martes, febrero 26, 2008

Velentin Puig, Eso se llamaba credibilidad

martes 26 de febrero de 2008
Eso que llamaban credibilidad
POR VALENTÍ PUIG
LA entrega ofuscada de los partidos políticos y de sus programas a promesas para nichos electorales concretos disemina la noción de bien común que identificábamos con el acudir a las urnas. Los menos obtienen aquella recompensa que, en principio, debía ser para todos. Del mismo modo, la presión de los grupos con intereses especiales deforma la dedicación de los presupuestos públicos al interés general. En primera fila están los partidos nacionalistas periféricos, acostumbrados a ejercer de palanca para obtener contrapartidas cada vez más desproporcionadas con su participación tan fraccional en el volumen total de votos.
En gran parte, de eso trata la votación para dentro de trece días, hasta el extremo de que pudiera decrecer el porcentaje de votos de los partidos nacionalistas periféricos, pero aumentando de precio su menor número de escaños en virtud de un resultado general que algunas encuestas sitúan ahora mismo casi en el empate. Ciertamente, el sistema representativo pierde credibilidad cuando rinde tributo tan caro a la fragmentación. Aparece lo inverosímil en la desmesura entre votos obtenidos y precio del escaño en cada acuerdo post-electoral o de sostén de un Gobierno en minoría. Es una paradoja insana: que tenga más poder decisorio el voto de los partidos nacionalistas, precisamente cuando -según los sondeos- menos electores van a escoger sus candidatos. Nada bueno para la credibilidad, como no lo fue aprobar el nuevo estatuto de autonomía de Cataluña con tan alto porcentaje de abstención.
Estos partidos buscadores de renta están incluso expresándose en campaña electoral en términos ofensivos para la idea de España, y a la vez indican ya sus apetencias, como las han formulado en estos últimos cuatro años, dando su apoyo parlamentario al Gobierno de Zapatero, como es el caso de ERC. Más comedidos, pero con objetivos comparables, CIU o el PNV practican sus oraciones jaculatorias para que ni PSOE ni PP puedan gobernar en solitario y deban negociar los votos a partir del 9 de marzo. En estos casos se da a conocer una lista de la compra que ejerce el papel de programa electoral, y luego hay otra lista de encargos, ya más concreta y descarnada, que aparecerá en caso de negociación para apoyos a un futuro gobierno. En una democracia con luz y taquígrafos, todo pedido subrepticio incide en el descrédito del sistema.
Desde luego, al hacer el recuento de los votos, la situación resultante puede exigir negociaciones y fórmulas de transacción entre PP o PSOE y los grupos nacionalistas. Eso es política y no significa que España vaya a caer en el abismo. Todo depende de la responsabilidad al fijar el contenido y límite de las transacciones, un margen ya de por sí muy capitidisminuido por el vaciado de competencias del Estado a favor de las comunidades autónomas. De hecho, no pocos ciudadanos piensan que el proceso debiera ser a la inversa: devolución de competencias al Estado, por ejemplo en materia educativa. Para quienes crean eso en el PP o el PSOE, el coste de demandar apoyos parlamentarios ha de tener problemas de credibilidad política e incluso ética.
Algunas escuelas de pensamiento sostienen que las sociedades se hacen más complejas en la medida en que intentan solventar más problemas. En estas circunstancias, pretender solucionar cuestiones que a largo plazo no tienen salida conlleva una complejidad infructuosa. En parte, eso sucede en España con el modelo territorial. Confrontación política exacerbada, riesgo para la unidad de mercado, incremento de la litigación institucional y pérdida de cohesión general: mayor complejidad y menor posibilidad de solución. En consecuencia: más energía extraviada, menos horizonte común. Lo que ocurre es que unos desequilibrios sustituyen -si no es que acumulan- a otros. En fin, los conflictos que se enquistan alejan, por su propia naturaleza, la transacción equilibradora. Con los nacionalismos, el mejor de los ajustes -como fue la Constitución de 1978- se ve secuenciado por nuevos desajustes, de forma sorpresiva o a veces previsible. Esa es la frontera en toda negociación postelectoral que quiera ser legítima. Como dice Sartori, una experiencia democrática se desarrolla a horcajadas sobre el desnivel entre el deber ser y el ser. De eso se nutre su credibilidad. También negociar con o sin límites añade o resta credibilidad.
vpuig@abc.es

http://www.abc.es/20080226/opinion-firmas/llamaban-credibilidad_200802260247.html

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