez de contribuir a regenerar el tejido productivo y crear empleo. Un sucio encaje de bolillos del que pueden tomarse como ejemplo las nuevas concesiones para la financiación autonómica por importe de 11.000 millones, al tiempo que se les reconoce una deuda con el Estado de 6.000 millones y se les concede una prolongada moratoria para su reintegro. ¿No habría sido más práctico sustraerlos de la financiación acordada en proporción lo debido por cada una y forzarlas de tal suerte a apretarse el cinturón? También parece decidido el bloqueo de sueldos de los funcionarios, los cuales subirán a los sumo un 1%. Pero durante el último año el número de funcionarios ha crecido un 2,6%. Un incremento persistnte de naturaleza clientelista que nos ha conducido a tener más funcionarios que Alemania, con muy superior población a la nuestra y estructura federal, por cierto.
España no puede soportar la losa de 18 gobiernos taifales con parlamentos propios que legislan a su antojo, despliegue inusitado de instituciones y empresas públicas, las más de ellas ruinosas y nidos de corrupción, amén de otros despilfarros también inconstitucionales como es la apertura de representaciones en el exterior, en competencia grotesca con las estructuras diplomáticas del Estado.
Las taifas configuran el más grave y mortífero cáncer de entre las múltiples tumoraciones que aquejan al cuerpo, político, social, económico y cultural de España. Y no bastará para el recobro de la salud poner definitivo freno a las concesiones. Habría que tirar de bisturí y aplicar una radical cirugía para extirpar todas las partes podridas. ¿Pero quien le pone el cascabel al gato cuando ni el Tribunal Constitucional, convertido en terminal política del partido en el poder, lleva tres años mareando la perdiz del recurso de inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña y parece que la sentencia que diseña estará tarada de una perturbadora ambigüedad?
Ismael Herráiz, aquel periodista de raza del que muchos aprendimos, solía compendiar metafóricamente la historia de España bajo la Casa de Borbón como “la peste borbónica”. Su actual titular y descendencia parecen empeñados en darle la razón. Mantienen un formal distanciamiento constitucional respecto de los teóricos tres poderes del Estado que se dice democrático. Pero borbonean bajo cuerda al igual que sus antecesores. Aunque ahora con una perceptible y provechosa inclinación hacia una izquierda de la peor catadura, cada vez más caribeña. Primero con Felipe González y hoy con Rodríguez.
Se ha llegado a un extremo de degradación política, de caos institucional, de desastre económico, de sistemáticas violaciones constitucionales y de desintegración de España que ya no cabe marcha atrás por vías normales de reformas de la Constitución ni de procesos electorales que redunden en la alternancia en el poder. Aunque el PP ganara por goleada las próximas elecciones se vería atrapado en el cepo de la conspiración mundialista a la que Rodríguez y sus secuaces sirven. Salvo, que recurriera a expedientes extraordinarios e hiciera saltar la banca del actual casino constitucional.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5324
martes, septiembre 01, 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
¿Sudamericanización de España?
Publicar un comentario